Guerra
Rodeamos al pequeño Abra que Dawn estaba cuidando el cual nos llevó en pocos instantes hasta la ladera del desfiladero donde aún a varios metros pudimos escuchar que la batalla entre las fuerzas policiales y el Team Storm ya había comenzado.
—Muy bien, según lo que oí la ciudad está cercada por las fuerzas del Team Storm —expuse nuevamente mientras trazaba en el suelo un boceto del mapa de pueblo Lavacalde para repasar nuestro plan antes de llevarlo a cabo— mientras que las fuerzas de la región han ingresado trepando por el altiplano. Nuestra única opción de llegar a donde está la acción es atravesando el bosque espeso sin ser vistas, por lo que deberemos ir en silencio y aprovechando la noche oscura.
—Y si alguien nos descubre lanzaremos una flor de fuego como la que nos enseñaste para que Abra nos venga a buscar. No lo hemos olvidado —completó May sonriendo hacia donde mí. Yo asentí.
—Estén atentas al cielo por si alguna necesita ayuda. ¿Dudas? —Vi que Dawn observaba admirada hacia otro lado y luego levantaba la mano— ¿Si?
—¿Tienes idea de qué es esa cosa?
Las dos dirigimos la mirada hacia el punto señalado por la peliazul descubriendo una enorme y profundo cráter en la pared rocosa con dos soldados del Team Storm custodiando la entrada desde las penumbras.
—Qué curioso... ¿por qué no nos habrán atacado? —cuestionó la entrenadora del Piplup mientras que todas nos agazapábamos detrás de unos arbustos.
—Quizás aún no nos vieron —May se su cabeza por el borde de la vegetación que nos ocultaba tratando de ver mejor el interior de la cueva—. ¡Está muy oscuro, no podré ver nada sin exponerme! —Se quejó ella en voz baja y chillona.
—No hace falta que lo hagas —respondió Dawn sacando a un pokemón de su descanso para luego colocarle un collar con una extraña esfera en el centro—. Muy bien Pachirisu, ya sabes qué hacer.
El pequeño roedor eléctrico asintió feliz y luego corrió por las paredes de roca hasta ingresar a la caverna desde el techo, sin siquiera llamar la atención de los soldados en guardia. Se veía muy cómico, pero realmente tierno. Pasados unos minutos regresó donde su entrenadora, la cual extrajo el collar para luego premiarlo antes de regresar al pequeñín a su pokebola. Dawn conectó la esfera metálica a su pokenav y pronto pudimos ver una serie de imágenes que representaban el interior de la cueva iluminadas pobremente por las chispas de Pachirisu.
—Es una máquina... —Observé señalando al fondo de la caverna.
—Parece un taladro, ¿no crees May? —Cuestionó Dawn recibiendo leves asentimientos por parte de su interlocutora— Pero ¿para qué poner un taladro en la base de un volcán?
—Quizás estén buscando Mega Piedras —observé sin poder quitar el ojo de la imagen.
Dawn negó con la cabeza. —¿No sería demasiado peligroso? El volcán podría hacer erupción en cualquier momento...
—Sea lo que sea, ellos deberían ser extremadamente cuidadosos para evitar el volcán —repuso May sujetando su barbilla.
—Quizás la toma de la ciudad sea una maniobra de distracción para ocultar esto —propuse en voz alta ganándome la mirada curiosa de ambas muchachas.
—Distrajeron a los aldeanos para robar sus tesoros... ¡Podrían haber llamado la atención en otro lado, aquí están muy cerca! Serían descubiertos muy fácilmente —reflexionó May sin perder su aire deductivo.
—Sea lo que sea debemos detenerlos. —Las tres estuvimos de acuerdo en eso.
Entonces no hay más remedio que entrar —resolvió Dawn y ambas asentimos.
—Si atacamos de frente podrían dar señal a sus compañeros y pronto tendríamos a todo el Team Storm abalanzándose contra nosotras. Eso sería mucho... sugiero que intentemos un ataque sorpresa —repuso May al tiempo que señalaba con su dedo hacia las estrellas. La peliazul entendió de inmediato aquel gesto y volvió a abrir la pokebola que contenía a Pachirisu, esta vez el roedor trepó hasta posicionarse sobre los soldados incautos, se dejó caer en medio de ellos y vació su más potente descarga eléctrica contra ambos guardias al mismo tiempo. Uno de ellos cayó noqueado de inmediato mientras que el otro se recuperó pronto elevando un arma extraña, como si de una escopeta de cañón corto se tratara, pero Dawn fue más rápida y envió a Abra para que teletransportara al individuo tres metras hacia arriba y lo dejara caer de espaldas al suelo. Pachirisu sólo tuvo que usar un nuevo chispazo para dejarlo completamente fuera de la combate e inconsciente.
—¡Vamos! —Gritó May.
Ingresamos al interior del cráter donde nos encontramos a un tercer soldado que sostenía una especie de teléfono contra su cabeza.
—¡Va a dar la alarma! —Advertí desesperada— ¡Braixen, Psíquico! —Mi pokemón separó al hombre de su aparato para luego estrellarlos a ambos contra lados opuestos de la pared, destruyendo el teléfono y dejando inconsciente al integrante del Team Flare.
Nos acercamos a la máquina y la observamos por todos los flancos posibles: tenía llantas de tanque, una estructura sólida de un color azul verdoso, un taladro grueso y breve en la parte frontal y varias calcomanías del Team Storm adornando sus paredes.
—Debemos deshacernos de esta cosa —comentó Dawn mientras rodeaba la estructura buscando una pokebola de su cinturón. De pronto, una escotilla imperceptible se abrió por la parte superior del tanque taladro y un hombre salió de su interior portando otra de esas armas exrañas con la cual comenzó a dispararnos. Atacamos al soldado con todo nuestro arsenal pero él cargaba un escudo que le permitió refugiarse mientras continuaba sus interminables disparos inundando el ambiente con el sonido de explosiones activándose en el interior de la escopeta. Las municiones de esa cosa tenían una potencia increíble dejando grandes cráteres en el suelo y las paredes tras cada impacto, nuestros pokemóns no estaban listos para enfrentar ese tipo de armas por lo que tomamos una actitud de huida, pero eso solo le dio tiempo al soldado de tomar su teléfono y dar alarma de nuestra intromisión. Estábamos en apuros.
Dawn sacó a Abra de su pokebola para intentar desarmar a aquel sujeto, pero éste se adelantó y, saliendo de su escondite, volvió a comenzar con los disparos. Todas nosotras nos lanzamos al suelo, agazapadas al otro lado de la misma roca que nos había servido de escudo desde un principio, cuando de pronto noté que Dawn escupía mucha sangre.
—Me dieron... —susurró en medio del tumulto ocasionado por los disparos incesantes de aquel sujeto. Vi desesperada como su vientre comenzaba a tornarse en carmesí mientras su rostro desbordaba en lágrimas y quejidos ahogados.
—No... ¡no! Aguanta —supliqué. May notó el estado de su amiga y algo en ella pareció quebrarse.
—¡Dawn! —gritó desgarrando su garganta. La cólera nos invadía incontrolable.
—¡Sylveon, protección! ¡Delphox, Llamarada! —El deseo de venganza me poseyó de inmediato impidiéndome pensar con claridad: Protección no era nuestro movimiento más confiable, pero fue oportuno no pensar en eso en aquel momento. El hombre que tiró a quemarropa dañando a nuestra amiga caía con sus extremidades calcinadas a causa de los ataques de mi pokemón mientras la hidrobomba del Blastoise de May frenaban su quemazón para estrujar sus insipientes huesos aplastándolos contra la pared.
—¡Rápido, busquemos la pokeball de Abra y huyamos de aquí! —gritó May.
—Abra ya está fuera de su pokeball —contesté yo mientras señalaba al pequeño pokemón que permanecía llorando en una esquina de la cueva mientras su cabeza no paraba de sangrar. Él también había recibido uno de esos disparos.
Ambas nos separamos para ayudarlos limpiando sus heridas para luego cubrirlas con vendas y gasas esperando que con eso la hemorragia se detuviera el tiempo suficiente para que recibieran ayuda médica. May sacó al Mamoswine de la pokebola de Dawn pensando en cargar a ambos, entrenadora y pokemón, para llevarlos a toda velocidad a la ciudad a fin de que recibieran atención médica. Yo tomé la pokeball de Charizard queriendo detenerla planteándole que mi pokemón sería más veloz, pero en ese momento la abertura de la puerta de la gruta fue atravesada por un grupo de personas armadas con el mismo arsenal que los que acabábamos de derrotar. Volteé para ver cómo los soldados del Team Storm encabezados por Jozen tomaban posiciones y nos apuntaban con sus armas mientras ordenaban a los gritos que nos entregáramos sin ofrecer resistencia.
—Lo haremos —contestó May sin preguntarmelo primero—, nos retiraremos sin dar combate, pero dejen que nos vayamos para que podamos salvar a nuestra compañera y a su pokemón.
Los oí murmurar casi divertidos antes de contestar. —Está bien, regresen sus pokemóns a sus pokebolas y salgan con las manos donde podamos verlas.
May obedeció de inmediato mientras que ellos exigían que yo también me le uniera por lo que muy a mi pesar tuve que obedecer sólo para encontrarme con una reacción traicionera por parte de aquellos soldados. Sus disparos volaron hacia nosotras tan rápido que casi no nos dio tiempo a ocultarnos, estaban tirando a quemarropa. Escuché la voz burlona de Jozen alzarse sobre los demás.
—¿En verdad creíste que las dejaríamos vivir después de lo que vieron? Bueno, quizás tu amiga pueda marcharse, pero tú te quedarás con nosotros, ¿me oyes bien? ¡No importa lo que pase, Serena, aquí te mueres!
Apreté los puños mientras miraba al suelo desesperada buscando la mejor solución a todo esto, May me miraba suplicante como si creyera que enarbolaría un plan maestro de un momento a otro pero yo sólo veía una opción.
—¿Entonces dices que a ella la dejarás ir si me entrego?
Rieron ante mi pregunta haciéndome sentir disminuida. Ellos tenían las de ganar, creí que se negarían, esperaba oírlos ironizar al respecto, pero pese a mis pobres expectativas tras unos momentos los escuché decir.
—Está bien, no ganamos nada con dejar que se mueran. Tus amigas pueden marcharse pero tú te quedas aquí, ¿de acuerdo?
Pude ver el rostro lloroso de May meciéndose débilmente hacia los lados mientras un susurro casi inaudible se deprendía de sus labios que articulaban interminablemente una serie de «No» uno seguido del otro. No había otra opción, primero debíamos salvar a Dawn.
«Está bien, sobreviviré entera a esto... te lo prometo» mentía yo una y otra vez hasta que la castaña cedió jurándome por lo bajo que no dejaría que yo muriera. Salí con las manos en alto y arrojé mis pokebolas al suelo; estaba desprotegida y ellos lo sabían por lo que permitieron que May cargara a nuestra amiga sobre su espalda hasta subirla al Mamoswine que ya la esperaba cerca de la entrada. Abra había sido regresado a su pokebola, por lo tanto ante la partida de aquel dúo me quedé parada sola frente al temible equipo de asesinos armados que no dudarían en acabar de un disparo con mi vida o con la de quien fuera que se cruzara en su camino.
No sabía qué hacer, pero no podía permitir que me intimidaran; si he de morir aquí, lo haré enarbolando mi mejor sonrisa.
—Supongo que aquí se termina todo... Adelante —invité, pero ellos no me dispararon— ¿Qué esperan? —Mi desafío no se vio correspondido por risas, insultos, tiros ni nada similar. En cambio, sólo Jozen avanzó hasta estar a unos metros de mí y pateó la pokebola donde había guardado a mi Delphox hacia mi posición.
—Tú me debes una batalla pequeña zorra, y me la vas a dar.
Tomé la pokeball pensando más bien en arrojársela por la cabeza, pero la voz de la razón me indicó que esta era la manera perfecta de hacer tiempo hasta que May volviera con ayuda. Debía darle una larga batalla, no podía elegir a Charizard y estropearlo todo, no podía fallar.
—Haré que te arrepientas de haberme dicho zorra. Delphox, yo te elijo. —De acuerdo, quizás ese pokemón no era la elección correcta para evitarme ese apodo.
—Ludicolo, ve a pelear. Está regalado. —Su elección fue tan predecible como siempre.
Nuestros ataques comenzaron a fluir como un danzar elegante y enérgico haciendo que múltiples golpes chocaran en el medio de ambos pokemóns. El fuego detenía al agua, la energía psíquica se encargaba de hacer el resto cuando las cosas parecían empeorar. Nos dedicamos a defender y a simular ataques con la intención de que ellos se confiaran y malgastaran el tiempo que les quedaba en boberías, aunque esto no fue nada fácil. Jozen era el hermano del campeón de la liga e irreparablemente algo de las habilidades del campeón residían en él volviéndolo un oponente duro de roer, mas yo había sido instruida por el mismo Satoshi, no tenía por qué tener miedo.
La danza de ataques siguió su ritmo inalterado hasta que en un descuido mío un ataque directo de Delphox chocó de una manera brutal al Ludicolo enemigo haciendo que el mismo quedara en mal estado. La reacción de Jozen fue absurda puesto que con su arma comenzó a disparar al suelo donde pisaba mi pokemón logrando que ésta se distrajera para así disparar una potente hidrobomba que la dejara descolocada en medio del campo de pelea.
—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! ¡No te metas con mis pokemóns!
Pero él en lugar de responder con palabras lo hizo levantando nuevamente su arma para disparar hacia mis zapatos obligándome a dar pequeños saltos del susto.
—¡Baila zorra, baila!
¡Demonios! No podía enfrentarlo bajo estas condiciones; sin importar lo que hiciera el resultado sería siempre el mismo. Mi cabeza saboreó los últimos minutos de estar unida a mi cuello mientras los hombres y mujeres uniformados que acompañaban al mocoso encendían sus cigarrillos y comentaban sobre la situación en el pueblo. Algunos de ellos comenzaron a retirarse.
—Delphox, usa arañazo.
—¿Me tomas el pelo? ¡Esquívala y usa danza de lluvia!
El movimiento potenciador de los ataques de agua hizo efecto aún dentro de la cueva, generando que nubes negras aparecieran sobre nuestras cabezas y pronto comenzara a llover. La pelea continuó con la enorme desventaja de tipo que aquello acarreaba hasta que de pronto uno de los soldados nos interrumpió para cuestionarle al entrenador que me enfrentaba.
—Oye Jozen, la otra chica está a punto de salir del área de tiro. Lo mejor será que la eliminemos ahora.
Hubo un pequeño lapso de silencio donde los nervios ocasionaron un ambiente tan cargado que fácilmente se habría podido cortar con un cuchillo.
—Sí —aceptó este último y ante mi mirada atónita el francotirador se dirigió al vértice de la pendiente para apuntar su arma contra la chica que huía para salvar la vida de su amiga
—No... —musité— Tú lo prometiste, ¿acaso no tienes palabra?
Él no me respondió, solamente rió con sorna. Yo estaba consternada, la angustia en mi pecho me invitaba a gritar, la voz se me resistía en la garganta encendiendo una sensación de ardor que subía desde el estómago hasta amargarme la boca y el corazón. Si no hacía algo rápido, May moriría.
No lo pude soportar más y en un estallido de valor me atreví a gritar. —¡Delphox, usa tu llama embrujada!
Y entonces algo maravilloso y aterrador ocurrió: de la vara de mi pokemón una pelota de fuego nació, creció apresurada y en un estallido de poder comenzó a engendrar pequeñas esferas que salían disparadas hacia nuestros captores trazando parábolas de destino incierto las cuales destruían las pétreas paredes al más mínimo contacto. Ludicolo sufrió el bombardeo de aspecto meteórico acabando en estado crítico, Jozen y los demás se escondieron con sus escudos super resistentes los cuales cedieron ante la potencia de nuestro ataque destrozándose al instante para dar paso a una madeja de polvo, partes plásticas y metálicas volando por todos lados, mucha sangre, gritos, insultos, dolor...
Poco a poco el embrollo se fue disipando permitiéndome contemplar el cuadro terrorífico en el que mi pokemón los había dejado: huesos rotos, sangre, miembros calcinados e incluso mutilados a causa de aquel ataque. Jamás había visto algo similar, me inundó el temor, debo admitir, pero sabía que ella sólo estaba intentando defender a nuestra nueva amiga, no esperábamos que la cosa se pusiera así de fea.
Volvieron a levantar sus armas pretendiendo tomarnos por sorpresa pero el poder psíquico de Delphox les impidió continuar con sus maniobras. En pocos segundos las escopetas volaron en pedazos como si fueran autodetonadas desde adentro y sus restos diseminados por todo el área. No sabía que mi compañera fuera tan poderosa, no sé si se lo había estado guardando o qué, pero aquella demostración de habilidad resultó de lo más oportuna.
—Delphox, regresa. —Mi orden pareció descolocar a los integrantes del Team Storm, pero yo sabía que estaba haciendo lo correcto. Ya había expuesto demasiado a mi pokemón, su ánimo estaba siendo consumido por la pelea, no había más motivo para que siguiera presente en esa contienda.
—No te saldrás con la tuya, juro que te mataré... —gruñó Jozen intentando levantarse, pero la escasez de sus fuerzas producto del impacto producido por el ataque de mi pokemón era magro.
—Sabes Jozen, todos creemos que nuestra lucha es la justa, que nuestra causa es la más importante, que el mundo está en nuestra contra y debemos pisotearlo todo con tal de conseguir nuestro objetivo y creemos que esto es válido por considerarnos los buenos en esta historia —Me acerqué a él para poder hablarle a su altura, agachándome al tenerlo cerca—. Me niego a pensar que eres malo; sólo creo que estás confundido y que yo también tengo algo que aprender de ti. Por favor, ¡deja esto! No tienes por qué matarme ni yo a ti —Señalé con mi mano a lo otros soldados logrando que él dirigiera su mirada hacia mi punto de referencia—. Tus amigos sufrieron, al igual que los míos. Ya es tiempo de dejar el sufrimiento y construir algo bueno unidos. ¿Qué me dices?
Sus ojos se posaron en los míos, por un momento creí que me correspondería y que todo esto acabaría al fin, pero antes de poder obtener una respuesta de su parte la figura de Casey asomó por la entrada de la cueva, y al verlo caído en el suelo con graves quemaduras en todo el cuerpo atinó a exclamar «¡Jozen!» y acto seguido elevó un arma y comenzó a disparar.
Corrí hasta volver a mi posición primera detrás de la roca para darme el tiempo a volver a liberar a mi zorra pero antes de que esto sucediera, una especie de esfera voló por sobre mi cabeza haciendo que mi músculos estallaran en adrenalina.
—¡Granada! —Grité como si a alguien le importara y acto seguido salí corriendo encontrándome con que Casey se había llevado a Jozen abandonando en el proceso a todos los demás soldados. No había caso, no tenía forma de salvarme y de salvar a todos los soldados caídos por lo que inundada de un dolor que atravesó mi alma salí de la pequeña cueva permitiendo que el fuego de la artillería destruyera los demacrados cuerpos de aquellos soldados aún con vida, aunque no por mucho tiempo.
Maldije a Casey, a Jozen, al Team Storm y a mí misma por haber entrado. Pese a mis buenas intensiones, de no haber sido por mi intromisión aquellos soldados no habrían muerto.
Caminé resuelta entre la maleza tupida del bosque que rodeaba el pueblo, avanzando al encuentro con las fuerzas especiales de Hoenn a fin de narrarles mi descubrimiento en la gruta destruida. Sabía que habría trampas pero ya no me importaba, tenía la necesidad de hacer algo importante con mi visita a aquel sitio, no podía concebir tantos sacrificios en vano. Sylveon y Pancham caminaban delante mío destruyendo a todo aquel que se nos opusiera.
Al llegar descubrí que en aquel sitio todo era un caos: había cuerpos amontonados de humanos y pokemóns muertos por todas las esquinas, las calles estaban regadas en sangre, las balas y disparos de energía poblaban el cielo brindando un escenario apocalíptico el cual, adornado por los ruidos de sirenas y motores, hacían que mis huesos se estremecieran. Yo, la que llegó repleta de confianza y determinación, estaba aterrada hasta tal punto que mi respiración se detenía de a tramos. Las apneas, los temblores, una pirogénia exacerbada en mi frente contrastando con el frío polar de mis manos eran las señales de que los niveles de adrenalina estaban apunto de acabar conmigo.
No pude contener las deseos de vomitar y me escondí tras un basurero para no ser presa fácil en el proceso. ¿Qué había pensado al ir allí? Estaba perdida, sólo me quedaba huir, aunque francamente ya habiendo entrado al pueblo la opción se veía menos llevadera que cuando estaba lejos.
Opté por atravesar el campo como me fuera posible hasta encontrar a alguien a quien contarle mi revelación; sabía que era importante, que quizás por eso el Team Storm había asediado la ciudad y resultaba imprescindible dar alerta de sus verdaderas intenciones, pero vadear aquel campo minado de peligros me resultaba un desafío insuperable. Tuve que dedicar mis mejores esfuerzos a pasar desapercibida a fin de no morir en el camino, pero cuando por fin pude ver a Steven Stone luchando a lo lejos y me acercaba entre las sombras a hablar con él, un sonido estrepitoso en la lejanía hizo que volteara descubriendo la luz humeante y brava de una erupción saliendo lentamente desde la cima del volcán en el monte Cenizo hasta cubrir el perfil de su relieve en franco descenso por la ladera rocosa del Desfiladero.
—No puede ser, la explosión —exclamé desesperada. Esto también había sido por culpa mía—. Si nadie lo detiene, todos los pokemóns salvajes morirán por el magma y el humo tóxico... Nosotros también corremos peligro. ¡Charizard, es hora de entrar en acción!
La pokebola rodó por los aires aumentando la distancia entre sus dos mitades separadas por un rayo de luz blanca que rápidamente se materializaba sobre mí, tomando la forma de un enorme dragón naranja opacado parcialmente por su posición a contraluz con respecto a los débiles rayos del sol que aún se filtraban en medio de la densa nube de gases expedidas por el volcán. Elevé mis brazos dispuesta a recibir el cuello de mi amigo entre ellos y cuando al fin logré rodearlo me aferré a él por unos segundos mientras susurraba cerca de sus oídos.
—Corremos riesgo, ¿sabes?... Podríamos huir pero muchos morirían; por eso elijo poner mi vida y la de ellos en tus manos y te suplico que esta vez no me prestes tu fuerza sino que peleemos juntos con un mismo objetivo —Liberé una mano del contorno de sus hombros y la dirigí hacia mi pecho donde aguardaba la Piedra Llave escondida en medio del lazo azul que me regalara alguna vez Satoshi, el entrenador original de ese pokemón—. Charizard, mega evoluciona.
Sentí como si un gran calor brotara de mi pecho, recorriera mis manos, mis pies, se elevara hacia el cielo abandonándome por completo hasta alcanzar una sintonía perfecta con una onda de energía idéntica procedente del palpitante Charizard quien se estremecía violentamente bajo el agarre de mi brazo. De pronto, todo su cuerpo comenzó a expeler un inmenso calor que no obstante a parecer peligroso no lograba quemarme... hasta podría decir que su contacto me sanaba. Sentía en aquel nudo de energías como si la esencia de Satoshi se hiciera presente en los ojos del dragón y su espíritu me poseyera, pero rápidamente esa sensación desapareció quitando al azabache de en medio de la ecuación para brindarnos a mí y a Charizard el centro de la escena de todos los cambios que estaban aconteciendo: no era el poder de Satoshi, era el nuestro.
Su cuerpo cambió, sus manos, sus alas... en ese momento resultó por demás oportuno el haber fundido el brazalete que le había regalado hasta convertirlo en una hombrera de un solo lado que tenía incrustadas las dos megapiedras y que fuera él quien decidiera cuál quería usar, la figura de Mega Charizard Y se alzó ante mis ojos revelándome un poder que superaba todas mis expectativas.
Liberé su cuello, los temores también me abandonaron. Estaba convencida que nuestra misión no sería fácil, pero confiaba en él, en nosotros. Lo vi acariciando el cielo con sus alas, atravesar la nube de gases con inmensa velocidad y en un batir de su cuerpo disipar gran parte de los vapores tóxicos que rodeaban al pueblo. Sí que era fuerte. Ascendió majestuoso y veloz hasta que su figura se redujo a un pequeño punto negro revoloteando sobre el volcán y en una tremenda demostración de destreza y poder combatió fuego con fuego logrando contener la erupción e incluso hacerla retroceder hacia el interior del volcán nuevamente. Pronto pude apreciar como las fuerzas policiales de Hoenn aprovechaban el vacío que mi compañero había armado en medio de las toxicidades del volcán para evacuar a todos los pokemóns y humanos que les fuera posible mientras que sus pokemóns de agua y hielo intentaban detener el magma que ya había bajado y otros tantos de especies aladas pretendían mantener el aire lo más puro posible.
Pude observar también como los integrantes del Team Storm mantenían su actitud violenta y terca mientras continuaban con sus ataques, por lo que el clima que vivíamos no se alejaba del que había sido hace unos minutos atrás. Poco a poco nuestras fuerzas fueron decayendo a causa de los esfuerzos abocados a detener el volcán cuando de repente, se produjo una nueva explosión ocasionando que la erupción cobrara fuerzas.
Todo estaba perdido, toneladas y toneladas de ardiente lava hirviendo volaban sobre nuestras cabezas junto a pedruscos de tamaños variables, ceniza, humo y azufre. La nube que cubría el volcán reaccionó con los componentes del aire provocando que una tormenta eléctrica se desatara volviendo nuestra estadía de rescate en una paradójica situación de peligro de muerte por causas inesperadas. Creí que Charizard volvería por mí y nos iríamos de aquel lugar, pero él no se rindió. Nuevamente la filosofía de Satoshi se manifestaba en su leal pokemón y él perseveraba aún ante la mayor adversidad enfrentando el volcán decidido y temerario aunque su propia entrenadora temblara de espanto. Él podía sobrevivir al humo y la lava, era su elemento, pero yo no, yo sólo deseaba desaparecer de ahí y estar encerrada en un lugar limpio y seguro. Todo mi valor había caído hasta barrer con él los suelos.
Observé el caos, la muerte, el llanto, el terror, las personas desesperadas por ayudar y a otros tantos intentando destruir la vida que los rodeaba. Me sentí impotente ante tanta maldad, inútil ante el poder de las circunstancias, desesperada frente a aquello que había ido a solucionar. Sylveon y Pancham detuvieron un nuevo ataque del Team Storm, esta vez dirigido hacia mi persona y entonces comprendí que debía reaccionar. No lograría nada con entristecerme.
—Tú enviaste a aquel Charizard a frenar el volcán. Veo que eres una niña con agallas —reconoció en burla el entrenador que me hacía frente.
—Y tú eres uno más en esta escena de egoísmo e ignorancia. ¿Qué pretenden al excavar el volcán? ¿Es que acaso el oro o las piedras que estén buscando valen más que todas las vidas que destruyen para obtenerlos?
El tipo rió. —Pero pequeña, nosotros no pretendemos ninguna recompensa material por nuestros actos.
—¿Qué quieres decir con eso? ¡¿Qué están buscando aquí?!
—¡Esto! —Extendió sus manos abriendo el pecho para indicar el panorama a su alrededor—. Lo que nosotros pretendemos es el caos, niñita boba.
Me quedé atónita ante sus explicaciones, ¿es que acaso la explosión del volcán estaba entre sus planes? No pude resistir el deseo de llorar.
—¿Por qué...?
—Todos los seres en esta tierra siguen evolucionando menos nosotros. Los pokemóns mantienen la fuerza natural que los hace ser fuertes y eso se debe a que su instinto violento y libre permanece intacto, mientas que nosotros nos hemos «civilizado» hasta convertirnos en algo menos que animales; nos hemos domesticado a nosotros mismos. El Team Storm le devolverá al ser humano la mayor libertad que pueda existir: el caos. ¡Los humanos volveremos a evolucionar como debió ser desde un principio!
Estos tipos estaban locos, cada vez que me los cruzaba podía comprobarlo: vender Feebas, drogar a sus pokemóns para ganar comeptencias, robar y maltratar a los Mawiles separándolos de su naturaleza, robar planos de armas y de pokebolas... ¿Todo eso sólo para esto, tomar un pueblo y sembrar el caos eliminando al alto mando y a las fuerzas especiales de Hoenn con la explosión de un volcán? ¡Estaban dementes! Yo tenía que detenerlos.
—¡No se saldrán con la suya!
—Pero mi niña, tú no puedes detenernos.
—Es lo veremos. ¡Delphox, yo te elijo!
—¡Estaba esperando que hicieras eso! ¡Carlos Saúl, demuéstrales de qué estás hecho!
Un apestoso Garbodor salió de su pokebola y sin esperar orden alguna de su entrenador comenzó a lanzar basura por todos lados inundando el lugar con sus pestilencias tóxicas y químicas. Lo esquivamos hasta encontrar una abertura para luego enviarlo a volar con un poderoso ataque psíquico que lo dejara mal herido, pero no fuera de combate.
—Aquí se termina todo niñita, ¡Explosión!
—¡Envíalo a volar!
Mi orden fue acatada logrando que el maloliente pokemón realizara su ataque lejos, en el aire, por lo cual los efectos del mismo fueron prácticamente nulos.
—No estoy vencido todavía, ¡Krisdreavus, yo te elijo!
Un pequeño fantasmita con cara de señora avejentada flotaba frente a Delphox con gesto amenazante.
—¿Un Misdreavus, enserio? Ni siquiera está evolucionado.
—¡Tan pequeña como la ves, ella sola aterrorizó a todo un pueblo por ocho años!
—Pues no ocurrirá lo mismo esta noche. ¡Delphox, Llamarada!
—Joya de luz.
Nuestros embates chocaron. Atacarlo con psíquico o con arañazos sería en vano por lo que mi estrategia consistió en esquivar sus movimientos hasta encontrar un bache en el cual rematarlo con fuego, lo cual fue realmente difícil hasta que nuestro adversario quiso golpearnos con su infortunio, para lo cual necesitó más tiempo de preparación el cual nos brindó el espacio justo a impactar con la llamarada de lleno, logrando dejar al Misdreavus fuera de combate.
—Ríndete, junta a tus amigos y váyanse de aquí. ¿Ves a tu al rededor? Les estamos ganando. —Era cierto, las tropas pertenecientes al Team Storm caían una tras otra contra los elementos del alto mando y sus acompañantes de la policía de Hoenn. De no haber sido por el volcán, este enfrentamiento habría acabado hace rato.
—Yo aún no estoy vencido, me queda mi último pokemón. ¡Ve, Meowthricio!
¡Por todos los cielos, ese era el gato más grande de la historia! Aunque había algo extraño en él.... Su color oscuro, su mirada perversas bigotes maltrechos... No parecía un Meowth ordinario.
—¡Pulso umbrío!
—¡Llamarada!
Mi ataque arrasó con el suyo sirviéndome al enorme felino para finalizarlo con el siguiente movimiento. ¡Pum! Justo en el blanco. El tercer y último pokemón había sido derrotado y ante mi incredulidad, el soldado que tanto se había mofado frente a mí ahora huía despavorido y a los tropiezos a reencontrarse con sus compañeros.
Corrí a donde se encontraba Steven para informarle lo que me había contado aquel recluta. El miembro del alto mando, tan caballero como siempre, aún con aquella dramática situación hizo tiempo para oír las alocadas versiones de una jovencita.
—Si esos son sus verdaderos planes entonces lo mejor será capturarlos y que nos lleven con su líder. Estos tipos son peligrosos.
—¡Si! —Contesté al fin sintiéndome liberada del peso de haber provocado todos estos acontecimientos cuando de pronto el volcán volvió a estallar aumentando la fuerza de la erupción hasta desbordar el alcance de nuestros compañeros rescatistas quienes luchaban hasta el último suspiro para evitar que el desastre se propagara.
Dirigí toda mi atención a Charizard fortaleciendo el lazo de la mega evolución y sintiendo temor por la vida de mi pokemón, sin desmerecer su valor al enfrentarse a aquel peligro que crecía en vez de amedrentarse. Ya casi no nos quedaba tiempo, el volcán estaba fuera de control. Una nueva explosión en su base reveló que el Team Storm seguía tratando de empeorar el cuadro y aunque me doliera, tenía que reconocer que estaban por salirse con la suya cuando de repente, en medio de los chorros de lava hirviente volando sobre nuestras cabezas, del calor insoportable, la presión en el ambiente, el ardor provocado por el humo raspando las mucosas de nuestras fosas nasales, el griterío, los insultos y demás agravios por parte de ambos bandos como así también de toda la tristeza que provocaba ver a tantos hombres y pokemóns muertos en batalla, una luz potente apareció a pocos pasos de mi lugar de ubicación y la figura femenina de una joven emergió acompañada de su pequeño compañero tapir.
—¡Fennel! —grité al reconocerla y luego corrí al encuentro de su casi materno abrazo—. Sabía que vendrías.
Ella me apretó contra su pecho y luego observó enrojecida al caballero Stone que la miraba confundido. —Los estruendos del volcán pueden oírse desde el desierto. Esto es grave Serena, debemos evacuar a todas las persona y los pokemons de inmediato.
—Al menos a los nuestros, los del equipo Storm bien podrían quedarse a disfrutar de lo que hicieron —observó Steven quien seguía con la idea de capturar a algunos y despreocuparse por los demás.
—A todos —contradijo Fennel—. Yo sí creo en las segundas oportunidades.
Dicho esto su vínculo con Munna se materializó otorgándole al tapircito la capacidad de evolucionar de una forma diferente hasta sincronizarse con su entrenadora, pero esta vez su fenómeno lazo llegó a tal nivel de perfección que el humo que expelía la nariz del pokemón también adoptaba la forma de las flores que tanto caracterizaban a la señorita Oryza y su cuerpo se cubrió de un halo de luz brillante y hermosa, ¡todo Munna parecía estar hecho de energía! Su imagen celestial y poderosa delataba una paz incalculable aún en medio de aquel turbio panorama. El pokemón comenzó a orbitar entorno a su entrenadora y ambos se elevaron por la fuerza psíquica hasta perderse entre las nubes en dirección al volcán.
—¿Qué ha sido eso? —Cuestionó Steven mientras observaba admirado cómo las personas y pokemóns que permanecían en el Desfiladero eran teletransportados rápidamente hacia un destino incierto.
—Ella maneja el fenómeno lazo, al igual que lo hacía Satoshi con su Greninja, pero con Munna los efectos son algo diferentes.
El amante de las piedras me señaló sorprendido como la lava que emergía del volcán cobraba una coloración similar a la del halo que había estado presente en torno a la piel del tapir, para luego regresar por donde vino en un espectáculo casi mágico, volviendo todo a la normalidad en pocos minutos.
—¿Ella sola ha hecho todo esto? —Su voz se notaba conmovida— ¡Es asombrosa!
Los pokemóns de los rescatistas disiparon las nubes y uno a uno los integrantes del Team Storm fueron reducidos y capturados por las fuerzas policiales de Hoenn. Gracias a la intervención de Fennel la balanza volvió a estar de nuestro lado. Transcurridos unos instantes en que el volcán había dejado de mostrar actividad, un destello de luz anunció el regreso de Munna y de su entrenadora.
—¡Eso fue épico! —felicité emocionada a la profesora que se desplomaba exhausta frente a nosotros mientras que el caballero Stone la tomaba entre sus brazos.
—Has sido muy valiente... poderosa y valiente —reconoció éste último al tiempo que la profesora apenada intentaba ponerse de pié.
—Gracias chicos... ¡Jamás pensé que una situación así pudiera ocurrir! Estoy cansada —dijo la dama de largo vestido cuando de pronto, un sonido de disparo nos hizo sobre saltar a todos.
El terror inundó mis ojos al ver a Fennel caer desplomada y que un charco de sangre saliendo de su pecho la rodeara mientras que Stone desesperado intentaba detener la hemorragia. Yo busqué a Munna con la mirada pero en lugar de encontrarme con aquel pokemón sanador que había visto alguna vez, descubrí que el mismo también había caído perdiendo los efectos del fenómeno lazo: su vínculo era tan fuerte que lo que le ocurriera a la entrenadora le pasaría también al pokemón. El sonido de unos pasos en la cercanía me hizo voltear para descubrir a Casey a pocos metros empuñando el arma con el que acababa de asesinar a mi amiga.
—Te advertí que no te entrometieras, te advertí que nuestras intenciones eran nobles, pero no me hiciste caso... ¡Has arruinado todo Serena, todo esto ha sido tu culpa!
Tomé la pokebola de Delphox pero su disparo fue más rápido. Pronto el dolor poseyó mi hombro y la sangre manchó mis vestiduras ocasionando en mí tanta impresión que los gritos se me ahogaban dentro del pecho. Casey enarboló su pistola una vez más.
—No volverás a intervenir con nosotros nunca más. ¡Muere, Serena!
—¡Metagross, psíquico!
El pokemón de Steven paralizó a Casey en el acto, evitando que su dedo índice procediera a jalar el gatillo letal para permitirme así un nuevo suspiro de dolor y desesperación.
—¡Charizard!
Mi compañero ya acudía a mi llamada aún antes de que la pronunciara y con la potencia de su Cola dragón estrelló a la asesina de mi profesora amiga contra un árbol cercano para luego tomarme en brazos y volar a toda velocidad hacia la ciudad más cercana. Mi visión de pueblo Lavacalda en ruinas llameantes y repleto de humo se iba nublando por el dolor y las lágrimas.
—Fennel... —susurré adolorida antes de perder la conciencia— No te mueras... —En pocos instantes todo se puso negro.
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