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Capítulo 7: Encuentro en la Oscuridad

El estruendo de las explosiones en el perímetro resonaba por todo el cuartel mientras Isabel intentaba acercarse al lugar donde Morris y sus soldados enfrentaban lo desconocido. Pero antes de llegar, sintió una mano firme sujetarla del brazo.

—¿Qué demonios estás haciendo? —rugió el capitán Morris, sus ojos brillando con una mezcla de furia y preocupación.

—¡Algo está pasando ahí fuera y tengo que saber qué es! —replicó Isabel, tratando de zafarse.

Morris no se inmutó.
—¿Crees que esto es un juego? Te dije que te quedaras en la oficina. Mi trabajo es protegerte, y no puedo hacerlo si andas vagando por donde no debes.

—No necesito que me protejas.

Morris la miró fijamente por un largo momento antes de hacer un gesto a uno de sus soldados.
—Llévala a las celdas.

—¿Qué? —exclamó Isabel, incrédula—. ¿Estás loco?

—No me das otra opción. Hasta que aprendas a seguir órdenes, te quedarás encerrada —dijo Morris, su tono cortante.

A pesar de sus protestas, Isabel fue llevada por dos soldados a una sección aislada del cuartel. Allí, la empujaron suavemente pero con firmeza hacia una celda metálica. Una vez que la puerta se cerró con un sonido seco, Isabel se dejó caer en el banco de piedra, su frustración ardiendo como una llama dentro de ella.

—Esto es ridículo —murmuró, golpeando la pared con la palma de la mano.

—No tanto como crees.

La voz grave y tranquila que resonó desde las sombras de la celda la hizo sobresaltarse. Isabel se giró rápidamente y vio a un hombre sentado en el rincón más oscuro del lugar. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados, y sus ojos, brillantes como brasas, la miraban con una intensidad desconcertante.

—¿Quién eres? —preguntó Isabel, poniéndose de pie con cautela.

El hombre sonrió, pero su sonrisa tenía un aire inquietante, una mezcla de arrogancia y melancolía.
—Mi nombre es Astaroth. Aunque supongo que ese nombre no significa mucho para ti… todavía.

—¿Eres uno de ellos? —inquirió Isabel, recordando a Luzbel y Azael.

—Digamos que soy un viejo amigo de tu familia —respondió Astaroth, cruzando los brazos—. Aunque, a diferencia de Azael, no estoy aquí para convencerte de nada.

Isabel lo miró con desconfianza, pero algo en él le resultaba diferente a los demás. Su presencia no era opresiva ni amenazante, sino más bien intrigante.
—Si no estás aquí para convencerme, ¿entonces por qué estás en esta celda?

Astaroth soltó una risa seca.
—Oh, querida. ¿Crees que me encerraron aquí? Estoy aquí porque quiero estar. Este lugar me ofrece… tranquilidad. Al menos, más de la que hay allá afuera.

—Eso no responde mi pregunta —dijo Isabel, cruzándose de brazos.

Astaroth inclinó la cabeza, estudiándola con curiosidad.
—Eres tan valiente como esperaba. La sangre de Luzbel corre fuerte en ti. Pero dime, ¿ya te contaron la verdad?

—Si te refieres a lo de mi… linaje —dijo Isabel, sintiendo un nudo en la garganta—, sí.

—Entonces ya sabes lo que eres —respondió Astaroth, su tono más serio.

—No sé nada —replicó Isabel, frustrada—. No sé en quién confiar, no sé qué camino tomar.

Astaroth se puso de pie, acercándose a la luz que entraba débilmente desde una rendija en el techo.
—Eso es porque ambos lados quieren usarte. Dios y Luzbel juegan su eterno ajedrez, y tú eres la pieza clave. Pero lo que ninguno de ellos quiere admitir es que tú no eres solo una llave. Eres una puerta. Una fuerza que podría cambiar las reglas del juego.

Isabel sintió que el aire se volvía más pesado.
—¿Qué quieres decir?

—Que eres más poderosa de lo que ellos te han dicho —respondió Astaroth, sus ojos brillando con intensidad—. Pero esa fuerza viene con un precio. Luzbel quiere usarla para romper los cielos, y Dios para reforzar sus muros. Pero tú… tú podrías elegir algo diferente.

—¿Algo diferente? —repitió Isabel, confundida.

—Sí. Podrías elegir ser libre. Libre de ambos bandos, libre de su guerra interminable. Pero para eso, necesitas conocer todo tu poder.

Antes de que Isabel pudiera responder, se escuchó el sonido de pasos acercándose. Astaroth volvió a las sombras, su presencia desapareciendo casi por completo.

La puerta de la celda se abrió, y Morris apareció, su expresión dura pero cansada.
—Es hora de que salgamos de aquí.

Isabel miró hacia el rincón donde había estado Astaroth, pero no había rastro de él. Confundida y llena de preguntas, siguió al capitán, sabiendo que su camino estaba a punto de complicarse aún más.

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