
Una de romance
Zulma era una persona de risa fácil y temperamento alegre. Cuando le conté lo que me había pasado con la escalera se empezó a reír tanto que se ahogaba y cambiaba de color. De haberle pasado a ella, se habría reído de la misma manera.
Un viernes quedamos en ir al cine al día siguiente, ya que daban una comedia romántica que no nos queríamos perder. El pronóstico anunciaba algunas lloviznas que para el caso del cine resultaba mejor. Comer maní con chocolate y pelis de amor eran un gran plan para un sábado de otoño.
Entramos contentas con un cielo nublado y cuando salimos del "cine"— un salón pequeño que funcionaba en el edificio de los bomberos voluntarios— diluviaba sin miras de que parara.
Como teníamos horario para llegar a casa, no quedó otra que empezar a caminar las seis cuadras hasta la estación en medio del aguacero. Faltaba media cuadra para la parada del colectivo, cuando por efecto del agua se me desprendió el taco del calzado y me caí de lleno en medio de un charco helado. Zulma no podía parar de reír; quería ayudarme a levantar y al no poder porque resbalaba junto conmigo, se reía todavía más. No había un alma en la calle, así que al menos esta vez, mi estrepitosa caída no contó con testigos y yo me tuve que acostumbrar a tomarlo con tranquilidad. Papá me decía que lo heredé de mi abuela: "mi vieja se ha dado cada golpazos, pero sigue sanita decía", y bueno "lo que se hereda no se hurta".
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