III.
Advertencia: Contenido adulto.
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Like a drum my heart was beating
And your kiss was sweet as wine
But the joys of love are fleeting
For Pierrot and Columbine
(The Carnival Is Over, Nick Cave and the Bad Seeds)
"Camus. Camus. Oye, háblame. Te morirás si no me hablas. ¡Camus! Camus... ¿por favor...?
Camus abrió la boca (¿la abrió?). Trató de hablar. En lugar de su propia voz, escuchó un estertor lejano, un silbido difícil y doloroso que parecía venir de sus propios pulmones. De manera confusa, sintió un sabor metálico en la lengua. Intentó abrir los ojos. No pudo, porque todo seguía oscuro.
"No son tus ojos, Camus. Es que estás a oscuras."
Camus intentó jalar aire. Pero no lo sintió fluir ni por su boca ni por su nariz. De hecho, si lo pensaba (¿pensaba?), no parecía sentir nada. No sentía nada, y no podía respirar, y no podía ver...
"Estás bajo la nieve, Camus. Bajo la nieve. Y aún no rompe la aurora, aún es de noche afuera. De otro modo, tal vez se filtraría algo de luz..."
Intentó cerrar los ojos, para descansar un poco. Pero no pudo. Igual no importaba, de cualquier forma no podía ver.
"Camus... ¡Camus!"
–Q... q... quoi...
"No te duermas..."
–...
"¡Camus! ¡No te duermas! ¿Quién canta ahora?"
–...
"Camus... ¿quién canta ahora?"
"Sound of the drums
Beating in my heart
The thunder of guns"
–...
"¡Camus...!"
–Th...thund... er... str... uck...
"Me gusta. Suena a algo que no escucharías solo..."
–...Mi...
"¿La escuchas con Milo?"
–...M... m...
"¿Camus?"
–...
"¿Camus...?"
–...
"Camus..."
–...
"Está bien, Camus. Ve a dormir, y sueña con Milo..."
Camus sonrió –o lo intentó. Se hundió en la canción. Se hundió en el recuerdo de Milo. Se dejó ir.
Dejó de respirar.
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–Esto es un desastre total –dijo Milo. –No seremos capaces de encontrar ni a un gigante aunque estemos parados sobre él...
–¿Ya te rendiste? Para eso me gustabas. Además de patán, derrotista –contestó Surt sin dignarse a mirarlo y paseando la vista por el gélido y desolado panorama: Milo tenía razón, por supuesto. No lo encontrarían ni estando parados sobre él.
Faltaban unos minutos para las 4:00. En cualquier momento rompería el alba.
Milo quería entregarse a la angustia y al dolor. Tirarse al suelo revuelto que dejó la avalancha tras de sí, arrastrarse entre la nieve endurecida, entre las rocas, la tierra y los troncos desprendidos de raíz. Quería sepultarse, hundirse en el sustrato, reptar a través del fango, escurrirse hasta alcanzar a Camus y reposar junto a él. Quería pedirle perdón: lo había llamado puta por puro impulso visceral, a pesar de que, conociéndolo, sabía que no se entregaría así como así a nadie; ni siquiera a él.
Le había echado en cara una conducta que, en esos meses de silencioso castigo, él mismo había seguido sin dudar, amparado en su resentimiento. Cómo le pesaban ahora los hechos y los dichos. Cómo le pesaba que su última palabra hacia Camus hubiera expresado un odio, un desprecio que estaba lejos de sentir.
Saga miró a los jóvenes: al pelirrojo, crispado por la congoja, y al rubio, traspasado por la desesperación, y se sintió mal por ambos. ¿Qué podía decirles para aligerar la culpa que cada uno sentía a su modo?
–No se queden ahí pasmados. Los perros están buscando y necesitan que les prestemos atención. Muévanse –los alentó Géminis.
Cuando salieron del túnel que abrió la Another Dimension, los tres grupos de rescate se quedaron desalentados: no esperaban un revoltijo de esa magnitud. La presunta cabaña de la que tanto había hablado Surt no parecía haber existido jamás. Y del bosquecillo de fresnos, olmos y coníferas que se suponía cercano no quedaba nada: el alud había barrido con todo a su paso. Además, la nieve de la tormenta, que al fin empezaba a amainar, se había acumulado en grandes dunas por aquí y por allá. Camus debía estar sepultado quién sabe dónde. Ni mil perros serían capaces de olfatearlo en esas condiciones.
Aiolia demudó su rostro en cuanto observó el paisaje: su expresión generalmente animosa se convirtió en un rictus de desconcierto. ¿Cómo carajo iban a encontrar a Camus en ese muladar? Aiolos, perceptivo como siempre, se dio cuenta del estado de su hermano y tomó el control de la situación.
–Aiolia, Sigmund, tú y yo buscaremos en el flanco izquierdo. Kanon, sugiero que ustedes lo hagan en el derecho. Saga...
–Nosotros cubriremos esta área. Estoy de acuerdo contigo, Aiolos. Empecemos ya, que Camus no es capaz de buscarse a sí mismo en este momento...
Milo se tragó las lágrimas y empezó a caminar, con toda la firmeza que le fue posible reunir en su interior.
–No, Keltos. Así no. No podemos terminar así. Dioses, lo siento tanto...
–Deathmask, ¿no lo percibes? –preguntó Kanon.
–Pues... no. O aún no se muere o ya lo hizo y ya está en el Inframundo. Lo cual es improbable, porque lo rastreé ahí hace unos momentos y no está... todavía.
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–¿Dejó de respirar? –preguntó Saori fríamente.
–Sí... sí, Athena. Dejó de respirar –respondió Shaka, con una cara que bordeaba la pena y el dolor.
Saori cerró los ojos y se concentró en sentir ella misma a Camus: alguna traza de su cosmos, de su pensamiento, de sus emociones, de su alma. Sentía un resabio de Camus afuera, en la lejanía, muy, muy difuso. Acuario no quería ser encontrado: estaba arrebatado de repulsión por sí mismo.
–¿Ya no pudiste escucharlo más antes de que dejara de respirar? –preguntó Mu en un hilo de voz.
–Yo... escuché ecos confusos, pero nada más. Ya no quedaba coherencia en sus pensamientos.
–¿Y qué había en esos ecos, Shaka?
–La niña mencionó una canción que le gustaba a Milo.
–¿Qué canción?
–No sé. Thunder algo...
–¿Thunderstruck? Camus la escucha por Milo –dijo Afrodita.
–¿Eso es todo?
–Dama...
–¿Eso es todo...?
Shaka volvió a cerrar los ojos. Buscó a Camus. No le era demasiado difícil encontrarlo. Cuando él, Saga y Shura se presentaron en el Santuario como espectros, pudo sentirlos claramente a los tres. Eran los de siempre, excepto porque tenían las emociones que los caracterizaban amplificadas. Camus, sin embargo, tenía una extra, que ni Saga ni Shura llevaban consigo: desolación. Saga estaba acostumbrado a la sensación de ser un traidor, y Shura estaba allí dispuesto a redimirse de su traición inadvertida. Pero Camus siempre había sido fiel y puro en sus intenciones. Aquella incursión le había costado el alma entera. Y lo magnificaba por la certeza de que se encontraría con Milo y su juicio lapidario.
El aura de Camus era inconfundible para Shaka; nunca, ni en esa vida ni en otra, conocería una desolación como la que anidaba en el espíritu de Acuario: se sentía profundamente indigno.
–Eso es todo. Estoy seguro que aún no muere, pero ya no respira. Se irá en cualquier momento...
Shaka guardó silencio, pesaroso; respiró profundamente, dejándose invadir de la tristeza que había mantenido a raya aquellas tortuosas horas. Intentó dar de nuevo con la psique de Camus, y por un segundo lo logró. Volvió a hablar, con voz temblorosa:
–" Oh my love, the dawn is breaking..."
Virgo levantó la cara para mirar a Athena, las lágrimas desprendiéndose de sus ojos.
–Está soñando con él, Dama. Está soñando con Milo, con su última noche juntos. Y está muriendo...
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–Camus...
–Mmhm...
–Caaamuuuus...
–Laisse moi, Milo. Je veux dormir... (1)
–No quiero. Tengo hambre...
–Faim. Ça va. Pues come. (2)
–Quiero bajar al pueblo.
–Bon... c'est bien... ahum –bostezó. –Baja. Me traes una ensalada. (3)
–Mpff. No es lo que tenía en mente. Anda, levántate, Keltos. Quiero comer falafel... En ese lugar tan mono que abrieron en Rodorio.
–Mais non, merci. Los garbanzos me provocan gases... (4)
–¿Y eso qué? Tus pedos no huelen mal. Es más, no huelen a nada: cuando te tiras pedos, te salen copitos de nieve por el culo...
Camus se desternilló de risa, y Milo, que ya llevaba la sonrisa de oreja a oreja antes de que el francés reaccionara a su chiste, lo acompañó con una sonora carcajada.
–Aunque... me interesa más lo que puede entrar por tu derrière que lo que llega a salir, la verdad...
–Crétin. Tu-es un sátire. Acabamos de coger, déjame en paz y vete a comer tu falafel, hellenoi priápico. (5)
–Es hellen, no jelenuá. Y no. No quiero bajar sin ti. Si me ven solo se me pegará alguna chica. Baja conmigo y así me cuidas...
–Déesse. ¿El gran escorpión dorado tiene miedo de que lo secuestre una chica?
–En realidad, tengo miedo de que te quedes solo y abandonado sin mí. Luego, ¿quién te follará?
–Sabía hacerme pajas antes de que llegaras y se te antojara darme por atrás. Y te informo que aún sé hacérmelas...
–Camus, estás hiriendo mi corazón.
–Ah, mais si... ton coeur... (6)
–Baja conmigo, corazón. Mon coeur, amour de ma vie. ¿Así se dice? Anda, vamos...
–Te digo que no tengo ganas. Baja tú, o te preparo algo yo.
Se incorporó de la cama y la sábana se le resbaló por la piel desnuda. Se estiró con fruicción. A Milo se le antojaron los movimientos de un gato desperezándose. Un gato blanco y rojo. Sacó las piernas poderosas –de bailarín de ballet clásico– del lecho y se quedó sentado un momento, como convenciéndose de las ventajas de pararse y tomar una ducha. Se inclinó hacia la mesita de noche. Tomó una cinta, con la que se amarró en un nudo descuidado el largo cabello a la altura de la nuca y luego el reproductor MP3 (regalo de hacía muchos cumpleaños). Se colocó los audífonos, se levantó y viró a medias para mirar a Milo.
–Voy a bañarme. Y en seguida te prepararé algo para comer. Incluso falafel. Tal vez...
Milo le sonrió con ternura. Lo contempló sin prisa y sin lujuria: era una escultura de Fidias, pero con movimiento. Hasta antes de gozarlo, solo había habido mujeres en su cama. Bueno, casi siempre. Después de él... Nadie más había tenido cabida en su vida.
–Déjame ducharme contigo y prepararemos la comida juntos. ¿Qué tal? Es mi mejor oferta.
Camus le sonrió mientras veía los cabellos largos y revueltos caer desprolijos sobre el rostro, el pecho y la espalda del escorpión. Jamás había visto algo tan hermoso como ese cabrón ladino en su joven existencia. Y cuando lo tuvo desnudo para él no hubo vuelta atrás. Antes de Milo, no había tenido a nadie. Ni hombre, ni mujer. Nada. Nadie. Maldito hellen.
–Si te dejo acompañarme, ni vamos a salir de la ducha, ni vamos a comer. Dame cinco minutos, ça te va?
Milo le dedicó una sonrisa oblicua. Le extendió la mano, que tomó sin dudar. Lo jaló ligeramente hacia él, y cuando lo tuvo enfrente, lo abrazó de la cintura y le recorrió el muslo fibroso, con parsimonia. La cinta se le deslizó por los cabellos rojos y cayó al suelo, leve como una hoja en otoño.
–No sé. De pronto, se me antoja comer otra cosa...
Subió la mano hasta la mata de vello rojo de la entrepierna y hundió los dedos entre los finos filamentos. Camus cerró los ojos, echó la cabeza atrás y suspiró, complacido. Milo apoyó la frente en el estómago de Acuario y le dio un beso sutil en el ombligo.
–¿Qué quieres comer ahora, escorpión antojadizo?
–No sé... ¿gastronomía francesa?
Empezó a besar despacio el vientre duro de Camus, quien tomó delicadamente la cabeza rubia de su amante, sin dirigirla a ninguna parte, nada más dejándose hacer y pasando, amoroso, los dedos entre los cabellos. Sintió la tibieza de la lengua de Milo sobre su pene y ya no supo de sí. No se enteró cómo, pero Milo lo tenía echado en la cama, sin despegar la boca de su sexo, como si se estuviera alimentando dulcemente de él; gemía con suavidad al sentir los labios y la saliva cálida. Mais quelle chose... ¿Cómo diablos conseguía Milo todo eso de él?
Luego subió lento por el vientre, el abdomen y el pecho, dejando besos suaves sobre la piel lechosa cubierta de pecas, hasta que sintió un mordisco leve en su mentón y luego un beso en los labios. Se prendió de él sin prisa, sin ansias, disfrutando de las caricias del escorpión. Suspiró, y sin querer, se le escapó el nombre de su amante con laxitud.
–Miiilooo...
–¿Sí?
–La ducha...
–Luego, cuando terminemos de ensuciarnos...
Volvió a besarlo, adentrando la lengua entre la suya. Camus le correspondió del mismo modo. Soltó el aparatito de MP3 entre las sábanas y bajó sus manos, una hacia las nalgas del escorpión –en cuyos instersticios perdió los dedos– y otra a la entrepierna. Milo ronrroneó y se arqueó como felino. Camus besó las comisuras de la boca de su amante, arrastrando lentamente los labios y la lengua en un movimiento lánguido y ondulante que arrancó un gemido profundo y lento de la garganta de Milo. Luego aprisionó los dos penes en su mano y empezó a masturbarlos cadencioso, mientras Milo escondía el rostro en el hueco entre su cuello y el hombro. Suspiró sonora y continuamente mientras, sostenido por los antebrazos para no aplastar a su amante, se le restregaba como gato contra la sien izquierda, aspirando el aroma del cabello mientras le arrancaba sin querer un audífono. Una melodía suave y lejana sonó:
"Oh my love, the dawn is breaking
And my tears are falling rain
For the carnival is over
We may never meet again"
Milo se estremeció con la voz del cantante: se colocó el audífono en un oído y unió su mano a la de Camus, quien le sonrió.
"Like a drum my heart was beating
And your kiss was sweet as wine
But the joys of love are fleeting
For Pierrot and Columbine"
El escorpión tembló de placer y de incertidumbre. Le besó el cuello con dedicación, arrancándole suspiros febriles, mientras sentía el hormigueo del placer en sus propios labios y trataba de acotar la angustia que se le trepaba al pecho. ¿Por qué Camus siempre escuchaba música tan triste, tan ominosa?
"Now the cloak of night is falling
This will be our last goodbye
Though the carnival is over
I will love you till I die"
–Siempre....–musitó en su oído.
–¿Siempre...?
–Siempre te amaré; siempre, siempre. Hasta el día de mi muerte. Hasta ese día y mucho, mucho más allá...
–Milo...
Camus tendió la cabeza hacia atrás y grácil, arqueó el cuello mientras emitía un suave gemido y eyaculaba en su mano y la del escorpión, quien tampoco se contuvo más. Éste mordió con ternura la clavícula de Acuario mientras se entregaba a la dulzura del orgasmo compartido. Por un momento, los dos dejaron de respirar, suspendidos en el placer y el tiempo, en una muerte breve y eterna que, sin embargo, pasó luego de un instante de vértigo y dicha. Ambos aspiraron una bocanada de aire a la vez, unieron las frentes y los labios en un roce fugaz, y luego Milo se tendió a un lado de Camus, sobre su costado, para no estirar el delgado cable.
"Though the carnival is over
I will love you 'til I die
Oh, I will love you 'til I die
I will love you 'til I die"
Camus le dedicó una sonrisa cálida y plena: una que sólo él, y tal vez los mocosos, habían conseguido verle; una que muy de vez en cuando se colaba en ese bello rostro, que de hábito se mostraba marcial e inexpresivo. Le acarició la mejilla y apartó un mechón rojo que le caía descuidado por encima de la nariz. Aprovechó para apretarla suavemente entre los dedos, para regocijo del francés.
–¿Me estás diciendo adiós?
–¿Qué? ¿Por qué preguntas eso?
–Por la canción. Siempre escuchas música tan melancólica...
Acuario dejó escuchar una risa que se le antojó cantarina.
–No, no es mi intención. Aunque supongo que nos estamos despidiendo todo el tiempo, ¿no crees?
–No lo había pensado así.
Camus rozó la nariz de Milo con la suya y la frotó. Le sonrió nostálgico.
–Bueno. Si este fuera nuestro adiós, notre dernière fois, ¿no sería acaso la mejor de todas?
–Mmhm... Pues, tal vez...
–¿Tal vez? Alacrán ingrato. Acabo de cogerte. ¿Qué más quieres?
–Pues... coger otra vez –dijo entre risas juguetonas el muchacho rubio.
–Crétin... No tienes llenadera...
–No. Si se trata de ti, nunca me saciaré.
–C'est la même chose pour moi. (7)
Camus se acurrucó en el pecho del escorpión y lo abrazó por la cintura. Besó con detenimiento los músculos del torso. Se empezaron a adormecer.
–Milo...
–¿Ajá?
–Yo también te amaré siempre. Toujours...
–¿Ah, sí? –preguntó con voz pegajosa el escorpión.
–Sí. Siempre. Más allá de la noche y el amanecer. Más allá de mi vida y mi muerte.
–Me gusta tu oferta...
–C'est vrai? (8)
–Sí. Así nunca podrás decirme adiós...
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En el horizonte, una luz mortecina empezó a rayar.
–Al fin. La aurora –dijo Saga.
Milo y Surt asintieron. La luz se filtró con dificultad entre las nubes espesas y se extendió titubeante sobre la nieve y los escombros. Aunque el desastre era el mismo, al menos podían avisorar un poco mejor los estragos causados.
"Milo."
Todos, santos y dioses guerreros, se quedaron estáticos. La voz de Athena resonó en sus cabezas.
–¿Kyría?
"Milo. Camus está muriendo..."
Deathmask se quedó rígido y un frío que no tenía que ver con el clima le recorrió la espalda.
–Certo –musitó. (9)
–No –murmuró Milo. –No, Camus. ¡No, Camus! –gritó al viento. –¡Así no! ¡Así no! ¡Dijiste que no habría adiós, lo dijiste, lo prometiste! ¡Y te vas de nuevo, Keltos mentiroso!
Y echó a correr desesperado, entre los montones de tierra, la nieve y las raíces desprendidas.
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Aclaraciones
Al igual que en el capítulo anterior, en este hay bastantes interacciones de Camus en su idioma natal, el cual Milo conoce, como se dice en mi tierra, dos-tres (es decir, más o menos). Coloco de manera suelta algunas que, me parece, intuyen su significado, y de manera más formal las que pudieran resultar más complejas.
Derrière: trasero, culo.
Déese: Diosa.
Mon coeur, amour de ma vie: Corazón mío, amor de mi vida.
Mais quelle chose...: Pero qué cosa.
Notre dernière fois: Nuestra última vez.
Toujours: Siempre.
(1). Laisse moi, Milo. Je veux dormir...: Déjame, Milo. Quiero dormir.
(2). Faim. Ça va: Hambre. Vale.
(3). Bon... c'est bien...: Bueno... está bien.
(4). Mais non, merci: Gracias, pero no.
(5). Crétin. Tu-es un sátire: Cretino, Eres un sátiro.
(6). Ah, mais si... ton coeur...: Ah, claro... tu corazón...
(7). C'est la même chose pour moi: Es igual para mí; es la misma cosa para mí.
(8). C'est vrai?: ¿Es cierto? ¿En serio?
(9). Certo: Cierto (en italiano).
Y ya. Espero que el capítulo les guste. Se agradecen las lecturas y los votos. Hasta la próxima semana :)
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