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17. El prisma trigonal

17. El prisma trigonal

«¡Me encantó ese momento! Dios, de un instante para otro te tensaste una barbaridad, y luego te quedaste rígida como una estatua. ¿Qué, sé hacer una aparición estelar o no? Y no intentes mentirme, sé que llevo la razón»

Es probable que se me dé fatal identificar las voces de casi todas las personas que había conocido. Las excepciones se contaban con los dedos de las manos; para la mayoría de la población mundial, necesitaba un par de datos más, como ojos o cabello.

Sin embargo, aquel timbre pertenecía a la colección de excepciones; ni haciendo un esfuerzo consciente podría olvidarlo. Había soñado tantas noches con volver a oírlo, que me costaba creer que hubiera sonado tan cerca de mi oreja.

Desde luego, en aquella marquesina ocurrían los encuentros más inesperados.

—Si no dices quién soy no tiene gracia, ma chérie (1) —me regañó ella, impaciente. ¿Llevaba tanto rato ensimismada? No me había dado cuenta. Me consolaba percibir un deje de risa en su queja.

—¿Para qué quieres que lo diga, si ambas sabemos perfectamente que te he reconocido? —me excusé; la sonrisa que esbocé derivó en una ahogada carcajada.

Sentí que los dedos sobre mis párpados se movían, sin llegar a retirarse; deduje que se había encogido de hombros.

—Es más divertido —contestó; de repente, noté su acento francés un poco más marcado, a pesar de que los años pasados a este lado de la frontera se le seguían notando—. Venga, dilo —ordenó, seria.

—Si así lo desea usted... —bromeé. Aún así, su nombre se me atascó en la garganta; las tres sílabas fueron casi un sollozo—. Erika.

Como confirmación, ella me abrazó, y fue como si todas las terminales nerviosas que se me habían quedado dormidas tras su marcha despertaran de golpe. Un cosquilleo agradable y cálido se extendió desde mi pecho, donde confluían sus brazos; me deshice de un entumecimiento que no sabía que cargaba. Posé mis manos en la intersección del abrazo y cerré los ojos, respirando el momento.

Una parte de mí quería quedarse así por siempre; parar el mundo, los relojes y la percepción del tiempo, tan solo para que la eternidad se transformara en ese instante. Una parte de mí no quería formular las amargas preguntas que, a mi pesar, iban cobrando fuerza en el fondo de mi cerebro. Una parte de mí que, para mi desgracia, no estaba al mando.

Dejé caer mis manos y el abrazo se terminó. Inspiré hondo varias veces, plenamente consciente de lo duro que me iba a resultar aquello. La garra de la incertidumbre se clavaba en mis intestinos y el veneno amargo que rezumaba me subía por la garganta. Giré sobre mis talones para encararla.

Me costó una barbaridad mantenerme seria cuando la vi allí, de pie, real, en frente de mis narices. Mi caja torácica se transformó en noria cuando vi su sonrisa y sus brillantes ojos de color avellana. Estaba más alta, o eso me pareció; quizá era un efecto óptico causado por su boina azul marino, a juego con su camiseta de mangas anudadas. Su cabello caía en espiga sobre su hombro derecho, como si hubiera estado retocando hebras rebeldes hacía relativamente poco.

Por si no es obvio ya, yo la consideraba (y considero) guapísima.

Con toda mi fuerza de voluntad en juego, mantuve los labios apretados y los brazos cruzados. Erika lo notó enseguida.

—¿Qué ocurre, Celia? —mantuve la pose, y le dirigí una mirada significativa—. ¡Chica, no puedes esperar que sepa todo lo que te pasa por la cabeza! Aunque pudiera deducirlo por contexto, si esperas una respuesta tienes que formular la pregunta. D'accord? (2) Venga, suéltalo.

—Llevo sin saber de ti casi un año —le recordé—. ¿Quieres que reaccione como si nos hubiésemos visto ayer?

Ella abrió mucho los ojos, como si se acabara de percatar; contribuyendo a esa impresión, levantó la mirada un par de grados y profirió un "ahhh" mudo.

—Sinceramente —empezó—, yo pensaba que ya te habías dado cuenta —se encogió de hombros, como quitándole importancia a lo críptico de su respuesta. Por mi parte, ésta me había dejado muy confundida—. En fin, ¿qué le voy a hacer? Toca abrirte los ojos, que para algunas cosas eres demasiado lenta.

Mientras hablaba, descolgó la mochila que llevaba a la espalda y sacó una única carpeta roja. Me la puso en las manos y me instó a abrirla. Su contenido comenzaba con una página de cuaderno, ocupada por un título, en mayúsculas y escrito con permanente negro.

—¿Obviedades que Celia habrá pasado por alto? —leí, ladeando la cabeza—. ¿A qué viene esto?

—Tú mira; las preguntas después —respondió.

Visto que no me daría ninguna otra pista, decidí hacerle caso. Pasé de largo la portada y me encontré con otra hoja cuadriculada, escrita a lápiz con letra pequeña y redondeada; mi letra. Me extrañó; no recordaba haber escrito aquello. Leí la primera línea:

"Querida L'Invisible, la palabra transe va con c en castellano".

Casi se me cae la carpeta al ver ese nombre escrito con mi letra. En serio; los documentos trastabillaron entre mis dedos y, sin la oportuna ayuda de Erika, habrían acabado en el suelo. Ante mi cara de consternación, ella sonrió.

—No me lo puedo creer, de verdad que no te acordabas... —rió—. ¿Para qué me molesto en buscar un mote reconocible si no recuerdas nuestra correspondencia? Aunque admito que en un principio fue confuso; una pena que el usuario linvisible ya existiera, y que no pudiera poner la apostrofe pertinente.

Que conste que ese monólogo me lo tuvo que repetir a la hora de redactar, porque no le presté la debida atención; estaba demasiado ocupada revisando las cartas que nos pasábamos en cuarto de primaria, cuando Erika estaba aprendiendo el idioma y éramos L'Invisible y Equis/X (por la incógnita más usada en las ecuaciones; en sui momento, me hacía gracia). Mentiría si dijera que, con mis palabras en mano, no me venían a la mente sus respuestas; aquellas letras, más afiladas, habían permanecido ocultas en un recuerdo dormido hasta que me había dado por rescatarlas.

De pronto, el formato de los documentos cambió. En vez de cuadrículas, tenía ante mis ojos capturas de unos chats, tanto Preguntados como Whatsapp; los espacios en blanco entre fotos estaban plagados de notas, tales como "esa perífrasis es sospechosa" o "¿Ver? ¿No conocer?". Tardé lo mío en darme cuenta de que eran las conversaciones que había sostenido con L'Invisible.

—Ya, ahí creía que empezarías a sospechar, sobretodo porque Nerea no podría confesar haberle dado tu número a nadie —soltó—. Es cierto que ella era la opción obvia si hubiese tenido que pedirlo, pero yo lo tenía apuntado en una vieja agenda. Casi me da un patatús al no encontrarla entre las cajas de la mudanza, pero eso es otro tema.

—¿Quién rayos deja pistas falsas por mensaje? —pensé en voz alta; la sincronización con su monólogo fue pura casualidad.

—¿Dónde las iba a dejar si no? —respondió ella, aunque no estuviera prestándole atención—. En otro lugar te las esperarías; así es más divertido.

Había otro folio con las fotos de perfil que L'Invisible había utilizado durante esos meses, asociadas de forma clara a nuestra historia personal. Me alivió notar que no había pasado por alto ese detalle; lo había tomado como una curiosidad o un indicio de obsesión, pero el hecho es que lo había percibido. Eso cuenta, ¿verdad?

Llegué a las últimas páginas de la carpeta, encabezadas por una copia a tamaño A4 de la portada de Fábulas Efímeras. Allí, en la zona que ocupaba el nombre de la autora, había más anotaciones: las letras de Kiera estaban llenas de flechitas, que las unían con sus equivalentes reordenados en el nombre de Erika; en el apellido estaba marcado el pont, traducido como puente y, sucesivamente, como zubi. El resto eran hojas de la misma novela; había frases marcadas en fosforito, comportamientos mínimamente familiares.

—¿Noelle es Noa? —pregunté, devolviéndole la carpeta.

—¡Oh, ahora asocias! Solo te sale con personajes ficticios, por lo que se ve —se burló ella—. Y por cierto, me ofende que no te hayas terminado el libro todavía. ¡Os lo mandé hace meses!

—¿De dónde sacas que no lo he terminado? —me defendí; era cierto, pero no iba a admitirlo así sin más.

—Te comenté lo suficiente sobre el proceso de escritura como para que al menos te sonaran ciertas escenas —respondió—. Y eso, ignorando la mención directa a tu persona en los agradecimientos.

Maldije por lo bajo; si Nerea no tuviera por costumbre saltárselos (o leerlos tan por encima que no procesa los nombres), me lo habría comentado. Erika rió de nuevo; mis reacciones le estaban haciendo mucha gracia.

—Bueno, arregla eso cuando puedas —sonaba más a orden que a sugerencia—. Ahora que posees todos los datos que te saltaste, ¿conclusiones?

Esbozó una sonrisa de oreja a oreja, a la expectativa. Por mi parte, dejé caer la cabeza a un lado.

—¿Es necesario? —me quejé.

—Sí, por despistada —contestó; al parecer, no tenía opción.

—Erika Zubiola, L'Invisible y Kiera Dupont son la misma persona —afirmé todo lo rápido que pude, echando los ojos al cielo; un leve rubor se extendió por mis mejillas.

—¿Y por tanto...? —me pinchó ella, acompañando sus palabras con unos toquecitos en el hombro.

—Y por tanto, no te puedo acusar de incomunicación —concluí. Tras una breve pausa, en la que ella celebró su victoria, añadí—. No obstante, sí puedo acusarte de montar un teatro innecesario.

—¡Oh, por favor! —Erika se llevó la mano al pecho; estaba exagerando y se notaba—. Perdí el móvil, tuve que rehacer mi lista de contactos, sería tonta si no hubiera aprovechado el momento para divertirme un poco. Si hubiera mandado un mensaje de "bonjour (3), soy Erika desde mi nuevo móvil", no habría tenido ni la mitad de gracia.

—¡La mitad de cero es cero! —rebatí yo. Ella me dio un puñetazo suave bajo el hombro.

—Aguafiestas —murmuró. Las dos reímos.

Estuvimos un rato así, calladas, asimilando. De vez en cuando, yo la miraba de reojo mientras ella jugueteaba con su pulsera de dije lunar. Me pilló en todas y cada una de las ocasiones; sin embargo, se limitó a carcajearse sin pedir explicaciones. Aún no asumía que esa risa perteneciera a otros dos entes que había considerado por separado, pero ya llegaría a ello. Después de todo, las tres eran Erika, tres caras de un mismo prisma; un prisma trigonal.

Hacía tiempo que había pasado el autobús; el contador volvía a estar en 34 minutos. A decir verdad, no me importaba; disfrutaba de estar con Erika, ahí, en el cómodo silencio.

Un silencio que, aunque yo no era consciente, estaba a punto de romperse.

—Muy bien, tú ganas —suspiró Erika, observándome con los ojos entrecerrados—. Se ve que hay que sacarte las noticias importantes a cucharadas, que si no se te olvida darlas.

Huelga decir que me preocupé; habían pasado muchas cosas en su ausencia, y pocas buenas. Sabía lo del accidente, y le había mencionado de pasada mis nuevas amistades, pero le había ocultado muchas otras situaciones de mi vida. ¿Se había enterado de mis alucinaciones? ¿Me había visto salir del apartamento de Kalare? Me pellizqué las manos, tratando de que mi nudo en la garganta no se notase.

Erika inspiró hondo, se enderezó, cruzada de brazos, y me miró a los ojos. Un escalofrío me atravesó; temía lo que pudiera haber descubierto, y me aterraba su veredicto al respecto. Tragué saliva.

—Celia Etxeberria —pronunció con lentitud—, ¿desde cuándo tienes alas?

.0.0.

(1) Querida, en francés.

(2) ¿De acuerdo?, en francés.

(3) Buenos días, en francés.

Oigo a alguien celebrando que tenía razón, aunque ambas sabíamos lo obvio que era en realidad. Ni haciendo tres dibujos diferentes y acentuando las diferencias pude engañarte, Mechitas.

¡Sí, Erika está de vuelta! Aunque técnicamente siempre estuvo ahí, pero en fin. ¿Qué os parece?

Bueno, me marcho, que mi zona horaria es tarde (¡9 minutos para medianoche! Al menos no entré en hora limbo). ¡Os leo en los comentarios!

Mireia

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