Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8. Mensajes de distintos planos

8. Mensajes de distintos planos

«Olvida lo que te he dicho de amistades online, ¿quieres? Esto roza el ciberacoso, si no lo es ya. ¿Cómo rayos consiguió tu número? Me juego lo que sea a que no fue un medio legal. ¿Que ya lo aclarará? Celia, ¿acaso seguiste hablando con ella después de esto?»

Recibir mensajes de fuentes inesperadas se estaba convirtiendo en algo habitual bajo esa marquesina. Ayer, un supuesto árbol pidiendo ayuda; hoy, un mensaje de un remitente que no debería tener mi número de móvil. ¿Qué sería lo siguiente, una nota anónima pegada al cristal? Si eso llegaba a pasar, estallaba; mi cerebro había sobrepasado su límite hacía horas, me extrañaba que siguiera entero.

Estuve tentada de bloquearla. Habría sido la salida fácil, y la que me habría recomendado mi prima Mertxe (sí, la que estudia Derecho, no finjas que no te acuerdas). Sin embargo, no lo hice. Supongo que me ganó la curiosidad, o la necesidad de que algo extraño hubiera recorrido medios reales para serlo; entré en la conversación y escribí:

"¿Cómo?"

Acto seguido, procedí a quitarme de encima las notificaciones de la otra aplicación. Allí, la mayoría de sus mensajes eran monosílabos, teorías sobre lo que según ella me había ocurrido por la mañana (ninguna tenía base ni se acercaba a los verdaderos sucesos, opción que prefería) e imperativos en busca de contestación. En su último escrito, acababa de caer en que probablemente estaba en clase y se disculpaba por dar la tabarra.

Para cuando terminé, me habían llegado otros tres mensajes suyos.

"Voy a suponer que ese cómo va por cómo has conseguido mi número, porque a escueta no te gana nadie"

"Bueno, de tener que descubrirlo, tu hermana habría sido la opción obvia, ¿no crees? Tiene la aplicación y es mucho más comunicativa que tú. Cabe decir que hace mucho que me lo sé; solo esperaba al momento oportuno para usar este dato"

"Me pareció que ya tocaba. Ahora, repito la pregunta: ¿estás bien?"

Gruñí; debí imaginarlo. Por más que habíamos intentado inculcarle a Nerea el concepto de seguridad en las redes, parecía entrarle por un oído y salirle por el otro; no era la primera vez desde que tenía móvil que difundía esta clase de datos. Con suerte, después de la bronca que le iba a caer por ésta, sería la última.

Dejé la conversación en espera, sin contestar ni marcar el doble tic azul. Simplemente, no me apetecía hablar.

Observé varias veces la foto de perfil que precedía al número mientras el autobús me llevaba de vuelta a casa; C.C., de Code Geass. La coincidencia me sacó una sonrisa inconsciente; aquella era la última serie que había visto con Erika. La escena de mi mejor amiga apareciendo en mi puerta con un pendrive negro se repitió hasta que me terminé las dos temporadas; le costó otra semana más sonsacarme que me había gustado.

Pensar en Erika siempre me entristecía. Su padre había encontrado un trabajo mejor pagado al otro lado de los Pirineos, después de que hicieran limpieza de personal en el que tenía aquí. Mi mejor y única amiga desde los siete años había tenido que marcharse y, al poco tiempo, había dejado de escribirme; ni siquiera me había felicitado por mi cumpleaños. No podía contar el número de lágrimas que había derramado por ella; aún así, todavía llevaba el colgante que me había regalado en nuestro último Año Nuevo. Al menos una de las dos tenía que recordar.

Así, entre recuerdos, vislumbré mi parada. Pulsé el botón plateado y me bajé, despidiéndome como tocaba del chófer. Recorrí el camino inverso al de aquella mañana. Abrí la puerta con llave (esa sí que no me la había olvidado) y entré.

La cocina estaba intacta. Ni rastro de quemaduras. Aquella era la prueba que necesitaba; todo había sido fruto de una imaginación que no sabía que poseía. Aún así, recelé a la hora de introducir el plato de alubias en el microondas; cuando pensaba en ello, un ardor fantasma palpitaba en mi cuello. Creí oír un gimoteo ajeno cuando rocé mi nuca adolorida.

Por supuesto, como ya te había adelantado, mi madre me regañó por dejar la cocina hecha un desastre, con los cubiertos en la mesa en vez de en el fregadero y los productos perecederos fuera del frigorífico. Salí del paso como pude; después de todo, tenía razón.

—Bueno, ¿y qué tal el día? —preguntó al finalizar la bronca. Supuse que ya había visto que aquellas zapatillas no eran mías, y que, con lo que había ocurrido, se merecía algo más que monosílabos, así que le expliqué. Por descontado, dejé fuera del relato tanto sucesos paranormales como el asunto del móvil; quería hablar con Nerea a solas sobre aquello. Cuando terminé, volví a concentrarme en mi plato. Ella me observó, asimilando lo que había contado; una sonrisa se formó en sus labios—. Ah, conque un chico... ¿y cómo es? ¿Es guapo?

Casi escupí la cucharada de alubias.

—¡Ama! —me quejé.

Odiaba que hiciera eso, que, según ella, contactar con un ser humano del género opuesto conllevase ficharlo como posible pareja. ¡Si ni siquiera lo consideraba un amigo! Además, no me veía con derecho a evaluarlo; me extrañaba e incomodaba como al resto de la humanidad le parecía tan normal etiquetar a primera vista. Desde la pubertad, tenía la impresión que las hormonas que me debieron venir de fábrica se perdieron por el camino o, en el caso de que las poseyera, éstas fueran defectuosas.

Y, aunque ahora, con 17 años, estuviese más informada y supiera de la existencia de más personas como yo, comentarios como aquel me hacían sentir fuera del puzzle. Mi madre, que reía como si mi cara de indignación hubiera confirmado algo, no sabía que en realidad me estaba haciendo daño. ¿Cómo saberlo, si yo nunca se lo había comentado?

Terminé de comer, puse el plato en el lavavajillas, me cepillé los dientes durante tres minutos exactos y me encerré en mi cuarto. Mi madre pilló la indirecta, aunque igual fuese por motivos equivocados.

Haritz se mantuvo callado el resto de la tarde. No sé si darle las gracias por entender que necesitaba algo de tranquilidad; después de todo, es parte de mi mente. Sin embargo, ya habrás notado lo pesado que puede llegar a ser; que no hiciera gala de esas habilidades mientras transcribía lo hecho en clase resultó un alivio.

Fue una tarde productiva, de esas que añoraba. Entre el insomnio y las voces mentales, aquella porción de mi antigua rutina se me antojó a paraíso.

Por descontado, paré un rato para cantarle las cuarenta a Nerea cuando llegó. Escuchó mi enfado y decepción con gesto de corderito degollado, sazonado de pura confusión, pero no me achanté; conocía a mi hermana y su arsenal de trucos, inspirar lástima no le iba a funcionar conmigo. Prometió que no lo volvería a hacer; sin embargo, ambas sabíamos que aquellas eran palabras vacías.

Aquella noche, me acosté con una sensación de victoria; un día que había empezado fatal había acabado fenomenal. La única espinita era el tema L'Invisible; era un asunto que no sabía cómo solucionar.

Como si la hubiese invocado, me llegó un mensaje suyo. Leí:

"No creas que ignoro lo que haces; sé que ya has leído los mensajes y has decidido hacerme el vacío. Lo comprendo, en serio; hasta yo admito que lo que he hecho aquí es muy raro. No te voy a obligar a aceptarme ni a seguir jugando conmigo después de esto, pero quiero que sepas que me tienes aquí para lo que sea. ¿D'accord (1)?"

Si hubiera querido responder a su pregunta, no habría tenido tiempo, ni siquiera si mis neuronas no hubiesen necesitado cinco largos segundos para la traducción. Otro mensaje iluminó la pantalla.

"También quiero que te percates de una cosa: he sacrificado parte de mi anonimato para contactar contigo por este medio. Ahora sabes de qué país soy, mientras que yo he sabido desde siempre que eras española. No sé si es un intercambio equivalente, pero para mí es igual de valioso"

Una rápida búsqueda en internet lo confirmó; aquel prefijo era francés. Ella podía tener mi teléfono, pero yo poseía tanto su número como la nacionalidad que se había esforzado en ocultar. Odiaba admitirlo, pero sí me parecía equivalente.

Tecleé un rápido "estoy bien". ¿Qué? Esa había sido su primera pregunta, y so estaba de humor para contestar más. Conecté el cargador y el teléfono pasó a segundo plano.

Aún así, no me dormí; no era capaz. Una noche de tregua, eso era lo que mi insomnio me había concedido. Di vueltas en la cama, sin éxito.

"Por favor, duerme", escuché. La voz desconocida hablaba de nuevo, transmitiendo un mensaje similar. Sin embargo, ni me pesaron los párpados ni comencé a roncar bajo sus órdenes. Me incorporé y miré al reloj; eran la 1AM, demasiado tarde para una broma fraternal.

—¿Quién anda ahí? —pregunté, mientras mi cerebro maquinaba sobre que Haritz cambiase de género a altas horas de la noche. Sonará idiota, pero, visto lo visto, me parecía una opción válida.

"¿Qué?", respondió él a mis pensamientos, indignado por sopesar aquella idea; seguía teniendo su timbre de siempre. La otra voz profirió un lamento; si algo me quedó claro, era que no eran la misma identidad. La voz de Haritz volvió a hablar: "Celia, no he oído nada".

Aquella afirmación me cayó como un cubo de agua fría. Tragué hondo; oía a la desconocida lloriquear de fondo, pero Haritz insistía en que no la percibía.

Genial, lo que me faltaba; mis voces mentales no se oían entre ellas. Nada mejor para mi estabilidad mental.

.0.0.

(1) De acuerdo, en francés.

Esta semana me quedó un capítulo larguillo... espero que no os haya parecido sobrecargado, es que había cosas que tenían que pasar y otras que no me podía callar.

Este capítulo va dedicado a garigur, porque aún quedan unas horas de su cumpleaños y se lo merece por estar siempre ahí.

Bueno, ya me marcho. ¡Os leo en los comentarios!

Mireia

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro