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4. Chapoteo de fotones

4. Chapoteo de fotones

«Espera, ¿un ataque de ansiedad? ¿Desde cuándo tienes de esos? No, "ni idea" no es una respuesta válida. ¿Cuándo me conociste ya los sufrías? ¡No te lo tomes tan a la ligera, esto es serio! Debiste buscar ayuda profesional mucho antes»

A pesar de lo que digas, Kalare, sé manejar estos episodios por mí misma. Es cierto que en aquella ocasión me pegó con bastante intensidad, pero logré sobrellevarlo; mi cuerpo sabía cómo restablecer la conexión, en nada estaba de vuelta otra vez. O a lo mejor había pasado media hora, qué sé yo. Lo importante es que, para cuando retomé mi labor de ponerme el bañador y largarme, el ataque era solo una leve presión alrededor de mi garganta.

No tenía pensado abandonar mi plan de ir a la piscina. Precisaba salir de mi habitación y expulsar aquellas agujas de escarcha que se habían clavado en mis terminales nerviosas; el rítmico chapoteo y el ejercicio constante eran la mejor forma que conocía para ello.

Bajé en ascensor con los ojos cerrados.

Afuera llovía, lo que no sorprendió absolutamente a nadie; en esta zona, el paraguas era un elemento indispensable durante casi todo el año. Aunque, bueno, había quien se los encontraba por la calle; los inconscientes que los dejaron no cuentan en la estadística. Abrí mi paraguas y en cinco minutos estaba en el polideportivo.

El recepcionista de turno me saludó, pero no comentó nada sobre lo que sobresalía a mi espalda. Así era, las alas no se habían quedado atrapadas bajo la lana como supuestamente habían estado antes de desvestirme, sino que la habían atravesado, cual luz y cristal. Eso, más la impasividad de todo ser vivo que me había cruzado, reforzaba mi teoría de que todo aquello era fruto de mi trastornada imaginación.

"Eso o, no sé, ¿qué ellos no sean capaces de percibir magia? No es una habilidad común entre los gizaki (1)", ignoré por completo ese comentario. Prefería observar las coloridas taquillas de camino a los vestuarios. Números del 100 al 299, un dato mucho más interesante que todas las movidas fantasiosas que parte de mis sesos estaba armando.

Pasé frente al espejo sin mirar.

Acompañada por la canción que sonaba por los altavoces, parte del repertorio de Gaztea (2) (como el locutor había repetido tres veces ya), me preparé, guardé mi bolsa en la taquilla 336 y subí las escaleras para llegar a la piscina. Cinco calles; tres de ellas, vacías. Me decanté por la primera de ellas.

Entrar en el agua tibia fue un apaciguador instantáneo; mis nervios crispados dejaron de emitir alarmas y mi respiración terminó de normalizarse. Durante aquellos 30 minutos (o 18 vueltas, la unidad que prefieras), la calma retornó a mí. Los pensamientos, tanto míos como "ajenos", callaron; mi mente solo se dedicaba a sumar números cada vez que tocaba una pared. Los chapoteos extra que oía se fundían con las brazadas de los otros nadadores.

Ya era casi de noche cuando llegué a casa; la cena no tardaría en estar en el plato. Maté el tiempo ayudando a Nerea con unos ejercicios de Gizarte (para el resto del planeta, Sociales). Bueno, ayudar... di pistas sobre cuál podía ser la respuesta, a ella le molestó no obtener una respuesta directa, yo le expuse que así no funciona el mundo y el demonio de cabellos rizados en cuestión me pegó. Ya sabes, típico amor de hermanas. ¿Recuerdas como me trató en Nochevieja? No fue una ocasión aislada.

Aún así, los moratones merecieron la pena por lograr un mínimo de normalidad en aquel día. Mi vida estaba bien antes de que mi cordura se fuera a la porra; quería recuperarla, que mis únicas preocupaciones volvieran a ser tan mundanas como mantener una media de notable o seguir respirando ante las embestidas de doña huesos afilados.

"Puedo ayudarte con eso si quieres", respondió, qué ironía, la personificación de mis problemas mentales. Creía que su silencio duraría más, pero eso habría sido demasiado pedir. "Ven conmigo, libérame y nuestros caminos se separarán para siempre. Es sencillo, no estás lejos, seguro que reconoces el lugar".

En eso tenía que darle la razón: reconocía la imagen que aparecía de improviso en mi mente junto con su discurso de que tenía que dar con él. A ver, vivía en Azkoitia desde que recordaba, raro sería que no encajara la imagen de los Frontones Oteiza (o los Siete Frontones, como prefieras) con mis recuerdos. ¡Había celebrado media decena de jaialdis (3) allí, maldita sea! Y encima quedaba a nueve minutos de casa.

"Razón de más para quitártelo de encima...", susurró él, en un torpe intento de persuasión.

Estaba exhausta, tanto en el ámbito físico como el mental. Solo quería cenar e irme a la cama, rogando que lograra conciliar el sueño por primera vez aquella semana. Quería descansar, no estaba en plenas facultades. Por eso mismo le contesté.

"O razón de más para creer que me lo invento...", solté, reciclando la estructura usada. Quiero creer que, en otras condiciones, no habría dicho ni pio, que no le habría dado el crédito del habla directa a esas alturas de la historia.

"Se ve que hoy no estás por la labor", bufó la voz; por lo visto, un medio tan poco ortodoxo como hablarle a una alucinación surtió efecto. "A ver si mañana tienes toda la información asimilada y podemos avanzar". No volví a oírlo aquella noche; cené las gulas sin más murmullo que mi madre interrogándome sobre cómo había ido mi día (otra vez).

Solo aporté monosílabos a la sobremesa. Como ya era tradición, mi madre me acusó de escueta, alegando que quería saber lo que pasaba en mi vida. Ahora dicho, me da hasta risa su argumento: no, ama (4), no querías saber lo que ocurría en mi vida; ni en aquel momento, ni en ninguno posterior.

Me fui a la cama lo más rápido que pude. Que estaba agotada, eso fue lo único que supieron. De la piscina, pensarían. O de llevar el curso entero levantándome a las 6:10, quizá. Veían solo la punta del iceberg. Sin embargo, ¿cómo observar más si jamás los llevaba a bucear? Era consciente de sobre quién recaía la culpa de su ignorancia, pero tampoco tenía intención de cambiarlo; era mejor así, que yo respirara el gas venenoso de mi propia burbuja si así ellos mantenían su atmósfera respirable.

No encendí la luz de mi habitación para ponerme el pijama; me acosté de cara a la mesilla, dando la espalda al espejo.

Cerré los ojos. Comencé a contar. Aquel había sido un día largo. Rogué dormirme, desconectar. Los segundos pasaban y yo seguía despierta. ¿Acaso el insomnio no me iba a conceder la ansiada tregua?

De improviso, sentí el peso en mis párpados aumentar. Poco a poco, mis pensamientos frenaron. La calidez del sueño me envolvió.

"Venga, duerme".

No reconocí la voz.

.0.0.

(1) Humano, euskera.
(2) Joven, euskera. Se refiere a una emisora de radio local.
(3) Festivales, euskera. Plural de adaptación libre.
(4) Mamá, euskera.

Creo que es la primera vez en este libro que publico de verdad el día que me toca publicar. El primero de muchos, me de a mí.

En mi vida real, estoy a punto de entrar en la universidad; este lunes mismo, empiezo la carrera de Química. Estoy nerviosa, muy agobiada (porque soy así; no es algo que pueda controlar), pero también muy emocionada. Comienza una nueva etapa, gente (a propósito, ¿a alguien se le ocurre un nombre para los lectores de esta historia? Estoy en ello, pero no saco nada en claro).

Sigo dejando piececitas por ahí, aunque por ahora solo las vea yo (contradecidme si eso). Por lo demás, ya terminó el primer día en contacto con la "magia" de Celia. A ver si dormir le sienta bien.

¡Os leo en los comentarios! (También es la primera vez que digo esto sin comentarios pendientes... o espera, el relato; no dije nada)

Mireia

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