2. Voces en la marquesina
2. Voces en la marquesina
«No, no, no; no me vas a hacer esto. Me sueltas una bomba de tal calibre, ¿y pretendes saltar a otra cosa? Lo de no relacionarte más allá de lo meramente académico es muy grave, no me lo puedo tomar tan a la ligera si mi intención es ayudarte en serio. ¿Que ya profundizarás cuando toque? Celia, de verdad, que aquí la psicóloga soy yo... ¿Y si tanta importancia le das a que no tenga título por qué has venido en primer lugar?»
Era miércoles, lo que significaba que salía a las 14:30, lo que implicaba esperar al autobús de las 14:55 en la parada de los autobuses. Los horarios no encajaban a la perfección, pero no podía quejarme; al menos tenía uno cada media hora, otras líneas interurbanas no tenían tanta suerte.
Mataba el rato jugando al Preguntados, una aplicación de pruebas tipo test que tuvo su auge hace cuatro años más o menos. Ahora había menos jugadores que entonces, pero eso no me importaba; tenía una rival predilecta, el resto de desafíos me daban un poco igual.
Le Invisible. Así se hacía llamar (vale, todo junto y con arroba, pero eso es lo de menos). No sabría decir si su alías estaba en otro idioma o era un intento del lenguaje inclusivo ese. Tampoco le daba mucha importancia; jugaba en español y era buena, una contrincante a la que sentaba bien vencer.
Así me encontraba yo, peleando para conseguir el punto que me faltaba (en la categoría "deportes"), cuando lo escuché por primera vez.
"Celia".
Mi nombre, en boca de un desconocido. O al menos eso creía.
Mi primera reacción fue inspeccionar mi entorno, en busca del origen de esa voz. A buenas primeras, y presuponiendo mucho, sonaba a timbre masculino, adolescente. Filtré al gentío con ese criterio, en busca de un chico que pudiera conocerme (tenía sin registrar las voces de la mayoría de mis compañeros de curso; en sí, posible era). No encontré a nadie.
Una notificación me avisó de que Le Invisible había fallado su ronda. Íbamos empate a cinco, debía terminar la partida de una vez para que no tuviera posibilidad de remontar. Aparté la llamada de atención a uno de los rincones de mi mente (ahora que lo pienso, fue justo así) y continué jugando. Después de todo, no sería la única Celia en la zona; asumir que me hablaban a mí era absurdo.
"Celia Etxeberria".
Otra vez, la misma voz. Sonaba cerca y, con el apellido mencionado, mi teoría de que no fuera yo caía en picado. Vale, que sí, que seguía siendo posible que existieran dos Celia Etxeberria en la misma calle en aquel instante, pero era harto improbable.
"En serio, ¿me vas a hacer buscar tu segundo apellido?", preguntó la voz cuyo dueño no hallaba; se le notaba molesta. "Bueno, si así me haces caso... Celia Etxeberria Suescun. ¿Ya te quedó claro que sí eres tú?"
Me estaba poniendo nerviosa. ¿Quién rayos era el insistente? ¡Al menos podría tener la decencia de aparecer en mi campo visual! Por más que observaba a mi alrededor, solo lograba identificar a tres estudiantes de segundo, tras la marquesina, que hablaban sobre ¿nombres carlistas? Bueno, eso oí; el caso es que a mí no me prestaban atención, ellos no me habían mencionado para nada.
El UK01 llegó a la parada a su hora, fiel a mis cálculos. Solté un suspiro de alivio. Perdón, persona desconocida que no se digna a dar la cara, no voy a perder el autobús por buscarte.
Subí los escalones, saludé al chófer y cité mi número asignado (el que me dieron por ser familiar directa de un trabajador) mientras mostraba la tarjeta que validaba mi "privilegio". Hecho esto, le di las gracias y me senté en el asiento que ocupaba siempre que estaba libre: cuarta fila a la izquierda, ventana; en otras palabras, el asiento dieciséis.
Creí que aquel momento se quedaría para anécdota, nada más; un suceso "curioso" del día pi. Ya aclararía lo que fuera al día siguiente, o aquella tarde por WhatsApp, si es que el desconocido llegaba a encontrar mi número. Alguien quería hablar conmigo y no ha podido por X razón; ya está, no había más, fin de la historia.
Así pensaba mientras trataba de acomodarme en el asiento, tarea obstaculizada por los calambres de mi espalda, que les achacaba a mi mala postura durante el estudio. Suponía que mi vida iba a seguir una cadencia lógica, como siempre; por más casualidades que aconteciesen, todo terminaba por caer en unas reglas básicas.
"¿De veras creías que te librarías de mí subiéndote a este cacharro con ruedas?"
Por lo visto, mi realidad racional había dado con su talón de Aquiles.
Volvía a inspeccionar el ambiente. Los asientos colindantes estaban ocupados por personas que me sobrepasaban en edad por dos décadas como mínimo; los más jóvenes habían reclamado los asientos posteriores. Y, no obstante, la voz sonaba tan cercana... como si proviniera de la ancianita que ocupaba el asiento quince.
—¿Dónde estás? —cuestioné en voz alta. La mentada señora me miró como si hubiese invocado a un demonio; no le di importancia, lo que quizá fue un error por mi parte—. Si quieres hablar conmigo, haz el favor de dejar los jueguecitos siniestros y dejar que te mire a los ojos.
"Lo haría si pudiera, querida; lo haría si pudiera", respondió; no había que ser un genio para notar la condescendencia en sus palabras. "A decir verdad, justo ahí entras tú; necesito que me ayudes".
Rodé los ojos. En aquel momento no sabía hasta qué punto, pero incluso así sentía el tufo a absurdez que desprendía su petición. Fuera lo que fuese, yo no me iba a meter; tenía mi vida, muchas gracias.
"¡Por favor, Celia!", lloriqueó el personaje; si le estuviese viendo, su gesto más probable hubiera sido el de los ojos de corderito. "Eres la única que puede sacarme de aquí".
Aquel canto victimista me sacó de mis casillas. No era el momento ni el lugar para montar un numerito, así que cerré los puños y murmuré:
—Por qué —ni siquiera lo pronuncié como una pregunta; los dientes apretados no me daban para más.
Él rió. Odié sus carcajadas desde el primer momento.
"¿Me vas a decir que no te has dado cuenta? Te creía más lista", si hubiera podido ver su cara en aquel momento, ésta se habría llevado un puñetazo por la prepotencia de su dueño. Mientras ese pensamiento cruzaba mi mente, él realizaba una pausa dramática para soltar lo que podría considerar mi sentencia definitiva:
"Celia, eres la única que puede oírme".
Podría haberlo dejado así, ya teníais capítulo esta semana, pero tenía esto en el tintero y me sabía mal dejarlo ahí una semana entera. Así que nada, he estado hasta ahora corrigiendo y dejando el capítulo presentable. ¡Volvemos a reclamar los sábados, gente! (Ignoremos que estoy publicando esto en hora limbo y que, por lo tanto, a algunos les llegará en domingo).
Respecto al capítulo... bueno, cosas que he mencionado muy por encima en la sinopsis y el prólogo, pequeñas pistas, un cameo tergiversado (sé que no hablábamos de eso, pero es lo que yo escuché estando a medio metro y, francamente, me venía bien) y un largo etcétera que si comento hago spoiler. Hay algunas cositas con las que me estoy partiendo de risa, que conste; los motivos de estas carcajadas son, por ahora, top secret.
¡Nos leemos el próximo sábado! O cuando me ponga a contestar comentarios, lo que ocurra antes (estoy dejando que se acumulen y eso no puede ser; me podré a ello cuanto antes, palabra).
Mireia
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