Capítulo 1 - Provocado
Mi propia respiración me oprimía el pecho. Escuchaba los pitidos aún en mis oídos, después de que el suelo se viniese abajo y miles de aquellas personas cayesen al vacío. Mis lágrimas seguían recorriendo mis mejillas y el viento las secaba casi en seguida. Jadeaba sin pensar, huyendo de la realidad, dejando que las alucinaciones y los recuerdos del pasado me atormentasen, mientras aquella niña rubia me abrazaba tras haber perdido a su madre.
«El tarareo de una nana pronto invadió mis oídos, mientras esa mujer amable y buena acariciaba mis cabellos. Estábamos en un hermoso jardín lleno de rosas blancas, bajo un sol abrasador y junto a los bancos blancos que recordaba haber visto cientos de veces. Su eterna sonrisa calentó mi corazón, mientras su mirada me llenaba por completo.
Mi llanto cesó y las lágrimas fueron secadas por las suaves manos de esa mujer que siempre sonreía. Me recordaba demasiado a Ulises, era como un ángel.»
Un nuevo temblor volvió a traerme a ese caótico lugar, reviviendo la pesadilla que estábamos viviendo en ese momento. El dolor, la tristeza y la desesperación era lo que se respiraba en el ambiente mientras los supervivientes de lo que parecía ser un terremoto escapaban de aquella catástrofe natural.
Mi mente aisló el dolor de nuevo. Ya no podía escuchar los gritos, tan sólo mirar hacia sus rostros afectados por el terror. Los coches se precipitaban al vacío, los edificios caían unos sobre otros y todo quedaba envuelto por esa nana que mi propia mente recordaba.
Los helicópteros sobrevolaban la zona en busca de supervivientes, las sirenas de la policía se escuchaban a los lejos, mientras los bomberos y las ambulancias hacían su trabajo de rescate.
Me detuve en un parque junto a un colegio casi destruido. Ni siquiera quería pensar en los miles de niños que habrían quedado sepultados en su interior, en cuántos de ellos habrían sobrevivido, cuántos estarían aún vivos y atrapados. Dejé a la niña en el suelo e intenté poner en orden mis pensamientos.
¿Qué demonios iba a hacer para salir de allí? ¿Por qué elegí esa ciudad en lugar de cualquier otra? ¿Por qué la muerte volvía a perseguirme?
Era cirujana por lo que la muerte siempre estaba cerca. Pero por alguna razón que desconozco la sangre siempre se abre paso hasta llegar hasta mí, como si una parca estuviese persiguiéndome.
Si pensaba en mi niñez, podía ver todas esas cosas oscuras que hice. Todas tuvieron un propósito en su día, pero con el paso de los años me olvidé de la razón, si tan sólo la hubiese recordado... las cosas serían diferentes.
Miré hacia esa niña que acababa de quedarse sin su madre, quizás debía confortarla.
Me senté a su lado y traté de llamar su atención, pese a que no era buena en ese tipo de situaciones.
–¿Cómo te llamas? – La niña no respondió. Tampoco esperaba que lo hiciese, antes de hablar con un niño debes intentar calmarle.
La nana que solía tararear aquella mujer de la eterna sonrisa brotó de mis labios y mientras lo hacía, pensaba en ella...
«Pronto las paredes de una habitación blanca vinieron a mi mente, la brisa que sacudía las cortinas y los rayos de sol se reflejaban en aquellos muros mientras esos ojos candentes me observaban.»
Detuve mi canto y dejé que miles de preguntas me importunasen: ¿Cuándo la imaginé? ¿Cuándo la creé? ¿Realmente estaba sólo en mis pensamientos o era real?
«Mi pequeña Albania, ¿sabes por qué te pusimos ese nombre? Es porque tu padre adora los climas fríos, y además es parecido a mi nombre.»
–Natalia – contestó la niña haciéndome volver a la realidad. Me fijé en ella y sonreí, justo cuando se limpiaba las lágrimas con la manga de su vestido. — ¿Cuál es el tuyo?
–Albania. Pero puedes llamarme Alba.
Ambas nos sonreímos en un momento de calma que no iba a durar demasiado, pues pronto otro temblor nos hizo ponernos en pie, más que dispuestas a proseguir nuestro camino.
A medida que avanzábamos hacia el sur de la ciudad, un camino de heridos cada vez más evidente se iba abriendo paso, por lo que tuve que dejar de mirar para otro lado y preocuparme por otros. No podía seguir esquivando mis responsabilidades. Los médicos tenemos un código ético que llevar a cabo cuando nos encontramos ante ese tipo de situaciones. Así que, ayudé a los médicos rusos a tratar a las víctimas antes de que las ambulancias se los llevasen.
–¿Eres doctora? – preguntó el médico ruso al que había ayudado. Asentí, sin querer decir mucho más al respecto. – Entonces... necesitarás una de estas – me cedió una de las mochilas rojas y yo la acepté, luego reparó en Natalia — ¿es tu hija?
–No.
–Buena suerte.
Me hizo un gesto para despedirse pues había llegado el momento de seguir caminos separados. Agarré la mano de mi
compañera de viaje para seguir avanzando entre escombros y desesperación. A medida que lo hacía pensaba en papá, en sus enseñanzas sobre supervivencia.
El ejército llegó algunas horas después perdiéndose entre los escombros para sacar a los heridos, llevándolos en helicópteros a los hospitales más cercanos. Corrían en formación. Y parecían ser de diferentes nacionalidades, como si el mundo entero se hubiese movilizado para ayudar a Moscú en aquella tragedia.
Ni siquiera podíamos comprobarlo en internet, pues desde que toda aquella catástrofe comenzó, los teléfonos habían dejado de funcionar. Como si el gobierno no quisiese que los turistas pudiesen comunicarse con el mundo exterior.
Docenas de lesionados eran depositados en largas hileras a mi alrededor, apenas me daba tiempo de atenderlos. Estaba inmersa en coser heridas, supurar otras, desinfectarlas, vendarlas o asegurar un brazo roto. Ni siquiera podía dudar con un bisturí en ese momento, pues miles de vidas dependían de mí.
Natalia consiguió un bocadillo y una manta, pero no tardó mucho en venir a ayudar. Era buena con la gente y conocía el idioma.
Una fuerte explosión nos detuvo a todos, seguido por un temblor aterrador que me heló la sangre. ¿Y si lo peor estaba por venir?
–¡Quédate ahí! – supliqué a Natalia intentando protegerla. Salí de la tienda, atravesé los árboles y me detuve junto a los escombros del recién destruido edificio del gobierno ruso. Abrí la boca en cuanto el suelo se vino abajo y de sus profundidades salió una enorme máquina acabada en cono. Parecía que era esa cosa lo que estaba causando toda aquella catástrofe.
Esa extraña excavadora gigante estaba haciendo túneles debajo de nosotros, pero ... ¿por qué? ¿Qué era lo que querían conseguir?
La compuerta hizo clic y se abrió dejando salir a un grupo de hombres armados que dispararon contra los civiles que los rodeaban.
Me agaché en cuanto vi el peligro, mientras la ONU trataba de poner a salvo el campamento médico y el ejército defendía nuestra posición.
Corrí lo más rápido que me permitieron mis piernas y abracé a Natalia que estaba terriblemente asustada.
–¿Qué era eso? – quiso saber cuándo entrábamos en la tienda para seguir con nuestra labor. Podía escuchar metralletas de fondo y temía que esos hombres del bando enemigo llegasen hasta nosotros.
Si pensábamos que la política quedaría fuera de aquello, nos equivocábamos. No quería pensar en la razón por la que un gobierno había tenido que inventar esa especie de excavadora gigante para atacar a un país de esa manera, sin importarles todos los inocentes que morirían por su causa. ¿Por qué el ser humano era así de destructor?
La política siempre ha estropeado las negociaciones entre los diferentes países, esa inmensa lucha por el poder obligó a los seres humanos a morir en guerras infinitas. Ejércitos se enfrentaban unos contra otros solo por las estúpidas ideologías de unos cuantos.
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