°•°Capitulo 23°•°
Agarró y me transportó hasta dónde están Samael y Belia. Lucifer debe estar contactando con Angélica y mejor lo dejo tranquilo; cuando se trata de ella y de su hija no hay quién intervenga. Además, debe de avisarle que tratarán de que Ailena viaje al cielo, cosa que no voy a permitir.
—He contactado con ella —digo apenas los veo.
—¿Cómo está?—habla Samael.
—Al parecer está bien, pero no permitiremos darle más tiempo para que la dañen. —respondo.
—Bien, dinos a donde vamos —esta vez comenta Belia agarrando sus navajas.
—Está en una prisión —me frustro.
—¿Cuál de todas?—nuevamente habla la chica.
—Ese es el problema, no lo sé. —me pasé la mano por el cabello. — Pensaba que tú podrías rastrear a Sorius.
—En eso he estado todo este rato y se me ha hecho difícil que hayan sabido cubrir bien su rastro. —comenta ésta.
—¡Pues me importan tres infiernos, si no puedes debes hacerlo, así que concentrate! —pierdo el control y esto no es muy usual en mí. Respiro profundo y la miro. — Lo siento, solo inténtalo.
Ella no responde; creo que puede entender la frustración y la rabia que tengo por dentro. Comienza a rastrear olores, pensamientos, voces.
—¿Nada?—niega.
¡Mierda! Salgo de ahí.
—¿A donde vas?—preguntan los dos al unísono.
—A registrar cada maldita prisión que hay en esta ciudad. —contesto y puedo ver que me miran confusos.
—¿Tienes alguna idea de cuántas son?—niego. —Pues parece que esto es más infierno que el propio.
—Comunicate nuevamente con ella; veré si puedo entrar a tu mente y de ahí tratar de rastrear cualquier cosa parecida a lo que ella vea. —dice esta vez Belia, dejando salir un suspiro.
—Ok, yo voy a sobrevolar las prisiones más cercanas; veré si veo algo raro. Samael desplega sus alas y se va.
Cierro los ojos y puedo imaginarla atada, con miedo. Me concentro y puedo escuchar voces.
No pienso hacer nada de lo que me pidan.
Soy yo y otra vez actúo normal para que no se den cuenta de que nos estamos comunicando.
No insistan, no haré nada de eso.
Ailena, escúchame; necesito que me digas si ves algo importante, algún cartel, letrero, algo.
La bombita.
—¿Qué hablas niña?
Ok, muy bien, sea lo que sea, ya trataré de averiguarlo. ¿Algo más?
¿Estamos solos?
—Por supuesto que estamos solos o nos crees tan estúpidos para traerte a un lugar con varias personas.
Claro; como no había pensado en eso, debe ser una presión que esté vacía o en construcción.
Nos vemos pronto.
Corté la comunicación sin dejar que respondiera. No podía permitir que la descubrieran.
—Se donde está —habla Belia.
—Se donde está —dice Samael aterrizando.
—Bien, vamos a por ella.—comento sin poder contener la sonrisa que salía de mis labios. — Primero llamemos a Lucifer; no creo que quiera perderse el rescate y la paliza que le daremos a esos insolentes.
(…)
—¿Entonces estamos listos? —dice Samael después de contarnos cómo fue que pudo dar con el lugar y de Belia comentar lo que ha visto y sentido.
—Nacimos, listo, muchacho, esa es una pregunta estúpida —comenta Lucifer, quién ya está junto a nosotros.
Todos desplegamos nuestras alas y salimos en dirección a Ailena. Si tienen la curiosidad, las alas de todos son algo diferente para ser sincero. No todos los demonios tenemos alas; pero los que sí se diferencian a todas las demás.
¿Las de Lucifer? Rojas, manchadas de tanta sangre.
¿Belia? Ella no tuvo la suerte que yo y mi hermano tenemos, así que sus alas no están. ¿Por qué? Porque los demonios nacidos en la tierra no poseen alas, en cambio a nosotros que somos hijos de un ángel y de una demonia si las poseemos. Con el paso del tiempo, ese pecado se fue repitiendo tanto que hasta llegó Ailena, hija de Angélica, un ángel cercano a Dios que dio fruto de una pasión entre ella y el mismísimo diablo, Lucifer. Después estamos otros que aunque no seamos hijo de satanás también tenemos lazos con algún ángel y demonio.
¿Mis alas? De cristal, sé que suena extraño y realmente lo es. Las alas, ninguna son iguales, pero la mayoría parecidas; en cambio las mías son diferentes a cualquiera que haya visto. Además de servir para volar, puedo defenderme con ellas, ya que son un escudo perfecto y disparan cristales afilados hacia mis enemigos. Algún regalo, supongo.
El camino se hizo corto y ya estamos sobrevolando una antigua casa donde se maltrataba a los esclavos. Esa es la prisión de la que Ailena hablaba, los barrotes, están ahí abajo, detrás de cualquiera de esas rejas donde los negros eran golpeados, maltratados y sobre todo sometidos… Sin embargo, ella tiene la suerte de tenernos de su lado para protegerla y no dejaremos que puedan someterla a realizar eso que ellos desean.
—Samael, te quedas en la salida vigilando —indica Lucifer mientras dejaba en el suelo a Belia. La ha traído todo el camino; es lo malo de no tener alas.
—Ok —acata las órdenes aunque sé que le hubiera gustado entrar en la acción.
—Vamos.—señaló la entrada.
Nomás al entrar puedo notar lo destruidas que están las paredes y el lugar; hace años no vive nadie. Respiró profundo y avanzó a pasos rápidos; dentro de la casa no está ni humo de ellos así que supongo que están los tres abajo.
Al entrar pudimos escuchar algunas voces, así que supongo que ellos también pudieron escucharnos a nosotros. Sin poder casi reaccionar tengo que abrir mis alas y cubrir mi cuerpo; me han disparado. Avanzo rápidamente y esto se convierte en un tres para tres. Lucifer agarra al primero que se encuentra y Belia es una verdadera diabla con sus navajas.
—Me las pagarás.—susurro al ver a Sorius apuntándome con un arma.
Hago una lluvia de cristales y todos han sido enviados a su dirección. Se escapa esquivandolos.
—No des ni un paso más —me grita éste saliendo con Ailena en sus manos.
Está despeinada, amarrada de pies, boca y manos, está estropeada y me duele verla así.
¡Este idiota no sabe con quién se está metiendo!
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