Natalia

Creo que subvertí mucho el viernes respecto a la ausencia de Tiago.

Pudo presentársele algún percance o emergencia y ni tiempo debió tener de avisarme, la verdad fui una completa egoísta y paranoica, pero si me sirve de excusa, es que necesitaba alguien con quien desahogarme, o con quien relajarme y que me hiciera olvidar todos mis problemas. Las puestas de sol son una perfecta terapia para eso, mas parece que quería a una persona que estuviese conmigo, y Tiago es mi reciente amigo y alguien con quien sí resulta relajarme y reír.

Esta semana me sirvió para estar a solas conmigo misma, y pensar en lo que es mi vida, con la cabeza fría. Sobre los maltratos que recibo, los insultos que ya no tolero y… Tiago.

Ese chico maravilloso que a pesar de haberlo tratado dos días me dijo cosas que me hicieron sentir que yo sí valgo, que sí puedo tener amigos, que no por culpa de alguien más que me causa mucho daño debo cerrarme a todo el mundo. Y lo más importante, que sigue existiendo gente buena en el mundo y… Que sí puedo importarle a alguien.

Ni siquiera le di la oportunidad el atardecer del lunes a Tiago de explicarse por su ausencia el día viernes. Debo reconocer que fui bastante impulsiva al decidir que no vendría más aquí.

Tal vez por mi impulsividad Tiago dejó de venir, pero aún tengo la naturaleza para disfrutar: a las aves para deleitarme con su canto, a la brisa para que peine mi cabello, a los rayos de luz que me hacen brillar, a las flores y árboles que me doy el lujo de contemplar. Aún tengo a mis puestas de sol. ¿Cómo siquiera se me ocurrió despreciar a este trocito de paraíso por una tonta paranoia?

En este momento estoy retornando del colegio a mi casa, con paso trémulo y retraído, pues ¿qué urgencia tengo por llegar a un lugar al que considero un infierno?

Y cuando me percato tengo frente a mí aquella placita, a mi refugio. Suspiro. Este lugar consigue traerme tanta paz, la calma que me es difícil encontrar lejos de aquí, me hace sentir bien conmigo misma.

Estoy tan sumida en mis pensamientos que no sé en qué momento vi a Tiago frente a mí.

—¿Tiago? —apenas alcanzo a pronunciar, anonadada; pues recibo un imprevisto y repentino abrazo que me deja más aturdida.

Pero al caer en cuenta que me está abrazando, me relajo, mis brazos lo aferran con brío y lo disfruto, lo hago muchísimo. Creo que era lo que necesitaba. La terapia perfecta. Me siento protegida entre sus brazos, como si nada malo me fuera a pasar estando allí. Así.

—Por favor Natalia, te lo pido. No te alejes de mi lado, ya no. Quédate conmigo.

¿Qué? ¿Escuché bien?

459 palabras