30. Camino a la entropía
30. Camino a la entropía
«Cuando te vi levantarte, con todos los fragmentos juntos en el mismo disco, me invadió una gran oleada de satisfacción. La mayoría de los presentes se quedaron parados, confundidos, y no era para menos, pero en mi caso la confusión tomó un papel muy secundario. Me sentí orgullosa de ser tu sombra, porque en aquel instante supe quién sería la responsable de cambiarlo todo»
Si esto lo estuviera escribiendo Erika, diría que me puse a brillar cuando tuve la moneda completa entre mis dedos. Que la magia empezó a fluir por mi ser con más fuerza que nunca e iluminó cada punto de mi cuerpo, incluso las alas que creía muertas. También mencionaría que parecía un ángel (no es que esté insistiendo en que lo añada ni nada).
Por suerte para mi corazón y por desgracia para mi cabeza, que tiene que pensar las palabras a usar, esto lo narro yo.
En lo personal, lo sentí como si llevara agotada toda mi vida y me recargasen las pilas de golpe y porrazo. Como una energía que me revitalizaba y, a la vez, me quemaba por dentro. Porque sí, ardía, y ni el viento procedente de las alas que volvían a batirse a mis espaldas lograba calmarme. Percibía que me ahogaba y, al mismo tiempo, me insuflaban aire nuevo en los pulmones.
La muerte y la vida tiraban de mí en direcciones opuestas, con mucha fuerza, pero sin llegar a partirme en dos. Estaba en el limbo, más fuerte y más débil que nunca.
Me estoy pasando de dramática, lo sé, pero no me sale describirlo de ninguna otra forma.
Por supuesto, esto no lo procesé hasta mucho después. En aquel momento, mi cerebro solo emitía monosílabos, gemidos de dolor en general, y mi cuerpo parecía funcionar por su cuenta. No era que prefiriese estar encogida en el suelo, hecha una bola; los presentes se habían sacudido la confusión de encima y, si no fuera por la energía mágica que me estaba usando de marioneta, habría acabado muerta en varias ocasiones.
Además, según me contaron Ailec y Erika, teníamos aún más compañía que antes; Haritz y su tropa (que seguramente tendría algún líder más competente) habían encontrado el nuevo emplazamiento de la batalla final, y habían decidido unirse. Peleando contra todo el que no estuviese de su parte, quiero decir; mucho pedir sería que ellos y los atzali se uniesen en una causa común, aunque esa causa fuera hacerme cenizas.
A decir verdad, yo ni me enteré; ni siquiera notaba las gotas de lluvia sobre mi piel, como para percibir la identidad de mis atacantes.
Estaba planeando por encima de dos entes, que acababan de chocar en su intento de capturarme, cuando a mi cerebro se le ocurrió gritar: "¡Eh, que tienes la moneda! ¡Y magia en tu organismo! ¡Puedes ejecutar el plan A!".
Ya. En mi defensa, tenía las neuronas hirviendo en un caldero de lava mágica. Estaba espesa.
Cogí impulso en uno de los paseos cubiertos que rodeaban la plaza, y aleteé con todas mis fuerzas. A mis espaldas, oí a alguien tratando de avisar de que me escapaba y una explosión callándole la boca. Aquel estallido tenía el sello plateado de Erika; lo supuse entonces y lo confirmé después.
Mi intención era llegar hasta el tejado, pero mis fuerzas estaban muy mermadas y subir doce pisos volando no era tarea fácil. ¡Si lo que había hecho hasta el momento eran saltitos en comparación con aquello, jainkoarren! No obstante, tenía la mente demasiado hecha papilla como para pensar en los inconvenientes.
Por algo acabé colgada del balcón en un octavo piso. Bueno, colgada no es la palabra; tenía las manos en la barandilla, y al rato conseguí apoyar los pies en el borde. El rato que tardó en aparecer una de las habitantes del piso, debo concretar. Ella se aferró a mis brazos y, entre las dos, conseguimos que yo dejara de estar en peligro si a mis piernas se les ocurría flaquear.
Cuando estuve en terreno seguro, la chica me observó de arriba abajo, deteniendo sus ojos azules en algún punto a mis espaldas. Aunque su rostro me resultaba conocido, no estaba en condiciones de repasar mis recuerdos hasta el primer encuentro con neiro para localizarlo.
—No, si ya suponía yo que una chica con alas tendría su historia.
Sonrió, y entonces fue cuando a mi cerebro se le ocurrió recordar que los seres humanos normales no veían la magia. Retrocedí hasta que mi espalda topó de nuevo con la barandilla. ¿Quién era aquella chica? No quería descubrirlo, no así.
Alargué la mano y busqué algún hechizo que la dejara fuera de combate. En vano; mi mente estaba bloqueada, todo lo aprendido se ocultaba fuera de mi alcance. Sin nada mejor que hacer, gruñí.
—Oh, venga, no te pongas así —la chica rubia puso los ojos en blanco—. Llevamos viéndonos a diario meses. ¿No crees que, si fuera una enemiga, habría aprovechado para atacarte cuando, no sé, todavía renegabas de tu naturaleza? Para tu información, los begirale somos más comunes de lo que parece —me miró de nuevo; su fastidio pasó a preocupación en tan solo unos segundos—. Eh, ¿estás bien?
No lo estaba. El subidón de energía se estaba diluyendo a favor de la sensación de estar ardiendo viva. Me dolían las costillas; apenas podía respirar. Había acabado en el suelo sin darme cuenta.
Miré a la moneda que apretaba contra mi palma, casi pegada por el sudor. A través de la neblina en mis ojos, las letras en su borde centelleaban, reflejo de la energía que a mí me consumía. Tenía que leerlas en voz alta, tenía que recitar su hechizo y lanzar la moneda. Tenía que acabar con aquello en ese instante, o dudaba poder acabarlo en algún momento.
Si ahora quisiera transcribir las palabras, no podría. Salieron a trompicones de mis labios, extrañas. Como hechizado por su sonoridad, el ambiente decidió ralentizarse, a la espera de lo que la moneda decidiera. Pisos abajo, los sonidos de la batalla llegaban aún más amortiguados, como si el aire fuera de gelatina. La chica frente a mí parecía paralizada en el sitio; sin embargo, observando con atención, se podía percibir el leve movimiento de su mano izquierda hacia su boca, que se abría muy poco a poco. Incluso la luz parecía bailar con más lentitud entre las sábanas colgadas.
Expectante, el universo anhelaba saber cuál sería su nuevo orden. Supuse que le alegraría saber que tenía intención de devolverle la entropía.
Lancé la moneda.
Invertí las fuerzas que me quedaban en rogar, ya que era lo único que me quedaba. En el breve lapso que duró la moneda de Zori en el aire, pedí con todas mis fuerzas que cayera de canto. A los dioses. A la física. Al destino. A la suerte.
No llegué a comprobar el resultado. Cuando la magia se rompió y el universo obtuvo su respuesta, una nueva oleada de calor nubló mis sentidos. Intenté aferrarme a la barandilla, pero mis brazos no respondieron.
Mi mejilla chocó contra las baldosas anaranjadas del balcón, pero eso ya no lo recuerdo.
Perdón por la tardanza. Espero que la pelea que he mantenido con el capítulo estos últimos días haya servido para algo y el resultado esté a la altura. Al menos ya no pone "intento de intentar".
Os leo,
Mireia
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