El borracho en la cueva
Toda una noche y ese estúpido azabache no respondía ni a mis llamadas ni tampoco a los mensajes que le enviaba. Lo odié primero, le inventé mil historias después las cuales iban desde una infidelidad con alguna de sus viejas amiguitas (o con todas) hasta un secuestro por parte de Clefairy o quizás Deoxys... ¡Maldito mostaza! Justo ahora que íbamos tan bien.
La mañana llegó inevitable. No estaba de humor tras enterarme que para él el pasar toda una noche sin hablarme, sin saber el resultado de mi concurso ni tampoco de mi estado de ánimo, sin compartir sus sentimientos conmigo o acaso cualquier inquietud que haya sido suficiente como para alterarlo a ese estado en el que se encontrara ahora. Lo quería y lo odiaba a la vez, ¿es que él no era consciente de lo que provocaba en mi? O quizás yo ya no le importaba... tal vez sólo sea eso.
Bajé a desayunar rozando las paredes con la yema de mis dedos, intentando no pensar en nada. Estaba desganada al observar a mi al rededor la dicha ajena de decenas de entrenadores compartiendo con sus amigos y sus pokemóns (si es que decir eso no es redundar) comida, juegos y bromas mientras las manecitas del reloj avanzaban su carrera interminable.
Iris llegó a los pocos minutos para compartir conmigo los últimos momentos del desayuno: leche caliente y pokelitos.
—Oh, por Arceus. ¡Qué gran cocinera eres! —exclamó la morena tras terminar su primer postrecito— ¿Nunca pensaste en dedicarte a eso?
—A decir verdad, no. Disfruto cocinando, pero yo quiero ser la reina de Kalos.
—Tienes una sola meta, pero yo no veo nada de malo en pensar en las dos cosas.
—¿No hay algo en lo que seas buena y prefieras guardártelo sólo para gente especial?
—¡Absolutamente no! —Su voz se había alzado tanto que casi grita— Todos mis dones y talentos están aquí para hacer del mundo un lugar mejor, no pienso guardármelos.
Reflexioné unos momentos sobre lo que ella decía. No creo que guardarse los talentos para una sea ser egoísta, pero la visión de Iris era loable. Sonreí a manera de respuesta y junté mis utensilios para llevarlos a lavar más tarde.
—¿A dónde irás ahora? —inquirí viéndola desayunar. Su estilo apresurado y poco elegante me recordó mucho a Satoshi, y eso no me hizo sentir bien.
—A donde tú ya sabes —"Ya tu sabe"—. Intentaré volver a la ciudad para dirigirme al norte a buscar a Bagon.
—Sí que estás decidida a ir por ese pokemón, ¿no es verdad?
—¡Si!
Saqué el mapa de mi Pokegear para corroborar algunos datos.
—Oye, si vas hacia el norte quizás podríamos ir juntas hasta allí.
—¿De verdad?
—¡Si! El siguiente concurso será en Ciudad Fallarbor, que queda al Este de la cueva a donde vas.
—¡Genial! Me gustaría seguir viajando junto a ti.
Concordé con esto último sin estar segura de por qué rayos le había propuesto eso. Jugué con la idea de mentirle, de decirle que el concurso sería en otro lado y esperar a que se fuera para continuar viaje sola, pero en el fondo esto sólo era un juego. Iris era insufrible a veces, si, pero en el fondo Satoshi tenía razón. Era una buena persona y sus palabras me impulsaban a ser yo también alguien mejor.
Cuando acabamos el desayuno salimos del centro pokemón agradeciendo a Joy por su hospitalidad, cruzamos el pueblo hasta la entrada del Túnel Fervegal, y allí mismo Excadrill usó sus brazos para librar el camino de los pedruscos y guijarros que lo tapaban hasta dejarnos el paso libre. Ingresamos con cautela por temor a que los Whismur siguieran en alerta y, tras verificar que ya se habían calmado y que la interacción del pokemón taladro no había logrado despertar un nuevo alboroto, aumentamos el ritmo de nuestra marcha hasta toparnos con un cuadro llamativo en el medio de la cueva.
—¡Aléjense de mi! —bramó el hombre borracho atrapado contra una pared mientras un dúo de Mawiles salvajes intentaba aplastarlo con sus cuernos que simulaban perfectamente unas fauces enorme las cuales curiosamente estaban cerradas con gruesos cinturones que les impedían valerse de ellas para morder como solían hacer estos pokemóns.
Observé unos instantes al tipo antes de reaccionar sobre quién se trataba.
—¡Señor Steven! —grité asustada al ver a un hombre que admiraba en aquel estado tan deplorable.
—¡¿Quién está ahí?! ¡Ayúdenme, por favor! Perdí mis pokebolas al ser sorprendido por estas bestias. —gritó el campeón entre hipidos y esquivando tórpemente a los saltos los mazasos que le lanzaban los pokemóns salvajes alterados.
Iris comenzó a buscar por el suelo, pero sin grandes resultados mientras que yo no paraba de admirar la violencia con que atacaban aquellos seres. Aquello me resultó muy extraño, ¿por qué hacían eso? ¿Quién les había colocado aquellos cinturones? Según mi pokedex, ellos hinoptizaban a sus adversarios con sus rostros verdaderos fingiendo bondad para luego destrozarlos con sus cuernos en forma de bocas. Quizás estos Mawiles estaban hambrientos por no poder cazar, lo que los había llevado a atacar al ser más débil en ese lugar, en este caso, el señor Steven.
—¡Aquí están! —exclamó Iris para luego lanzarle dos esferas blancas y rojas al entrenador atrapado, el cual agrandó una de inmediato para sacar de su interior a un Metagross de aspecto aterrador.
—Ahora si, hora de terminar con esto. —dijo el hombre en estado de embriaguez sacando de su bolsillo la Key stone que le permitiera mega evolucionar a su pokemón. El final no podía ser feliz, tenía que intervenir.
—¡Detente, por favor! —bramé lo suficientemente alto como para que él llegara a escucharme.
El gesto de todos fue de una incertidumbre infinita al verme interponer mi cuerpo entre los dos Mawiles que ahora estaban atemorizados por el rival que les hacía frente y el Metagross a punto de mega evolucionar.
—Ellos sólo tienen hambre —comenté mientras extraía las sobras del desayuno de mi mochila—. Tomen, coman.
Sin perder su gesto de temor, ellos se acercaron lentamente hasta alcanzar los pokelitos y devorarlos con gran voracidad. Los entrenadores me observaban en silencio sin perder la tensión en sus facciones hasta que reaccionaron de lo que estaba ocurriendo.
—¡Tomen! —intervino la aspirante a Maestra Dragón al darles muchas Bayas— Son para ustedes.
Los pokemóns del engaño comieron hasta saciarse y agradecieron con vehemencia nuestro gesto para con ellos. Steven los imitó en el acto.
—Chicas, no sé qué hubiera sido de mí si ustedes no hubieran llegado. Les estaré eternamente agradecido.
—No hay nada por agradecer. —contesté algo avergonzada por la situación. ¡Rayos, no sabía manejar los elogios! Otra cosa en la que debía trabajar si quería ser una buena Reina de Kalos.
—Es verdad —corroboró la morena—. Oiga, pero ¿cómo llegó a estar así?
—¿Así? ¿Qué insinúas? —preguntó con voz huraña el hijo del presidente de Devon SA.
—Bueno... Eres alguien importante, ¡¿cómo acabaste atrapado por dos pokemóns salvajes en una cueva, y además con un olor tan desagradable?!
A Stone no pareció agradarle nada la pregunta de mi amiga más, quizás por gratitud, no dejó que esperáramos mucho por su respuesta.
—Verán, yo había sido invitado a una fiesta privada aquí, donde la campeona Cynthia presidía.
—¡¿Cynthia está aquí?! —Lo interrumpió Iris.
—Pues si, pero eso no debería habérselos contado... —meditó tristemente antes de continuar—. En fin, quise conocerla mejor pero me rebotó toda la noche. Yo creo que los otros campeones me hicieron bulling porque terminé sólo a un lado mientras que ellos bailaban y conversaban sobre batallas interesantes, y bien, no tenía nada para beber que no contuviera alcohol, estaba sediento y... Eso, tomé de más por primera y última vez en mi vida.
Golpeé con el codo por lo bajo a Iris para que dejara de reirse y para que quitara su maldito gesto de "Eres un niño", pero no resultó.
—Comencé a notar que las cosas daban vueltas, me sentí mal y decidí salir a caminar para tomar un poco de aire y alejarme un de aquel bullicio. Subí a mi Metagross y comenzamos a volar a toda velocidad gritando alocadamente para demostrar que soy el más genial de todos los Maestros Pokemóns sobre la tierra, hasta que de pronto recordé que había un informe sobre una Mega Piedra por esta zona. Bajé en la Ruta 117, busqué por todos lados valiéndome de un rastreador especial que creé en complicidad con Bill hace ya casi un año, hasta llegar a un campo floreado cerca de esta cueva y, efectivamente, encontré una Mawailita escondida bajo la tierra. Yo sabía que no había Mawiles en esta zona, ellos son oriundos de la Calle Victoria aunque se los ha visto algunas veces en la Cueva Granito, en el Pilar Celeste y en la Cueva Ancestral, o al menos eso decían mis reportes, pero los lugareños tenían otra historia para contar. Cuando les mostré mi nuevo hallazgo me dijeron que unos hombres estaban vendiendo los Mawiles más fuertes que se haya visto en un puesto de las afueras del Pueblo Verdenturf. Corrí a averiguar de qué se trataba y me encontré con unos sujetos que tenían a estos dos Mawiles encerrados en una camioneta. Peleamos, estuve genial, los vencí, vacié la botella que llevaba conmigo para celebrar y lo próximo que recuerdo es estar aquí conversando con ustedes.
Iris y yo lo miramos confundidas, siquiera recordaba que lo habíamos salvado del ataque de hace un minuto. Este tipo estaba mal, se notaba que no sabía beber.
—Oigan, ¿por qué no les sacamos los collares a los Mawiles antes de que se vayan? —propuso la morena. Todos estuvimos de acuerdo pero al tratar de realizar dicha acción nos topamos con una pequeña sorpresita.
—Estos pokemóns están muy desnutridos —comentó Steven en tono preocupado—, debemos llevarlos al centro pokemón de inmediato.
—Si no tienen los collares estarán bien, cazarán y se repondrán pronto. No tiene caso forzarlos a ir al centro. —explicó Iris, pero a nosotros no nos convenció su argumento.
—Leí en una revista sobre pokelitos y nutrición pokemón que si el pokemón no está bien alimentado se le cierra el estómago y puede dejar de comer y de tomar agua.
—Es cierto Elena, por eso en los hospitales a la gente deshidratada les dan suero en lugar de darles de beber agua. Llevémoslos al centro pokemón. —acotó Steven arrastrando las bocales por el efecto de la embriaguez.
—¡De acuerdo! Y me llamo Serena.
Forcejeamos para agarrar a los pokemóns hasta que comprendieron que era por su bien y cedieron, corrimos al centro concentrados en nuestra tarea y al llegar a la puerta, una situación conflictiva nos esperaba.
—¡Ahí está! —gritó un hombre vestido con el traje del equipo Storm— ¡Atrápenlo!
Varios uniformados de la misma calaña que el que gritaba salieron a atrapar a Steven, pero entre los tres los enfrentamos utilizando a nuestros pokemón para impedir la realización de su cometido. Varios Aggron, Lairon y dos Pupitar salieron de sus pokebolas para hacerle frente a Dragonite, Metagross y Braixen. El los ataques de mi pokemón era casi inútiles contra aquellos a los que enfrentaba, Por lo que preferí centrarme en golpear a Pupitar mientras que Stone e Iris se encargaban de los pokemóns más grandes. En ese momento, una Patada de fuego mandó a volar a mi pokemón revelándome la presencia del Blaziken drogado del torneo del día anterior.
—¡¿Qué haces aquí?! —pregunté a la entrenadora de aquel pokemón al notar que estaba apoyando a los soldados del team Storm.
—¡Tú! —gritó ella enervada al reconocerme— Te quitaré lo que me arrebataste en la competencia de ayer. Blaziken, no te gastes en ese pokemón débil, ve y destruye a su entrenadora.
Una ráfaga de fuego se dirigió a mi a tal velocidad que por poco no logro esquivarla, tomé una pokebola al azar y de ella emergió Pancham para ayudarme. Él era débil, pero su corazón era fuerte y sus habilidades para esquivar seguían siendo asombrosas. Uno a uno los golpes de aquel pollo de fuego fueron esquivados mientras que hileras de Rocas afiladas buscaban hacer blanco con el cuerpo de éste. no pasó mucho tiempo antes de que el pandita cayera tras ser alcanzado por un único movimiento de aquel soberano pokemón, el cual pronto retornó a la tarea de eliminarme, pero nuevamente Braixen vino en mi ayuda.
—Desearás no haberte metido con nosotras, niña boba, ¡Blaziken, Sofoco!
—¡Psíquico!
Ambos ataques colisionaron en el centro del campo, pero el poder de su pokemón nos superó a sobremanera, causando que mi Braixen cayera debilitada. Corrí a protegerla del nuevo ataque ígneo de aquel pokemón justo a tiempo para recibir una Llamarada sobre mi propia espalda. Mi ropa ardía, creí que moriría, pero pronto el fuego se apagó gracias al Rayo de hielo del Dragonite de Iris. Debía agradecer que ese pokemón rival utilizara tantas veces su Sofoco, de otro modo no habría sobrevivido.
—¿Estás bien? —preguntó la morocha mientras que su pokemón regresaba a socorrer a Metagross contra todos sus adversarios. Asentí sujetando mi brazo con la piel encrespada por el efecto del hielo y la vi volver al campo de batalla, dejándome sola nuevamente contra aquel poderoso adversario.
Entonces, algo hizo que la balanza se inclinara a mi favor. De mi mochila, una pokebola se abrió liberando al enorme dragón naranja que llevaba adentro el cual al ver que Braixen yacía debilitada en el piso estalló en una furia indómita y profunda, llevándose a volar a Blaziken para soltarlo a varios metros de altura y azotar su cuerpo repetidas veces con las alas hasta dejarlo completamente debilitado. La reacción de aquel pokemón fue bestial, incluso exagerada, pero aún así no podía dejar de reconocer que me había salvado la vida, tal como había hecho en el pasado más de una vez. Charizard se sumó a la batalla que desencadenaba Dragonite haciendo que derrotar al resto de sus adversarios fuera sólo una cuestión de tiempo, aunque en realidad con Mega Metagross era más que suficiente.
Tras vencer al último pokemón, Steven envió a su Cradily a atrapar a los entrenadores con un Apretón, detenerlos, atarlos de pies y manos, y así llevarlos con la policía. El camino hacia la jefatura de policía de Ciudad Rostboro resultó tedioso y molesto a causa de los interminables quejidos y comentarios negativos sobre nuestra persona y la de nuestras madres que soltaban los miembros del equipo Storm incesantemente. Eran unos pesados.
Ni bien llegamos ahí, nos atendió la oficila Jenny, nos tomó un montón de declaraciones y al fin detuvo a los maleantes. En ese momento partimos al centro pokemón donde Joy atendió pacientemente a los Mawile hasta verlos completamente recuperados. Nos pasamos la noche en vela.
Otra vez Satoshi no dio señales de vida. Me empezaba a preocupar.
La noche se me hizo interminable, estaba preocupada por mil cosas: el bienestar de mi chico adorado, la salud de los pokemóns internados, las apariciones de un nuevo equipo malvado, no poder estar dos minutos tranquila sin que Iris interpretara mis actitudes como las de una persona infantil... Todo pesaba sobre mi cabeza como si fuera parte de un embrujo diseñado para no dejarme dormir, lo cual era oportuno, puesto que pasadas unas horas sólo yo acompañaba a los Mawiles mientras que la morena y el Campeón de Hoenn descansaban sobre las bancas del pasillo de aquel hospital, acurrucados uno contra el otro en una postura muy tierna, si no considerabas que en realidad se trataba de una menor de edad y un hombre ebrio.
Cuando Joy nos avisó que los pokemóns de la enorme mordida estaban en buen estado, todos reaccionamos con alegría y emoción, más aún Steven, quien no desaprovechó la oportunidad para preguntarles si querían unirse a su equipo. Uno de los Mawiles asintió feliz, parecía encantada con el plan, mientras que la otra dudó seriamente y se refugió tras de las cortinas.
—¿Qué sucede, pequeña? —preguntó Iris— ¿Quieres regresar a la cueva?
El pokemón negó con la cabeza. Evidentemente no pertenecía ahí, no era su hábitat. Por su nivel de pelea lo más razonable sería suponer que venía de la Calle Victoria, por eso no debía desear quedarse ahí, aislada de los de su especie.
—Descuida —Le dije para tranquilizarla—, no tienes que volver ahí. Te llevaremos de regreso al lugar de donde te secuestraron esos rufianes.
Mawile me observó sorprendida y emocionada. Yo sabía que la Calle Victoria no estaba entre las líneas de mi recorrido especulado, pero no importaba. Después de todo, ese pokemón me necesitaba y yo no podía dejarla así.
Grande fue mi sorpresa cuando Mawile en lugar de aceptar mi proposición negó enérgicamente con la cabeza y me señaló con sus manos una pokebola.
—¿Qué quieres, pequeña? ¡¿Dices que deseas viajar conmigo?! —inquirió rápidamente Iris a lo cual el pokemón negó nuevamente con la cabeza para luego señalarme a mi con su mano.
—¿Quieres ser mi pokemón?
Asintió. La morena rezongaba por lo bajo puesto que le gustaba aquella Mawile y yo no le hice caso para extenderle una pokebola a mi nuevo pokemón, el cual no tardó en ingresar a ella. Pronto el botón de la misma brilló de blanco.
—¡Qué suertuda eres! A penas llevas dos semanas aquí y ya tienes un listón y un nuevo compañero. Serena, eres genial.
—¿Lo crees? En realidad, fue Mawile la que me eligió.
—Si, y el listón lo ganaste por descalificación de la rival, pero en fin, la suerte está de tu lado.
—Y no se acaba con eso —intervino el señor Stone, razonablemente más sobrio que de que había estado el día anterior—. Tengo un regalo para ti.
Metió su mano en el bolsillo del saco negro que llevaba puesto y extrajo de él un objeto redondo y brillante.
—Es la Mawilita... Señor Stone, no puedo...
—Por favor, acepta. Hay muchas más en el campo donde conseguí esta —Tomé la piedra de sus manos y la observé como habría hecho mi madre frente a una montura preciosa o un Ryhorn ganador—. ¿Sabes, Serena? Este mundo pokemón es muy amplio y está lleno de misterios. Las regiones por las que viajamos son simples provincias que a su vez componen un país más grande, que a su vez componen un continente más grande, que a su vez forman parte del mundo donde nos movemos, y en cada una de ellas hay pokemóns diferentes, con mil secretos por investigar. Para la comunidad científica fue un tesoro el descubrir que en Kalos los pokemóns podían superar la evolución valiéndose de Mega Piedras que los potenciaran mediante el vínculo que poseen con sus entrenadores. En cada provincia hay más especies de pokemóns, en cada una más misterios, más objetos, más experiencias grandiosas como lo son la mega evolución para los oriundos de la tierra de la que procedes.
—Gracias, señor...
—No tienes nada que agradecerme. De todas maneras, las Mega Piedras son solo rocas que vibran en una frecuencia única que les permite canalizar el vínculo entre entrenador y cierto tipo de pokemón hasta volverlo un poder capaz de superar las barreras de la evolución. Con el tiempo en ese sitio se formarán más Mega Piedras puesto que los factores necesarios están presentes. Las hay por todo el mundo, aunque la gente aún no sabe para qué sirven.
—Eso es increíble... —medité en voz alta.
—Estamos muy agradecidas con usted, señor Stone. —remarcó Iris a modo de despedida. El campeón adhirió al gesto y luego nos marchamos en dirección a la Ruta 115 mientras que él regresaba a la empresa de su padre.
Tuvimos que caminar mucho al salir de Ciudad Rostboro, hasta llegar a una barrera natural muy alta que creíamos infranqueable, de modo que buscamos rodearla, lo cual nos llevó horas hasta entender que más allá de la barrera sólo había una playa. Como no teníamos pokemóns de agua y si voladores, pedimos ayuda a Dragonite y éste nos elevó por sobre aquella formación rocosa para poder atravesarla y continuar así nuestro camino a pié.
Nos cruzamos a varias personas que nos indicaron cómo llegar a la entrada de la cueva, la cual se situaba en una montaña, y a casi medio día de haber salido de Ciudad Rostboro dimos al fin con la entrada a la cueva donde se encontraba la estructura a la que le debía su nombre: la Cascada Meteoro. La emoción en el rostro de Iris se podía adivinar a cientos de metros de distancia y yo estaba muy feliz por eso.
*****
Mientras tanto, en una región diferente, un adolescente preparaba su bolso empacando libros y libretas de cocina, ropa vieja, algunos elementos de higiene personal, cartas y mapas que consideraba necesarios y también un poco de comida pokemón.
—Muy bien Pikachu, estamos listos —decía Satoshi mientras oprimía el botoncito de la lámpara situada sobre la mesa de luz—. Mañana será un día muy importante, debemos partir en búsqueda de un viejo amigo...
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