V.
Though the carnival is over
I will love you 'til I die
Oh, I will love you 'til I die
I will love you 'til I die
(The Carnival Is Over, Nick Cave and the Bad Seeds)
–¿Es en serio, Kyría? ¿No vas a salvarlo?
Saori miró escuetamente al escorpión y luego hacia el quirófano, donde Camus pasaba por su segunda cirugía en 24 horas. Con todo, tenía la impresión de que Milo no dimensionaba hasta dónde llegaba la gravedad de su amante.
–Si te refieres a concentrarme en mantener su corazón en marcha, ya lo estoy haciendo.
–Me refiero a salvar, salvar. Tú podrías sanarlo si quisieras.
–Yo quiero hacerlo, Milo. Pero él se quiere morir.
–¿Y se lo permitirás?
Athena cerró los ojos un momento y se armó de paciencia.
–Muy bien. Lo sanaré para ti. Actuará como si nada una semana, un año, una década. Él creerá en serio que está bien, porque tu amor y el amor que siente por ti lo dignifican. Pero un día pasarán por una estúpida pelea que le recordará lo despreciable que cree ser y se matará de una manera idiota. ¿Te resulta buen negocio?
Milo se mesó los cabellos con desesperación, el rostro transido de espanto.
–No hará eso.
–Sí que lo hará. Sabes que sí...
Lágrimas incontenibles empezaron a correr por las mejillas de Milo. Se recargó en la pared y se deslizó por ella, hasta quedar sentado en el piso, con la frente pegada a las rodillas: se sacudía por los sollozos sofocados. Saori lo miró con pesar y se sentó junto a él, lo acogió entre sus brazos y lo consoló.
–Se matará, Milo. Camus está mal más allá de lo físico: hace años que lo está, pero no había nadie que pudiera notarlo o remediarlo. Cuando entraste en su vida fuiste un alivio enorme, y aunque tu amor le permitió quererse un poco, aunque le ayudó a conseguir algo de equilibrio, no lo sanó. Quiero que Camus viva y que sea feliz. Pero para eso primero tiene que querer vivir y yo no puedo implantarle ese deseo, esa voluntad.
–No debí tratarlo así...
–No. No debiste.
–Es mi culpa.
–Este triste acontecimiento es casual, Milo. Tienes tu parte, por supuesto; y yo también, porque justo antes de la cena le exigí que aclarara las cosas contigo. Pero no es tu culpa, ni mía –apartó con cariño el cabello dorado de la frente. –Así como Camus tuvo su parte en la muerte de Sinmone, y aún así, no fue culpable...
–¿Alguna vez dejaré de sentir este dolor, de sentirme tan miserable?
–Es probable que no. Pero aprenderás a vivir con ello y a mesurarlo. Y con suerte, Camus también.
___
Abrió los ojos en medio de la oscuridad, con los sentidos alerta. Trataba de procesar qué era lo que lo había despertado. Pero nada parecía fuera de lugar.
La ventana estaba abierta y una suave brisa se colaba, levantando las cortinas blancas. La maceta con la planta de áloe que había llevado Afrodita estaba sobre el escritorio, y en la mesa de noche, abierto con un lápiz metido entre las hojas, el libro que había estado leyendo en voz alta.
En la cama de junto, Camus dormía profundamente.
Milo suspiró y se sentó en el borde de su propia cama, observando al francés. Estaba cubierto hasta la cintura con una sábana ligera, y llevaba el delgado torso cubierto con una camiseta sin mangas. Los brazos estaban acomodados a lo largo de sus costados, y las piernas extendidas. En la última cirugía, hacía tres semanas, le habían retirado los fijadores restantes de la pierna derecha –la más lesionada–, pero aún la llevaba con una férula, como prevención. El traumatólogo consideraba que los huesos habían terminado de soldar después de las intervenciones correctivas a las que Camus había sido sometido. La rehabilitación haría el resto.
Se levantó y deambuló un poco por la habitación, intentando dar con la fuente de la interrupción de su sueño, pero no encontraba nada. Aguzó la vista, escudriñando las sombras; olisqueó el aire; afinó el oído... y escuchó un casi imperceptible silbido.
Elevó su cosmos por puro reflejo y se abalanzó sobre Camus, pegándole la oreja al pecho: le pareció que adentro chirriaba un resorte herrumbroso. Shura y Mu, en ropa de dormir, abrieron la puerta y se aproximaron.
–No puede respirar...
–A ver, tranquilo.
–Te digo que no puede respirar...
–¿Me dejas ver, por favor? –dijo Mu, y lo apartó un poco.
Pegó el oído al pecho. Luego observó el subir y bajar de la respiración del francés. Abrió el cajón de la mesa de noche y sacó un estetoscopio: se lo colocó y aplicó el pequeño auricular.
–Sólo son flemas, Milo. Está bien, sus pulmones están bien.
–Pero no puede respirar.
–Te aseguro que sí, no te preocupes.
–Está sufriendo...
Shura suspiró sin relajar su agarre de los hombros de Milo, lo abrazó y lo obligó a reposar de pie, contra su cuerpo.
–¿Te sentirás más tranquilo si le aplicamos un poco de oxígeno?
–Shura, Camus no necesita oxígeno. Lo revisaré con el oxímetro para comprobarlo, ¿de acuerdo, Milo?
–De acuerdo.
Colocó el aparatito en el índice de Camus; esperó unos segundos y vio la lectura.
–96. Está muy bien.
–Pero está rechinando al respirar.
–Casi nada, Milo. Te aseguro que está bien ventilado. Se escucha bien con el estetoscopio, no se le hunde el pecho cuando respira, tiene buena oxigenación... Vuelve a dormir: necesitas descansar. Y él descansa mejor cuando estás relajado: no lo parece, pero siente tus estados de ánimo.
Entre los brazos de Shura, Milo guardó silencio, pero permaneció con la mandíbula trabada de tensión. Mu lo observó con calma. Le sonrió con ternura.
–Haremos esto. Me ayudarás a acomodarlo mejor en las almohadas y le colocaremos una cánula con oxígeno...
– Mejor una mascarilla.
–No, una cánula. En verdad no necesita oxígeno, pero se lo aplicaremos para que tú estés tranquilo. Y mientras tanto, Shura preparará té.
–Es un excelente plan.
–¿Van a ponerle sedantes a mi té?
–No, Milo. Ya dejamos eso atrás hace tiempo. Vamos a sentarnos con Camus, leeremos un poco mientras bebemos el té, y luego tú mismo tomarás tu píldora para dormir. Y cada quien a su cama. ¿De acuerdo?
Milo se relajó un poco y Shura lo soltó. Intentó esbozar una sonrisa, pero la línea que formó con los labios parecía la mueca de alguien a punto de llorar. Mu le extendió la mano y lo atrajo hacia la cama.
–¿Quieres ser tú quien lo sostenga, o quien le acomode las almohadas?
___
Pasaba a su lado todas las horas que podía en la Fuente. Sin importar lo mucho que su aspecto lo impresionara, se obligaba a contemplarlo y a intentar imaginar el dolor que experimentaba. Concluía que era imposible.
Athena, acompañada de Shion y los médicos, había explicado a la orden dorada que, sin importar cuánto tiempo pasara ni lo exitoso que resultara su tratamiento, siempre cabría aunque fuera una mínima posibilidad de que Camus muriera como consecuencia de las heridas y de la hipotermia extrema que había padecido. Que incluso recuperado, la muerte le podría sobrevenir de manera repentina. Milo se había puesto mal al escucharlo. Sin embargo, la diosa detestaba la idea de engañarlo a él o a cualquiera de sus hermanos.
Al principio, las cirugías no dejaron de sucederse. Primero la más urgente, con la que repararon en lo posible el daño pulmonar ocasionado por la rama y las costillas rotas: tenía un traumatismo complejo que le ocasionó un hemoneumotórax, así que el tratamiento incluyó una válvula que le ayudara a sacar el aire fugado del pulmón y un sistema de drenaje para la sangre acumulada.
Unas cuantas horas después, la craneotomía, para aliviar la conmoción que el golpe y la fractura habían provocado en el cerebro. Milo lloró desconsolado cuando Afrodita salió de la sala preoperatoria llevando el cabello de Camus en una canastilla: impidió que lo desecharan y se lo quedó. Una semana después lo entregó a Milo: había tejido varias pequeñas trenzas. Escorpio se quedó con una de ellas y se acostumbró a llevarla enredada entre sus dedos todo el tiempo: Afrodita le propuso hacerle una pulsera con ella, cosa que declinó.
Siguió la columna, que si bien no resultó fracturada, sí tuvo vértebras afectadas: al final, el temor de Milo de dejar paralítico a Camus al moverlo tenía algún sustento. Las hermosas piernas de bailarín, ahora enflaquecidas, le parecían alfileteros debido a los fijadores externos que le colocaron para alinear los huesos rotos: en un intento de evitar que soldaran mal, le ataron pesos a los tobillos, hasta que la cirugía tuvo lugar. A Milo le impresionaba la manera en que las delgadas barras metálicas sobresalían de los músculos en las piernas yacentes los primeros días.
Luego la craneoplastia, cuando la inflamación encefálica cedió: una pequeña placa de titanio sustituyó el hueso original del francés. El cabello, que apenas asomaba, fue afeitado de nuevo.
El mar de sondas en que nadaba lo hacía verse pequeño y frágil, como una mosca atrapada en una telaraña: tubos para medicarlo, para transfundirlo, para drenar el pulmón, para colectar la orina y los excrementos, la sonda gástrica para alimentarlo. Y los sensores. Parecía una madeja de hilos.
En algún momento, los médicos se plantearon intubarlo. Desecharon la idea, ante el riesgo de dañar aún más los pulmones lacerados y en recuperación.
Durante mucho tiempo no recuperó la consciencia. Y en ese periodo, Milo no dejó de parecer un cuerpo sin alma, al que había que arrancar a la fuerza de la habitación del francés para llevarlo a descansar.
Además, no hablaba con Camus. Aún cuando había asumido la función de cuidador y lo acompañaba, lo observaba y le acariciaba la mano pecosa mancillada por el catéter, no se atrevía a hablarle.
Saori ordenó que un psicólogo valorara a Escorpio, quien de inmediato fue canalizado a un psiquiatra: fue diagnosticado con estrés postraumático y ansiedad; de inmediato se le indicaron ansiolíticos. Y, por supuesto, Milo no los tomó. Mu se volvió hábil en administrárselos a escondidas, sin perder la calma, la sonrisa y la ternura.
En ese estado pasaron algunos meses.
Hasta que Surt los visitó.
___
El día que Surt regresaría a Asgard, Milo se levantó, como de costumbre, sin saber muy bien en dónde estaba, sin recordar si había tenido sueños o no, y con el olor del café recién hecho flotando en el aire. El pelirrojo lo había preparado otra vez.
Se asomó a la cocina, despeinado y en ropa de dormir, y vio al asgardiano, perfectamente aseado y vestido, sentado ante una taza humeante y una rebanada de pan con mantequilla. Llevaba lentes de lectura y hojeaba un libro.
–Te serví el desayuno, rubio tonto. Espero que no te importe.
–No me importa ni un rábano. Pero gracias, vikingo idiota.
Milo se sentó ante su taza de café. En su plato, además de tostadas con mantequilla, había un par de huevos estrellados y una loncha de tocino. Sonrió levemente.
–¿Le pusiste veneno a la comida?
–No –respondió Surt sin levantar la vista del libro. –Tampoco le puse calmantes. De eso se ocupan tus hermanos.
–Gracias. Qué amable eres.
–Lo sé –bebió de su taza. –Mi vuelo sale esta noche.
–Sí, eso supe. Kanon dice que te llevará al aeropuerto. En auto: si usa la Another Dimension causará un alboroto.
Surt sonrió divertido.
–Es una pena que te vayas, vikingo deslucido. Ya no tendré a quién molestar.
–Oh, no te preocupes. Bastante molestia es compartir oxígeno contigo en este planeta.
–Al menos cambiarás de país. Eso debe aligerarte el malestar.
–Sí, sin duda que la distancia aminorará las incomodidades.
Ambos levantaron la vista y se sonrieron. Habían desarrollado una amistad rara basada en molestarse mutuamente y cuidarse el uno al otro restándole importancia al hecho. Milo puso algo en medio de la mesa y lo empujó hacia Surt. Era una de las pequeñas trenzas de Camus. Surt la tomó delicadamente.
–Es para Sinmone, no para ti, pervertido.
–Gracias. Estoy seguro que Sinmone lo apreciará.
A su vez, Surt cerró el libro que leía y lo empujó hacia Milo.
–Qué amable eres. No sé si lo has notado, pero no acostumbro leer demasiado.
–Ni demasiado ni poco. Lo he notado. Pero no es para ti, es para Camus. Tienes que leerle.
–Ah...
–Oye, Milo. No repetiré esto jamás y si me preguntan, negaré haberlo dicho. Me preocupas.
Milo guardó silencio con el rostro bajo. Asintió levemente.
–Lo sé. No quiero que te preocupes. Estaré bien...
–No estás bien. Tienes estrés postraumático. No atiendes las indicaciones de tu loquero. Y no te alimentas ni descansas.
–Empezaré a hacerlo, lo prometo.
–No lo harás, pero no importa, porque tus hermanos me han asegurado que cuidarán de ti. Aún así me preocupas. Tienes que hablar con Camus o vas a enloquecer. Más de lo que ya lo has hecho.
–¿Y qué... qué se supone que podría decirle? –preguntó con la voz estrangulada y los ojos anegados.
–La verdad: que lo amas, que te mueres sin él. Peor: que te estás muriendo con él.
–No me escucha.
–Porque no le hablas. Si no le hablas no despertará nunca. Y tú nunca te recuperarás. Puedes empezar por leerle, si no te atreves a hablarle –guardó silencio un momento, señalando el libro. –Es poesía escáldica. El Hidromiel de Odín. Eddas.
Milo asintió.
–A Camus le gustaban cuando éramos niños: me hacía recitárselas. Siempre le gustó la mitología, y las Eddas recogen la de mi pueblo. Le gustaba "La profecía de la vidente"; deberías leérsela, puede ayudarles a ambos. Y después de eso puedes leerle algo de poesía épica: la Teogonía o La Ilíada, algo con lo que estés más familiarizado.
Milo volvió a asentir con una breve cabezada. Tenía una sonrisa triste en los labios. Surt lo miró con simpatía y se levantó.
–Come para que podamos irnos. Hoy veré a Camus por última vez, así que quiero despedirme.
–¿Volverás pronto?
–Nunca –Milo lo miró sorprendido. –No lo tomes a mal. Le hice mucho daño, a los dos, en realidad. Vine a verlo para despedirme y salir de su vida... sus vidas. Igual seguiré en contacto. Te escribiré una carta al mes y un correo electrónico por semana.
–¿Para qué la carta si escribirás correos electrónicos?
–Porque las cartas son más elegantes, escorpión zoquete. Y a ti te hará bien escribirme las respuestas. Podrías hasta volverte un hombre inteligente. Entre leer y escribir, se te puede quitar un poco lo tonto.
Milo sonrió ampliamente.
–Te escribiré una respuesta al mes. Y lo primero que haré es decirte si a Camus le gusta o no tu libro...
–Ah, le gustará. Es un completo nerd.
___
La aurora era lo mejor del día. Milo despertaba abrazado de su almohada, orientado hacia el lecho de Camus. Éste siempre se veía apacible, relajado: la frente despejada y lisa, los párpados suavemente tendidos sobre los ojos azules. En ese perfecto momento, todo estaba bien: él se sentía agradecido de ver el pecho de Camus mecido por su respiración fluida, y la faz del francés, que lucía trasparente y sin dolor. Como antes de las Doce casas, cuando amanecían hechos un ovillo bajo las mismas sábanas en el Templo de Escorpio o en el de Acuario.
Luego de ese breve tiempo en el que el Universo parecía ser su amigo, Milo se levantaba, entraba al baño, se lavaba los dientes y empezaba a llenar la gran tina de hidromasaje con agua tibia. Preparaba las toallas, los geles, los bálsamos, la ropa limpia.
Iba por Camus. Le quitaba la sábana de encima, y lentamente empezaba a desvestirlo. A veces, entreabría los ojos y lo miraba por un instante fugaz, sólo para volver a cerrarlos, pero en general, los mantenía abiertos y ausentes. Una vez desnudado, lo tomaba en brazos y se dirigía con él a la tina, para asearlo. Lo sentaba con la espalda colocada en una pared de la gran bañera y empezaba a frotarle la piel delicadamente. Cuidaba de no lastimarlo allí donde había cicatrices recientes y aprovechaba para masajear los músculos, bastante disminuidos, en un intento de evitar que se atrofiaran. Le flexionaba los brazos, para tonificarlos un poco, lo mismo que las piernas. Dejaba el cabello para lo último, pues aún le causaba dolor lo corto que estaba, en comparación a como lo había tenido: muy apenas le cubría las orejas.
Al terminar, hacía que Camus le enredara los brazos al cuello y lo levantaba en vilo. Lo envolvía en la toalla y lo depositaba en una camilla apostada a un lado de la tina de baño. Allí lo secaba despacio, le humectaba la piel con el bálsamo que Afrodita le preparaba y lo vestía. Siempre con ropa ligera y fresca.
Lo sacaba a la tumbona del jardincillo de la casa, que daba al sendero que conducía a la playa. Abría el parasol, para que la luz no lo molestara, y entraba a la casa por el desayuno.
Entonces era cuando el día empezaba a decaer. Armado con una cucharilla y un plato de compota, budín, sopa de avena o yogurth, iniciaba la lenta tarea de alimentarlo. Camus, cuya "lucidez" iba y venía, tardaba varios minutos en deglutir una sola cucharada de comida. Hacía que bebiera el té a sorbitos. A veces, la comida se le escurría un poco por la comisura de la boca, y Milo se apresuraba a limpiarlo con una servilleta. En algún momento de ese proceso, Camus lo miraba ausente, perdido, como hundido en un sueño, y sin pronunciar palabra, le dedicaba una breve y triste sonrisa.
Generalmente esa era la señal que indicaba que el almuerzo había terminado. Mu, Shaka, Afrodita, o el dorado en turno (se alternaban dos de ellos cada semana para asistirlos) salía para obligar a Milo a beber una taza de café y tomar una tostada con mantequilla, cosa que no le tomaba ni cinco minutos.
Luego, la rehabilitación. Aunque Saori había dispuesto que en la isla hubiera un pequeño equipo compuesto por médico, psicólogo, enfermera y fisioterapeuta, siempre era Milo quien se encargaba de los ejercicios iniciales del francés. Entraban a la casa, y en el salón acondicionado para ello, acostaba a Camus y le flexionaba las piernas y los brazos para calentar. Ejercicios de estiramiento después. Lo sentaba y lo ayudaba a realizar las maniobras de flexión: alcanzarse los pies con las manos extendidas, desplegar los brazos a uno y otro lado, acostarse de nuevo y levantar las piernas estiradas. Llegaba el terapetuta para hacer los ejercicios más especializados y que requerían el uso de instrumental y apoyo, lo masajeaba y lo dejaba descansar.
Algunos días tenía hidroterapia: Milo lo ayudaba a sostenerse y era el terapeuta el que dirigía enteramente la sesión.
La terapia psicológica, con la cual pretendían ayudarlo a salir de su alienación, era diaria y no muy eficaz. Milo había decidido que leerle la mayor parte del tiempo, hacerlo escuchar música y llevarlo a "caminar" (en realidad, se pasaba un brazo de Camus por el cuello y lo llevaba de aquí para allá por la playa) sería más útil que el psicólogo intentando sacar a Acuario de su mutismo. Por su parte, la terapia del propio Milo tampoco resultaba muy exitosa: estaba tan volcado en el francés que se olvidaba –con toda intención– de sí mismo.
Al caer la noche estaba cansado: de que Camus estuviera y no estuviera, de ser tan ineficaz. De no conseguir sacar a Keltos de lo profundo de su propia cabeza. Cansado de sentirse un inútil.
Acostaba a Camus, lo acomodaba, lo contemplaba y se echaba a dormir.
Al día siguiente volverían a empezar.
___
Los viernes, al caer la tarde, Saori, los dorados y ocasionalmente Hyoga, llegaban de visita. Entre todos llenaban de atenciones y mimos a Camus y de apoyo y confort a Milo. El sábado, los dorados se turnaban para atender al pelirrojo y obligar al rubio a descansar. Por la noche, Saori pasaba un largo rato acunando a Camus entre sus brazos, rodeándolo con su energía cálida y amable, intentando hacerlo "salir". Siempre terminaba esas sesiones desconcertada: Camus, le explicaba a Milo, estaba allí, sin duda. Pero estaba hundido, muy, muy dentro de sí mismo, ajeno a lo que sucedía en el mundo.
–Hablas con él, ¿cierto?
–Todo el tiempo. Le hablo, le leo, le canto, le cuento trivialidades, le recuerdo cosas que hacíamos de niños. A veces me parece que me presta atención, pero no demasiada. Cuando cocino me lo llevo conmigo y le explico lo que estoy preparando. Cuando hacemos terapia, le cuento en qué consisten los ejercicios. Cuando caminamos, le describo lo que hay alrededor. Le hablo todo el tiempo, sí. Pero me ignora.
–¿En serio?
–Bueno. A veces me mira. A veces, cuando le leo, especialmente poesía, termina como no queriendo el verso que le estoy recitando. Así me entero de que me escucha. Pero no me dirige la palabra como tal, no hemos conversado... Seguirá enfadado conmigo, y así es como me castiga...
Athena sonrió con ternura a su escorpión.
–Camus no es capaz de castigarte, por muy cabreado que esté –dijo con toda la convicción del mundo. –Si no habla contigo, es porque no puede hacerlo. Aunque no entiendo por qué, si está tan recuperado. Y neurológicamente hablando, parece estar bien: sus TAC muestran que hay actividad cerebral. Lo que le pasa es psicológico, tiene que ser.
–Ya no sé qué más hacer –dijo Milo cabizbajo. –¿Recuerdas cuando seguí el consejo de Surt y le leí? Pasé casi una hora leyéndole las dichosas Eddas, la mentada "Profecía de la Vidente", y luego de un rato, empezó a musitar... a recitar conmigo. Estaba seguro de que con eso lo habíamos recuperado. Pero no es así. Sigue ido. Catatónico.
–Al menos nos da atisbos de atención. Antes no teníamos ni eso.
–Cierto. Pero igual, no me hace sentir mejor.
–Y... ¿no has intentado otras cosas?
–Pues... no hace mucho lo metí al mar, con mil precauciones. Lo he cargado en brazos y he bailado con él: antes bailaba a solas, cuando estaba seguro de que nadie lo veía. Y en un par de ocasiones lo he montado a caballo. No sé si lo disfruta. Pero al menos creo no le desagrada...
–Y ya intentaste... tú sabes...
Milo se le quedó viendo con la cara en blanco.
–¿Qué...?
–Pues, ya sabes... –dijo Saori entrecerrando ligeramente los ojos y sonriéndole con timidez –algo de contacto... ¿físico?
–Lo baño, lo visto y le doy de comer todos los días. Lo afeito. Me ocupo de él en todos los aspectos. ¿No te parece eso bastante físico?
–Sabes a qué me refiero –respondió la diosa con una sonrisa pícara.
Milo cerró los ojos, sintió que la cara le ardía de vergüenza y respondió:
–No, Kyría. No he intentado "esa" clase de contacto físico. ¿No te parece abusivo? Lo amo con todo mi corazón, y aunque sé que mi vida sexual no debería importarte (o al menos así lo dijiste alguna vez), debes saber que no hay nada que desee más en el mundo que perderme en él, en su piel... Pero si no está presente y dispuesto, receptivo... colaborativo... resultará un acto vejatorio, no de amor.
La muchacha sonrió tiernamente y acarició los cabellos del escorpión.
–No todo contacto amoroso tiene que acabar en penetraciones y eyaculaciones, Milo. Creo que puedes intentar mostrarle tu presencia y tu amor sin vejarlo de ninguna manera. Y eso podría ayudarlo también: a ambos, en realidad. Sé que lo amas intensamente. Y no sé si Camus ha amado a alguien más como te ama a ti. No lo creo, la verdad...
Saori cerró los ojos, suspiró y dedicó una serena sonrisa al muchacho rubio que se sentaba junto a ella en los escalones que daban al jardincito. Le tomó las manos y las palmeó amistosamente.
–Mañana nos iremos después de desayunar. Shion vendrá por nosotros: quiere ver a Camus un momento. Además, te tiene una carta de Surt. Nos ha contado en un correo electrónico que está entrenando un escuadrón especializado en búsqueda y rescate en caso de aludes. Hilda le ha conseguido muchos perros y aparatos especiales. Están promoviendo que la gente que vive en descampado y en las montañas tenga dispositivos ARVA. Sé que no es un consuelo para ti, pero parece que el accidente de nuestro Camus ha producido algo positivo en Asgard.
Milo sonrió.
–Sí es un consuelo. No le deseo a nadie lo que está pasando mi Keltos.
___
Afrodita le había entretejido flores en el corto cabello mientras Deathmask le cantaba canciones italianas de borrachos. Sonrió ante el recuerdo vespertino: mientras el sueco y el italiano mimaban a su modo a Camus, Aiolia hacía algo que ni en sueños habría imaginado: le pintaba las uñas con esa laca roja que acostumbraba usar desde hacía tantos años.
Esta ocasión, se quedarían Shaka y Aiolos. Se lo habían comentado hacía un rato. Ya habían dejado sus pequeñas maletas en la habitación aledaña, que esa noche (igual que la anterior) usaría su Kyría, mientras los demás ocupaban los sillones y el suelo de la sala y el salón de terapia. Dohko dormía en la tumbona, a la luz de las estrellas: tantísimos años a la intemperie en Cinco Picos lo habían acostumbrado al cielo abierto.
Acomodaba las almohadas donde se apoyaría la cabeza florida de Camus: no se atrevía a quitarle los capullos, que aún conservaban la lozanía. Había conectado su viejo MP3 a una bocinita portátil para que escuchara su música. En ese momento, sonaba "La mer", con Charles Trenet, y al tiempo que escuchaba, canturreaba.
Se aseguró de que el pantalón del pijama le quedara bien acomodado, sin pliegues que fueran a marcarle la piel al día siguiente. Que la camiseta le cubriera correctamente el torso. Que las piernas quedaran bien extendidas y la férula bien ajustada. Lo arropó con la leve sábana. Acomodó su brazo izquierdo de manera que reposara confortablemente en el colchón. Luego tomó el brazo derecho, y antes de depositarlo, acarició el antebrazo, buscando la marca de la cirugía que le acomodó el hueso muy al principio de su peripecia en el hospital. Fue una de sus lesiones menos problemáticas, y que menos cuidados requirió. Cuando la encontró, la besó con delicadeza, para llevarse luego la mano pecosa a su propio rostro. Besó la palma. En la bocinita empezó a sonar Pink Floyd.
"So, so you think you can tell
Heaven from hell?
Blue skies from pain?
Can you tell a green field
From a cold steel rail?
A smile from a veil?
Do you think you can tell?"
Milo lloró silenciosamente, con la mano de Camus apretada contra sus labios, las lágrimas filtrándosele a los dedos. Extendió la diestra amada sobre la sábana y entonces apoyó su frente contra la del francés. Restregó su nariz contra la del otro, empezó a cantar quedamente.
"Did they get you to trade
Your heroes for ghosts?
Hot ashes for trees?
Hot air for a cool breeze?
Cold comfort for change?
Did you exchange
A walk-on part in the war
For a leading role in a cage?"
Le besó con levedad los labios, casi sin quererlos tocar. El sabor salado de sus lágrimas se trasminó a la boca del francés. Milo empezó a sollozar.
"How I wish, how I wish you were here
We're just two lost souls
Swimming in a fish bowl
Year after year
Running over the same old ground
What have we found?
The same old fears
Wish you were here"
Se le acurrucó a un lado en la cama, llorando con pesar, perdido en el pecho del pelirrojo. No se atrevía a dejar su peso sobre él, por temor a lastimarlo, pero necesitaba con desesperación el contacto con su Keltos. Sentir la piel tibia y la respiración sosegada. El dolor de meses y meses de angustia se le agolpó de pronto en los ojos y la garganta sin que pudiera retenerlo.
–Te amo tanto, Camus. Te amo tanto y estás tan lejos. Más que cuando estabas muerto, porque entonces había tierra, lápida y féretro entre nosotros. Ahora estás aquí y nunca has estado tan alejado antes. Te amo tanto y te extraño tanto que me siento morir. Por favor, por favor, vuelve...
Cerró los ojos y se apoyó en la almohada, junto a la cabeza pelirroja. Le pasó el brazo delicadamente por la cintura, y se mantuvo así, lloroso, por un rato.
"Wise men say
Only fools rush in
But I can't help falling in love with you
Shall I stay?
Would it be a sin
If I can't help falling in love with you?"
–Je t'aime aussi, mon hellen, mon graicos. Je t'aime tellement... (1)
Milo abrió los ojos enormes y los fijó en Camus, quien lo miraba entre lágrimas, con expresión lejana y dolorosa. El francés levantó la mano y le tocó una mejilla, leve, como si tocara una hoja seca y craquelada, con el temor de romperla.
–Je t'aime, mais je ne te mérite pas, je ne te mérite pas... je suis assez... assez... vil... assez... sans valeur... indigne... (2)
Camus empezó a llorar en silencio, mientras acariciaba el rostro de Milo, que no podía creer que el pelirrojo estuviera hablándole, por fin, después de tanto tiempo. Apresó la mano blanca contra su mejilla y se incorporó un poco, apenas lo suficiente para acercar su rostro al del francés.
–¿Camus? ¿Amor? ¿Por qué dices estas cosas? ¿Cómo podrías ser indigno o vil? ¡Si yo te amo! ¡En esta casa hay un montón de personas que te aman y están preocupadas por ti! ¡Desesperadas porque mejores!
–Maison? Quel maison? Je suis à l'enfer. Je suis à l'enfer. Je suis mort. Je suis mort et dans l'enfer. Dans l'enfer, parce que je l'ai tué. Sinmone... ma petite... Je l'ai tué, je l'ai tué, je l'ai tué... (3)
–No, Camus, no. ¿Qué dices? No estás muerto, no estás en el infierno, ¿de dónde sacas eso? ¿No ves que estoy contigo?
–Tu n'es pas réel. Tu-es une hallucination. Et c'est part de ma punition... Comme la douleur... La douleur sans fin... Mais je t'aime, je t'aime même si je suis maudit... (4)
–Pero... pero... –gimoteó Milo con el ánimo alterado. Y cuando empezó a entender lo que pasaba con Camus, gritó: –¡Kyría! ¡Kyría! ¡Ayúdame!
Camus se espantó con los gritos y retiró su mano violentamente, dejando un surco sanguinolento en el rostro de Milo al paso de sus uñas. Una gota de sangre cayó lenta sobre su pómulo. La recogió con sus dedos trémulos y luego miró el rastro, con una expresión insondable. Volvió a mirar a Milo.
–Pardon, clémence! –gritó fuertemente mientras la puerta se abría y entraba Saori espantada. Camus la miró horrorizado, empezó a manotear. –Pardon, clémence, je l'ai blessé, je l'ai blessé! (5)
–¡Kyría! ¡Está trastornado! ¡Cree que está muerto! –dijo Milo mientras sostenía las manos de Camus, que se debatía histérico y con bastante fuerza. Shaka, Mu y Aiolia entraron rápido y vieron atónitos la escena. –¡Dice que está en el infierno y que soy una alucinación, y que soy parte de su castigo, junto con el dolor!
Saori se acercó a Camus y le tomó el rostro con ambas manos: lo miró profundamente, a los ojos, y liberó su cosmos, envolviéndolo junto con el rubio.
–Camus... no estás muerto. Tu n'es pas mort. Mírame. Mírate. Mira a Milo. A tus hermanos. Todos estamos aquí, contigo. Me conoces, me identificas. ¿Es mi cosmos una alucinación? ¿Lo es el de Milo? ¿Lo es el de todos los demás? (6)
Milo disminuyó su fuerza y soltó un poco las manos de Camus. Las entrelazó con delicadeza y empezó a besarlas. Liberó lentamente su cosmos y dejó que lo cubriera. Shaka, Mu, Aiolia, y quienes se fueron agolpando en la puerta procedieron del mismo modo. Camus lloraba con sordos y profundos gemidos, sin terminar de creer lo que pasaba.
–Mais... mais... c'est vrai? Ce n'est pas un mensonge? (7)
–No, Camus. No es mentira. Estamos aquí, contigo. Estás vivo, y nosotros también. Milo también.
Entonces cesó de llorar: se relajó, cerró los ojos y soltó los músculos por completo. Durante unos segundos, Milo estuvo seguro de que Camus perdería la conciencia otra vez, que se iría lejos de nuevo.
–¡No, Camus, no! ¡No te duermas, no te atrevas a dormirte otra vez! ¡Mírame! ¡Mírame! –y Camus lo miró desorientado. –No soportaré que vuelvas a hundirte, ¡mírame, por favor!
–Je te regarde. Je te regarde. Te veo. Te veo –musitó Camus débilmente. (8)
–Bien. Más te vale, Keltos cabrón. ¡Porque te meteré Antares por el culo si te vuelves a dormir!
Saori se alejó un poco. Llamó a Shaka a su lado.
–Deberías ayudarlo, Shaka; a ambos. Tal vez si meditan un poco...
–Sí, Dama. Eso sin duda debe ayudarlos.
–Gracias, Shaka. Querido Mu, ¿quieres traer al médico, por favor? Y tal vez deberíamos reconsiderar nuestra partida de mañana. Me parece que aún podemos ser necesarios aquí...
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Aclaraciones
Se me fue el martes y no pude actualizar. Perdón. Sorry. Je suis desolée y así. Trataré de que no vuelva a ocurrir.
Otra vez estuve jugando con los tiempos y así quedo el capítulo. De nuevo, fue divertido e interesante el resultado.
Como ya recuperamos a Camus, nuevamente hay interacciones suyas (y una de Saori); creo que no es realmente necesario traducirlas, ya sea porque son muy transparentes o porque Milo se encarga de interpretarlas. Sin embargo, como es costumbre, aquí está la traducción:
(1). Je t'aime aussi, mon hellen, mon graicos. Je t'aime tellement: También te amo, mi hellen, mi graicos. Te amo tanto...
(2). Je t'aime, mais je ne te mérite pas, je ne te mérite pas... je suis assez... assez... vil... assez... sans valeur... indigne: Te amo, pero no te merezco, no te merezco... soy tan... tan... vil... tan... sin valor... indigno...
(3). Maison? Quel maison? Je suis à l'enfer. Je suis à l'enfer. Je suis mort. Je suis mort et dans l'enfer. Dans l'enfer, parce que je l'ai tué. Sinmone... ma petite... Je l'ai tué, je l'ai tué, je l'ai tué:
¿Casa? ¿Qué casa? Estoy en el infierno. Estoy muerto. Estoy muerto y en el infierno. En el infierno, porque la maté. Sinmone... mi pequeña... La maté, la maté, la maté...
(4). Tu n'es pas réel. Tu-es une hallucination. Et c'est part de ma punition... Comme la douleur... La douleur sans fin... Mais je t'aime, je t'aime même si je suis maudit: No eres real. Eres una alucinación. Y es parte de mi castigo... Como el dolor... el dolor sin final... Pero te amo, te amo aunque esté maldito...
(5). Pardon, clémence! Pardon, clémence, je l'ai blessé, je l'ai blessé!: ¡Perdón, clemencia! ¡Perdón, clemencia, lo he herido, lo he herido!
(6). Tu n'es pas mort: No estás muerto.
(7). Mais... mais... c'est vrai? Ce n'est pas un mensonge?: Pero... pero... ¿es cierto? ¿No es una mentira?
(8). Je te regarde: Te veo, te miro.
Y pues ya. Espero que el capítulo les haya resultado interesante. Agradezco a quienes amablemente han estado leyendo y votando. También a quienes comentan. Les deseo un feliz año nuevo: besos y abrazos, mis mejores deseos y a ver si la pandemia se va de una buena vez XD
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