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Capítulo 6: El Refugio del Capitán

El silencio en el parque central era casi ensordecedor tras la partida de Luzbel y Azael. Isabel permaneció inmóvil, con la mente hecha un caos. Las palabras de Luzbel resonaban en su interior como un eco interminable: “Eres mi hija… mi sangre corre por tus venas…”

Respiró hondo, tratando de encontrar un ancla en medio del torbellino de emociones que la consumía, pero lo único que sentía era confusión y miedo. Justo cuando pensaba que estaba completamente sola, una voz grave y firme rompió la quietud.

—¿Estás bien, señorita?

Isabel se giró bruscamente, encontrándose con un hombre alto, de semblante endurecido por años de experiencia. Llevaba un uniforme militar raído, aunque todavía digno, y una mirada que combinaba autoridad y compasión. Su nombre estaba bordado en su chaqueta: Capitán Morris.

—¿Quién eres? —preguntó Isabel, con la guardia en alto.

—Capitán James Morris, del ejército de la resistencia —respondió él con calma—. Estamos evacuando civiles y llevándolos a un lugar seguro. Por cómo te ves, creo que necesitas un poco de seguridad ahora mismo.

—No necesito ayuda —replicó Isabel, dando un paso atrás.

Morris cruzó los brazos y la miró fijamente, como si pudiera ver más allá de su fachada de valentía.
—Eso no parece ser cierto. Esta ciudad se está cayendo a pedazos, y aquí afuera no durarás mucho. Tenemos un refugio a unos kilómetros de aquí. Ven conmigo; estarás más segura allí.

Isabel dudó. Su instinto le decía que desconfiara, pero la calidez en la voz del capitán era difícil de ignorar. Además, el caos de la ciudad la rodeaba como una amenaza constante. Finalmente, asintió, incapaz de rechazar la oferta de protección.

—Está bien… pero no me alejaré mucho de ti —advirtió.

Morris esbozó una sonrisa apenas perceptible.
—Sabia decisión. Vamos.

Juntos, caminaron a través de calles destrozadas, esquivando los restos de vehículos quemados y las sombras de criaturas que se movían entre los edificios. El capitán no dijo mucho durante el trayecto, pero su presencia era reconfortante. Cada vez que Isabel miraba a su alrededor, él ya estaba atento, como si pudiera anticipar cualquier peligro.

Tras lo que parecieron horas, llegaron a lo que parecía ser un antiguo almacén industrial. Sin embargo, al acercarse, Isabel notó que estaba fortificado: barricadas, luces intermitentes y soldados vigilando la entrada.

—Bienvenida al cuartel de la resistencia —dijo Morris, haciendo un gesto para que lo siguiera al interior.

El lugar estaba lleno de civiles: familias abrazadas, niños llorando, médicos atendiendo heridos, y soldados cargando municiones y suministros. Era un contraste extraño con el caos del exterior.

—¿Todo esto… lo diriges tú? —preguntó Isabel, sorprendida por la organización.

—No estoy solo, pero sí, hacemos lo que podemos —respondió el capitán, guiándola hacia una pequeña oficina improvisada en la parte trasera. Allí se sentó detrás de un escritorio, indicando que Isabel hiciera lo mismo—. Ahora, cuéntame. ¿Qué hacías sola en el parque central?

Isabel vaciló. No podía decirle la verdad. ¿Cómo explicarle que acababa de descubrir que era hija de Luzbel, el señor de las tinieblas?
—No lo sé. Solo… me perdí mientras trataba de encontrar un lugar seguro.

Morris la miró en silencio durante unos segundos, como si supiera que no estaba diciendo todo. Pero en lugar de presionarla, simplemente asintió.
—Bueno, estás aquí ahora. Eso es lo importante.

De repente, un soldado entró apresuradamente en la oficina.
—Capitán, tenemos problemas. Algo se está moviendo hacia el perímetro sur. Es grande.

Morris se levantó de inmediato, su expresión endureciéndose.
—¿Criaturas?

—No lo sabemos, señor. Pero es diferente a lo que hemos visto antes.

El capitán tomó su rifle del escritorio y se giró hacia Isabel.
—Quédate aquí. Esto es seguro.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, poniéndose de pie.

—No te preocupes. Nosotros nos encargaremos —dijo Morris, antes de salir de la oficina con el soldado.

Isabel miró a su alrededor, sintiendo que algo dentro de ella la empujaba a seguirlo. Sabía que no debería meterse, pero una extraña sensación, como una llamada en su interior, le decía que lo que fuera que se acercaba, estaba conectado con ella.

Respiró hondo y decidió ignorar la orden del capitán. Salió de la oficina y se mezcló entre los civiles, buscando una forma de acercarse al perímetro. Algo estaba por suceder, y aunque no sabía qué era, tenía la certeza de que sería crucial para lo que venía.

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