🌷02🌷
No puedo creer que el Sr. Warren me haga esto, simplemente no puedo. Su llamado fue para informarme que tengo que hacer un proyecto con él... con Hugo. Me encuentro en la sala de profesores; el Sr. Warren está sentado, yo de pie y, a mi lado, Hugo.
—Los sábados estoy libre por la tarde —dice Hugo a mi lado.
—El sábado estoy ocupada toda la tarde —mentí.
—Srta. Bell —habla serio el Sr. Warren—, este proyecto le vendría muy bien.
—Debería considerarlo, Srta. Bell —se burla Hugo, empujándome con su brazo.
Me giro para verlo con mala cara. —Cállate, Lisboa —lo señalo—. Pero entienda usted que no puedo, Sr. Warren. Además, Lisboa ni siquiera está en mi curso, y no estudia ninguna asignatura en la que yo esté. Por lo que sé, solo está aquí por el equipo de voleibol —lo miro con firmeza.
—Lo sé, pero este proyecto es sobre otra cosa. Seguro que le encantará.
—Pero, profesor, de verdad que no tengo tiempo. Además, tengo exámenes este mes, exposiciones...
—Mentirosa —me susurra al oído Hugo.
—Ya está decidido, Srta. Bell. Nada de "no puedo" o "esto y lo otro". Necesito ese proyecto para finales de mayo; tienen aproximadamente dos meses para hacerlo.
—¿Y si lo hago sola? —dije con una sonrisa forzada, alzando mis cejas.
—Srta. Bell, no haga esto más difícil. El proyecto involucra al alumnado, incluido Lisboa. La decisión ya está tomada, y no hay vuelta atrás. Buena suerte; tienen tres meses y dos semanas.
—Sí, Srta. Bell, ¿qué le cuesta hacer un simple proyecto? ¿Acaso tiene miedo de lo que le pueda hacer? —Hugo se acerca para susurrarme al oído.
Me giro para verlo, y nuestras caras quedan a milímetros de distancia.
—Sr. Lisboa, deje de molestar a su compañera, o me veré obligado a sacarlo del equipo —advierte el Sr. Warren con una sonrisa.
Volteo para agradecer al Sr. Warren, luego miro a Hugo y le sonrío.
—Eso es todo, Srta. Bell. Ya pueden retirarse para su próxima clase.
Sin responder, me giro y salgo de la sala de profesores, caminando rápidamente para dejar atrás a Hugo.
Un minuto para que comience la próxima clase... bueno, menos de un minuto. Corro por los pasillos, dejando a Hugo gritando mi nombre. Tropiezo con chicos y chicas, y les voy pidiendo disculpas. Algunos dicen que no pasa nada; otros me sacan el dedo del medio y algunos me tuercen los ojos mientras me gritan groserías.
Las plantas de mis pies arden mientras cruzo el césped, haciendo que los aspersores mojen mi ropa. Subo las escaleras y, ya frente a la puerta, entro sin más. Esta hace un ruido que provoca que todos mis compañeros miren hacia mí.
—Srta. Bell, ya sabe perfectamente que en mi clase no permito retrasos, y mucho menos que me interrumpan de esa manera. Así que no puede entrar, lo lamento mucho, pero salga de mi clase —habla la Sra. Adams desde el escritorio.
—Lamento de verdad haber interrumpido su clase, Sra. Adams, pero me han llamado para hacer un pro...
—Ese no es mi problema. Ya dije que no puede entrar, y punto. Así que no me quite más minutos de mi preciada clase —señala la puerta para que salga.
Cierro la puerta y apoyo mi espalda contra ella. Respiro hondo, pensando que con esa maestra tengo tres clases seguidas... ¿cómo demonios voy a hacer?
Me dirijo a la biblioteca, me toma unos tres minutos. Al llegar, me siento en la parte de atrás, saco mi laptop y coloco mis auriculares, reproduciendo una canción aleatoria. Abro la carpeta de fotos y comienzo a ver cada una, recordando cada momento, cada recuerdo, y comienzo a llorar en silencio.
Han pasado cinco años... simplemente es complicado. Se necesita casi una eternidad para olvidar a alguien que fue como tu pierna izquierda.
Me sobresalto cuando alguien toca mi hombro, y me volteo enseguida, quitándome los auriculares.
—¿Ahora qué? No estoy de humor. Me han dejado fuera por tu culpa, por tu idea del supuesto proyecto. A lo mejor fue idea tuya... quizás solo quieres que esté entre tus sábanas. Mejor lárgate de una vez, Hugo —digo con enojo, pero, estando en la biblioteca, no puedo gritar y oprimo todo.
Sin esperar respuesta, cojo mis cosas y las guardo para salir.
Y, típico de los chicos, me agarra del brazo, deteniendo mis pasos. Agacho la cabeza para que no me vea llorar, débil.
—¿Quién es? —pregunta.
Frunzo el ceño, sin entender a qué se debe su pregunta.
—La chica de la foto, ¿quién es? —volvió a preguntar, aun sosteniéndome del brazo.
Y solo faltaba eso... recordarla aún más. Me derrumbo en sus brazos, llorando. Siento cómo me abraza, sus grandes manos en mi espalda, acariciándome suavemente. Un beso en mi cabeza me hace apartarme de él de golpe.
—Lo-lo siento, tengo que... irme —sin esperar respuesta, salgo, dejándolo confundido.
Aunque yo también estoy confundida por su acto. No creí que fuera capaz de hacer eso... conmigo. Pero luego recuerdo lo que escuché en la entrada... seguro solo quiere acostarse conmigo.
Me dirijo al baño, entro en uno de los cubículos y cierro la puerta. Tiro mi maleta al suelo, saco la laptop, me coloco los auriculares y reproduzco "Angel". Paso una foto tras otra.
Foto de Halloween. Teníamos unos once años.
Cierro los ojos para recordar ese momento, y llega tan rápido que me duele el corazón.
—Lu, ese es mío —dijo, quitándome el traje de las manos.
—Lu, me habías dicho que esta vez me tocaba a mí, así que devuélvelo. No seas tramposa —dije, extendiendo la mano con la esperanza de que me lo diera.
—Está bien, me pondré el traje de bruja roja —dijo, cogiendo el traje para marcharse.
Unos veinticinco minutos más tarde, regresó con el traje puesto.
—Veo que me queda mejor a mí, así que te puedes quedar con el negro —dijo mirándose en el espejo—. Lu, apúrate para pedir "dulce o truco" antes de que Sean se me adelante y me gane. He hecho una apuesta con él: quien consiga más de cien dulces se lleva lo del otro. Tú me vas a ayudar, ¿ok?
—Dame unos diez minutos para prepararme y te alcanzo —dije con una sonrisa.
—No, te espero aquí porque después te vas a quedar acostada y no me vas a acompañar —se sentó en mi cama.
—Dale.
Recuerdo tanto ese día; se emocionó mucho por ganarle a Sean, que al día siguiente le dolía la barriga de comer tanto dulce.
—Lu, no te mueras —dije riendo, viendo cómo ella se retorcía de dolor—. Iré a decirle a mamá que te compre una pastilla o algún remedio —me acerqué para darle un beso en la frente.
—Apúrate, de ahora en adelante odiaré los dulces —intentó hablar.
Dos golpes en la puerta del baño me hicieron salir de mi trance. Guardé mis cosas, conecté los auriculares al celular y lo guardé en el bolsillo de mi jogger. Sequé mis lágrimas, pero fue imposible ya que mis ojos estaban rojos.
—Está ocupado —dije, para que dejaran de golpear.
—Soy yo, ¿qué ha pasado? —pregunta, con tono preocupado.
Abrí la puerta para que entrara.
No entiendo cómo Marcus logra colarse en los baños sin que lo noten. Y como estos baños son grandes, alcanzamos justo a la perfección.
—Solo que... que sigo sin poder dejarla ir. No puedo con esto, ella... ella lo era todo...
Se acerca y me abraza.
—Eso ya pasó, Ana. Debes dejarla ir. No puedes seguir atormentándote por ello —habla cerca de mi oído.
—Es que lo intento, pero no lo logro. Además, Emma no responde mis llamadas; le he hecho cientos de llamadas y ninguna me responde.
—Ya lo hará, seguro que está ocupada. ¿Qué te parece si hacemos eso que tanto has tenido en mente? —se separa para verme con una sonrisa.
Le sonrío de oreja a oreja como respuesta. Salimos del baño y nos dirigimos a los vestidores del equipo de voleibol. Aquí voy, lista tonta; ahora veré si estoy dentro y mi curiosidad se irá de una vez por todas.
Al llegar, vemos que no hay nadie alrededor y entramos. Error. Me quedo congelada al ver a todos los jugadores desnudos: algunos en la ducha, otros recién vistiéndose.
Muchos... demasiados.
—Te has perdido, Virgen María —habla una voz.
—No, no, ha venido a verme a mí —dice otra voz.
Marcus me da un pequeño golpe, sacándome de mi congelamiento, pero al ver que no reacciono, me agarra de la mano y me saca del lugar.
—Ya veo por qué te pusiste así —ríe a carcajadas una vez afuera.
—¿Qué? —frunzo el ceño sin entender lo que quiere decir.
—Te pusiste así —me imita— porque no has visto un pene en tus veinte años —vuelve a reírse.
—¡Marcus William Miller Brown, deja de decir asquerosidades! —me cruzo de brazos.
—Si a ti no te ha gustado, yo me los puedo comer a todos sin ningún problema —se encoge de hombros.
—Deja tu mente sucia a un lado y vamos a la cafetería. Seguro que no podré quitarme esa imagen de la mente en años.
¿Qué les está pareciendo la historia?
Teorias de que posiblemente suceda en el siguiente capítulo...
Acerca de:
Louisiana
Hugo
Sr. Warren
Marcus
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