🌷10🌷
Le resumiré todo lo que pasó esta semana. No fui a la universidad los días que restaban antes del sábado. Tampoco fui a la casa de Hugo cuando tenía que ir, ni en los días siguientes. Me tomé unas vacaciones que necesitaba.
Ahora estoy en la piscina con un bikini morado —solo lo uso cuando estoy sola en casa, bueno, ahora con Em— refrescando mi cuerpo por el gran sol que hace. Son apenas las 15:47 p.m. Saldré de aquí solo cuando mis dedos se arruguen o el sol se oculte, lo que ocurra primero.
Hoy sábado tenía planeado ir a las siete para ver cómo están las cosas. Quizás retome alguna de las cosas que hacía cuando tenía quince años. Creo que ya es tiempo de ser como era antes, sin ocultar mi verdadero yo, sin pretender que soy una chica tímida y reservada, sin esconder mi sonrisa que solía alegrar el día con sus tonterías. Desde que ocurrió lo de mi hermana, perdí muchas amistades. Las alejé y no permití que me apoyaran. Y esa fue una de las razones por las que odié estar sola en casa, aparte del personal, no había con quién conversar.
—¡Holaaa! —grita Em al llegar y se sienta en una de las tumbonas cerca de la piscina—. Hoy es mi día libre. Papá no está y Caroline tampoco... ¡día de fiesta! —se quita las gafas y me mira. Lleva un bikini blanco.
Nado hasta el borde de la piscina y me apoyo en el.
—Bueno, espero que te vaya bien. Yo tengo que salir a hacer unas cosas.
—¿Qué? ¿No me vas a dejar sola?
—No vas a estar sola, vendrá mucha gente. Y ninguna de esas personas las conozco —la interrumpo.
Coloco mis manos en el suelo y me impulso para salir— Aunque hay escaleras, pensé en esto primero— me acerco a la tumbona al lado de Em y me pongo un blusón blanco transparente.
—¿Saldrás con un chico? —me mira con una sonrisa— Si no es así, te presentaré a alguien. Esta noche lo he invitado. Incluso papá lo conoce; la mamá del chico es la mejor amiga de papá desde el colegio. Qué amistad, ¿no? —se recuesta en la tumbona y se baja las gafas para taparse los ojos.
—¿Habrán tenido algo? —pregunto curiosa.
—No, él dice que no. Siempre la ha considerado una gran amiga, igual que ella a él. Pero por lo que he chateado con él, su mamá no ha visto a papá desde hace varios años, creo, desde que murió su esposo.
—Uhh, qué mal. ¿Y de qué murió?
—Si quieres saberlo, quédate. Yo te lo presento y tú le preguntas. Si cambias de opinión, la fiesta comienza a las nueve. Puedes invitar a quien quieras, no tengo problema con eso.
—¿Qué vas a hacer con los empleados? Sabes que pronto irán con el chisme a mamá —no la miro, solo fijo mi mirada en el cielo —y me contarás lo de la semana pasada en la cena familiar sobre tu supuesto esposo.
—Me da igual lo que piense esa señora, es la casa de papá también. Solo tengo que enviar un mensaje a él y en un segundo tengo su permiso. Y sobre lo que dijo Caroline, no sé cómo se enteró, pero sí, me iba a casar con Elián. Pero gracias a Dios que no lo hice —me giro y veo que pone mala cara.
—¿Por qué? — pregunto intrigada.
—En resumen, me engañó. ¿Sabes cuántos años tenía cuando lo conocí? —niego —Desde que tenía diecinueve y él tenía veintiuno. Ahora me doy cuenta de que era muy joven para casarme a esa edad. El amor ciego. Tengo veintitrés años, tengo toda una vida por delante. Así que la disfrutaré.
Disfrutarla. Hace unos días, Sean me había dicho que disfrutara de mi vida. Bueno, quizás esté a las siete en el lugar al que tengo que ir y vuelva aquí a las 9:30. Así que tomaré el consejo de Sean y disfrutaré esta noche como nunca.
Ya duchada y vestida con ropa holgada, salgo de mi habitación. Son las 6:48. Veo a los empleados moviendo cosas necesarias para la fiesta de esta noche. Sin que nadie me vea, me dirijo a la salida donde me espera el taxi que llamé. Me subo en la parte de atrás y le indico la dirección.
—Señorita, esa calle a esta hora es peligrosa. ¿Está segura de que quiere ir? —me pregunta con preocupación por el retrovisor.
—Le pagaré el doble, no se preocupe, conozco a algunas personas de esa zona —le explico.
Dicho esto, arranca.
Todo el camino lo paso mirando por la ventana, pensando en la vida que me tocó. ¿De qué sirve que mis padres tengan dinero si lo único que quiero es su atención? No me basta con las supuestas conversaciones los domingos. Al final, terminaré mintiéndome a mí misma.
—Ya llegamos, señorita —llama mi atención el conductor.
—Muchas gracias —hablo y le doy el dinero acordado. Me bajo del taxi.
Respiro hondo, me quito los lentes y los guardo en el bolsillo de mi jogger. Solo tengo que caminar una cuadra, solo una.
Al llegar a la esquina, veo que hay demasiada gente: bebiendo, fumando, besándose, entre otras cosas. Me pongo de puntillas para buscar con la mirada a la persona que no he visto en años.
—¿Se te perdió algo, muñequita de plástico? —alguien habla detrás de mí.
Me giro y lo veo con una sonrisa de oreja a oreja. Corro hacia él, me lanzo y envuelvo mis piernas alrededor de su cintura. Sus brazos me reciben y me rodea con cariño.
—Te extrañé —le susurro— El sábado pasado vine, pero me dijeron que no estabas, así que me fui.
—Tenía asuntos que resolver— explica— ¿Qué te trae por aquí? —pregunta y se recuesta en un auto cercano.
—Quería ver cómo están las cosas por acá. No he venido desde... lo de mi hermana —agacho la cabeza.
—Lo siento, fui a visitarte, pero tu madre dijo que no querías ver a nadie.
—No, fue mi culpa. Yo alejé a la gente que quiso ayudarme, así que no es tu culpa, Víctor —le ofrezco una sonrisa —¿Quieres ir a una fiesta que hay en casa? —le pregunto.
—Sí, claro, pero déjame terminar mi carrera que empieza en unos diez minutos. ¿Quieres ser mi acompañante? —consulta con una media sonrisa.
—Me gustaría, pero no. Quizás para la próxima —contesto animada.
—No te desaparezcas. Te veré aquí cuando termine mi carrera.
—Está bien.
Se aleja dando pasos largos.
Víctor es un chico de veinticuatro años, de mi estatura, simpático, con el cabello y los ojos negros. Es un poco pálido y, no olvidemos, que fuma hasta por los oídos. Lo conocí un día en el colegio. Mi hermana y yo lo vimos, pero no le dimos importancia. Al final del día, nos habló y nos invitó a participar en unas carreras o al menos a ir a verlas. Sin pensarlo mucho, aceptamos. Nos dio la dirección y el fin de semana fuimos sin que mis padres se enteraran, aunque no fue difícil ya que no estaban en casa.
Mi padre nos enseñó a conducir desde los diez años. Nos contó que, a los diecisiete, comenzó a asistir a carreras ilegales con sus amigos. Tres años después, su padre se enteró y se mudaron porque no quería eso para su hijo. Finalmente, tuvieron una fuerte discusión. Su padre lo hizo elegir entre las carreras o su futuro, y eligió la segunda.
En mi caso, mi padre se enteró desde el primer minuto en que mi hermana y yo asistíamos a las carreras. Desde los catorce años hasta un año después. Lo bueno fue que hice muy buenas amistades. Pero ahora solo me importa hacer una cosa: presentar a Víctor a mi preciosa hermana. Aunque solían sacarse celos, nunca pasó de una amistad tonta.
Reviso mi celular en busca de llamadas, pero está más vacío que un cementerio.
—¡Ahhhhh! ¡Qué emoción me da volver a verte, cariño! —grita Melany.
—¡Hola, Mel! —hablo con emoción al verla. Ella es la hermana de Víctor y tiene diecinueve años.
—¡Qué cambio de look! Pero, aun así, no se ha ido nuestra Louissa, te reconozco desde kilómetros. ¿Cómo te trata la vida? —pregunta alegre como siempre.
—Qué te puedo decir, pulga, Sean se ha ido y...
—El amor de tu vida se ha ido, no lo puedo creer. No te preocupes, siempre habrá otro. Hay alguien en cada esquina —me sonríe— Se conocen desde hace años y no pasó nada. Qué decepción.
Me río por lo que acaba de decir.
—Ven, sentémonos hasta que termine la carrera del imbécil de mi hermano— dice y se sienta en el capó de un auto. Yo la imito sentándome a su lado.
—Invité a Víctor a una fiesta que hará Emma hoy. Si quieres, puedes venir. Sé que a ti se te da ligar a todo el mundo.
—¡Siii! —grita con entusiasmo —Con quién me acostaré hoy, espero que sea alguien con el que... bueno, que sea grande —concluye emocionada.
—Melany, algún día cambiarás— la miro con escepticismo.
—No, solo disfruto de mi vida.
Y otra vez esa palabra.
—¿Conoces el círculo de la idiotez? —pregunta y yo niego— Te cuento lo que me pasó a mí. La idiota de tu amiga juró no hacer el círculo de la idiotez, pero no aguantó más. Ahora me acuerdo de él, luego me pican los dedos por escribirle. Como su orgullo está más alto que el cielo, el idiota no contestará. Al final, me siento ridícula por tratar de buscarle el pelo al huevo y jurar que no le volveré a escribir. Y así sigue.
Yo, sin saber qué decir, le doy una sonrisa cálida.
—La vida es tan difícil —habla con voz chillona.
—¿Y cuándo estuvo fácil? —pregunto curiosa por saber más de su vida.
—Eh... la semana pasada, sin duda —dice y comienza a reír como una maníaca. Yo la acompaño.
Felicidad... felicidad. Nadie puede vivir sin ella, porque es el alma de la vida y lo que nos impulsa a seguir. Pero si vives en un círculo de amargura, tristeza y dolor, te quedarás atrapado en las heridas, que solo se hacen más inmensas. Sin darme cuenta, he estado en ese círculo engañándome, pensando que allí estaba la felicidad.
¿Qué les está pareciendo la historia?
Teorias de que posiblemente suceda en el siguiente capítulo...
Acerca de:
Louisiana
Hugo
Marcus
Victor
Melany
Enzo
Rafael
Sra. Caroline
Sr. Wilson
Sr. Reggie
Sr. Warren
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