Prólogo
El viento soplaba con fuerza, empujando las nubes oscuras que se acumulaban en el horizonte. La amenaza de una tormenta parecía inminente, y pronto las gotas de lluvia comenzarían a caer.
Por suerte, el joven con el cabello tricolor había traído su sombrilla.
— Parece que se viene una gran tormenta —comentó el dueño de la tienda, observando a través del cristal.
— Así parece —respondió el chico de ojos amatistas, mientras pagaba por los productos que había adquirido—. ¿Cerrarás temprano, señor Takiya?
— Es probable, muchacho. No creo que nadie quiera salir con la tormenta que se avecina. Además, debo llegar a casa pronto —dijo, entregándole una bolsa de papel—. Ten cuidado, Heba.
— Lo haré, señor Takiya —sonrió, antes de tomar la bolsa con las compras—. Nos vemos.
— Cuídate. Saluda a Atem de mi parte.
Heba asintió, deslizándose hacia la salida de la tienda mientras el primer leve trueno retumbaba en el aire. La lluvia comenzó a caer justo cuando salió, y, sin pensarlo demasiado, desplegó su paraguas.
— Parece que los demonios han estado jugueteando hoy —musitó para sí mismo, una leve sonrisa curvando sus labios, mientras miraba el cielo gris y tormentoso.
Aunque se mantenía seco, el frío de la lluvia comenzó a sonrojar sus mejillas. Caminó con paso firme hacia su edificio, donde se encontró con Shouta, el portero.
— Hola, Shouta. ¿Atem ya llegó?
— No lo he visto, Heba. Creo que aún no ha llegado.
— Ah... bien, gracias —respondió mientras se dirigía hacia el elevador, su voz suavemente resonando en el vestíbulo vacío. Las puertas del ascensor se cerraron con un suave ding, y él se apoyó contra la pared del pequeño espacio, dejando escapar un suspiro. Fuera, la tormenta seguía rugiendo con fuerza, el viento golpeando las ventanas del edificio y el sonido de la lluvia comenzaba a intensificarse.
El ascensor descendió con un leve zumbido hasta el quinto piso, y cuando las puertas se abrieron, Heba salió, su mente aún atrapada entre la conversación y el clima impredecible. Caminó por el pasillo, el sonido de sus pasos amortiguado por la alfombra bajo sus pies, y se detuvo frente a su puerta.
Introdujo la llave con una mano, mientras con la otra sostenía las compras que había hecho. Un ligero tirón en la cerradura, y finalmente, la puerta cedió. Al entrar, el cálido aroma a hogar le dio la bienvenida, contrastando con el aire fresco y húmedo que traía consigo.
Era un contraste notable, el bullicio de la ciudad detrás de él, y la paz que siempre encontraba al estar dentro de su apartamento. Mientras dejaba las bolsas en la mesa, pasó una mano por su cabello, desordenado por el viento. Ya estaba acostumbrado a esos pequeños momentos de transición, el cambio de un mundo a otro, como si las dos realidades se desvanecieran lentamente cuando cruzaba la puerta.
Una vez dentro de su apartamento, Heba dejó las compras sobre la mesa y empezó a sacar algunos de los alimentos que había comprado. En eso, escuchó un alboroto en el pasillo, y al asomarse, vio a dos niños empapados intentando entrar al apartamento en el que residiían con su madre quien en ese momento, no estaba.
— ¡Dilan! ¡Dalia! ¿Qué hacen afuera? —La voz de Heba sonó con preocupación, y sus ojos se estrecharon al ver a los niños empapados y de pie en el pasillo, con sus mochilas mojadas colgando de sus hombros.
— ¡Dilan, que dejó las llaves dentro! —exclamó Dalia, su rostro marcado por la frustración y un poco de vergüenza.
— ¡La culpa es de Dalia! Ella fue la que cerró la puerta —se defendió Dilan, con el rostro sonrojado por el enojo, pero la mirada reprochadora de Heba lo hizo callar de inmediato.
— ¿Y por qué están mojados? —preguntó Heba con un tono más suave, dejándoles espacio para que entraran. La preocupación se reflejaba en sus ojos mientras les indicaba que pasaran.
— Queríamos ir a los videojuegos, pero... no pensamos en la lluvia —respondió Dalia, agachando la cabeza con pesar.
Heba suspiró, un gesto que era casi como un suspiro de aceptación. No era la primera vez que los niños se metían en problemas por sus ansias de aventura. Dilan y Dalia eran hijos de su vecina, una madre soltera que trabajaba largas horas. Por lo general, la mujer estaba ocupada con su turno de trabajo, y aunque intentaba hacer lo mejor para sus hijos, no siempre podía estar allí para cuidarlos. La mayoría de las veces, los pequeños se quedaban solos en su apartamento, buscando maneras de pasar el tiempo.
Era entonces cuando, en su búsqueda de compañía, los niños solían aparecer en la puerta de Heba. Él nunca les decía que no. Había algo en ellos que lo hacía sonreír: la inocencia y la chispa de vida que traían consigo, tan llena de energía y curiosidad. No era la primera vez que los acogía en su hogar, y sin importar lo que sucediera, siempre se aseguraba de que estuvieran bien cuidados, sin esperar nada a cambio. Para él, no era una carga, sino un pequeño momento de paz al ayudar a los que lo rodeaban.
— Ya veo... Bueno, no hay problema. Dejen las mochilas ahí, vayan a ducharse para que no se resfríen —les indicó mientras recogía las mochilas mojadas, dejando que los niños se alejaran en dirección al baño.
Aunque Heba nunca mencionaba que se sentía como una especie de "tercer padre" para ellos, había algo en su mirada que demostraba cuánto les importaba. Sabía que no podía sustituir a su madre, pero sentía que de alguna forma, su ayuda los hacía sentir menos solos.
Después de asegurarse de que los niños estuvieran cómodos, Heba llamó a la madre de Dilan y Dalia. Como siempre, la mujer se disculpó por no poder estar en casa, pero agradeció el gesto de Heba. Él solo le dijo que no se preocupara, que los niños estaban bien y se habían acomodado para ver una película mientras disfrutaban de algo caliente. No era nada fuera de lo común, pero él sentía que en esos pequeños momentos, podía ofrecerles algo que, tal vez, no encontraban en otro lado: una sensación de seguridad, de ser escuchados y cuidados.
Poco después, los niños estaban acurrucados en el sofá, con tazas de chocolate caliente en las manos y galletas a su lado. Heba no pudo evitar sonreír ante la tranquilidad momentánea que se había instalado en su hogar, un pequeño refugio donde el bullicio del mundo parecía quedar afuera. La lluvia seguía cayendo con fuerza, pero dentro de su apartamento, todo era calmado, un respiro temporal para todos.
Sin embargo, esa calma se vio interrumpida por un estruendo aterrador. Un rayo cegador iluminó el cielo, y el sonido del trueno retumbó tan fuerte que el edificio entero pareció estremecerse. Antes de que pudiera reaccionar, la luz se apagó, y el apartamento quedó sumido en la oscuridad.
Los gritos de Dilan y Dalia fueron instantáneos, el miedo palpable en sus voces. Se abrazaron entre sí, buscando consuelo en medio del caos. Heba se levantó rápidamente, su rostro mostrando una expresión tranquila, aunque su corazón también latía más rápido. Trataba de mantener la calma para ellos.
— No se asusten, solo fue un trueno. Aunque parece que se llevó la luz... Por suerte tengo unas velas por aquí —dijo mientras buscaba en la estantería cercana a la televisión, moviéndose con rapidez en la oscuridad. No tardó mucho en encontrar una vela, y con la ayuda de unos fósforos, la encendió, colocando la llama en una base sobre la mesa de la sala—. Se ve lindo, ¿no les parece?
Pero la respuesta de los niños no fue la que esperaba. Sus ojos grandes y asustados brillaban a la luz tenue de la vela.
— No... —respondieron al unísono.
— Yo quiero que regrese la luz —dijo Dilan con un pequeño puchero, mientras su hermana lo miraba preocupada.
A pesar de que Heba intentó mantener la calma, vio cómo los niños temblaban al escuchar los truenos retumbando afuera, sintiendo el miedo y la incertidumbre que provocaba la tormenta. Miró por el ventanal y vio cómo la lluvia caía con furia, como si el cielo mismo estuviera desbordado. Decidió cerrar las cortinas para que el sonido de la tormenta no los afectara tanto.
— Parece que los demonios les hicieron una gran broma a los ángeles hoy... —comentó Heba en un intento de distraerlos.
Los niños lo miraron con sorpresa y algo de confusión. Esto fue suficiente para que Heba pudiera cambiar el rumbo de la conversación, alejándolos del miedo y llevándolos a un terreno más cómodo y familiar.
— ¿Demonios y ángeles? —preguntaron los niños, visiblemente confundidos.
Heba sonrió con una mezcla de ternura y nostalgia, sin dejar de observar la vela titilante.
— Sí... ¿No sabían que allá arriba, en el cielo, los ángeles controlan la lluvia? Pero los demonios a veces les hacen bromas, jugando con las máquinas y causando tormentas como esta —explicó con tono misterioso, mientras miraba a los niños que escuchaban atentos.
— ¿Por qué no la arreglan rápido? —preguntó Dalia, curiosa.
— A veces los demonios la dañan tanto que los ángeles no pueden arreglarla enseguida.
La expresión de los niños se llenó de asombro. Heba los miró por un momento, y su voz bajó a un susurro.
— Bueno, yo conocí a un ángel...
— ¿Un ángel? —exclamaron los niños, sus ojos grandes de curiosidad.
Heba sonrió con melancolía mientras tomaba un sorbo de su chocolate.
— Sí... Pero ya no es un ángel. Perdió sus alas.
— ¿Por qué?
— Cambió sus alas por una vida feliz junto a quien más amaba.
Los niños miraron intrigados.
— Eso es triste...
— Y a la vez muy romántico —comentó Heba suavemente, antes de volver a mirar por la ventana.
— ¿Cómo era su ser amado? —inquirió Dilan, a pesar de la gravedad del asunto.
— Bueno... No era ni un ángel ni un humano. Era... un demonio.
— ¡¿Un demonio?! —exclamaron sorprendidos los dos, sus ojos abriéndose aún más, incrédulos.
— Sí... Un ángel y un demonio. Su historia es diferente a cualquier otra que hayan oído... —dijo Heba, con una sonrisa nostálgica, como si las palabras las hubiera dejado escapar de su propia memoria.
Los niños, emocionados y acurrucándose aún más cerca de Heba, se miraron con brillo en los ojos, sus voces entrelazadas.
— ¡Nos la contarás? ¡Por favor, señor Heba! —pidieron al unísono, su curiosidad desbordando cualquier rastro de timidez que pudieran haber tenido antes.
Heba suspiró con una sonrisa, y después de una breve pausa, quizo comenzar a contarles.
Pero algo en su interior lo hizo dudar. ¿Ellos debían escuchar una historia así?
Cerró los ojos por un momento, como si buscara un momento de calma en la tormenta que rugía afuera, antes de abrirlos nuevamente.
Los gemelos, notando el cambio en la expresión de Heba, se miraron entre sí, algo inquietos. Dalia fue la primera en hablar.
— ¿Qué pasa, señor Heba? ¿No quieres contarnos la historia? —preguntó con un tono suave, sus ojos brillando con la esperanza de escuchar más.
Dilan, siempre más extrovertido, se acercó un poco, casi implorante.
— ¡Vamos, señor Heba! Ya somos grandes, ¿verdad, Dalia? —dijo, mirando a su hermana, quien asintió con la cabeza.
Heba no pudo evitar sonreír ante la insistencia de los niños. De alguna manera, esos pequeños eran mucho más maduros de lo que deberían ser a su edad.
— Aún tienen diez años —les dijo, con un toque de cariño, mientras su sonrisa se mantenía cálida pero algo melancólica.
— ¡Eso no importa! —respondió Dalia rápidamente, cruzando los brazos y mostrando una pequeña mueca de desdén, como si ya no fuera una niña pequeña.
Dilan agregó, riendo un poco:
— ¡Es verdad, ya estamos casi grandes, como los adultos!
Heba suspiró y, después de un breve silencio, asintió con una sonrisa resignada. Ellos lo habían pedido con tanta esperanza, con tanta emoción.
Sin embargo, justo cuando iba a responder, un trueno resonó con tal fuerza que hizo temblar las ventanas y vibrar las paredes. Los gemelos, que hasta hacía un momento se jactaban de ser casi adultos, se aferraron instintivamente a la ropa de Heba, sus rostros pálidos reflejando el miedo que trataban de ocultar.
Heba lo notaba en sus ojos, llenos de preocupación, y en la manera en que sus pequeñas manos buscaban refugio en él. La tormenta parecía no tener fin, el viento aullaba como un monstruo hambriento, y los truenos resonaban como si el cielo estuviera partiéndose en dos. Necesitaban algo para calmar ese temor, algo que los distrajera de la furia que rugía afuera.
— Está bien, está bien... —dijo finalmente, su voz suave pero firme, mientras los gemelos se acomodaban aún más cerca, ansiosos por escuchar lo que Heba tenía para contarles.
Con un suspiro profundo, Heba comenzó a hablar, su tono cálido y calmante, como si la historia misma pudiera ahuyentar los rayos y truenos que golpeaban el mundo exterior.— Esta es la historia de un ángel y un demonio... —comenzó Heba, su voz cálida y sosegada, apenas sobrepasando el eco distante de la tormenta. Afuera, los relámpagos iluminaban la habitación a intervalos, proyectando sombras fugaces que parecían bailar al ritmo de sus palabras.
Los gemelos se acurrucaron un poco más cerca, sus ojos brillando con la inocente curiosidad de quienes aún creen que todo es posible. Ajenos al peso oculto en las palabras de Heba, dejaron que sus mentes se perdieran en el relato.
— Ellos eran diferentes en todo sentido... tan opuestos como la luz y la sombra. Pero incluso en la vastedad de sus diferencias, encontraron algo que los unió. Algo que desafió las leyes de sus mundos y el destino que les fue impuesto. —Heba hizo una pausa, su mirada perdida en la ventana, como si buscara en la tormenta un fragmento olvidado.
Con un último sorbo de su chocolate, retomó, esta vez con una mezcla de nostalgia y determinación:
— Esta es una historia de amor, de sacrificio y de lucha contra lo imposible. Una historia que comenzó con un encuentro improbable y que terminó por cambiarlo todo.
Los gemelos lo miraron en silencio, atrapados por la solemnidad del momento, mientras el relato prometía llevarlos a un mundo donde ángeles y demonios desafiaban su naturaleza por un amor que no debía ser.
Y así, entre el retumbar de los truenos y el murmullo de la lluvia, Heba inició la historia que habría de abrir una puerta hacia lo desconocido.
Una historia que, aunque parecía un simple cuento, guardaba la esencia de verdades ocultas y destinos marcados... por el sacrificio.
Nuevamente, espero que la historia les guste con los ajustes que estoy haciendo :3
Las publicaciones a partir de ahora (en relación a esta historia) serán de 1 o 2 al día y, si es posible, hasta 3.
No olviden regalarme una estrellita si la historia les gusta y un comentario para alentarme a continuar.
Los amoooo mucho y nos leemos en el próximo capítulo.
Byeeee uwu
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