1. La velocidad vectorial de una bala
1. La velocidad vectorial de una bala
«No quiero sonar impaciente, en serio, pero es que me muero de curiosidad. Es decir, de lo poco que te conozco, sé que eres una persona muy seria; para estar tan preocupada, tiene que estar pasando algo grave. Qué decirte, todo este asunto me tiene en ascuas y... Vale, vale, no me mires así; te dejo "concentrarte"; aguafiestas»
Supongo que, si tengo que empezar por algún lado, tiene que ser por aquel sueño. En sí, sería algo a pasar por alto sin todas las locuras que vinieron detrás, pero necesitamos un punto de partida en la cronología y no se me ocurre uno mejor que este. Así pues, asignado ese origen provisional, comenzaré con la dichosa narración (aunque hayas cerrado la boca, se te nota la impaciencia; ¿puedes quedarte quieta de usa santa vez?).
El paisaje tenía un aire familiar, pero no lograba localizarlo. Por mí, podría ser tanto Urrategi como Sherwood, que te aseguro que no notaría la diferencia; no es ningún secreto que el senderismo no es lo mío y que por tierra me canso enseguida.
Sin embargo, el sueño no parecía estar dispuesto a respetar esa faceta de mí; los árboles pasaban a mi alrededor en un suspiro, estaba corriendo. Estaba corriendo más rápido que en toda mi vida, aunque ese no fuera un logro difícil.
Lo que tampoco me resultó complicado fue deducir el motivo de esa carrera: una bala pasó rozando mi oreja, por un pelo no me la arrancó. No me hizo falta un cartel de neones que dijera "persecución con disparos" para sumar dos más dos. Me entró el pánico, quería despertar lo antes posible.
El terreno descendió con brusquedad. Un río. No había puentes, y huir hacia atrás no era opción. Tampoco era lo suficientemente profundo para escapar nadando (créeme, lo prefería), así que tuve que vadearlo. Mientras, una chica rubia con pies de pato, una lamia como la de los cuentos, observaba desde la orilla contraria (en su momento me extrañó, pero ahora... parte del paisaje, nada más).
Cuando casi lo había conseguido, escuché un bramido a mis espaldas. Diría que parecía euskera, pero no lo podría jurar; había algo en su pronunciación, algo que me impedía distinguir los vocablos y formar palabras. Al grito le siguió otro disparo; ese sí me alcanzó.
Chillé de dolor, con una voz que no era la mía. La lamia se asustó, tiró de mí hasta que el agua no rozaba mis botas. No entendí sus palabras, mas sí su mensaje: huye, no te quedes aquí, intentaré que no te alcance.
Con una voluntad desconocida para mí hasta el momento, me levanté a pesar del dolor en el costado y seguí caminando. Ignoré el alarido femenino a mis espaldas, no me giré para comprobar cuán herida estaba.
Ese empeño no me duró mucho; sangraba, y las fuerzas me abandonaron más pronto que tarde. Oía pasos cada vez más cerca, pero mi conciencia estaba cada vez más lejos; ni me tenía en pie ya. Con mis últimas energías, saqué un objeto del bolsillo; puntiagudo por un lado, curvo por el otro. Lo estrujé entre mis dedos y pronuncié más palabras que no logré comprender; una lágrima recorrió mi rostro y entonces desperté.
Mis ojos se abrieron a poca distancia de las gafas del profesor de Física-Química, que inspeccionaba mi gesto a la espera de mi despertar. Espera, ¿no había especificado dónde estaba durmiendo? Lo siento, mi culpa, supongo que creías que todo esto había pasado en la comodidad de mi cuarto y no en plena clase de dinámica vectorial. En mi defensa, allá por marzo apenas dormía en mi habitación, el insomnio me consumía.
En fin, ¿por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Joxean me estaba mirando con cara de pocos amigos, aguardando a que yo hiciera algo.
—¿Qué ocurre, profesor? —cuestioné, usando una baza a la que no le tengo especial cariño: mi habilidad para mentir—. ¿Acaso es delito escuchar con los ojos cerrados? Con todo el respeto del mundo, puedo mirar ejemplos de gráficos en cualquier otro momento, pero solo escucharé tus explicaciones una vez; prefiero centrarme en ellas, sin distracciones visuales —lo dije con toda la naturalidad del mundo, haciendo uso de una excusa que, eso sí, no era mía (la usaba el profesor de Euskera que tenía en DBH/ESO durante nuestras presentaciones orales). Aún así, no parecía convencido, por más que parte de esa terquedad formara parte de su estrategia; visto lo visto, decidí darle un último empujón al asunto—. ¿No me cree? Estoy dispuesta a que me ponga a prueba, si así me libro de un injusto negativo en el expediente.
Accedió, así que me puse manos a la obra. Eché un vistazo disimulado a la pizarra. El contenido había sido borrado; no obstante, eliminar todo rastro de las tizas de Luberri era misión imposible. Con eso y la información que había recabado la noche anterior sobre el cálculo de la velocidad y la aceleración instantánea, debería bastar.
Y bastó. Contesté a todas y cada una de las preguntas que se le ocurrieron, desde el método de cálculo de la fórmula de la aceleración a la representación gráfica de la velocidad. Algún detalle quedó un tanto ambiguo, lo cual no sorprendió a nadie: era la primera vez que explicaba estos conceptos, lo extraño sería que lo hubiese retenido todo sin horas de estudio posteriores.
En cinco minutos, yo estaba de vuelta en mi asiento mientras el profesor seguía con la clase. Me esforcé por no esbozar una sonrisa victoriosa; quería mantener esa imagen de inocencia todo lo posible.
Lo que restaba de clase transcurrió sin altibajos. Bueno, a menos que considerásemos las miraditas de Elene como "altibajos"; lo más probable es que sintiera curiosidad por mis métodos, sobre cuanto había de real en el discurso que le había soltado a Joxean. No iba a revelarle nada; que se quedara con la duda, me venía mejor.
La campana no tardó mucho en sonar; mi siestecita había consumido un gran porcentaje de la hora, al parecer. Recogí mis pertenencias (libro, cuaderno, cartuchera, etc.) y me dirigí a dejarlas en mi aula, en B. Treinta y seis segundos después, iba de camino al aula de informática.
Saludé a mi compañero de pupitre, Ander, y me senté en el ordenador asignado. Él era mi contacto en esa asignatura, tal y como Elene lo era en Física-Química. Si faltaba, me informaban de sucesos, materia dada y tareas pendientes, aunque de esto último solo a veces (había poca gente realmente dispuesta a hacer los ejercicios diarios). Así era más fácil, así dolía menos.
Di una vuelta al collar que colgaba de mi cuello. Había aprendido que tratar de hacer amigos era inútil, un cambio de colegio no me iba a convencer de lo contrario.
Ya es tradición por estos lares, y este año no podía ser menos: con motivo de mi cumpleaños, un capítulo recién sacado del horno.
Tengo tantas cosas que comentar y tantas de ellas que sería spoiler comentar... en fin, que mejor me quedo callada y os dejo teorizar.
Bueno, igual sí que añado algo: la que habla al principio del capítulo es Kalare. Eso será así durante la primera parte; las otras dos (que abrirán con otras ilustraciones que ciertas personas ya han visto) les corresponderán a otros personajes, ya se irá viendo cuales.
Ya me despido, que debería contestar a las mil y una felicitaciones que tengo en cola antes de irme a dormir. ¡Os leo en los comentarios!
Mireia
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