CLASES
Hacía un calor realmente insoportable aquel mediodía, y las grandes tejas de fibrocemento del techo parecían despedir llamaradas invisibles. De la zona de duchas emergían las risotadas de las jovencitas que disfrutaban de las caricias del agua fresca. Sentada en su cama, Yolanda peinaba a Nora, que acababa de secarse y solo vestía las bragas y el sostén. Grettel llegó casi corriendo, envuelta en una gran toalla y quejándose de lo mucho que había trabajado aquella mañana: _ No seas descarada, _ dijo Nora._ que te sentaste en el surco y no disparaste ni un chícharo.
_ Y ahora para el docente a aguantarle el teque a los profesores, cuando lo que quisiera es quedarme durmiendo toda la tarde.
_ Grettel..._ llamó una voz masculina al otro lado de la persiana abierta y Yolanda distinguió una cabeza rubia y un par de ojos intensamente azules. Nora dejó escapar un potente grito y tomó una toalla para cubrirse con rapidez:
_ ¡Imbécil!_ chilló la joven con enojo.
_ Dime Tatico._ sonrió Grettel entusiasmada.
_ Dame algo de comer, anda. Mi mamá no me mandó jaba hoy. Deja que la vea. Me tiene aquí pasando hambre._ explicó el muchacho y se dirigió a Yolanda._ ¿Qué volá, Yola?
_ ¿Cómo estás, Víctor?_ sonrió la aludida.
_ Ahí, partío del hambre que tengo._ Víctor se dirigió entonces a Nora en plan broma._ Oye gorda, estás buenísima. Si tú quieres te puedo hacer un tiempito. Grettel no es celosa.
_ Mira tú, comemierda._ protestó Nora y cerró las persianas de un golpe. Luego se volteó hacia Grettel que sacaba algunas golosinas de la taquilla._ Oye mijita, a ver si le dices a tu novio que deje de asomarse por la ventana. Cuando te quiera ver que te llame por allá por la puerta.
_ Ay Nora, no seas odiosa. Víctor no va a ver en ti nada que no haya visto antes._ dijo Grettel y se dirigió a la entrada al dormitorio.
Yolanda la señaló mientras le preguntaba a Nora:
_ ¿Y ella va a salir así, envuelta en toalla?
_ ¿De qué te sorprendes? Parece mentira que tú todavía no conozcas a Grettel. Almorzaron juntas de la comida que había traído Yolanda, aunque la chica casi no probó bocado. Cada instante se sentía más fuera de lugar y estaba absolutamente segura que no soportaría mucho tiempo en aquella escuela. Cuando llegó la hora de irse a las aulas, apenas acababa de conciliar el sueño, y no tenía deseo alguno de levantarse de la cama:
_ Arriba, Bella Durmiente._ dijo Grettel tirando de ella._ Aprovecha en el aula y duerme todo lo que quieras. Los profesores y las tele-clases son pura amitritilina. Yolanda miró el par de botas nuevas y torció la boca. Casi todas las chicas calzaban así. Indudablemente aquel calzado afectaría la línea de sus pies. Aunque ya no importaba mucho, puesto que el ballet había terminado para ella, pero aún así, prefería usar sus cómodos tenis deportivos, así que volvió a guardar las botas en la parte inferior del casillero. Mientras recogían los libros que utilizarían aquella tarde según el horario, Yolanda preguntó:
_ ¿Y Lilí no está en este dormitorio?
_ ¡Ay no, gracias a Dios!_ exclamó Nora y se apresuró en tocar en la madera de la litera con los nudillos tras besarlos._ Ella se fue para el albergue cinco con una prima suya de doce grado que se llama Rosemary, y las dos son tal para cual.
_ ¿Y quiénes son esas dos chiquitas que andan con ella?
_ Son dos guanajonas que besan el suelo que ella pisa. Se llaman Gina y Yomira, aunque aquí les dicen Drizella y Anastasia, como las hermanastras de los muñequitos de La Cenicienta, porque son igual de feas y de payasas.
Yolanda se sintió mucho mejor al saber que no tenía que convivir bajo el mismo techo que Lilí, no porque le temiera, que no era el caso, sino porque le resultaría bastante desagradable tener que soportar sus provocaciones constantemente. Aquella resultó ser una tarde... interesante. Esa podría ser la palabra para catalogarla en su opinión. Tuvo dos turnos de Matemáticas con un profesor muy parecido a un gnomo, para colmo con ínfulas de psicólogo. Empleaba cinco minutos en impartir la clase y los restantes cuarenta en aconsejar a los alumnos para que fueran disciplinados y estudiosos, además de robarse unos minutos extras para vender unas barras de maní que eran pura azúcar molida. Luego se trasladaron al laboratorio de Química, y en serio odió a la profesora. Carmina era su nombre. Era la mujer más desagradable que recordaba haber conocido en toda su vida. Regordeta, pelirroja, con un rostro macilento, salpicado de pecas y ácido como la sustancia química que recibía tal nombre. Vulgar al hablar, se dirigía a los estudiantes de manera casi grosera ¿Cómo podía ejercer el magisterio una persona tan ordinaria?
El cuarto turno de clases, correspondiente a la asignatura Inglés no pudo ser impartido pues el profesor no asistió ese día por problemas de salud, por lo tanto, fueron cuarenta y cinco minutos de ocio dentro de un caluroso salón con treinta y tres estudiantes en su interior. Yolanda solamente conocía a cuatro de sus compañeros de clases: a Nora, a Grettel y a su novio Víctor, un chiquillo delgado y rubio, con un par de ojos como dos trozos de cielo y una carita aniñada con algunas marcas de acnés; y a otro chico que había estudiado con ella desde el primer grado hasta el cuarto. Su nombre era Oscar, y no había cambiado casi nada hasta la fecha. Lo recordaba igual de flacucho, de piel muy pálida, como si lo hubieran recortado en cartulina muy blanca, con una maraña de cabellos castaños, abundantes y recortados a la calabacita. Tenía ojos grises, grandes, ocultos detrás de unas anticuadas gafas de marco plástico. Si, era casi el mismo Oscar de antes, la diferencia radicaba en que era más alto, pero continuaba teniendo cara y porte de tonto, sobre todo en aquellos momentos en que se la pasaba jugueteando insistentemente con un moderno PSP.
El resto de los estudiantes de su grupo le eran totalmente desconocidos, aunque Grettel y Nora le fueron presentando a algunos, por ejemplo, a Renzo, el mejor amigo de Víctor. Renzo era realmente un chiquillo de elegante y encantadora figura para cualquier jovencita amante de los chicos lindos, con sus cabellos negrísimos, bien recortados y erizados como las púas de un puercoespín, endurecidas a causa del gel que se aplicaba para lucir de aquella manera que le confería un aire de rebeldía sensual y luciendo con orgullo una argollita de oro en la oreja derecha, además de sus ojazos oscuros y su robusto porte de príncipe, pero ahí residía justamente el problema, en que se creía que era realmente un príncipe. Sus padres y un tío, hermano de su papá, vivían en España, y él se daba la buena vida en Cuba conviviendo solo con su abuela y una tía que lo mimaban a grados superlativos. Siempre estaba coqueteando con alguna muchacha, o jactándose del tiempo en que vivió en España y lamentándose de haber regresado a Cuba y ser una víctima más de las miserias del comunismo. No obstante, Renzo le resultó bastante simpático. Un poco engreído y arrogante, pero simpático.
No pudo decir lo mismo de Betsy y Flavia, a quienes Nora les señaló no mirar siquiera por ser casi tan imperfectas como Lilí. Betsy le pareció una chica con sal y pimienta. Deslenguada y disparatada. Siempre estaba dando opiniones acerca de todo, de la manera más agresivamente posible y no mostraba temor o respeto ante nadie. Su imagen era la de una auténtica chica gótica: cabello muy negro, veteado de rojo y picoteado con originalidad, perforaciones abundantes en cada oreja, exhibiendo toda clase de pirsins y argollas, y según Grettel, hasta tenía un pirsin en el ombligo y la había escuchado presumiendo de ostentar otro en ciertas partes privadas de su anatomía. Usaba maquillaje sombrío, resaltando sus labios y sus ojos de un negro casi siniestro. El esmalte de sus uñas era negro y mostraba grotescos anillos en los dedos y brazaletes con pinchos en las muñecas. En más de una ocasión había sido requerida por los profesores por mostrar aquella imagen que no compaginaba con la institución y el uniforme escolar, pero a Betsy parecía no importarle en lo absoluto. Mientras más la regañaban, más se empeñaba en lucir de la forma que le gustaba. Yolanda se sorprendió mucho al saber que la muchacha tenía también un tatuaje justo en el nacimiento de las nalgas, y otro en un tobillo, representando este último, un botón de rosa de cuyo tallo salían par de guirnaldas con hojas y espinas que se entretejían curiosamente a lo largo del pie y de la pierna, hasta la pantorrilla. Era común escuchar a Betsy vanagloriarse de que sus padres le dieran permiso para tatuarse, y que no había sentido ni gota de dolor durante el proceso.
Flavia era todo lo puesto. Pese a que Nora y Grettel opinaran lo contrario, a Yolanda le resultó una muchachita bastante cálida, con su enmarañado y castaño cabello recogido en dos apretadas trenzas. Sus ademanes eran algo toscos y se reía de los disparates de Betsy. No usaba maquillaje ni parecía preocupada en arreglarse, como el resto de las chicas. Pero le fascinaba practicar deportes, sobre todo kárate, disciplina que practicaba antes de ingresar al preuniversitario.
Particularmente, a Yolanda le maravilló la presencia de cuatro hermanos en su grupo. Siempre había escuchado hablar de los cuatrillizos de Florida, pero no tenía el gusto de conocerlos. Ahora tendría el privilegio de hacer el bachillerato con ellos. Eran tres varones y una hembra de raza negra. Se llamaban los varones, Dalton, Diogo y Dennis, y la hembra, Denise. Aunque muy parecidos físicamente, tenían caracteres totalmente distintos.
Dalton, el primero en nacer, era el chico serio, silencioso y enigmático, todo un lord inglés en cuanto a aquello de ocultar sus emociones, y con un modo de mirar y sonreír que llamaba la atención de no pocas chicas, solo que él parecía no reparar en ninguna de ellas, aunque, el auténtico Casanova era Diogo, obsesionado con la práctica de ejercicio físico para aumentar la masa muscular de sus brazos y el torso y así impresionar a las niñas. Un joven alegre, jocoso y galante, que no tenía nada que ver con Dennis, el menor de los varones, y en general, de los cuatro. Dennis era el intelectual, el cerebro pensante, como le gustaba autoproclamarse a sí mismo. Todos tenían el criterio de que el muchacho era en verdad un superdotado, capaz de sostener una charla sobre cualquier tema, argumentando más que una enciclopedia didáctica. Siempre estaba leyendo o estudiando y poseía un mirar altivo, retador y hasta cierto punto, autosuficiente, como quien se sabe una luminaria erudita. Denise, la única hembra, había sido la tercera en nacer. Era una morena preciosa, de ojos rasgados, oscuros y brillantes, y el cabello negro lleno de finas trenzas que le llegaban a media espalda. Denise parecía una chica muy presumida y segura de sí misma. Consciente de su belleza física, hacía lucir sus encantos a través de miradas y poses atractivas que enloquecían a no pocos varones. Sobre todo por su llamativo y bien redondeado trasero.
Los cuatro hermanos mantenían generalmente un ambiente muy íntimo, absolutamente familiar, excluyente de todo aquel fuera de sus lazos sanguíneos. A pesar de ser tan parecidos, los tres varones intentaban marcar muy bien quién era cada uno. Dalton lucía un afro muy abundante, muy rizado y muy esponjoso que siempre llamaba la atención de quienes lo observaban. Diogo se había rapado los costados de la cabeza y en la parte superior mostraba algo más de cabello muy ensortijado, y Dennis tenía la cabeza totalmente rapada. De esa manera, cada uno evitaba que lo confundieran con el otro. Yolanda nunca había conocido gemelos que nos les gustara la idea de ser confundidos, o que se hicieran pasar unos por otros.
También estaba Wendy. Era la hija del director Conrado. En la opinión de Nora y Grettel, una chica sin importancia, aunque de la que había que cuidarse, ya que era la hija del jefe. Yolanda notó que casi nadie le hablaba a Wendy, parecía como si todos se empeñaran en rechazarla y hacérselo notar. Más que una muchacha fastidiosa y soplona, Wendy le pareció una chica solitaria y triste, con su mata de pelo color caoba ondulada, recogida en dos coletas que caían sin vida sobre su rostro de mirada lánguida.
Otros dos alumnos eran Aarón y María Alejandra. Eran muy tímidos e introvertidos, además de religiosos. María Alejandra era una muchachita preciosa, con su largo cabello negro suelto a media espalda, ajustado a los lados de las sienes con un par de ganchetes. Poseía un aire de modestia e inocencia que semejaba un tierno ángel. Practicaba la fe católica y siempre se mostraba distanciada. Entre los estudiantes, era conocida como La Monjita, y hasta se decía que, en cuanto terminara el bachillerato, la chica tenía pensado ingresar a un convento. Yolanda ni siquiera sabía que existieran conventos en Cuba.
Aarón, por su parte, pertenecía a otra denominación religiosa, los adventistas del séptimo día. Al ver a Aarón, Yolanda llegó a la conclusión de que era la segunda vez en el día en que veía a alguien del sexo opuesto que le impresionaba por su atractivo físico. Aunque no era tan atractivo como... ¿Cuál era el nombre del muchacho que conoció en la mañana? Bueno, el que fuese. Aarón era un joven robusto y de elevada estatura. Tenía un cabello negrísimo maravilloso, abundante y completamente rizado. En su rostro, resaltaban sobre todo las tupidas cejas que se juntaban sobre el puente de la nariz, propinándole un aspecto más varonil y sensualmente circunspecto:
_ Imagínate, _ le dijo Grettel a Yolanda refiriéndose a Aarón._ no puede asistir a clases ni trabajar los sábados porque su religión no lo permite. Hasta yo estoy pensando volverme religiosa de su iglesia.
_ Zorra, para que te boten a los cinco minutos por querer seducir a todos los hombres incluyendo al pastor de la iglesia._ la insultó Nora._ Pues yo no lo entraría a su iglesia por nada del mundo ¿Puedes crees que esa gente no come carne de puerco porque su religión no lo permite? ¡Pobrecitos! No saben lo que se están perdiendo.
Yolanda había asistido a la iglesia católica cuando era pequeña en no pocas ocasiones, pero nada relevante. Creía en Dios, en la Virgencita de la Caridad, pero no tenía tiempo para dedicarlo por entero a sus devociones, por ello, admiraba la determinación y dedicación de aquellos dos jóvenes de su aula: Aarón y María Alejandra.
Hubo un chico que le impactó profundamente y de forma negativa. Su nombre era Luis Mario, y no pasaba de ser un cínico que se las daba de muy macho. Había venido de traslado de la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE), donde había entrenado lucha grecorromana, pero le habían expulsado por mal comportamiento. En varias partes de su tosco semblante, se advertían algunas cicatrices, al igual que en su cabeza casi rapada. Una sobre todo destacaba: una marca muy visible sobre la ceja izquierda. Fumaba y le encantaba narrar sus experiencias sexuales donde las mujeres pasaban a ser meros objetos de su lujuria. Simples trozos de carne:
_ Está requetebuenisísimo._ opinó Grettel._ Pero créeme que con él no quiero tener absolutamente nada que ver. El mismo día que llegó se enredó a trompazos con otro muchacho de su albergue. Y creo que ya va por la tercera o la cuarta bronca que tiene desde que comenzó el curso. Y además de eso... ¡Fuma!
Yolanda miró a Luis Mario y sintió un ligero estremecimiento recorriéndole el cuerpo al percatarse de que él también estaba mirándola, sentado junto a una persiana en el último asiento del aula, con las piernas alzadas descaradamente sobre la mesa. No podía negar que era un chico guapo, robusto, pero su aspecto petulante la hizo enojar.
Más tarde llegó a la conclusión de que, en cada grupo siempre hay un bromista, y les había tocado, en su criterio personal, el peor de todos. Erik era un chico insoportable, rayando en pedante. Sus esfuerzos por resultar gracioso no podían ser menos infructuosos, mas, aún así, continuaba siendo la nota discordante del aula, sacando de sus cabales tanto a los profesores como a los estudiantes, contando chistes carentes de humor, lisonjeando a las chicas con frases picantes y vulgares, imponiéndole motes a quien mejor le parecía... Era un chico delgaducho. Llevaba siempre los pantalones caídos, a mitad del trasero, exhibiendo prácticamente los calzoncillos, lo cual era motivo de regaños por parte de los profesores. Tenía el cabello ensortijado, de color castaño muy claro. Sus ojos eran verdosos y penetrantes, en medio de un rostro salpicado de acné, y de ambos lados de la cabeza le sobresalían un par de orejas enormes y alargadas hacia arriba que, de ser puntiagudas le habrían dado la apariencia perfecta de un elfo.
En cuanto Yolanda entró en el aula, Erik mostró interés en ella y no le quitaba los ojos de encima, de vez en cuando le dirigía algún piropo y Yolanda solo cerraba los ojos, suspiraba y trataba de ignorarlo, incómoda por la situación. Para colmo, Erik resultó ser un amigo inseparable de Víctor y Renzo, lo que significaba que estaría forzada a verlo casi en todo momento.
En verdad no fueron pocos en el salón de clases los que se sintieron curiosamente atraídos por la chica nueva que provenía de la escuela de arte. Gracias a Dios, Nora y Grettel mantuvieron a todos a raya. No era fácil ser la nueva. Yolanda tenía la sensación de ser un bicho raro en exhibición en medio de una feria de fenómenos, donde el gran premio le correspondía a ella.
Los dos últimos turnos de la tarde correspondían a la asignatura Español y Literatura, que era impartida justamente por el profesor guía del grupo. Yolanda llegó a sentirse en verdad intimidada ante aquel joven de veintisiete años, de raza negra, pelado al rape, con unos ojos grandes y expresivos como la boca de gruesos labios. Su expresión era tan pétrea que casi resultaba siniestra. Además, le llamó la atención lo formal de su manera de vestir. Llevaba unos pantalones de corte inglés de color beige, una camisa de mangas largas de un suave color azul, con las mangas dobladas hasta los codos y un chaleco de color gris ceniza. Aquella indumentaria le confería un aire aún mayor y de respeto. En cuanto puso un pie en el interior del aula, todas las voces enmudecieron, y aquellos fueron los únicos turnos de clases en los que reinó una calma total. Ni Erik se atrevió a hacer de las suyas:
_ El tipo se llama Diego y es un vómito._ explicó Grettel en un susurro._ No usa las tele-clases, porque dice que el maestro es él y que un televisor y un video no pueden ocupar su sitio. Desde que llegó el primer día puso las cartas sobre la mesa y dijo bien claro que le pagan por impartir clases, no para soportar malcriadeces. Siempre tiene esa cara de criminal y no se ríe pá nadie. Ah, y hay que entrar antes que él al aula porque si te demoras un segundo nada más después que él ya entró, te quedas fuera.
Yolanda tragó en seco y se encogió en el asiento. Aquel hombrecito diminuto y menudo la asustaba, no sabía porqué. Creyó morirse cuando él se aproximó a su asiento y mirándola fijamente, preguntó: _ ¿Es usted la alumna transferida de la E.V.A?
Apenas pudo asentir con la cabeza. Y entonces de dio cuenta de que había venido sentada a su lado en la guagua de los profesores. Habían sido compañeros de viaje. El profesor Diego permaneció unos segundos junto a ella, mirándola por encima de sus lentes de marco dorado y continuó luego paseándose por el aula, mirando distraídamente la labor de los estudiantes que escribían en sus cuadernos:
_ Bienvenida al preuniversitario._ dijo con voz desganada mientras se alejaba y empleó un tono más firme al decir._ Señor Luis Mario por favor siéntese correctamente... Señorita Denise, si fuera usted tan amable de guardar ese espejito y dejarlo para cuando vaya a un salón de belleza o a su dormitorio... Señor Erik, le agradecería enormemente que dejara de reírse, puesto que nadie ha contado ningún chiste, y si no puede evitar querer ser el centro de atención durante mis clases, le autorizo salir del aula, lo malo es que no podrá entrar más a ella.
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El sol comenzaba a desaparecer entre un racimo de nubes apretadas, en una explosión de tintes rojos, grises y dorados luminosos. Yolanda contempló nostálgicamente como se alejaba el ómnibus de los profesores y algo en su garganta y su pecho se contrajo. Era una sensación de vacío, mezclado con tristeza y desesperanza. Su mirada se perdió más allá del desvencijado portón de entrada a la escuela, por encima de las tupidas masas de marabú apiñadas frente a la instalación, al otro lado del incómodo y polvoriento terraplén. Le resultaba una imagen deprimente, pero ella parecía ser la única afectada. No comprendía exactamente porqué le afligía tanto. Su antigua escuela estaba en medio de un campo extenso y casi desolado. La diferencia, era que ella amaba su antigua escuela, y hubiera amado más aún estudiar en la Academia de Artes Vicentina de la Torre, enclavada en plena ciudad de Camagüey, de no haber sido por aquella horrible mujer, la directora de la academia, que en un mínimo instante había hecho trizas todos sus sueños.
Caminó con pasos lentos por el pasillo que bordeaba la nave docente, hundida en sus pensamientos y recuerdos. Extrañaba su anterior escuela, a sus antiguos profesores y compañeros de estudio. Extrañaba su vida, tal y como era antes, y odiaba la actual, la que apenas estaba empezando. Reprimió un gemido y apretó con fuerza los libros y cuadernos contra su pecho, empeñada en no llorar, en no mostrarse tan débil. Soportaría como pudiese los días que faltaban antes de salir de pase a su casa, y en cuanto llegara le diría bien claro a sus padres que no pensaba regresar más a aquel sitio. Estudiaría gastronomía, o ingresaría en un politécnico o la escuela de oficios si era posible, pero no volvería al IPUEC bajo ningún concepto. Solo lo lamentaba por Grettel y Nora, ellas se disgustarían mucho y le reclamarían, pero su decisión ya estaba tomada.
Ellas dos sí se habían adaptado, les agradaba el ambiente escolar, aunque casi siempre se estaban quejando por las cosas que no les gustaban, principalmente Nora. Yolanda las divisó sentadas en uno de los bancos que bordeaban la plaza escolar, en la que también estaba ubicada el área para las prácticas de Educación Física y el deporte opcional. Grettel romanceaba con Víctor, mientras Nora leía una revista de modas y devoraba distraídamente un paquete de galletas. Varios estudiantes jugaban fútbol en la plaza, anotando goles a través de improvisadas porterías hechas con pedazos de ladrillos. Reconoció a Renzo y a Luis Mario entre los jugadores. Se escurrió un mechón de cabellos tras la oreja y se dirigió al albergue, tratando de que sus amigas no la vieran. No tenía ánimos para sentarse a conversar de tonterías, como de seguro ocurriría. La tarde continuaba cayendo lenta y majestuosamente y la sensación de vacío en el pecho de Yolanda crecía más, y más, y más... ¡PUM...!
Yolanda se tambaleó, sintiendo un fuerte dolor en la cabeza, y se vio sentada en el suelo, mientras a su alrededor sonaban rechiflas y risas de burla. Instintivamente se llevó una mano a la cabeza para comprobar si sangraba, pero por suerte no. Alguien llegó corriendo y se acuclilló junto a ella. Por un momento creyó que era alguna de sus amigas:
_ ¿Estás bien?_ preguntó una voz masculina que extrañamente le resultó familiar.
_ ¿Tú qué crees?_ contestó sarcástica y miró a la persona inclinada sobre ella. Seguía sin recordar su nombre, pero de algo estaba consciente: lucía más guapo que en la mañana, con aquella camiseta ajada que dejaba al descubierto la amplitud de sus hombros, de su prominente espalda, su cuello y sus brazos bien definidos, salpicados de lunares, y aquellos pantaloncillos que mostraban un par de piernas esculturales, atléticas, depiladas... Pero... ¿En qué estaba pensando? Él acababa de golpearla con un balón y ella se deleitaba en admirar su irresistible figura cuando lo que debía hacer era propinarle un buen y merecido escándalo:
_ ¿Tú?_ gruñó casi al mismo tiempo que él hacía la misma pregunta.
_ ¿Puedes ponerte de pie?_ quiso saber el muchacho con una sonrisa amable en los labios... aquellos deliciosos labios.
«_ ¡Ya basta!_ » se dijo Yolanda con enojo y manifestó con tono cortante.
_ En este momento no coordino muy bien de lo que soy capaz.
Nora y Grettel llegaron corriendo, muy preocupadas:
_ Yola ¿Estás bien?
_ Tremendo pelotazo te dieron. Lo dije desde el primer día, esos juegos salvajes, practicados precisamente por salvajes deberían estar prohibidos. Esto no es un estadio de fútbol, es un lugar por donde deben transitar las personas sin temor de morir producto al afán absurdo de un montón de bestias fanáticos de Beckham, Messi, Ronaldo, Casillas y otros tantos. Alguien puede resultar lastimado y ya ven, yo tenía razón.
_ Nora cálmate._ pidió Yolanda mientras se ponía en pie ayudada por el muchacho y un poco sorprendida por la forma en que su amiga había nombrado a tantos jugadores de fútbol ¿Era una fanática oculta del deporte o simplemente le atraían los jugadores? Aún le dolía el golpe, pero se sentía relativamente bien. No sentía mareos ni nada similar y poco a poco sus sentidos regresaban a la normalidad. Veía y escuchaba perfectamente.
_ ¿Te acompañamos a la enfermería?_ sugirió Grettel.
_ No exageres, me siento bien. Ya no se preocupen.
El joven recogió el balón del suelo:
_ Oye, lo siento. Fue sin mala intención, te lo juro.
_ Más vale que haya sido así, _ dijo Yolanda._ o para la próxima matarán a alguien.
_ Tendremos cuidado._ sonrió él mientras le guiñaba un ojo._ Oye ¿Y por fin me vas a decir tu nombre?
Nora y Grettel enfocaron toda su atención en la pareja, con miradas jocosamente malintencionadas. Yolanda advirtió el brillo malicioso en sus semblantes:
_ ¿Por qué tanto interés en saber cómo me llamo?
_ No sé, quizás porque si te ingresan producto al pelotazo que te di, cuando vaya a visitarte al hospital tendré que decir tu nombre para que me indiquen en cuál sala y cama estás.
_ ¡Vaya!_ exclamó Yolanda encogiéndose de hombros._ Esa posibilidad no me causa ninguna preocupación.
_ No es que el pelotazo te vaya a afectar, no pienses mal, pero...
_ Por lo visto eres una persona que no desecha ninguna posibilidad ¿Cierto?
Él alzó los hombros y su sonrisa se hizo más amplia, más luminosa:
_ ¿Qué te puedo decir? Me gusta pensar en todo.
Yolanda lo miró por un instante y soltó una risita. Era encantador, pero no se dejaría pillar ¿Para qué alimentarle las esperanzas y alentarlo a interesarse en ella?
_ Adiós... eh...
_ Joel._ le recordó él tendiéndole una mano, que ella estrechó tras dudarlo un momento.
_ Si, ah... disculpa, pero se me había olvidado tu nombre. De hecho, no le pude dar a la secretaria tu recado justamente por eso.
_ No te preocupes, estoy seguro de que ya no se te olvidará más.
La chica dibujó un mohín irónico:
_ ¿Qué te hace estar tan seguro?
_ Intuición._ respondió Joel.
_ ¡Dale viejo, deja la conversadera y acaba de tirar la pelota! _ exigió Renzo desde la plaza.
_ ¡Gracias por la preocupación, Renzo!_ gritó Grettel con una mueca.
_ ¡Por nada!_ sonrió el muchacho mientras corría junto a los demás jugadores, cuando Joel regresó y pateando la pelota, dio continuidad el partido.
Yolanda movió la cabeza suavemente ¿Cómo era posible que luego de golpearla salvajemente, no mostraran ni un ápice de interés por ella? Todos, exceptuando a Joel, claro. Él había sido un perfecto caballero y... a Yolanda no le agradaba para nada que Nora y Grettel quisieran saber todos los detalles de cómo, dónde y cuándo lo había conocido:
_ Se llama Joel..._ comenzó a chillar Grettel con entusiasmo.
_ Ya lo sé._ masculló Yolanda dejándose arrastrar por sus dos amigas. _... está en doce grado, _ continuó la chica sin prestarle atención._ es de Camagüey y es un mango.
_ Para ti todos son mangos._ observó Nora con una mueca.
_ ¡Pero Joel sí lo es! Si yo no quisiera tanto a mi Tatico, créanme que no desaprovecharía la oportunidad de enredar a Joel.
_ La cuestión es si él se dejaría enredar por ti._ rió Nora.
_ ¡Ay gorda! Ya cállate, deja que Yolanda acabe de contarnos.
_ No hay nada que contar, muchachitas, en serio.
_ Si, como no._ farfulló Grettel e insistió._ ¡Habla de una vez! ¡Queremos saber todos los detalles!
_ Tú quieres saber todos los detalles._ rectificó Nora.
Yolanda tuvo que narrar ampliamente como fue su primer encuentro con Joel, y palabra por palabra, reproducir la breve charla sostenida con él. Para Grettel, fue la historia más romántica jamás escuchada, para Nora, no fue otra cosa sino un desafortunado encuentro:
_ Estos tipitos de doce grado solo quieren pescar a una niñita de décimo, para jugar con ella, aprovecharse y luego botarla cuando se aburran.
_ Eres tan pesimista._ se quejó Grettel.
_ Soy realista. Ustedes dos abran los ojos y despierten... Son varones, adolescentes con las hormonas en ebullición, lo cual significa que no piensan ni con la cabeza ni con el corazón, sino con sus órganos genitales.
_ Por Dios, Nora, qué gráfica eres._ observó Yolanda.
Continuaron la discusión, incluso cuando llegaron al albergue y mientras se duchaban, y para suerte de Yolanda, el nombre de Joel no volvió a escucharse. Le resultaba incómodo el interés de sus amigas por ella y el muchacho, como si creyeran que entre ambos fuera a surgir un romance ¡Qué absurdo! Acababan de conocerse, ella no sabía absolutamente nada acerca de él, excepto su nombre y que cursaba el duodécimo grado. Además, no tenía la más mínima intención de tener novio, por muy atractivo que fuese.
Afuera ya había anochecido casi completamente, a pesar del horario de verano. Nuevos toques a la rústica campana anunciaban que comenzaba el tiempo de comida para décimo grado y el de autoestudio para onceno y duodécimo. Y cuando estaban a punto de salir hacia el comedor, todo se oscureció. Un coro de lamentos se elevó de todas partes y la sensación de vacío en Yolanda se incrementó. Un apagón venía siendo la cereza del pastel que simbolizaba aquel día.
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La falta de electricidad duró varias horas. Ni siquiera tenía apetito en aquel comedor oscuro, iluminado débilmente por unas chismosas que humeaban y apestaban a petróleo. Los estudiantes estuvieron sentados alrededor de la plaza o en las entradas de los dormitorios en pequeños grupos, conversando, riendo y espantando los molestos mosquitos que más parecían caballos alados, de lo grandes que resultaron, mientras aguardaban el regreso del fluido eléctrico. El calor era insoportable y Yolanda no podía entender como nadie protestaba por aquella desagradable situación. Incluso, varios estudiantes no habían podido bañarse pues la reserva de agua se había terminado y habría que esperar al restablecimiento de la electricidad para conectar la turbina. Escuchaba a Grettel y a Nora reírse a carcajadas con los chistes groseros de Renzo y los infructuosos intentos de Erik por resultar gracioso y acercarse a ella. Pero en el fondo solo ansiaba estar bien lejos de allí, preferentemente en su casa, en su cama, en compañía de sus padres e incluso, del insoportable de su hermanito.
Cerca de las diez, todo se iluminó y los gritos de alegría resonaron en medio de la noche campestre. Los profesores de guardia dieron la orden a los estudiantes de retirarse a los dormitorios a descansar, y los jóvenes se fueron marchando poco a poco a sus respectivos albergues. En aquella hora, era típico ver a las parejas de novios despidiéndose, como en el caso de Grettel y Víctor, quienes se dieron las buenas noches con un beso que fue casi eterno y que uno de los profesores tuvo que interrumpir. Era una noche bastante calurosa y no pocas alumnas del dormitorio de Yolanda hicieron fila para ducharse antes de ir a la cama. La muchacha dejó restos de frescura en su cuerpo y se vistió un ligero juego de dormir de un tierno color azul, se recogió el cabello en un embrollado moño y se acostó bajo la mosquitera de tul, escuchando lejanamente el parloteo de Nora y Grettel, peleando puesto que la primera no dejaba de comer de manera compulsiva.
Uno de los profesores, el jefe de la guardia de esa noche, se paró en la entrada y les dio cinco minutos para que terminaran de arreglarse, apagaran las luces y se acostaran. Sin embargo, las estudiantes de décimo grado del albergue número uno, no tenían intenciones de obedecer, o por lo menos, no algunas. Betsy, intranquila y molesta por el calor y la falta de sueño, agarró su maleta, y sentada en el suelo, en medio del pasillo central del dormitorio, armada con dos pedazos de madera, comenzó a tocar rítmicamente. No transcurrieron ni diez segundos y otras muchachitas se sumaron, algunas con palmas, otras, también con trozos de madera, golpeando al ritmo los tubos de las literas. Grettel corrió entusiasmada a sumarse a la improvisada conga nocturna, mientras Yolanda y Nora, desde sus camas observaban la escena, y estaban seguras que no tendría un buen final: _ Verás que van a venir a regañarlas._ notó Nora devorando un trozo de panqué. Y tal como lo predijo sucedió. En el umbral de la puerta apareció la figura regordeta y desagradable de Carmina, quien era una de las profesoras a cargo esa noche. La mujer explotó al momento:
_ ¿Ustedes son comemierdas o qué? ¿No ven la hora que es? ¿Ya no les dijeron que se acostaran a dormir o tienen los oídos llenos de porquería? ¡Arriba, pá sus camas ahora mismo que voy a apagar las luces ya! ¡Partía de culicalientes que son todas!
Las alumnas corrieron rápidamente a sus literas, excepto Betsy, que parándose con toda calma encaró a Carmina diciéndole muy seria:
_ Oiga, no ofenda.
_ Mira, tú cállate, que eres la promotora de todo este relajo.
_ Lo que usted diga, pero no tiene porqué ofender._ rebatió Betsy alzando la voz al mismo nivel que la profesora Carmina.
_ ¡Digo lo que me de la gana, porque bastante grandecitas que están y ya tienen la cabeza llena de machos pá que estén comiendo tanta p...!
Yolanda se cubrió los oídos para no escuchar la voz chirriante de aquella desagradable mujer que las regañaba de forma tan inapropiada. Flavia tuvo que poner todo su empeño en convencer a Betsy para que se callara:
_ ¡No me da la gana que me ofenda! ¡Ella será muy profesora y todo, pero si quiere que yo la respete me tiene que respetar!
_ ¡Mañana mismo se lo voy a decir a tu tío Rufino en cuanto llegue!_ amenazó Carmina a toda voz.
_ ¡Dígaselo a quién le dé la gana!_ bramó Betsy.
Carmina estaba más que furiosa, y de su boca solo brotaban amenazas, sapos y culebras. Finalmente apagó las luces y se marchó, despotricando rabiosamente. Los murmullos entre las chicas a causa del incidente flotaron durante un buen rato en las tinieblas del dormitorio, pero más tarde ya se habían extinguido, y solo los ruidos propios de la noche reinaron: la brisa nocturna agitando las ramas de los arbustos que en las sombras semejaban brazos y manos artríticas, el canto de los grillos, el pulular de las solitarias lechuzas. Un concierto de sonoridades dispares, sin incluir los finos ronquidos de Nora.
A través de la persiana se filtraba la claridad lechosa de la luna, creando una atmósfera sombría y tétrica. Yolanda se movió incómoda sobre la cama. No tenía sueño y la sensación de rechazo a la escuela crecía más y más dentro de su pecho. Casi sin darse cuenta se hizo un ovillo y comenzó a sollozar en silencio, humedeciendo la almohada. Sentía deseos de romper a gritar, deseos de no estar allí, en aquel horrible sitio. Echaba de menos el antiguo dormitorio de su escuela, a sus antiguas compañeras de estudio, amén de sus profesores. Ninguno habría hablado jamás de la manera en que Carmina lo había hecho esa noche.
En su opinión, había sido un día horripilante y todo había iniciado con el desagradable encuentro con Lilí, quien durante el apagón, se había tomado la molestia de cruzar cerca de donde estaba sentada con sus amigos, acompañada de Gina y Yomira, para provocarla con sus desagradables ironías. Aunque, sus encuentros con Joel no habían sido tan malos, exceptuando claro, el de la tarde, cuando recibió el descomunal pelotazo en la cabeza. Él había sido quizás, lo único bueno acontecido aquella jornada, y no podía negar que la había impresionado. En la E.V.A. ningún muchacho le había llamado nunca la atención, (a excepción de Oliver, su pareja de baile que había llegado incluso a enamorarla, aunque Oliver nada tenía que ver con Joel) por tanto, era la primera vez que alguien del sexo opuesto la impactaba de esa manera... ¡Qué estupidez! Yolanda sacudió la cabeza sobre la almohada, se volteó, cerró los ojos e intentó conciliar el sueño.
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