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ACOSTUMBRÁNDOSE

Para sorpresa de Yolanda había transcurrido pronto el primer mes y todavía estaba en la escuela. No pocos estudiantes ya habían abandonado la institución, hartos de pasar hambre y de tolerar el estudio que les resultaba inaccesible o innecesario. Su albergue, en un inicio lleno de alumnas, ahora tenía una decena de literas vacías, y lo mismo, en mayor cuantía, ocurría en los dormitorios de varones.

Durante los pases largos o cortos en que iba a su casa, Yolanda había estado tentada a no regresar, pero siempre terminaba abordando la guagua en compañía de sus amigas. Aún no se adaptaba a la institución y sus reglas. Rechazaba el trabajo en el campo y las habituales groserías de Carmina, la profesora de Química. Detestaba a las tías del albergue. Eran empleadas de la escuela, cuyo trabajo consistía en velar por la limpieza y organización de los dormitorios, contabilizar las colchonetas y literas y que los estudiantes no concurrieran en infracciones tales como las de quedarse en el albergue en horario de campo o clases. Sin embargo, ellas solo se limitaban a venderles a los alumnos todo lo que podían, desde alimentos ligeros hasta cigarros. Y en su opinión, las tías eran tal o más vulgares que Carmina.

La rutina de la escuela era muy simple, y los días se deslizaban con una monotonía que a veces, le recordaba su anterior escuela. El despertar bien temprano en la mañana, el aseo matutino, el desayuno, la inspección a los dormitorios para velar por el orden y la limpieza de los mismos, la llegada de los profesores, el trabajo en el campo, el aseo del mediodía, el almuerzo, un breve descanso, la sesión docente de la tarde, breve descanso y aseo, primer momento de autoestudio, cena, segundo momento de autoestudio, merienda,_ a veces_ y el descanso nocturno hasta el otro día. El trabajo agrícola se alternaba con el de autoservicio, ciclo que rotaba semanalmente entre todos los grupos. Un destacamento específico laboraba en la limpieza de las áreas verdes de la escuela y los dormitorios, además del fregado de bandejas en el comedor en los horarios de almuerzo y comida. No era más cómodo que la labor en el campo, puesto que tenían encima los ojos de los profesores y las tías del albergue, a las que Yolanda apodaba, las nazis, pues solo daban órdenes, exigían, se quejaban por todo y llevaban a cabo su mercado negro.

No podía dejar fuera su aversión hacia Rufino, el jefe de labores agrícolas. Lo tenía como un mastodonte agresivo y siempre profiriendo amenazas con quitarle el pase a quienes no cumplieran con la vinculación estudio-trabajo. No entendía cómo había alumnas que aun así, se babeaban por Rufino y lo consideraban sexy. Grettel entre ellas. Pero, cuando hablaba de los gustos de su amiga ¿quién no le resultaba sexy? Y no podía negarse el parentesco entre él y Betsy. Eran tal para cual, igual de indeseables.

Igualmente la insultaba lo poco higiénicas que eran sus compañeras de albergue. Dejaban desorden todo el tiempo, no se cuidaban de derramar comida en el suelo, y había que ver cómo eran tan inescrupulosas de dejar las almohadillas sanitarias usadas en el suelo del baño o simplemente, las lanzaban por las ventanas hacia las áreas verdes que rodeaban el dormitorio. Era repugnante en su opinión. Con razón, los jóvenes que luego limpiaban dichas zonas, protestaban y las insultaban, acusándolas de puercas.

Yolanda tampoco resistía a los varones que se dedicaban a espiar a las chicas durante los horarios de baño, o cada vez que se calentaban. Decididamente había tomado ya el hábito de llevar la ropa a la ducha y salir vestida para no darle satisfacción a ninguno. Se molestó muchísimo el día que descubrió que Renzo y Erik eran dos de los detestables mira huecos y les propinó un disgustado discurso que a ninguno pareció molestarle o importarle en lo absoluto.

Igualmente detestaba las clases de PMI, o Preparación Militar Inicial, impartidas por Efrén, un joven profesor que tenía a casi todas las estudiantes embobadas por su atractiva figura. Grettel la primera de ellas. Se trataba de cuarenta y cinco minutos marchando bajo el ardiente sol de la tarde, practicando giros a la derecha, a la izquierda, medias vueltas y paradas en descanso, a discreción y saludos militares y frases gritadas a toda voz. Una auténtica tortura, sobre todo teniendo en cuenta que ella no tenía pensado ir nunca a una guerra.

A veces se le ponían los pelos de punta, cuando estallaba alguna riña entre alumnos. En el albergue de los varones de décimo grado, principalmente, era común que se desatara una trifulca a causa de algún chico sorprendido en un acto delictivo, o inquinas personales guardadas que terminaban saliendo a la luz. La rivalidad entre los chicos de Florida y Céspedes era bien conocida y esto desataba de vez en vez, un buen intercambio de trancazos entre dos o más alumnos.

También terminó por adaptarse a los intentos de suicidio de algunas alumnas, cuyo único objetivo no era otro más que llamar la atención. Aunque, hubo una ocasión en que dos estudiantes, justamente de su dormitorio, ingirieron unos productos tóxicos que sustrajeron de la cocina, y la vida de ambas corrió grave peligro. Las descubrieron cuando ellas empezaron a vomitar y el olor del veneno impregnó todo el albergue. Tras una semana de hospitalización, y bajo tratamiento psicológico, solo una se reintegró a la escuela, pero durante días Yolanda estuvo sintiendo en su nariz aquel olor a muerte que parecía haberse quedado flotando entre las paredes de aquel barracón. Lo triste y decepcionante, era que solo ella parecía ser la única que sentía aquel desagradable olor.

En otras ocasiones supo de otras chicas que amenazaron con consumir una sobredosis de pastillas, pero solo se trataba de chiquillas malcriadas, ansiosas por recibir un poco de atención, sobre todo, de sus novios o de chicos que les atraían. Quizás, el caso más gracioso fue el que protagonizó Erik. Un mediodía, durante el almuerzo, todo se revolucionó en la escuela. Erik había subido a lo alto del tanque de agua, y amenazó con arrojarse de cabeza si no le permitían repetir otra porción de comida, alegando que se estaba muriendo de hambre y sus padres no le mandaban suficientes jabas con reservas. Rufino se encargó de hacerlo bajar con amenazas de subir el mismo y lanzarlo si no terminaba aquella farsa. Bajo un choteo descomunal del estudiantado aglomerado ante el tanque elevado y los aplausos de Víctor y Renzo, sus amigos inseparables, Erik bajó y recibió una dura reprimenda por parte de Conrado y Rufino. Por supuesto, su hazaña solo le ocasionó quedarse sin pase corto ese fin de semana, y que mandaran a buscar a sus padres para darles las quejas por su reprochable conducta.

Lilí, Rosemary, Gina y Yomira continuaban acechándola, lanzándole ironías cada vez que tenían oportunidad de ello. Sin contar que llevaba una dieta reforzada, más rigurosa que la que observaba cuando estaba en la escuela de arte. Se negaba a ingerir la comida elaborada en la cocina escolar, y solo acudía al comedor para tomar la bandeja y entregársela íntegramente a Renzo, Víctor y Erik para que la repartieran entre ellos, y las peleas entre los tres jóvenes eran memorables. Mientras, Yolanda subsistía gracias a las jabas de alimentos que cada día sus padres le enviaban, más todo lo que llevaban Grettel y Nora. Erik, luego del rechazo público sufrido en el aula, no había vuelto a tocar el tema de conquistarla, por lo menos, no directamente, pero de vez en cuando le dejaba algún pliego de papel bajo la mesa, con algún ridículo poema de amor, o una carta aún más ridícula y plagada de errores ortográficos:

_ Este niño no se aburre._ protestaba Nora.

_ A mí me parece romántico._ suspiró Grettel.

_ A mí me parece obsesivo y un poquito acosador._ enfatizó Denise, quien poco a poco se había vuelto íntima amiga de las tres muchachas y compartía con ellas._ Odio a los hombres tan pegajosos y torpes.

Yolanda solo se divertía leyendo aquellas declaraciones de amor, para luego deshacerse de ellas. En ocasiones se las daba a Grettel, quien transcribía los poemas para su libreta de versos. La insistencia de Erik le daba al menos una manera divertida de pasar el tiempo, aunque a veces le daba la razón a Denise cuando concordaba en que el muchacho estaba siendo un poco obsesivo. No era un mal chico, al contrario, su forma de querer resaltar siempre y parecer chistoso llegó a parecerle hasta algo tierna, pero lo cierto era que no le atraía en lo absoluto.

Hasta el momento, Yolanda no les había platicado a sus padres sobre el tema de abandonar la escuela. Quería esperar un poco antes de tomar una decisión definitiva. Quizás, Denise tenía razón en algo que le había dicho días atrás, y al final, su estancia en el preuniversitario llegaba a resultarle placentera, aunque en el fondo, lo ponía muy en duda.

Conocer a Denise la acercó también a los hermanos de la muchacha. Diogo ya no la miraba con rencor ni nada parecido, tal vez porque al final, aunque fue él quien estableció la apuesta, resultó un mal perdedor y se negó a pagar el precio. Yolanda se sorprendió mucho al saber que Dennis había aprobado más que satisfactoriamente los exámenes de admisión al Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) en Camagüey, pero que había renunciado a estudiar allí con tal de no separarse de sus hermanos:

_ Total, _ decía muy seguro de sí._ el que es bueno, lo es ya sea en un lugar o en el otro. Y lo cierto es que yo soy un talento.

_ Ya empezó a creerse cosa._ protestó Diogo dándole un empujón a su hermano.

_ Si te duele, sufre._ objetó Dennis con altivez.

_ ¿Y no lamentas no haberte ido a estudiar a la vocacional?_ preguntó Yolanda con curiosidad.

Dennis no dudó al contestar:

_ Para nada. Nosotros nunca nos hemos separado, y aunque algún día tendremos que hacerlo, no quería que este fuera el comienzo. Además, yo soy el cerebro pensante de esta familia. Créeme... Sin mí, estarían totalmente perdidos. Diogo y Denise le cayeron encima, golpeándolo sin causarle daño. Dalton permaneció sentado en su sitio, sin inmutarse. Adoraban a su hermano menor y lo admiraban, pues realmente, Dennis era un talento. Había aprendido a leer y a escribir a los tres años, y cuando tenía cinco podía resolver cálculos simples de forma oral y escrita. Cuando comenzó la escuela, los maestros nunca sabían qué hacer con él. Captaba todo desde la primera explicación. Su ortografía era impecable, su letra un primor, su léxico un acabado de perfecciones. Generalmente, quienes poseen talento para las ciencias, son menos dotados en las humanidades, y viceversa. Con Dennis se rompía aquel concepto. Él era integral, no había asignatura en la que no brillara, _ tal vez solo en Educación Física, ya que odiaba los deportes._ por lo que todos los profesores lo querían de monitor y se deshacían en elogios para con él. Yolanda los observó retozar y suspiró. Alyosha, su hermanito de nueve años tenía un único objetivo en su corta vida: enloquecerla.

Haciéndose de nuevos amigos, la joven pudo permanecer más tiempo en la beca, y Nora aseguraba que la verdadera causa era su amistad con Joel. Se habían vuelto casi inseparables. Y es que a Yolanda le resultaba fácil la comunicación con Joel. Con él resultaba fácil entablar conversación sobre cualquier tema. Muy pronto descubrió que era uno de los mejores estudiantes de la escuela. Le encantaba escuchar música en inglés, los deportes, leer libros de aventuras cuando se lo permitía, visitar museos y asistir a funciones de ballet y teatro y conciertos en la ciudad. Era uno de los jóvenes más encantadores que hubiese conocido jamás.

Rosemary no se había vuelto a atrever a insinuar nada relacionado con el muchacho, pero cada vez que los veía juntos, sus ojos despedían llamaradas de odio, lo cual a Yolanda le tenía sin cuidado. Joel residía en la ciudad de Camagüey. Cuando le preguntó porqué cursaba estudios tan lejos, él le contestó que era estudiar allí o en uno de los preuniversitarios de la temida región conocida por Sola. De todos los males, el menor. Aunque era de conocimiento público que aquella institución educativa que tanto ella despreciaba, era una de las mejores de su tipo en toda la provincia. Yolanda solo quería saber cuál era en todo caso la peor:

_ Esto no es tan malo una vez que te acostumbras._ rió Joel mientras se arrellanaba en la silla.

Estaban sentados aquella tarde en la pequeña biblioteca escolar. Él se había ofrecido para repasarle Química, ya que la aversión que sentía por la profesora había provocado que rechazara también la asignatura en sí. Eran los únicos en el reducido salón de grandes mesas y escasos y pequeños estantes atestados de libros, además de Eugenia, la vieja y malhumorada bibliotecaria, que con sus gafas sobre su puntiaguda nariz que le confería un aspecto de buitre demacrado, los miró fríamente y los mandó a callar con un siseo potente. Yolanda apretó los labios, conteniendo la risa y bajó mucho la voz para susurrar:

_ Ese es el punto, no entiendo como puede alguien acostumbrarse a esto.

_ Lo dices porque vienes de una escuela muy diferente y estás predispuesta.

Hasta me recuerdas a mi abuela, que en paz descanse.

_ ¿Ella odiaba este pre?

_ Peor. Ella odiaba las becas en sentido general. Aseguraba que el comunismo había creado las becas para destruir las familias. De hecho, detestaba el comunismo. Ella misma se definía como una gusana de cuerpo entero. Su mayor sueño era vivir para ver como se caía el comunismo en Cuba. Pero murió hace dos años. Casi convulsionó cuando supo que yo me becaría. _ Tu abuela tenía serios problemas ideológicos._ musitó Yolanda.

_ Pero no los ocultaba, que es lo que generalmente hace todo el mundo. Ella detestaba la hipocresía. Decía siempre que si no estaba de acuerdo con algo, no podía entonces fingir que estaba de acuerdo con ello. _ Debe haber sido una gran mujer._ observó la muchacha.

_ Lo era._ suspiró Joel y tras una pausa, se animó al preguntarle._ Dime qué es lo que más te molesta de estar aquí.

Yolanda alzó los hombros ¿Por dónde empezar? Había tantas cosas que la disgustaban. El trato inapropiado de algunos profesores para con los estudiantes, la mala comida, el tedioso trabajo en el campo, las constantes amenazas para quienes no cumplieran la normas establecidas en el reglamento escolar, lo apartado de la institución, el calor, los mosquitos, la poca privacidad de los baños, el libertinaje de los estudiantes y como no sentían el más mínimo pudor al exponer abiertamente sus intimidades y sus actividades sexuales:

_ Imagínate, la otra noche una muchacha del albergue metió a su novio en el dormitorio y tuvieron sexo sin preocuparse si los escuchaban o no... ¿Puedes creer que ella gritaba como si fuera la única persona presente? Y su cama se sacudía como si hubiese un terremoto.

Joel se echó reír, divertido:

_ Si, búrlate, pero a mí no me pareció gracioso. Casi nadie podía dormirse con aquella situación tan desagradable. Nora no pudo aguantarse más y se levantó, fue a la cama donde estaban en sus funciones y les levantó el mosquitero para decirles que bajaran tres palitos a su volumen.

_ No puedo creerte que ella hiciera eso._ dijo Joel secándose las lágrimas provocadas por la risa.

_ Pues créelo. Nora es capaz de eso y de mucho más. Tiene un mal carácter que ni te imaginas.

_ Escenas como esas estoy harto de presenciarlas. No son solo los varones que se introducen en los dormitorios de las niñas, también hay muchachitas que se cuelan en el albergue de los varones. Y que decirte de las que mantienen relaciones con los profesores. Eso es historia antigua. Desde siempre ha sido y será. Nadie podrá cambiar el funcionamiento descontrolado de las hormonas. Yolanda asintió. De hecho, por la escuela corrían rumores acerca de una posible relación amorosa entre Betsy y Efrén, el profesor de PMI. Casi había infartado al saberlo. Sabía que su actitud podía resultar un tanto chapada a la antigua, anticuada, pero así la habían criado, esa era su forma de pensar.

Una muchacha apareció en la biblioteca y se acercó a la mesa que ocupaban. Sus facciones eran muy agradables y delicadas. Todo en ella resaltaba pulcritud y refinamiento. Era preciosa, quizás, la muchacha más linda que estudiaba en la escuela, hasta donde podía recordar Yolanda. Era muy pálida, en contraste con su larga cascada de cabellos negros que sobrepasaban los glúteos. Yolanda no recordaba haber visto nunca semejante mata de pelo, tan larga y tan bien cuidada. Esa muchacha debía gastar mucho dinero en champú y acondicionador para el cabello. Tenía los ojos oscuros, la nariz pequeña y los labios muy rosados, bajo el flequillo de cabellos que le caía, perfectamente cortado, sobre la pálida frente. No supo exactamente el porqué, pero sintió celos de ver la manera en que aquella hermosísima joven miraba a Joel:

_ Joel ¿Me prestas tu libreta de Historia? Me faltaron algunas notas por copiar. _ Valeria, tengo la libreta en el dormitorio, pero antes de acostarme te la hago llegar.

_ OK._ sonrió ella y luego de dirigirle una significativa y enigmática mirada a Yolanda dio media vuelta y salió del local.

A Yolanda no se le pasó por alto la forma en que la tal Valeria la había mirado. Fue como si un escáner la hubiese detallado íntegramente en la brevedad de pocos segundos:

_ Creo que no le agradé a tu amiguita.

Joel arrugó el entrecejo:

_ ¿A Valeria? No lo creo. Es la muchacha más dulce que conozco.

_ ¿Y hubo algo entre ustedes? No es que me importe, pero la manera en que me miró...

_ Valeria jamás se me ha insinuado. Somos amigos, nada más. De hecho, Valeria es mi mejor amiga del sexo femenino. Siempre estudiamos juntos. Es una alumna integral. No dudo que termine en uno de los lugares más altos del escalafón.

_ Entonces tienes competencia.

Yolanda siguió a Valeria con la vista. No supo exactamente porqué, pero la muchacha se volteó antes de desaparecer en la salida y por un instante, ambas miradas coincidieron, y Yolanda creyó ver cierta decepción en los ojos de la joven. Una figura ligera y desordenada en su andar y sus maneras entró minutos después y precipitadamente en la biblioteca, hablando casi a gritos. Eugenia casi lo fulminó con una mirada tan siniestra, que Salim se detuvo en seco, cubriéndose la boca con las manos, y se disculpó con una muy femenina reverencia. Lucía una especie de pamela artesanal con una cinta rosa anudada y unas despampanantes gafas con forma de corazón. Yolanda descubriría poco a poco, que Salim era un fanático de la moda más extravagante, y que siempre agregaba al uso del uniforme, alguna prenda o detalle original que lo hicieran resaltar por encima de todos, lo cual le acarreaba, además, el regaño de los profesores por el uso de accesorios tan anacrónicos. Se aproximó a la pareja y preguntó en voz baja a Joel:

_ A ver, mi príncipe azul... ¿Puedes decirme dónde pusiste mi perfume cuando lo usaste? No lo encuentro.

_ Creo que lo pude meter en mi maleta sin darme cuenta._ contestó Joel y buscando en el bolsillo del pantalón, extrajo una llave que extendió al muchacho._ Toma, abre y revisa. Me das la llave cuando nos vayamos a acostar.

Salim la tomó y en vez de marcharse se quedó mirando a Yolanda con auténtico cinismo:

_ Santa Madonna... Así que tú eres la prima ballerina, mi rival.

_ ¿Disculpa?_ se sorprendió Yolanda.

_ Salim, no empieces._ pidió Joel poniéndose serio.

_ Te advierto, cariño, _ prosiguió el muchacho ignorando la petición y apoyando cada palabra con gestos tan femeninos que Yolanda estuvo a punto de romper a reír._ que tú eres mío y de nadie más. Así que dile a la sobrina de Alicia Alonso que desista. No me deshice de la arpía de Rosemary para que ahora venga otra a robarme tu amor. Tú eres mío y de nadie más.

Se acercó a él y le estampó un beso en la cabeza. Eugenia dio un seco golpe sobre su buró y Salim, disculpándose artísticamente salió de allí tras guiñarle un ojo cómplice a Yolanda:

_ ¿Qué fue todo eso?_ preguntó cuando pudo dejar de reír.

Joel movió suavemente la cabeza:

_ Salim, esa es su forma de intentar avergonzarme delante de ti.

_ ¿Y por qué querría hacer eso?

Joel intentó responder, pero inmediatamente cerró la boca y no dijo nada más. Al cabo de unos segundos, agregó:

_ Salim tiene una facilidad innata para llamar la atención.

_ Me di cuenta el mismo día en que llegué a esta escuela._ rió Yolanda y visualizó en su mente el recuerdo de Salim gritando desaforadamente mientras un estudiante lo alzaba fácilmente del suelo y se lo colgaba sobre un hombro mientras le propinaba nalgadas.

_ ¿Cómo es que te llevas tan bien con él?

_ ¿Por qué te sorprendes? ¿Tienes prejuicios?

_ ¡No, no!... Por favor, no me malinterpretes. Es que me resulta raro. Por lo general a los jóvenes como Salim no les va muy bien en las becas, y la mayoría intenta mantener un perfil bajo y no resaltar tanto.

Joel apartó el cuaderno y se estiró un poco sobre el asiento:

_ Te sorprendería si te contara la historia de Salim en este pre.

Ella cerró el cuaderno y los libros, y adquirió una pose de escucha. Joel comprendió, sonrió y acercándose más a ella, empezó a narrar:

_ Yo estaba en onceno cuando Salim ingresó al IPUEC. O sea, el curso pasado. Para nadie resultó un misterio el tipo de persona que era y cuáles eran sus gustos. Pero Salim sabía respetar y no hablaba con nadie. Tenía un grupo de amiguitas con las que siempre andaba y era él mismo. Pero como tú misma dijiste, esas personas no suelen ser muy aceptadas en lugares como este. Pronto Salim se convirtió en el hazmerreír de la escuela. Incluso hubo profesores que se ensañaron con él y lo humillaban y lo insultaban. Era muy triste. En el dormitorio fue peor. Los muchachos llegaron a ser muy crueles. Le orinaban la cama, le robaban la comida, en el baño si él entraba los otros lo acusaban de querer espiarlos, en fin, convirtieron su estancia en la beca en un verdadero infierno.

Yolanda tragó en seco. De repente se le había formado un nudo en la garganta y no podía imaginar siquiera todo lo que habría sufrido alguien tan desinhibido como Salim y cómo le habría hecho frente. Pero una interrogante cruzó por su cabeza:

_ ¿Tú también formabas parte de ese abuso?

_ No, pero no me siento menos culpable. Cuando ves el mal y no dices o haces algo para remediarlo, te vuelves cómplice. Aunque no tomara parte en las acciones, tampoco hice nada para ponerles fin.

_ ¿Y qué sucedió después?

_ Pues, lo que nadie se imaginó que pasaría. Cuando tiras demasiado de un hilo, al final logras que reviente. Salim se deprimió tanto al ver que nadie hacía nada por ayudarlo y la impotencia de no poder defenderse contra toda una escuela que lo acosaba, incluyendo maestros, y la vergüenza de no querer contarle a sus padres lo que ocurría, lo impulsaron a hacer lo que hizo._ tomó una pausa para respirar hondo y anunció._ Lo encontramos una mañana en el suelo del baño, con las muñecas cortadas.

Horrorizada, Yolanda se cubrió la boca con ambas manos:

_ Fue toda una conmoción. Casi se había desangrado. Realmente estuvo entre la vida y la muerte. Pero a unos cuantos ni siquiera les importó que él hubiera atentado contra su vida. Hubo algunos que tomaron la acción y la convirtieron en un carnaval. Fue el profesor Diego quien puso un alto y en medio de un matutino hizo un llamado de atención a estudiantes y maestros, hablando de respeto, tolerancia, aceptación.

Su profesor guía. Diego. Yolanda no podía creerlo. Él, el más temido educador de la institución había salido en defensa de un estudiante gay, un marginado, un ser casi destruido por la maldad de ciertos humanos más similares a los monstruos que a las personas. Joel continuó:

_ Sus padres hicieron acto de presencia, exigiendo respuestas, buscando culpables que nunca aparecieron. Conrado estuvo en serios problemas. Casi perdió el cargo, pero se justificó alegando que Salim jamás se había quejado de estar sufriendo bulling, algo que yo sabía perfectamente que no era cierto. Miles de ocasiones Salim se había quejado por el acoso de los muchachos, y tanto Conrado como Elías o Rufino, que se las dan de machangos duros, lo habían ignorado... Muchos pensábamos que Salim no volvería a la escuela. Creíamos que se transferiría al otro pre, o qué sé yo. Sin embargo, un mes después, aquí estaba de vuelta, dispuesto a continuar donde había quedado. Pero algo había cambiado en él. Como se dice por ahí: Lo que no te mata te hace más fuerte. Y Salim parecía otro. Ahora ya no le daba vergüenza mostrarse tal cual era y afirmar delante quien fuera que era homosexual y no cambiaría su condición por nada ni por nadie. Más que homosexual, era un ser humano con derecho a ser feliz como cualquier otra persona. Cuando le preguntas porqué hizo lo que hizo, él te responde que fue un momento de desesperación y duda, pero que al despertar en la cama del hospital, y ver el dolor de sus padres y el temor de casi haberlo perdido, decidió que nada ni nadie valía lo suficiente como para quitarse la vida, y entonces decidió vivir, seguir sus reglas, seguir sus decisiones, seguir su corazón. Intentaron hacerlo cambiar de idea acerca de regresar a convivir en el dormitorio de los varones para evitar futuros problemas. Su respuesta fue: ¿Qué? ¿Me hospedarán entonces con las niñas? Porque no lo creo. Y aunque me gusten los hombres, eso no quita que yo lo soy. Todavía me cuelga algo entre las piernas que demuestra que pertenezco al género masculino.

_ ¿En serio dijo eso?_ se sorprendió Yolanda.

_ Ante todo el consejo de dirección, y con sus padres respaldándolo. Y lo afirmo porque yo estaba presente. En ese entonces yo era el presidente de la FEEM en la escuela. Luego su papá y su mamá fueron al albergue a acompañarlo. Recuerdo que antes de irse, el hombre se dirigió a todos los varones y literalmente nos amenazó con matar al próximo que volviera a hacerle daño a su hijo. La mujer fue más calmada. Jamás olvidaré su mirada y el tono de su voz cuando nos suplicó, casi llorando, que a menos que Salim nos faltara el respeto, aprendiéramos a convivir con él y a aceptarlo.

_ ¿Y qué pasó luego?

_ Pues, que esa misma noche, dos imbéciles se limpiaron el fondillo con la súplica de esa pobre mujer y se burlaron de la manera más cruel de Salim, preguntándole por cuál de los muchachos del albergue se había cortado las venas... Fue entonces que me di cuenta que ya no podía callarme más, no después de ver a un muchacho tan valiente tratando de continuar adelante con su vida a pesar de los obstáculos y la incomprensión de muchos, no después de ver a esos padres desesperados por proteger a su único hijo que estuvieron a punto de perder. Me enfrenté a esos comemierdas y defendí a Salim. En tres años en el pre, esa ha sido mi única pelea. Por supuesto, no me pasó nada, pero a ese par de cretinos casi los expulsan. Y desde ese día, Salim y yo fuimos amigos, casi como hermanos. Empezó a verme como a un dios, podría decirse. Ahora que ya tenemos confianza, pues hace esto de vez en cuando, pero sé que es sin malas intenciones. Es la persona más respetuosa que conozco y sabe mantener la discreción cuando es necesario. Sé que todavía hay muchos que lo rechazan en la escuela, y los que se burlan, a veces llegan a ser muy crueles, y parece que no se dan cuenta, o sí lo hacen, y solo se dan el gusto de ser malos. En fin, trato de cuidarlo y se ha convertido en mi mejor amigo, no me avergüenza decirlo ante nadie.

Yolanda dejó escapar un ligero resoplido. Qué historia. No hubiera imaginado semejante tragedia detrás de la personalidad carismática y casi psicodélica de Salim. Que alguien tan seguro de sí mismo y tan transparente hubiese atentado contra su vida le resultaba difícil de digerir, y luego estaba Joel, quien no dejaba de sorprenderla:

_ Joel el héroe._ pronunció casi con solemnidad.

_ No se trata de ser un héroe. Un día mi papá me dijo que si se me presentaba la oportunidad de elegir entre ser bueno, noble y justo, eligiera ser justo. Y tiene razón. No tengo nada en contra de la bondad y la nobleza, pero ser justo es el equilibrio perfecto en la vida. Y una de las razones que me impulsaron a aceptar a Salim y verlo de otra manera, fue el hecho de ponerme en su lugar. Si el gay fuera yo ¿Me gustaría que me tratasen de la misma manera en que lo trataban a él? Hoy por hoy, lo considero uno de mis mejores amigos. Comparte su comida conmigo y yo la mía con él. Le tengo confianza para dejarle la llave de mi maleta y no tiene pelos en la lengua para defenderme de cualquiera que hable mal de mí y yo no permito que nadie lo ofenda en mi presencia. Las cosas en la escuela han cambiado mucho también. Aunque todavía hay quienes no lo ven con buenos ojos, hemos tenido que acostumbrarnos a Salim y a sus excentricismos, como en la fiesta del cuatro de abril del curso pasado, en que se disfrazó de mujer y se metió en la oficina de Elías y fingió darle un escándalo en un arranque de celos. Fue todo un show.

Ambos rieron de buena gana, ignorando la mirada desagradable de la bibliotecaria.

Si. A Yolanda le encantaba disfrutar de la compañía de Joel. Él la hacía reír y siempre tenían algo interesante sobre qué platicar, además de que mantenía a raya a Erik y sus impulsos amorosos:

_ Deberías ser clara con él de una vez y decirle que no estás interesada. _ Ya lo he hecho un millón de veces. Casi ni lo miro, pero él no entiende.

Eugenia alzó un poco la cabeza de los muchos informes en papel que tenía sobre la mesa y dirigió a los jóvenes otra tórrida mirada de advertencia. La pareja se encogió un poco:

_ Si, _ suspiró Joel._ lamentablemente hay tipos así, que no se dan por vencidos. Yolanda volvió a abrir cuadernos y libros, pero apoyó la cabeza en una mano, acodándose en la mesa:

_ ¿Alguna vez te ha pasado?

_ ¿Qué cosa?

_ Eso, que te has enamorado de alguien y te ha rechazado ¡Sé sincero!

Joel dudó unos segundos antes de empezar a responder:

_ Bueno, la verdad es que no recuerdo... Es que..._ su voz y su semblante se tornaron burlones._ Verás, es que soy tan irresistible, que la muchacha que enamoro me dice que sí sin dudarlo.

Yolanda le propinó un golpecito suave en el hombro mientras reían los dos. Una vez serio, Joel dijo:

_ Ya, fuera de juego. Nunca me han dicho que no, pero te confieso que en estos momentos hay alguien que me gusta muchísimo, pero... no me atrevo a decírselo por miedo a que me rechace. Para todo hay una primera vez, y no quiero que sea esta.

Sus oscuros ojos se volvieron intensamente profundos al mirarla y Yolanda experimentó un estremecimiento de pies a cabeza. Hablaba de ella, lo sabía. Era la persona a la que se refería, la que tanto le gustaba y de la cual temía un rechazo ¿Por qué lo hacía entonces en aquel momento? ¿Creía acaso que ella era tan tonta como para no darse cuenta de a quién se refería? ¿Por qué echar a perder aquello tan bonito y simple que había entre los dos con complicaciones innecesarias? Las manos de Joel habían tomado las de ella, sus dedos se habían entrelazado, pero Yolanda retiró las suyas muy despacio. Sentía la garganta y los labios resecos y apenas pudo balbucir:

_ Las cosas van bien como están. No lo echemos a perder.

Él la miró por un instante y retiró sus manos mientras añadía con una voz carrasposa, apresurada:

_ Es verdad. Mi mamá siempre dice que no se pueden forzar las cosas, que lo que ha de ser será, más tarde o más temprano.

Se alzó una barrera silenciosa entre los dos que duró aproximadamente un minuto. Un minuto eterno en el que ninguno se atrevió a pronunciar palabra, sobre todo porque no sabían qué decirse. Yolanda no podía negar la poderosa atracción que ejercía el muchacho en ella, pero tampoco podía negar el temor que sentía de aceptar los impulsos de su corazón y resultar lastimada. Era preferible contenerse, tal y como lo estaba haciendo. Joel pareció animarse otra vez, incómodo por el forzoso silencio y comenzó a hablar:

_ Nunca me has dicho que pasó contigo.

_ ¿Sobre qué?

_ Sobre tu carrera de bailarina ¿Por qué lo abandonaste?

_ No la abandoné._ musitó Yolanda y algo se apretujó en su interior, como si un grueso nudo le oprimiera garganta y pecho. No le gustaba hablar sobre el tema. No quería hablar sobre ese tema. No lo había hecho con nadie, ni siquiera con sus padres o sus amigas ¿Por qué hacerlo con él? Lo extraño, era que realmente quería tocar el tema, quería que él la escuchara y supiera su historia. Se escurrió un mechón rebelde de cabellos que le caía ante el rostro y dijo, sin alzar los ojos del lápiz que tenía entre las manos:

_ No la abandoné. Más bien me forzaron a hacerlo... No vencí el pase de nivel.

_ ¡Vaya! ¿Y qué excusa emplearon para rechazarte?

Yolanda esbozó una sonrisa triste al recordar:

_ Dijeron que técnicamente estaba muy bien, pero que no tenía el peso requerido.

Joel se insultó:

_ ¿Qué...? ¿Te dijeron eso? ¡No te creo!

_ Pues créelo.

Él tardó un segundo antes de preguntar:

_ ¿Y cómo lo llevas? Digo, el haber perdido tu sueño... ¿Lo extrañas?

_ Te mentiría si te dijera que no lo extraño. Siempre me gustó bailar. Era mi vida entera, lo que me animaba a ser feliz. Desde que todo acabó, siento que me han arrancado la mitad del corazón, que ya nunca podré lograr nada..._ hizo una pausa y sonrió con nostalgia._ Es gracioso... en casi cuatro meses, es la primera vez que converso con alguien sobre esto. Antes no me atrevía a hacerlo. Me sentía demasiado destrozada como para hablar de lo sucedido. Llegué a creer que me volvería loca y cuando entré a estudiar aquí fue peor.

_ Pero ya te has adaptado un poco y bastante bien, a mi juicio.

_ Bueno, no mucho en verdad. Todavía hay días en que me levanto con ganas de recoger mis bultos y marcharme a mi casa.

_ ¿Y entonces qué? ¿Qué harías? ¿Simplemente limitarte a casarte y tener un montón de hijos? La vida no ha acabado solo porque no lograste entrar a una estúpida escuela con profesores más estúpidos, incapaces de reconocer donde está el auténtico talento aunque lo tengan delante. Aún estás a tiempo de alcanzar tus sueños. En doce grado puedes hacer los exámenes de aptitud para el Instituto Superior de Arte.

Yolanda negó con la cabeza:

_ Te agradezco la información, pero ya no más. Duele mucho perder un sueño y no quiero ilusionarme en vano. Oficialmente, he renunciado a bailar.

_ ¿Ya no amas bailar?

_ Si, todavía me gusta, pero... me trae malos recuerdos. Por tanto, prefiero no hacerlo.

Creyó que en algún momento de la plática se echaría a llorar, pero no fue así, quizás porque él no mostraba el mismo aire compasivo que acostumbraban a asumir quienes la conocían más estrechamente y sabían lo sucedido. Joel había sido un digno confidente y no se arrepentía de haberse sincerado con él: _ Bien... ya que me has contado algo tan personal, voy a retribuirte revelándote algo que muy poca gente sabe de mí. Yo también estudié ballet.

Yolanda lo miró un momento y rompió a reír:

_ Sí, como no.

_ ¡En serio! Llegué hasta tercer año de nivel elemental.

_ ¿Y qué pasó? ¿Te sacaron por tener pésima técnica?

_ Lamento decepcionarte, pero yo era uno de los estudiantes más prometedores. Incluso, obtuve el primer premio masculino en un encuentro internacional de academias de La Habana con la variación de Don Quijote cuando estaba justamente en tercer año. Digamos que esa fue mi despedida, y por todo lo alto. Te muestro.

Yolanda hizo un mohín, renuente a creer lo que Joel le contaba. El joven se puso de pie y respiró profundamente antes de erguirse con majestuosidad y ejecutar a la perfección las cinco posiciones básicas del ballet, hasta con los debidos port de bras. Luego, partiendo de la última pose, dibujó un gracioso y perfecto piruette que dejó boquiabierta a Yolanda:

_ ¿Qué te pareció?_ sonrió Joel regresando a sentarse junto a ella._ Nada mal teniendo en cuenta que hace tiempo no practico.

_ No puedo creerlo... tú... en serio... pero... ¡Wow!_ Yolanda no alcanzaba a organizar las palabras para transmitir su sorpresa y admiración.

_ Gracias... gracias... No doy autógrafos pero puedo hacer una excepción contigo._ bromeó Joel.

_ Todavía me cuesta creerlo.

_ El ballet me dio disciplina y me enseñó a cuidar mi cuerpo. Hago ejercicios todos los días por la mañana al levantarme, y otro poco en la tarde. Practico deportes cuando puedo, soy cuidadoso con mi alimentación, aunque aquí, como puedes apreciar, eso es casi imposible. Y además, siempre trato de llevar una postura correcta, si te has dado cuenta.

¡Por supuesto! Por eso es que siempre se mostraba tan enhiesto al andar, y eso también explicaba porqué caminaba con los pies endehors, es decir, hacia afuera. Él había estudiado ballet. Pero... si era tan bueno ¿Por qué lo había dejado? ¿Y por qué no lo recordaba de la escuela? Tenían que haber coincidido alguna vez, aunque él fuera dos años mayor que ella. Casi todos los estudiantes de ballet se conocían. Pero de Joel no tenía el más ligero recuerdo:

_ Fue mi tía paterna la que me introdujo en ese mundo. Ella es profesora de ballet, una excelente profesora debo decir. No pudo tener hijos, y yo soy su sobrino predilecto, quizás por el hecho de que soy su único sobrino. En fin, ella me preparó desde pequeño, decía que yo tenía porte de príncipe. Mis padres dieron su consentimiento porque son personas sin ningún prejuicio y con demasiada cultura. Mi papá es neurocirujano y mi mamá es doctora en psicología, en fin, son gente muy bien preparada. Ingresé a la E.V.A. y debo decir que me gustaba lo que hacía, pero llegó un momento en que me aburrió, y ya hacía las cosas mecánicamente, como un robot, y no porque en verdad me motivara a hacerlo. Descubrí que me gustaba más lo que hacía mi papá, y decidí que no sería bailarín, sino médico. A mi tía no le gustó mi decisión, pero tuvo que aceptarla. Te aclaro que todavía sigo siendo su sobrino favorito.

Yolanda lo escuchó atentamente, sin atreverse a interrumpirlo, encantada ante la fascinante confesión de la que acababa de ser testigo:

_ Supongo que si esto se supiera en la escuela arruinaría tu reputación.

Joel cruzó los brazos tras la nuca:

_ No me importa que se sepa. No me avergüenza decir que me gusta el ballet. De hecho, cada vez que el Ballet de Camagüey ofrece una función en el Teatro Principal, acudo sin falta con mi familia. Los prejuicios referentes al ballet y los hombres aficionados a él, me tienen realmente sin cuidado.

_ No obstante, puedes estar tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo.

_ Sssshhh..._ hizo Eugenia desde su asiento._ Ustedes dos no han parado de hablar ni un momento. No sé qué clase de estudio es el que están haciendo. La biblioteca es para leer o estudiar, no para conversar.

_ Disculpe._ dijeron Joel y Yolanda al unísono.


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