Hadita, ¿dónde estás?
CAPÍTULO ÚNICO
«Si bien buscas, encontrarás » -Platón
Hace una década, cuando yo no tenía más de dieciocho año y decidí dejar de ser estudiante de los mortales, para escapar a una casa que se encontraba en las profundidades del bosque, pues siempre preferí una tranquilidad que solo la naturaleza podía darme. Por años escuché las palabras que el viento me daba, rondando por los bosques descubrí criaturas extrañas, mágicas, dignas de admirar. Entre ellas se murmuraba la existencia de un hada, pero no como cualquiera. Las hadas en sí eran una especie única, pero según decían, esta hada en particular era la más bella del mundo mágico, y nunca se había visto alguna de igual hermosura.
La curiosidad pudo conmigo, después de todo sangre humana corría por mis venas. Era solo un joven sin pasatiempo alguno, así que la idea de encontrar un ser tan majestuoso era hipnotizante. Busqué y busqué, hasta que me encontré en una pequeña villa, donde vivían duendecillos de todo tipo. Pregunté por el hada, y después de pagarles con pesetas de oro que robé de las sirenas, accedieron a decirme dónde estaba.
Llegué a un hermoso prado, lleno de árboles brillantes y flores de todo tamaño. Una gran multitud de personas se atropellaban para abrirse paso para llegar al centro de una especie de escenario. Me escabullí sigilosamente entre las criaturas para llegar hasta dónde una mujer pequeña estaba sentada, sola y en silencio a la mitad del lugar. Sus largos cabellos rubios tocaban el suelo y unas líneas que imitaban al musgo recorrían toda su pálida piel, empezando por la punta de sus pies hasta llegar a la sien derecha. Sus grandes ojos grises estaban rodeados de largas pestañas oscuras y pesadas como maleza.
Después de un momento, abrió sus alas dejando ver un sinfín de colores con los que solamente podría haber soñado en mi mundana vida. Estaba sorprendido de ver tanta majestuosidad en un ser tan pequeño y frágil; todo mundo aplaudió y vitoreó hasta que el hada dejó de volar y aterrizó en el centro de nuevo. La noche llegó y todos se marcharon, prometiendo volver al día siguiente como siempre.
El hadas se quedó ahí, sola. Dudé por un momento si debería acercarme a un ser tan hermoso como ella, si siquiera repararía en un humano como yo, pero por suerte me llené de valor y pregunté.
-¿Vives en los alrededores?
El hada alzó los ojos hacia mí y me miró como si fuera la cosa más impresionante del lugar; me pregunté seriamente si alguna vez habría visto su reflejo. Se quedó callada por unos minutos hasta que por fin me confesó entre secretos que nunca había disfrutado de un hogar propio, pues siempre se vio obligada a habitar en las expectativas de los demás. Eso me entristeció mucho, así que por impulso le dije que podía vivir conmigo, que yo sería su hogar y para mi sorpresa ella accedió con demasiada facilidad.
Desde el primer día pude ver sin dificultad como las dudas que sembraron en ella siempre estaban presentes. "¿Soy importante? ¿Soy suficiente? ¿Te gustan mis alas?", me inquiría con frecuencia, cuando preparaba el desayuno o la acompañaba al bosque. "Claro que sí, tus alas son preciosas, con colores cristalinos y tan grandes que puedo verlas desde el suelo mientras vuelas. No conozco a nadie que no quede encantado con ellas". A pesar del paso de tiempo siempre opinaba lo mismo, pero ella nunca me creyó ni una palabra.
Los demás seres relataban como de pequeña el hada atraía a todos con su magia y que sus alas eran el doble de brillantes, coloridas y grandes de lo que eran el día que la conocí. Cuando les pregunté qué les había pasado me narraron que cuando el hada tenía 12 años sus padres traicionaron a los aliados mágicos y fueron castigados con el exilio, sin embargo fue su retoño quien sufrió las consecuencias, pues fue condenada a tener las alas más bonitas del mundo, pero cada vez que alguien las viera se iría deshaciendo hasta volverse cenizas. No pude evitar horrorizarme de saber que cada vez que cualquiera reparaba en sus alas, ella estaba más cerca de desaparecer.
El hada me contó como su linaje enterró su identidad entre halagos superficiales y desde entonces dependía de ellos para poder ser feliz. Le señalé que de ahí en adelante yo me aseguraría de llenar su vacío para que no necesitara mostrarse más; ella se negó. Le rogué que se escondiera, pero en lugar de responder solo sonreía débilmente sin poder ocultar el miedo en sus ojos.
Una vez miré accidentalmente la insuficiencia tatuada en su espalda. Ese día no paré de sollozar y pedir perdón, pero todos los demás le exigían sin descanso "Queremos verlas" y cada vez que les obedecía yo gritaba "¿A caso no ven las grietas mientras vuela?, ¡dejen de mirarla!" "ocúltalas por favor" le pedía entre lamentos. Desde niña aprendió que los aplausos reflejaban amor así que a pesar de estar agotada de exhibirse no se detenía para no ahogarse en el río de la decepción.
"A veces creo que soy una mentirosa" reconoció una noche "Deseo ser yo misma, pero ni siquiera recuerdo quien soy. Todos esperan algo de mí y yo solo quiero conservar mis alas eternamente e ir a donde yo quiera" me dijo con un hilo de voz a nada de quebrarse y yo deseé con todas mis fuerzas poder guardarla para siempre en mi corazón para protegerla de todo el mal del mundo. Aquello era imposible porque sus padres fueron los primeros en hacerle daño y exponerla a los peligros de la vida.
Mientras dormía se podía observar con facilidad como su pequeño cuerpo presentaba las historias que la lastimaban, aun cuando no podía expresarlas en voz alta. Su alma era de cristal y la dejaban caer sin dudar.
Cada día se extinguía a sí misma como si la aprobación de los demás fuese a salvarla de su trágico destino. Asistía a celebraciones, pero era difícil divertirse cuando se sentía como una herida abierta. Tomaba el dolor de perder su vida como broma, excepto que ninguna de las dos se reía, todo el tiempo caminó sobre una línea muy delgada donde no me atendía cuando le suplicaba que guardara sus alas y que no dejara que los demás las vieran.
Hizo a la aprobación su templo, su cielo, su todo. Y si bien ella pensaba que para existir debía ser celebrada, yo sabía que su belleza existía, aunque nadie la viera. Por el contrario, los demás solo la consumían, siempre amándola por lo que querían ver y no por lo que verdaderamente era. Nunca fue ella misma, dedicó su vida a intentar todo para que la siguieran mirando.
"Creo que el bosque está embrujado, por eso hay huecos en tus alas" inventé un día "Deberías irte volando lejos de aquí, así ya no tendrás razón para llorar" supliqué con el alma rota "vete hasta el confín del mundo, cúbrete y limpia tus lágrimas con tus manos deshechas, ya no deberás actuar como si tus sentimientos no importaran" Pareció pensarlo por un largo momento.
Ella nunca se marchó. Pasó el resto de su breve vida deseando que todo fuera como solía ser, pasó el resto de sus vuelos siendo derribada por el peso de las expectativas. Le dijeron que era la favorita y cuando dejó de brillar nadie dudó en bajarla del pedestal y desecharla como basura, que toda su vida fue su sistema de creencia.
Mi madre solía decir "si nunca sangras, nunca creces" pero mi hadita les dio sangre y lágrimas y nunca la dejaron crecer, en cambio, después de asfixiarla con su ignorancia, por fin se vio librada para siempre del miedo al rechazo, a la insignificancia, a la comparación y a decepcionar a todo el mundo.
Mi hada ya puede ir a donde ella quiera, pero jamás a casa conmigo.
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