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Nueve


SOMERHARDER:

En visto.

La princesa Grey se ha atrevido a leer mi mensaje y no darme una respuesta, ¿quién se cree?

—¿Qué te tiene tan entretenido? —la voz del cotilla de Keith Hawk hace que deje de mirar el celular, sus cejas suben y bajan de manera insinuante—. ¿O quién?

—Que te importa.

Una risa lo abandona, ganándose una mala mirada de mi parte que de inmediato lo enmudece. No soy ni seré jamás payaso de nadie. Soporto la presencia de Hawk porque en ocasiones sus conversaciones son importantes, sabe mucho sobre el conglomerado y su futuro puesto tendrá mucho peso en el campo empresaria. Es amigo de Enzo, pero solo un conocido mío. Suele frecuentar los mismos sitios, así que es casi inevitable verle la cara al menos una vez entre semana.

—Maldito humor el tuyo —musita, llevándose una copa de whisky a los labios—. Mis respetos para Enzo, porque eres un hijo de perra amargado.

Ante la palabra “perra” la mujer que baila casi desnuda frente a nuestra mesa, mueve el trasero como si eso fuese hacernos desear follarla. Lo último en lo que estoy pensando ahora es en sexo. Estoy aburrido y lo que se me apetece en ese estado es joderle la existencia a los demás, especialmente a la noviecita de Gael Loaisiga. Esta mañana mientras estaba en la oficina, recibí un correo de parte suya, comunicando las expectativas de un nuevo proyecto y la promesa de una propuesta incapaz de rechazar.

Si supiera que no necesita esforzarse tanto.

Todo estará más que pagado.

Gael Loaisiga escogió una profesión que no le favorece, porque no va con su personalidad y que haya decido trabajar para mí lo empeoro todo. Conoce cada uno de los pasos para llegar al éxito pero siempre olvida lo más esencial, y es que el ámbito empresarial es como el mundo salvaje, va ganar el más astuto, fuerte e intrépido.

El león siempre se come a la gacela, no al revés.

El teléfono me vibra y toda mi atención queda en la pantalla iluminada por el nombre del remitente y la foto de perfil, misma que muestra una pareja feliz. Ambos sonríen como si hubiesen ingerido algún alucinógeno.  Los brazos de Loaisiga rodena los hombros de Grey, la expresión de la cara de ella es de infinita dulzura.

Que ridiculez.

Me levanto del acolchonado sofá, dirigiéndome a una zona solitaria y en silencio. Keith Hawk grita un: “¡Cuídate, imbécil!”, y lo ignoro. Me tomo mi tiempo considerando que la llamada se cortara mientras me acomodo en un sillón unipersonal en otra habitación, pero permanece en línea hasta que le doy aceptar.

Su cabello rubio es un desastre. Oculta casi de manera total sus facciones, no puedo ver el tono miel de sus ojos debido a la poca iluminación. El fondo del sitio en el que esta es de azulejos verdes, al lado de su cabeza hay un lavamanos del mismo color, lo que me indica que se encuentra en un sanitario.

¡Gael, te extraño! —eso es lo que capto debido a que su voz esta distorsionada—. ¿Estas alimentándote bien? Me haces mucha falta... Deseo verte y abrazarte, ¿estoy siendo una mala novia? ¿Una caprichosa? ¿Una egoísta?

«Pero… ¿Qué carajo…?» mi interrogante se estanca al darme cuenta de dos cosas:

1. Ella está borracha.

2. Cree que soy Loaisiga.

Nunca había sentido esto, como un vacío en mi pecho… —se le corta la voz e identifico un sollozo, al cual le siguen muchos más.

Mierda, que patético.

Las ganas de fastidiarla desaparecen, si su estado ya está jodido no es divertido tocarle los nervios. Me gusta su molestia, no esta faceta de llanto. ¿Por qué jodido llora ella? ¿Se le quebró una uña? ¿Vacío en el pecho? ¿Acaso no soporta no verlo por unos días?

Ada Grey llora como si estuviera ahogándose por dentro, y me aguanto el deseo de colgar ante su actitud endeble. Habla pero no se le entiende nada de lo que desea trasmitir, ¿es la misma mujer que llego a mi oficina creyéndose superior? ¿La misma que firmó un pacto totalmente bajo? Joder, tal vez si está jodida de la cabeza y no estaría mal recomendarle ir a terapia.

Nunca me imaginé estar escuchando a una chica sollozar a través de la línea telefónica. Pensé que dejarla sola y colgar estaría bien, hasta que mi mente lo reconsidero y llego a la tentadora conclusión de esperar hasta que se dé cuenta de su error. Me habría gustado grabar su reacción, podría haber pagado por ello.

Oh, joder… ¿Kirill? —masculla, el reloj marca las 2:33 am, toda su cara esta hinchada y levemente rosada—. Maldita sea, ¿estás ahí?

—Por supuesto, cariño —digo con toda la sátira posible—. Un amo escucha los lamentos de su esclava.

Hijo de…

—Princesa, no estás en condiciones de insultar a nadie —le interrumpo—. Lávate la cara, cámbiate de ropa y mándame tu ubicación.

¿Qué? —cuestiona con las cejas fruncidas. El suceso lamentable de su llanto ha pasado a otro plano, mira en la hora y se transforma—. ¿Estás bien? ¡Son casi 3 de la mañana!

—Lo sé, es la hora perfecta para reunirse con el diablo.

Sin esperar una protesta, cuelgo.

Varios mensajes de su parte llegan de inmediato, y es un poco irónico que apele a la hora diciendo que todo el mundo debe estar descansando, cuando es ella quien llamo y perdió el tiempo en cosas innecesarias. ¿Llorar por una relación? Como si eso fuese tan importante.

Minutos después ante mi falta de contestación, envía el enlace de su ubicación, lo que me recuerda la información que dejo claro un par de días atrás sobre su salida de la cuidad para este fin de semana. La princesa del Imperio Grey actualmente se encuentra en Santa Caridad, en un hostal llamado “Dulce Hogar”.

• • •

Una sudadera color negra y una licra gris. Trae puesto unos deportivos blancos y su cabello se encuentra en un completo desastre. Esa es la vestimenta que se ha colocado, Ada Grey espera junto a un hombre en la entrada del hospedaje. Luce un rostro hinchado, pálido y ojeroso, seguramente debido la resaca y el llanto de hace rato. También que el clima de SC sea muy diferente al de Helden, no le ayuda, si no fuese por la cazadora y guantes que llevo estaría pasando apuros por el frío, estaciono justo frente a ella pero no repara en mí. Su mirada miel fija en el camino, probablemente esperando identificar mi vehículo. No obstante, hoy he decidido sacar una de mis motocicletas.

Desciendo tomándome mi tiempo, el hombre –que es un empleado del local– me repara de pies a cabeza y la rubia cuadra los hombros al detallar que camino en su dirección. El casco que llevo le impide que observe mi rostro, pero yo puedo ver perfectamente como el suyo poco a poco se sonroja sea por vergüenza o molestia, su pupila se dilata al reconocerme.

—Disculpe, señor —habla el empleado acercándose—, ¿necesita ayuda? ¿Busca una habitación?

—¡No! Va a quedarse conmigo —musita Grey, al tiempo que me deshago del casco—. Él es mi hermano, vino a verme.

Ante la información nuestros ojos se encuentran: “¿Qué diablos has dicho?” le trasmito, el hombre mira de ella a mí, tratando de localizar algún parecido inexistente. La rubia se golpea la frente con la palma abierta y el sonido hace que el empleado haga una mueca de dolor, luego le pregunta:

—Señorita, ¿está bien?

Está loca, quiero decirle pero Grey se adelanta.

—Sí, discúlpeme —expresa y lo que agrega son solo más mentiras—, estoy algo nerviosa. Le pedí que vinera para que organizaremos un evento familiar que será pronto.

—¿Justo a mitad de la madrugada? —la cara del hombre es de desconcierto.

—Sí, porque es cuando más surgen las ideas.

No capto porque ha intentado mentirle al portero, y digo intentado porque su actuación es tan mala, que me provoca pena ajena. La atención del empleado se centra en mí, esperando que niegue todo lo que ha dicho, pero al entender que no diré nada simplemente eleva sus hombros con resignación y me pide las llaves de la moto. Ada Grey suspira con alivio, le agradece y musita un: “Sígueme”.

En el vestíbulo hay una chica que enfoca a la rubia como si fuese un espectro, al darse cuenta que no va sola medio palidece. No he pasado ni 5 minutos en este hostal, pero definitivamente no volveré a pisarlo. La actitud entrometida no debería ser la característica de un local, sino más bien la discreción y la sutileza. El recorrido termina en una puerta color blanco, mismo que en cuanto se abre muestra una habitación bastante básica, no me enfoco en los detalles pues al pasar el umbral de nuevo afronto una situación en la que jamás había estado.

—Somerharder —susurra Ada en el centro de la estancia, el tono débil hace que acorde la distancia, al tiempo que se desploma y evito que su cuerpo golpee el suelo.

En cuanto mis manos entran en contacto con su piel, me informo de dos cosas:

La primera es obvia, se ha desmayado.

La segunda es que, su la temperatura esta tan alta que tiembla ligeramente.

—Maldición —bufe exasperado, cargándola y recostándola en la cama, cerré la puerta con seguro, por si alguno de los empleados se le ocurría venir a confirmar la supuesta relación sanguínea.

Pensando que las ganas de mofarme de su patética llamada y conducir hasta SC ha sido una idea impulsiva y por demás estúpida. Entre al baño y empape una toalla mediana, para después colocarla sobre su frente.

Irónico.

De fastidiarla a cuidarla.

Repetí 3 veces más el proceso de humedecer la toalla, sin embargo la temperatura seguía igual. En las gavetas de sanitario encontré un botiquín de emergencia, dos sobres de acetaminofén y un termómetro de mercurio. Me quite los guantes y la cazadora.

—Grey… —le llame, moviéndola un poco, sintiéndome un reverendo idiota haciendo todo esto— Grey.

El termómetro marco 39.8 de calor, lo que fue un intensivo para quitarle la vestimenta y dejarla en ropa interior. La sumergiera en la bañera, haría que su temperatura bajase lo suficiente para poder obligarla a tragarse las pastillas, si en el proceso recupera la consciencia le dejare claro que este convenio ha terminado, porque no está siendo nada divertido.

Maldigo nuevamente, al observar la lencería color hueso que encuentro bajo su ropa, no estaba considerando el hecho de que tendría que llevarla y hundirla en ese estado, la piel más blanca de lo normal sin marcas, la forma de sus pechos atrapados en ese sostén de encajes y la curva de su zona inferior, «¿Qué desgracia estaba pagando?». Tiene muy buenos atributos, suficientes para dejarme embelesado. Volví a maldecir con enfado, la tome entre mis brazos y nos dirigí al sanitario, no debería excitarme por la semi-desnudez de una mujer inconsciente y enferma.

Nunca he sido un enfermo, no empezaría a serlo por ella.

Entonces, cuando la coloco en la bañera detallo que la idea que me pareció lo mejor, en realidad era una mierda. Pues Ada no podía mantenerse sentada y su cuerpo se sumergía constantemente quedándose sin oxígeno.

—Al carajo —masculle, quitándome los botines, ubicándome detrás de ella, mojando toda mi ropa y sosteniendo su cuerpo sobre el mío—. ¿Por qué tenía que pasar esto?

Su espalda queda contra mi pecho, su trasero me rozo la ingle poniéndome rígido, la reacomode dejándola sobre mis muslos, la vista de sus pechos mojados y la sensación de su cuerpo sobre el mío, trastorno mis pensamientos. Maldita sea ella.

—Yo-o lo si-iento —escuche su voz, quedándome paralizado al creer que estaba disculpándose por la situación, pero sus palabras solo fueron el inicio de una consecuencia de la misma fiebre: Alucinaciones—. No-o soy… lo si-iento, Ga-el.

«Perfecto, justo lo que faltaba».

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