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Capítulo I

La lluvia rehidrataba el bello césped del campo, pero no era más que una señal de angustia para una joven adulta que yacía estresada por ser el blanco de su pueblo.

Ella estaba empapada, con las manos convirtiéndose en pasas, y la mente hecha un caos debido al acoso.

Cuando intentó redefinir sus pensamientos, su atención dejó de estar en su reflejo ya que el río perdió gracia para ella.

¿A dónde podría huir si su comunidad no dejaba de encontrarla a donde fuera que estuviese?

«Es que no lo entiendo, ¿cuál es mi verdadero crimen?», se decía así misma, ideando una forma de reconciliarse con la sociedad.

Ella se observó las manos, evadiendo que su cuerpo se tensaba por sentirse en peligro.

Cuando dejó de hacerlo, se colocó la capucha de su sudadera para así no contraer gripa.

Oyendo el horripilante canto de los insectos, escondió las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, a pesar de que el frío ya había traspasado la mezclilla.

«¿Ahora qué hago? Todo Eusa está en mi contra, pero solo unos cuantos tienen un motivo», se cuestionó.

La gélida y fuerte brisa la instaba a dejarse caer dentro del río porque su mente cada vez más era invadida por turbios pensamientos.

Apenas un mechón castaño de su cabello chocó contra su rostro, se fijó en que su piel se había palidecido.

Su temperatura corporal bajaba con tanta rapidez que era evidente que terminaría con hipotermia sino se refugiaba en un espacio cálido y seco.

Ignorando el hecho de que la perseguían, la castaña acechó el grisáceo cielo con el rabillo del ojo.

La corriente acuosa ensordecía con ternura sus oídos, ayudándola a controlar sus emociones.

Por fin, ella sentía paz y tranquilidad.

—Aviéntate —se motivó a sí misma cuando sus pensamientos se tornaron oscuros—. No, no, no.

Ella logró detenerse antes de que se resbalara con la húmeda tierra, aunque todavía tenía inseguridad acerca de qué hacer.

Al redireccionar su vista hasta el árbol torcido con hojarasca seca, la joven se volteó, dejándose caer al río.

—Lo hizo, ahora Eusa podrá prosperar sin problema alguno —festejó una voz femenina bastante seria.

La multitud admiraba que la chica flotaba, aceptando que su destino era perecer por decisión propia.

Ellos seguían observando, pero no se emitió sonido alguno en el instante en que la castaña cerró los ojos.

—No te atrevas, Smith —regañó un hombre de cuarenta al joven adulto se había propuesto a nadar.

El hombre joven pelirrojo acalló al señor con tan solo una mirada antes de quitarse la sudadera y aventarse al río para sacar a la castaña.

Él seguía su corazonada, la chica era inocente y merecía tener una vida lejos del drama.

—Por favor, no te mueras —rogó, revisando los signos vitales de la víctima—. ¡Si muere, irán al Infierno! —aseveró a sus vigilantes.

El pelirrojo estaba enfadado, no se sentía contento por la deplorable situación. ¿Cómo era posible que ellos fueran tan crueles?

Al cabo de unos minutos, él practicó RCP en la castaña tres veces sin tener éxito. Su corazón latía más rápido, y la decepción era más predecible.

Él se había dado por vencido, pero optó por hacer una cuarta resucitación porque algo en él, lo animó a intentarlo por última vez.

La joven adulta se irguió, tosiendo mientras expulsaba el agua que se coló entre sus pulmones.

—Gracias —murmuró ella, recostándose encima del césped—. ¡Qué lindo es el cielo! —agregó tras observar que la lluvia cesó.

Lentamente, ella se sentó con la ayuda de sus hombros, sin entender por qué el joven la ayudó.

Las miradas juzgonas no se hicieron esperar ya que la gente alrededor discordaba con el comportamiento del pelirrojo.

La castaña pasó de percibir la calma a desvanecerse porque el estrés tocó su puerta.



Dentro de la habitación a oscuras resonó un grito ahogado proveniente de una joven adulta castaña con pijama.

Ella dio un brinco para salir de la cama, asustada porque creyó que se había muerto. Antes siempre eran sueños tiernos o raros, pero en esa ocasión, fue una pesadilla.

A pesar de que se encontraba sola en ese momento, intentó autogestionar sus emociones.

Sus manos temblaban al igual que sus piernas, era como si ella hubiera estado dentro de una secadora durante una hora o más.

Un joven pelirrojo que se veía mayor que ella entró al cuarto de forma silenciosa, esforzándose por no asustarla.

Él presionó el interruptor para encender la luz, pese a que su vista flaqueaba por la falta de sueño.

Con cariño, fue directo hasta la muchacha para sentarla sobre la cómoda cama, y permanecer a su lado.

Aquel joven miraba con tristeza a su amiga porque odiaba verla sufrir por situaciones irreales, así que tomó su mano.

—Solo fue tu imaginación —le aseguró él a la castaña—. De todos modos, me quedaré aquí para prevenir que repitas el sueño. ¿Te parece bien? —continuó, delatando que luchaba contra el cansancio.

Un mechón castaño cayó encima de la chica, quien ladeó la cabeza después de la propuesta de su amigo.

Justo cuando ella se había acomodado entre los cálidos brazos del pelirrojo, su teléfono vibró, asustándola.

La joven evadió el sonido porque estaba esmerada en acurrucarse en su mejor amigo. Sin embargo, la insistencia de quien fuera, terminó por enfadarla y ella tomó su teléfono.

Al encenderlo, ella observó la icónica foto con su amigo cuando estaban en la playa. Ellos yacían sonriendo mientras que ella estaba sentada en los hombros de él.

Ella solo hojeó que tenía dieciocho mensajes sin leer y dejó el teléfono para apagar la luz de la habitación.

—Ten cuidado, Cat —advirtió el pelirrojo al reconocer que su amiga caminaba a ciegas—. No creo poder ayudarte, estando a oscuras.

—No te preocupes, Derek. Sí puedo —contestó Catherine, aproximándose al interruptor.

Derek se acomodó en la cama, arropándose con la cómoda sábana que estaba encima. Él se había propuesto dormir, pero su sexto sentido no se lo permitió.

Un par de objetos metálicos lo sacaron de su tranquilidad ya que no era común que alguien rondara en la planta baja a altas horas de la madrugada.

Él caminó hasta Catherine para chismosear qué ocurría, y ambos pudieran sacar sus propias conclusiones.

—¡¿Dónde está?! —gruñó un desconocido desde el primer piso de la casa—. Confiésalo, Mitzu.

—Te lo he dicho muchas veces, y no tengo miedo de repetirlo —soltó un segundo adulto—. No tengo idea.

—Creo que te equivocaste de dirección. Ella no vive aquí —agregó un tercer sujeto.

Los jóvenes adultos que estaban en el segundo piso se asustaron porque oyeron el filo de un cuchillo insertarse en alguien.

Catherine chilló un poco, por lo cual Derek le cubrió la boca con su mano. Ella tenía mucho miedo, aunque intentaría no demostrarlo.

Instantes más tarde, el primer hombre abandonó la casa. Sus pisadas delataban lo molesto que estaba por no hacer justicia.

Uno de los amenazados aseguró la entrada principal antes de gritar: —¡Ya pueden salir!

En ese momento, Catherine y Derek corrieron hasta la planta baja porque estaban preocupados debido a lo que oyeron. Ellos entrelazaron sus manos involuntariamente.

Apenas llegaron a la escena del crimen, Catherine se asustó porque vio que su padre despilfarraba sangre.

Ella fue por una venda para colocársela mientras que el pelirrojo se estrujaba los ojos para despabilarse.

—Te están buscando —soltó el padre de Catherine.

—Pero ustedes no dejarán que me lleven —comentó ella, cubriendo la herida.

—Descansen, llevaré a Mitzu al hospital subterráneo —dijo el señor Smith, sonriéndoles.

Los mejores amigos observaron que sus mayores descendieron al sótano, asegurándose de que no los siguieran.

—¡Qué horror! ¡Son las cuatro de la mañana! —susurró Derek, acercándose a Catherine para abrazarla.

Catherine permaneció en silencio durante unos segundos hasta que su mente conectó una idea. Ella todavía era estudiante, y no podía darse el lujo de ausentarse.

—Tengo clase a las 09:00 hrs. de la mañana verde... Máximo, puedo descansar tres horas —concluyó ella.

—Si te sientes cansada, no deberías levantarte temprano —acató Derek—. Mejor descansa.

Ella repensó su decisión, y accedió a la idea de su mejor amigo porque no soportaría escuchar que su maestro hablara.

—Le pediré a Kolland que me diga lo que hicieron —admitió Catherine, subiendo hasta su cuarto para tomar su teléfono.

Derek la siguió, asegurándose de que ella no trastabillara con los escalones. Él la priorizaba porque sabía a la perfección que a ella no le convenía lesionarse.

—Diamond Cristal —pronunció Catherine, sosteniendo su teléfono con escasa fuerza.

—Dígame, señorita. ¿Qué puedo hacer por usted a estas horas? —respondió la inteligencia artificial.

—Avisa a mis superiores que estaré ausente por problemas personales —escupió Catherine sin sentir culpa.

—De acuerdo —aceptó Diamond Cristal, desapareciendo tras recibir su tarea.

La castaña abandonó us teléfono al lado de su cama, haciéndole una seña a su amigo para avisar que ella ya se iría a dormir. De ese modo, ellos se acomodaron en la habitación de Catherine.

No transcurrió mucho tiempo para que ellos cayeran rendidos, siendo engatusados por el reposo.

La noche finalizó, apareció la mañana, pero ni el cántico de las avecillas lograron despertarlos. Ellos continuaban durmiendo como si hubieran laborado doce horas seguidas.

Un leve presentimiento consiguió alertar a Derek, quien se paró después de salir de su quinto sueño.

Él se colocó los zapatos y abandonó la habitación sin avisarle a Catherine, olvidando que ella temía a la soledad tras su pesadilla.

«Alguien atacó a mi padre, ¡alguien atacó a mi padre!», recordaba Catherine entre sueños hasta que aquella se transformó en lo importante.

«¡Querían matarme!», reconoció ella, sentándose de golpe.

Su cabello cubría su rostro así que apenas era capaz de notar que estaba de su habitación. Fue el olor a vainilla lo que la reubicó.

Catherine revisó la hora en su teléfono. Ya eran las 02:00 p.m., pero su cuerpo creía que era más temprano.

—Huelo a queso rancio —masculló, olfateándose las axilas.

Ella se dio una ducha, concentrándose en que el día sería mejor de lo que inició. Además, intentaba no recordar su pesadilla.

Vistiéndose con un vestido amarillo y el collar de perlas de su madre frente a un espejo, ella estaba lista para su mantra.

—Eres fuerte, leal y amorosa —recitó, revitalizándose—. Piénsalo, formas parte de los Alcatraz, no puedes descuidar tu trasero.

Debido al gran compromiso con su ritual mañanero, ella no notó que alguien esperaba el baño desde hacía varios minutos.

Cuando la castaña salió, secándose el cabello, el hermano menor de su mejor amigo le lanzó un particular comentario.

—Buenos días, dulzura —saludó John, deslumbrándose ante la belleza de Catherine.

—Pasa —indicó ella, esperando a que él quitara la vista de sus exquisitos pechos. Gracias a ello, Catherine regresó a su habitación para arreglar su cama.

Mientras ponía en orden su colcha, el pelirrojo tocó el marco de la puerta, llamando su atención.

Ella viró, asustándose por su imprudencia, aunque pasó a alegrarse porque él usaba pants oscuros y una camisa blanca, algo anormal.

—Tu hermano menor es un puerco, me estaba mirando los pechos —confesó Catherine, aunque tal vez eso no fue lo que sucedió—. Por favor, haz algo al respecto.

Derek apretó los labios, conocía bien a su hermanito. Si bien era cierto que ambos reconocían cuando una mujer era hermosa, John a veces hacía gestos o ademanes que indicaban perversión.

Ellos caminaron hasta las escaleras cuando la voz de John se escuchó en la cocina, lo cual los desconcertó porque lo imaginaban en el baño.

—Preparé el almuerzo, vengan —anunció John con entusiasmo.

Catherine vaciló un momento previo a seguir a Derek ya que seguía incómoda por el encuentro con John.

El desayuno-almuerzo pasó tan rápido que ahora los tres jóvenes adultos estaban en la sala, viendo la televisión.

Aunque estaban conscientes de lo mal que podría sentarles, eligieron el canal de noticias, Eusa Comenta.

—Cada día aumentan los muertos debido al virus traído por la segunda luna verde de hace tres años —explicó la reportera, ocultando su miedo—. Es más, los pacientes han comenzado a generar más síntomas.

»Los doctores y científicos no han parado con la búsqueda de un antídoto, sin embargo, sus exhaustivos intentos tan solo propician que el virus mute rápido.

»Por desgracia, el virus es multirresistente. Las medicinas y procedimientos legales están perdiendo la batalla, así que nos basta con mantener la esperanza...

Derek apagó la televisión al percatarse de que Catherine estaba atónita ante el anuncio.

—Es suficiente por hoy —dictó él—. John lava los platos mientras limpio la mesa y Cat recoge los platos.

Catherine realizaba su tarea cuando una voz femenina le murmuró: —Mátalos, sabes que es lo que deseas.

Ella ignoró el consejo, pero de inmediato se sintió débil. Sus manos palidecieron poco antes de que se cuerpo perdiera movilidad.

Ella no tuvo otra opción más que recostarse en el sofá de la sala. Su sistema inmunológico no podía contra los síntomas, era como si se hubiera dado por vencido.

La castaña se asustó cuando su cabello se tornó blancuzco y le comenzaron a salir moretones en diferentes partes del cuerpo.

—Ayuda —dijo con un hilo de voz casi insonoro porque su estado empeoró. Sus labios estaban agrietándose y quedando morados, al mismo tiempo que perdía la vista.

Afortunadamente, John pasó por allí y alertó a su hermano mayor, quien trotó hasta el cuarto de Catherine para llevarle una nueva dosis de Estial.

A pesar del miedo que tenía por las agujas y el sonido que se generaba cuando atravesaba la dermis, el pelirrojo inyectó el medicamento.

Poco a poco, los efectos colaterales de Catherine se esfumaron.

—Gracias —susurró ella, cerrando los ojos.

Ellos permanecieron callados e inmóviles hasta que la puerta del sótano sonó. Al instante, John recibió a Wilson Mitzu, Keneth Smith y su esposa, Lucían Kingdom West.

Catherine no oyó, pero sí entendió que Derek conversaba con las figuras de autoridad de la casa. Ella estaba acostada, reflexionando acerca de cuándo terminarían sus malestares.

La castaña estaba cansada porque los intentos por encontrar una cura contra aquella enfermedad eran difíciles para todos, incluyendo a quienes investigaban para ayudarla.

Sus aliados encontraron cómo contrarrestar los padecimientos, pero no podían detenerse ya que el virus avanzaba cada segundo.

—Eres la clave para acabar con este virus, mi amor —dijo la madre biológica de Catherine antes de morir, según Wilson Smith.

Aun con todos los avances, Catherine estaba aislada de la sociedad ya que no podía salir a la calle o el virus mutaría. Ella anhelaba conocer más acerca del exterior.

Su padre y madrastra, Melanie, una científica que trabajaba para matar al virus, le permitían dar pequeños paseos bajo su tutela.

Ellos la conducían a la playa o a un centro comercial, a pesar de que Catherine deseaba conocer otros sitios.

—Wilson Mitzu —se presentó Melanie, su madrastra. Ella fue amiga de su madre y nunca hizo nada romper el matrimonio de su amiga, pese a los fuertes sentimientos que tenía hacia su marido.

Melanie era atractiva, no tenía inmensas curvas, pero su cabello negro pintado con mechas moradas la hacía una belleza. Además, su rostro era simétrico; y sus ojos, azules.

—¿Qué ocurre, querida? —preguntó Wilson, evocando angustia—. ¿Acaso algo salió mal?

—No, no, para nada. Pero sí necesitamos que vuelvan al laboratorio, creemos que Paty encontró una anomalía en el patógeno —admitió Melanie—. Buenos días, chicos... También, se requiere la presencia de nuestra hija.

Catherine se levantó con cautela, aproximándose hasta su padre. Ella estaba ansiosa, sin embargo, se tragaba su emoción.

Derek los acompañó porque él necesitaba rectificar que se estaba haciendo lo posible para salvaguardar a su mejor amiga. Por otra parte, John prefirió quedarse para probar un videojuego de carreras de autos.



La sensación térmica era insoportable para Catherine porque sentía que había calor y humedad al mismo tiempo, lo cual podría enfermarla.

Ella estaba tensa, su cuerpo recién salía de su trágico episodio, pero se obligaba a concentrarse en que su condición mejoraría tras el análisis.

Derek andaba a su par, concediéndole abrazos cada determinado tiempo. Él tampoco estaba conforme con que ella no pudiera tener una vida decente.

—Saldremos adelante —espetó él, sirviéndole una bandeja de energía positiva a Catherine.

«No lo creo, pero gracias por animarme», se decepcionó Catherine a sí misma cuando recordó su primer día dentro del laboratorio.

Derek admiró la incomodidad en la castaña y la rodeó. Él no quería sobrepasarse, tan solo indicarle que él podría acobijarla cuantas veces lo necesitara.

Cuando ellos se toparon con la entrada metálica al laboratorio, Wilson Mitzu colocó su ojo izquierdo frente al escáner, y apenas escuchó el pitido de aprobación, tecleó el código 095536, y la puerta se abrió.

Catherine se relajó ya que aquella combinación tenía un significado especial, era su fecha de nacimiento, día 9 de la luna morada n° 55 del año 36 d.A.H.

A pesar de que estaba un tanto emocionada al reencontrarse con la infinidad de mesas, sillas, sustancias tóxicas, tubos de ensayo, molcajetes y de más herramientas, ella seguía pensando en su infancia.

—No sucederá de nuevo —declaró Keneth Smith a Catherine en lo que llegaban a la sala de pruebas, sitio donde se realizaban las investigaciones para hallar la cura contra el peor virus de Mezone.

Tanto el pelirrojo como la castaña se fijaron en que había una silla conectada a un montón de cables unidos a una computadora de lectura cerebral, y un casco plateado.

Derek suponía que Catherine odiaba el hecho de formar parte de la maquinaria por enésima ocasión, pero su hipótesis falló cuando ella siseó algo con relación a la silla.

—Se ve muy cómoda, ¿verdad? —inquirió ella.

—Supongo que sí —murmuró Derek, acobardándose ante la curiosidad de Catherine por ser estudiada. Sin embargo, se empoderó cuando vio que un trabajador miraba tajantemente a la castaña.

El joven Mirs, quien rondaba en la edad de Catherine, observaba con repudio a Derek después de que el pelirrojo lo apartara de la chica.

«Sí, encabrónate cuanto quieras. Catherine se queda conmigo», dijo Derek para sí mismo, intimidando a Mirs con su arqueo de cejas y la posición de su boca.

—Catherine —llamó Billy a la joven. Él era el científico segundo al mando que ayudaba siempre a Mitzu y Smith.

—Dime —respondió Catherine, alejándose de Derek.

—Necesitamos que te sientes ahí. —Billy señaló la silla. Inmediatamente, ella se acomodó, colocándose el espectacular casco.

La castaña se relajó, centrándose en los bellos recuerdos que tenía con su familia, pero la agonía terminó por sabotearla.

Ella quería llorar porque el dolor era inminente, las punzadas a lo largo de su cabeza se intensificaban. Además, comenzó a imaginarse terribles escenarios donde se encontraba sola.

—Es todo —anunció Mirs, apagando la maquinaria.

Catherine corrió hasta Derek para aferrarse a él, esperando que los resultados fueran satisfactorios.

Ella escaneó la pantalla, percatándose de que decía Análisis Completo. Aquel mensaje la inundó de tranquilidad y eso aumentó cuando leyó: —El sujeto demuestra tener desequilibrio emocional.

«Ajá, ¿pero cómo puedo aliviar mi pesar?», quiso saber ya que su rutina debía modificarse.

—Si puedo opinar, ella tuvo una pesadilla en la madrugada —aportó Derek—. Creo que es la misma desde hace años.

Lucía Kingdom tenía una carpeta con los resultados identificados, y se sintió mal porque los esfuerzos eran nulos.

—Todavía tiene alucinaciones y, a veces, no puede distinguir bien a las personas —aseguró ella—. Debemos apresurarnos.

La madre de Derek desapareció en compañía de su esposo dado que los experimentos debían intensificarse.

—Entonces, el Estial podría fortalecer el virus —supuso Wilson Mitzu. Quedándose con los resultados en físico, él analizó cada palabra, evitando preocupar a su hija.

Derek identificó la preocupación del señor Mitzu y le arrebató la carpeta para que dejara de leer.

—El virus se debilita cuando pasa tiempo con la persona que ama —declaró el pelirrojo—. En situaciones de riesgo o estrés, el patógeno la controla por completo.

Wilson Mitzu recuperó la carpeta porque se le hacía una estupidez que eso fuera cierto, pero al darse cuenta de que era verdad, le aventó el archivo a Derek.

A Mirs se la subió el ego por un momento, aunque fue efímero porque la mayoría en la habitación sabía a quién amaba Catherine.

Las mejillas de la castaña se enrojecieron, incitándola a esconder el rostro entre su hermosa cabellera.

—Aun si no sabemos de quién se trate, Catherine. Pásame tu brazo, necesitamos colocarte un dispositivo para medir tu actividad y respuesta neuronal con cada chico con el que convivas —finalizó Melanie, inyectándole un microchip a su hijastra.

Silencio incómodo, nadie quería comentar porque podría incomodar a Catherine.

Minutos más tarde, Derek y ella regresaron a casa. Ellos caminaron sin pronunciar ni un chiste.

Cuando los mejores amigos se instalaron en la sala, el pelirrojo se atrevió a decir: —Amo una chica menor que yo.

—¿Cuántos años se llevan? —indagó Catherine.

—Ocho —soltó él, sonrosándose porque no estaba seguro de cómo declarársele sin asustarla—. Tengo miedo a perderla.

—Si te sinceras, ella se quedará —dijo ella, reconfortándolo, a pesar de que ya suponía cuál sería el final de la conversación.

«¿Será que él sepa que siento lo mismo?», reflexionó. Ella no quería confesarse porque no deseaba verse urgida, pero ya era momento de corresponder.

—Entonces, ¿no te perderé? —preguntó Derek. Él acalló los pensamientos de Catherine con solo una frase, aunque esperaba correspondencia de su parte.

—No, siempre serás mi mejor amigo —dijo ella, intentando ser empática con él sin revelarle que se moría por besarlo.

Derek esbozó una vaga sonrisa, percibiendo que su corazón acababa de romperse porque presentía que la confianza con Catherine culminó por un estúpido comentario.

Él se alejó, agachando la mirada. Su corazón estaba destruido, ¿por qué ella no podía tan siquiera mirarlo con la misma emoción que él la miraba?


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