CITA
Dolores, la tía de Yolanda, hermana de su mamá, ya la estaba esperando, juntamente con Leopoldo, su esposo, y Angelita, su adorable y extremadamente entusiasta y presumida hija. Joel se despidió muy cortés y concretaron que pasaría a recogerla a las seis de la tarde para ir a cenar. Angelita tenía veinte años y estudiaba periodismo en la universidad. Tanto ella como Yolanda eran igualmente altas y con garbo. Yolanda la adoraba. Era como una versión aún peor de Grettel. Su prima era disparatada, indiscreta y bulliciosa, y con un exquisito y altamente desarrollado buen gusto por la moda, teniendo en cuenta que desde los cinco años había estado inmiscuida en grupos de modelaje y pasarelas. Angelita era adicta a la alta costura, y Yolanda bien sabía de la obsesión de su prima por íconos de la moda de mitad del pasado siglo, durante la época dorada de Hollywood, sobre todo. Aunque su mayor admiración la dirigía hacia Donatella Versace, la empresaria italiana y diseñadora de modas, de quien copió su pasión por los tacones de aguja, los cuales eran su estilo de calzado favorito.
En cuanto Angelita tuvo todos los escuetos detalles acerca de la misteriosa cita, tras haberse reunido aparte con Joel antes de que se marchara, puso manos a la obra en disponer a su queridísima prima para la ocasión. A su entender, contaban con muy poco tiempo. Lo primero: una limpieza de cutis en el rostro. Lo segundo: manicure y pedicura. Yolanda admiró el tono rojo sangriento de sus cuidadas y no muy largas uñas de las manos y también las de los pies, mientras su prima le llenaba la cabeza de rulos. Se negó horrorizada a llevar a cabo el tercer paso: depilación. El día anterior se había rasurado las piernas, aunque su pánico y su negativa fueron aún mayores cuando su prima le aclaró que no se refería a depilar las piernas, sino otra zona más íntima.
Luego vino la parte más difícil: elegir la ropa adecuada. El armario de su prima estaba atestado de todo tipo de prendas de vestir, sin mencionar los zapatos y los accesorios. Era como jugar a las cuquitas, o a vestir y desvestir un maniquí, solo que la muñeca, era ella misma. Llegaron a la conclusión de que, si se trataba de un lugar elegante, como le había adelantado Joel, lo ideal sería que usara un vestido, y de esos, la alocada Angelita tenía en cantidades astronómicas. Largos, medianos, cortos, muy cortos. Escotados, con mangas, con tirantes. De color entero, estampados, de diseños muy simples hasta más complejos y glamurosos. Estuvieron más de una hora en aquella improvisada pasarela. Yolanda no quería nada ostentoso ni fuera de lo común. Solo le interesaba lucir bonita para Joel y punto. Aquel deseo suyo provocó una pausa en la búsqueda. Angelita notó el interés que despertaba el muchacho en su prima y lo ansiosa que esta se ponía cuando lo mencionaba. Le hizo preguntas acerca de cuánto hacía que se conocían y el tiempo que llevaban de noviazgo. La reacción de Yolanda fue inmediata al aclarar, que, salvo una buena amistad, no había nada más entre ellos, aunque, cuando su prima mencionó que pronto podría haber algo más, no alegó comentario alguno. Angelita sentía curiosidad por saber la causa de que, si había tanta atracción entre ambos, no hubiesen formalizado una relación.
Yolanda le platicó de cómo se habían conocido, de cómo habían ido intimando poco a poco. Le contó incluso acerca de Rosemary y sus acosos y ataques de celos. Le habló a Angelita de los cortejos de Joel y de su miedo a formalizar un noviazgo, teniendo en cuenta que jamás había tenido un novio:
_ Yola, eso no es nada del otro mundo. Es simplemente alguien del sexo opuesto con quien compartirás unos cuantos besos con lengua y caricias calientes.
_ No lo veo así.
La muchacha suspiró profundamente:
_ ¿En serio somos parientes?... Para ti es lógico. Todavía eres una muchachita inocente y llena de ilusiones románticas. Yo soy mayor que tú y tengo más experiencia.
Yolanda la golpeó ligeramente en un hombro:
_ Si, demasiada experiencia, diría yo.
_ Por supuesto, principalmente en cuestiones amorosas.
_ No te lo discuto._ sonrió Yolanda.
Hicieron una pausa y de repente, Angelita dijo:
_ Yola, es normal tener miedo antes de confiar en alguien, porque para dar el paso de empatarse con cualquiera, supongo que es necesario confiar y creer en esa persona. No sé, pero me parece que un noviazgo, es algo así como una amistad entre dos personas que se besan y tienen sexo. Tú y Joel tienen lo primero, la amistad, ahora solo les falta lo segundo.
Yolanda le lanzó una mirada cautelosa:
_ Te refieres a los besos ¿Verdad?
Su prima rompió a reír:
_ Si, a los besos. En serio, a veces me pregunto si de verdad compartimos los mismos genes. Logras sacarme de quicio, te lo juro sobre la tumba de Coco Chanel.
Aquella expresión hizo que Yolanda se riera, recordando a Salim y sus extravagantes gustos por la moda:
_ ¿De qué te ríes?
_ Es que me recordaste a Salim.
_ ¿Quién es esa?_ preguntó Angelita enarcando una ceja mientras contemplaba la labor que hacía en el cabello de su prima.
_ No es una ella, es un él, aunque bueno, eso sería bastante discutible en ciertos casos... ¡En fin! Salim se parece mucho a ti. Le encanta la ropa de marca y todo lo que tenga que ver con pasarelas y el universo de la moda. Es fanático de las actrices y los actores de las películas viejas y siempre está soltando frases como:
¡Por Santa Cher! ¡Por Santa Julia Roberts!
_ Me encantaría conocer a ese tal Salim que tiene tan buen gusto. Y volviendo al tema de tu galán... No sé qué estás esperando. Ese Joel está más bueno que un par de zapatos de suela roja. Mira, si no te decides a nada con él, podrías, no sé... ¿Cedérmelo?
_ Ni lo sueñes._ sonrió Yolanda con picardía y armándose de un gran muñeco de peluche, la emprendió a golpes con su prima, que se defendió tomando un cojín forrado de terciopelo.
En medio del juego, a Angelita le vino a la mente que tenía el vestido, los zapatos y todo el resto del conjunto ideal para que luciera perfecta esa noche:
_ Créeme Yola, tu galanazo va a quedar sin palabras cuando te vea. Sin palabras y mucho más enamorado de lo que está.
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Una vez más, Yolanda observó su imagen reflejada en el gran espejo de la habitación de su prima. Le costaba creer que la muchacha que aparecía allí era ella. Desde la sesión de fotos de sus quince años, no había sufrido una transformación similar. Su prima le había hecho un complejísimo peinado lleno de bucles que le caían en cascada sobre el cuello y los hombros. Le había aplicado en el rostro una capa de maquillaje, resaltándole suavemente los ojos, los pómulos y los labios con tonos suaves.
Había encontrado el vestido adecuado. Ni muy corto, ni muy largo. Estilo strapless, con un chal de seda negra a juego, recamado en lentejuelas rojas. El vestido era negro, con detalles florales en rojo muy vivo, cubierto de piedrecillas y laminillas escarlatas. La falda tenía abundantes pliegues y bajo esta se advertía una sayuela de tul duro, también en negro. Los zapatos eran combinados. Unas graciosas cuñas negras no muy altas, con correas de igual color y piedras rojas engarzadas. Completaban el conjunto la cartera, como un estuche pequeño cubierto de gamuza negra, dos sencillos, pero vistosos pendientes de piedras rojas y un collar artesanal que combinaba perfectamente con todo lo anterior.
Unas gotas de Channel en el cuello y punto. Estaba perfecta, o por lo menos en la opinión de su prima y sus tíos. La reacción de Joel era la que más le importaba y preocupaba. Nuevamente se miró, dio una vuelta en redondo, muy despacio, admirando su esbelta y elegante figura ataviada de aquella forma. Se humedeció los labios, advirtiendo el ligero sabor a frambuesa del pintalabios que se había aplicado. Angelita llegó corriendo entonces, exaltada, anunciándole que Joel ya la esperaba en la sala. Las piernas de Yolanda casi se doblaron ante el impacto de la noticia:
_ Deja que lo veas. Te vas a quedar sin palabras tú también... ¡Oh my God! ¡Menudo mangazo te buscaste, prima! ¡Qué envidia te tengo! ¡Lástima que le llevo unos añitos al Joelito ese!
_ Creí que sería él quien quedaría sin palabras cuando me viera a mí._ gimió Yolanda.
_ Igual. Yo creo que los dos se impactarán mutuamente en cuanto se tiren un look... ¡Soy un talento natural! No lo puedo negar.
Joel estaba sentado en una butaca, sacudiendo levemente una pierna con impaciencia. Los tíos de Yolanda intentaban entablar una plática ocasional en la cual él no tenía ni el más mínimo interés. Creía haber transcurrido una eternidad desde que llegó, y no los escasos minutos que realmente habían pasado. Se había puesto una refinada camisa de seda china roja, con un pantalón negro de corte inglés y una chaqueta a juego, con zapatos negros italianos, de piel.
Yolanda hizo su entrada en la estancia. Joel se puso en pie. Una vez más, para ambos el tiempo pareció detenerse. Era como si hubiesen quedado solos en el universo, como si nada más importara, solo ellos dos allí, uno frente al otro, vestidos como los protagonistas de la más hermosa historia de amor jamás escrita. Avanzaron uno hacia el otro sumergidos en la magia de aquel momento tan suyo, tan íntimo, tan anhelado.
Un flash luminoso los hizo volver a la realidad. Angelita los estaba bombardeando fotográficamente con una pequeña cámara y Dolores no hacía más que deshacerse en halagos para la pareja. Turbados, Joel y Yolanda sonrieron torpemente y posaron a regañadientes para unas cuantas fotos más. Fue Leopoldo quien los libró de aquella tortura, alegando que llegarían tarde a donde sea que fueran a ir. Joel prometió cuidar de Yolanda y traerla temprano a casa. En cuanto salieron a la calle, se sonrieron y respiraron aliviados al verse libres de tanta incomodidad. Finalmente pudieron admirar sus atuendos en voz alta y sin testigos:
_ Bueno y... ¿A dónde vamos?_ preguntó ella enlazando su brazo al de él.
_ La primera parada es a cenar en un sitio muy especial.
_ Suena bien._ sonrió Yolanda.
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El Carmen era el restaurante de moda por aquellos días. Recientemente inaugurado, gozaba de popularidad y preferencia entre ciertos sectores elitistas de la ciudad. No fue la elegancia de la decoración del sitio perfectamente aclimatado, con sus enormes cuadros colgados en la pared, representando escenas de ballet, y las mesas correctamente dispuestas con una cubertería reluciente y magníficas copas y vasos de cristal sobre manteles carmesí a tono con el tapizado de los cómodos muebles. A Yolanda lo que en verdad le causó admiración fue el hecho de que toda la ambientación, e incluso, los platos del menú, hacían referencia al ballet Carmen, _cuya coreografía había sido creada en 1974 por el coreógrafo Alberto Alonso, hermano de Fernando Alonso y cuñado de Alicia Alonso, los tres, fundadores del Ballet Nacional de Cuba y la escuela cubana de ballet._ con la música compuesta por el ruso Rodión Schedrín, basada en la ópera Carmen, de George Bizet: Entrée, coda, pas de deux, pas de trois, todos aquellos términos que ella tan bien conocía, devenían en conjuntos de platos que la casa ofrecía en su menú.
Yolanda devolvió una nerviosa sonrisa a la joven maître, que le entregó cortésmente los menús y se alejó en espera de que hicieran su solicitud. Su mirada recorrió otra vez el lugar, inundado sonoramente por instrumentales de Richard Clayderman y las charlas animadas de los pocos comensales presentes. Un grupo de extranjeros, españoles, por su acento. Una pareja de mediana edad y una familia cuyos niños no podían ser más intranquilos. Cuando supo que iba a cenar a un lugar, se imaginó un sitio más simple. Aquello era casi inadmisible: _ Me apetece como entrada una crema Virginia. Es deliciosa, te la recomiendo, a no ser que hayas elegido lo que quieres.
Yolanda cerró el menú y se inclinó para susurrarle:
_ Joel, este sitio es súper caro, y no precisamente en moneda nacional.
El muchacho también se inclinó mientras sonreía:
_ Oye, tranquila. Todo está bien... Ahora será mejor que nos demos prisa en pedir y comer o llegaremos tarde a tu sorpresa.
Yolanda, no muy convencida volvió a abrir el menú, pero cada vez que se fijaba en los precios de los platos, se le ponían los pelos de punta. Además, todo le parecía delicioso. La maître regresó con una sonrisa afable que parecía grabada a fuego en sus labios. Traía una libretita y un bolígrafo, presta a tomar nota: _ Voy a pedir lo mismo que tú._ determinó intentando sonar indiferente.
_ OK..._ Joel se volteó a la empleada._ Ponga dos cremas Virginia, dos bistec canciller con su guarnición de papitas fritas, también dos ensaladas mixtas de vegetales. Y de postre, tráiganos helado.
_ Solo tenemos chocolate._ especificó la joven maître.
_ ¿Te gusta el chocolate?_ preguntó Joel a su acompañante.
_ El chocolate está bien, si._ consiguió responder Yolanda, apenas con aliento.
_ ¿Van a beber algo?
¿Qué? Eran menores de edad, o al menos, ella lo era ¡Qué pregunta tan absurda! Ah, por supuesto, aquella muchacha no lo sabía, y ella y Joel eran bastante altos de estatura como para pasar por jóvenes adultos:
_ Dos piñas coladas, sin alcohol, por favor._ pidió Joel con aquella sonrisa suya que la hacía derretir y que en la maître parecía ejercer un efecto similar.
¡Vaya! Como si no tuviera ya suficiente con Rosemary como rival. Él parecía estar bastante cómodo y relajado ¿Acostumbraba a frecuentar aquel sitio? ¿A cuántas muchachas había invitado a cenar anteriormente? ¿Rosemary había ido también allí con él? Solo de pensarlo se sintió indispuesta. Por suerte, llegó nuevamente la joven con sus bebidas en dos grandes copas, donde sobresalían las pajillas y dos lonjas de piña. Joel propuso un brindis:
_Por el grupo y el festival._ sonrió alzando su copa.
Yolanda levantó la suya:
_ Por nosotros... Para que esta sea una noche especial.
Joel no atinó a reaccionar inmediatamente. Las palabras de Yolanda le habían sorprendido sobremanera y ella sonrió amplia y provocativa al darse cuenta. El choque cristalino de las copas los envolvió sutilmente y sorbieron sus bebidas, sin dejar de mirarse.
¡Hummm...! Delicioso. Yolanda jamás había probado algo tan exquisito ¡Qué importaba si él había traído anteriormente a otras, incluyendo a Rosemary la cuatrera! Ahora era ella quien estaba allí y muy consciente del efecto que causaba en Joel. No era precisamente una experta en el arte de la seducción, de hecho, no tenía ni la menor idea de cómo seducir a alguien. Suponía que era algo natural y luego de ver el solapado nerviosismo de su acompañante, llegó a la conclusión de que no lo estaba haciendo tan mal y que esa era la senda que debía continuar. La cena estuvo deliciosa, aunque excesiva. Ella no acostumbraba comer tanto, pero un día era un día. Por un momento pensó en Nora. Su amiga no lo pensaría dos veces y pediría todas las delicias del menú, si tenía en cuenta su afición a comer, no por gusto tenía aquella complexión tan robusta. Joel consultó su reloj mientras degustaban el postre:
_ Creo que debemos apurarnos o llegaremos tarde a tu segunda sorpresa.
_ Y no queremos que eso ocurra._ sonrió Yolanda.
Joel solicitó la cuenta y dejó a la maître una nada despreciable propina. Salieron a la calle, a la fresca nocturnidad. Había pocos transeúntes. Yolanda se colgó de un brazo del muchacho, acurrucándose contra él:
_ ¿Y ahora qué rumbo llevamos?
_ Estás a punto de descubrirlo.
Caminaron en silencio. Yolanda se deleitó en contemplar las vidrieras iluminadas de las tiendas, hasta que se percató que llegaban a la Plaza de la Merced y enfilaban por una callejuela estrecha. De repente se vio invadida por una extraña sensación de recelo. Sus manos se aferraron con fuerza al brazo de Joel, pero el muchacho prosiguió la marcha, sonriendo sin mirarla:
_ Hemos llegado._ sonrió deteniéndose ante una pequeña plazoleta.
Lejos de alegrarse, Yolanda permaneció seria. Conocía perfectamente aquel sitio. Había bailado allí infinidad de veces, cuando aún creía que los sueños se hacían realidad. El Teatro Principal estaba plenamente iluminado y ante su fachada, un centenar de personas se arremolinaban y comenzaban a adentrarse en la edificación:
_ ¿Qué significa esto, Joel?_ preguntó Yolanda con voz gutural.
Él sacó dos entradas del bolsillo de su chaqueta:
_ ¿Olvidas que día es hoy? Es primero de diciembre. Es el aniversario de fundación del Ballet de Camagüey.
_ No es gracioso, Joel... ¿Por qué me trajiste?
_ Pensé que te gustaría venir a la gala.
_ Debiste preguntarme antes. Yo... Yo... lo siento, pero no puedo estar aquí. No quiero entrar allí.
Dio media vuelta e intentó alejarse, pero él le cortó el paso:
_ Oye, oye ¿Qué sucede? Háblame, dime qué tienes.
Cuando Yolanda lo miró fijo sintió el escozor húmedo en los ojos, pero respiró profundamente e intentó mostrarse inalterable:
_ ¿Sabes lo difícil que sería para mí entrar en ese sitio? De seguro que están mis antiguos compañeros de clase, profesores. Gente que aún tiene una oportunidad de alcanzar su sueño. Yo no... ¿Entiendes lo duro y doloroso que es ver a otros hacer en el escenario lo que siempre soñé que algún día llegaría yo a hacer?... Te agradezco el detalle, Joel. Sé que lo hiciste con la mejor de las intenciones, pero no puedo.
_ ¡Es solo una gala, Yola!
_ ¡No es solo una gala! ¡Es más que eso, entiende! Es el recuerdo de que mis sueños se rompieron. Si entro en ese teatro, me voy a sentir como un diabético en una tienda de dulces.
_ ¿Y qué te hace pensar que el diabético no se sentirá satisfecho solo con ver los dulces, aunque no pueda probarlos?
_ Eso no es satisfacción, es masoquismo, auto-tortura.
Joel arrugó el entrecejo:
_ ¿Sabes qué? Te traje aquí porque pensé que te gustaría, que te agradaría ver una función de ballet conmigo. Después de todos estos meses creí que lo habrías superado. Al principio del curso no querías siquiera ni bailar en las recreaciones de la escuela, después vino lo del reto de Rosemary y Lilí, y cambiaste. Ya no eres el alma en pena de hace tiempo atrás ¿Recuerdas aquella vez que los muchachos te pidieron que les hicieras una demostración de ballet? Al principio dijiste que no y luego los complaciste. Nos complaciste... ¿Crees que no sé que desde entonces todas las mañanas calientas el cuerpo y practicas las extensiones? ¡Lo sé! Grettel me mantiene informado ¿Haces esas cosas y no eres capaz de ver una simple gala de ballet? No te entiendo.
Ella le esquivó la mirada:
_ Por supuesto que no puedes entenderme. No eres yo. No sabes como me siento.
_ Todos hemos perdido un sueño, Yolanda. O por lo menos, corremos el peligro de perderlo. Pero eso no significa que la vida acabe, ya te lo dije una vez y te lo repito. Nuevos sueños pueden surgir. Depende de ti._ volvió a extenderle las entradas._ Puedo romperlas ahora mismo si quieres, y vamos a otro sitio donde te sientas mejor. Lo único que quiero es pasar tiempo contigo, sin importar donde. Yolanda tragó en seco a pesar del grueso nudo en su garganta. Cobarde. Era la única palabra con la que podía definirse en aquel momento y leía en el semblante de Joel la decepción a causa de su actitud derrotista. Casi todas las personas que minutos antes llenaban la plazoleta, habían entrado al teatro, y otros se daban prisa en correr para no llegar retrasados. Las manos de Yolanda se cerraron temblorosas sobre las de Joel, sosteniendo las entradas:
_ Vamos o llegaremos tarde a ver mi sorpresa.
Trató de sonreír y los labios titubearon en el intento. Sentía las piernas como de plomo conforme se aproximaban a la edificación. Todo le era familiar, todo le hacía fluir los recuerdos: las vistosas escalinatas, las majestuosas lámparas de cristal que pendían del techo, los solemnes espejos de trabajados marcos barrocos. Si, era como regresar a casa después de haber estado un largo tiempo fuera. Los asientos estaban en el segundo piso. Antes de ocuparlos, se detuvieron a saludar a algunos amigos del joven, incluso, tal y como había previsto, Yolanda se encontró con antiguos colegas que habían continuado sus estudios en la academia. Por un momento creyó que no podría hacerles frente, pero se equivocó. Actuó con naturalidad, incluso cuando le preguntaban si Joel era su novio.
Ocuparon sus lunetas en el mismo momento en que se apagaron las luces y el vistoso telón rojo se corrió para, bajo una lluvia de aplausos, dar paso al programa preparado para esa noche de homenaje a la reconocida compañía de ballet. La gala transcurrió amena y variada, ofreciendo obras tanto del repertorio clásicotradicional, hasta coreografías contemporáneas de excelente factura. Yolanda se emocionó hasta las lágrimas. Con verdadera euforia aplaudía cada representación y apenas podía permanecer quieta en el asiento, sonriendo con auténtica felicidad. Al final del espectáculo, el público en pleno ovacionó de pie a los artistas, que reverenciaban desde el proscenio entre sonrisas y ramos de flores. Joel solo se limitó a observar la reacción de Yolanda, quien gritaba bravo unida al resto de los espectadores mientras batía palmas. Supo reconocer en la muchacha, aún latente, la pasión, la ilusión por la danza, por aquello que según ella se le había negado alcanzar. Si al menos él pudiera hacer realidad sus sueños.
Cuando salieron a la calle, Yolanda era otra, absolutamente diferente a la joven opacada y nerviosa de dos horas antes de entrar al teatro. Se mostraba radiante, emocionada, feliz... inmensamente feliz:
_ ¿Y bien?_ preguntó Joel._ ¿Qué te pareció? ¿Fue muy malo?
_ ¡No! ¡Para nada! ¡Lo disfruté mucho!... Por un momento, antes que se corrieran las cortinas, creí que no podría tolerarlo, pero una vez que empezó el espectáculo..._ suspiró._ ¡Vaya! Fue como si el tiempo volviese atrás. En serio me di cuenta de cuanto lo amo y cuanto lo necesito.
_ Entonces no lo dejes ir.
Yolanda lo miró y sonrió. Había tanta sinceridad y convicción en su voz al decirle aquella frase. No dejaba de admirar lo hermoso que se veía esa noche. Le tomó de la mano, enlazando sus dedos a los suyos:
_ Gracias por las sorpresas, Joel. En serio me gustó mucho. Gracias por esta noche.
_ De nada... Me alegra que te haya gustado. Y me hubiera gustado más si mi tía hubiese podido venir, para que se conocieran.
_ ¿Y por qué no vino?
_ Parece que hace días está con gripe y no se siente muy bien. Pero estoy seguro que mañana irá a la casa para conocerte.
_ Me has hablado tanto de tu tía que no veo la hora de estar frente a ella.
_ Mañana en la noche, no seas impaciente.
Pasaron cerca de una cafetería abierta:
_ ¿Te gustaría tomar algo ahora?
_ No, aún estoy repleta de la comida._ se encogió un poco.
_ ¿Tienes frío?
_ Un poco, sí.
Joel se despojó de la chaqueta y se la colocó sobre los hombros:
_ Pero ¿Y tú?
_ Yo no tengo frío, por lo menos, no tanto como tú.
Ella se colgó de su brazo, acercándose mucho a él. Era cerca de la medianoche cuando llegaron a la casa de los tíos de Yolanda. Ella le devolvió la chaqueta mientras le agradecía otra vez por aquella mágica velada:
_ Haría cualquier cosa por ti, lo sabes.
_ Si, lo sé._ sonrió Yolanda humedeciéndose los labios.
No quería que él se marchara. Deseaba continuar disfrutando de su compañía por más tiempo. Joel cerró la distancia entre ambos y le tomó una mano:
_ Me gustaría hacer algo contigo mañana.
_ Bueno, ya tenemos planes.
_ No, me refiero a durante el día... ¿Qué tal si mañana te paso a recoger a las nueve?
_ ¿Tan temprano? ¿Qué? ¿Me tienes otra sorpresa reservada?
_ No._ Joel deslizó suavemente el pulgar por el dorso de la mano de ella._ Es solo que quiero aprovechar al máximo que estás aquí y pasar tiempo a tu lado.
Otra vez aquella mirada que la derretía... ¿Por qué simplemente no reaccionaba y le daba luz verde? Si Joel volvía a proponerle hacerse novios, ya tenía en mente la respuesta que le daría, muy diferente a la ocasión anterior. Pero él no haría ninguna propuesta esa noche. Era un chico demasiado caballeroso como para errar dos veces. Ella había dejado en claro el asunto la última vez, y él respetaría su posición. Le tocaba a ella reaccionar y llevar la iniciativa. La pregunta era ¿Cómo? ¡Qué situación tan complicada! No sabía qué decirle, o sí lo sabía, simplemente no tenía el valor de hacerlo:
_ Bueno... eh... nos vemos mañana a las nueve._ habló por fin y se insultó por ser tan cobarde.
_ Que será muy pronto._ sonrió Joel consultando su reloj de pulsera._ Que descanses.
_ Ten cuidado tú solo por las calles ahora tan tarde.
_ ¿Estás preocupada por mí?
_ ¡Claro que estoy preocupada por ti! No quiero que tus padres y tu tía me culpen si te ocurre algo malo.
Joel rió con suavidad. La besó en la mejilla y se retiró despacio, tras despedirse otra vez. Yolanda lo observó alejarse, echa un manojo de emociones...
«_ ¡Detenlo!_ se gritaba._ ¡No lo dejes ir aún!»
Pensó en las palabras de Katia antes de embarcarse en aquella aventura: No tengas miedo... Deja que tu corazón te guíe... Por supuesto, ella sabía qué hacer, y era algo que por mucho tiempo había anhelado y ya era momento de darle consecución:
_ ¡Joel...!_ lo llamó, casi sin aliento.
El muchacho se había alejado algunos metros y se detuvo, volteándose. Mientras iba hacia él, Yolanda no estaba segura si era el sonido de sus zapatos contra el pavimento o el repiqueteo acelerado de su corazón lo que retumbaba en sus oídos. Se detuvo frente a él, sin poder entender durante unos segundos la razón por la cual lo había llamado... ¡Dios! La cabeza parecía iba a estallarle de un momento a otro. La frialdad nocturna los envolvía, al igual que un pesado e incómodo silencio que ambos ansiaban romper, sin atreverse ninguno:
_ ¿Si?_ preguntó Joel llenándose de valor.
_ Yo... eh... yo...
«_ ¡Di algo!_ se gritaba Yolanda._ ¡Haz algo!»
_ ¿Qué?_ casi susurró Joel, aproximándose más a ella de tal forma que podía sentir en su rostro la respiración agitada de la chica.
La mandíbula de Yolanda se tensó de repente y sus ojos destellaron:
_ No... no quiero que te vayas aún._ balbució ella.
_ No iré a ningún lado si no quieres._ musitó él.
«_ ¡A la mierda...!_ pensó Yolanda.»
No supo en qué momento reaccionó, ni de dónde surgió el impulso que le sobrevino, haciéndole tomar el rostro de Joel entre sus frías y transpiradas manos, atrayéndolo hacia el suyo de forma que unió sus bocas. Advirtió la sorpresa inicial del muchacho, que luego, estrechándola entre sus brazos, la apretó contra su cuerpo mientras se deleitaba en saborear sus labios. Su primer beso. Yolanda sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies, que el frío se desvanecía, que todo, absolutamente todo, dejaba de existir y solo quedaba ella sumergida en los brazos y los besos apasionados de Joel. Grettel tenía razón, y también Betsy, Denise y las otras chicas. Se estaba perdiendo algo realmente bueno. Demasiado bueno.
Se separaron lentamente, aunque los rostros quedaron muy juntos, las frentes apoyadas una a la otra. No se atrevían a abrir los ojos por temor a que todo no hubiera sido más que un sueño del cual no querían despertar. Yolanda continuaba con los brazos entrelazados a ambos lados del cuello de Joel, jugueteando sutilmente con sus cabellos, mientras él la aprisionaba por la cintura, dispuesto a no dejarla marchar:
_ Entonces... ¿Así se siente?_ rompió ella el silencio.
_ ¿Qué cosa?
_ El primer beso... Darlo y que te lo den por primera vez.
_ ¿Es tu primer beso?
Ella lo empujó con suavidad, fingiendo enojo:
_ ¡Oye, no me juzgues!
Él volvió a cubrir sus labios con los suyos. Un roce húmedo, fugaz, electrizante:
_ Eres una gran besadora para ser solo una principiante.
_ Lo dices para hacerme sentir bien.
_ Lo digo porque es la verdad.
_ Mentiroso.
Joel resopló y entornó la mirada:
_ OK, estuviste fatal, necesitas mucha práctica y yo me ofrezco voluntario para ser tu maestro en el difícil y complejo arte de besar.
Yolanda soltó una carcajada mientras se fundía contra él en un poderoso abrazo. Joel la alzó del suelo dando una vuelta en redondo, radiante de felicidad. Volvieron a besarse, con mayor pasión e intensidad:
_ Creo que ya debo irme._ le susurró él al oído.
_ No, no quiero te vayas._ gimió ella abrazándolo con fuerza.
_ Y yo tampoco quiero._ sonrió Joel acariciándole la espalda.
_ Entonces quédate. Vamos a quedarnos el resto de la noche aquí, sin importarnos el frío que haga.
Rieron y quizá hubieran cumplido sus palabras de no haberse asomado Dolores y Leopoldo. Finalmente se despidieron con un casto beso y el deseo de que pronto amaneciera para volver a encontrarse. Yolanda sabía que esa noche no podría dormir. Demasiadas emociones, demasiadas novedades. Se sentía ligera, como si flotara en una nebulosa tornasolada, una nebulosa de la que su prima Angelita estaba empeñada en sacarla, ansiosa por conocer cada detalle de lo acontecido en la cita. A Yolanda le recordó a sus amigas, y suspiró al pensar que en cuanto llegara el lunes a la escuela, tendría que dar cuenta de todo, y como diría Grettel: escupir cada morboso detalle.
Sonrió mientras suspiraba. Su prima roncaba finalmente a su lado, profundamente dormida. Yolanda cambió de posición, intentando no moverse mucho para no despertarla, aunque sabía bien que una vez que Angelita apoyaba la cabeza en la almohada y cerraba los ojos, podía caerse el mundo a su alrededor, que no se enteraría. Con la mirada clavada en el techo y las manos tomadas sobre el vientre, Yolanda sonreía mientras pensaba en Joel ¿Estaría despierto en ese momento? ¿Estaría pensando en ella? Yolanda no quería dormir en esa noche tan especial, y cuando finalmente cayera vencida en brazos del dios Morfeo, quería que Joel formara parte de sus sueños.
******************
No, no era un sueño. Al despertar, Yolanda casi tenía la certeza de que todo no había sido más que una bella ilusión, pero en cuanto vio llegar a Joel y este la besó en la boca, supo que todo, absolutamente todo, había sido real. Fue una jornada maravillosa. Recorrieron el centro histórico de la ciudad, se tomaron cientos de fotos con una cámara que él traía consigo. Visitaron museos, iglesias, galerías de arte, tiendas, tomaron helado en Coppelia y Joel la llevó a almorzar a otro restaurante llamado La Isabela, dedicado a la actriz camagüeyana Isabel Santos y ambientado con estilos cinematográficos. Allí disfrutaron de un delicioso almuerzo italiano.
En la tarde, Yolanda llamó a sus padres por teléfono para decirles que estaba bien, que el lunes regresaría acompañada de su novio y que deseaba, preparasen un delicioso almuerzo para recibirlo. Colgó antes de que su madre, feliz de saber que el novio era Joel, empezara el interrogatorio, y de que su padre, horrorizado y arrepentido de haberle permitido irse aquel fin de semana a Camagüey, le preguntara a gritos cómo era posible que ella tuviera novio.
Igual que en la víspera, Angelita empleó sus talentos para el maquillaje, la peluquería y el buen gusto del vestir para hacerla lucir como una joya reluciente. Para esa ocasión, teniendo en cuenta que se trataba de una cena formal en la que conocería a sus suegros y a otros parientes políticos, seleccionó un vestidito color beige que a Yolanda le pareció excesivamente corto, pero que no tuvo otro remedio que aceptar. La pieza sin mangas se le ajustaba al cuerpo como un guante y venía además con un par de zapatos de elevado tacón del mismo color del vestido. Le recogió el cabello en un moño muy apretado, retenido con una docena de ganchetes y atravesado por dos agujetas talladas en madera adornadas con minúsculos caracteres chinos y delicados colgantes en forma de florecillas de loto que pendían de cadenitas plateadas. Le puso al cuello un simple collar de imitación de perlas y unos aretes a juego. Por último, le prestó un abrigo negro con el cuello y los puños cubiertos de piel.
Nuevamente Yolanda se miró al espejo largo rato, intentando reconocerse, y otra vez Joel quedó arrobado al verla ataviada tan hermosa, aunque él no iba menos gallardo, con un juego de pantalón y chaqueta beige y una camisa blanca de mangas largas ¿Cómo sabía qué color usar para que sus ropas combinaran? Era todo un misterio, aunque luego, Angelita se declaró descaradamente culpable. Joel y ella habían intercambiado números telefónicos el mismo día en que se conocieron, y una vez que Angelita había seleccionado la ropa adecuada para su prima, le llamaba para informarle.
Yolanda presentó oficialmente a Joel a sus tíos como su... ¿Novio? Se sentía raro usar el término, aunque a él parecía encantarle oír la palabra. Por supuesto, no se hicieron esperar las advertencias de cuida a la niña, no la lastimes... Yolanda suspiró ansiosa por salir de la casa, sintiéndose avergonzada ¿Es que las familias no tenían nada más que decir cuando se iniciaba la relación amorosa de uno de sus miembros? Y siempre era con las hembras. Nadie le decía a las chicas: cuídame al niño, o, no me lo hagas sufrir... ¿Por qué sería eso?
Joel, por su parte, se mostraba encantado con los parientes de su novia, especialmente con Angelita, la deslenguada e imprudente prima que no paró de sacarle a ambos los colores a la cara hasta que se despidieron.
Había un auto parqueado fuera de la casa. Un glorioso Peugeot 5008 de color gris metálico como acabado de salir de la fábrica, que no pocos vecinos estaban admirando desde las puertas de sus viviendas. Tras el volante, un hombre de tez muy morena bajó del vehículo con una amplia sonrisa:
_ Yola, te presento a Adolfo, el esposo de mi tía... Tío, ella es Yolanda, mi novia.
Yolanda se ruborizó. Su novia. Sonaba bien, aunque seguía pareciéndole raro. Adolfo la saludó afectuosamente, como si ya la conociese, y admirado porque era la primera novia oficial que su sobrino le presentaba y le resultaba extraordinariamente preciosa, un comentario que la hizo sentir vergüenza: _ Adolfo nos va a llevar a la casa y de ahí irá a recoger a mi tía, que demora un siglo en arreglarse.
_ Tal vez hoy se tarde dos siglos, o quizás un milenio._ bromeó Adolfo._ Bueno, no nos demoremos más. Tus padres no ven la hora de que llegues y les presentes a tu novia. Se quedarán encantados como yo. A tu tía la iré ablandando desde que llegue a la casa. No hace más que sacar suposiciones de la joyita, como se refiere a ti._ y dedicó una mirada risueña a Yolanda.
Adolfo abrió una de las portezuelas traseras del coche y los chicos se acomodaron muy juntos en el placentero asiento. El auto se puso en marcha con un suave ronroneo y se deslizó por las calles sobre las que la noche iba haciendo descender su frío manto de tinieblas.
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