Capítulo IV
Aquella chica de la cual estaban todos preocupados todavía permanecía inconsciente, conectada a tres máquinas diferentes. Si sus amigos la vieran así, lamentarían no haber hecho algo para impedir que sufriera.
Mon estaría jugando erráticamente con su yoyo, sintiéndose extrañado por el horripilante aspecto físico de su amiga. Mientras tanto, Michael se obsesionaría con encontrar cada uno de los agujeros de la casa para repararlos.
Mindy lloraría al pie de la cama, intentando recordar algún ritual satánico para que Catherine recobrara la salud; a pesar de que la rubia fuera católica de nacimiento. Ella no se quedaría de brazos cruzados ante la agonía de la castaña.
Pese a que Jaime fuese ateo, no sucumbiría a las extravagantes sugerencias de su novia, por lo que haría cuántas llamadas pudiera en menos de un minuto para que Carl, su cuñado, conversara con ella para que recobrara la sensatez.
Carl estaría tan concentrado en la red Ritrul que seguramente, ignoraría el teléfono. En su lugar, se encontraría jugando al ingeniero en sistemas y software que era para mejorar la conexión.
Quedándose sin opciones, Jaime se vería forzado a invocar a la fuerza bruta, Kendall y Cellsbot, aunque prefería mantenerlos al margen para que ellos cuidaran de su hija.
Milagrosamente eso permanecería como una realidad alterna de Catherine porque la actualidad era que en la casa de dos pisos tan solo estaba su familia y amigos cercanos de su padre.
Un joven pelinegro visitaba la habitación de su amiga cada media hora, reflexionando acerca de cómo decirle a Darla que su cuñado intentó suicidarse sin que Derek lo supiera.
Cuando John se enteró de la llegada de su novia, abandonó la vigilancia de la castaña porque estaba preparado para confesarse ante la chica de ojos grises y cabello azabache y corto.
En ese momento, el bermejo supo que era su oportunidad de cuidar de Catherine. Él se sentía tan mal por fallarle que lo primero que haría sería disculparse con ella.
—¿Qué tienes, Darla? —Derek estaba confundido ante la cara de su cuñada, quien estaba por llorar.
La joven se abalanzó hacia él para abrazarlo y comentar: —Solo ve con Catherine, ¿quieres? Ella te necesita.
Extrañado, Derek subió el segundo piso, al mismo tiempo que veía cómo Darla secaba sus cristalinas lágrimas.
«¿Acaso estará en sus días?», supuso porque no había motivos para que ella estuviera chillando.
Al estar delante de la puerta, su mente se obscureció. Él recordó las veces en las que Catherine estuvo así de mal, y en ninguna quiso acompañarla.
«Por favor, no me odies», rogó, ingresando a la habitación de la única joven adulta que vivía dentro de la casa.
—¿Lograrás perdonarme por no ser fuerte? —dijo Derek, sentándose a un costado de la cama queen size donde descansaba su mejor amiga.
Él entrelazó su mano con la de ella.
—Te amo. —El bermejo se inclinó para besar la frente de Catherine y al apartarse ocurrió....
—También, te a-amo —murmuró la cálida vocecilla de la castaña. Ella había despertado.
Derek contuvo las energías para hacer un escándalo, limitándose a sonreírle antes de separarse y avisarle a Wilson Mitzu.
Catherine rio por lo bajo al ver que su mejor amigo daba pequeños saltos, gritando: —¡El virus no puede con ella! ¡John, mamá, papá, todos! ¡Cat ha recuperado la consciencia!
La castaña se sentó, esperando que su padre la revisara para que se librara de las espantosas máquinas que la encadenaban a su habitación.
Caminando, bastante animado, Wilson Mitzu pasó de estar en el comedor a subir las escaleras.
Derek cesó su celebración cuando el hombre mayor le dirigió una mirada cansada. De ese modo, el estado anímico del pelirrojo decayó, ¿por qué no estar feliz por la vida?
Manteniéndose en silencio, el señor Mitzu desposó a su hija de aquello que la aturdía cada vez que los síntomas se presentaban.
Como él estaba harto de lo mismo, se encerraba en su oficina para encontrar una cura lo más pronto posible.
—Derek te espera en la sala, preparó Rarras... Creo que también llega siendo hora de tu programa favorito —sonrió, vagamente.
Catherine obvió el comportamiento de su padre, había sucedido lo mismo enésimas veces que ya era costumbre estar conectada a tres máquinas.
—Anda, no quiero que te pierdas un capítulo de Eusa trajo un vaquero con..., ni privarte de tu oblea —formuló Wilson, vagando hacia la salida, con desdicha.
Catherine no quiso comentar nada, bajó, en dirección a la sala.
Derek viró hacia ella y la condujo hasta el sofá más grande ya que enfrente estaba la televisión. Así mismo, le acercó el plato con su postre.
El estómago de Catherine rugió, por lo que ella dio un bocado a la tortilla de maíz, cuya cubertura era de nuez picada y miel, y estaba rellena de chocolate.
Acomodados, los mejores amigos disfrutaron del cómico programa televisivo. Nada importaba más que el presente.
—No trates de hacerte eterna —dijo Derek, mirándola.
—Tampoco me gusta pensar en que moriré cualquier día —respondió Catherine, mordisqueando su comida.
Por un momento, imágenes desgarradoras de su infancia vinieron a alterarla. Ella revivió el calor que emanó de aquella máquina del laboratorio, y se rompió.
Catherine entró en pánico, sus manos sudaban, al compás de sus descontrolados latidos.
Ella pensó en el cuarto de abajo, un sitio donde los cables coloridos sobraban y yacía una consola que antes imaginaba era para videojuegos.
—Cat, te amo. Esto es por tu bien —le dijo su padre. Después, se enfocó en sus subordinados—. Andando con los choques eléctricos. Mi hija debe ser fuerte emocional y físicamente.
Catherine se recostó boca abajo, sintiendo que todo se cuerpo se quemaba tanto por fuera como por dentro.
—Jamás debí sentarme en la estúpida silla metálica —se lamentó—. Por mi amor al prójimo, permití que me mataran.
Derek se agachó y la llamó, pero ella estaba tan concentrada en sufrir que olvidó dónde estaba.
Asesinatos, rituales sádicos, violaciones sexuales, guerras...
Todo lo peor del mundo renació entre los pensamientos de Catherine, y fue gracias a él, quien reconocía como su padre. Si tan solo hubiera rechazado la oferta de visitar el laboratorio.
Ella se sentó encima de sus piernas, recreando una de las actividades propuestas por la IA que utilizó Wilson Mitzu en aquella ocasión.
—¿Dónde está el fósforo? —preguntó ella a Derek, agachando la mirada para que no la viera.
—¿Para qué lo quieres? Cat, estoy aquí —contestó el bermejo, tomándola de los brazos.
—Debo matarlo, degollarlo lentamente —se sonsacó ella misma porque su mente estaba corrompida.
Derek siguió gritando el nombre de Wilson Mitzu, desesperado debido al inmensurable dolor que brotaba de sus brazos al ser rasguñados por su mejor amiga.
Catherine continuó forcejeando hasta que su padre se presentó.
Él sabía qué sucedía, pero no podía decir nada al respecto o Melanie podría pedirle el divorcio.
—¡Acamparemos en el bosque! —acató él, desconcertando a los presentes—. ¡¿Qué esperan?! ¡Vayan a empacar!
—Pero, Willy... No creo que Catherine esté preparada —planteó Melanie—. Apenas salió victoriosa del antídoto, deberíamos...
Wilson la acalló con una mirada, y ella asintió.
—Conoceré el bosque Miesalón —murmuró Catherine, regresando de su trance.
Ella se abalanzó contra Derek, besándolo en sus labios previo a dirigirse a su habitación para hacer sus maletas.
Derek se sonrojó, no esperaba que su primer beso con la castaña fuera de ese modo, aunque le gustó.
Él trastabilló un poco antes de levantarse e ir por sus cosas. De hecho, de no ser por el ardor que sentía, olvidaba sus heridas.
Media hora más tarde, las familias de ambos —incluyendo a Darla y sus padres— se reencontraron en la entrada de la casa, preparadas para una nueva aventura.
En lo que los adultos acomodaban las maletas, los mejores amigos se quedaron a un lado.
—No quise herirte, fue instintivo —se disculpó Catherine.
—Descuida, no fue tan grave como lo recuerdas... Supongo que estabas dentro de una pesadilla lúcida —avisó Derek.
Él le golpeó el hombro con ternura.
—Soñé que me enterraban y quemaban viva porque sí —admitió la castaña, sobándose los brazos.
—Tus pesadillas no son reales, no les des tantas vueltas —soltó el pelirrojo para animarla.
—Quiero pasear como una persona normal. Me cansé de estar encerrada como si fuera radiactiva —debatió Catherine.
Ellos abordaron la camioneta designada apenas oyeron que las cajuelas se cerraron.
Mientras esperaban a que los demás pasajeros se alistaran, John comenzó a repartir las hamburguesas que preparó.
Derek se echó la suya ya que el desacato de hacía unos minutos, estimuló su hambruna.
—¿Alguien tiene un cuento para contar? —espetó John, tragándose una de sus creaciones—. No quiero estar en silencio durante tres horas seguidas.
Catherine examinó la hamburguesa antes de comer e inmediatamente, cayó dormida.
Derek la abrazó tras observarla contorsionarse.
Él no sabía qué tan fea era su pesadilla, pero estaba consciente de que necesitaba acogerla porque él era su refugio.
El pelirrojo presintió que alguien lo veía, así que volteó a su izquierda. Allí estaba su cuñada, mirándolo mientras sus ojos enrojecían porque pensaba en las palabras de John.
John rodeó a Darla para que el momento no se tornara incómodo, y le dirigió una mirada cansada a su hermano mayor.
«¿Por qué actúan tan raro?», se cuestionó Derek. Él era incapaz de reconocer que ellos se preocupaban por su momento depresivo horas antes del viaje.
Poco después, dirigió su visión hacia Catherine, la joven que añoraba cual tesoro de Cupido. Otra vez, se sentía herido con ella, ambos se correspondían pero la chica de ojos amarillentos daba largas al inicio de una relación.
—¿Qué tramas, Cat? —reflexionó—. A veces, no sé si tus acciones cariñosas son reales... Hoy me besaste, y ni te inmutaste...
John reconoció la angustia de su hermano, sin embargo, no podía meterse entre sus asuntos porque estaba consciente de que aquellos mejores amigos estaban igual de mal psico emocionalmente.
Miesalón era un bosque enorme y húmedo, plagado de hojarasca —con distintos matices verdosas castañas—; además de pinos altos y fuertes con gruesos troncos, capaces de albergar cientos de parvadas. Aunque también, era protagonista de leyendas.
La gente afirmaba que era el centro de madre de prácticas paganas, sádicas e indecorosas, por lo cual había entidades y espíritus, rondando entre las penumbras.
Aun así, Catherine y compañía se atrevieron a visitar el bosque porque estaban conscientes de que lo profesado por el pueblo eran solo rumores; aunque también era un escape del caos.
Ellos habían aparcado las camionetas cerca de la medianoche, y fue entonces que los conductores y copilotos tomaron un descanso porque no podían flaquear la vista.
El susurro del viento, le recordó a John que necesitaba vaciar su vejiga para no contraer una infección.
—Dios, no creo que una linterna sea suficiente para orinar con calma —expresó, escapando de la camioneta—. El ambiente es como el orificio trasero de una persona... Debí pedirle a Derek que cuidara mi retaguardia —prosiguió, arrastrando sus pies.
El pelinegro engulló un chillido cuando sintió un minúsculo insecto rozar su pierna, y su cuerpo comenzó a secretar adrenalina para mantenerlo con vida.
Sin pensarlo, colocó la linterna entre sus dientes y se echó a correr aproximadamente diez minutos hasta que se relajó al llegar a lo más recóndito de Miesalón.
La humedad le generaba alergia, estornudaba cada tres segundos pero le restó importancia porque quería orinar.
Al desfundar su tensa manguera, se retorció unos instantes ya que reconoció el frío en su parte íntima. De inmediato, el líquido trasparente como si fuera una cascada.
Con la misma velocidad, envainó su miembro, haciendo caso omiso a que estaba perdido.
Sus pulmones se comprimían conforme corría, intentando administrar el oxígeno suficiente para cada músculo pero fue en vano porque tropezó con una rama.
John giró repetidas veces hasta que terminó cubierto por tierra.
Desganado, permitió que el sueño lo acuñara.
A John dejó de interesarle que su ropa de marca se manchara, anhelaba reposar con la cabeza encima de un tronco.
Las horas avanzaron tan rápido que ni siquiera reconoció la dulce melodía de Darla debido a sus fuertes ronquidos.
—¿Deberíamos despertarlo? —indicó Catherine, murmurando, al reconocer que sobre su amigo había un zorro.
El zorro abrió los ojos, deleitándose con la familia. Aquel animalito sencillamente se estiró y alejó de ellos ya que no se sentía a gusto.
Derek dio una leve patada en la espalda a su hermano, esperando que él reaccionara.
John se sentó de golpe, descubriendo que era observado por su familia. Él se notaba descansado, pero embarrado de tierra.
Kenneth Smith ayudó a su hijo para que se sacudiera la ropa, limitándose a no juzgarlo por dormir lejos de las camionetas.
John recibió las prendas que le dio su madre y buscó un espacio poco alejado para limpiarse y cambiarse.
—Para de acomodar tu hilo dental, está bien puesto. ¡Vámonos! —comentó Derek, estrujando el brazo de su hermano tras ir a buscarlo a petición de su padre.
—Calla, bermejo —resopló John, en tono burlesco.
Derek todavía no aceptaba el cumplido, por lo que se ofendió con el comentario de su hermano.
Empujándose levemente, los hermanos se reintegraron al grupo.
En unidad caminaron durante hora cuarenta, disfrutando de la relajada brisa que ondeaba entre sus cabelleras.
Para cuando se detuvieron, Darla se agachó al nivel del río para sentir la temperatura y beber un poco de agua sin filtrar.
—Me perdonan pero, me daré un chapuzón —comentó, esculcando su mochila en busca de su traje de baño.
—¡Qué va! De algo moriremos —dijo John, seguro de secundar la idea de su novia.
Catherine declinó la oferta porque implicaba que admiraran las horribles cicatrices de su infancia. Sin embargo, Derek le concedió una dulce mirada, y ella accedió.
Afligida, se escondió para cambiarse en diez minutos.
—¡¿Qué carajos, Wilson?! ¡¿Por qué Cat está así?! —Keneth estaba aterrado por las marcas que decoraban los brazos, espalda y parte del cuello de Catherine.
Melanie emitió un chillido ya que no comprendía qué pudo sucederle a su hijastra.
A pesar de que Catherine estaba angustiada porque Melanie discutía con su esposo, Derek sostuvo el miedo de su amiga entre sus brazos.
Catherine se zambulló en el río, relajando sus músculos. Aun así, ella no quiso pasar tanto tiempo dentro y salió tras percibir frío.
Ella se vistió con una blusa manga larga de color naranja y jeans azules, preparándose para colocarse los tenis.
—¿Qué buscas? —siseó una voz monstruosa—. No deberías estar aquí.
—¡¿Quién eres?! —mascó Catherine, atando sus agujetas.
Ella caminó en dirección de la voz, pero su atención se centró en la melódica armonía de su familia.
—¡¿Catherine, dónde estás?! —gritó su familia.
—Catherine, ven —ordenó aquella particular voz.
La joven tenía un conflicto interno, ¿a quién debía escuchar? ¿Su familia o el eco del bosque?
«No me demoraré tanto», objetó para sí misma.
Ella siguió el hilo masculino que la instaba a encarnarse en lo recóndito del bosque.
Su terquedad la regía, aunque también tenía curiosidad.
Tras subir y bajar múltiples cerros, se pasmó al estar frente a la cabaña recurrente de sus sueños.
—¡Santos Cielos, está oscurísimo! —dijo, encendiendo la linterna de su teléfono.
Mientras caminaba, luchaba contra el impulso de cubrirse la nariz debido a la densa humedad que había en los alrededores.
El primer piso tenía percheros, velas y cuadros góticos, los cuales le generaron escalofríos porque casi todo era alusión a Satanás.
Fue gracias a su miedo que ascendió por la chirriante escalera de madera hacia la planta alta. Allí halló un diario en paupérrimas condiciones.
—Apuntes de Al... —leyó para sí, pero al llegar al final de la oración, la última palabra estaba manchada con tinta negra, y era ilegible—. Firmado por RS.
Ella guardó la libreta, invadida por la decepción de que el título estuviera censurado.
Conforme avanzaba, llegaba a pensar que alguien la espiaba. Ella creía que muchos pares de ojos la veían desde las penumbras.
Catherine vio una puerta con un letrero cubierto de polvo, por lo que se acercó a ella para limpiar el señalamiento.
—¡Prohibido el Paso! Acceso permitido a investigadores y pacientes Experimentales —murmuró.
Al no haber llave cerca, ella recorrió de nuevo el segundo piso en su búsqueda, sin tener éxito.
Ella se había dado por vencida y lamentaba haberse alejado con tal de descubrir quién la conocía.
Unos minutos más tarde, se sorprendió cuando sus ojos se encontraron con un álbum de fotografías.
—Hora de irme —admitió, despidiéndose de la cabaña.
—Me encontraste —dijo, sonriendo un hombre alto, cabello oscuro, mala postura y vestido de gala, en dirección hacia ella.
Catherine temió por su vida al ver que él tenía un cuchillo en mano.
—Gracias, pero en estos momentos me gustaría salir de aquí. Mi familia seguro ya está buscándome —tartamudeó ella.
—¿Por qué deseas irte si perteneces aquí? —debatió el sujeto, enseñando que utilizaba una máscara.
Catherine quería preguntar si él cubría su rostro por alguna cicatriz o desfiguramiento, pero se retractó ya que sería grosero de su parte.
No te entiendo —aseguró.
Ella sintió pavor porque el desconocido se le acercaba cada vez más. ¡Estaba segura de que moriría!
El sujeto dejó caer su arma, exclamando: —¡Somos parte de RS! ¿Cómo es posible que lo olvidaras? Esto es serio... Nunca pensé que ellos te afectaran demasiado...
Catherine permaneció callada, aproximándose hasta la puerta.
—Te repito, no tengo idea de lo que dices... Hay gente que me está buscando —balbuceó.
Ella dejó de observarlo y se dispuso a girar la perilla.
—No puedes huir de la familia —concluyó el desconocido, abriéndole paso a Catherine.
Ella recorrió despavorida el mismo camino que al inicio hasta que finalmente, chocó contra Derek.
Su familia estaba tan preocupada que el bermejo sintió un leve dolor de estómago al notar que su mejor amiga estaba perdida.
Derek abrazó a Catherine, disculpándola en silencio.
—Desde ahora, está prohibido separarse del grupo. No sabemos con qué nos podremos topar —ordenó Wilson Mitzu.
Catherine asintió con la cabeza, intentando olvidarse del frenético encuentro con un loco de Miesalón.
Ella estaba tan sumida en sus pensamientos que ignoró en su totalidad que Darla estuvo a punto de ser víctima de un gusano venenoso.
Cuando Catherine regresó al presente, apenas recordaba que habían caminado durante casi una hora y necesitaban descansar en un espacio salubre.
«No puedes huir de la familia», remembró ella. Algo en esa frase la hacía sentir escalofríos, al mismo tiempo que la instaba a buscar aquel desconocido.
Mientras más se enfocaba en el misterioso hombre, menos era su capacidad para disfrutar el momento en familia.
Su mayor anhelo había sido derrocado por la curiosidad, por el deseo de saber acerca de lo desconocido.
—Hemos encontrado a nuestro miembro faltante, con el cargo de segunda jefa —dijo la voz masculina familiar para Catherine.
Solo en ese instante, Catherine prestó atención a lo que sucedía a su alrededor. ¡Fueron emboscados!
—Catherine —continuó el sujeto—. Estás en nuestra base de datos. Tu madre era Catherine Estial Alcatraz de la Cumbre. —Él sonreía por el sometimiento a la familia de la castaña—. Te aconsejo acompañarnos y hacer el ritual de iniciación.
—¡Catherine, no lo hagas! —jadeó John. Él estaba preocupado por ella porque no quería una segunda parte del deceso de Derek.
Uno de los guaruras del hombre misterioso golpeó a John en el brazo.
Catherine estaba indecisa pero eligió con base en su corazonada. Pese a que irse implicaría estar lejos de su familia, sentía que si permanecía con ella, habría efectos contraproducentes.
Wilson Mitzu agachó la mirada, sabía qué decisión tomó su hija; esperando que el entrenamiento hubiera rendido frutos.
«Rezaré por ti todos los días, mi pequeña. Tu seguridad siempre será lo más importante en mi día», se prometió él a sí mismo.
Ver a su hija alejarse, le partió el corazón pero, ¿a qué padre no le dolería ser testigo de cuánto han madurado sus hijos?
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