The laughing man
En el hombre que ríe, Salinger habla de la inocencia, el escapismo, el cambio y la maduración. Y, aun cuando ambos creían haber tomado una decisión consiente, Ash y Yut Lung comienzan a notar que pequeños conceptos que, en la inmensidad y vacuidad de la mente parecen tanto intangibles como inofensivos, pueden ser realmente aterradores una vez materializados.
Había regresado al departamento muy entrada la madrugada, después de una larga caminata en la cual había intentado calmar el frenético hilo de sus pensamientos, así como su propia esencia, Eiji dormía después de todo y no quería alterar su sueño –que muchas veces quedaba corto por las náuseas matutinas- por algo como una conversación con un viejo idiota.
Sus manos estaban heladas, lo mismo con su nariz y la punta de sus orejas. Se cambió lo más rápido que pudo, intentando no hacer ruido, y una vez dentro de la habitación se quedó parado junto a Eiji, observando su sueño.
Había hecho eso varias veces, aunque antes era desde su propia cama, sintiendo que ese par de metros que los separaban bien podrían traducirse en un océano de lejanía, y aun si alguna vez había deseado silentemente el poder solo estirar los brazos y pedir algo de confort para lo que sea que lo estuviera carcomiendo, nunca había podido hacerlo.
Ahora sólo tenían una cama, y los brazos de Eiji estaban a su disposición cada que los necesitara, o quisiera.
Tragando en seco, levantó las sábanas y se acurrucó a su lado, intentando que algo del calor del cuerpo de su marido viajara al suyo propio. El sueño lo invadió con facilidad, de la mano del aroma familiar y hogareño de Eiji. Aunque, antes de entregarse por completo a la inconciencia, sintió como los brazos de Eiji se aferraban con más fuerza a su cuerpo.
Ah.
No estaba dormido.
Ash luego agradecería que aquella noche hubiera sido una de las pocas de descanso absoluto, de esas que solían venir sin sueños de ninguna clase, porque lo que le esperaba en la mañana, iba a requerir de toda su energía y buena disposición.
En su teléfono había varios mensajes, hablándole sobre un nuevo artículo en el cual tenía que trabajar, otros tantos de Max preguntándole si a Eiji le había gustado la comida, y para coronar, un mensaje de Blanca.
No era un número agendado, pero ya no debería sorprenderle que el entrometido hubiera podido averiguar su número.
Ni siquiera se había molestado en abrir el mensaje, esperando que, si no lo miraba por unas horas, cualquiera fuera el juego que Blanca jugaba se detuviera al menos un momento.
Ese día era la segunda cita con el ginecólogo, y aunque Ash había querido lucir un poco más entusiasmado que la última vez, no pudo evitar mostrar lo molesto que estaba durante toda la mañana.
No es que hubiera sido adrede, de hecho. Todo lo contrario. Se había esforzado específicamente para no causar posibles sospechas en su esposo, cosa que, había demostrado no ser tan efectiva como en el pasado.
O, quizá, sólo era que Eiji se había vuelto mucho más directo al momento de enfrentarlo, y decir lo que tenía en mente.
Pues, mientras tomaban el desayuno, no dudó un momento en preguntar por qué había regresado tan tarde anoche.
Ash casi se había atorado con su propio café.
Los ojos de Eiji lo examinaban, si bien no había ningún atisbo de enojo, ni de prejuicio, Ash podía notar que sí había preocupación.
—Blanca vino a verme—Respondió, y la sorpresa en el rostro de Eiji no fue pequeña, después de todo, realmente no lo habían visto o sabido nada de él desde el día de su boda. Más allá de alguna postal donde el alfa sólo parecía presumir que conocía su dirección, más que contándoles algo de su vida.
—¿Blanca?— Cuestionó, su expresión cambiando a una de genuina sorpresa. Y, Ash no sabía si aquello era bueno o malo, pues Eiji siempre había parecido tener esta idea extraña sobre él y Blanca, colocándolos lado a lado, como aliados.
Eiji incluso había llamado a Blanca amable, alguna vez.
—Uhum—asintió, colocándose un pan en la boca. Eiji elevó una ceja, y continuó.
—¿Y por qué? ¿Ocurrió algo?
Eiji se había vuelto realmente bueno leyendo a Ash, una destreza que había logrado desarrollar con los años, así que Ash sabía que mentir nunca era una buena idea. Se mordió los labios, y optó por una media verdad.
—No me lo dijo—su rostro se relajó, y se maldijo por un momento—Al menos no directamente. Quería saber cómo estaba yo, cómo estábamos nosotros. Pero no sé si alguien lo ha contratado para algo, y eso me estresa.
Eiji, quien parecía analizar su rostro con cuidado, volvió a preguntar.
—¿Por qué?
Esta vez el rostro de Ash si mutó, una expresión de ligero fastidio se dibujó en sus facciones.
—¿Cómo que por qué? Su presencia nunca trae cosas buenas para mí.
Y al parecer había algo muy cómico en su rostro, pues Eiji le devolvió una risa ahogada mientras se metía un poco de arroz a la boca.
—Pero si lo invitaste a la boda. —Le recordó, y Ash habría querido rodar los ojos.
—E intentó seducirte media hora antes de la marcha nupcial, ¿eso te parece de buena gente?
La risa de Eiji sólo se hizo mucho más clara.
—¡Claro que sí! Eso era solo una broma.
Ash solo pudo sentir sus mejillas arder, mancillando el pedazo pescado que tenía frente a él con un tenedor.
—Broma o no—empezó, metiendo un pedazo en su boca—Sólo quiere molestarme.
La risa de Eiji terminó por morir en sus labios, y sus dedos limpiaron las pequeñas lagrimillas que se habían formado en la comisura de sus ojos.
—Ash...
Dijo Eiji, después de un rato, cuando el fragor del momento ya se hubiera terminado.
—Creo que Blanca se preocupa mucho por ti—Dijo, con una sinceridad que hacía que algo extraño se estirara dentro de Ash, como una gran cuerda que iba desde su pecho hasta la base de su estómago—No me sorprendería que sólo quisiera venir a verte, pero - ¿de verdad no te dijo nada más?
Los ojos de Eiji estaban fijos en los suyos, cándidos y claros. Y el sentimiento en el estómago de Ash sólo se hizo aún más profundo, al tiempo que su mente parecía racionalizar lo que su esposo le decía ahora.
Pues, en su propia y retorcida manera, de verdad parecía que Blanca siempre estaba pendiente de sus mejores intereses. Cuando fuera su alumno, durante la batalla con Golzine, e incluso ahora.
Apretó los labios, inhalando profundamente.
—No...
Terminó por sentenciar, ganándose un pequeño asentimiento de Eiji, quien se disculpó para comenzar a lavar los platos y preparar todo para la visita al médico.
Ash, por su parte, dejó que sus ojos se mantuvieran un tiempo más en su taza a medio terminar, el café ya estaba frío, y podía ver el reflejo de sus ojos devolverle la mirada.
Las palabras de Eiji, mezcladas con las de Blanca resonaron en su mente, y se obligó a sí mismo a cerrar los ojos con fuerza. Sin importar lo que su maestro dijera, o por mucho que creyera conocerlo, más de una vez ya había probado estar equivocado.
Ash lo sabía.
No iba a dejar que sus comentarios sacaran lo peor de él.
Yut lung escuchó el repiqueteo del zapato de Sing contra el piso, y tuvo que contar hasta diez para no pedirle que se detuviera.
—¿No te parece que está tardando demasiado? —Cuestionó el joven alfa mientras observaba a través de las ventanas, por tercera vez en esa hora—Creía que tu cita era hace media hora.
Un suspiro abandonó sus labios, mientras frotaba sus sientes con la mano que no tenía la vía. Era hora de la medicina, y para ese punto su propio personal ya estaba más acostumbrado a administrarla, lo cual también era mucho más cómodo para él, ya que le ahorraba el tiempo de esperar a una enfermera o un técnico.
A su lado, uno de los mayordomos que más tiempo había pasado con él desde su ascenso al poder, cerraba con cuidado la llave de triple vía.
—Me dijo que esperara a que me administraran esto—señaló su muñeca como quien no quería la cosa, pues esa mañana se había levantado sintiendo que su cuerpo odiaba no sólo cualquier olor que se atreviera a asomarse a su habitación, sino también la mera idea de la comida—Así que le pedí que llegara un poco más tarde, lo creas o no, no soy muy fanático de que la gente me vea vomitando mis entrañas, Sing.
Los labios de Sing se fruncieron, al mismo tiempo que sus cejas, dándole una expresión pensativa, y Yut-Lung deseó por un momento, que Sing encontrara todo ese proceso tan poco agradable como él.
Ya que, quien era el único que parecía estar constantemente pendiente de estar para cualquier clase de mala jugada que el cuerpo de Yut Lung quisiera jugar sobre sí mismo, era Sing.
—Y—Continuó el omega, antes de que su acompañante pudiera responderle—¿Qué haces esperando aún? Creí que tenías mucho trabajo.
El mentado cambió su expresión entonces, con una sonrisa amplia decorando su rostro.
—Les dije que esperaran—Respondió, como si hablara de una reunión con una banda de poca monta y no con inversionistas—Quería estar aquí para esto.
El corazón de Yut-Lung perdió un latido, y casi pudo jurar que su respiración, también, se había detenido. Giró el rostro con lentitud, observando a su interlocutor.
El alfa sonreía, con esa frescura que siempre había caracterizado a Sing. No había un solo rastro de burla en su expresión, ni falsedad en sus palabras.
—¿...Qué? ¿Por qué?
Preguntó Yut Lung, genuinamente perplejo.
Sing le devolvió una mirada confundida.
—¿Cómo que por qué? —su voz sonaba, incluso, ofendida—Quiero saber cómo estás tú y cómo está el bebé, no estuve tranquilo durante todo el viaje justamente por eso.
Yut Lung pudo sentir cómo el calor comenzaba a viajar a sus mejillas.
—Eres... de verdad...
Comenzó a farfullar, intentando ignorar el continuo calor que ahora invadía su rostro, y convenciéndose que era enfado, nada más.
Sing se rio en su cara, logrando que el sonrojo solo se hiciera más visible.
—¿Pero por qué te enojas?
Articuló el alfa entre risas, y en el momento exacto en el cual un proyectil en forma de cojín voló desde las manos del omega, impactando contra la mejilla de Sing, se escuchó el sonido de un auto aparcando en la entrada.
—Ahh, vamos, ¡cálmate! —Rezongó Sing, mientras acariciaba falsamente su mejilla, como si el impacto de una almohada pudiera causarle daño—Mira, parece que ya ha llegado.
Yut Lung sintió el calor escalar aún más por su rostro, y sólo atinó a girarlo, lanzando un bufido bajo mientras se cruzaba de brazos. Sing pareció encontrar su reacción divertidísima, pues volvió a reír, como si hace poco no se hubiera estado comportando como un león enjaulado.
Aun así, pudo notar como incluso el aroma a su alrededor había cambiado, delatando que, de hecho, sí estaba feliz con aquella afirmación.
Quizá esa era la razón por la que Sing sonreía de esa manera.
¿Le gustaba, acaso, saberlo feliz?
Tuvo deseos de preguntar, si bien tan solo un segundo, en los cuales su mirada se detuvo un poco más en la figura de Sing, quien ahora miraba la puerta como si se tratara de un guardián.
Sus labios se partieron, y llamó el nombre del joven alfa.
—¿Uhm?
La mirada que se le regresó, empero, lo hizo tragarse sus palabras. Incapaz de hablar, sólo negó un par de veces, dejando que sus manos descansaran sobre su vientre bajo. Yut Lung siempre había sido particularmente delgado, sea gracias a su genética y a la dificultad que su propia casta tenía para ganar masa muscular, lo cual hacía que el pequeño bulto que parecía una inflamación se pudiera sentir con más facilidad.
—No, no pasa nada.
Realmente, no era nada.
Prefería vivir con la ilusión a preguntar y recibir una negativa.
Con cómo se sentía en ese momento, creía que incluso podría ponerse a llorar, y ya se había humillado lo suficiente por un día.
Presionó sus dedos, con un poco más de fuerza de la necesaria, e inspiró. El movimiento hizo que su ropa rozara su pecho, enviando una pequeña descarga de dolor.
Más estragos hormonales, era como estar viviendo los primeros años de su tratamiento auspiciados por su hermano mayor nuevamente.
Y sólo era el primer trimestre.
Ash había tenido una vida llena de giros. Desde su más tierna infancia, pasando por la adolescencia, y llegando a las puertas de su adultez. Desde que la primera bola curva, en forma de su hermano dejando el hogar para enlistarse en el ejército hubiera cambiado su aparentemente perpetuo estatus quo, Ash nunca había podido quedarse quieto. Siempre pensando qué hacer después, a dónde ir, siempre alerta.
Eso había hecho que, para la edad de diecisiete, en el auge de su carrera como criminal de poca monta, como le gustaba considerarse, siempre tuviera la mente abierta a las posibilidades, cuando un problema o una situación se le presentaba, le gustaba creer que ya tenía al menos dos o tres posibles salidas para la misma.
Claro que, el tiempo sólo le había demostrado lo egocéntrico y tonto que había sido al pensar así.
Como si uno pudiera predecir la vida.
Ni siquiera habían podido predecir su propia casta, ya que hasta él mismo había creído –en algún momento- que se presentaría como un omega.
Ni la muerte de Skipper.
O la de Shorter.
Y si bien ahora, el tipo de vida que llevaba podían hacer que su cerebro dejara de intentar pensar en la infinidad de situaciones que pudieran golpearlo, la verdad es que nunca se había detenido del todo.
Como si durante algunos periodos de tiempo, hubiera algo que le hiciera dudar de la seguridad que había construido con Eiji, y esperara que algo apareciera de entre la oscuridad, listo para acabar con su intangible normalidad.
"Es una respuesta natural al trauma"
Le había dicho el terapeuta, Ash había tenido que aguantar una risa en aquella ocasión.
"No me digas"
Instinto de supervivencia. Respuesta al trauma. Como quisieran llamarle, la verdad era que Ash apreciaba su capacidad de planear en adelantado, le había salvado más veces de las que podía recordar.
Aun si no siempre daba en el clavo.
Justo como ahora.
Ash entendía, de manera teórica, cómo es que funcionaban los embarazos. Había visto muchos libros de biología, había repasado la fisiología, e incluso se había dedicado a revisar páginas escritas por padres y madres omega y beta en el internet, incluso había leído sobre una mujer alfa que luego de costosos tratamientos de fertilidad, había logrado llevar un embarazo a término, al menos lo suficiente como para que el bebé pudiera vivir con apoyo médico en sus primeros meses.
Así que, en teoría, sabía que los cachorros crecían en el vientre de sus madres.
Empero, aquello no le impidió soltar el comentario más obvio que recordara, desde que tuviera uso de memoria.
Chirstopher Winston, al parecer, además de un esposo ausente, también pecaba de lento mental.
—Es más grande que la última vez...
Eiji, en la camilla, le dedicó una mirada curiosa, mientras intentaba ocultar el hecho de que una pequeña risa había hecho su camino hasta sus labios. La mano de Ash, que estaba enlazada a la de su esposo, sintió un pequeño apretón, y respondió acorde.
El doctor White, quien tenía el transductor del ecógrafo recorriendo el vientre de Eiji, le dedicó una mirada que parecía ser en partes iguales, divertida e incrédula.
Bueno, un punto menos en el libro del galeno. Christopher podía vivir con eso.
—Sí, eso es lo que hacen los cachorros—puntuó, antes de detener la imagen en la pantalla del ecógrafo, y comenzar a jugar con los botones que decoraban el tablero.
Ash podía ver colores, rojo y azul, además de las usuales manchas grises que antes habían estado allí. Un par de barras comenzaron a moverse.
Y, Ash sintió que su corazón perdía un latido.
¿Cómo detener el mundo para el antiguamente llamado lince de Nueva York, en menos de un segundo?
Con exactamente eso.
Un latido.
Un sonido tan fuerte que, por un momento, Ash fue incapaz de relacionarlo con la imagen que tenía en frente, la de sólo dos pequeñas líneas que se abrían y cerraban al unísono, y a las que el doctor llamó corazón.
Un corazón, moviéndose.
La mano que había estado sosteniendo hasta entonces, se movió, y sólo entonces Ash pareció regresar al plano de existencia que habitaban tanto Eiji como su doctor.
—¡Ah-¡ Chris, ¿escuchas eso?
Los ojos de Eiji se giraron hacia él, y pudo notar cómo es que su ginecólogo le dedicaba una mirada de refilón, como si esperara que hiciera algún comentario equivocado. Ash, solo pudo tragar en seco, su garganta completamente rasposa.
Un suspiro abandonó sus labios.
—Lo escucho...
Dijo, y por un momento, pudo sentir como sus ojos ardían. Sólo un poco.
La sonrisa que le dedicó Eiji, sólo hizo que la sensación se incrementara.
Ash había olvidado cuando había sido la última vez que había llorado frente a alguien que no fuera únicamente su marido.
—Aún es suave, pero será más fácil escucharlo con el tiempo—puntuó el galeno, luego de darles un par de minutos en silencio, para que pudieran apreciar más el sonido. Tiempo en el cual Ash había podido grabar mejor la cadenciosa melodía del corazón recién formado de su hijo.
Con un constante lub-dub.
Tan en sintonía con él, que creía que se había logrado grabar en sus tímpanos, para terminar uniéndose a su propia sangre.
Pudo ver que Eiji y el doctor hablaban un poco más, las manos del galeno limpiando con cuidado el gel que hubiera esparcido en el vientre de su marido, y la mano de Eiji presionando sólo con un poco más de fuerza la suya propia debido a la sensación del papel toalla en su piel.
Hubo un poco más de charla posterior a aquello, indicaciones y una nueva prescripción llena de nombres que Ash estaba seguro, habrían hecho sentido en su mente hacía no más de unos minutos.
Al menos entendía que parecían ser vitaminas.
Ambos se despidieron del doctor, y si Ash hubiera estado más atento, quizá habría podido notar la mirada dubitativa que le dedicó el galeno antes de cerrar la puerta. Empero, aquello habría sido casi imposible, pues las cosas parecían seguir ocurriendo a un ritmo distinto al que Ash vivía en ese momento.
Al menos, hasta que llegaron a la parada del autobús.
Sólo entonces pudo sentir las manos de Eiji, en ambos lados de su rostro, dando pequeños golpes.
—¿Qué pasa, Ash?
Su respiración volvió a ser acompasada, y sus ojos se fijaron en los de Eiji, quien le dedicaba una mirada algo consternada.
Apretó los labios, y musitó.
—Es... es un bebé, Eiji...
El mentado parpadeó, tomándole solo unos segundos entender a qué se refería.
—Está...vino...
La mirada de Eiji se tornó suave, y una sonrisa cálida se dibujó en sus labios.
—Sí amor, un bebé vivo.
La presión en el pecho de Ash regresó, pero esta vez no se sentía asfixiante. Su respiración se contuvo, y tomó las manos de Eiji, en un fútil intento de controlarse, sintió las miradas de los transeúntes sobre él, y aquello sólo le confirmó que de seguro su aroma podía decirle exactamente al mundo cómo se sentía.
Pero aquello no le importaba, no en ese momento.
—Ash, vamos a ser papás...
—¿Por qué son dos?
Fue lo primero que preguntó Yut-Lung, cuando el doctor detuvo la imagen en el ecógrafo que había traído a la mansión. A su lado, Sing había sido el primero en el cuarto en lanzar un sonido de júbilo, aun si Yut Lung no había podido entender del todo qué era lo que había dicho.
El doctor, que ahora le miraba, tenía una expresión que parecía imitar perfectamente a una sonrisa conciliadora, como si intentara descifrar una manera de explicarle algo a un niño pequeño.
—Mi señor—Comenzó, pero Yut Lung no estaba seguro de si debía escuchar las palabras del galeno, o prestar más atención a Sing, quien ya había sacado su teléfono y hecho una foto de la pantalla frente a él—Esos son los latidos, de los bebés.
Yut Lung asintió, sin embargo, volvió a preguntar.
—Pero ¿qué pasó? Antes sólo había uno de ellos.
Reiteró, creyendo que su anterior pregunta había sido ignorada.
Y, sólo entonces Sing pareció abandonar su tarea de conseguir todos los ángulos posibles de la imagen frente a él, para observar al médico con la misma sorpresa que hacía Yut Lung.
—Son dos embriones, que compartían el mismo saco, mi señor —Intentó explicar con calma su doctor, al tiempo que se llevaba la mano al mentón— Pero ambos productos parecen estar bien, los dos corazones funcionan bien. Y, creo que eso explica un poco su situación actual.
Sing hizo un sonido curioso desde el fondo de la garganta, y cruzándose de brazos preguntó.
—¿Eso qué quiere decir?
Yut Lung agradecería luego el buen tino del joven alfa, pues él aún seguía analizando qué de hecho había dos bebés dentro de él, y por algún motivo su mente era incapaz de terminar de hacerse a la idea.
—Bueno—el tono del doctor era calmado, y le dio tiempo a Sing para sentarse a un lado suyo en la cama, mientras ambos parecían buscar cosas distintas en el rostro del Galeno—Cuando uno espera a más de un cachorro, los niveles hormonales suben un poco más rápido.
Su mirada viajó entonces, posándose sobre él, y Yut Lung recordó que aún tenía el vientre descubierto y completamente lleno de gel pegajoso. Hizo un movimiento con la cabeza, y el doctor fue lo suficientemente perspicaz como para entender que quería que se lo quitaran.
—¿Y eso qué tiene que ver con todo lo que pasó?
Continuó Sing.
—Bueno, son las hormonas las que controlan los síntomas como el vómito, los mareos, o los cambios de humor—puntuó—El cuerpo de nuestro señor estaba reaccionando a eso.
Yut Lung frunció el ceño, y pudo sentir que el mismo aroma de Sing cambiaba un poco, tenía un tinte de preocupación.
—¿Eso quiere decir sólo va a ponerse peor?
El galeno negó categóricamente, ganándose un suspiro de alivio por parte del joven alfa.
—Puede ser realmente incómodo—explicó, y Yut Lung habría querido reírse, pues la palabra incómodo apenas y empezaba a describir lo que había estado pasando durante esos meses—pero debería hacerse más tolerable mientras más avance el embarazo. Mi señor, me dijo que últimamente estaba mejorando, ¿verdad?
Escuchó a Sing susurrarle una afirmativa, y se recordó mentalmente que, quizá debería agradecerle luego. Pues, su mirada seguía fija en las figuras congeladas en la pantalla. Un par de estructuras con apenas forma, que hasta hace poco se habían estado moviendo. Y que, al parecer, eran directos causantes de todo lo que le ocurría ahora.
Habría querido reír, aún si en ese momento no encontraba la voz necesaria para hacerlo, notando en cambio como su vientre anteriormente inflamado ahora parecía sentirse por entero hueco.
Él realmente solo esperaba uno...
—Oye... ¿estás bien?
La mano de Sing lo despertó de su ensoñación, se había estirado en su dirección, aún sentado a su lado en la cama, aún si no le había dado permiso para hacerlo.
—Yo...
Empezó, pero su mente se quedó en blanco. En cambio, giró los ojos hacia el doctor que aún les observaba.
Sing, a su lado, sólo tuvo que decir una frase.
—Denos un momento.
Yut Lung sabía muy bien que todos los que trabajaban allí ya entendían que la palabra de Sing tampoco era una que pudieran poner en tela de juicio. El médico, al parecer, también lo había captado. Si no por el tiempo trabajando con ellos, de seguro que lo había hecho gracias al aroma y la posición corporal que había tomado Sing.
Yut Lung nunca supo en qué nivel de la cadena hormonal se encontraba su compañero, demasiado pequeño y poco juicioso como era en la infancia; bien podría pasar fácilmente por un alfa de nivel medio. De esos que sin mucho problema podían ponerse encima de la cadena de mando, sin el castigo extra que era tener que lidiar con la inestabilidad que solían tener los alfa de nivel alto.
—Claro, ya regreso.
El galeno abandonó la habitación rápidamente, y cuando ambos se hubieran quedado solos, las manos de Sing viajaron hasta las suyas propias, haciendo que su respiración se volviera más profunda.
—Oye... tranquilo, No pasa nada, ¿sí?
No por primera vez, Yut Lung se preguntó dónde había ido el niño a quien él mismo le sacaba una cabeza, pues la voz de Sing se había vuelto más profunda y su toque mucho más fuerte.
Asintió con cuidado, bajando la mirada, por un segundo sintiéndose incapaz de mantener el contacto visual.
Las manos de Sing acariciaron los dorsos de Yut Lung, y con la misma voz trémula con la que había estado hablándole, dijo:
—Creí que... estabas bien con la idea.
Una pequeña risa abandonó sus labios, aún si no encontraba la situación graciosa en lo más mínimo. Pero Sing a veces podía ser muy directo.
Soltó una de sus manos, dejando que recorriera su mejilla, como si de esa manera pudiera apartar los sentimientos que lo habían invadido gracias a la revelación.
—Lo estoy—aseguró—Sólo que... no esperaba que fueran dos, es una sorpresa.
Esta vez sí dejó que su mirada se encontrara con la de Sing, quien tenía un tinte de duda y sorpresa en tandas iguales. El joven alfa llevó su mano a la cabeza de Yut Lung, acariciándolo con delicadeza, y el mentado omega tuvo deseos de golpearse allí mismo, pues el simple toque y lo profundo del aroma de su compañero parecía llenarlo de calma de manera involuntaria.
Cómo se atrevía el mocoso, a ser bueno para él.
—Hey, ¿acaso eso es malo?
Preguntó, y por el tono de su voz, Yut Lung comprendía que lo decía en serio.
Volvió a negar, un poco más suave.
—No, sólo es... sorpresivo.
No era secreto para nadie que el más joven de los Lee no había tenido una gran relación con sus hermanos. De hecho, todo lo contrario. La mera existencia de más personas con las que compartiera sangre, mal calificadas como relaciones filiales, en su vida siempre se había resumido en un constante abuso de poder, odio, y puñales en la espalda.
En su mundo nunca había habito espacio para la palabra hermano. Cuando todo era seguro, y cuando Yut Lung aún podía ser él mismo, sólo habían sido él y mamá.
Nadie más.
—Oye—Tan metido había estado en sus pensamientos, que al parecer no llegó a notar la clase de feromonas que estaba lanzando, al menos no hasta que la mano de Sing hubiera viajado hacia su mentón, acariciándole suavemente con el pulgar, mientras le dedicaba una sonrisa dulce y comprensiva—Tranquilo... tener hermanos no es malo.
Dejó que su mejilla se recostara contra el toque de Sing, y analizó su aroma, calmado y compuesto.
Si Sing podía ser directo, Yut Lung también.
—¿Lo dices por Lao?
Yut Lung sabía que ese era un tema que no debería tocar, siendo que él mismo había sido un participe activo en su muerte, aún si el cuchillo o la pistola no habían sido suyas, sí lo había sido parte del veneno que hubiera comenzado a corroer la mente del joven alfa.
Y, la idea sólo se reafirmó en su cabeza cuando notó como la expresión de Sing cambiaba en una fracción de segundo, la dulzura en sus ojos cambiando momentáneamente por algo que Yut Lung conocía perfectamente: dolor.
Sus ojos se mantuvieron fijos en los de Sing, esperando una reacción. Él era particularmente bueno lastimando a las personas, especialmente cuando lo hacía con intención, y en ese mismo momento, aún si su cuerpo entero le pedía que, por favor, no se alejara de Sing, su parte racional y más venenosa, le replicaba diciéndole que no, sí quería, de verdad preferiría si el alfa solo se levantara y se marchara.
Después de todo, él sabía lidiar mejor con los sentimientos complicados en soledad, cuando nadie pudiera ver su rostro, o interceptar su aroma. Aún si ahora no podía apoyarse de una botella de champaña.
Tomó al menos un par de segundos antes de que Sing cambiara la expresión complicada que tenía, y unos otros antes de que se animara a hablar.
—Lao era una persona complicada—Le dijo, su mano dejó su mentón, y Yut Lung se maldijo por tener la necesidad de pedirle que la regresara a su antigua posición—Siempre tuvo una personalidad fuerte, y a veces era difícil hacer que escuchara...—Yut Lung podía dar fe de aquello, su tozudez y cabezonería había sido una de las principales razones por las cuales lo había buscado a él específicamente, en un primer momento—Y sé que era un terco de primera también, pero...
Los labios de Sing se fruncieron, y Yut Lung no pudo evitar preguntar.
—¿Pero...?
Cuando los músculos de Sing se relajaron, lo que quedó en su rostro fue una sonrisa, teñida de nostalgia y pena.
—También sé que me quería. Muchísimo.
Yut Lung dedicó unos segundos a analizar la expresión de Sing, como pocas veces lograba verlo, obligándose a él mismo a morderse la lengua antes de decir lo que realmente pensaba. Pues, él tenía sus propias ideas sobre esa relación fraterna, dado que en los años donde hubiera conocido a ambos hermanos, Lao siempre le había parecido más un constante obstáculo en el camino de Sing. Con un cariño que, si bien algunos calificarían de bien intencionado, siempre parecía encontrar las peores maneras para ser ejecutado.
Aún si lo que Sing decía era verdad, y su hermano lo quería, aquello sólo parecía reforzar algo que Yut Lung ya creía desde antes.
Las relaciones filiales dentro de su pequeño mundo, teñidas del color que fueran, nunca terminaban en buen puerto.
Ni las de sangre, como la de él y sus hermanos, o la de Sing y Lao.
Ni las que uno escogía, como la de Shorter y Ash.
—Si pudieras elegir entre haber sido hermano de Lao, o no tenerlo en tu vida, ¿lo escogerías a él?
Preguntó, con un sentimiento de ardor en la base del estómago, que solo se hizo más poniente ante la facilidad y rapidez de la respuesta de Sing.
—Escogería seguir siendo su hermano, mil veces.
Afirmó, con una sonrisa, el temple más calmado, y su mano de nueva cuenta sobre la cabeza de Yut Lung, acariciándole con suavidad.
Cerró los ojos un momento, dejando que la sensación de los dedos del más joven le trajeran paz. Yut Lung no creía en esas cosas, no realmente. Incapaz de entender de dónde venía la lealtad de Sing, o su incondicional afinidad por un hombre que, a sus ojos, sólo le había traído problemas.
Empero, al abrir los ojos, y notar la nueva dulzura de su sonrisa, prefirió callar. Bajando un poco la cabeza, dejando que las manos de Sing se enredaran más en su cabello, y presionando sólo con un poco más de fuerza de la necesaria su propio vientre.
Cuando llegó la noche, Ash cortaba las verduras para la cena, mientras Eiji a su lado hacía lo propio con unos trozos de fruta.
Podía escuchar a su marido tararear una vieja canción de su tierra natal, como lo hacía cuando estaba particularmente concentrado en una tarea, o particularmente feliz.
Dejó los trozos a un lado, y secó sus manos con cuidado.
Observó de refilón a su esposo, y sin pensarlo mucho, se escabulló por detrás de él, dejando que sus manos viajaran a su cintura, y apretaran con delicadeza.
—¿Hmm? —Masculló su marido, deteniendo el accionar de sus manos, girando un poco y estirando su mano para sostener su rostro, mientras Ash hundía su rostro en el cuello de Eiji. —¿Ash?
Olfateó profundamente, una y dos veces, logrando que Eiji riera.
—Cuando haces eso pareces un cachorro, sólo los niños buscan el aroma así.
Y puede que Eiji tuviera razón, pero Ash nunca había tenido un padre o una madre a quien poder pedirle esa clase de trato.
—Hmph.
Sus labios formaron un puchero, y hundió su rostro aún más en el cuello de su marido, como si quisiera acurrucarse allí mismo y nunca separarse.
—¿Pasó algo?
Cuestionó Eiji de nueva cuenta. Ash lo ignoró, haciendo que sus dedos hicieran un camino por debajo de su ropa, subiendo por su costados, buscando su piel.
—¿Ash?
El mentado suspiró. Sus dedos tantearon la superficie, recordando cómo lo había hecho una infinidad de veces, en la intimidad de su alcoba. Conocía el camino de memoria, y recordar aquello hacía que una sensación de orgullo llenara su pecho.
Se detuvo sobre su vientre, presionando con maestría,
—Está inflamado...
Musitó.
—¿Eh?
Ash volvió a presionar, sólo con un poco más de fuerza.
—Tu vientre.
Aún si Eiji había dejado el atletismo y el ejercicio constante ya hacía muchos años, su cuerpo aún permanecía bastante delgado, ¿genes japoneses, quizá? Así que siempre había sido fácil para Ash el poder delinear aquella zona de su cuerpo.
Hasta ahora.
—Suele ser bastante plano...—Continuó, sintiendo como el rostro de Eiji se calentaba con sus palabras—Pero ahora, está algo inflamado...
—Y sólo va a crecer más...
Susurró el omega, haciendo que Ash riera con suavidad.
—¿Alguna vez pensaste que algo así pasaría?
Sus dedos siguiendo su camino, como si fuera su nueva misión el reconocer la nueva forma de su esposo, hacer que se grabara en su mente como la que ya conocía antes.
Eiji pareció pensarlo un momento.
—La verdad no...—Las manos de Eiji dejaron lo que hacían, buscando las de Ash, y descansando sobre estas con delicadeza. Ash pudo notar la calidez, y su corazón pareció latir con júbilo—Algunos de mis vecinos esperaban bebés, y siempre los veía haciendo yoga matutino cerca del parque donde iba a entrenar, pero aún al saber que era un omega, creo que nunca me pude ver a mí mismo en su lugar.
Ash ahogó una risa.
—¿Yoga? ¿Es que acaso todos en Japón se comportan como ancianos?
Eiji giró su cabeza, haciendo que Ash debiera abandonar su posición tan cómoda hundido en su cuello. Tenía los labios en un cómico puchero, y la mirada que le dedicó casi podría haber sido descrita como infantil.
Estiró la cabeza, y mordió el mentón de Ash.
—Ouch.
Se quejó, falsamente.
—Te lo mereces, por burlón.
Ash habría vuelto a reír, de no saber que eso sólo le ganaría una nueva mordida. En cambio, presionó más sus manos, instando a las de Eiji a que hicieran lo mismo.
—Pero me alegra... que lo estés pasando conmigo...—susurró, un tomo más quedo de lo normal, casi como si le diera miedo que alguien escuchara, casi como si le dijera un secreto, o algo que lo avergonzase.
Las manos de Eiji siguieron su camino, acariciando con sus pulgares los dorsos que habían comenzado a temblar.
—No querría esto con nadie más...
Ash regresó a su anterior lugar seguro, hundiendo sin pena su rostro en el cuello de Eiji, notando que el nivel de dulzura de su aroma había aumentado, casi como cuando estaba cerca de sus épocas de celo, aún si Ash sabía que ese no sería un problema por un buen tiempo.
—Yo tampoco...—Musitó. Aún si ni en sus más locas fantasías se había imaginado pasando por algo así. No era algo que él haría, de hecho, era algo que activamente evitaba. Incluso al estar casado—Tampoco querría esto con nadie más...
La llamada llegó en plena madrugada, y Max maldijo su suerte y a la inspiración que se le ocurría golpear a su puerta a las peores horas del día. Había pasado toda la mañana estancado en un párrafo que no terminaba de convencerle, sólo para ser asaltado con las palabras exactas que necesitaba a la una de la mañana.
Eran las tres cuando su teléfono sonó, y no habían pasado más de cinco minutos desde que hubiera apoyado la cabeza en la almohada, esperando poder descansar.
A su lado, Jessica se revolvió en la cama, y Max le acarició el cabello mientras ahogaba un bostezo lastimero. Era un número que no conocía, y aquello sólo hizo que la preocupación se cerniera en la base de su estómago.
Nada bueno necesitaba ser anunciado en plena madrugada.
Tomó el teléfono, y con algo de cautela contestó.
Era un policía.
Y lo que tenía que decir, hizo que cubriera su boca en un casi acto reflejo. Entendía por qué lo habían llamado a él.
La única vez que Max había visto a Ash llamar a su padre, al que vivía en Cape Cod, había sido de su teléfono. No tenía idea de que el viejo Callenreese hubiera agendado su número, bajo el nombre de su hijo.
Pero aquello había sido hacía demasiado tiempo, tanto que no podrían culpar a Max por no recordarlo. Unos meses después de la boda de Ash y Eiji, habían hecho un viaje hacia la vieja casa de infancia de Ash y Griffin. Max tenía entendido que querían resanarla, para quizá luego venderla, aunque después de todo el empeño puesto en ello, la idea había sido desechada.
Max podía entenderlo, si bien era un lugar lleno de memorias tristes, también tenía los últimos recuerdos de Griffin, antes de convertirse en un cascarón de sí mismo.
En un pueblo como lo era Cape Cod, donde los días pasaban con armoniosa monotonía, las noticias parecían no llegar de la misma manera que lo hacían en la ciudad, y si bien Max entendía que el revuelo de la vida o muerte de Ash no había calado allí como lo hubiera hecho en la gran manzana, y aun conociendo la actitud que siempre ostentaba Jim, había esperado algo más de su respuesta al ver a su hijo regresar, luego de la última gran conmoción.
Algo.
Lo que fuera.
Algo más que un asentimiento de cabeza, y una sonrisa para decirle.
-Qué bueno que sigues con vida.
Ash, quien cuando se trataba de su padre parecía adoptar una actitud tan emocionalmente distante como cuando hablaba con los policías, solo se le había acercado. Y si bien no lo había invitado a su boda, sí le contó que estaba casado. Lo cual fue una sorpresa para Max, quien había creído que Ash prefería mantener su vida y sus asuntos –especialmente si tenían que ver con Eiji- alejados de todo el mundo.
O quizá, sólo era su propia manera de decir que también había esperado algo más, y quería ver si lo conseguía.
El ceño de Jim se frunció un momento, como si analizara la frase. Su mirada había viajado entonces a ellos, especialmente a Max, y la parte más primitiva de su cerebro había estado a punto de dejar que un gruñido abandonara su garganta, no siendo la primera vez que hubiera querido someter a alguien sólo por una mala mirada.
Sin embargo, quien habló primero había sido Eiji, dando un paso adelante y elevando la voz como pocas veces lo hacía.
—Conmigo.
Dijo, y Jim pareció apenas reparar en él.
La primera vez que Eiji se le hubiera enfrentado, Jim sólo le había dedicado una mirada incrédula, como preguntándose qué hacía un omega hablándole en ese tono. Quizá doblemente sorprendido, primero por el aroma de alfa que Ash dejaba escapar vagamente cuando no se encontraba en peligro, y segundo por el bastante pintoresco grupo que se hubiera aparecido en su restaurante.
Y para el pequeño y rural pueblito, donde seguro se lanzaban palabras como "perro" o "perra" y "rompe lazos" sin miramiento alguno, Max se había sorprendido de que no lo mandar a callar allí mismo. Aunque quizá eso sólo habría hecho que la discusión creciera aún más.
Ya que Jim no había escatimado en insinuar que ellos estaban allí como clientes de Ash.
En esa segunda ocasión, en cambio, la mirada de Jim había sido algo más apreciativa.
—Un omega...
Y aún si sólo había sido una afirmación que todos podrían hacer tan sólo olfateando a Eiji, por algún motivo, las palabras no se sentían del todo correctas viniendo de la boca de ese hombre.
—Bien—Dijo entonces, Ash solo se había mantenido en su lugar, con las manos en los bolsillos, evitando la mirada de su padre, y la de ellos también—Me alegro de que hayas conseguido una pareja adecuada. Nadie quiere un hijo homosexual.
Y continuó limpiando los vasos, como si nada.
Max sintió como si alguien le hubiera dado un golpe, directo en el abdomen. Aún si entendía, que quizá esa era la única manera en la Jim daba cumplidos.
Pudo ver como los puños de Eiji se tensaban, sólo a unos metros de él, pero antes de que cualquiera de ellos pudiera decir algo más, Ash se adelantó.
—¿Dónde está la tumba de Jenniffer?
Jim pareció cambiar ligeramente su semblante, como si la sombra de su esposa, de pronto cubriera sus ojos. Murmuró una dirección, y Ash asintió. Jim rebuscó en sus cajones, y le lanzó la llave de la casa aún si Ash no la había pedido, y aquella había sido toda la interacción que hubieran tenido por lo que duró el viaje.
Esa noche se quedaron a oscuras, pues al día siguiente sería cuando sortearían la instalación de luz y de agua. Max no había podido dormir, aún en la oscuridad total de la habitación, pero de cualquier manera se había mantenido en silencio, pues a través de las paredes, podía escuchar los suspiros y murmullos de la pareja recién casada, aún si no llegaba a entender nada de lo que decían. Incluso, creía que, en cierto punto de la noche, y cuando sus párpados ya estaban bastante pesados, que esa retahíla de sonidos sin sentido, se había convertido en llanto. Haciendo que cubriera su propia cabeza con la almohada, esperando que eso hiciera que el sueño lo visitara antes.
Todo aquello le había dejado un mal sabor de boca.
Y, aunque sabía que Ash y Eiji –o a veces, incluso Sing- Visitaban Cape Code de vez en cuando, para darle mantenimiento a la casa, o ver que todo estuviera en orden, él no se había molestado en regresa.
Pidiendo silentes disculpas a Griffin, quien durante las largas noches estrelladas en Irak le había confesado que alguna vez le gustaría conocer el lugar de verdes praderas donde nació, y del cual tanto escribía en sus poemas, por su incapacidad para cumplir con su palabra.
Pero ya le era doloroso e imposible, ver a ese hombre y relacionarlo con él, dulce y suave; o con Ash, fuerte y protector.
Y ahora...
Ahora.
Aclaró su garganta, respondiendo al fin a la voz del otro lado de la línea.
—¿Puede repetirlo, por favor?
La voz del otro lado era tan parca como la primera vez.
—El señor Jim Callenreese acaba de fallecer esta madrugada.
Notas finales:
Acabo de notar que nunca publiqué la guía de omegaverse que hice –y que uso para mis historias, lo cual fue un gran error de mi parte porque mucho de lo que ocurre tiene que ver con lo explicado allí.
Es decir, se puede leer por separado, pero un poco de contexto siempre ayuda, ¿no?
Por si alguien quiere, dejaré el link en un comentario justo: Aquí.
Sorpresa doble para Yut Lung, y una no muy bonita para Ash al final.
¡Gracias por leer!
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