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Capítulo III

En otra parte de Eusa, lejos de Catherine, una televisión reproducía ruido blanco, líneas blancas, grises y oscuras, y un incesante siseo que irritaba a una joven rubia de una larga, sedosa y rubia melena.

Aquella señorita se encontraba golpeteando levemente su televisor cuando después de cuatro horas, éste agarró señal del noticiero. Fue así como ella se alejó para hundir sus bellas nalgas encima de su sofá.

—Querida audiencia, les exhortamos a mantener la calma. Entendemos que las muertes por el virus innombrable aumentan, pero es importante recordar que será pasajero —dijo la reportera, quien se veía bastante angustiada.

La rubia sintió desagrado ya que el televisor falló de nuevo, y ella no se enteraría por completo acerca del panorama mundial actual. Ella no lo entendía, su equipo era de alta calidad.

«Debe de ser una broma», maldijo, recostándose.

Su quejido llamó la atención de Jaime, un joven adulto pelinegro cuyo semblante reflejaba preocupación por su pareja.

—Tranquila, Mindy. —Jaime acarició el hombro de su novia, tal y como a un pétalo—. No dejaré que te pase algo tanto en presencia como en ausencia mía.

—Lo siento, cariño. Me angustia no saber si estamos un paso delante de la jodida enfermedad —respondió ella, desmarañando sus mechones dorados—. Me siento afortunada el tenerte a mi lado.

Jaime torció sus labios, estrujando el dócil cuerpo de su amada. Con sus brazos calmó la tempestad que albergaba dentro de un pequeño recipiente femenino.

Mindy deseó desaparecer por un instante porque no aguantaba desconocer el estado de sus padres. Aunque ellos mantenían un estilo de vida saludable, el virus no perdonaba a nadie.

Los secos, pero tiernos dedos del pelinegro colocaron frente a él el rostro de Mindy.

Un cálido tacto logró encender una llama en el interior de la rubia, era el mismo efecto que sonrosarse al estar delante de la persona que te gustaba.

Él aproximó sus labios hacia los de ella, palpándolos con saliva y delicadeza, simulando ser el primer beso de ambos.

Poco a poco, Mindy dejó de pensar en el futuro y se concentró en continuar pegada a Jaime. Ella necesitaba que su conexión fuese más allá del momento, quería un instante espiritual.

—Aun no entiendo qué hice para merecerte, un ángel guerrero de las montañas altas del cielo —suspiró Mindy, separando su rostro del de su novio.

—Podría decir lo mismo de ti. —Jaime buscó los húmedos labios de su pareja, esforzándose por no tener una erección.

La rubia emitió un pequeño chillido cuando su entrepierna rozó con el juguetón miembro de Jaime.

Ellos estaban calentándose, emanando calor y pesadez al besarse; eran dos seres, lamiéndose mutuamente, como si intentaran extraer agua de sus pieles.

Jaime lamía, chupaba, y besaba el cuello de su novia hasta que alguien tocó la puerta.

—Jaime, debo abrir... —gimió Mindy, pretendiendo que no sucumbía a los encantos del pelinegro.

—Solo serán unos minutos —comentó él, cargándola y apretándola para que sintiera su pene erecto, humedeciéndose.

Otra vez, llamaron a la puerta.

Él convenció a su novia para continuar con el cachondeo pero...

—¡Señorita Kolland, necesito hablar con usted! —anunció una mujer desde afuera—. ¡Es con respecto a su madre!

Al escuchar tales palabras, ellos se alejaron abruptamente, asustados ante la noticia que recibirían.

Jaime fue al sofá individual para sentarse y tranquilizarse porque estaba quedando eufórico.

Mindy se acomodó el cabello y repintó sus labios, escondiendo con su cabello los posibles chupetones que le dejó el pelinegro.

—Sí, diga —saludó ella, permitiéndose hacer contacto visual con la policía—. ¿Qué sucede con mi madre?

La oficial se limitó a observarla antes de abrir la boca.

Tan solo una expresión bastó para que el corazón de Mindy bombeara sangre rápidamente y que sus manos sudaran a cántaros.

—Lo lamento, señorita Kolland... Su madre murió hace un par de horas —soltó la oficial. En su rostro había compasión, pero sus palabras la presentaban como frívola.

—¿Por qué sonríe? Una mujer de sesenta años cuya gripe no cedía, no es objeto de alegría alguna —gruñó Mindy, evaporando por la nariz. Así mismo, sus ojos se hincharon.

—Señorita Kolland, yo no... —quiso disculparse la oficial, pero no logró concretarlo porque la rubia cerró la puerta en su cara.

Mindy se mostró triste ante Jaime, aunque sus ademanes comunicaban que intentaba reprimir su emoción.

Jaime estaba por tomar una bocanada de aire para hacer un comentario piadoso, aunque al final se dedicó a agasajar a su novia.

—"Una vez me viste llorar, y me dijiste que fuera fuerte" —recitó él, escondiendo a Mindy entre sus brazos—. "En algún momento, mi vida fue un calvario, pero contigo la realidad mejoró".

—Gracias, lo necesitaba —siseó ella, intentando encarnarse en el pecho del pelinegro.

Un corto pitido apareció entre el cálido silencio.

Jaime suponía el motivo del llamado, sin embargo, decidió no responder. Él debía estar con Mindy, ayudándola a expresar su dolor para que no sufriera como antes.

Lamentablemente, vinieron un segundo y tercer aviso; uno más largo que el otro, por lo que era inevitable prestarles atención.

—Me tengo que ir, cariño. Cuando regrese, te preparé una tarta de fresa —anunció el pelinegro, despidiéndose de ella.

—Con cuidado —respondió Mindy, cerciorándose de que su pareja no olvidara ningún artículo de trabajo en casa.

«Si me quedo aquí, estaré concentrada en lo mal que me siento por mi madre», reconoció ella.

—Supongo que iré a hacer la despensa —acertó la rubia, colgándose su bulto negro con sus pertenencias.

Mientras caminaba, se esforzaba por no sentirse nostálgica al pasar junto a determinados sitios ya que solía visitarlos con su madre pero era una batalla perdida.

Ella contuvo el llanto tras rozar con la reja metálica de una escuela primaria pues fue en la entrada, en donde la señora Kolland enseñó de valentía a su pequeña.

Aquel día era el inicio de una nueva etapa para Mindy, su vida académica, y como era de esperarse, ella lloraba por lo desconocido pero su madre logró apaciguarla con un tierno abrazo.

«No era tu momento», murmuró, olfateando la colonia de grosellas que solía usar la señora Kolland.

Secando sus empapadas mejillas rosadas, Mindy retomó su caminata hasta el supermercado más cercano.

Al alzar la mirada, se deslumbró con grafitis y pancartas con mensajes despectivos acerca del gobierno y los científicos. De entre tantas frases, las más repetidas eran: «Muera el mal gobierno», y, «Acaben con los científicos porque no quieren compartir la cura».

—No comprendo por qué los odian tanto... —reflexionaba, rebuscando una justificación aceptable.

Sus ojos posaron en una multitud, protestando porque los ricos eran los culpables, pagaron por enfermar a los pobres.

Ella se escabulló entre la gente para llegar más rápido a la tienda, pero terminó varada delante de una farmacia en pleno caos.

El pequeño establecimiento ardía en llamas porque un grupo de adolescentes abandonó la protesta para expandir el terror en otro espacio.

Mindy sacó su teléfono y llamó tanto a la policía como a los bomberos. Entretanto, ella distrajo a los chicos para que se apartaran del incendio y no huyeran.

—¡Policía! —anunció un oficial.

El cuerpo policiaco capturó a los delincuentes después de utilizar la fuerza con dos de ellos porque estaban a la defensiva.

—Muchas gracias, señorita —agradeció el oficial que alertó a los bandidos—. No era la primera vez que ellos destruían un edificio.

Los bomberos se encargaban de salvar lo que podía de la farmacia mientras que el conductor del camión hacía una llamada a los paramédicos.

Mindy se pasmó por unos instantes.

«¿En qué momento Eusa se convirtió en un campo de concentración y tragedia?», se cuestionó.

El pueblo entero colapsaba; a cada espacio que dirigía la mirada, había un desastre nuevo, uno peor que el anterior.

Mindy tragaba saliva conforme avanzaba porque sentía escalofríos debido al ambiente, pero podía más su valentía ya que no se detuvo en ningún momento.

Al cabo de veinte minutos, llegó a la emblemática primaria de Eusa, aunque ésta parecía el asilo de múltiples plagas. Allí había mugre, pestilencia, excremento y capas de pintura desbordándose.

Mindy dejó de caminar porque una de las paredes estaba garabateada con runas —o eso creía que eran— y unos cuantos símbolos más, pertenecientes a la santería.

—Dudo que solo sea decoración —aseguró, e inmediatamente tomó una fotografía panorámica.

Si bien ella no conocía con exactitud los significados de los dibujos, suponía que la mayoría emitían energía negativa.

Mindy continuó su camino, no faltaba mucho para llegar al supermercado.

«Dios, esto parece eterno», maldijo. El cansancio la acuñaba, había caminado más de lo habitual.

Cuando pensó que jamás llegaría a su destino, la vida recompensó su esfuerzo con el lugar de sus sueños.

—¡Váyanse a la verga, ya era hora! —exclamó, con una sonrisa en el rostro.

Ella ingresó a la tienda, sorprendiéndose ante la escasez de personas dentro de ella.

¿Por qué solo estaban vacíos los anaqueles de la sección de Farmacia? ¿Acaso tenía relación con la pandemia?

Mindy estaba ensimismada, quería respuestas.

Tanto era su afán de tener una conclusión que se le había olvidado su presencia en la caja 1.

—¿Llevará algo más, señorita? —preguntó el cajero, preocupado ante la disociación de la rubia.

—No, disculpa. ¿Cuánto es? —respondió, sacudiendo tenuemente la cabeza.

El cajero estaba por mencionar el total cuando un joven adulto captó la atención de Mindy: —Pero miren nada más, si es Mindy Kolland. ¿Qué tal todo?

Ella estaba anonadada por la cabellera esmeralda de su amigo ya que no la recordaba de ese color.

«¿Michael Pasados?», examinó ella. Todo en el veinteañero indicaba que se trataba de la persona que conocía pero ese cabello la desconcertaba.

—¡Hola! Hace tiempo que no nos vemos —señaló, marcando distancia, en caso de que se trata de un estafador—. ¿Cuánto pasó?

—Un par de años, aunque perdí la cuenta desde que inició la crisis en el pueblo —supuso el joven.

—Y, ¿cómo has estado, Pasados? —indagó ella, atreviéndose a dar el apellido de su amigo.

Él sonrió porque aquel sonido final era tan familiar que se sentía orgulloso de representarla.

—Muy bien, de hecho... Es raro que me llames por mi apellido, je, je —aseguró Michael—. Mi padre inventó una máquina que cortar y planta árboles al mismo tiempo.

—¡Qué genial idea! Así no dañamos el medio ambiente. —Mindy esbozó una sonrisa, se sentía aliviada porque no platicaba con un desconocido.

—¿Cómo te ha ido, Laila? —expresó Michael, interesado en ella.

Mindy se pasmó por unos instantes, su segundo nombre solo lo conocían Jaime y Catherine.

—¿Quién te dijo...? —formuló la pregunta.

—Tu novio —la detuvo él—. Tanto tu hermano como Jaime me ayudan a mejorar la red Treshla.

—¡Vaya sorpresa! —reconoció Mindy.

—Creo que es mejor que me retire de tu camino, las Rarras no tendrán buen sabor si se calientan —propuso Michael.

Él se retiró, dándole su espacio a Mindy.

Ella sacó su cartera y pagó sus compras en efectivo, extrañándose por la abrupta despedida con su amigo.

Aunque no se encaprichó por lo que él tenía en la cabeza, su caminata se llenó de pensamientos preocupantes por él.

Mindy regresó a casa rápido, con la idea de recostarse un rato en lo que decidía prepararse un postre.

Ella se aproximó a la puerta, notando que estaba abierta.

—¿Hola? Si hay alguien adentro, está en problemas. He llamado a la policía —declaró.

Poco a poco ingresó a su hogar, esperanzada de que ella estuviera equivocada.

—¡Qué alivio! Solo fue... —estaba diciendo cuando sintió que una aguja se clavó en su omóplato.

Ella depositó las bolsas encima de la mesa antes de desvanecerse y despertar dentro de una mugrienta celda.

—¿Qué carajos? Dios, mi cabeza —murmuró.

Mindy recuperó la conciencia, pero su visión no era buena.

Ella creyó ver a un treintón y desaliñado, deslizándole un sobre a través de las rejas.

Después de que él se retirara, ella tomó el sobre y lo abrió.

La joven estaba asustada porque dentro había imágenes de sus amigos y ella, con un círculo alrededor de Catherine.

—La culpable del caos —leyó Mindy, sin comprender lo que sus ojos observaban.

Ella sacudió el sobre porque sintió que pesaba, impactándose porque había un arma cargada y una nota.

—Sino matas a tu amiga, te llevaremos con nosotros para que nos veas asesinar a tus amigos y familia. —Mindy sintió un revoltijo en el estómago—. Luego, te torturaremos psico emocionalmente y te quemaremos viva.

Ella estaba aterrada, tenía solo cuatro horas para decidir.

Su mente empezó a lastimarla, mostrándole los futuros escenarios de cada una de sus acciones.

En cuatro horas moriría Catherine o sus amigos, familia y ella misma. ¡Qué tortura!



Un joven de cabello esmeralda acababa de llegar a casa para platicar con su bellísimo novio.

Él estaba feliz, no hacía mucho que se encontró con una de sus mejores amigas del alma.

Su vida iba mejorando con el paso de los días, a pesar de la situación mundial actual; tenía un trabajo estable, una pareja que lo amaba, hogar, comida y salud.

Michael ahora quería hablar con su adorado caballero de rizos acerca de varios temas pero primero, necesitaba aterrizar sus ideas.

—Mi precioso Mon, ¡qué guapo te ves! —halagó él, besando la frente de Mon.

—Aww, ¡eres tan tierno! ¿De qué quisieras hablar? —acató el castaño con rizos—. ¿Acaso ya estás considerando formar una familia conmigo?

Michael se sonrojó, todavía no era tiempo de pensar en ello.

Una sola pregunta lo desarmó, haciendo que se olvide por unos minutos que quería conversar con respecto a otro tema.

Los hijos eran deseados, aunque no concebía la idea de tenerlos hasta que cumpliera la mayoría de sus sueños.

Mon no apartó la vista de su pareja pero tampoco pronunció otro comentario, sabía que lo incomodó.

—He querido hablar con Mindy para que me ayude con el regalo de Carl ya que su cumpleaños es en la siguiente luna azul, pero no contesta —soltó Mon, disimulando que no amó avergonzar a su novio.

—¿Qué extraño? Ella estaba de camino a casa cuando me la encontré en el supermercado —explicó Michael, apenado—. Siempre está conectada a la red Ritrul debido a su trabajo.

—¿Será que esté bien? Considero que lo mejor es visitarla, y de paso le llevamos el almuerzo —sugirió Mon, con una sonrisa pícara.

—Es una fantástica idea, Mon. ¿Sabes? Tu empatía es una de las cosas que amo de ti —coqueteó Michael, quitado de pena.

—Pues, vamos allá. Pero antes —dijo Mon, sacando un regalo del bolsillo de su chaqueta—. Feliz octavo aniversario.

Michael se sonrojó nuevamente.

Él no había comprado nada para Mon debido a que se quedó sin presupuesto, pero eso no implicaba que no recordara la fecha.

«Soy un mal novio», se cohibió. Su mente le aseguraba que falló al no preparar nada.

Mon notó el auto desprecio que se generaba entre los pensamientos de Michael, así que lo abrazó hasta que él mismo se tranquilizó.

Aquel detalle era el talón de Aquiles de Michael, falta de regalos. Él era más de tiempo de calidad y actos de servicio, aunque no le molestaba ser afectivo y hacer afirmaciones.

Una vez que salió victorioso contra su propia mente, observó que Mon le obsequió un collar, el cual tenía inscrito Y'khuil, Michael en Likon —la lengua materna de Mon.

Michael se colocó el collar y posteriormente, llenó de besos el rostro de Mon ya que se sentía más conectado a él al recibir una parte de su cultura.

—Debemos irnos, seguro Mindy muere de hambre —dijo Mon, entrelazando su mano con la de su pareja.

Ellos se pusieron en marcha rumbo a casa de la rubia, esperando que ella se hubiera dormido.

Apenas salieron de su hogar, empezaron a arrepentirse porque se les olvidó que la gente intentaría atacarlos si reconocían las bellas piedras de obsidiana que traía Michael.

«Akaní, dios de la paz, te pido que nos salvaguardes durante trayecto completo», rezó Mon.

Él estaba aferrado a su pareja porque era miedoso, nunca fue fanático de las discusiones, y menos de los disturbios callejeros.

Por otro lado, Michael estaba molesto. Él consideraba una tremenda estupidez luchar contra alguien por joyas, cuando lo indispensable es tener salud.

Aunque durante su juventud se metió en peleas con otros jóvenes porque no se dejaba mandar por ellos, él siempre les recordaba que el poder no lo era todo.

Transcurrieron diez minutos justo en el instante en que ellos llegaron a mitad de camino, frente a una iglesia católica abandonada desde los inicios del virus.

—Necesitas matarlo para sobrevivir —murmuró un niño a Mon, con un tono maquiavélico y sádico—. Tienes muchas opciones de armas a tu alrededor.

Mon ignoró la voz como solía hacerlo.

Él se mantuvo en silencio ya que no deseaba preocupar a Michael con el fantasma que lo perseguía desde pequeño.

Michael presentía que algo andaba mal con su novio, creía que se trataba de la verdadera identidad de su escritor favorito.

—Tal vez deberías desistir con eso —comentó—. Él jamás revelará su nombre real, implicaría perder lectores.

Mon se detuvo, parándose delante del joven adulto cuya oreja izquierda tenía un piercing.

Tras adoptar aquella postura, el Sol se tornó morado, creando un ambiente de discordia natural.

—¿De qué estás hablando? No entiendo de dónde salió tu argumento —debatió Mon.

—Perdona, solo intentaba averiguar qué te tiene tan pensativo y distraído —escupió Michael, enrojeciendo por desagrado.

—Entonces, ¿por qué no me preguntas? A diferencia de ti, soy un libro abierto —aseveró Mon.

—¿Qué quieres decir con eso? Nunca te he ocultado nada, por más vergonzoso que sea —se defendió Michael.

Mon se cruzó de brazos, caminando de un lado a otro.

Al mismo tiempo que el peliverde se preparaba para darle la mentada de madre a su pareja, el Sol volvió a ser verde.

Michael se quedó boca abierto, confundido ante la discusión que surgió entre ambos.

El castaño también estaba extrañado porque no comprendía de dónde provino tanto coraje de su parte.

Sin conversar acerca de lo sucedido, ellos continuaron su caminata hasta casa de Mindy.

Al encontrarse delante de la entrada, el peliverde sintió una punzada en el estómago, era como si una avispa le hubiera picado allí.

—Mindy cierra la puerta —comentó Mon, extrañándose porque parecía que su amiga olvidó asegurar su casa.

Michael entró primero, ladeando su cabeza a ambos lados, examinando cada espacio de la sala y el comedor.

Solo cuando él terminó su labor, Mon se atrevió a pisar la alfombra que Jaime había elegido para la sala.

—Parece que por aquí no hay nadie —resumió el peliverde—. Quédate aquí, revisaré el resto de la vivienda.

Mon se dedicó a acechar el comedor.

—¡Qué extraño! Ella dejó sus compras en la mesa —dijo, confundido.

Michael estaba por avisarle a Mon que todo estaba normal cuando ambos recibieron un piquete en la espalda, y quedaron inconscientes.

Ellos no sabían qué pasó después, pero el eco que se desprendía de la habitación, los situaba dentro de una celda.

Mon despertó, atemorizado porque su cuerpo estaba plagado de magullones. Sin embargo, su temor aumentó al reconocer que su novio estaba encadenado.

Michael abrió los ojos, sintiéndose mareado y adolorido debido a los hematomas que tenía.

—¿Son ustedes, Pasados y Luetmil? —dijo una joven rubia.

Michael supo que se trataba de Mindy e intentó caminar hasta ella, pero una enorme cadena se lo impedía.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó el peliverde, enfadado por el trato que recibió.

—Quieren matar a Catherine —chilló Mindy.

—¿Por qué? —se desconcertó Mon.

Mindy les deslizó los documentos que leyó.

Los novios hicieron una lectura rápida, asqueándose por los oscuros deseos de los desconocidos.

«¿En serio? Ya me tienen harto con estas estupideces de querer matarla», espetó Michael, virando sus ojos.

—Vaya, vaya. Si son Michael Pasados y Rassmon Luetmil. ¡Qué maravilla! —se befó un hombre con problemas en el cuero cabelludo—. Mi nombre es Lorenzo Estragos, pero pueden llamarme su peor pesadilla.

—Muero de miedo, mira cómo tiemblo. ¡Uhh! —se burló Mon de Lorenzo, con intensidad.

—Chistosito. Cómo sea. Ustedes me ayudarán a... —continuó Lorenzo, enfocándose en Michael.

—Matar a la señorita Catherine Mitzu —determinó el peliverde.

—Muy bien, chico. Ganaste tu estrellita. —Lorenzo chasqueó uno de sus callosos dedos—. Ey, celebren. ¡La plaga se irá cuando ella muera!

—Eso es una idea sádica —lloriqueó Mindy.

Michael quería ir hasta ella para abrazarla, pero no podía.

La impotencia que sentía lo llevó a apretar sus puños ante la presencia de Lorenzo.

—Merece morir. Por su culpa mi padre morirá —explicó Lorenzo.

—Ella es ajena con la enfermedad de tu padre —replicó Mon—. Él se enfermó por "Psico niñez" debido a una mal formación craneal o porque sus neuronas no terminaron de desarrollarse... Aunque, dicen que se manifiesta cuando uno tiene una contusión.

—Mi padre no tuvo ningún choque y si lo tuvo me lo hubiera dicho. —Lorenzo estaba irritado, pese a que confiaba un poco en la veracidad de las palabras de Mon.

Mindy seguía llorando, pensando en que Catherine nunca dejaría de ser un blanco para los locos del pueblo.

En ese momento de vulnerabilidad, Michael tuvo un plan. Ellos podrían escapar si convencían a Lorenzo para que llevara a su padre con Lost Avenue y allí pudieran curarlo.

Lorenzo no permitió que los jóvenes adultos dijeran algo más ya que impedirían que él reflexionara acerca de si su padre no tenía secretos.

—Hablen con el padre de la chica para ver si puede curar al mío —solicitó, desencadenándolos.

Aunque eran libres debido a la capacidad de raciocinio de Lorenzo, no desaprovecharon la oportunidad para huir cuanto antes porque suponían que el señor podría cambiar de opinión.

Ellos recorrieron el mismo camino hasta ingresar a casa de Mindy, agotados por la aventura que vivieron.

Tras asegurar la casa, se dispusieron a guardar las compras de Mindy para que almorzaran.

Mon estaba angustiado porque sentía que fue demasiado fácil escapar del enemigo, había algo entre líneas.

—Me alegra que todo acabara bien —dijo Michael, dando un bocado a su hamburguesa—. Podemos relajarnos.

Su último comentario estaba dirigido a su pareja, quien se encontraba casi en estado catatónico.

—Considero que no es así. —Mon aclaró su garganta para seguir tomando agua. Él sabía que Lorenzo no era de los que dejaban libres a sus prisioneros sin tener un plan.

Mindy comió con rapidez porque quería descansar, su cuerpo estaba muy adolorido y no sabía el motivo.

Debido a su fuerte pasión por ayudar a otros, Mon creyó prudente en indagar acerca de la decisión de la rubia.

—¿Pueden ponerme pomada en mis brazos y piernas? —rogó Mindy, aunque ella miraba directamente a Michael.

Michael acompañó a su amiga hasta su habitación para colocarle crema en las zonas que ella indicó, sintiéndose apenado por el mal rato que obtuvo.

Él regresó al comedor después de lavarse las manos porque no había terminado sus papas fritas.

Mon no quería sonar grosero, pero era indispensable que realizara una pregunta: —¿Qué crees que trame Lorenzo?

—Nada bueno —respondió el peliverde, mordisqueando una papa bañada en cátsup.

—Para ti, nada es bueno —agregó Mon, con indiscreción.

—Hablo en serio, Mon —arguyóMichael, finalizando su almuerzo—. A Catherine la tratan como un venado... Es más, sé que en varias ocasiones hirieron a su padre por protegerla.


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