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28. Las trampas de la suerte

28. Las trampas de la suerte

«Nadie de fuera de mi familia me había abrazado. Y tenías razón, sentó bien; muchas gracias. Aunque sigo pensando que no me lo había ganado. Ya, no me mires así... estoy trabajando en ello, lo prometo»

Ninguno de los bandos se merecía el poder de la moneda. Eso, al menos, había quedado claro. Ambos buscaban la misma clase de superioridad a costa del otro; ventaja, no igualdad de condiciones. Sí, a lo mejor el punto de vista de los atzali (y el resto de especies de la cara inferior, aunque no recordaba haberme cruzado con ninguna) estaba más justificado, y si tuviera que elegir a la fuerza entre A o B me decantaría por su causa, pero a la larga las ansias de venganza se volverían en su contra y la historia entraría en un círculo vicioso.

No, ninguna de las opciones inspiraba mucha confianza. Por suerte, aquello no eran las elecciones generales; no había por qué unirse a un frente para evitar un mal mayor, podíamos crear el nuestro. Podíamos luchar por nuestra cuenta.

—Ay, el déjà vu... —rió Erika al escuchar mi planteamiento—. Se nota que, a pesar de todo lo ocurrido, la Celia que tomaba el control de los trabajos grupales sigue inalterable —acto seguido, se aclaró la garganta e, imitándome, añadió—: "Si nadie está dispuesto a hacerlo bien, pues lo haré yo".

Ahí sí, nos reímos las tres; por un instante, la tensión del ambiente pareció disiparse con las carcajadas.

—Bueno... ¿y qué propones? —Erika retomó el hilo; había identificado mi sonrisa, sabía que solo había contado la punta del iceberg de todo lo que había maquinado. Antes de que pudiera contestarle, intentó adivinarlo por su cuenta—. ¿Destruir la moneda? Eso no le va a gustar a nadie.

Negué con la cabeza de inmediato; Ailec, en el lado opuesto del corro, imitó el gesto. Erika observó la escena e hizo una mueca, comprendiendo de improviso los fallos de su idea.

—Si lo hacemos directamente, el orden universal estará condenado a mantener esta disposición —recalqué—. En sí, eso provocaría una victoria inmediata para Haritz y compañía; aunque detestarían perder la reliquia, en el fondo preferirían eso a cualquier cambio del status quo. No; tenemos que lanzarla por última vez. Lanzarla y que caiga de canto.

Callé unos segundos para observar sus reacciones, a la espera de que el concepto calase. La expresión de Ailec proyectaba puro desconcierto; mientras, Erika se limitó a cruzarse de brazos y mirarme con una mezcla de curiosidad y suspicacia.

—¿Qué?

—Quiero creerte, porque sobre el papel tiene mucho sentido, pero en la práctica... —suspiró, echando la vista a la lámpara—. Las monedas no caen de canto porque sí, Celia; tienen la absurda manía de inclinarse hacia un lado. Gravedad, centros de masas... tú mejor que nadie en esta habitación deberías saber a qué me refiero.

—¿Cuándo he dicho que iba a dejarla caer a merced de las leyes de la física, eh? —cuestioné; ella no supo contestar, porque saltaba a la vista que había asumido lo que no era—. Vamos, no seremos las primeras en hacer trampas a este juego. ¿O te parece que la moneda aterrizó de forma conveniente para su poseedor por gracia divina?

—Puede que fuera así... —ambas nos giramos al oír a Ailec murmurar; la atzali estuvo a punto de morderse la lengua por la sacudida que eso le provocó—. No por un dios imaginario, por descontado, sino por los poderes propios del objeto. Es la moneda de Zori, después de todo; sabe cuál es la opción más ventajosa para ti, la que sería una suerte que tocase. O, bueno, eso es lo que me pareció entender.

No nos había mirado durante toda su intervención; su vista había saltado por todos los objetos del cuarto, incapaz de detenerse. Aun así, aprecié su esfuerzo por aportar algo. Algo que, además, podía ser muy bueno.

—¿Quieres decir que, si la lanzamos sin más, responderá a nuestros deseos? —pregunté, ilusionada—. Porque eso solucionaría bastante la situación.

—O quizás signifique que la moneda hará lo que le dé la gana hagas lo que hagas —puntualizó Erika, muy poco convencida—. Cómo odio a los objetos mágicos omnisapientes que creen saber lo que quieres mejor que tú.

Sentí la tentación de preguntarle sobre experiencias parecidas (porque, que yo supiera, el buscador de Google y el corrector automático no contaban como objetos mágicos), pero supuse que no era el momento de desviar la conversación.

—Entonces, o una maravilla o una gran faena, no hay punto medio —empecé a dejarme caer sobre la almohada cuando recordé con quién estaba y me enderecé; Ailec puso cara de estar acostumbrada. Aun así, sentí el deber de disculparme—. Perdón, intentaré avisar.

—No importa... pero gracias, supongo —musitó.

Celebré que al menos aceptara mis disculpas, y me puse a darle vueltas al asunto principal. Debía haber una manera de lograrlo. A lo mejor tenían que lanzarla individuos de las dos caras a la vez. Recitar un hechizo, que no podrían leer hasta tener la pieza entera en sus manos, al unísono para que el artefacto los reconociera como un solo lanzador... Sonaba rebuscado. Además, no estaba segura de que Erika contase del todo como ser de la cara superior; después de todo, era medio humana (o algo por el estilo).

"Un segundo", pensé, "¿y si lo lanzaba alguien que no estuviese representado?"

—Que alguna me corrija si me equivoco, pero en esos orígenes a los que se remonta el forjador todavía no existían los humanos, ¿verdad? —la pregunta pilló a ambas por sorpresa. Ailec observó un segundo los movimientos emocionados que sus manos reproducían; aunque frené en seco mis gestos, el entusiasmo perduró—. Bueno, a lo mejor algún humano sí, pero no el homo sapiens. Si me fio de la información que he ido recolectando, la vida en la Tierra surgió mucho después que la vida mágica. ¡Puede que el forjador fuera anterior incluso a la época de los dinosaurios!

—¿A dónde quieres ir a parar? —apremió Erika. No por aburrimiento, comprendí, sino porque la ilusión contagiada le impedía pensar con claridad y estaba impaciente por saber.

—A que sigo siendo humana —remarqué, señalando mi pecho con la mano abierta, atenta a que no sobresaliera ningún dedo ni codo de mi silueta— y, hasta donde yo sé, no hay rastro de mi especie en ninguna de las caras. Por ende, no se me pueden aplicar las reglas de conveniencia directamente; la humanidad no tiene tirada preferible.

—Entonces, la magia se tendría que fijar en ti como individuo, en tus deseos, en tu visión del mundo... —Ailec me miró con los ojos muy abiertos—. Arranopola, Celia; ojalá ser la mitad de lista que tú.

Quise decirle que me sobreestimaba. Lo habría hecho, si una vocecilla no me hubiera recordado el mensaje contradictorio que estaría proyectando; no iba a conseguir que se apreciase más si luego yo misma rechazaba los halagos.

Sin embargo, Erika no parecía tan dispuesta a unirse al piropeo; las dudas surcaban su rostro de manera más que evidente, condensándose en la fina línea de sus labios.

—¿En qué piensas? —cuestioné, conteniendo las ganas de acercarme un poco más (podría tirar a Ailec de la cama).

Ella me miró, y vi tras sus pupilas unos remolinos de preocupación y miedo teñidos de avellana. ¿Temía por mí? ¿Por mi seguridad? La sola idea provocó que me ardiera el rostro. Añoré tener un espejo dentro de mi campo visual; no podía saber si me había sonrojado o solo eran impresiones mías. Lo más parecido que podía ver era a la atzali; para mi figurada desgracia, ella solo reflejaba movimientos, no cambios de color.

Hice un esfuerzo para apartar aquellos pensamientos e insté a Erika a que respondiera.

—Pensaba que te darías cuenta sola, pero allá va —habló por fin; intentó sonreír, pero no logró más que una mueca—. Por más que me encante este vacío legal que has encontrado, no vamos a poder poner el plan en práctica. Celia, por si no lo recuerdas, hay que pronunciar un encantamiento para que la moneda te reconozca y...

La callé antes de que terminara la frase; sabía lo que iba a decir.

Había que pronunciar un encantamiento. Había que hacer magia. Y yo ya no podía.

Es la primera vez en mucho tiempo, no solo que publico por la mañana, sino que voy adelantada con respecto a la publicación. La tranquilidad de tener ya algo preparado para la semana que viene...

Bueno, con respecto al capítulo, ¿qué os ha parecido? Si hay incoherencias avisadme, que estoy nerviosa y puede que se me hayan pasado.

Por cierto, si alguno tiene pensado ir a la presentación de "El Orgullo del Dragón" de San Sebastián este mediodía, que sepa que voy a estar por ahí (por eso estoy tan nerviosa). Por si alguien me quiere saludar y eso (no creo, pero mejor avisar). Que conste que tengo el pelo más corto que en la foto de perfil (tengo que actualizarlas, que hace un mes ya...).

Bueno, ya me he enrollado demasiado (y me he pasado con las paréntesis). ¡Os leo en los comentarios!

Mireia

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