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The wild palms


En "Las palmeras salvajes" William Faulkner, nos cuenta un par de historias paralelas, relatando la lucha de dos hombres no sólo contra la naturaleza, sino también con el peso de sus decisiones Ash y Yut-lung parecen tener una posición clara sobre su situación actual, sin saber que la lluvia de problemas que se cierne sobre ellos, es sólo una introducción para un futuro tifón.

Ash pensó que, después del chasco inicial de su reacción ante la noticia de Eiji, estaba comenzando a llevar las cosas de mejor manera. Quizá sólo necesitaba soltar un poco de la frustración y miedo que le había causado escuchar una noticia tan inesperada como aquella, para poder continuar.

Eiji había sido muy paciente con él, de verdad.

—Sabes que la gente se divorcia por cosas así.

Comentó entonces, mientras colocaba los platos en la mesa. Eiji, quien venía con una gran olla de arroz pareció quedarse patidifuso por un momento, deteniendo su andar y mirándole como si hubiera crecido una tercera cabeza.

—¿Perdona?

Preguntó.

Ash, que ahora limpiaba los cubiertos –pues Max, quien amablemente se había autoinvitado a él y a Ibe a una cena en su casa, quien nunca había aprendido a utilizar los palillos con propiedad, los necesitaba- actuó como si no pasara nada, o como si no tuviera la penetrante mirada de su esposo sobre la nuca.

—Sólo digo—Se elevó de hombros ligeramente—Las amas y amos de casa de los que eras amigo te dirían que es una gran señal para divorciarte, el tardar tanto en aceptar la noticia de un bebé...

Pero no pudo terminar la frase, pues el sonido de un objeto impactando contra su nuca se hizo escuchar.

Ash parpadeó, y girando pudo ver el rostro de Eiji, nada complacido, sosteniendo un periódico envuelto de manera amenazante.

—No digas tonterías, Ash.

Sus mejillas hinchadas en un pequeño mohín. Ash tardó un segundo en reaccionar, solo para romper en una pequeña risa sardónica.

—Sólo digo.

Volvió a decir, ganándose que Eiji le rodara los ojos, pero riera un poco.

—Otra broma así y te enviaré a dormir al sofá.

Ash negó con la cabeza, dejando los cubiertos en la mesa, para luego poner una expresión claramente fingida de pena.

—¿Ya vez? Lo siguiente será que me pedirás que me vaya del departamento.

Esta vez lo que le cayó en la cabeza fue uno de los paños de la cocina

—¡Que ya basta!

Pero Eiji seguía riendo.

Ash se ganó un par de regaños extra, mezclados con "¡Eso es de muy mal gusto!" a los cuales respondía "Ah, ¡pero te sigues riendo!" antes de que terminaran de arreglar la mesa. Eiji había optado por preparar una mezcla de la cocina japonesa con los platos que a Ash más le gustaban, gracias a que había visto su claro estrés ante la visita no programada de su padre.

De verdad, Eiji a veces le tenía demasiada paciencia.

—¿Estás seguro que no te molesta el aroma?

Preguntó por tercera vez esa mañana Ash. Era ensalada de camarones con una guarnición de aguacate, algo de arroz blanco y salmón ahumado.

Eiji hizo una pequeña cara, esa mañana no había podido tocar el tempura que tanto le gustaba, terminando en una nueva visita al baño, sin embargo, ahora parecía estar mucho más tranquilo.

—Sí, seguro.

Le regaló una sonrisa, y Ash le devolvió el gesto con un apretón de manos. Justo a tiempo, porque tan solo quince minutos después, el timbre indicaba que habían invitados.

Cuando Max e Ibe llegaron, Ash esperaba un poco más de escándalo, debía admitir.

Max lobo –papá- nunca había sido conocido por ser particularmente sosegado con sus reacciones, así que Ash en serio esperaba que fuera a reclamarle tan pronto entrar. Sin embargo, por un momento pareció intentar apegarse más a la energía que emitía Ibe, que como buen beta –y adulto equilibrado- los saludó y se disculpó por la repentina visita, incluso había traído un poco de pastel, qué detalle.

"¡Es detalle de ambos!"

Le habría corregido Max, detalle que Ash eligió ignorar categóricamente.

La cena transcurrió de manera tranquila, con los cuatro compartiendo detalles de su trabajo, la mudanza e incluso una nueva exhibición que Ibe había logrado conseguir en el World trade center, para el cual quería pedirle ayuda a Eiji. Ash casi habría podido engañarse, fingiendo que aquella era una cena familiar como cualquier otra.

De no ser por un pequeñísimo e ínfimo detalle.

Si Ash Lynx había sido entrenado para mantener su esencia tan oculta que nadie fuera capaz de detectarlo, Max parecía haberse condicionado para siempre hacerle saber a la gente qué pensaba o sentía. Pues ni siquiera habían llegado al postre, y Ash podía decir que el comedor ya apestaba a alfa ansioso y angustiado.

Eiji e Ibe estaban haciendo un trabajo excelente intentando guardar un poco de cara por Max, fingiendo que no notaban que claramente gritaba que quería hablar del elefante en la habitación, pero Ash nunca había sido tan amable.

—¡Ya, viejo! — exclamó—Si quieres decir algo, dilo ahora. Eso y el subsecuente golpe a la mesa logró romper el delicado ambiente que se mantenía en el comedor.

—¡Ahh, no seas malcriado, mocoso!

Ibe intentó calmar los ánimos, sus necesidades de mediar cualquier tipo de conflicto entrando en acción inmediatamente, aparentemente, aún si solo fuera una de las tantas discusiones que Ash y Max tenían –y tendrían a futuro.

—Bueno, bueno, tranquilos. ¿Qué tal si nos calmamos todos con un poco de té? — sugirió—¿Eh? ¿qué dices Ei-chan?

Eiji, quien estaba más que acostumbrado a sus reacciones, solo sonrió un poco, poniéndose de pie y acompañando al otro japonés a la cocina.

Cuando finalmente estuvieron solos, Max se dejó caer por completo en la silla del comedor, suspirando y tirando su cabeza para atrás.

Ash bufó en respuesta, cruzándose de brazos y mirándolo con una ceja enarcada, como esperando algo.

Max podía sentir una vena en su cien a punto de estallar, había repasado la conversación que quería tener con Ash mil veces en su cabeza, y otro par junto a Jessica, quien había fruncido el ceño y le había intentado llevar por la dirección correcta.

—"A ver, escucha"—Le había dicho, mientras picaba el medio de su frente con su índice—"¿Recuerdas lo que pasó cuando le dijimos a mis madres que nos íbamos a casar, y que además estábamos esperando a Michael?"

Cómo olvidarlo, Max había sudado frío aquella tarde. Jessica había heredado la belleza de su mamá –una omega de nivel alto- y la fiereza de su madre- una alfa, del mismo nivel.

Aquella vez, Max no siendo más que un joven inexperto, pero empedernidamente enamorado había creído que la madre lo obligaría a arrodillarse y mostrarle el cuello por el mero atrevimiento de haber mirado a su hija.

Jessica parecía haber adivinado cual era el camino de sus pensamientos y antes de que pudiera seguir en su viaje al pasadizo del terror del pasado, se ganó un coscorrón.

—"No me refiero a eso, tonto"—Le reclamó—"Después de que casi rogaras que no te echaran de la casa"

Max no utilizaría la palabra rogar, per sé, pero cada quien.

—"Mi madre puede ser muy dura y brusca, pero sabía que yo era feliz."

Y, bueno, eso era verdad. Sabía que su suegra no era su fanática número uno, y que realmente hasta el día de hoy no era santo de su devoción, pero a pesar de todo y aún si creía que Max no podría llenar las expectativas de lo que ella esperaba para un esposo de su hija, confiaba en la decisión de Jessica. Y la apoyaba.

Justo como Max debería estar haciendo con Ash.

Suspiró.

Ash, frente a él, lo miraba como si estuviera listo para saltarle a la yugular. Max se rascó la nuca, vaya hijo problemático tenía.

Ja, se parecía a él.

Ash no era una persona que disfrutara de los actos e estrafalarios, muchas veces se lo había dicho, así como sabía que, si intentaba decir algo dulce, no conseguiría más que una mirada de molestia –o quizá vergüenza- y un montón de respuestas intentando hacer de menos el asunto, o burlándose de él.

Así que, en cambio, optó por la otra idea que también daba vueltas en su cabeza.

—¿En serio, un mensaje?

Ash pareció sorprendido un momento, Max continuo.

—Para avisarme del bebé. La gente normalmente hace fiestas para eso, ¿sabes?

Y no es que Max creyese que Ash era la clase de personas que realmente armarían una gran celebración para esa clase de anuncios, incluso su propia boda había sido algo pequeño, aun con las insistencias de Max de al menos hacerlo en un restaurante con jardín o un hotel, ya que Ash no era fanático de las iglesias y Eiji no era católico.

Empero, y aun sabiendo bien esto, Max aún deseaba que Ash pudiera vivir cosas así. Él era su padre, después de todo, y quería cosas bellas para su hijo. Recuerdos a los que pudiera ver hacia atrás en una o dos décadas, y recordar con añoranza.

Pero Ash nunca le dejaba las cosas fáciles.

—¿Una fiesta? Pero si es tan simple como presionar un botón.

Max suspiró, colocando su codo sobre la mesa y su mano ayudando a su mentón a descansar.

—Bueno, es una tradición. Se supone que es una sorpresa para la familia.

Ash frunció la nariz, claramente desentendido del tema, y Max sintió que su corazón punzaba.

—¿Por qué sería una sorpresa para el resto?

Claro, Ash no había tenido una infancia ni una adolescencia normal, y se notaba. Cosas tan mundanas y comunes para él, podían ser una verdadera incógnita para el joven lince.

Y, era doloroso de imaginar.

Para ese punto su aroma ya se había calmado, las olas de feromonas que parecían gritar que estallaría si no le daban uso de palabra completamente ocultas por una tranquilidad que solo utilizaba cuando intentaba escribir sobre los temas más duros que se le eran asignados, una que intentaba mezclar la calma con el entendimiento.

—Ay, ay—Negó un par de veces—No importa, a ti ni siquiera te gustan las fiestas—intentó suavizar—No puedo imaginarlos apareciendo en la cena con uno de esos suéteres a juego que dicen: "La distancia social falló, ¡Sorpresa! Bebé Callenrese próximamente agosto 2025"

La expresión de Ash fue un poema.

—¡¿Qué?!—Su rostro estaba colorado—Eso es de muy mal gusto, ¡incluso para ti! ¡Nunca haría que Eiji se ponga algo así!

Max solo pudo reír ante su reacción, moviendo una mano en clara señal de que estaba bromeando.

Ash bufó una vez más, pero los rastros de sonrojo en sus mejillas eran notorios.

Max optó por tomar un pedazo de pastel y llevárselo a la boca, el ambiente incómodo de hacía unos minutos ya había sido olvidado.

En cambio, le volvió a dedicar una sonrisa abierta y luminosa.

—¿Al menos harán una revelación de sexo? ¡Te podría ayudar con una de esas?

El rostro de Ash volvió a tener la misma expresión de hacía unos minutos.

—¿Una qué?

Dentro de la cocina, y una vez solos, Eiji e Ibe rieron con algo de nerviosismo.

—Lamento el escándalo—Le dijo Ibe, mientras maniobraba su camino dentro del lugar y buscaba la tetera. Aún si habían sido más de medio año que no veía a su mentor, Ibe aún parecía conocer perfectamente el departamento—Creo que Max de verdad quería un poco de tiempo a solas con Ash.

Eiji negó un poco, y sacó el juego de té tradicional que hubiera sido regalo de bodas por parte del fotógrafo.

—No hay problema, además si tengo antojo de un poco de té.

Ambos se mantuvieron en silencio un momento, mientras Eiji preparaba las hojas de té, e Ibe ponía el agua.

Cuando ambos dejaron de fingir que tenían cosas que hacer, giraron un poco, encontrando sus miradas.

—Ei-chan...

Empezó Ibe, y Eiji tuvo la necesidad de rascarse la mejilla. Por un momento quiso pedir perdón, como aquella vez que se quedó incomunicado durante casi un mes entero mientras Ash estaba atrapado en el instituto mental.

—Ibe-san...—Empezó—Lamento que se tuviera que enterar así.

La familia de Eiji siempre había sido de bajo perfil, en el pueblo de Izumo, no era como si resaltaran más que otros. Los únicos interesados en saber del embarazo de su madre, habían sido sus padres y sus cuñados.

Eiji no tenía de los segundos, pues después de aquella tan lejana visita a Cape Cod, nunca habían vuelto a hablar sobre Jim o su inexistente relación en la vida de Ash. Aunque a Eiji le gustaba pensar en Max y Jessica como verdaderos ocupantes de esa parte de su familia.

Y- en cuanto a los primeros...

—No te preocupes, Ei-chan—Aseguró. Pero Eiji realmente habría querido ser quien lo llamase para contarle la buena nueva, aunque en ese momento lo seguía procesando. Ibe era así de importante en su vida. —Pero...—Y esta vez la expresión del beta cambió por una un poco más contrita, como si hubiera algo que no se animara a pronunciar—¿Le has dicho a tus padres, Ei-chan?

En cuanto a los primeros...

La relación con sus padres, se había convertido en un terreno rocoso. Aquello no era cosa nueva, de hecho, había estado descendiendo por ese camino desde sus años de secundaria, cuando él se presentó y su padre cayó enfermo. La concatenación de eventos parecía haber desencadenado una reacción que había cambiado la dinámica familiar para siempre.

Empezando con su padre sintiéndose culpable por no poder cuidar de él, y Eiji intentando demostrarle que no lo necesitaba. Que era el mismo Eiji, quien, de hecho, debía cuidar de su familia ahora.

Parte de esa época era algo borrosa en su mente, demasiados sucesos ocurriendo al mismo tiempo. Ya no disfrutaba del salto alto como antes, e incluso había comenzado a pelear con su hermana por cosas que después se avergonzaría de admitir. Como que invitara chicos a casa.

Casi como si proyectara los miedos de su padre para con él, con su propia hermana.

Eiji no recordaba haber disfrutado realmente de sus años de adolescencia, lo que sea que eso debiera significar.

La verdad es que había sido infeliz, y mucho. Tanto que, estaba listo para renunciar a un deporte que le había traído más de una alegría a través de los años, y ni siquiera se sentía acongojado por ello.

Ibe lo sacó de ese círculo vicioso de tristeza solitaria, de esa monotonía gris en una ciudad pequeña, y le mostró un mundo lleno de colores y cosas nuevas. Haber llevado a estados unidos había sido toda una experiencia, y su actual vida allí también, era todo lo que él quería, y- aunque había recibido al menos un par de invitaciones por parte de su madre para que volvieran a Japón –al menos de visita- Eiji siempre parecía encontrar algo para decir que no.

Aún si hace seis años lo único que quería hacer era llevarse a Ash con él, el tiempo que hubiera pasado allí sólo después de haber sido baleado, había cambiado un poco su perspectiva.

Aunque siempre le reprochara a Ibe-san el decir que su aroma gritaba que tenía ganas de morir, lo entendía. Un poco. Por las miradas preocupadas que le daba su madre, y su falta de palabras para poder hablar con él diciéndole que pronto pasaría. O los silencios de su padre, cuando ambos tenían que ir al hospital por diferentes tipos de revisiones, que habían culminado en una explosión de ira el día que Eiji había manifestado ante el doctor que tan pronto le quitaran los puntos, y pudiera caminar- aun si era con ayuda de un bastón- pensaba regresar a los Estados Unidos.

Ese día había sido la primera vez que Eiji hubiera escuchado la voz de su padre tan alta, así como la primera vez que le hubiera escuchado usar palabras tan sonantes para referirse a alguien. O a su propio hijo.

La más cercana en entender qué pasaba con él había sido su hermana, que entre lágrimas le confesaba que se había arrepentido de darle ese amuleto, si era así como iba reaccionar a enamorarse.

Eiji había intentado ser conciliador, al menos un poco, con su hermana. Pues sus intenciones habían sido claras desde un inicio. Él quería regresar a los estados unidos, aún en contra de los mejores deseos de sus familiares.

Y durante al menos dos meses, había sido una batalla constante contra el silencio. Sing había sido lo suficientemente amable para comunicarse con él diariamente durante ese tiempo. Dándole actualizaciones sobre el estado de Ash, aunque incapaz de hacer que se comunicara directamente con él. Incluso le había ayudado a acelerar sus papeles para conseguir una visa mucho más larga, Eiji no se había molestado en preguntar si los métodos para ello habían sido legales.

Podía regresar, y era todo lo que le importaba.

Eiji suspiró, enfocando sus ojos cafés en los opuestos que le observaban.

—No...

Confesó, con un pequeño mal sabor de boca. Después de su partida de Japón por segunda vez, la comunicación con sus padres había sido escueta. Su madre le escribía a veces, un par de veces cada dos meses, para contarle cómo estaba su padre y de sus recaídas. Su hermana era mucho más constante con sus mensajes, y un año después de su boda, incluso se había disculpado por lo que le dijo sobre haberse arrepentido de saberlo enamorado. Su padre era, en cambio, otra historia. Creía que había recibido un mensaje cada seis meses, preguntando sobre su salud y su trabajo, lo estrictamente profesional.

Eiji sabía que ese era su padre intentando cerrar la brecha que se había creado entre ellos con el tiempo, pero no eran buenos intentos. Y, Eiji tampoco era muy proactivo a tratar.

—Ei-chan...

El rostro y la voz de Ibe-san cayeron un par de tonos, y eso sumado al cambio en el aroma del fotógrafo hizo que Eiji sintiera el estómago hacérsele nudos, y esta vez no por las náuseas.

—Sé que tengo que hacerlo—Aclaró, porque sí, lo haría, sólo que no en ese momento—Sólo que... quería esperar un poco más.

La idea de volver a estar "en paz" con su antigua vida era un poco complicada de imaginar para Eiji, no después de esas despedidas, no después de seis años.

La tetera sonó, e Ibe-san dio un pequeño salto en su lugar, presuroso por apagarla.

La sonrisa de Eiji intentó suavizarse entonces, como si el repentino ruido lo ayudara a disipar lo pesado del ambiente.

—Lo haré, lo prometo—Porque lo haría, no es como si pensara privar a su hermana de saber que sería tía en un futuro—Solo que no creo que haya una reacción muy positiva...

"De parte de mi padre"

Fue lo que quedó sin decir. Ibe se acercó más a él, tetera en mano, antes de pasar el agua al juego que Eiji ya había preparado.

—Eso no lo sabes...

Empezó, y aunque era verdad que Ibe-san había sido mucho más cercano a su familia en Izumo que él mismo en ese tiempo, también era verdad que Eiji sabía que durante un tiempo había sido persona poco grata en su hogar, ya que creían que él había sido el causante de su depresión, y espiral destructiva.

Aunque aquello no era cierto.

Ibe había sido el catalizador que le había recordado que sabía cómo volar.

Eiji le regaló una sonrisa, un poco más sincera esta vez.

—Bueno, no—Admitió—pero sabes que estaría muy decepcionado su nieto tiene un apellido americano...

Ibe frunció un poco el ceño, con expresión herida. Aún en Japón no era como si al casarse, o tener niños, los hijos de Eiji hubieran podido conservar su apellido. La política de los registros familiares era bastante estricta y engorrosa, así que incluso Eiji perdería su propio apellido. No es que a él le molestara, pero para su padre sería un constante recordatorio.

De que Eiji había escogido a un extraño antes que a su familia.

Al menos a sus ojos.

No sabía si los años habían calado en la cabeza dura de su padre, o si los constantes males de salud que parecían no querer abandonarlo como un círculo vicioso, sólo lo habían endurecido más.

Pero tampoco estaba seguro de querer volver a Izumo para averiguarlo.

La mano de Ibe se posó sobre su hombro, y sólo entonces Eiji notó que su mirada parecía haberse cristalizado un poco.

La sonrisa que tenía ahora en el rostro era mucho más conciliadora, y el abrazo en el que lo envolvió era cálido. Eiji enredó los brazos alrededor del cuerpo del beta, y se permitió ocultar el rostro en su hombro.

—No puedo decirte que hacer, o qué pasará si lo haces—le confesó, acariciando su cabeza. —pero ya eres un adulto, Ei-chan. Uno muy valiente y comprometido, sé que tomarás las decisiones correctas. Correctas para ti, eso es.

La garganta de Eiji se sintió cerrar un pequeño segundo, y después de reforzar el abrazo, se tomó un par de segundos extra para limpiarse los ojos, antes de que se aguaran.

Cuando al fin salieron de la cocina, con la bandeja de té lista, se encontraron con Max mostrándole videos a Ash en su teléfono.

—Espera, ¡¿Hay gente que causó un incendio forestal por esta tontería?!

El médico desechó los guantes, después de retirar el transductor del interior de Yut-Lung. La sensación había sido extraña, pero no es como si hubiera tenido demasiado tiempo para dejar a su mente divagar sobre aquello. En la pantalla del ecógrafo portátil que había llevado hasta la mansión, se podía apreciar una imagen gris, con manchones blancos.

"Ese es el bebé"

Le había dicho, deteniendo la imagen en una pequeña y apenas indistinguible bolita.

"Eso es un círculo"

Había dicho, casi por acto reflejo. Sin embargo, el cansancio de tantos días comienzo sólo para vomitarlo después, tenía a su cerebro funcionando a una velocidad un poco más lenta de lo normal.

"Es el saco amniótico, mi señor. El bebé crecerá a partir del mismo"

"Oh"

No había habido mucho más jaleó después de aquello, con el doctor haciendo un par de mediciones y tomando notas en un expediente.

Blanca, quien había insistido en quedarse a su lado durante el procedimiento, parecía distraído con uno de sus libros deprimentes, aún si era claro que dedicaba una mirada cada cierto tiempo, atento a las palabras dichas y escritas por el galeno.

Especialmente el tiempo de gestación, que de acuerdo a su medición debía estar en la cuarta semana.

Cuando terminó de tomar los datos, se giró hacia él. Parecía esperar una indicación, claro, Yut-Lung también lo había estado pensando en esos días.

Y, a pesar de todo, lo siguiente que salió de su boca, sorprendió a los dos presentes en la habitación.

—Entonces, ¿cuándo será la siguiente revisión?

Los ojos de Blanca, se abrieron un poco más, aún si sólo fue un segundo. En cambio, el médico fue mucho menos sutil con su sorpresa, balbuceó un poco, antes de cuestionar.

—¿Mi señor?

Preguntó, como si creyera que acababa de escuchar mal. Empero, Yut-lung no se amilanó.

—La fecha, para la siguiente revisión. No es como si pudiera ir a una clínica común. Y, ¿qué cosas debo tomar?

Le tomó otro par de segundos al doctor recobrar su compostura.

—El mes que viene... de momento, le dejaré vitaminas.

Yut-Lung luego admitiría que casi había podido ver los pensamientos del galeno correr a mil por hora detrás de sus ojos, pero en ese momento no era como si le hubiera importado. Blanca tomó la receta de manos del doctor, asegurándole que él se encargaría de que los hombres del señor consiguieran todo al pie de la letra.

Con un asentimiento, se fue, llevando consigo la gran máquina. No sin antes, entregarle una impresión de la hoja de manchones y líneas borrosas.

Cuando Blanca y él se hubieron quedado solos, Yut-Lung tardó un minuto entero en silencio antes de hablar, aún tenía los ojos fijos en la pequeña fotografía entre sus dedos.

—¿Ahora sí me dirás por qué viniste?

Sintió que Blanca se acercaba, mirándolo desde un lado de la cama, sólo entonces pudo enfocar sus ojos, había algo extraño allí, algo que Yut-Lung no quería reconocer como preocupación.

—Tenía un par de asuntos personales que atender.

Yut-Lung elevó una ceja de manera elegante, claramente no comprando ese vago intento de excusa, pero sabía que Blanca no era la clase de persona que fuera por allí ventilando sus asuntos.

—Vaya...

Dijo al aire, la mirada de Blanca aún estaba fija en la foto que descansaba entre sus dedos, y cuando el alfa pareció cansado del silencio, continuó.

—Así que cuatro semanas...

Y- el asunto era este.

Después de la muerte de sus hermanos, el escándalo con Foxx, así como su muerte y la muerte de Dino. Yut-Lung había comenzado a cimentar realmente su poder como líder de la mafia china, y de alejarse de lo que antes hubiera significado el apellido Lee. Y, con esta nueva hallada libertad, había llegado algo que Sing siempre le recriminaba con la mirada.

A Yut-Lung le gustaba tener sexo. O, al menos, lo que tener sexo lo hacía sentir. Al menos ahora, que era él quien escogía con quien podía encamarse. Lo hacía sentirse en control, lo hacía sentir que tenía poder. Sobre sí mismo y sobre su cuerpo. Además, por unos momentos, podía ver algo en los ojos de sus parejas, algo que le gustaba mucho.

—Uhum—Asintió, optando por guardar la foto en un cajón de la mesa de noche—Pero eso tú ya lo sabías, ¿no? Por eso insististe en quedarte.

Blanca le sonrió un poco, y se sentó a su lado en la cama. Yut-Lung sólo pegó sus piernas más a su cuerpo, como si sintiera la necesidad de crear distancia entre ellos.

—Hum, no es el primer omega en cinta que veo, mi señor, y soy bueno en matemáticas.

El mentado solo bufó, pero Blanca continuó.

—Aunque eso no me responde una duda a mí, ¿por qué no le dijo al médico que quería abortar?

Dejen a un hombre como Blanca tener semejante respuesta ante la noticia de que podría ser o no el padre de su cachorro.

—Creía que la respuesta era obvia. Porque quiero conservarlo.

El rostro de Blanca se volvió complicado, pero él se limitó a responderle solo con una sonrisa.

—¿Por qué...?

Preguntó, y de seguro era la pregunta que tanto el galeno como su personal se harían cuando lo notaran. Sólo que –además de Sing- sólo Blanca era lo suficientemente valiente como para preguntárselo de frente.

"No te parece inteligente"

Habría dicho, pues no era una pregunta. Sin embargo, no era necesario.

Yut-Lung lo entendía, aún tenía un gran número de enemigos, aún si estos habían disminuido con el paso de los años. El tipo de vida que tenía no era el mejor de todos, y más importante, se suponía que él no quería hijos. Blanca lo había visto lanzar un montón de contraceptivos al inodoro cuando aún tenía a Hua-Lung convertido en un muerto viviente gracias al banana fish.

"Así no tendría que cargar la cría de ningún viejo socio de mi hermano"

Le había dicho a Blanca, aun si él no había preguntado. Ni la de mi hermano- Aunque aquello último no lo había dicho.

Yut-lung ciertamente había repudiado la idea de tener niños durante toda su vida. Probablemente, desde que se había enterado que podía tenerlos, y en la clase de mundo en el que vivía o vivirían esos hipotéticos niños.

Empero...

En esos últimos días había comenzado a pensar, y a recordar. Los recuerdos de su madre estaban bañados por tonos carmesí, y por el sonido de gritos. O al menos así había sido durante las últimas décadas de su vida. La imagen de su madre sometida, violentada y posteriormente asesinada.

Sin embargo, algo había cambiado esos días. Quizá era la noticia, resonando en su cabeza. Aun si sabía la historia de vida de su madre, y que ella no era más que una niña también cuando lo había tenido, sus primeros años estaban llenos de recuerdos de manos suaves acariciando sus mejillas, y labios dulces llenando su rostro de besos.

A Yut-Lung le gustaba correr a través de los jardines en la mansión de su padre, buscando diferentes tipos de flores y presumir frente a su madre todo lo que sabía de ellas. Ella, a su vez, daría un par de aplausos y le felicitaría, estirando los brazos dejando espacio para que él pudiera acurrucarse bajo su mentón, donde estaba esa tan particular glándula omega que liberaba feromonas. Aunque, para un cachorro Yut-lung, sólo era el lugar especial donde su madre olía más como mamá, dejando que él y su ropa también, llevaran su aroma por muchas horas.

Un ritual de cariño entre progenitor omega y su cachorro.

Dentro del palacio de Hong-lung Lee, un gesto tan simple y natural le reafirmaba, al pequeño él, que su mundo era su madre, y el mundo de su madre era él.

La única persona que le había podido amar de esa manera. Y la única a quien él había amado, también.

Sus manos viajaron a su vientre plano, sus dedos largos tamborilearon un poco sobre el mismo.

—Porque quiero.

Respondió simplemente, con los ojos fijos y decididos puestos sobre Blanca.

En esos seis años, había buscado desesperadamente un poco de cariño, aunque él mismo se negara a aceptarlo. Creyendo encontrarlo en Sing, quien durante todo ese tiempo se había vuelto más que su mano derecha, sólo para ser rápidamente recordado, que el joven alfa se preocupaba así por todos.

Siendo ese todos, el idiota de Ash Lynx y su marido.

Cuando lo pensaba sentía una amargura nacer en la boca de su estómago, viajar hasta su rostro y volverse una expresión de fastidio. Cuando eso pasaba, también, era cuando más quería estar solo. Y, había sido uno de esos impulsos el que lo había llevado a la cama de Blanca.

El asesino se había preocupado por él, un tiempo, al menos. No había sido suficiente como para dejar atrás esa mal nacida lealtad que tenía por Ash, era cierto, pero aún era algo. O, al menos, eso le decía su cerebro.

"Al menos por un tiempo, fuiste importante para él"

Vaya patética excusa.

Ahora no lo necesitaba. No necesitaba las migajas de nadie.

No ahora que lo tendría a él.

—Creo que está cometiendo un error.

Blanca no vaciló en su tono.

—¡Ha!

A quién le importaba lo que él pensara, se dijo.

Esta era su decisión. Una que sería suya, una persona que de verdad sería para él. Un niño para el cual, él podría convertirse en la misma figura que su propia madre ejercía en su cabeza. Su lugar seguro.

—Entonces es bueno que no te haya pedido tu opinión, ¿Eh, Blanca?

El ceño del mentado se frunció un poco, pero no dijo más, al menos por esa noche. Despidiéndose con cortesía, e informándole que aún se quedaría en la ciudad.

Pero de nuevo, eso Yut-Lung ya lo sabía.

Sing llegó pasada la media noche. Si no hubiera sido él, de seguro ni siquiera lo habrían dejado pasar. Pero necesitaba encargarse de algunos asuntos y no había podido terminar antes.

Bajo el brazo, cargaba con una bolsa de productos que había conseguido de algunas tiendas del mercado chino, después de una larga charla en el teléfono con Nadia y pedirle que le repitiera el nombre de las hiervas unas tres veces. Uno era el té que le había comprado a Eiji días antes, pero después de comparar el semblante que tenía el joven con el de Yut-Lung, optó por un par más de cosas. Uno de los mayordomos de la casa se había comunicado con él esa mañana, informándole que su señor realmente no era capaz de retener la comida más de un par de horas antes de encontrarse de nueva cuenta en el baño, pero se seguía negando a llamar al médico.

Bueno, su reticencia había tenido que detenerse pues hacía una media hora habían hecho una llamada de emergencia, informándole que el doctor había tenido que regresar a la mansión y atender a su señor, quien había sufrido de un colapso.

Y como no, si según lo que le habían dicho a Sing, después de su revisión había seguido una ronda de vómitos que había durado casi un día entero.

Fue recibido por sendas reverencias del personal que seguía despierto, y cuando llegó al cuarto de Yut-Lung, vio su piel aún más pálida de lo normal, con una capa de sudor perlado en la frente y un par de bolsas bajo los ojos. De su brazo, salía una vía endovenosa, y el médico parecía revisar unas largas tiras de resultados.

—Con esto debería bastar para corregir su medio interno, mi señor.—Comenzó el galeno, pero al notar que Sing ya había llegado, cambió su foco de atención a él, explicándole lo peligroso de los vómitos y cómo podía afectar el cuerpo de su líder. Sing no era bueno con temas así, podía contar con los dedos de una mano las veces que había ido a un médico –más allá de necesitar puntos por aquí o por allá- sin embargo, intentó concentrarse y sacar toda la información pertinente del doctor. Uso un nombre que sonaba extraño, hiperémesis algo, que en términos normales –se enteraría luego al buscar- era demasiado y constantes vómitos.

Le dijo, además, que por la semana en la que se encontraba podía ser normal que se diera, pero que esperaba que con medicación constante esto se detuviera. De no ser el caso, estarían en problemas.

"A veces hay casos tan serios que la única manera de solucionarlo, es finiquitando la gestación."

Aquella declaración les había ganado a ambos que Yut Lung les lanzara una de su almohadas, aun si sólo había sido un susto, Sing se sorprendió de que aún tuviera fuerza para hacer eso. Acercándose a él y tomando sus manos, pidiéndole que no se moviera o terminaría sacándose la vía.

Esa reacción, sin embargo, le había hecho recordar la conversación que había tenido con Nadia. Esa que se suponía era para Shorter.

Cuando el médico se hubiera ido, Sing arregló las almohadas de Yut-lung, quien sólo parecía querer poder descansar. Sin embargo, había algo que Sing debía saber.

—Vas a conservarlo, ¿verdad?

Aun si la respuesta era obvia, Sing quería escucharlo de los labios del joven Lee.

Su interlocutor, por su parte, abrió un ojo a penas. Y Sing admiró que aún en una situación así, intentara colocar un rostro firme.

Cuando Sing tenía 14 años, encontraba particularmente insufrible al joven Lee. No es que lo odiara, y se lo había dicho muchas veces, pero sus decisiones siempre le traían problemas. Aún si parecía querer ir en contra de la tiranía de sus hermanos, terminaba cayendo en las mismas conductas.

Y había estado a punto de destrozar muchas vidas a causa de aquello.

Yut-Lung parecía creer que era la clase de persona que sabía esconder bien sus emociones, y Sing estaba seguro de que era así, hasta algún punto, pues había sido un peón en el juego de poder de los Lee por mucho tiempo. Empero, en todos esos años que llevaban conociéndose... le había visto llorar más veces de las que a ninguno de los dos les gustara, de seguro.

Así que quizá era que, a la gente no le nacía darse el tiempo de intentar leerlo, o tomar importancia a lo que leían. Pues Yut-Lung no era como Ash, de esos que era capaz de salir de una sesión de tortura con una expresión tan blanca que uno realmente cree que no siente nada, recibiendo un golpe en la mano o un gruñido si te atreves a acercarte a preguntar cómo está. Yut-Lung es de los que te alejarían mientras enrolla sus brazos alrededor de su cuerpo, o te lanza cosas sin miramiento alguno mientras te grita que te largues.

Ash y Yut-Lung, sin duda, eran como hermosas bestias salvajes. El primero un depredador herido que te espera en la oscuridad, dispuesto a mandarte al infierno antes de que puedas volver a tocarlo. Mientras que Yut-Lung, le recordaba a las presas que al verse acorraladas, arañan y atacan, listos para destrozarte de adentro para afuera.

O al menos, por fuera.

Pues Sing había sido capaz de ver un poco más allá en ambos casos. Uno sin querer, realmente, pues no era como si a Ash o Eiji les hubiera importado que él hubiera estado presente después de su huida de los hombres de Foxx. Y, con Yut-Lung, el beneficio de los años de servicio.

Y en el fondo, sabía que sólo eran personas que buscaban algo a lo que aferrarse.

Dioses, que hasta el día de hoy se sentía culpable por haberlo abofeteado en su momento.

—Creo que es muy obvio que sí.

En un pasado, Yut Lung lo habría echado de su habitación, recriminándole que solo era un niño y no debería meterse.

Pero, en ese tiempo, Sing realmente se había ganado su lugar como mano derecha. Cuando su trabajo mano a mano comenzó, no era como si Yut Lung hubiera contado con hombres de confianza. Y, Sing, terminó encajando bien en esa posición. Haciendo crecer su nombre en el barrio chino, y ganando más autoridad. Si antes había sufrido por la constante división de facciones tras la muerte de Shorter, y los continuos desplantes que algunos de sus hombres le hacían. Ahora eso no pasaba.

Se preguntaba si era porque se había corrido la voz de que él había tenido que ver con la caída de Foxx, o era que más gente comenzaba a respetar su autoridad realmente. A veces no quería saber la respuesta.

Además, también había comenzado a manejar un par de negocios relacionados directamente con el apellido Lee, aunque eso había sido después de cumplir 18 años. Poco a poco alejando un poco la carga de Yut Lung, tanto en sus círculos sociales como en los anillos del mundo del crimen organizado.

Podía decir que las cosas habían mejorado, bastante.

Durante su juventud, Shorter solía repetir que, a pesar de los rumores, su gente le debía muchísimo a los Lee. Ellos los habían ayudado. Cuando la mayoría de su comunidad apenas había puesto un pie en los estados unidos. Creando un territorio sólo para ellos, donde no tuvieran que temer al constante ataque sólo por haber nacido en determinado lugar. Les habían ayudado a sobrevivir.

Sing, en esa época creía que sólo eran palabras ridículas, aún si él tenía un gran amor por su patria y sus raíces, para hombres como los Lee, incluso ellos no eran más que simples peones remplazables. Sin embargo, ahora podía ver un poco a lo que Shorter se refería entonces.

Había más negocios, gracias a los préstamos que ellos podían hacer. Los negocios que fueran pequeños en su niñez, prosperaban. Incluso se habían creado algunas ollas comunes, donde se ofrecían a alimentar a cachorros de cualquier edad y a sus madres o padres. Sing agradecía mucho aquello, ya que sabía que no todos tenían una prima dispuesta a ayudar a alimentar a un montón de cachorros malnutridos, como lo habían sido gran parte de los hombres más cercanos a Shorter, y él mismo en algún momento.

Que Yut Lung le permitiera alargar su agencia sobre tareas que antes habrían sido solo suyas, le demostraba que de verdad confiaba en él.

Sing se acomodó, arrodillándose junto a la cama, estirando sus brazos y doblándolos sobre el borde de los cobertores, dejando que su cara descansara allí.

Esa posición era más cómoda cuando era más pequeño, pero aquello no lo detuvo.

—Te vez y hueles muy seguro.

Admitió con una sonrisa. Porque si bien en sus años de juventud, Yut-Lung era de los que ocultaban los cambios de su aroma con perfumes florales que atraían a la gente, la nariz de Sing ya se había acostumbrado a captar cuál era su aroma, y cuáles los aromas artificiales.

Yut-Lung se sonrojó.

—¿Quién te dio permiso para olfatearme?

Sing no pudo evitar reír.

—¿Qué? ¿Ahora debo pedirte permiso acaso? ¡Si toda la habitación huele a ti!

Dijo, antes de girar su rostro y señalar el cuarto, como haciendo énfasis en su punto. Hasta que sus ojos se encontraron con algo.

Un libro, descansaba en la mesa de la habitación.

Se puso de pie y avanzó hasta él, tomándolo entre sus dedos.

—Sing-

"Adiós a las armas"

—Y- esto... ¿qué es?

El libro tenía un ligero aroma a arena. No era de Yut-Lung.

El mentado solo suspiró.

—Creo que es obvio, quién es el único que lee cosas así.

Los ojos de Sing brillaron con entendimiento.

—¿Blanca? ¿Qué hacía ese hombre aquí?

¿Acaso había ocurrido algo?

Sing enfocó a Yut-Lung, quien solo se había hundido más en la cama, y ahora tenía una expresión fastidiada. Incluso su aroma había cambiado. Parecía molesto.

—No lo sé—Puntuó—Dijo que había venido de visita, quizá deberías preguntarle a tu amiguito, el lince.

Sing suspiró, dejando el libro a un lado y volviendo al lado de la cama del omega.

—Vamos, no pongas esa cara. ¿En serio no sabes que hace aquí?

Yut-Lung era el amo de la información. Si no sabía que hacía una persona en Nueva York, era sólo cuestión de tiempo hasta que sí lo hiciera. Sin embargo, por la expresión en su rostro y la manera en la que su aroma parecía indicar clara molestia, Sing entendió que no obtendría respuestas, al menos no esa noche.

—Bueno, bueno, no importa—Dijo en camio—Mira lo que te traje.

Tomó la bolsa del suelo, y recordó las palabras de Nadia una vez más.

Que lo apoyarían, en lo que decidiera.

—¿Qué es eso?

Cuestionó el omega, con una ceja enarcada.

—Para tus nauseas. No te los daré esta noche, pero mañana antes del desayuno debería estar bien.

Yut-Lung le dedicó una mirada incrédula.

—¿Qué acaso piensas quedarte?

Sing rodó los ojos.

—Claramente. Ya sé que anoche no dormiste nada por andar vomitando, necesitas quien te ayude.

—¡Claro que no!

Sing bufó, usando su índice para golpear delicadamente la frente de su jefe.

—Sí, sí. Lo que digas. Iré por algo de comer, que no cené, y regreso. ¿Está bien? No es malo pedir que alguien te cuide, lo sabes, ¿no?

Y, con eso, se dispuso a abandonar la habitación con camino a la cocina. Aunque su mirada ya no estaba sobre el omega, pudo captar el ligero cambio de aroma en la habitación.

Había regresado a ser dulce. Como la felicidad.

Y, si se hubiera molestado en girar el rostro, incluso habría sido capaz de notar el sonrojo que ahora daba algo de vida a las pálidas mejillas de Yut-Lung.

Ash se sentía nervioso. Durante toda la mañana había estado mentalizando que ese día, debían ir a la consulta de Eiji, y aunque había ayudado un poco a amilanar el nudo que se había formado en su estómago, aún sentía el peso extra en el vientre bajo.

Nunca había puesto un pie en la clínica, no realmente, más allá de saber en qué avenida se encontraba. Y, eso era algo que se reprochaba diariamente.

—Ah, es aquí.

Dijo Eiji sonriendo, y Ash sólo se limitó a colocar su brazo sobre sus hombros, pegándolo más a su lado.

—Está bien, entremos.

Fueron saludados por un par de guardias de seguridad, un alfa y una beta, por lo que la nariz de Ash le decía. Eiji enseñó el papel que demostraba que había agendado una cita previa, y Ash intentó ignorar la clara mirada de sorpresa que la guardia le dedicó.

Como si necesitara más recordatorios que Eiji nunca venía acompañado.

El lugar era enorme, más que la primera vez que lo hubiera investigado hacía tantos años. El consultorio del doctor White estaba en el tercer piso, los lugares para pagar y farmacia para recoger prescripciones en el primero.

El lobby ya estaba lleno de decoraciones navideños, con sendas imágenes de renos, duendes, y uno que otro santa en las ventanas. Además de cigüeñas con gorros navideños.

El ascensor se abrió, y de este salió una pareja con un pequeño cachorro que no parecía tener más de un par de días en brazos, detrás de ellos, un hombre con una pequeña que debía tener al menos cinco años, y por el sonido de su continua tos, una fea infección de garganta.

Ash elevó una ceja.

—Creía que esta era sólo una clínica obstétrica.

Y que todos los pisos eran para internación de embarazos de riesgo, o para cesáreas programadas.

—Ah, lo es. O bueno, lo era. Hace un año se abrió una sala pediátrica, además de que aumentaron el espacio para los bebés, algunos necesitan quedarse un tiempo luego de nacer.

Vaya, genial. Un lugar lleno de omegas y cachorros. El estómago de Ash dio una pequeña vuelta, que él intentó ignorar mientras colocaba el piso que quería en el ascensor. Ash no era bueno con omegas, su pandilla nunca había tenido uno –antes de Eiji- Y, mucho menos con grandes grupos de niños, ya que la última vez que había estado rodeado de tantos, no había sido en las condiciones más agradables.

Él adoraba a Skipper, y cuando intentaba molestar a Max le repetía que Michael era una de las únicas pocas cosas buenas que había hecho. Pero eso sólo funcionaba cuando él tenía el control de la situación.

Skipper había sido su protegido. Y, Michael, casi un hermanito menor.

Aquí, sólo eran un montón de extraños.

La línea de espera para la cita con el doctor no era muy larga, además de ellos sólo había dos parejas, un par de chicas –alfa y omega- que no dejaban de hacer sonidos de emoción mientras ambas ponían las manos en el vientre abultado de la más pequeña. A su lado, un chico de aproximadamente la misma edad que ellos, con el vientre imposiblemente más grande aún, y una pareja que parecía entrar en pánico buscando un papel dentro de su carpeta, mientras el cansado omega le decía que no se preocupara, de seguro les daban una copia.

Y, ambos omega, con una sutil pero muy clara marca en el cuello.

Ash solo presionó más su agarre en el cuerpo de Eiji, haciendo que este le dedicase una mirada algo confundida.

—A- ¿Christopher?

Preguntó, y Ash podría haber reído ante el desliz de lengua de su esposo, pero optó por besar su frente en cambio.

—Nada, sólo quería tenerte cerca.

Eiji no protestó, dejando su cabeza descansar contra el hombro de Ash por los siguientes quince minutos que debían esperar.

Ash había escuchado del doctor Jonathan. Eiji le había comentado de sus preguntas y sus interacciones después de cada cita médica. También estaba seguro de que él no era santo de su devoción, pero, ¿no se suponía que los médicos debían mantenerse profesionales?

La mirada que le dedicó tan pronto entraron al consultorio, fue todo menos sutil. Aún si no duró más de unos segundos. Sorpresa, reconocimiento, e ira.

Vaya, nada mal para una primera impresión.

—Señores Winston, buenas tardes—les saludó, con los ojos deteniéndose un poco más de lo debido en Ash—Christopher, ¿verdad?

Preguntó, como si tuviera que corroborarlo. Ash le regaló la mejor de sus sonrisas fingidas, estirando la mano y tomando la del galeno en un apretón que distaba de ser amigable.

—Exacto.

El doctor hizo un par de preguntas extra, más que nada dedicadas a Eiji, le pidió el folleto y la tarjeta que Ash había leído y releído la noche anterior, y comenzó a escribir en la historia clínica.

—Ah, sí, no se preocupe. Las nauseas matutinas son normales en esta época del embarazo. Deberían comenzar a pasar en unas semanas, su cuerpo se está acostumbrando al cambio hormonal...

La mirada del hombre se posó un segundo de más en Ash después de decir aquello, pero él intentó hacer como si no lo hubiera notado.

—Bien, necesito que lleve esta orden al laboratorio, por favor.

Dijo, esta vez dirigiéndose explícitamente a él, al tiempo que le tendía una larga hoja con muchos ítems subrayados y una rúbrica descuidada al final.

Ash escaneó el papel un momento, y aunque la idea de dejar a Eiji allí solo no era agradable, terminó accediendo.

El lugar era amplio, realmente. El laboratorio estaba en el último piso, y mientras hacía su camino a través de las escaleras, pues no tenía muchas ganas de compartir espacio en el ascensor, se dedicó a leer exactamente qué le habían pedido a Eiji.

Eran exámenes de rutina, claramente. Las diferentes series en sangre, perfil hepático, perfil lipídico y...

Oh.

Ash reconocía esas siglas.

Era una batería de enfermedades de transmisión sexual.

Mordió su labio sin querer.

Cuando apenas había comenzado a salir con Eiji, y sus contactos no pasaban a más de besos e identificar sus cuerpos a través de la ropa, de vez en cuando, Ash tenía algo constantemente en la cabeza. Si bien no le había importado en el pasado, o al menos no lo suficiente como para hacerse revisar, esta vez no era sólo por él.

Así que, de seguro Max no se sorprendió mucho cuando le había pedido de favor, que lo ayudara a conseguir un examen de VIH. La historia de vida de Ash no era secreto para el periodista, ni las cosas que le habían hecho en su infancia, o mucho menos en sus años con Golzine. Max había intentado no hacer un gran alboroto del asunto, aunque Ash había podido notar la clara preocupación en el rostro del viejo durante su trayecto y tiempo en la clínica.

—"¿Acaso haz tenido alguna molestia, Ash?"

—"No"

Sus respuestas habían sido cortantes, al salir de allí y enterarse que, si bien el examen rápido había salido negativo, la verdadera prueba de ELISA no estaría lista sino hasta en cuatro días. Habían solicitado una estandarizada, y una manual.

—"Entonces..."

Ash no había tenido las ganas de responderle, así que no lo había hecho. Si se tratara sólo de su salud, probablemente no le había puesto la mitad del empeño. Pero aquello, también afectaba a Eiji. Ash recordaba que ni siquiera había podido comer bien durante el tiempo de espera, y aún después de recibir todos los resultados con un gran sello azul que decía NEGATIVO, había tenido la necesidad de repetir las pruebas un, dos, y tres veces más. Sólo para estar seguro.

Si a causa suya, Eiji hubiera terminado infectado con algo, Ash nunca se lo hubiera perdonado.

En el laboratorio lo recibieron con una sonrisa, recibieron su orden y después de ingresar algunos datos en la computadora le dijeron que un técnico iría a por la muestra.

Cuando regresó al consultorio, ya había personas nuevas esperando su turno, Ash los ignoró y tras llamar un momento a la puerta, entró.

Eiji ya estaba en la camilla, y el doctor parecía explicarle cómo es que se iba a realizar el procedimiento.

—Ah, Christopher.—lo llamó su esposo, y Ash no pudo evitar fruncir un poco el ceño al ver tanta maquinaria. Aunque sabía que era sólo una ecografía.

—Fabuloso, llegó justo a tiempo.

La explicación se volvió algo para los dos, y aunque Ash intentó buscar cualquier signo de molestia o incomodidad en el rostro de Eiji, no encontró ninguno. Se colocó en posición y tras preparar el equipo, colocó el transductor dentro de Eiji.

La mano de Ash fue apretada con fuerza, y él le devolvió el apretón, bajando un poco su cuerpo y observando junto a su esposo la imagen que les regalaba la pantalla del ecógrafo. En un inicio todo era oscuro, un montón de manchas generadas por las ondas que apenas podían definir un útero, y entonces...

Entonces.

Allí estaba.

No podía medir más de cinco milímetros, pensó Ash, cuando el doctor congelaba la imagen.

—Ah, aquí está el saco, ¿lo ven?

Señaló, como si intentara iluminarlos.

—Es muy...chiquito.

Puntuó Eiji, y Ash dirigió su mirada hacia él con prisa. Más que emocionado, parecía realmente sorprendido. Como si su mente intentara procesar que esa pequeña habichuela frente a ellos era, de hecho, un bebé.

Su bebé.

Ash continuó observando la figura frente a él, lo hizo mientras el médico explicaba un par de cosas que parecían de extrema importancia, lo hizo mientras la foto del recuerdo de la ecografía se imprimía, y siguió haciéndolo mientras ayudaba a Eiji a vestirse.

Sintió el nudo de su estómago hacerse aún más apretado, junto a la recalcitrante voz en su cabeza que le repetía que, "¿en serio eso es todo? ¡No has dicho ni una palabra!"

Ni una palabra. Pero es que, en realidad, no es como si tuviera algo que decir. Ash notó, entonces, que no sentía mucho de nada. No sabía si aquello era bueno, o malo. Había sido una sorpresa, aún si sabía en teoría lo que estaba allí. No sentía la felicidad desbordante que suponía los –buenos- padres debían sentir, pero tampoco sentía asco, ni mucho menos.

Era un montón de...

Nada.

¿Era eso?

¿De verdad era eso lo que tenía?

Respiró hondo. Y observó el rostro de Eiji, quien lucía bastante tranquilo. Él tampoco había tenido una reacción realmente exagerada. Ash había escuchado que algunos omegas incluso lloraban al saber que había algo dentro de ellos, pero Eiji lucía tan sereno como hacía unos momentos.

Y Ash estaba seguro de que Eiji sería un excelente padre, así que quizá, "nada" como reacción, no era tan malo.

El técnico de laboratorio llegó, tomando la muestra de sangre de Eiji en un santiamén, y Ash debió recordarse el no afilar la mirada solo por ver un objeto corto punzante cerca de su marido.

El resto de la cita transcurrió de manera tranquila, el doctor terminó de llenar un montón de formularios, peso, talla, cosas que Ash suponía eran básicas para saber. Completó los datos en una nueva cartilla de color borgoña, y se las dio con una fecha escrita.

Sin embargo, cuando ya debían retirarse, el doctor lo llamó, pidiendo hablar con él un par de minutos.

—¿Está seguro?—Preguntó—No quiero hacer esperar a las demás parejas.

El galeno negó un poco, asegurándole que sería rápido.

Ash normalmente habría mandado al diablo a cualquiera que quisiera hacer mal uso de su tiempo, y sabía que esa conversación no iba a ser agradable. Sin embargo, eso era algo que Ash hacía, Christopher al parecer no podía gozar de las mismas libertades.

El doctor lo miró con ojos severos, a través de unos lentes de montura fina.

—Señor Christopher, me alegra que haya venido, ya tenía tiempo de querer conocerlo.

"¿Ah, sí?"

Habría querido preguntar, pero entendía que era mejor mantener la cordialidad.

—Sé que quizá no tengo el derecho de decirle esto, pero quisiera que tome mi opinión profesional con un grano de sal—Sus ojos se fijaron contra los propios, y Ash, aún con ese estúpido disfraz que era su identidad de civil, le mantuvo la mirada—El embarazo es un proceso que se lleva en pareja, para mejores resultados. Aún si es sólo una persona quien carga con el niño, quisiera que entienda que tiene que apoyar a su marido.

El hombre buscó en su escritorio, y de allí sacó un folleto nuevo, no se parecía a los muchos que le había dado a Eiji en los años que asistía al consultorio, ni siquiera a los que le daban ahora que estaba en espera.

Parecía dirigido directamente a Alfas.

—Y no me refiero a sólo de manera monetaria, o emocional...¿Lo entiende?

Claro. Ash lo sabía.

El médico había usado parte de la consulta para mirar de manera nada sutil el cuello impoluto de Eiji.

Eso es algo que ya le había causado más de una amargura antes, y muchos malentendidos. Gente que creía que Eiji era un omega viudo, por la presencia de anillo en el dedo y la falta de marca en el cuello, o que había algo extraño ocurriendo en medio de su matrimonio. Una vez, incluso, lo habían llamado al trabajo de su esposo para corroborar si de verdad estaban casados, y que no era una artimaña para conseguir el pasaporte americano o algo así.

Ha, ridículos.

Ash sintió el dolor de cabeza comenzar a formarse en la base de su nuca, el día ya había sido lo suficientemente largo como para querer tener esa conversación justo ahora.

—...Sí.

Se limitó a decir, intentando lucir afligido.

—Eso espero. Nos vemos en la siguiente consulta.

Ash bufó.

Cerró la puerta tras de sí y escuchó el nombre del nuevo paciente. En las bancas, Eiji ya lo esperaba, poniéndose de pie tan pronto lo vio salir, preguntándole qué había pasado.

Ash le sonrió de manera reconfortante, acariciando su mejilla con dulzura.

—Nada mi amor, sólo la clásica charla, de que al menos en estos meses debería dignarme en venir aquí contigo.

Bueno, esa era una verdad a medias.

Eiji era un haz al notar sus mentiras, y estaba casi seguro de que sabía que no le decía todo, pero no presionó. Acercándose a sus labios, y dejando un casto beso en estos.

—Está bien, vayamos a casa ahora.


.

La noche cayó, encontrándolos a ambos acurrucados en el sofá de su sala, el televisor pasaba una vieja película del oeste, de esas que eran en blanco y negro. Eiji ya se había dormido hacía un rato, después de negarse a comer la cena, asegurando que si lo hacía lo mantendría despierto toda la noche a un lado del inodoro.

Ash solo se había reído y le había dicho que bueno, tendría que conformarse con un poco de pan blanco y ya.

La respiración de su marido era acompasada, y su rostro subía y bajaba al ritmo de la suya propia.

Sus dedos jugaban con su cabello, y Ash se permitió inspirar profundamente, inhalando el aroma de Eiji.

Era tan suave y reconfortante. Olía como a casa. Era el aroma favorito de Ash.

Sus brazos se enredaron con cuidado alrededor del cuerpo de su esposo, presionándolo con un poco más de fuerza a sí, dejando que su nariz viajara hacia el cuello de Eiji, deleitándose con el lugar donde el aroma era más fuerte, dejando un par de besos inocentes, que más que una carga de pasión, tenían tintes de adoración.

Ash amaba el aroma de Eiji. Y, sí, también amaba su cuello. Pero eso no quería decir que tuviera la intención de morderlo.

—Te amo...

Susurró con voz queda, y cerró los ojos, queriendo olvidarse al menos por un momento del folleto que aún descansaba en el bolsillo de su abrigo. Uno que hablaba de la importancia del equilibrio hormonal y el papel de las hormonas alfa que se trasmitían a través de la mordida durante un embarazo omega.

Notas finales: Dividí la historia en tres partes a partir de ahora, para poder ayudar a guiarme con algunos puntos especiales que quiero tocar :'v yo juraba que iba a ser más corta, pero parece que no. Chispas. ¿Debería reducir lo que escribo? quizá Uu

Esta historia sigue la fecha del estreno de BF actual, osea 2018, así que el año en el que transcurre esto es 2024- ish, seis años después. Por eso los cálculos de Max.

El video que le muestra Max a Ash es sobre esas fiestas de revelación de sexo, y que una pareja de hecho causó un incendio forestal en la suya, perdón, no aguanté las ganas de esa referencia lol.

Si de por si este capítulo ya lidia con contenido quizá un poquito más sensible –aún si es sólo en menciones- creo que los demás serán similares, así que cuidado con eso. ¡Gracias por leer!

Capítulo siguiente: At your age.

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