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"Mi esposa no me entiende, no la dejo por los chicos" o "No quiero a mi esposa, espero que venga el divorcio para encontrar a otra mujer" y la frase más bonita "Te puedo poner un departamento a tu nombre y un auto para que no tengas que viajar en colectivo".

Nunca entendí si era falta de imaginación o realmente las mujeres podían creer enserio tales afirmaciones. Me cansé de escuchar propuestas, promesas y a pesar de que adoro hablar con la gente, tuve que tomar una actitud distante y fría cuando advertía la intensión de muchos clientes habituales, los cuales después de ser amablemente rechazados en sus propuestas, concurrían abrazados de sus novias o esposas, a quienes le prodigaban atenciones como grandes caballeros. Era cierto que yo era joven, pero también que tenía perfecta conciencia de ser una novedad en el lugar y por eso el interés. Si hubiera querido ser entretenimiento de alguien no me hubiese preocupado en estudiar y trabajar. Ser joven parece ser tomado en algunos medios como sinónimo de estupidez y jamás me creí estúpida. Desde pequeña, mi padre me había transmitido valores que mantuve "hija, usted tiene que estudiar mucho— cuando trataba temas serios me hablaba de usted—, no para ser mejor que nadie, ni creerse superior, sino para tener seguridad cuando defienda sus posturas y tener la tranquilidad de que sus logros sean por mérito propio y no por caerle bien a alguien".

Los trámites en los tribunales también tenían lo suyo, había que "remar" muchas situaciones sin ser agresiva ni grosera, ya que los empleados de juzgado y los "pinches" — cadetes—, pueden llegar a perder o traspapelar expedientes, cuando se  rechaza las invitaciones a tomar café en forma reiterada. 

Voy a confesarles amigos míos, que en distintos tramos de mi vida he sido tildada de lesbiana, frígida y cosas similares, por pretender ser dueña de mis decisiones; nunca me sentí molesta, el problema no era mio sino de los que no pueden aceptar que un "no" también es una respuesta. Querer ofender, con algo que es una preferencia, me parece que habla de una baja condición humana, si hubiera sido lesbiana no era asunto para calificar o descalificar algo que pertenecía a mi intimidad. Como estaba acostumbrada a nadar contra corriente no me conflictuaban las opiniones ajenas y no permití que influyeran en mis tiempos. 

Tenía veinte años cuando conocí a un chico agradable, salimos un par de veces a caminar, al cine,  a tomar un helado, me dio el primer beso y  tiró por tierra mis románticas expectativas, me pareció algo tan insípido y sin gracia, que esperé algunos besos más a que mejoraran y como no fue así, entendí que no sentía nada y preferí decirle adiós.

Un tiempo después conocí a alguien más, al principio pensé que era muy sensible, ya que lloraba cuando hablaba de su abuelo, pero luego de un par de salidas, me dijo que tenía una sorpresa, que me invitaría a un sitio que le encantaba ir— yo conocía a sus padres, eran personas agradables así que fui sin desconfiar—, y me llevó al cementerio a ver la tumba de su abuelo, me contó que siempre iba allí a conversar con él y que ahora que salíamos, podría acompañarlo todas las semanas al lugar. Imaginarán que no lo acompañé y me ocupé de informar a su familia que necesitaba apoyo psicológico—. Yo venía de mal en peor y empecé a considerar el celibato como una opción aceptable ya que me encontraba con gente rara en el camino.

Pasado este trago, conocí al hijo de un representado del estudio: se trataba de un muchacho de dinero, educación y buenos modales, aparentemente un buen chico. Me invitó  a visitar museos en la ciudad, al teatro y al cine. Una tarde me pidió que lo acompañara a conocer a su tía, quería presentarme a ella porque la quería mucho—eso me dijo.

Al llegar a la casa mencionada abrió la puerta y comenzó a hacer que llamaba a la señora. Lo acompañé y me quedé esperando que regresara en el living, pero ante mi sorpresa el amable muchacho cerró la puerta con llave e intentó forzarme.

Cuando veo las películas de heroínas lanzando hombres enormes al aire, me pregunto cómo puede ser: yo peleé hasta quedar casi sin fuerzas con un hombre delgado, de complexión media y la única forma que pude evitar sus intensiones fue la amenaza de que mi jefe se enteraría y su familia quedaría muy mal parada siendo que tenían aspiraciones políticas. Así me libré de esos brazos que me arrinconaron contra la pared y me tiraron sobre el sillón de la habitación. Jamás se enteraron en casa, ni le conté al abogado, pero tampoco volvió a molestarme por miedo a ser delatado. No podía evitar el verlo, ya que concurría a la oficina por trámites, pero su oportunidad de ser buena persona había pasado. Mil y una vez me pidió disculpas aduciendo que fue un impulso que no pudo controlar, cosa que no era verdad, cuando al sentirse intimidado por mis palabras pudo retomar ese perdido control y dejarme ir. Yo ya estaba curada de espanto, los hombres de la vida real distaban mucho de los romances de la literatura.

Ya adaptada al ritmo de trabajo comencé a pensar la carrera a seguir. Mis preferencias se orientaban al campo de la medicina, pero tenía consciencia que una carrera así implicaba muchos años de dedicación casi exclusiva, lo que me impediría trabajar y sobre todo significaba mucha inversión de dinero. Entonces pensé que quizás me convendría estudiar abogacía, que podía estudiarse en modalidad libre—luego de aprobar el curso de ingreso— y contaba con mucho material disponible. Entonces me inscribí en la Universidad de La Plata,—siempre me gustó estudiar y aprender cosas nuevas— así que me embarqué en el desafío. Mi jefe me felicitó por la elección ofreciéndome su ayuda y mis padres estaban felices.

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