Cuenta regresiva: dos.
El cuarto día, Izana ya puede controlar mejor sus impulsos calientes, está listo para practicar con Kakucho. La noche anterior tuvo un entrenamiento intensivo viendo cosas asquerosas para tener mucho en que pensar; sus favoritos y los más asquerosos son los vídeos en donde extirpan el acné, vaya asco, aunque... es extrañamente relajante. Sacude su cabeza para sacar esas tontas ideas de su mente y se paró recto, colocándose en modo de pelea.
Hay una tenue tensión en el aire, es ligera y le crispa los nervios. Tal vez esté haciendo mal al seguirle los juegos a Kakucho, sobre todo cuando no puede dejar de comérselo con la mirada. Está dispuesto a asumir el riesgo.
—¿Hoy es el gran día? —pregunta Kakucho, sonando extrañamente sorprendido—, jamás pensé que llegaría el momento.
—No te hagas ilusiones, ¿Cómo te puede gustar tanto una paliza? —Izana rueda los ojos—, esto es una muerte anunciada. Que no se diga que no te tuve consideración.
—Me duele que pienses que soy débil —dice con una sonrisa.
—Buu, solo digo que no puedes conmigo.
—Entonces enséñame lo que has aprendido, y no te contengas.
Kakucho relaja sus músculos y no le quita la vista de encima a Izana. Limpia su mente y se concentra, tiene unos segundos antes de sentir el primer golpe: un puño limpio en el pecho. Pequeño o no, Izana es muy ágil. Esquiva el siguiente y se gira para lanzar la primera patada, pero solo consigue tambalearse y generar una desventaja que aprovecha Izana para mandarlo al suelo. El primer punto es para el mayor.
Izana alardea de su habilidad, con razón.
—Esto será pan comido.
—Todavía tengo tiempo —dice Kakucho, levantándose para seguir con el combate.
El karate es un deporte limpio y con una buena técnica se puede tomar la delantera, y eso hizo Kakucho, manda tantos golpes y patadas como puede en su actual posición.
Izana por otro lado, está confiado, no hay nada que Kakucho pueda hacer contra él, sin embargo, la cercanía, los roces y la presión de sus cuerpos, vuelve a ponerlo en aprietos más rápido que nunca. ¿Cómo es que alguien puede verse tan bien con movimientos bruscos y descuidados?
Cada que se acuerda que está en entrenamiento y no preparándose para follar, debe tomar distancia y parar; estar listo y volver a empezar. Sus piernas son gelatina en esos momentos, casi como si no quisieran colaborarle en su intento de entrenamiento. Y Kakucho nota lo distraído que está, porque se rinde a la mitad.
—¿Estás tratando de ser suave conmigo? —pregunta, molesto—, porque no me gusta.
—Claro que no, jamás haría eso.
—Empecemos de nuevo, dijiste que me darías la paliza de mi vida.
—Me preocupa ese nivel de masoquismo, Kakucho —se le burla.
Kakucho lo mira mal. Y lo mismo de antes vuelve a ocurrir luego de iniciada la segunda ronda. Izana no se concentra en lo absoluto, incluso deja que lo manden al suelo con una patada en la espalda y ese es el límite. Kakucho no lo soporta más.
—Vale, creo que deberíamos detenernos por hoy. El rey no está bien —Kakucho se da vuelta y comienza a caminar.
Izana lo detiene, con una queja:
|—Oye, no decides por mí y no me dejes con la palabra en la boca, lo odio.
Tarde, Kakucho lo mira de reojo y bufa, para luego irse de allí con largas zancadas.
Izana, boquiabierto, lo ve marchar y de repente, siente que su corazón se encoge. Lo ha arruinado muy feo. Lo sigue en la dirección en la que se va, y no fue difícil dilucidar en donde estaba. El final de la jornada está cerca y los miembros prontos irán a cambiarse en los vestidores. Izana se para a mitad de la puerta abierta y prepara la disculpa, de hecho empieza, pero a la mitad...
—Maldita sea, solo lo diré una vez, pero lo sien... —Izana tiene un corto circuito al ver que Kakucho se está deshaciendo de su uniforme. No es la primera vez que lo ve semi desnudo, pero si la primera que lo hace cuando está tan caliente.
Kakucho se quita lentamente el cinturón y la parte de arriba del uniforme, dejando al descubierto ese abdomen marcado que lo tiene al borde de la locura; los brazos firmes y las clavículas. Jadea en busca de un poco de aire para sus pulmones y enjuga el sudor de su frente y sien, también la baba de sus labios. Está tan desesperado.
—¿Qué decías? —pregunta Kakucho, dándose cuenta de su presencia. No lo miraba, solo estaba de pie al lado de su casillero, jugueteando con el resto de la ropa, como si decidiera si desnudarse delante de Izana o no.
Y en la mente del Kurokawa reverbera el: desnúdate, hazlo; no me dejes con las ganas. Se muerde la lengua con fuerza para no soltar todo.
—No... No decía nada, solo... ¿Por qué te vas así? —pregunta un tanto vacilante.
—¡Estoy harto! —finalmente explota el chico—. Eres un poco raro, lo sé, no obstante, esta semana has pasado los límites de mi paciencia. Pensé que éramos amigos y me confiarías todo lo que pasaba.
—No me voy a disculpar si es lo que quieres —Mierda, esa no es la frase. Si se va a disculpar. Es tarde para retractarse, sobre todo cuando Kakucho lo mira con furia.
—Entonces vete, mi rey. Con respeto, pero vete a la mierda. —Kakucho se quita furiosamente el pantalón y patea uno de los casilleros.
Izana se sobresalta por el repentino arrebato y suspira, nervioso. No era fácil admitir que se equivocaba, sobre todo cuando estaba tan colado por Kakucho. Era denigrante incluso para él, que normalmente tenía todo lo que quería.
—No me iré —dice con toda la calma que puede reunir.
Un Kakucho semidesnudo, santo cielo, se acerca a Izana y lo empuja contra el casillero. El golpe es suave, pero certero. Izana gime, impactado, e ignora la punzada de dolor en su espalda cuando las ranuras metálicas se presionan bajo sus omoplatos. Kakucho entonces se inclina hacia él, colocando un brazo sobre la cabeza de Izana y una mano al costado, dejándolo totalmente enjaulado. Y puede sentir la cálida respiración flotar alrededor, oler el perfume de su piel; ver cada gota del sudor que empapa su frente, contar cada pestaña. Los vellos de su nuca se erizan y traga saliva ruidosamente.
—Eres insoportable —sisea Kakucho tan cerca de su oreja que puede sentir el aliento en la punta.
Izana recuerda los vídeos, trata de pensar en cosas asquerosas: una anciana desnuda tal vez, una persona presumida, cualquier cosa. Lo único que hay en su cabeza es la imagen sensual de Kakucho, sus movimientos provocadores y el calor de su piel a centímetros de la suya.
—Y tú un idiota, y déjame en paz —trata de empujarlo lejos. Kakucho se mantiene allí como una viga de acero inamovible—, Por favor... —gime suavemente, llevando sus manos al pecho desnudo del chico. Lo sacude una larga corriente de placer por el mero contacto y lo suelta tan rápido, que parece que jamás lo hubiera tocado en primer lugar.
—¿Qué quieres? —pregunta Kakucho como si pudiera leer su mente.
Izana se atreve a levantar la cabeza y encontrarse con su mirada, esa mirada vidriosa y difícil de descifrar. Tiene ganas de decirlo, gritarlo, de rogarlo; pedirle una oportunidad de probar sus labios, de presionarse sobre él, sentir que también lo desean. Sin embargo, prefiere empujar a Kakucho lejos y salir de allí tan rápido como sus piernas temblorosas se lo permiten. Está jodido. Completamente jodido.
¡Buenas noches! Olvidé mencionar antes que no suelo escribir los fines de semana, jé.
Y mañana es el final de esto.
¡Gracias por leerme! de verdad, he recibido más apoyo con esta historia de lo que imaginé y me motiva.
Besos en la cola.
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