32. Magia a debate
32. Magia a debate
«Erika no lo va a admitir, pero le costó horrores leer esa carta. El arcaico escrito es confuso, y no sigue las reglas ortográficas de vuestro euskera. Para ti, sin embargo, aparentó ser de lo más sencillo. Espera, ¿ni siquiera notaste que era arcaico? Vaya, creo que estás más acondicionada a la magia de lo que piensas»
—A ver, ahora en serio, ¿cuánta gente a tu alrededor es humana?
Erika, Ailec y yo estábamos tratando de llegar al punto marcado en la carta con Google Maps, pero parecía que en aquella zona de San Sebastián estaba decidido a hacernos dar vueltas. Erika, en un intento de amenizar el paseo, acababa de bromear sobre cuántos de mis conocidos habían acabado perteneciendo al multiverso mágico, lo que enseguida se había vuelto una pregunta sería.
—Pues no sé... —pensé en voz alta—. Mi familia, seguro. Y supongo que la gente de mi clase, también. —Eché un vistazo alrededor y, automáticamente, puse los ojos en blanco—. Hablando de eso...
Casi como si lo hubiera invocado, reconocí a Ander pedaleando cuesta abajo, en nuestra dirección. Al verme, el chico frenó para saludar y, tras mirarnos durante un rato, que resultó demasiado largo para mi gusto, siguió su camino como si nada.
—Ya... ¿ese era de tu clase, decías? —preguntó Erika, subiendo las cejas. Asentí, confusa; no sabía qué le hacía tanta gracia—. Bien, pues te informo de que no era humano —a mi pesar, me tragué un "¿qué?" amargo y esperé a que se explicase—. ¿No te has dado cuenta de a dónde se ha quedado mirando? Un poco por encima de tu hombro, donde antes sobresalía una de tus alas. ¡Sabía que tenías alas desde antes, Celia! Ese chico es begirale mínimo.
Busqué apoyo en Ailec, en vano; se posicionó enseguida a favor de Erika, casi disculpándose en el acto. Estaba sola y sin argumentos, así que no me quedó otra que ceder.
—Genial... —murmuré, bajando la cabeza—. Esa moneda atraía la magia como la luz a las polillas.
Sentí la mano de Erika en mi hombro, pero no levanté la vista; estaba ocupada analizando mi vida, a ver si alguien más había exhibido comportamientos mágicos en mi presencia. ¿Cuánta normalidad me quedaba después de aquella aventura? Cuantas más vueltas le daba, más bajos eran los porcentajes, pero no podía dejar de darle vueltas.
—Bueno, tú me atraías antes de darte el fragmento...
Apenas fue un susurro, quizá no lo escuché bien. De todas formas, hizo que me incorporara de inmediato.
—¿Qué?
—¿Qué? —replicó Erika, sonriendo de oreja a oreja. Acto seguido, echó a correr antes de que las dos neuronas que aún me funcionaban elaborasen un interrogatorio de verdad.
—¡No es justo! —grité, siguiéndola; ya estaba resoplando por el esfuerzo—. ¡Todavía no me he recuperado!
Erika no me escuchó, o fingió que no me escuchaba; siguió corriendo, con nosotras detrás, hasta que las tres caímos desplomadas sobre la hierba.
—No... vuelvas... a hacer... eso —amenacé; sin embargo, mi respiración entrecortada se encargó de diluir el factor intimidante.
Como para remarcarlo, Erika reaccionó entre risas.
—Haré lo que me dé la gana y no podrás hacer nada para impedirlo —su cabeza estaba muy cerca de la mía, y sus dedos me rozaban la mano. Sentía mi cara ardiendo; me estaba planteando que no fuera solo por la carrera—. Pero te voy a confesar algo: mis ganas de hacer cosas contigo están muy condicionadas por lo que tú realmente consientas hacer. Aunque puedo hacerte correr unos metros, porque te conozco y sé que, amenazas fallidas aparte, te divierte perseguirme, nunca llegaría más lejos sin saber si lo quieres de verdad.
Hizo que girase la cabeza para observar mi reacción; yo solo pude perderme en sus ojos avellana, sin ver cuál era el doble sentido que, se suponía, debía estar ahí.
—No entiendo nada —admití al rato.
Erika volvió a reír. Sinceramente, me gustaba verla tan feliz, aunque que fuesen carcajadas a mi costa estaba amargando un poco el momento.
—Sabía que eras lenta, pero has superado mis expectativas —dijo—. Hasta Ailec sabe a lo que me refiero, y eso que creía que teníais el mismo nivel de inteligencia emocional.
Me volví hacia la atzali, sorprendida. Así vi que, entre los mechones sueltos de su coleta y las gafas de sol que habían descendido por su nariz, ella mordía su labio inferior para no unirse a las risas. Me permití sentirme un poco traicionada, y me llevé la mano libre al pecho.
—En su defensa, desde fuera es más... obvio —argumentó ella, nerviosa por ser el centro de atención—. Y yo he estado viéndolo todo desde fuera durante mucho tiempo. Admito que es... entretenido.
—Muy bonito, las dos divirtiéndoos a mi costa... —gruñí. En el fondo, muy en el fondo, yo también me estaba divirtiendo.
—Oh, créeme —Erika tiró de mí para poner su cara a centímetros de la mía—; me lo pasaré mejor cuando lo descubras. Venga, te ayudo a levantarte, que nos esperan.
El apretón del papel alrededor de mi muñeca se fortaleció, como dándole la razón. Muy a mi pesar, tendría que sonsacarles esa verdad tan entretenida en algún otro momento.
Por suerte, y también por desgracia, la carrera nos había acercado al anfiteatro en el que nos habían citado y lo encontramos fácilmente una vez abandonamos el Google Maps. Digo "por suerte" porque no llegamos tarde; "por desgracia", porque no conseguí enfriar mis mejillas antes de aparecer y los representantes de todas las criaturas conocidas y por conocer presenciaron mi sonrojo en vivo y en directo. Bueno, peores entradas se han visto, ¿no?
Después de la escenita, un anciano me separó de mis amigas para que depositase la moneda de Zori en una urna, amarrada al suelo del anfiteatro por múltiples mecanismos (para que no robasen tan valiosa reliquia, supuse). Cuando lo hice, la carta se cayó de mi muñeca; claro, mi presencia ya no era requerida, no me iban a retener. Y, de todas formas, decidí quedarme; tenía curiosidad, para qué mentir.
Había pocos asientos libres, pero Erika se las había ingeniado para sentarse al lado de unos aztis que conocía. Allí me presentó por fin a la famosa Selene y a su novia, junto con otros nombres y títulos que Erika había mencionado un poco de pasada. Ella estaba en su salsa, manteniendo cuatro conversaciones a la vez, así que me limité a observarla.
—Por cierto, ¿es tu novia la que ha alterado el orden del multiverso tal y como lo conocemos? —la pregunta de Layla, la chica de cabellos multicolores sentada una fila más arriba, hizo que volviera a prestar atención a las palabras. Y a teñirme de rojo las mejillas, pero eso aparte.
—No es mi novia; todavía no, por lo menos —bromeó—. Ahora en serio, esta es Celia Etxeberria, mi mejor amiga desde primaria y la responsable de la tirada.
El grupo asintió, y se escucharon un par de risillas.
—Te entiendo perfectamente —susurró Selene, que miró a su pareja; ella, desde unos centímetros más abajo, la observaba de forma altiva, una clara fachada para mostrar indignación—. Venga, Phine, sabes que tengo razón —ésta puso los ojos en blanco, pero un beso en la frente hizo que bajase las defensas completamente.
No me di por aludida. Nunca lo había hecho y no iba a empezar aquel día. Aunque, en retrospectiva, ¿debería? Supongo que tengo una conversación pendiente con Erika.
Por otra parte, tampoco tuve mucho margen para darle vueltas al asunto; había una figura acuosa en el centro del escenario pidiendo silencio. Supuse que sería Bake; suposición que se constató enseguida, puesto que se presentó segundos después.
Ni yo ni nadie a quien se lo haya preguntado recuerda las palabras exactas que se usaron en su discurso y el debate posterior, quizá por motivos de confidencialidad, quizá por aburrimiento, así que mejor resumo.
Después de las presentaciones, se debatió si mi cambio debería deshacerse o no. Casi todos se mostraron de acuerdo en que sí, al menos hasta que empezaron a discutir sobre cuál de los bandos se quedaría con los privilegios; ahí se complicó bastante decidir el plan de acción. Y claro, sin plan de acción, ganó la votación el pequeño grupo que sí tenía claro lo que quería (que todos tuviésemos derechos, obviamente; por una vez, un bando fragmentado benefició a los defensores de la dignidad mayoritaria).
Decidido esto, a pesar de la opinión de muchos, empezó el sorteo para dividir la moneda y que nadie volviera a cambiar las normas del multiverso sin el permiso del consejo. Fue entretenido ver las caras de sorpresa de varios de los que estaban en la antigua cara inferior de la moneda; no parecían creerse ni que los tuvieran en las listas para optar al puesto.
Las risas duraron casi todo el reparto. Y hubieran continuado, de no haber aparecido un nombre.
—Siguiente fragmento, Lorea Ezeiza.
Bueno, en sí ese nombre no me dijo nada; si no fuera por quién contestó, lo habría pasado por alto. No obstante, era difícil ignorar su voz cuando la habías tenido metida en el cerebro durante tanto tiempo como yo.
—Está muerta. Y yo soy su familiar más cercano.
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