Cuenta regresiva: Uno.
No quiere volver al dojo. Izana se revuelca en la cama, lamentando su mala suerte. De vez en cuando le llegan notificaciones al móvil, mensajes fugaces y preocupados que no alcanza a responder, tan abrumado por los eventos de la semana, en los que no puede enumerar todas las tonterías que hizo en contra de Kakucho. Se quita la almohada del rostro y resopla: Kakucho, la fuente de sus desgracias —y de sus erecciones—. Al final no tiene más alternativa que moverse.
No es un cobarde.
Se prepara rápido para ir al entrenamiento, aprovechando que vive al lado del dojo para llegar algo tarde. Tampoco es que sea muy puntual. Contrario de lo que pensó, las cosas pasan con tanta naturalidad que lo de ayer parece que jamás hubiese sucedido. Izana suspira y se encoge de hombros, por primera vez mortificado. De vez en cuando mira en dirección, pero jamás le devuelve la mirada. ¿Estaba arruinando su amistad?
Mantiene su mente en la práctica. Hay avances y no solo de su lado, también con el resto de sus compañeros. Se augura un buen desempeño en la competencia. Una vez que termine el entrenamiento, tendrán un par de días libres para meditar y descansar. Izana no verá a Kakucho en ese tiempo, algo que agradece para poder aclarar su mente. Luego de que el enamoramiento disminuya todo volverá a la normalidad. Tiene fe.
Ignora a todos y entrena, golpea, patalea y sus energías siguen intactas. Un vistazo rápido a Kakucho y parece estar en su propio mundo, yendo duro y fuerte como solo él puede. Le alivia que rechace los acercamientos de Ran y de cualquier otro.
Y finalmente el entrenador, o sea, el abuelo, da fin al largo día de trabajo. Y todos se felicitan y se desean buena suerte. Algunos prometen encontrarse entre semana. Izana no tiene planes. Ni siquiera se despide, ¿para qué? Los verá en unos días.
La mayoría hace su parte: limpian el suelo y el tatami, recogen la basura y guardan bancas. El dojo queda solitario en cuestión de minutos y está maldiciendo a su hermano menor, a punto de salir como el resto, cuando alguien lo toma del brazo y lo obliga a retroceder. Está por soltar todas las groserías que conoce, cuando reconoce el cuerpo de su mejor amigo. Está allí, ni siquiera se ha quitado el uniforme. Izana tampoco, solo porque suele quitárselo en casa.
Se miran unos segundos, hasta que Izana se suelta del agarre como si le doliera.
—¿Qué quieres?
—Espera, tenemos que hablar. No te vayas todavía.
—De acuerdo —no sabe porque acepta, pero se lo debe por los malos tratos de la semana. Y se lo debe a sus hormonas de adolescente. sí tener diecisiete cuentas.
Kakucho está colocando una silla en su lugar, cuando finalmente decide moverse en su dirección. Y hace una reverencia, de las que se hace antes de iniciar una pelea. Y lo entiende. De pie, en medio del tatami del fondo del dojo, Izana le devuelve la reverencia a Kakucho.
—Una última pelea entre nosotros antes de la competencia —dice muy serio Kakucho.
—Vaya, ¿desde cuándo tan dominante?
—desde ahora, supongo —responde el chico.
—No aprendes, ¿verdad?
—¿Por qué lo haría? Me gusta que me golpees.
Izana sonríe y extiende una mano, llamando a Kakucho para la pelea, la cual no tarda en empezar. Ambos usan las técnicas de karate que han aprendido, usan los manotazos, las patadas; son ágiles y fuertes. Izana está sorprendido por todo lo que Kakucho ha aprendido, al punto de ponerse a su nivel. No lo dirá en voz alta, pero le gusta que lo supere.
La emoción escala, el vigor del entrenamiento. Ambos tienen que retroceder varias veces y cuando vuelven a estar cuerpo con cuerpo, no tienen consideración con el otro. A Izana le duele el pecho, la mandíbula y la espalda, sin embargo, no está cansado, al contrario, está muy animado; es como si todas sus energías estuvieran revueltas y sonríe por ello.
Intenta dar otro golpe, pero está vez Kakucho es más rápido y detiene uno de sus movimientos, al mismo tiempo que lo envía al suelo. Cae en el tatami siendo aplastado por el cuerpo del chico, quien lo atrapa en el suelo, colocando sus muñecas sobre su cabeza. Desde esa posición puede ver el esfuerzo de Kakucho por contenerlo. Izana traga saliva y trata de no perder la cabeza al estar prácticamente como en sus sueños húmedos, siendo dominado.
—¿Me odias, Izana? —pregunta. Parece que se estaba conteniendo para no lastimarlo.
Izana trata de asimilar la situación, concentrado en la forma en la que los músculos de Kakucho se contraen cuando inflige fuerza en él.
—No.
—¿Entonces crees qué estoy debajo de tu nivel?
—No —continua Izana.
—¿Entonces qué ocurre?
—Nada. Ahora quítate, idiota —Izana aprovecha un descuido de Kakucho y dobla sus piernas para empujarlo.
Los papeles se intercambian fácilmente. Con una sonrisa presuntuosa, Izana está sentado sobre el abdomen de Kakucho, aprisionando su cintura con las rodillas.
—¿No me dirás nada? —inquiere Kakucho, colocando sus manos sobre los muslos de Izana.
El toque es superficial, incluso simple, pero el cuerpo de Izana se prende al rojo vivo.
—¿Qué quieres que diga? —pregunta.
—¡La verdad! No sabes cuanto me enerva tu actitud, es un Izana que desconozco y lo odio —tras decir eso último, con furia. Kakucho presiona sus dedos en el cuerpo de Izana y se levanta con una fuerza presurosa que devuelve la espalda de Izana al suelo. Esta vez la posición es distinta. Kakucho está en medio de las piernas de Izana, presionando su cuerpo con el suyo. Hay una energía electrizante entre ellos, la misma que le hace creer que tiene oportunidad.
Izana cierra los ojos y se arquea, jadeando. No puede creer lo fácil que cambian las cosas entre ello, sobre todo cuando dice sin pensar:
—Quiero que me folles.
Ambos se detienen abruptamente. Tanto Izana como Kakucho están con los ojos abiertos. Mierda, lo ha arruinado todo. Su lengua se enreda y balbucea una disculpa, tarde ya. Kakucho lo suelta lentamente y contra todo pronóstico, se ríe de él. Hay una mira indescifrable, un sentimiento fulgurante que lo tiene expectante. Su corazón amenaza en salirse de su pecho.
—¿Es en serio?
Izana asiente, afrontando valerosamente su destino.
—¿Por qué no lo dijiste antes? —pregunta el chico, divertido—, he querido follarte desde que tuvimos la charla de cómo se aparean los seres humanos.
—Ew, ¿Por qué mencionas eso ahora? —Izana está avergonzado y sorprendido, se hubiera esperado cualquier cosa, menos eso, por eso cuestiona con un tono de voz casi imperceptible—: ¿Entonces me vas a follar?
Kakucho se ríe, de nuevo, y se encoge de hombros, toma un poco de aire y asiente. Se miran. La energía electrizante zumba entre ambos e Izana no puede creer que esté sucediendo. Cuando Kakucho abre su boca para decirle algo, Izana lo toma de la nuca y lo atrae para presionar su boca contra la de él. Es un poco torpe al comienzo y Kakucho tarda en responder, pero finalmente lo hace y ambos se enfrascan en un beso intenso y devorador. Hay saliva, mordiscos y una lengua que se cuela en medio del momento. Y es Kakucho que lo suelta con una pregunta:
—¿Sucederá ahora?
—Vamos, Kakucho. No mates el momento —Izana se ríe y lo vuelve a besar, luciendo ansioso y excitado a más no poder.
No hay espacio para la duda. Se desean con todas sus fuerzas.
Kakucho le quita el cinturón a Izana, Izana hace lo mismo con el de Kakucho. Sus movimientos son erráticos y enérgicos, mientras se quitan la ropa. Parece que ambos se necesitan para vivir. Y no se detienen. Hay chasquidos húmedos, toques calientes, manos que se deslizan por el cuerpo del otro y aprietan, rasguñan y acarician la carne febril.
Izana no es alguien que sienta timidez, pero cuando finalmente se quita la ropa y está completamente expuesto ante Kakucho, sus mejillas se calientan furiosamente y la saliva se atasca en su garganta.
—Eres hermoso, Izana —dice Kakucho, alimentando su vergüenza.
—Cállate, ¿quieres?
—Un pequeño luchador —continua el chico, ahogando las quejas de Izana con otro beso.
Siente que se asfixia entre el placer y los labios de Kakucho que lo toman con insistencia. Izana se siente débil por primera vez debajo de ese cuerpo y le gusta, quiere más Abre las piernas y se encuentra a ras con las caderas de Kakucho y santo cielos, algo se presiona en su trasero y le encanta.
Los dedos de Kakucho trazan su torso, se deslizan con lentitud por su piel, resbalando entre la capa de sudor. Se detienen en sus pezones y los toca, empuja y jala, sacándole sonidos bochornosos que no sabía que tenía. Y continúa, bajando por su abdomen, trazan el ombligo y su pelvis, descienden por la ingle y lo torturan.
Izana ve todo y se muerde el labio inferior, incapaz de apartarse.
—Mírame, mi rey, no dejes de mirarme.
La voz se vuelve un susurro y el aire espeso. Lo huele, lo siente y le perturba saber lo fácil que cae ante Kakucho, porque no hay nada más en lo que piense que él.
Kakucho toma la base de su pene y juguetea con dos dedos en la punta, empapando sus dedos del líquido preseminal, es un torpe al comienzo y algo inseguro, cuando lleva los dedos húmedos a la entrada de Izana y presiona el borde fruncido, hasta hacerlo delirar. La punzada caliente en su abdomen lo tiene al borde de rogar.
Suspira y jadea, acomodándose en el tatami. Siente el primer dedo presionar dentro de él y no es tan incómodo como pensó al comienzo, de hecho es tan bueno que se mueve, pidiendo más. Y Kakucho lo adora con movimientos lentos, antes de presionar un segundo dedo dentro. Está resintiendo un poco el estiramiento, pero no es nada comparado a la frustración de los últimos días.
Le arde, duele, pero no quiere que se detenga. Quiere que lo tome y lo deje tan lleno que no tenga que masturbarse de nuevo en la cama.
—El abuelo nos matara si se entera de esto —dice de repente Kakucho.
Izana parpadea y suelta una risa ahogada, en medio de los gemidos que resuenan en todo el lugar.
—Eres un idiota. Es perturbador que hables del abuelo mientras tienes tus dedos dentro de mí.
—No dije nada raro, tienes una desagradable imaginación.
—Ya cállate y tócame —se queja y es recompensado por Kakucho cuando dobla sus dedos dentro de él y presiona un lugar que lo hace ver estrellas. Gime más fuerte que antes.
—Es más fácil cuando me pides lo que quieres —susurra Kakucho, con una sonrisa. Empujando y abriendo los dedos dentro de Izana.
Y cuando siente que está listo para algo más o más bien, Izana súplica por ello, lo deja y se vuelve a inclinar por otro beso que acalla todas las quejas. Parece que todavía estuvieran en una pelea, sobre quién toma el dominio por sobre el otro, pero es Kakucho quien gana esta vez.
Ninguno de los dos podía prever lo que sucederá, por lo que están un poco cortos con la preparación. Kakucho no era un experto y menos Izana, pero se las estaban arreglando bien entre besos y movimientos erráticos. Se lubrican con los propios fluidos de sus cuerpos y ceden a sus instintos.
Por lo que la primera vez que Izana siente la enorme carne presionar en él, suspira dolorido y por inercia abre más las piernas. Kakucho va lento, pero le pica, le arde: le duele. Se arquea, recibiendo el golpe como en sus sueños húmedos. Es mejor, mucho mejor.
—¡Duele! ¡Me encanta! —exclama con una sonrisa que contradice las reacciones de su cuerpo. Aprieta y retiene a Kakucho, quien hace todo lo posible por aliviarlo.
—Relájate, Izana.
Y lo hace, pero cuando empujan hasta el final, siente que lo parten en dos. Sus dedos rasguñan la espalda de Kakucho y busca algo de apoyo, es débil delante de tanto placer. Solo recibe y aguanta. Kakucho lo llena de besos y toques suaves, es tan lindo que sufre.
—Muévete, tienes que hacerlo —le dice.
—¿Estás seguro? —pregunta Kakucho, luciendo tan dolorido como él.
Con un asentimiento, Kakucho se mueve. La primera embestida es tan mala como imaginaba. Los dedos de sus pies se enroscan y su cuerpo se tensa como una lámina de acero. El dolor es insoportable, incluso un puñetazo es pasable. El aire escapa de sus pulmones y sus ojos se humedecen, ya nada puede ser peor. Se relaja a la mitad, cuando siente que todo va bien. Lo siguiente sigue siendo torpe y descuidado, pero el malestar no supera en lo absoluto al placer. Quiere más, se mueve esperando por más. Kakucho no le niega nada, lo embiste con una paciencia complaciente, mientras siente que se desmaya.
El tatami suprime los golpes de Kakucho, pero no los sonidos de sus pieles y los gemidos de ambos. Cualquiera que pase por el dojo se diera cuenta de lo que está sucediendo y no les importa. Izana flexiona sus piernas y vuelve a atrapar a Kakucho, moviéndose a la par de él. Siente todo dentro, es caliente y palpita; cala tan profundo que no duda que al terminar no pueda moverse.
La temperatura en el salón aumenta, como la tensión del aire que está envuelta en una capa del olor de ambos y el sexo, hay un tenue aroma del desinfectante del tatami que acababan de limpiar. El encuentro es picante y agradable, un aliciente para seguir tomando lo que quiere. Kakucho sigue arremetiendo, embriagado del chapoteo de sus cuerpos, está tan necesitado de Izana, como Izana lo está de él.
Por ello es que cuando siente que el cuerpo se tensa y la respiración se le atasca, por lo cerca que están del orgasmo. Y se vuelven más ávidos en los últimos momentos, son vigorosos y afanosos, pero no les importa. Izana siente cosquillas, se siente en el jodido cielo hasta que se corre y Kakucho lo sigue. No sabe cómo soporta hasta el final, pero allí está, como si hubiera tenido una experiencia celestial, y no está lejos de la realidad. Jadea y cae flácido en el tatami, seguido del cuerpo del chico que se apoya en él. Están mojados y pegajosos, y es lo mínimo.
—Jodida mierda, fue mejor que en mis sueños —dice Izana, temblando como hoja de papel. Está tan satisfecho que su cuerpo se siente liviano y jodido, bien jodido.
—Tienes que contarme todo de esos sueños.
—No lo creo...
—¿Ni siquiera por que acabamos de tener sexo?
—No.
—Idiota. —Kakucho se hace a un lado, igual de agitado, colocando sus manos en su abdomen.
La niebla de placer se disipa, sin embargo, ninguno de los dos dice nada después de eso. Saben que ahora todo va a cambiar y lo más difícil que tienen de momento es limpiar. De verdad el abuelo los matara si se entera de lo que han estado haciendo.
¿Fin?
Sin comentarios JAJAJAJAJA.
BESOS EN LA COLA.
Gracias por leerme y sus votos, y su apoyo.
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