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5. Rutina rota

5. Rutina rota

«Voy anotando, porque la lista se engrosa cada vez más y conozco mi memoria. Vamos a ver: comportamiento asocial, alucinaciones visuales y auditivas, insomnio, ansiedad... Por ahora es eso, ¿verdad? Jolín, y eso que solo llevamos como media hora»

El despertador de mi mesilla sonó a las 6:10. Dos minutos después, el de mi móvil hizo lo propio desde el abrigo.

Aparté las mantas que me cubrían y, todavía sin despertar del todo, sonreí a la nada; hacía mucho que no dormía tan bien. Del tirón, sin sueños... ¿Sin sueños? Las escenas del día anterior acudieron a mi mente mientras hurgaba en la penumbra anterior al amanecer, en busca de una sudadera y pantalones. Aquellos recuerdos bien podían pertenecer al mundo onírico, lo que me otorgaría una excusa perfecta para todos aquellos eventos sobrenaturales.

"¿Podría ser?", fantaseé mientras, ya vestida, rellenaba mi taza asignada. Un minuto en el microondas, tiempo suficiente para ir al baño; después, a prepararme el Cola Cao y bebérmelo al tiempo que la tostada... bueno, se tostaba. Ay, dulce y predecible rutina; no se aprecia un tesoro hasta que se pierde.

"¿Tu rutina incluye darle leche a un etus para que te la caliente?", aquella voz casi me hizo escupir la bebida caliente. Te voy a ahorrar la sarta de improperios que atravesaron mi mente al escucharla, ¿te parece? No aporta nada y es algo incómoda de reproducir. "No hacían falta las groserías. ¡Si me he ilusionado y todo! Si tu vida normal integra a criaturas ezezagun como si tal cosa, igual hay esperanza para ti y todo. Aunque, ahora que se relacionan con gizakis, no sé si los etus cuentan como tal, pero para este caso es irrelevante".

Como era obvio, no sabía a qué se refería. En ese momento no lo había comprendido, pero más pronto que tarde establecería un vínculo entre las presentaciones eufóricas de Haritz y otras muchas alucinaciones sensoriales. Esa en concreto se manifestó como un insistente ardor en la nuca, a milímetros de mi cabello, como si estuviera leyendo en un parque en pleno mediodía veraniego.

"Qué adorable, incluso le caes bien; no sabía que eso fuera posible", murmuró Haritz como si esa sensación fuese pan de cada día. "Aunque igual no se da cuenta de que ahora su contacto puede molestarte; como antes no le sentías... Por el momento, mejor dejarlo ser; por experiencia, separarlos de ti a la fuerza no es conveniente".

Me quedé quieta. No porque así me lo hubieran aconsejado, sino porque desconocía cómo reaccionar; no tenía referencias, estaba helada en el sitio. Sin embargo, la quemazón se estaba haciendo cada vez más insoportable, y no parecía tener intención de parar.

Agobiada, pegué un manotazo al aire tras mi nuca. Un gesto idiota, lo sé (contraindicado, además), pero, en mi defensa, ¡tenía el cuello al rojo vivo! Las terminales nerviosas de esa zona estaban estallando. Aunque no comprenda cómo mandó mi cerebro esa orden, yo me ciño a los hechos: percibía quemaduras leves en mi nuca, nada graves, pero malditamente dolorosas.

¿El causante al que mi mente le atribuyó la hazaña? Nada más y nada menos que a una esferita de fuego. Sí, así de cliché. La bolita en cuestión no era del todo redonda; flameaba en vertical al suelo y la fuerza del lanzamiento hacía que su cuerpecito desproporcionado se arrastrase tras de sí. No había rastro de ojos ni boca; al menos, no de momento.

La criatura en cuestión atravesó la puerta del microondas sin derretirla ni nada. Desde detrás del cristal de seguridad, su brillo bajó de un refulgente tono anaranjado a un rojo apagado y así se quedó, a la espera.

"Menos mal, has tenido suerte; parece dócil, y no tiene intención de matarte sin intentar hacer las paces", avisó Haritz en mis pensamientos. "Sé que no confías en mí ni nada, pero, por tu bien, discúlpate y acepta la oportunidad que te ha concedido; con tu formación, rechazar su oferta de paz te llevaría a una muerte calcinada. Ya se inventarán los forenses una explicación; a lo mejor un pobre inocente acaba en la cárcel por esto. Por eso, es mejor que hagas lo que sea por conservar su favor. Pídele perdón, Celia".

A mis espaldas, la tostada saltó. Yo salté con ella; la ruptura de la quietud despertó mis sentidos entumecidos. Un gritito abandonó mis labios. Mi parte racional sabía que era una ilusión (de tamaño reducido, además), pero mi sistema nervioso no quería escuchar. Dejé mi desayuno a medias en la cocina y salí por patas.

"¿Por qué nunca me haces caso? ¡Celia, esta es la peor decisión que podías tomar!"

Como ya estaba siendo habitual, lo ignoré. Recogí los objetos esenciales para salir de casa en mi huída: llaves, chaqueta y mochila. Y todos los elementos disponibles en sus bolsillos, claro. La luz de la cocina había pasado de roja a azul, y mi instinto de supervivencia me dictaba que no era buena idea quedarse cerca de aquello.

Creo recordar que Haritz comentó algo sobre que los etus no podían tocar nada sin permiso expreso (a menos que el objeto en cuestión estuviera vivo), como justificación de que la cocina estuviera intacta a mi vuelta. También mencionó no-sé-qué contrato de microondas, que, según sus teorías, dejaba a la criatura ligada a la cocina. Porque claro, no tenía modo de simular una explosión de fuego azul; era mejor usar puertas traseras.

Hablando de puertas, las del ascensor se abrieron enseguida; el espejo de la estancia me devolvió mi imagen. Volví a verlas; alas con un solo eje de simetría se burlaron de mí desde mi reflejo. Aparté la mirada; estaba claro que lo de ayer de sueño tenía poco.

Seguí corriendo un rato más. Pasé por detrás de dos parques y crucé un paso de cebra sin detenerme. Solo cuando el agobiante cosquilleo de mi piel se hubo desvanecido me paré a descansar. Recuperé el aliento apoyada en una enorme chimenea de ladrillo, el último vestigio de la fábrica que había al lado de mi casa antes de la nueva urbanización.

Desde allí, la parada era completamente visible. Como era de esperarse, estaba vacía a aquellas horas; faltaban al menos veinte minutos para que apareciera mi autobús, y los anteriores mantenían ese puesto previo por un margen de cinco minutos.

Mi estómago se quejó; apenas había ingerido nada desde anoche, medio Cola Cao tirando por lo alto. Eché mano de uno de los almuerzos que mi madre había introducido en la mochila sin que me percatara; debía agradecerle las galletas cuando retornara. Dentro de lo que cabía, era jueves, así que la panadería al lado de Luberri tenía repostería en oferta; si había un día de la semana en el que comprar una napolitana no me parecía un gasto innecesario, era aquel. Comprobé que poseía un euro para aquella compra; el bolsillo me devolvió una afirmación en monedas.

Me senté en la parada y comprobé el móvil. Parecía ser que Le Invisible había empezado una partida, después de machacarme ayer. Bien, una distracción; justo lo que necesitaba. Ella también estaba conectada, por lo que las respuestas de ambas no se hicieron esperar; jugué hasta que el bus llegó y, una vez dentro, continué jugando. Solo cuando la batería me notificó su poco contenido apagué el teléfono y lo puse a cargar en mi batería portátil (no era la primera vez que se me olvidaba cargar el móvil por la noche, ni sería la última).

Aquel era el segundo día de muchos, y acababa de comenzar. Sin lugar a dudas, mi rutina estaba rota, y ni siquiera había visto la mitad de las grietas todavía.

Diez minutos después de escribir este capítulo, me dijeron que tenía el cuello quemado. Interpretadlo como queráis.

No sé a vosotros, pero a mí me da pena el etus. Que te rechacen así después de toda una vida (de la que Celia no sabe), además de que acababa de hacerle el desayuno... A mí me dolería. Lo siento, Celia, en ésta estoy de parte de la criaturita de fuego, normal que se enfade si la tratas así. Vale, se supone que no crees en su existencia, pero aún así, te has pasado de borde.

O bueno, esa es mi opinión, pero aquí cualquiera puede apoyar a quién quiera (me estoy tomando muy en serio esto a pesar de que se supone que el vínculo entre Celia y el etus es muy secundario... dejadme, ¿vale? Éste y neiro son mis bichos favoritos). ¿A vosotros que os parece?

Por lo demás, ¡por fin pasamos al segundo día! Ya va evolucionando la cosa... más o menos. Si lo hago bien. Ya me diréis si se me está yendo de las manos, que a veces dudo si estoy recorriendo el buen camino (a pesar de ser el del esquema).

Bueno, esta nota está quedando muy larga y me tengo que ir de casa en cinco minutos si quiero llegar al bus, así que me marcho. ¡Os leo en los comentarios!

Mireia

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