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VI.

Advertencia: Contenido adulto.

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Take my hand
Take my whole life too
For I can't help falling in love with you

(I Can't Help Falling in Love with You, Elvis Presley)


Despertó en medio de la noche, con la respiración apenas agitada, pero con la mirada alerta. Recorrió con la vista el entorno de la habitación, con las cortinas blancas movidas por el viento, la maceta de Afrodita, la mesita de noche con libros, y el cabello rubio esparcido sobre la almohada en la cama de junto. Sonrió casi imperceptiblemente al contemplar el rostro en absoluta paz de su hellenoi y se pasó una mano por la frente, tratando de ahuyentar las imágenes pegadas a su memoria. Suspiró y recordó sus primeras difíciles noches luego de recuperar el contacto con la realidad: el mal sueño que acababa de tener era una sombra efímera comparado con los que lo atormentaron en aquel entonces.

Sopesó el dolor sordo, lejano, que aún sentía difuso en su cuerpo. En silencio deslizó las piernas (antes sólidas y ahora inseguras) hasta el suelo. Se cuidó de que la férula estuviera en su lugar, y sin ruido, dio un par de pasos lentos hacia la puerta, buscando el apoyo de los muebles circundantes.

-¿A dónde te crees que vas? -preguntó Milo con voz calma, pero perfectamente audible.

Camus sonrió en cuanto la querida voz gruesa llegó a sus oídos.

-¿A dónde quieres que me vaya, hellenoi? No puedo tirarme un gas sin que estés atento... ¿Qué no duermes?

-Duermo mucho, mucho, desde que finalmente estás aquí y no en tu cabeza. Pero no puedo evitar estar atento a ti. Lo siento si eso te pone incómodo; es la costumbre, supongo.

Camus asintió y bajó un poco el rostro, con expresión melancólica. Milo se levantó y le pasó un brazo por el cuello, atrayéndolo un poco hacia sí mismo.

-Oye, ¿estás bien? No estarás triste, ¿verdad? ¿Te sientes mal, te duele algo? ¡Es eso, te duele algo! ¿Llamo al doctor?

-Non, s'il te plaît. Eso no será necesario. Yo sólo... tuve... un mauvais rêve, un cauchemar? Ni siquiera creo que pueda llamarlo así. Sólo tuve un sueño que me resultó un poco... (1)

-¿Aterrador?

-Quoi? Mais non, ça n'a pas fait peur. Pas exactement... (2)

Milo le tomó el mentón y lo besó brevemente.

-Te perturbó. Lo entiendo. ¿Bebemos té?

-Preferiría que durmieras, ya me has cuidado lo suficiente para el resto de nuestras vidas. Además, quiero café.

-Café no. Te alterará los nervios y el sueño. Y apenas he empezado a cuidarte. No te haces una idea ni siquiera cercana de cómo pienso cuidarte de aquí en adelante.

-Pues eso me resulta todavía más perturbador. Vamos, quiero café especiado... sólo un poco.

-Aunque sea especiado te sobreestimulará...

Camus dio una cabezada afirmativa y sonrió levemente, sin decir nada. Pero no era una sonrisa alegre y Milo lo notó al vuelo. Le tomó la mano y le besó los nudillos.

-Café especiado será entonces. Vamos. Lo prepararé según tus indicaciones.

En la cocina, Milo encendió la estufa y puso agua a hervir en una cafetera. Le añadió un par de varitas de canela. Camus empezó a hurgar el estante de las especias con su habitual parsimonia y método.

-¿Qué buscas? Acá tengo la nuez moscada.

-Anís.

-¿Anís? Quedará muy fuerte.

-Quedará bien, ya verás. Busca azúcar morena. Y brandy.

-No. El alcohol sí puede hacerte daño con la medicación del psiquiatra.

-D'accord, ça va... Sin brandy. No puedo creerlo de ti, renunciar a una copa...

Milo le apartó el cabello de la frente y la besó, con una sonrisa diáfana. Añadió las especias; al final, cuando el agua hirvió unos minutos con los ingredientes, permitió que Camus agregara el café. Apagó el recipiente y dejó reposar la bebida. La sirvió en las tazas a través de un colador. Dedicó una mirada larga y suave a Camus: hacía cinco semanas que lo tenía de vuelta. Las primeras dos resultaron, literalmente, de pesadilla, pues las noches (y a veces los días) del francés fueron abundantes en malos sueños y terrores que le impedían descansar. Poco a poco, entre las meditaciones guiadas por Shaka y la medicación del psiquiatra, el estado mental de Camus había evolucionado hasta llegar al punto en el que se encontraba en ese momento: aún frágil, pero cada vez más estable. Sin embargo, Keltos no podía engañarlo: algún recuerdo insidioso le había cortado el sosiego.

-¿Y entonces, qué soñaste? -preguntó como por casualidad.

Camus guardó silencio unos segundos, buscando palabras precisas. Tenía la mirada clavada en la taza, que acariciaba levemente con los dedos.

-Te soñé cuando nos encontramos en Asgard. Soñé... el modo en que me miraste cuando Surt y yo te atacamos -Camus tomó una bocanada de aire y vaciló por un momento. - Aquella noche, cuando nos encontramos en el camino, me sentí vil porque eras la última persona a la que quería enfrentarme. Después del ataque, yo... quería morir. Quería asegurarme de que estuvieras bien y luego morir...

-Camus... -dijo Milo tras un suspiro pesaroso. -Ya quedó atrás. Y ya tengo perfectamente claro que no pretendías hacerme daño. Todo fue tan desafortunado. Lo entiendo. Ahora lo entiendo, y debí entenderlo entonces. Shaka me dijo que no conocíamos tus motivaciones y que no debía juzgarte sin conocerlas...

Trató de tomar su mano, pero el pelirrojo la retiró discretamente para sujetar la taza y llevársela a los labios. A Milo no le pasó desapercibida la renuencia del francés. Si bien al paso de los días habían recuperado una enorme cercanía, Camus evitaba el contacto estrecho. No se permitía más que besos fugaces y pequeños toques en sus manos, en el rostro. Aunque lo deseaba desesperadamente, no se atrevía a proponerle dormir en la misma cama porque aún le parecía que podía lastimarlo; y además, estaba seguro de que Keltos se negaría.

-Camus, ¿tú aún... me amas? -preguntó tímidamente Milo.

Por toda respuesta, el pecho de Camus se convulsionó en un sollozo ahogado: empezó a llorar en silencio y a asentir levemente. Milo le sonrió y trató de levantarle la cara, cosa que el pelirrojo no permitió.

-Entonces, ¿por qué no me dejas acercarme a ti? ¿Por qué... por qué si me amas me rechazas...?

-C'est que... C'est que je suis... assez... très... indigne. Je ne te... (3)

-Ya no quiero oirte decir eso.

-D'accord, je ne le dirais plus. Ya no lo diré. (4)

-Quiero decir... carajo... sé que si no me lo dices igual lo estarás pensando. Es como... es como Kyría dijo. Cuando te operaron para tratarte la fractura craneal, le pedí que te salvara, que te curara. Y ella se negó. Dijo que no querías vivir. Que si te salvaba actuarías normalmente por un tiempo, y luego acabarías derrumbándote. Y matándote. No quería creerle, pero tal como te veo ahora... sé que ella tenía... tiene razón.

Camus guardó silencio. Observaba la taza sobre la mesa. Pero veía a Milo de reojo y lo escuchaba con el corazón oprimido. Justo así se sentía. Todavía quería morir, todavía se sentía indigno de vivir y ser amado.

-Ahora... ahora que sabemos cómo fueron las cosas... lo de Surt y su hermana... creemos que nunca has superado el derrumbe y lo que pasó con Sinmone. Quiero decir, no hay que ser médico especialista para saberlo... Eras un niño, ¿cómo ibas a superar aquello tú solo, sin asistencia de ninguna clase? Shion cree que desde entonces tu producción de serotonina quedó afectada. El psiquiatra dice que tu cerebro la produce, pero no la cantidad que requieres. Por eso te sientes así, Camus: no es sólo que tu temperamento sea frío, que sí lo es y por obvias razones, pues te entrenaste para ello. A nadie le parece raro que impongas distancia de todo y de todos. Es que... también tienes un problema emocional qué resolver. Y una deficiencia química qué tratar. Y todo ello puede solucionarse con el tiempo, y con apoyo, que no te faltará. Pero no importa cuanto te ame, o te amemos todos: si tú sigues creyendo esas cosas tan horribles de ti mismo... nadie podrá ayudarte.

Camus siguió cabizbajo, con lágrimas surcándole el rostro. Un murmullo bajo salió de sus labios.

-Je ne te mérite pas, Milo. Je ne te mérite pas. Je l'ai tué. J'étais sur le point de te tuer... À toi... mon amour... mon coeur... mon hellen... Je suis une personne horrible... (5)

Los sollozos quedos y casi imperceptibles sacudieron el tórax de Camus, que se abrazó a sí mismo. Aiolia y Aldebarán asomaron la cabeza por la puerta de la cocina y Milo les indicó con un sutil gesto que se retiraran, cosa que ambos hicieron sin ruido. Milo se levantó, estrechó a Camus silenciosamente y éste empezó a llorar con más intensidad: se le prendió de la cintura con desesperación.

-Perdóname, Camus -dijo Milo mientras acariciaba la corta cabellera. -Te dije cosas duras e injustas. Te dije mentiras. Yo sabía que te decía mentiras. Trataba de convencerme de que eras mi enemigo porque mi orgullo estaba herido. Sabía que todo tenía una explicación razonable, pero no quería escucharla. Temía que tuvieras razones para haber actuado como lo hiciste y que fueran justas. Lo lamento mucho, pero nunca será suficiente. Porque... porque lo que te dije esa noche fue el principio de estos espantosos meses. Casi... casi te moriste de nuevo; y esta vez por intervención mía. He estado muriendo contigo todo este tiempo; puedes preguntarle a cualquiera, incluso a Surt... No soporté mis propias palabras: si no hubieras salido a la tormenta aquella noche, me habrías tenido en tu habitación unas horas después de lo de la cena. No aguanté y fui a buscarte para pedirte perdón. Pero toqué y toqué a tu puerta y nunca abriste. Así que entré. Y entonces creí que... Perdóname... -esta vez fue Milo quien empezó a llorar quedamente. -Creí que estabas con Surt, porque él había tratado de seguirte cuando te fuiste del salón. Creí que ustedes... ya sabes... que estarían juntos. Que estarían...

-Il est seul mon ami... mon vieil ami... (6)

-Sí, sí. Ahora lo sé. Pero entonces no sabía; tenía fragmentos de la historia, pero no entendía nada de nada. De cuando entrenaron juntos, de lo de Sinmone, de la deuda y la promesa... De que nunca fueron amantes. Fui a buscarte a su habitación y Surt me recibió a punta de palabrotas. Y luego te buscamos en el palacio... y caímos en la cuenta de que no estabas en ninguna parte. Sólo podías estar fuera. Desde hacía horas, ¡horas! ¡Y nadie lo notó, porque quién habría pensado que tú, el señor Frío, te ofuscarías de esa manera! ¡Lo lamento, lo lamento tanto! ¡Sentimos tu cosmos arder un momento y luego nada! Y Surt lo supo, que algo horrible te había pasado y que no estábamos en condiciones de ayudarte. Saga tuvo que golpearme para impedir que saliera a la tormenta a buscarte, a morir contigo... ¡Lo siento, lo siento!

Permanecieron abrazados y llorosos un largo rato: uno de pie, acunando la cabeza pelirroja y el otro sentado y aferrado a la cintura contraria. Los minutos se escurrieron lentos mientras el dolor se les adormecía un poco y las lágrimas se les iban agotando en los ojos. La aurora rompió y la luz se asomó por los cristales de las ventanas.

-Tus médicos me matarán por desvelarte.

-No me desvelaste. Yo me puse insomne sin ayuda.

-Te permití beber café en la madrugada.

-No lo bebimos. Ahora está frío.

-Bebámoslo frío, en el jardín. Ven. Veamos el amanecer juntos.

Cada uno tomó su taza y salieron al jardín de la mano: Camus aún caminaba con lentitud, así que Milo hacía por darle apoyo sin que se notara demasiado, para no herir el orgullo del francés. Se sentaron en los escalones, cerca de las tumbonas y el parasol. Milo le tomó una mano y se la llenó de besos largamente, sin prisas. Camus se dejó hacer, con la tristeza aún pintada en el rostro.

-Déjame amarte -soltó Milo de pronto.

-Pero, ya te dejo hacerlo -dijo Camus un tanto sorprendido.

-No, no me dejas. Me tienes a varios metros de distancia, aunque no lo parezca. Déjame amarte. No me rechaces, no me rehuyas. Déjate, permítete amarme. No creo merecerlo, porque he sido un patán espantoso, pero quiero que me ames. Y que sepas que mereces amar, y que sepas que mereces que te ame, yo o cualquiera otro. Te amo. Mucho, mucho, para siempre, ¿recuerdas? Hasta el día de mi muerte y más... Y tú... ¿Cómo lo dijiste?

-Toujours... au-delà de ma vie et ma mort... au-delà de la nuit et de l'aube... (7)

-Sí. Cumple, ¿puedes cumplir? Yo puedo... Cumpliré aunque tú no puedas hacerlo. Siempre, siempre te amaré. Aunque mi boca diga lo contrario, aunque mi cabeza lo olvide, mi corazón no puede. Te amo: así, simple y sin más...

-Je t'aime aussi. Te amo. Pero... ¿soy digno... para ti? ¿Para cualquiera?

-Sí, mi amor. Mon coeur. Amour de ma vie. Eres digno. De mí, de ti mismo. Deja de decirte lo contrario, que nos rompes el corazón a ambos...

Camus asintió con timidez. Llevó su diestra a la faz del escorpión y unió sus frentes y luego sus labios en el contacto más íntimo que habían tenido en los últimos días.

-Ámame entonces. Por favor. S'il te plaît. Yo... me esforzaré. En serio. Por dejar de sentirme así... por recordar siempre que te amo y me amas, y que eso está bien...

-Claro que está bien. ¿Cómo no lo estaría? Si lo único a lo que aspiro es a darte mi vida entera...

___

Corrió por la playa, sintiendo como los pies se le hundían en la arena mojada. Se había quitado los zapatos nada más llegar: aunque el médico decía que el calzado hacía un soporte necesario para el pie, a Camus no le importaba demasiado. Siempre que podía se descalzaba: era placentero sentir el suelo, la arena, la grama y la hierba en la piel. Acababa de terminar la sesión rutinaria de hidroterapia, que ya no sentía necesaria, pero igual tomaba por órdenes de la diosa. Ni de chiste la habría contrariado después de todos los meses de preocupación que le provocó.

Se sentó en la arena, permitiendo que las olas le lamieran los pies. El dolor que sentía en ese momento era agradable: fruto de un esfuerzo, no resultado de una lesión. Milo, pertinaz como sus hábitos, llegaría de un momento a otro para llevarlo a la casa. Aunque había relajado su vigilancia, no lo dejaba ni a sol ni a sombra: en cuanto tardaba unos minutos más de lo que consideraba razonable, elevaba su cosmos, buscando el suyo, y se tranquilizaba sólo al encontrarlo. Al principio le desconcertaba la actitud de su hellenoi, pero luego le fue inspirando una ternura dulce. Si Milo hubiera sido el accidentado, si hubiera pasado por una recuperación tan tortuosa, Camus también estaría pegado a él como lapa.

Bebió un poco de agua mientras rastreaba la huella de energía de Milo que, efectivamente, se iba acercando con lentitud. Tenía que reconocérselo: no obstante su aprensión, le dejaba algo de espacio.

-¿Disfrutaste tu caminata? -preguntó Milo unos metros atrás.

-Carrera, dirás. Sí, la disfruté bastante. Es buena cosa poder moverse con libertad y sin dolor; al menos, no demasiado.

-¿Y el terapeuta está de acuerdo con que corras?

-No le pregunté -respondió Camus con una sonrisa abierta y genuina, dirigida al rubio. -Pero si no presiono mis músculos, ¿cómo sabré qué pueden y qué no pueden hacer? Además, los quiero de vuelta...

-Claro, claro. Yo sólo... bueno. Sólo quiero que no te precipites. Tu recuperación está marchando muy bien, ¿para qué arruinarla por ir de prisa?

Camus lo miró desde el suelo y, con una seña de la mano, le indicó a Milo que se sentara junto a él, a lo que accedió de inmediato. Se acurrucó en su hombro y le olisqueó una oreja, insinuante. Milo se rió.

-¿Qué quieres, Keltos?

-Hueles muy bien, apetitoso. ¿Qué te imaginas que quiero?

El rubio lo abrazó mientras reía a carcajada batiente.

-¿Aquí? Vamos a casa y me lo pensaré.

-Aquí estamos los dos, ahora. ¿Para qué aplazarlo? Nadie nos ve. Y no me voy a romper.

-Bueno. El cabrón de Deathmask podría acercarse sólo por joder.

-Debe estar dormido, no nos molestará. Cosa que sí hará en la casa si nos escucha... -le dio un beso levísimo, solo por picarlo. -Anda. ¿O me rehuyes ahora que parezco la criatura de Frankenstein?

Milo le apartó el cabello de la cara. Le había crecido un poco en esas semanas. Le descubrió la cicatriz que se le asomaba discreta desde el cuero cabelludo y la besó.

-¿Necesitas una demostración práctica de que eres el monstruito más bello y sensual que he visto en mi vida?

-No me interesa ser el monstruo más sensual, ni el más hermoso. Sólo el que te folles. Y te folle -respondió con una enorme seriedad rayana en lo solemne. Milo se carcajeó y Camus lo siguió. Escorpio le acunó el rostro con las manos y le acarició los pómulos con parsimonia. Le besó la punta de la nariz y fue repartiendo pequeños ósculos por los párpados y las raras cejas partidas. Llegó de nuevo a la cicatriz y la beso dulcemente, pero no continuó. Camus le dedicó una mirada serena y larga, y una sonrisa melancólica.

-¿Qué te pasa? ¿Ya no te resulto... atractivo, ya no me deseas?

-No es eso. Me gustas un montón. No creo que haya alguien que me remueva las entrañas como tú.

-Alors...? ¿Entonces?

-Camus... cada uno de nosotros tiene sus angustias. Tú estás trabajando fantástico las tuyas. Y yo trato de trabajar en las mías. Te deseo muchísimo, pero tengo miedo de hacerte daño...

-Mais je te l'ai dit. Tu ne me briseras pas. (8)

-Ya, sí... bueno. Ya sé que no te romperás... Pero es que... yo te vi... No roto, sino pulverizado... La noche de... ya sabes. Mientras estaba inconsciente luego del golpe de Saga. Te soñé: te congelaste y te pulverizaste después de que te toqué.

-¿Temes que me suceda eso, que me pulverice?

-En cierta forma ya te sucedió: estuviste hecho añicos... Aún me pregunto cómo sobreviviste.

-Yo ya dejé de preguntármelo. Sólo sé que estoy aquí. Y quiero disfrutarlo. Contigo. Antes de que volvamos a Santuario.

-¿Volverás?

-Pues claro. ¿A dónde quieres que me vaya? ¿También eso te da miedo?

Milo se lo pensó seriamente. ¿Tenía miedo de que Camus volviera al Santuario? ¿Que volviera a ser el Santo de Acuario? Aunque... nunca había dejado de serlo...

-Si he de hablar con sinceridad... sí. Tengo miedo de que vuelvas, de que te pase algo si volvemos a nuestra vida de siempre.

-¿De que me rompa una uña? -preguntó Camus con un dejo de broma, la vista clavada en las manos de Milo, que tenía entrelazadas con las suyas.

-Ah, vamos, Camus. No seas pesado...

-Me esfuerzo por no serlo. En serio.

Le acarició la cara y le besó los labios fugazmente. Luego se puso de pie, con la botella de agua en una mano y dirigiéndose despacio hacia donde había aventado los zapatos, unos cientos de metros atrás.

-Allons. Vamos a casa. Comeremos algo y luego... haremos nuestras cosas pendientes.

-Así no.

-Así, ¿cómo?

-Así, cabreado.

-No estoy cabreado.

-Sí lo estás.

-No. Cabreado no; ni siquiera triste. Palabra.

-¿Entonces?

Milo lo seguía casi al parejo por la playa. Era cierto. Camus no lucía cabreado ni entristecido. Pero sí estaba contrariado: no había como negarlo.

-Oye, espera. No estoy diciendo que no follaremos nunca más, sólo que ahora mismo me causa aprensión lastimarte.

-Ya lo sé, Milo. No te preocupes, lo entiendo bien.

-Entonces no te vayas así. ¡Estabas muy contento! Por favor, sentémonos otro rato.

-No. Vamos a casa, allí estarás más tranquilo.

Y después de recoger sus zapatos, se encaminó al sendero que los llevaría de regreso.

Hicieron el camino en silencio, tranquilo de parte de Camus y tenso de la de Milo. Una vez que llegaron a la casa, el francés atravesó la salita, donde Deathmask hojeaba unas revistas, despatarrado. Se sonrieron un momento y Camus dijo, sin dirigirse a uno de los dos en particular:

-Prepararé té.

-Yo quiero una cerveza -dijo el italiano. -Deberías beberte una conmigo, con los dos. ¡Trae el six!

-¿Qué? ¡Estás loco, le hará daño!

-Cerveza para Death, té para Milo y leche tibia para mí -dijo Camus sin interrumpir su camino.

Deathmask miró con mala expresión a Milo.

-No sé cómo te soporta. Deja de tratarlo como si fuera un niño, como si fuera una muñeca de porcelana. Es un maldito guerrero, ¡un keltoi! En la antigüedad, hacían la guerra desnudos en medio de un frío del infierno.

-¡Cállate! Sabes perfectamente lo mal que estuvo.

-Sí. Y veo lo perfectamente bien que está ahora. Deja de fastidiarlo: se esfuerza por complacerte y no mandarte al diablo, pero lo vas a cansar. Deberías aprovechar que en este momento lo tienes aquí, bien de su cuerpo, de su mente y de su corazón. Hazle el amor ahora que está en plenitud. Antes de que decida írsete a Siberia, a volverse uno con el hielo otra vez.

-¿Cómo se te ocurre? ¡No hará eso!

-¿Qué te hace pensar que no? El caballero de los hielos no se permitirá la afrenta de sucumbir al frío una vez más. ¡Claro que se irá a entrenar de nuevo! Parece que no lo conoces. Te adora, y por eso mismo no va a consentir ser un soldado inferior. Jamás tolerará no ser un guerrero digno de tu amor.

-No necesito que sea el mejor guerrero. Sólo lo necesito a él.

-No es cierto. Lo que necesitas es mantenerlo a salvo. Ni siquiera te atreves a cogértelo. ¿Ya le preguntaste qué necesita él? ¡Claro que no! Porque se sale de tus propias expectativas. ¿Has estado viendo al psicólogo? Porque te juro que te hace falta terapia.

Camus entró en la estancia con una bandeja que puso en la mesita de centro. Le dio a Deathmask una cerveza y a Milo una taza humeante de té. Y él se sentó para cruzar la pierna, tomar su libro en turno en una mano y un vaso de leche tibia en la otra. ¿En serio, leche? Milo le dirigió una mirada furibunda.

-¿No quieres que te traiga galletitas, Keltos?

Camus, que estaba por beber un sorbo de su vaso, se detuvo con una expresión insondable, que de inmediato hizo a Milo arrepentirse de lo dicho. Cerró los ojos lo que pareció un eterno minuto para el griego y el italiano y al abrirlos de nuevo, dejó el vaso sobre la mesa y se levantó.

-Acabo de recordar que tengo pendiente responder una carta de Hyoga. Si me disculpan.

Deathmask tomó su revista con una mano y volvió a hojearla.

-Qué lindo comprobar que no pierdes el toque, Milo. Stronzo!

___

Camus se ausentó el resto del día de la casa. Milo estuvo afligido, asustado, pero decidió que no salir a buscarlo era la mejor política dadas las circunstancias. A pesar del disgusto, Camus no estaba siendo desconsiderado: le permitía localizarlo por medio de su cosmos. Así se dio cuenta de que el francés pasó un buen rato en la casa que el equipo de soporte médico habitaba. Luego, lo sintió deambular por aquí y por allá, en la isla. Después, un poco más lejos, en el mar: eso lo puso un poquito paranóico, y de cualquier manera, hizo de tripas corazón y no salió corriendo a buscarlo. Al oscurecer, no llegó a cenar. Sin embargo, lo sintió en las inmediaciones. Cuando dieron las once de la noche sin que Keltos regresara, decidió que era hora de tragarse el orgullo y averiguar cómo recuperar el favor perdido.

Lo encontró en un paraje de la playa más alejado y accidentado, en comparación con la tersa arena que solían visitar. Había rocas por doquier, y en el mar adyacente, algunos notorios arrecifes. Milo vislumbró en la distancia la fogata que el Mago del agua y del hielo había encendido. Estaba recostado, contemplando el cielo nocturno, con la cabeza apoyada en una roca roma.

-No has cenado -dijo Milo sin ceremonias. Por toda respuesta, Camus señaló los restos de pescado, colocados sobre una gran hoja, que estaban abandonados junto a la hoguera. -Igual, es hora de que duermas -Camus suspiró y cerró los ojos, mostrando su disposición a ceder a las demandas de Escorpio. -Tal vez no te has dado cuenta, pero no estamos en casa. Estamos a la intemperie. ¡Y no puedes dormir aquí!

-¿Por qué no? -respondió Camus con voz monocorde.

-¡Porque podrías resfriarte!

-Estamos a 29 grados Celsius.

-Entonces podría morderte una serpiente.

-No hay serpientes en esta área de la isla.

-¡Una alimaña cualquiera entonces!

-¿Como un escorpión?

Milo cerró los ojos. Levantó la cara al cielo. Y gritó.

-¡Me cago en todos los putos dioses habidos y por haber! ¡Déjate cuidar, maldita sea!

-Hace doce semanas que estoy plenamente consciente. El médico dice que ya no necesito cuidados especiales, que estoy casi totalmente recuperado. El terapeuta, que puedo seguir mi rutina de rehabilitación sin ayuda. El psicólogo, que puedo llevar un diario para registrar mis estados de ánimo. Llamé al psiquiatra y dice que puedo tomar mi medicación por mi cuenta si lo veo cada quince días y me comprometo a buscarlo al menor signo de recaída. El traumatólogo dice que debo trotar y correr moderadamente para fortalecer los huesos. El neumólogo que de aquí en adelante, me verá cada tres meses. Lo mismo el neurólogo. Y Mademoiselle dice que puedo irme a Siberia a entrenar en cuanto me sienta lo bastante fuerte para ello.

Milo se mordió la lengua para no maldecir. En todo su discurso, Camus lo miró a los ojos y no elevó la voz en ningún momento: no había un ápice de ira en su actitud. Ni de duda.

-Estás como operado del cerebro.

Camus guardó silencio un momento, meditabundo, y respondió:

-Nada más cierto...

-¡Y además, gracioso! ¿Me vas a dejar?

- Jamais. Jamás: a menos que tú desees hacerlo. Eres mi vida. Dejarte es arrancarme el corazón.

-¡Pero te largarás a Siberia!

-A entrenar. Por periodos cortos de tiempo. Un par de días al principio. Luego, una semana. Hasta que sea capaz de vivir allá algunos meses sin problemas, como antes del accidente. Mu me llevará y traerá en cada ocasión. Mantendré comunicación constante. Especialmente contigo.

-¿Hace cuánto que lo planeas? ¿Por qué no me lo dijiste?

-Tanto como planear... eso es mucho decir. Me ha rondado la idea desde que he adquirido más independencia y se me ha fortalecido el último par de semanas. Además, de haber intentado decírtelo, ¿me habrías escuchado? Por otra parte, necesitas desesperadamente ya no estar centrado en mí; estás descuidándote mucho, te has olvidado por completo de ti mismo y es mi culpa.

-¡Camus, por la Diosa! ¡Sólo te dije que temía lastimarte si follábamos!

-Tienes miedo de todo lo que me rodea, Milo, incluyéndote. Es terriblemente insano para ti, me he vuelto nocivo para ti. Necesito ser fuerte otra vez para que dejes de preocuparte cada vez que respiro: no soporto ser la carga de tu vida. Te amo, como nunca amaré a nadie más. Eso debería hacerte feliz, pero no es así. Y me atormenta. No soporto ser la fuente de tu angustia y tu infelicidad.

-Eres mi felicidad, Camus. No quiero que te vayas... no permitiré que te vayas...

-Tú eres la mía, y estás muerto de miedo por mí. Y no permitiré eso, Milo, no permitiré que te degrades a ti mismo tratando de proteger a un guerrero incapaz de tolerar el elemento en el cual se basa su poder. Milo, yo... yo debí ser capaz de protegerme en el alud, debí ser capaz de manipular la nieve. Todos dicen que fue imposible por las lesiones que sufrí. Y aún así, debí ser capaz de formar alguna barrera, de oponer alguna resistencia que fuera natural en mí. Y no sucedió porque resulté débil: física y mentalmente. Pero volveré a entrenar, y a ser digno de ti... y no hablo de ello en un sentido moral, sino práctico. Volveré a ser el amo y señor del hielo, seré capaz de protegerme. Y por encima de todo, seré capaz de protegerte a ti como tú a mí. Volveré a ser tu igual.

-¡Argh! ¡Pero qué desesperante eres! ¡Que no te vas a ir! Sobre mi cadáver te largas. ¡Sobre mi cadáver!

Y se le arrojó encima para inmovilizarlo. Tal vez si lo noqueaba -sólo un poquito- podría llevarlo a casa y encerrarlo un par de días hasta que recapacitara. Camus lo vio estupefacto, sin creer la actitud del rubio.

-¿Sabes qué? Tal vez sí me quede. Pero para llevarte yo mismo a terapia. ¡Estás perdiendo el juicio!

Empezaron a forcejear. Primero, Milo estuvo sobre él, presionando sus manos y tratando de someterlo con su peso, que era mayor. Camus, más ligero pero también más tranquilo, lo levantó con una pierna -¡la derecha, qué horror, se va a lastimar!- y lo arrojó un par de metros más lejos. Rápidamente le apresó las manos por encima de la cabeza y se sentó a horcajadas sobre él. Su rubio y hermoso compañero empezó a desgañitarse con frustración.

-¡Quítate, Keltos cabrón! ¡No puedo creerme esto! ¡Te vas a largar! ¡Ingrato, desgraciado, infeliz! ¡Me vas a botar! ¡Te amo y me vas a botar! ¡Y ni siquiera será por otro hijo de perra, me cambiarás por una pila de nieve de los cojones para helarte el culo! ¡Te vas a congelar! ¡Te vas a morir! ¡Otra vez! ¡Y yo contigo, porque no lo aguantaré de nuevo! ¿Me oyes? ¡Me mataré la próxima ocasión que te mueras!

Eso consiguió sacarle una expresión de sorpresa a Camus. Lo vio echado en la arena, furibundo y lloroso, y de inmediato aflojó las manos de Milo y se le quitó de encima. Se sentó junto a él, suspirando frustrado; lo dejó patalear unos momentos y luego calmarse a su ritmo. En ningún momento hizo el amago de irse o de actuar con violencia. Esperó paciente a que su novio recuperara la tranquilidad. Cuando fue así, Milo se sentó también. Le tomó una mano que no opuso ninguna resistencia.

-Te amo. No quiero que te vayas. Me dijiste que me permitirías amarte. Que te permitirías amarme. No te vayas. ¿Cómo te cuidaré así?

-Te adoro, Milo. Y haría lo que fuera por ti. Incluso alejarme, y ahora mismo creo que eso es lo que necesitas con desesperación. Te hago débil en lugar de fortalecerte. Y no me refiero a tus arranques emocionales. No estás pensando con claridad. Te olvidas de ti mismo. ¿Cómo puedes cuidarme si no te cuidas? Necesitas terapia tanto como yo.

-Ya estoy tomando terapia.

-Y no funciona. Veremos al psiquiatra, juntos. Me voy a ir: ni siquiera te atrevas a ponerlo en duda. Pero no te dejaré a la deriva, preso de tu cabeza, de tu miedo. Tú no me lo permitiste, yo no te lo permitiré.

-No te dejaré irte, Keltos. Ya no dejaré que te vayas de mi vida. Si tengo que obligarte a que te quedes, lo haré.

-Mi amor. Ma vie, mon coeur. ¿A qué me vas a obligar? Si lo único que deseo es permanecer contigo para siempre. Pero necesito estar sano en todos los sentidos. Y tú también. Ambos nos merecemos eso: estar íntegros el uno para el otro. Siempre he estado roto, ahora lo entiendo. Y aunque siempre he procurado darte lo mejor de mí, no era suficiente, lo que merecías, lo que merecíamos. Déjame ser el mejor Camus posible para mí y para ti. Y permítete ser el mejor Milo para ti, para ambos. No quiero que estés roto, nadie debe vivir así.

Milo se le abrazó, demandante. Le enterró la cara en el pecho. Le pasó los dedos por la melena, que apenas le llegaba a la base del cuello y se le humedecieron los ojos. Camus entendió de inmediato y le acarició la espalda.

-Crecerá de nuevo. Es lo maravilloso de que me hayas salvado.

-No te salvé.

-Sí que lo hiciste. Nadie más me habría encontrado.

-Fue una casualidad.

-No estoy tan seguro. Si alguien puede notar aunque sea un resquicio de mi presencia, ese eres tú. Te la has pasado pendiente de mí todos estos meses. Mu y Afrodita me lo han contado. Y Shaka. Y Shura. Mademoiselle. Todos, en realidad. ¿Y si ahora me permites cuidar de ti?

Milo se le apretó todavía más. Le pasó la nariz por la nuca. El olor de la piel y el cabello de Keltos lo aturdió. De inmediato empezó a besarle la garganta. Camus suspiró suavemente, arqueándose.

-¿Volvemos a casa? ¿A nuestra habitación?

Milo continuó recorriéndole la piel con los labios, primero parsimonioso, luego hambriento. Camus le sostuvo la cara con ambas manos, lo besó profunda y diligentemente, como cuando leía un texto cuyo significado quería desentrañar en su totalidad. Se sentó a horcajadas sobre su regazo y empezó a cubrirlo de ósculos, con la intención firme de no dejar un recoveco de aquel cuerpo sin probar. Lo recostó en la arena, mientras le abría la camisa y los pantalones. Él mismo empezó a desnudarse para Milo, a desnudarlo, mientras el rubio simplemente lo observaba atontado y se dejaba deslizar las ropas fuera del cuerpo. Camus le tomó las manos y empezó a pasárselas por el torso, por los muslos, por la erección firme que se le levantaba entre las piernas, y frotó sus nalgas contra el ariete de su compañero, invitándolo. Milo cerró los ojos, ronrroneando, sintiendo como el pelirrojo abandonaba sus manos a su propia voluntad y empezaba la minuciosa labor de acariciarlo. Y entonces, cuando empezaba a entregarse al delirio que el cuerpo de Camus le provocaba, lo sintió tratando de montarlo. Se tensó al instante.

-¡No!

-Non?

-No. Te lastimaré.

-Mais je serai prudent. Tendré cuidado. (9)

-No... por favor...

Camus se detuvo y lo miró con infinita dulzura. Le acarició el rostro amadísimo. Lo besó y pasó la nariz por la mandíbula, las orejas, el cuello, aspirando el aroma, acariciándolo con los labios.

-Qu'est-ce que tu veux...? Je le ferai pour toi... ¿Cómo lo quieres entonces, cómo me necesitas? (10)

-No... no lo sé. No quiero lastimarte... Te deseo... pero no quiero hacerte daño...

-C'est bien. Tu ne me ferais aucun mal. Je m'en occupe. (11)

Descendió por la barbilla, sosegado y dulce. Le recorrió el cuello y a continuación el pecho, que no dejó de acariciar. Se detuvo en el estómago, que besó largamente, deteniéndose en el ombligo. Lo recorrió con profusión, con la lengua, arrancando suspiros y gemidos sordos del escorpión, quien se removía inquieto y todavía tenso. Camus bajó una mano al músculo oblicuo, que masajeó con delicadeza, y la otra hacia el muslo, acariciando. Milo se relajó poco a poco e inconscientemente empezó a mover la cadera. Apresó los testículos en la palma de su mano y los besuqueó y lamió. Antes de que Milo reaccionara, Camus ya tenía el pene en su boca y lo recorría con lentitud y fuerza, mientras el rubio soltaba un gemido profundo y potente, ensimismado, ajeno a todo excepto a la lengua y los labios de Keltos, que lo saboreaban como si fuera un manjar añorado.

-Ahhh... mi amor... mi vida... Mi corazón... mon coeur... mon coeur... Así... así... por favor... así... más...

Camus continuó devorándolo con lentitud, mientras ocupaba sus manos en acariciar los muslos y los testículos. Frotaba la nariz contra la entrepierna, para relajar aún más a Milo, quien estaba totalmente absorto en su labor.

-Por favor... por favor... Camus...

Camus se despegó un momento.

-Quelle chose, mon soleil? (12)

-Yo... yo... por favor... s'il te plaît... Te... te quiero... Je te désire...

Se incorporó un momento y le besó profundamente, abriéndose paso entre los labios. Luego se arrodilló sobre él, dejándole el sexo al alcance, a la altura de su boca, y se flexionó hacia la entrepierna del rubio, apoyando los antebrazos en la arena. Milo lo abrazó de la cadera y se le prendió: con delicadeza, pero vehemente. Camus se estremeció un momento, pasmado de placer: gimió roncamente y buscó el pene de Milo otra vez. Lo succionó mareado por la sensación de la lengua de su hellen recorriéndole la verga. Perdió la noción de todo y se dedicó enteramente a felar a su amante, ahogando sus propios suspiros y gemidos en la piel ajena. Ni siquiera cuando sintió la descarga tibia y salada en su boca, cuando sintió su propio orgasmo liberado en la garganta de Milo, pudo detenerse. Tenía, tenían un hambre añeja que saciar.

Milo lo soltó. Lo buscó a tientas, rendido. Camus se dejó encontrar y atraer. Se dejó abrazar y besar. Se dejó acariciar y enredar.

-Mon coeur. Mon coeur. Ma vie. Ma felicité... Tu m'as tellement manqué... (13)

-Y tú a mí. Me has hecho tanta falta. Tanta, tanta... He querido morir desde que tú y Hyoga se encontraron en Acuario... Desde que te fuiste... Quería meterme al féretro contigo y yacer a tu lado... quería desconectarme de todo y languidecer. Pero no podía. La guerra estaba cerca. Y tu rusito idiota se moría de remordimiento, ya te imaginaba congelándome las pelotas desde el Inframundo por dejarlo hundirse. Me sentía tan solo sin ti. Y luego... ya sabes todo lo demás. He odiado cada segundo de tu ausencia. No puedo, Camus... No quiero poder sin ti...

-Aquí estoy. Aquí. Je suis ici avec toi. Et je t'aime, je t'aime... Toujours. (14)

Se acurrucaron. Se besaron. Se durmieron. La aurora los alcanzó enlazados uno en brazos del otro, en la arena, rodeados de las ropas dispersas y con los cabellos revueltos.

___

Deathmask se había negado a preocuparse, pero se había preocupado y lo había procesado a su modo: es decir, bebiendo. Dormía sobre la tumbona, con el suelo a su alrededor lleno de latas de cerveza vacías. Sintió los cosmos de sus hermanos venir a lo lejos. Abrió los ojos perezosamente, se los talló.

Vio a Camus en primer lugar: traía a Milo de la mano. Se veían relajados y felices. El albino sonrió.

-Al fin. Huele a almizcle. Y no es el mío.

Camus y Milo rieron a carcajadas.

-Te traeré café, Deathmask -dijo Camus.

-Tráeme una cerveza. Por favor.

-Te traeré café, Deathmask.

-Pero qué impositivo es tu Keltos, Milo.

-Ah, sí. No te haces una idea -dijo Milo con una sonrisa pletórica.

___

Aclaraciones

Una vez más he tenido complicaciones para publicar en martes: una de ellas es que no tengo mi computadora, sino una de emergencia con la que no me llevo enteramente bien. La otra es que mis actividades laborales han vuelto a la normalidad, con todo y que el pico de contagios se trepa todos los días. En fin. C'est la vie y así.

Pues bien. Estrictamente hablando este es el último capítulo. El próximo será un epílogo y con eso se termina esta historia. Gracias a quienes amablemente han estado leyendo, votando y comentando.

Ahora, como de costumbre, vienen las aclaraciones.

Primero, algunas expresiones recurrentes (no solo en este capítulo, creo que en todo el fic):

Je t'aime aussi: También te amo.

Mon coeur. Amour de ma vie: Mi corazón, corazón mío. Amor de mi vida.

S'il te plaît: Por favor

Alors?: ¿Entonces?

Allons: Vamos

Stronzo (italiano): Estúpido, imbécil

Jamais: Jamás

Je te désire: Te deseo

En seguida, las expresiones que pueden resultar más complejas:

(1). Un mauvais rêve, un cauchemar?: ¿Un mal sueño, una pesadilla?

(2). Quoi? Mais non, ça n'a pas fait peur. Pas exactement: ¿Qué? Pues no, no daba miedo. No exactamente.

(3). C'est que... C'est que je suis... assez... très... indigne. Je ne te...: Es que... Es que soy... tan... tan... indigno. No te...

(4). D'accord, je ne le dirais plus: De acuerdo, no lo diré más.

(5). Je ne te mérite pas, Milo. Je ne te mérite pas. Je l'ai tué. J'étais sur le point de te tuer... À toi... mon amour... mon coeur... mon hellen... Je suis une personne horrible: No te merezco, Milo. No te merezco. La he matado. Estuve a punto de matarte... A ti... mi amor... mi corazón... mi hellen... Soy una persona horrible.

(6). Il est seul mon ami... mon vieil ami: Él es solo mi amigo... mi viejo amigo.

(7). Toujours... au-delà de ma vie et ma mort... au-delà de la nuit et de l'aube: Siempre... más allá de mi vida y mi muerte... más allá de la noche y de la aurora.

(8). Mais je te l'ai dit. Tu ne me briseras pas: Pero ya te lo dije. No me romperás.

(9). Mais je serai prudent: Pero seré cuidadoso, seré prudente.

(10). Qu'est-ce que tu veux...? Je le ferai pour toi: ¿Qué es lo que quieres? Lo haré por ti, lo haré para ti.

(11). C'est bien. Tu ne me ferais aucun mal. Je m'en occupe: Está bien. No me harás daño alguno. Me ocupo de ello.

(12). Quelle chose, mon soleil?: ¿Qué cosa, sol mío? ¿Qué cosa, mi amor?

(13). Mon coeur. Mon coeur. Ma vie. Ma felicité... Tu m'as tellement manqué: Corazón mío. Corazón mío. Mi vida. Mi felicidad... Me has hecho tanta falta.

(14). Je suis ici avec toi. Et je t'aime, je t'aime... Toujours: Aquí estoy, contigo. Y te amo, te amo... Siempre.

Listo. De nueva cuenta, gracias. Abrazos, espero que este año nos trate con amor a tod

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