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29. Plazo para planes e improvisaciones varias

29. Plazo para planes e improvisaciones varias

«Yo también me llevé un chasco. Y, la verdad, en el fondo creía que el fragmento de Zori te acabaría reconociendo y volveríais a estar conectados. Tú también pensabas así, ¿me equivoco? Pasa mucho en las historias. Aunque también es cierto que el hecho no suele ocurrir en el cuarto del protagonista, ni en una situación tan lejana a los límites...»

Lo había intentado, lo había intentado con todas mis fuerzas. Había rogado, amenazado y suplicado a aquel trozo de metal en todos los idiomas en los que podía articular frases coherentes. Había golpeado el escritorio de pura desesperación, y a lo mejor se me habían saltado un par de lágrimas.

Todo ello, sin resultado: el fragmento de moneda seguía ahí, frío, inerte y sin ninguna intención de reaccionar.

—Celia... Eooo... Tierra llamando a Celia. ¿Me recibes o no? —puede que no captara nada de lo anterior, o que no lo procesara hasta que Erika me cogió del brazo y me obligó a cesar los golpes.

—¿Qué? —estaba hundida, cansada y cualquier interacción exterior a la burbuja que ocupábamos el fragmento y yo se me antojaba una pérdida de tiempo; pregunté antes de procesar a quién me dirigía o recordar que no se merecía mi brusquedad.

Sin embargo, ella no se amedrentó; supuse que ya habría aprendido a tratar con mi humor en periodos de frustración. Tampoco hizo ningún comentario sobre tratar a un objeto mágico poderoso en extremo como a un televisor viejo. Se limitó a observarme, muy de cerca, mientras su cerebro buscaba las palabras con las que proceder.

—No te vamos a pedir imposibles —ahí ya supe por dónde irían los tiros, y me encogí en el asiento, apartando la vista; ella empujó mi mejilla hasta que nuestras miradas confluyeron de nuevo. Siempre había procedido así, pegando su nariz a la mía, para evitar que la ignorase, pero no recordaba que el gesto me alterase tanto en nuestra niñez—. Celia, escúchame. Con lo cabezota que eres, estoy segura de que, con un plazo ilimitado, lograrías reconectar con el fragmento. Pero no disponemos de todo el tiempo del mundo y ya ha pasado una hora. Tenemos que poner en marcha el plan B o esto acabará en masacre, si no lo ha hecho ya.

Sabía que tenía razón, que ya lo habíamos acordado, pero la sentencia me dolió igual. Para algo que era idea mía, no era capaz de llevarlo a cabo; menuda salvadora estaba hecha. Por descontado, no expresé el pensamiento en voz alta; el resto de entes de la habitación habrían argumentado en contra, y seguramente habrían tenido razón. No obstante, aquel sentimiento de fracaso había anidado en un lugar donde no alcanzaba la lógica y no podría deshacerme de él con algo tan simple como un debate.

Me levanté de la silla y miré a Ailec, que me saludó, emocionada por poder usar su cuerpo con libertad; al menos ellas dos habían hecho algo productivo. Después de cerciorarse de que no había bibliografía con respecto a vínculos voluntarios con la moneda de Zori (apenas había casos documentados), habían decidido buscar datos sobre la liberación de los atzali. Eso sí lo habían hallado; hace medio siglo más o menos, un tal Marco no-he-retenido-ni-su-apellido-ni-sus-títulos-nobiliarios tradujo un ritual al respecto, anteriormente solo disponible en rúnico. Para la poca información que había sobre los atzali en general, el hallazgo podría considerarse un golpe de suerte; irónico, sin duda, ya que la fuente de fortuna más cercana no se dignaba a cooperar.

—Bueno, pues ya basta de esperar, ¿no? —pregunté, procurando sonar más animada de lo que en realidad me sentía; me quedó bastante creíble, a pesar del ceño fruncido en el rostro de Erika—. Pongamos en práctica el dichoso plan B.

El plan B consistía, en resumidas cuentas, en uno de los planteamientos que había descartado durante mi brainstorming: la tirada conjunta. Podría haber muchas variables, como la velocidad de pronunciación o cuál de ellas tenía más poder mágico, pero no se nos ocurría nada mejor y pensar se complicaba cuando destellos de hechicería iluminaban la lluvia cada dos por tres, presionándote para encontrar una solución. Al menos habíamos hecho algo.

Por descontado, eso me dejaba a mí al margen. Así lo vi y así lo había aceptado; por eso me descolocó encontrar (o casi tropezarme con) un tanque de líquido amarillo conectado a una manguera. Miré a Erika, confundida.

—¿Qué creías, que te íbamos a dejar aquí, agobiándote? —rió. Yo asentí; hasta el momento, pensaba que querían llevarse el fragmento, que sí era parte del plan—. Desde luego, sí que has estado abstraída. Tú te vienes con nosotras; después de todo, esto empezó contigo. Eso sí, como te veas incapaz de sobrevivir, te largas, ¿comprendes?

Asentí de nuevo; una sonrisa había empujado mis mejillas sin permiso. Ni siquiera sabía por qué estaba tan agradecida, si me acababan de recordar lo posible que era mi muerte. A lo mejor era por sentirme parte de un grupo, sensación que me resultaba ajena. Quizá era porque no me veían como un lastre a pesar de tener todas las papeletas de serlo.

Vale, puede que sí conociera el motivo de mi sonrisa.

Minutos después, estábamos saliendo del edificio. Yo llevaba el tanque a la espalda, como una mochila, y el fragmento en el bolsillo interno del pantalón. No me lo habían reclamado y no sabía cuál de las dos lograría hacerse con el resto para entregarle el que faltaba. Esa fue la excusa que mi cerebro dio; analizado en frío, tendría que admitir que aún guardaba una esperanza, nimia, de conectarme a él durante la contienda.

Ailec desapareció de un segundo a otro. Sabía que no debían vernos juntas hasta que su jefe estuviera convencido de que habíamos hecho un trato, desligamiento por información, del que había salido ganando; además, en el proceso había obtenido el "paradero del fragmento faltante", un dato que podría interesar a alguien que lleva buscándolo dos siglos. Dicho así, la trampa se olía desde lejos, pero esperábamos que no fuera tan obvia sin conocer las mentiras que la conformaban.

Erika y yo, por nuestra parte, nos dirigimos al círculo rosa de los doce pedestales, ese en el que habíamos quedado a principios del día; a ella le pareció apropiado, y yo no iba a negarle la oportunidad.

No tardaron mucho en hacer acto de presencia; Ztirah y el resto de desligados se deslizaron por el suelo y las paredes hasta tomar forma tridimensional frente a nosotros.

El señor al que le acerté primero ni siquiera había terminado de formar su nariz; quedó sumergido en blandiblú amarillo en un santiamén. El tanque se percibía igual de pesado que antes, así que intuí que no había usado mucha solución para tal efecto.

La eficiencia del mejunje (al que llamé blandiyellow, a falta de un nombre mejor) permaneció invariable durante tres aciertos más. Huelga decir que esos aciertos estuvieron muy espaciados en el tiempo y que, en su mayoría, me dediqué a esquivar golpes incapacitantes o mortales. ¿Qué? No sabía luchar, era la típica protagonista de la que Erika se quejaría por no hacer nada útil en batalla.

Por algo acabé en el suelo. Y, aunque me doliera la cabeza y mi espalda estuviese arqueada de una manera nada cómoda, pude apreciar el paralelismo entre aquella y una situación anterior.

—¡Hombre, cuánto tiempo!

Ztirah gruñó. Oí repicar metal al ritmo de la cinta que se balanceaba en su cuello y supe que era lo que buscábamos. Como habíamos supuesto, no se separaría de su preciado amuleto si podía evitarlo; eso incluía, claro está, llevarlo a un campo de batalla en el que podía ser robado por un despiste.

Él hizo caso omiso de mis intentos de patada (que daban al aire, por falta de trayectoria) y se dedicó a inspeccionarme de arriba abajo. Buscando un bolsillo, un compartimento o escondite. Éste no estaba a simple vista, pero el atzali no podía saberlo; dudaba que hubiera investigado sobre la estructura de las mallas deportivas.

Non dago? (1) —su pregunta, además de confirmar mis pensamientos, rezumaba rabia—. Demontre, la elegida eres tú, lo tienes que llevar encima.

Esa convicción me sentó como un mazazo; me sentí idiota por no haberlo sopesado, teniendo en cuenta las vueltas que le había dado a ese supuesto cargo. No había caído en que ellos creían que era importante, y que podía usar eso a mi favor. Mi presencia era un cebo bastante eficaz, lo suficiente como para que Ztirah ignorase la presencia de Erika acercándose por su espalda, navaja en mano.

Me dejé de forcejeos y sonreí con todos los dientes, cual tiburón; la confusión y el fastidio del atzali no hicieron más que crecer cuando me eché a reír.

—Siento desilusionarte —paré las carcajadas para hablar—, pero solo soy una mera sustituta. La verdadera elegida...

Un sonido metálico cortó el aire. El disco cayó sobre mi pecho.

—... es ella —sentencié, aprovechando su desconcierto para liberarme.

Aunque quizá no fuera solo mérito del desconcierto.

.0.0.

(1) ¿Dónde está?, en euskera.

Yo: Tengo el capítulo preparado desde hace más de una semana
También yo: lo reescribo entero porque me parecía un asco.

Sí, así más o menos; al menos no lo he dejado para el final... del todo; puede que haya escrito las últimas cien palabras minutos antes de ponerme a corregir.

Creo que ahora está mejor que la primera versión (más que nada, porque en está sí salen del cuarto de Celia, que ya era hora). Aunque, bueno, eso no implica que esté a la altura; eso lo dejo a vuestro criterio.

Por cierto, he introducido una pequeña referencia (vale, dos, si contáis la manguera) a mis escritos previos. ¿Cuál será? Ya me diréis si la veis.

Bueno, me voy a dormir. ¡Os leo en los comentarios!

Mireia

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