The end of something.
En el final de dos cosas, se nos habla del cambio y del amor, de la imposibilidad de luchar contra el flujo del tiempo y los cambios que se avecinan. A la vez que, del amor, como un concepto perenne, que se tiene o no se tiene. Y mientras Ash intenta llegar a tener paz con las cosas que no puede tener, mientras conserve el amor de su esposo. Yut Lung comienza a notar, que sus deseos pueden ir más allá de lo que está dispuesto a sacrificar.
🍃🍃🍃
Ash acababa de cumplir los veinte años; cuando una noche en la que, por casualidades de la vida, había invitado a un amigo a tomar algo. Una pregunta llegó de repente.
—¿Y, es que acaso ustedes no planean ir a Japón?
Ash parpadeó, dejando que el vaso de cerveza artesanal que acababan de servirle casi se derramara un poco. Su boca en un ágape bastante ridículo. Frente a él, el rostro impasible de Caín Blood se coloreaba por las tenues luces azuladas del lugar, la música ahogando las conversaciones de las mesas alrededor.
Aunque, debía decir, que las que eran inmediatas a ellos estaban vacías.
Aquello no era una sorpresa. Caín era un alfa de nivel alto, de la clase que parecía hacer espectáculo de su casta y nivel aún si no quería hacerlo, y si en las calles eso se traducía en respeto, dentro de un bar en medio del área céntrica de Nueva York podía ser un poco atemorizante.
Aunque Ash sospechaba que aquello sí era del agrado de Caín.
—¿Qué? —Preguntó finalmente, mientras dejaba su vaso en la mesa, y elevaba una ceja.
Caín dio un largo sorbo a su propia bebida, dejando la mitad del vaso vacío.
—A Japón—repitió, como si aquello fuera toda la explicación que necesitaba. Empero, al ver la falta de respuesta de Ash, elaboró—Eiji y tú. No creo que sacar una vida de turista sea difícil para ti.
Concluyó, mientras se estiraba en el asiento, dejando que uno de sus brazos colgara en el respaldar de la silla.
Caín seguía siendo el duelo indiscutible de las calles de Harlem. Su pandilla no había hecho si no fortalecerse en ese último tiempo; y aún si Ash había dejado por completo la vida en las calles, y su nombre era el de alguien que ya había sido anunciado en los obituarios; había algo en arriesgar tu vida con otras personas que hacía que un lazo infranqueable se creara.
Que Caín se hubiera enterado de que seguía con vida había sido más un pequeño pago, a modo de consejos para su avance y consolidación como líder indiscutible del centro, que un error o falta de cálculo al momento de cubrir sus huellas.
Caín era un líder distinto, un alfa que se había ganado el adjetivo de pragmático mediante decisiones frías y calculadas, con una manada que parecía unida no sólo por el instinto y la raza y con un temple de hierro inquebrantable.
Un líder qué, pensaba Ash, podría hacer un buen trabajo en las enrevesadas redes del crimen callejero, y si bien aún podía escuchar de violencia entre pandillas de vez en cuando, la situación había dejado de ser una matanza continua, nada parecido a la época de terror de Arthur.
Y, claramente, nada parecida a la que él mismo había instaurado.
Ash tardó unos segundos en procesar la pregunta, y otro par en poder pensar en una respuesta.
—¿Quién te dijo eso? — preguntó, al tiempo que sentía como un pequeño sonrojo se formaba en sus mejillas. La cerveza ya se le estaba subiendo a la cabeza, eso debía ser.
Caín frunció los labios, antes de bajar ligeramente sus lentes oscuros, mostrándole a Ash una mirada incrédula, y una risa burlona.
Ash respondió con una pequeña patada en su espinilla.
A diferencia de su círculo más cercano de su ex pandilla, quienes nunca realmente habían perdido la comunicación con Eiji o él. Sing, que se había convertido en una constante en su vida de una manera que Ash aun tardaba en analizar; Caín no era sino una presencia casual en su vida. Aquella era la tercera vez que lo veía en dos años. No le iba a permitir burlarse de él.
—Nadie me dijo nada—soltó impertérrito. El porte de Caín y su aroma no habían cambiado, y aún si el alfa parecía ser de los que podían dominarte únicamente con su aroma, Ash aún no recordaba un momento donde Caín hubiera perdido la calma. Ni siquiera en el incidente del tren—Pero es algo obvio, ¿no? —Puntuó—Siempre fue muy claro lo que Eiji significaba para ti. Aunque...—apuntó con el mentón hacia su mano izquierda—Creo que esta vez sí lo deletreaste para los lentos de mente.
Ash se acomodó en su lugar, dando un nuevo trago de cerveza, al tiempo que su anillo se sentía particularmente pesado en su dedo.
—¿Algún problema con eso? —espetó luego, su tono de voz bajando un par de octavas.
Si Caín no necesitaba usar su aroma para influir miedo, Ash tampoco necesitaba mostrar los dientes para hacer lo mismo.
El mentado elevó las manos ligeramente, en una señal universal de tregua.
—Ahh, qué miedo...—se quejó Caín, mientras sonreía pagado de sí mismo—Sigues siendo igual de aterrador, Ash—Halagó, aunque Ash realmente no pensaba que aquellos adjetivos debieran ser utilizados para ello—Aun con todo...—movió su mano, señalando su atuendo—Eso encima.
Ash habría podido reír.
Su guardarropa de Chris era realmente el de un sabelotodo que no ha dejado la biblioteca desde que tuviera edad para poder leer.
—Me alegro—Aceptó. Doblando el codo en la mesa, y dejando que su mentón descansara en su mano—Es necesario, después de todo—aseveró—Ya que aún no estoy seguro de que este plan vaya a funcionar del todo.
Especialmente con más personas de su antigua vida apareciendo en cuenta gotas.
Caín le miró con una ceja en alto, terminando su propia cerveza.
—Siempre sueles pensar en lo peor, ¿no es así?
Cuestionó. Ash, simplemente, se elevó de hombro.
—En mi vida, "lo peor" suele ser la regla—O lo era. Hasta antes de Eiji.
Y ese era el principal motivo por el cual debía encontrarse aún más en guardia. Ash conocía muy bien al mundo, un lugar por el cual las cosas bellas no podían transitar sin que alguien las intentase manchar.
—Aun no respondes mi pregunta—Intentó Caín nuevamente, sacando de su chaqueta una cajetilla de cigarrillos, observándolo con un gesto que parecía pedir permiso. Ash había movido ligeramente la cabeza, en un vago asentimiento, pensando sólo un segundo después que tendría que lavar su ropa antes de estar cerca de Eiji. La nicotina era uno de los aromas que más detestaba—Creía que viajarían tan pronto se casaran. Japón sonaba como un buen lugar para una luna de miel.
Ash se había permitido entonces suspirar, estirando su cuerpo y dejando que su cabeza colgara ligeramente, mientras su cuello era sostenido por el espaldar de la silla.
Japón.
La tierra de Eiji. De los dioses y del arroz. Él había querido ir, realmente lo había deseado. Recordaba haber fantaseado con eso, antes y después del incidente en la biblioteca. Aún ahora, parecía que sus pesadillas intentaban intercalarse con sueños de lugares que nunca había visto, con playas de arena que no conocía, con personas con el acento de Eiji, y con tardes bajo un árbol de cerezo.
Además, sabía que de seguro Eiji querría ir. La nostalgia era un gran aliciente, y Eiji había pasado ya demasiados años lejos de su país natal.
Ni siquiera había podido recibir la visita de sus padres el día de su boda. Y, aún si Eiji había hecho del asunto algo no muy importante, Ash estaba seguro de que aquello le había dolido. Que realmente los extrañaba.
Sin embargo...
—Claro que quería hacerlo—Terminó confesando, con su voz dejando sus labios como no más que un susurro. Quizá el alcohol actuando como un pequeño suero de la verdad—Pero uno no puede tener todo lo que quiere...
—¿Uhm?
Musitó Caín, y Ash rio con suavidad, dejando que el sonido de su voz se ahogara en la palma de su mano.
—Soy un criminal buscado, Caín—Explicó.
—Eras—intentó razonar él. Y aquello sí se ganó una risa mucho más fuerte, dejando finalmente que sus manos descansaran sobre la mesa.
—Lo soy—Había puntuado—Ahora solo tengo un... disfraz muy elaborado. Y tú sabes todo el trabajo que fue hacerlo, en primer lugar.
Caín le dedicó una mirada que parecía dolida, aunque Ash no terminara de entender el porqué.
—No podría... poner en riesgo esto, por un deseo infantil—Ash sabía que Eiji podría regresar si así lo deseara. Es más, él mismo se lo había dicho con anterioridad; instándolo a regresar aún si fuera por un corto periodo de tiempo, al menos para ver a sus padres. Ash sabía bien del golpe que su relación había significado en la de Eiji y su familia.
Eiji, quien siempre había tenido una familia amorosa, ahora ni siquiera podía hablarles con naturalidad.
Empero, Eiji siempre era muy adamante en sus negativas, asegurándole que, si iba a dejar el país, sólo sería de la mano de Ash.
Que Ash no tenía la culpa, pues quienes decían cómo reaccionar, eran únicamente ellos y nadie más.
Repitiendo una y otra vez, con la sonrisa más linda del mundo, que, si quisieran verlo, ellos podían venir.
"Si quieren compartir nuestro amor, las puertas siempre estarán abiertas"
Ash, más veces que las que no, se encontraría preguntando en voz queda.
"¿Y qué pasa si nunca quieren?"
Y Eiji, siempre le diría, mientras besaba su mano:
"Pues entonces no seré yo quien los vaya a obligar"
Esas declaraciones siempre dejaban un sentimiento agridulce en su pecho.
Sólo la lealtad de Eiji podía alcanzar esos niveles.
La expresión de Caín se tornó complicada, y Ash casi había podido jurar que algo en su aroma había cambiado.
—No creo que sea infantil...
Había dicho, pero Ash no le había permitido terminar.
—Solo basta que alguien me reconozca—Dijo, repitiendo lo que la voz en su cabeza la decía cada vez que se permitía ceder ante tal ensoñación—Una persona. Sólo una, Caín— Un comportamiento, un guardia particularmente perspicaz, o alguien con buena memoria. La seguridad internacional en el aeropuerto no era lo mismo que un montón de policías neoyorkinos que sólo piensan en picar la salida a las cinco de la tarde.
No se podía igualar tampoco a la de algún pandillero de poca monta que creyera haberlo visto en la calle, aún si Ash tampoco estaría muy feliz con algo así sucediendo. No, Ash tenía peces mucho más grandes en mente. Más grande incluso que el sistema de justicia americano, que parecía poder ser burlado si uno conocía a las personas correctas.
Era Golzine. O, mejor dicho, sus enemigos o aliados, o los que habían tomado su lugar después de todo el festival de muerte orquestado alrededor de banana fish. Cualquier persona con la que aquel viejo tuviera conexiones. Todo aquel que lo hubiera visto en sus mesas de juntas. Todo aquel que alguna vez hubiera escuchado su nombre.
Cualquiera que pensara que él podía seguir siendo una amenaza.
—Creo que exageras—comentó finalmente Caín, dando una larga calada a su cigarrillo y soltando el humo con ligereza.
Ash observó el fuego consumir el papel, antes de hablar.
—Caín—le había dicho, manteniendo el semblante serio. Recordando la mirada que le había dedicado antes del ataque al centro de salud mental. Una que pocas veces había visto en el pasado, una de consideración. Quizá porque muy en el fondo, Caín lo había llegado a ver como algo más que un rival. Un hermano en armas, como le gustaba decir a Max—No puedo arriesgarme ahora... no puedo—Esas palabras sonaban casi irrisorias en sus labios. Ash Lynx era el hombre que desafiaba la improbabilidad, que tomaba al toro por los cuernos y que parecía imparable. Él mismo había pensado, en algún momento, que el único que merecería tal frase de él sería Blanca. Pero parecía que estaba equivocado—Esa es sólo otra de las cosas que no puedo darle a Eiji.
"Ni a mí"
Había quedado sin decir.
—Ash...
Ash recordaba que la frase de Caín había quedado a medio aire, como si el alfa se arrepintiera en medio de la oración.
—La siguiente ronda la invito yo.
Había sido por lo que había optado en cambio, luego de un momento de silencio.
Ash tenía una larga lista de cosas que no había podido darle a Eiji.
Esta empezaba con su apellido, seguida por un viaje a Japón. De muy cerca le seguía, el poder darle una marca.
Esta había empezado como un pequeño recordatorio, en lo más profundo de la mente de Ash. Que, con el paso del tiempo, no había hecho más que seguir creciendo.
Con los años alcanzando un tamaño tal, que Ash ya debía dedicarle un pabellón entero en la metafórica librería de sus pensamientos.
Y ahora, tampoco podía darle esto.
Eiji parpadeó un par de veces, mientras tomaba con cuidado la pequeña ampolla entre sus dedos.
—¿Qué es esto, Ash?—Preguntó, y él no pudo evitar dibujar una sonrisa leve al notar que Eiji realmente no había revisado la bolsa.
—Es hormona alfa, Eiji—Explicó él con suavidad, ganándose una mirada sorprendida por parte de su esposo.
El semblante de Ash no cambió, optando en cambio por acariciar las manos de Eiji, mientras apartaba el vial.
Eiji pareció analizar la información, quedándose en silencio, y Ash aprovechó el momento para enredarlo en su abrazo, dejando que descansara su cabeza en su pecho.
—... ¿De verdad he estado tan inútil estos días?
Preguntó finalmente, y Ash sintió una estaca clavarse en la base de su estómago.
—No uses esa palabra contigo jamás—Pidió, susurrando cerca de su oído. Eiji tenía un par de costumbres de las que Ash había intentado deshacerse desde que le hubiera conocido: la de culparse por todo lo malo que ocurriera a su alrededor, como si siempre creyera que algo en su accionar podía desencadenar el desastre. Aunado a sentirse una carga constantemente, tanto que más veces que las que no, lo vería intentando hacer de más, en el trabajo y en el hogar. Ash le había repetido incontables veces que aquellas cosas no eran verdad; pero él mejor que nadie entendía que a veces las voces de nuestro interior, podían ser más fuertes que las de aquellos cercanos a nosotros—No eres un inútil. Tu cuerpo está pasando por mucho estrés...
Eiji se apartó un poco de su abrazo, girando hacia un lado. Ash se acomodó, dejando que la mejilla de su marido descansara sobre su pecho, al tiempo que Eiji acariciaba su vientre con delicadeza.
—Es muy pronto...
Le escuchó susurrar. Ash besó su temple.
—No lo es—Murmuró, hundiendo su rostro en el cuello de Eiji, intentando nuevamente impregnarlo de su aroma. —Por favor...
Pudo sentir el cuerpo de Eiji relajarse, antes de que su rostro buscara sus labios con los propios.
Ash enfocó la mirada de su marido un momento, disfrutando del silencio y los pequeños besos robados, hasta que Eiji finalmente aceptó.
—Está bien...—Musitó, dejando que sus brazos lo acercaran más a Ash, enredándose en un abrazo en su cuello.
Él se atrevió a bromear.
—¿Y tú terquedad? ¿No hará acto de presencia? —rio, mientras sus propias manos buscaban su camino a través de la espalda de Eiji, acariciando cada pequeño rincón.
—No puedo hacerlo si me miras con esos ojos...
Ah.
El corazón de Ash se detuvo, aún si fue únicamente por un instante. Las manos que hubieran estado en el cuerpo de Eiji presionándole con fuerza.
—Perdóname...—susurró, intentando que su voz no se quebrara.
Sólo entonces Eiji fue quien se apartó, tomando su rostro con cariño y cuidado, acariciando sus mejillas que habían comenzado a sentirse calientes con los pulgares y una pequeña sonrisa decorando sus labios.
—No hay nada que perdonar, mi amor.
Dijo, sellándolo con un beso.
Ash había investigado con anterioridad, revisando casos documentados del uso constante de hormona alfa en omegas con diferentes afecciones hormonales. Claro, él entendía perfectamente que el embarazo no era lo mismo, y que a diferencia de un ciclo que se pudiera predecir, y remplazar acorde. En esta clase de procesos, se esperaba que el alfa estuviera a disposición del omega cuando lo necesitase, listo para morderlo.
Aquello le dejaba un relativo amplio margen de error, si fuera a intentar un tratamiento constante. Y Ash podía ser listo, en el papel y en las calles, pero no se atrevería a actuar basado en base a simples asunciones, no si se trataba de la salud de Eiji. Por lo que, decidieron utilizarlas únicamente cuando Eiji pareciera necesitarlas. Esperando que el remanente de la hormona que quedara en su sangre, sirviera para aliviar los síntomas más duros durante al menos un par de días.
—Perdóname...—Volvió a repetir, mientras acariciaba con delicadeza el basto del muslo de Eiji, recibiendo como respuesta una suave risa, y la misma respuesta que hacía unos momentos.
—Ya te lo dije, Ash—Le aseguró Eiji, al tiempo que la aguja que hundía en su piel, y el líquido viscoso comenzaba a ingresar—No hay nada que perdonar.
Sing no estaba muy seguro de qué era lo que acababa de pasar.
—Yut Lung—Intentó nuevamente, inseguro del tono de voz que usaba y de la fuerza con la cual golpeaba la puerta—¿Me abres?
Era la quinta vez que repetía la pregunta, siendo que las cuatro anteriores la única respuesta había sido el silencio.
—Vete.
Esta vez, la voz del omega resonó por el pasillo. Era ligeramente ahogada, como si algo cubriera su rostro. Sing no pudo evitar colocar una expresión que era en partes iguales herida y confusa, antes de suspirar con pesadez.
En el comedor, tras la repentina interrogante de su jefe, simplemente se había quedado callado. La mirada de Yut Lung se había vuelto más aguda, como si algo realmente desagradable hubiera entrado en su campo de visión.
Y ese algo parecía ser Sing.
—Lo invité a comer—Había sido la respuesta final de Sing, optando por simplemente contar lo que había pasado, e intentar entender de dónde había nacido el repentino rechazo hacia su persona.
Yut Lung, por su parte, simplemente había apoyado ambas manos contra la mesa, en un gesto que había hecho saltar la fina vajilla un par de milímetros en el aire, haciendo que incluso Sing se sobresaltara.
Sing había observado el rostro del omega, esperando que finalmente le dijera algo, pero Yut Lung simplemente había abandonado el comedor, encerrándose en su habitación.
Sing aún no sabía cómo es que Yut Lung había sido tan rápido, pues juraba que sólo le había tomado dos segundos el entender lo que acababa de ocurrir, antes de salir corriendo detrás de él.
Y aún no entendía qué era lo que había hecho mal.
—Yut Lung... por favor...
Pidió, mientras se cruzaba de brazos. Ya había intentado con las manijas de la puerta, pero estaba cerrado por dentro. Esta vez lo que le respondió fue el sonido de cosas moviéndose en el interior, antes de que la voz de Yut Lung se escuchara, mucho más cerca.
Estaba parado al otro lado de la puerta.
—Tu aroma me da asco, Sing—Espetó, con un tono frío y cortante. Sing lo había escuchado antes, pero nunca dirigido a él—Vete—Pidió, y por un segundo, Sing creyó que había podido notar una sombra de titubeo en su cadencia—Dúchate. Hablaremos mañana.
Sing apretó los labios, listo para continuar con su discusión. Empero, al notar el grupo de empleados que se hubieran acercado a la puerta del joven amo, prefirió suspirar.
No haría nada de bien que se quedara allí.
—Está bien—Terminó de ceder, recordándose mentalmente el estado de Yut Lung, y que su tozudez probablemente sólo lo pondría más enfermo—Regresaré temprano.
Aseguró.
Yut Lung sólo le regaló un pequeño murmullo, que emulaba vagamente un asentimiento.
Sing apretó aún más los labios.
—...descansa.
Fue lo último que dijo, antes de emprender su salida, ignorando la mirada de los demás, o las llamadas de uno de los más valientes miembros del personal de la familia Lee. Sing de pronto, tampoco tenía muchas ganas de hablar.
Llevó sus pasos hasta su vehículo, intentando que su semblante perdiera reminiscencia con el de un animal derrotado. Abrieron la cochera, y Sing pisó el acelerador.
El camino entre la mansión y su departamento no era particularmente largo, especialmente considerando lo ancho y largo de la ciudad. Sin embargo, parecía que ese día el universo estaba en su contra, pues Sing se encontró atrapado en un gran embotellamiento.
—Lo que me faltaba...
Bufó, mientras presionaba el puente de su nariz con fuerza. Intentando concentrarse en las cambiantes luces de los semáforos, el claxon incesante de los autos, y los improperios que eran proferidos por conductores molestos.
Cualquier cosa, menos la sensación punzante y pesada en la base de su estómago.
La reacción repentina de Yut Lung aún grabada en su mente.
¿Acaso él sabía... de los antiguos sentimientos de Sing?
La sola idea lo hacía sentirse desamparado.
Y avergonzado, de una manera muy difícil de explicar.
Había sido hacía mucho tiempo, específicamente, poco después de su cumpleaños número quince.
Eiji y él se habían mantenido en contacto constante durante todo ese tiempo, especialmente cuando Sing parecía ser el único que realmente era honesto con Eiji –aún atrapado en Japón- sobre todo lo que ocurría alrededor de Ash.
Sing sabía que los demás parecían no estar del todo de acuerdo con lo que hacía, aún si nunca se habían dedicado activamente a detenerlo. Pero él no podía evitarlo.
Lo estaba comiendo vivo. Y sabía que a Eiji le debería estar ocurriendo algo similar.
Sing no sabía si ellos podían ser considerados como amigos aún, ya que ninguno había soltado esa palabra antes o después; sin embargo, la manera tan ferviente y vulnerable con la que el omega le hubiera pedido entregar su carta, había sido suficiente para que Sing entendiera, que al menos, realmente confiaban en él.
Y, de alguna manera, quería devolver esa confianza.
La mayor parte del tiempo no había mucho que contar, Sing no era médico ni mucho menos, y los avances que Max Lobo compartía con ellos no eran de mucha ayuda. Ash no despertaba, y tampoco parecía mejorar.
Los días en los que sus funciones vitales se mantenían estables, eran los más tranquilos para Sing. En esos días podía llenar los mensajes para Eiji con retazos de información sobre Kong, Bones o Alex. Incluso, sobre sí mismo, mientras Eiji le agradecía y le pedía que no olvidara que debía cuidarse también, pues parecía que no dejaba nunca el hospital.
Sing no se había molestado en decirle que eso no estaba muy lejos de ser verdad, pues desde el día de la muerte de Lao, no había regresado a casa. Y no lo haría, sino hasta un par de semanas después.
Por otro lado, los días donde Ash recaía –aún si solo era un poco- eran terribles. Sing escuchaba muchos términos extraños. ¿Hipoxia? ¿Necrosis? ¿Vasopresor? Demasiada palabrería que sólo lograba confundirlo y frustrarlo. La verdad era que Ash había perdido demasiada sangre, y mientras no despertara, los médicos no podían estar seguros de cuál había sido el verdadero daño del ataque.
Riñones, hígado, corazón. Incluso el cerebro.
"Eso quiere decir... que no importa si no le dieron en algún órgano vital"
Sing usualmente no intervenía en esas reuniones, donde los presentes portaban sendas expresiones de desasosiego, donde él parecía resaltar por la continua cólera y ansiedad que le invadían.
Max, quien silenciosamente había tomado la batuta en la habitación, le miró como si se tratase de un niño.
Sing odiaba las miradas que lo tachaban de cachorro perdido, aún si en ese momento se sentía como uno.
"No" —Le había dicho, mientras su mano acariciaba su mentón, donde una escasa barba ya había comenzado a crecer—"Sólo nos queda esperar..."
Esperar.
¿Cómo podía esperar uno en una situación así?
Sing recordaba no haber sido capaz de cerrar los ojos, al menos no lo suficiente para dormir. Pues cada que lo hacía, lo que lo saludaba era la imagen del cuerpo de Ash. Inmóvil.
Cubierto por una manta en medio de una gran mesa de metal.
En momentos así, era donde Sing tomaba el teléfono, acurrucado como pudiera en una vieja base de su pandilla, donde le habían permitido quedarse, y le escribía a Eiji.
Quien parecía estar en la misma situación que él.
Sus conversaciones en esos días parecían empezar de la misma manera, con el omega reprochándole estar despierto a esas horas de la madrugada, mientras amablemente le recordaba que no era bueno para su salud.
Sing, ni corto ni perezoso, le diría que él no podía criticarle. Ya que Eiji siempre respondía, sin importar si era mañana, tarde o noche.
Eiji, finalmente, terminaría confesando que realmente no podía dormir. Y, aun si aquello era algo que Sing ya sabía, le era reconfortante que Eiji se lo dijera.
Lo hacía sentir un poco menos solo.
Sing terminaría admitiendo que le pasaba lo mismo, y Eiji ofrecería llamarle, para poder hablarle hasta que se quedara dormido. No tenía que ser sobre Ash, ni sobre Sing, o sobre Eiji. Usualmente, era un montón de nada que Sing terminaba olvidando al día siguiente, pero que, en el momento, fungía como un salvavidas para el mar de penumbras que amenazaba con devorarlo entero.
Sing recordaba vagamente que incluso, una vez, Eiji se había pasado la madrugada recitándole cómo fermentar el natto en casa. Ganándose un montón de risas, mientras Sing aseguraba que la comida fermentada no podía realmente saber bien.
Eiji se había ofendido ligeramente, asegurándole que cuando volviera, se lo haría probar.
No "si", sino "cuando".
Eiji realmente quería regresar. Y lo decía con una confianza tal, que causaba un poco de celos en Sing. Aún si muchos habían calificado a Eiji como un don nadie, Sing creía que él tenía algo que a la mitad de ellos les faltaba.
Espíritu.
"Bueno" —Habría dicho en aquella ocasión—"Entonces dime qué otras cosas prepararas para mí, una vez estés aquí de nuevo."
Las próximas horas habían pasado entre un par de bostezos y una larga lista de platos de los que Sing sólo había escuchado vagamente alguna vez. Antes de que su duermevela, lo hubiera llevado a soñar con una mañana común y silvestre en el restaurante Chang Dai, con Eiji sirviendo platos para todos, mientras Shorter y Ash reían en una mesa aledaña.
Podía ser que aquello no fuera bueno para su salud, pues la imagen que cada día le regalaba el espejo se parecía un poco menos a él, y cada vez más a un cascarón que imitaba su rostro. No quería ni imaginar cómo es que lucía Eiji.
Aunque algo bueno había salido de aquello. Su horario de sueño, tan estropeado como estaba, al menos- le había permitido ser el primero en decirle a Eiji que Ash había despertado.
Había corrido escaleras bajo de la clínica, marcando con nerviosismo el número de Eiji, quien había respondido después de la primera timbrada.
Sing no recordaba exactamente qué le había dicho, pues sus palabras salían atropelladas, y luego tendría que felicitar a Eiji por su clara mejora al entender el inglés, si es que había logrado entender tremenda retahíla de palabras inconexas.
Ash estaba vivo. Ash estaba bien.
Sing no creía que tan pocas palabras pudieran generar semejante cantidad de llanto.
La voz de Eiji siempre había sido suave y cálida, con una cadencia que parecía incapaz de alcanzar tonos hoscos, incluso cuando le hubiera visto discutir con Yut Lung. Empero, en ese momento, era la primera vez que Sing escuchaba esa voz romperse.
Como si un muro invisible finalmente hubiera caído, dejando que la marea salvaje de tristeza, dolor, y alivio invadieran, destrozando todo a su paso.
"Gracias, Sing..."
Masculló Eiji, con una fragilidad que Sing temía romper con las palabras equivocadas. Con una vulnerabilidad tal que, hizo sentir a Sing menos que un ladrón, pues sabía que no debía ser él quien escuchara aquello.
"No hay problema" —Le habría respondido, intentando calmar el palpitar de su corazón, así como el ligero sonrojo que pugnaba por nacer en sus mejillas—"Si hay algún cambio, te avisaré"
Eiji le agradeció nuevamente, antes de que él colgara. Y, aun si Sing se había ofrecido, en ese momento pensaba que no era más que una mera formalidad. Después de todo, con Ash despierto, él debería ser quien pudiera comunicarse normalmente con Eiji de nuevo.
Vaya que había estado equivocado.
Pues, aún si los médicos habían asegurado un millar de veces que, gracias a las pruebas, parecía que ningún órgano de Ash había sufrido de daño permanente –o, al menos, nada que una larga estancia internado no pudiera solucionar- Sing estaba más que seguro que algo se había dañado en su cerebro.
Pues, de otra manera, no podía explicar la actitud de Ash.
¿Negarse a ver a Eiji? Era inconcebible.
Sing había estado lista para saltarle encima y darle una buena reacomodada de ideas. Probablemente lo hubiera hecho, de no ser que Ash era en ese momento un convaleciente.
Podía recordar con vívida cólera como la mirada de todos se había tornado triste, contrariada y quizá un poco herida. Pero la de Sing no. La suya se había inyectado en cólera.
Recordaba que lo había llamado estúpido y cobarde, antes de sentir que su propia voz se quebraba, y sus ojos ardían. Ash sólo le había fruncido la nariz, antes de girarle el rostro, diciéndole que un mocoso como él no tendría idea.
Max le había llamado la atención, o algo así. Creía incluso que Alex había tenido algo que decir, pero Sing no tenía tiempo ni ganas de escucharlos.
Eres un desconsiderado, habría querido decirle. No tienes idea de cómo reaccionó al saber que estabas vivo, grandísimo idiota. También habría sido una buena opción.
"No te lo mereces."
Era en cambio lo que había salido de su boca, mientras salía corriendo de la habitación, justo como lo había hecho después de la estúpida bofetada que le hubiera propinado hacía no más de un par de meses.
Sing odiaba llorar. Aún si en ese último tiempo lo había estado haciendo con relativa frecuencia. Buscó su refugio, mientras dejaba que su cuerpo cayera pesadamente en la cama. Ignoró la mirada consternada de sus hombres, pidiendo que le dejaran solo.
Frotó sus ojos con fuerza, antes de marcarle a Eiji.
Hablarle del rechazo de Ash no había sido fácil –aun si Sing creía que Eiji merecía saberlo, y que la última vez que hubiera mentido, prometiéndole que Ash sí vendría a verle, las cosas no habían salido exactamente bien- y menos lo había sido escuchar la respuesta de Eiji.
"...Entiendo"
Le había susurrado, con una debilidad que no era capaz de esconder la profunda tristeza que Sing sabía él sentía. Una tal que Sing aún estaba intentando procesarla, cuando Eiji hubiera cambiado su actitud, para asegurarle sus papeles y situación migratoria pronto estarían en línea, y que no pasaría mucho antes de que pudiera estar allí nuevamente.
Y, para finalizar
"Gracias, Sing..."
Le dijo, haciendo que Sing tuviera que apretar sus labios, luchando contra el ardor que volvía a nacer en sus ojos. Como si hubiera algo de lo que tuviera que agradecerle.
El ritmo de sus charlas había cambiado entonces. Sing aún era incapaz de mantener un ritmo de sueño adecuado, y sabía que Eiji tampoco, pero Ash al parecer se había vuelto un tema de conversación ocasional, uno que Sing sólo tocaba cuando Eiji le pedía –nerviosamente- saber si Ash ya había salido de cuidados intensivos, de cuidados intermedios, si ya podía caminar, si ya le habían dado de alta.
Sing respondía escuetamente, ya que sus visitas a la clínica se habían reducido.
Por su parte, Sing prefería preguntar por los trámites de Eiji. Él no conocía las leyes migratorias, las visas, o sobre la independencia omega en los países de Asia, mucho menos específicamente Japón, pero Eiji hacía que la información fuera diferible.
"Suena un poco a que te tratan como un niño"
Le había dicho una vez, en estados unidos si uno cumplía los dieciocho años, estaba más que listo para enfrentar el mundo como un adulto, solo. Incluso los omega.
En la tierra de Eiji, parecía en cambio, que se esforzaban particularmente para evitar su independencia.
"Bueno, no sería la primera vez"
Se había reído él, y Sing no había podido olvidar la imagen de los amigos de Ash, incapaces de escribirle un simple mensaje.
Consideración, suponía que era, en lugar de infantilización. Aunque Sing estaba más acostumbrado a lo segundo que a lo primero.
También habían hablado de la vida diaria de Sing, quien para ese punto ya había regresado a casa, aún si cada vez ese lugar se sentía menos como un hogar. No había muchas palabras para él allí, ni en ningún lugar últimamente.
Quizá solo en las oficinas de Yut Lung, lugar que comenzaba a visitar con más frecuencia.
Era un poco difícil de explicar aún, pues Sing se sentía caminar alrededor de cascarones cada que alguno de esos temas salía a la luz. Yut Lung había sido, en mayor o menor medida, artífice en la lesión de Ash.
Y Sing, también.
Aún si no aún no se lo confesaba a Eiji.
Sing creía que ese tema podría ser dejado en el diván de sus recuerdos, para nunca más volver a ser visitado. Pero se había equivocado, especialmente porque Eiji había sido el primero en traerlo a colación.
Una tarde sin mayor pretensión, mientras Sing intentaba ignorar el sonido de la lluvia al chocar con su ventana, Eiji le había preguntado por Lao.
Había sido repentino, demasiado. Sing no había podido entender mucho, más allá de que Eiji estaba preocupado, pues no sabía cómo es que la muerte de su hermano había afectado a Sing.
Él había tardado un poco de tiempo en responder.
Y no lo había hecho como le gustaría.
—No creo que te importe
Había soltado, Eiji sólo había respondido con un pequeño gemido de desconcierto.
Sing había continuado.
—El casi mata a Ash, Eiji—Le había dicho, mientras sus ojos se fijaban en las gotas que caían por su ventana, bajando despreocupadas—No es como si debieras... no tienes que... fingir que te importa.
—Pero si lo hace...
Había dicho él, y Sing sólo había hundido su rostro en la almohada, intentando ligeramente alejar el teléfono de su oído. Al no recibir respuesta, Eiji continuó.
—Me importas tú, Sing. —Aquello había hecho que abriera los ojos, mientras observaba la pantalla y su luz tenue—Sé que Lao era tu hermano, sé lo mucho que lo amabas... Y, aún si no crees en mis palabras... Sing, de verdad... lo lamento mucho...
Sing sintió las lágrimas agolparse en sus ojos. Antes de que comenzaran a caer con lentitud, libremente por sus mejillas.
Era el primero que le decía algo así.
Quizá, si lo veía en retrospectiva, había sido en ese momento cuando había iniciado realmente. Al sentirse abrazado por las palabras de Eiji, por su honestidad y empatía.
Enamorarse de Eiji Okumura había sido un suceso natural y casi inevitable.
Aun si eso no lo había hecho menos engorroso.
El tiempo pasó volando, y Eiji regresó a los estados unidos. Sing se había ofrecido a ayudarle con su instalación, acomodándose en la ciudad. Intentando no pensar de más en todo el tiempo que ahora estaban pasando juntos.
No había sido tan duro, después de todo.
La gente decía que Ash era un genio, y Sing también lo sabía, de alguna manera. Aún si sus acciones parecían delatar más el comportamiento de un niño encaprichado la mayor parte del tiempo.
Después de todo, no había tardado mucho en notar su propia imbecilidad, y regresar con Eiji como un perro arrepentido. Aún si Sing le había recalcado a Eiji que lo había perdonado con demasiada facilidad, el omega solo le habría abrazado, agradeciéndole por siempre estar tan pendiente de él.
Le había regalado un dedo medio a Ash, antes de irse, a lo que el lince simplemente había rodado los ojos.
Su relación había mejorado lentamente después de eso, incluso la rocosa que tenía con Ash. Ayudaba bastante el ver que el alfa parecía realmente arrepentido por ese tiempo lejos de Eiji, dejando de lado su actitud cortante para con el resto, y regresando al mismo Ash que todos hubieran conocido antes del asunto con Foxx.
Sin embargo, sus sentimientos por Eiji no se habían desvanecido. Para el día de la boda, Sing aún podía sentir su corazón latir como caballo salvaje, y sus mejillas colorearse como rosas salvajes.
Era casi doloroso, hasta cierto punto. Sin contar que difícil de admitir.
No había ayudado que quien le diera la invitación personalmente fuera Eiji, o que le dijera que la noche no sería lo mismo sin él. Quizá era sólo un detalle que cualquiera tendría con un amigo, pero Sing había sentido su interior derretirse ante la sonrisa que había acompañado esa frase.
Aún no podía creer que en algún momento hubiera pensado que Eiji era un omega sin encanto particular.
Yut Lung le había hecho hincapié muchas veces en ese entonces, recordándole burlonamente que debería quitar la expresión de idiota que tenía cada vez que volvía de ver a sus amigos.
En su momento Sing no le había dado mucha importancia, pues su mente estaba más enfocada en alejar los colores que levemente se le subían al rostro, mientras frotaba escuetamente su mejilla.
Sin embargo, rememorar eso ahora... era aún peor.
Especialmente porque ya eran muchos años en que esas expresiones, o ese nerviosismo, iba dirigido para alguien más. Aún si Yut Lung parecía no notarlo.
Yut Lung se acomodó en la maraña de frazadas y almohadas que había colocado de manera casi desesperada en su habitación. La ira que lo había invadido hacía unas horas apenas comenzaba a bajar, dejando en su cuerpo únicamente el sentimiento de soledad mezclado con algo de tristeza.
Estiró su mano, buscando bajo su almohada, donde aún escondía la camiseta de Sing.
Sintió la tela, enredándola en sus dedos, intentando recordarse a sí mismo que, de hecho, debería querer lanzarla a la basura. En cambio, terminó pegándola a su pecho, hundiendo su nariz e intentando captar un poco del aroma del alfa que aún pudiera estar presente en ella.
Lo halló, tenue, pero presente. El aroma inequívoco de Sing. Pudo y sin manchas de ningún otro.
No como en la cena.
La ira regresó. Vaya ridiculez.
Él siempre había tenido un sentido del olfato particularmente delicado y preciso, característica que no había hecho sino afinarse con el embarazo; y si bien no era la primera vez que captaba el aroma de otras personas rodeando la órbita de Sing- sí era la vez que ese hecho lo alteraba de esa manera.
¿Pero podrían culparlo? Se trataba del aroma del insufrible de Eiji Okumura. Y si de por si Yut Lung encontraba que la dulzura que emanaba el japonés siempre había sido más vomitiva que atrayente, ahora-... ahora sólo se había hecho aún peor.
Porque, de verdad.
Yut Lung creía que no había manera de hacer el aroma de ese hombre aún menos tolerable, pero al parecer Eiji había encontrado una manera de lograrlo.
Preñándose, aparentemente.
Yut Lung podía notar esos pequeños cambios sin problema, y para su mala fortuna, estaba demasiado familiarizado con el aroma de ese remedio de omega como para no notarlo. Yut Lung no podía terminar de comprender como es que alguien tan incapaz de cuidar de sí mismo había terminado arrastrando no solo a Ash y a Shorter, sino también ahora a Sing al centro de su vida.
Gruñó por lo bajo, tomando una de sus almohadas y lanzándola casi por reflejo, haciendo añicos una de sus lámparas.
Escuchó un pequeño golpeteo detrás de la puerta, y una voz queda preguntando si estaba bien o si necesitaba algo.
Aquel tenía que ser el mejor chiste de toda la historia.
Bufó con desgano, cubriéndose el rostro con las frazadas, mientras profería que lo que necesitaba era que todos lo dejaran en paz, probablemente ahuyentando al pobre empleado que sólo hacía su trabajo.
Observó con desdén la camisa de Sing, mientras se preguntaba cómo es que uno podía pasar de la alegría casi infantil a los deseos homicidas en un abrir y cerrar de ojos, decidiendo finalmente que tal prenda no merecía un lugar en su nido, lanzándola sin miramientos al suelo.
Y arrepintiéndose toda la noche de haberlo hecho.
Era domingo en la mañana, cuando encontró algo que no había visto antes en el cesto de ropa limpia.
—Eiji—preguntó, mientras tomaba la prenda con cuidado y la examinaba de arriba abajo—¿Qué es esto?
Los fines de semana solían ser dedicados únicamente a las tareas domésticas. Ash nunca había sido realmente fanático de lavar la ropa, prefiriendo tirarla a la lavadora o a la basura, si las manchas parecían demasiado profundas para intentar dar batalla. Empero, Eiji, y su constante y repetitiva charla sobre la importancia de mantener su hogar impecable, había hecho que al menos encontrara un poco de gusto en doblarla y guardarla.
Así que, había hecho suya la tarea de acomodar la ropa cada vez que una carga saliera de la secadora. Años de hacerlo había logrado que conociera el guardarropa de su esposo más que el suyo propio, y esa prenda, no era suya.
—Oh—Dijo Eiji, mientras levantaba la mirada, estaba remendando una camisa—Fue un regalo.
—¿Hum?
Cuestionó Ash.
—De Sing—Aclaró su esposo.
—Oh...—Murmuró, intentando no sentirse particularmente irritado por el asunto.
Para ese punto, todo el mundo le había dado algo a Eiji por su embarazo. Camisetas, pantalones, e incluso un par de suéteres. Todos, excepto él.
Miró con detenimiento a Eiji, ciertamente, su figura había cambiado. Ahora era notorio aún con la ropa encima, y no sólo cuando las manos de Ash se aventurarán por debajo de la tela.
Incluso, recordaba Ash, que su pecho también se había suavizado, al mismo tiempo que había comenzado a crecer. Él podía dar fe de ello, se había hecho una pequeña tradición el masajeárselo durante la noche.
Después de todo, aún si los varones omega experimentaban el crecimiento de su vientre de la misma manera que lo hacían las mujeres, sus pechos sólo se desarrollaban un poco más, lo suficiente como para llenarse de leche. Ash suponía que aquella debería ser la mayor diferencia física entre un varón omega y uno de cualquier otra casta. Su tejido mamario no estaba atrofiado.
... ¿tendrían que comprar un sujetador?
La idea hizo que sonrojara.
—Eiji—Dijo entonces, dejando la prenda en el cajón, antes de que la parte de su cerebro a la que solía recordarse no escuchar; le dijera que se vería mejor en el tacho de la basura.
—¿Hm?
—Vamos de compras.
—¿Eh? —Su esposo dejó por fin su labor, apartando ligeramente la camisa y enrollando la aguja e hilo dentro de una lata de galletas que hubieran comido los días de año nuevo—¿Perdón?
—De compras—Dijo nuevamente.
Eiji rio.
—Pero tú odias ir de compras—Le dijo, mientras llevaba uno de sus ahora largos mechones detrás de su oreja—Siempre quieres que regresemos temprano.
Ash hizo un pequeño puchero, mientras abandonaba su lugar y se dirigía junto a su esposo.
Eiji era un comprador asiduo, y desde que se conocieran, había sido el principal encargado de mantener la despensa llena, así como las cuentas pagadas. Ash no era realmente fanático de las tiendas, especialmente no de las especialmente dedicadas al hogar que Eiji tanto visitar, mientras evaluaba cual cucharon o toalla se vería mejor en el comedor.
Incluso al comprar ropa. Ash siempre había sido alabado por su gusto al momento de vestir, pero la verdad era que solía tomar lo primero que llamara su atención, sin siquiera tener que probárselo antes. Su talla no había cambiado mucho, aún si con los años había logrado estirarse lo suficiente como para casi rozar el metro noventa y cinco. Si algo le quedaba a un maniquí, probablemente le quedaría a él.
—Pero no vamos a comprar nada para mí—Murmuró contra el cuello de Eiji, mientras apartaba la camisa que hubiera estado remendando y enredaba sus brazos en la cintura de su esposo, acariciando con cuidado su nueva forma y deleitándose con el calor que emanaba su cuerpo—Qué clase de esposo sería si no me preocupo por ti, quiero que compremos ropa de maternidad.
Eiji soltó un largo y contemplativo murmullo, incapaz de poder ocultar la gracia de su siguiente frase.
—¿Acaso me estás diciendo gordo?
Ash rio de nueva cuenta.
—No—Sus labios buscaron el lóbulo de la oreja de Eiji, besándolo, y notando que ahora estaba teñido de un leve color carmesí—Pero el bebé pronto se sentirá agobiado por la presión si no usas algo más suave, ¿no lo crees?
Eiji se removió ligeramente en su abrazo, mientras asentía con suavidad.
Ash besó su cuello con cariño, antes de acomodarle el cabello detrás de la oreja. Estaba bastante largo, lo suficiente como poder atarlo en una media cola, o una coleta baja. Ash también había dejado crecer su cabello, sólo un poco, lo suficiente como para atarlo con una pequeña liga y que esta no rodara, cuando hacía calor.
Ash lo hacía porque no le gustaba ir a la peluquería, ya que sentir las manos de un extraño sobre su cuerpo aún era algo que preferiría evitar de ser necesario. Eiji había tomado un par de cursos de cosmetología, sólo para evitar el desastre de la primera vez que le hubiera cortado el pelo en casa.
Su esposo, en cambio, se dejaba crecer el cabello por un motivo mucho más jocoso, a opinión de Ash. Le sumaba un par de años, al parecer, y Eiji aún no superaba que le hubieran pedido una identificación cuando hubiera querido comprar licor para la celebración de su cuarto aniversario.
—Alístate, terminaré de guardar esto rápido—Sentenció finalmente, robándole un pequeño beso al omega.
Tomaron el tren hacia el centro comercial, y aunque Ash en un inicio se hubiera sentido bastante intranquilo al saber que Eiji se tendría que movilizar solo constantemente por la ciudad, el omega había aprendido de manera rápida a descifrar y recorrer las redes del metro de la ciudad.
Al menos no eran como los nidos de ratas que rememoraban las líneas de los barrios bajos en Manhattan.
"También tenemos metro en Japón, Ash" era lo que usualmente le decía Eiji, mientras se cruzaba de brazos y le miraba con una sonrisa demasiado pagada de sí misma "Y no siempre son agradables. Hace unos años aprobaron una ley para tener vagones únicamente de omegas"
"No ayudas a tu caso, Eiji"
Respondería él. Pues los degenerados, al parecer, abundaba en cualquier lugar, sin importar la latitud.
Así que nadie podría culparlo por querer viajar de manera segura junto a Eij; siendo que el adorable sonrojo que siempre cubría sus mejillas cuando Ash envolvía posesivamente uno de sus brazos en su cadera, sólo era un aliciente extra para hacerlo.
—Sabes que no tienes que hacerlo ahora... el tren está casi vacío...
Se quejó Eiji, sin verdadera intención, mientras le miraba con un puchero en los labios.
Ash sonrió con sorna. Presionando más su agarre.
—Lo hago porque quiero, hermanito.
—Eres un...
Pero Eiji no pudo terminar, porque de pronto, un par de pequeñas manos se posaron sobre sus rodillas, sorprendiéndolos a ambos.
—¿Vas a tener un bebé? —preguntó entonces un pequeño cachorro, de no más de cinco años.
Ash parpadeó un par de veces, mientras el pequeño acurrucaba sus regordetas y rosadas mejillas contra el regazo de Eiji, al tiempo que sus castaños rulos de movían gracias al movimiento del tren.
—¡Sasha! —Frente a ellos, una mujer omega con una bebé en brazos, parecía apenas haber notado que su hijo mayor había huido del asiento contiguo—No molestes al joven...
A su lado, Eiji negó con suavidad, mientras le aseguraba a la mujer que todo estaba bien.
—Así es—Respondió con dulzura, mientras acariciaba la pequeña cabeza del cachorro, cuyos ojos brillaban con la curiosidad que parecía únicamente propia de los niños.
El resto del viaje pasó rápidamente, mientras Eiji y el pequeño se imbuían en una conversación sobre lo que hacía Eiji, y lo que había hecho su madre mientras esperaba a su hermana pequeña.
Si Eiji también había comenzado a odiar el olor a café matutino y los cereales, o si su esposo también había tenido que salir a comprar helado y pepinillos a las cuatro de la mañana porque él, al igual que su mamá, había amenazado con romper a llorar si no lo hacía.
Entre muchos otros pormenores del embarazo, que habían hecho que la mujer frente a ellos pareciera lista para fundirse con su asiento.
Para Ash había sido lo más tierno del mundo.
Eiji era dulce y paciente, especialmente con los niños. De pronto la imagen del pequeño desconocido y su esposo mutó en otra, el tren convirtiéndose en su habitación, iluminado apenas por la luz de la mañana, mientras un pequeño se revolvía entre los brazos de Eiji, quien con cariño le tarareaba una nana, con el aroma dulce de su esposo mezclado con el de un cachorro recién nacido. Eiji giraría con suavidad, con su índice sobre los labios, pidiéndole que no hiciera mucho ruido.
Dejando que Ash pudiera apartar la pequeña manta, revelando a su bebé.
Tuvo que tragar en seco, y alejar la mirada un momento, luchando contra el calor que se había acumulado en sus mejillas. Eiji y un bebé en brazos eran realmente la combinación perfecta.
Algo que Ash ya había pensado con anterioridad.
Que Eiji realmente había nacido para cuidar de las cosas más delicadas del mundo.
Y que, si Ash había tenido la fortuna de haber llegado también a su radar, lo mínimo que podía hacer, era atesorarlo como se debía. Después de todo, lo había robado del mundo para sí.
El tren se detuvo en su estación, y Eiji se despidió del pequeño y de la madre que parecía repetirle a su cachorro que dejara de contar esas historias una y otra vez.
—¿Ash? —Preguntó Eiji, y él aún estaba intentando pelear con los remanentes de las imágenes que lo hubieran atacado hacia unos momentos—¿En qué estás pensando?
El mentado sólo se aclaró la garganta, mientras su mano buscaba a la de Eiji, entrelazando sus dedos.
—En nada.
Eiji tomó la prenda entre sus manos, mientras la estiraba sobre su silueta. La imagen que le devolvió el espejo del vestidor hizo que suspirara con pena.
—Creo que esto es muy grande para mí.
Concluyó. Ash, quien estaba parado a su lado, elevó una ceja con duda. Eiji por su parte, agitó la camiseta levemente. Era casi tres tallas más grandes que la suya.
—La vendedora dijo que era lo más popular.
Eiji recordaba vagamente la figura de su madre embarazada. Sus padres habían intentado durante mucho tiempo el tener otro bebé, y Eiji lo sabía, porque aún tenía entrecortadas memorias de su madre esperando en el baño durante largos minutos, sólo para salir con una expresión que Eiji había tardado un par de años en identificar como decepción.
Por eso, cuando al fin lo hubieran logrado, había sido una gran noticia. Eiji era aún un cachorro, pero recordaba gustar de pegarse al vientre de su madre, mientras hacía que sus animales de peluche lo escalaran, como si se tratara de una gran montaña.
Suspiró derrotado, optando en cambio por reír.
—Voy a estar gigante, ¿verdad?
Ofreció, y Ash le regaló una sonrisa, al tiempo que estiraba una mano, como pidiéndole que la tomara.
Eiji lo hizo, y Ash lo aló hacia sí, antes de besar sus dedos con devoción.
—Vas a estar hermoso—Dijo, pegando sus dedos a sus labios—Incluso más que ahora.
El rostro de Eiji ardió con un sonrojo.
La gente siempre hablaba del brillo que tenían los omegas embarazados, como si describieran un halo etéreo que se generaba en el momento que uno comenzara a cargar con una vida. Sin embargo, entre los vómitos, el sudor de los bochornos, el continuo deseo de estar cubierto por- fluidos de su esposo, y los demás pormenores de su embarazo, Eiji creía que la imagen que daba estaba por demás lejos del concepto de etéreo.
—... ¿de verdad?
Susurró, con un tono quedo que usualmente nunca usaría.
Ash le sonrió con ternura, juntando sus frentes en un signo de complicidad.
—Por supuesto—Le aseguró, mientras lo acurrucaba entre sus brazos, besándolo con lentitud—Eres la persona más hermosa del mundo.
Eiji se apartó un poco, el calor había viajado hasta sus orejas, la pobre camiseta de maternidad siendo aplastada sin pena entre su cuerpo y el de Ash.
—Oh, vamos...—Se quejó sin mucha fuerza. Eiji sabía que él realmente no llamaba la atención, ni siquiera en Izumo; ya que cada vez que el tema de la pareja o el futuro era traído a colación, sus amigos le aseguraban que él no tendría que preocuparse, pues los omegas siempre encontraban a uno o dos pretendientes, y que Eiji era lo suficientemente buena persona como casarse con alguien igual de amable. Por otro lado, Ash era la belleza encarnada, con lo dulce y profundo de sus ojos, con lo suave que podían llegar a ser sus gestos, y lo natural y cálido de su sonrisa. Ash era el amanecer hecho persona—Ese título es para ti.
Le respondió, dibujando una pequeña sonrisa, y depositando un beso en la punta de su nariz.
Ash solo presionó más su abrazo.
—Eso lo dices solo porque no te vez como te veo yo...
Las manos de Ash viajaron por su cuerpo, acariciando su espalda, y de pronto Eiji no tuvo reparo en que la camiseta se estropeara, o que estuvieran en un lugar público.
—¿Me permitirás comprar esto para ti?
Preguntó finalmente Ash, luego de unos minutos. Eiji se revolvió en su lugar, lo suficiente como para que una de sus manos llevara la tela a un lugar donde ambos pudieran apreciarla.
Tenía un par de animales de caricatura.
Eiji suspiró, asintiendo derrotado.
—Por favor—pidió, antes de hundir su rostro nuevamente en el pecho de Ash, quien, tras reír desaforadamente, besó su frente sin miramientos.
—Sabía que te gustaría.
Colocaron la prenda en un cesto para llevar, junto a otros dos iguales de diferente color. Y Eiji creía que ya estaban listos para pasar a la sección de pantalones, cuando Ash cerró la puerta del cambiador, ganándose una mirada dubitativa de su parte.
—Ahora, Eiji—Empezó, con una expresión que parecía decir "escúchame, antes de que te nieges"—Quiero proponerte algo...
—¿Hm?
Fue la elocuente respuesta de Eiji.
Ash, frente a él, tomó aire un momento, antes de buscar entre la pila de ropa que había quedado en la sección de rechazados.
Elevó la prenda, logrando que Eiji volviera a sentir el rostro arderle.
—Ash...—Dijo entonces, con la sonrisa grabada en el rostro, aunque era más por nerviosismo que felicidad.
—Escúchame—Puntuó su esposo, mientras parecía luchar por encontrar las palabras correctas—Están... poniéndose suaves.
Eiji cubrió su pecho en acto reflejo, casi como de una doncella virginal se tratará, y pudo notar como Ash tuvo que luchar para que una nueva carcajada no escapara de sus labios.
—No soy una mujer.
Reiteró, aunque sabía que su esposo estaba más que al tanto del tema, aun si por algún motivo había decidido que necesitaba un sujetador.
—Lo sé—Aclaró Ash, mientras daba un par de pasos hacia adelante y apartaba las manos de Eiji con delicadeza—Pero este es uno de maternidad, para omegas masculinos, ¿no lo quieres revisar?
Eiji le dedicó una mirada escéptica, pero terminó tomándolo.
No era... tan malo. La tela se sentía suave entre sus dedos, y había un par de almohadillas al nivel de los pezones. Ash pareció notar que su atención se había centrado particularmente en esa zona, pues rápidamente añadió.
—Por posibles fugas de leche.
Eiji creía que su rostro se derretiría allí mismo.
—No digas eso en voz alta...
Pidió. Ash solo cubrió la sonrisa que se había comenzado a pintar en sus labios.
Estaba disfrutando demasiado de aquello.
—Son cosas que pueden pasar, Eiji. Es natural.
El mentado solo pudo fruncir ligeramente el ceño.
—¿Y cómo es que sabes tú eso? —Cuestionó, ganándose un suspiro y que Ash se elevara de hombros.
—Internet—Confesó Ash, con simpleza—Voy a ser padre, Eiji, son cosas que debo entender.
Las manos de Ash buscaron las suyas, acariciándolas.
—Sé que puede ser incómodo... pero si no, te dolerá...
Eiji podía dar fe de ello, pues últimamente, incluso ponerse las camisas para el trabajo era una lucha titánica, especialmente con lo apretado que todo comenzaba a sentirse.
Eiji estiró la prenda, pegándola con suavidad contra su cuerpo.
—Creo que si es de tu talla—Ofreció Ash, mientras Eiji asentía—¿Lo probarás? ¿Por mí?
Eiji no pudo evitar dedicarle una mirada sentida antes esas palabras, recordando sus primeros días como esposos.
La vida matrimonial era una cosa curiosa, incluso para él y Ash, que ya habían tenido una larga etapa conviviendo, como amigos y como algo más que eso.
Siempre había días buenos, y días malos. Los primeros estaban llenos de dulzura y encanto hogareño, mientras que los segundos – si bien ya no eran silencios debido a las constantes desapariciones de Ash debido a las actividades de su pandilla, habían evolucionado en silencios porque había cosas que Ash no quería contarle, o que sentía que no debía contarle.
Momentos donde Ash aparentemente olvidaba comer, o prefería no hacerlo. Otras tantas, donde se quedaría despierto sin hacer más que observar el techo de la habitación.
Eiji ya no tenía que fingir que no notaba esos detalles, pues ahora mismo no había un bien mayor más allá del bienestar de Ash. Empero, era difícil, mucho. Ash era particularmente silencioso cuando quería, encerrándose en un mutis donde nadie sería capaz de sacarle palabra alguna, no porque Ash las retuviera, sino porque parecía que genuinamente no tenía nada que decir.
Eiji entendía a Ash en esos momentos, optando por acompañarlo en su silencio, abrazándolo con fuerza, hasta que se sintiera listo para abrirse al mundo una vez más. A intentarlo otra vez.
"Por mí"
Esas dos palabras habían jugado un papel muy importante durante ese tiempo. Antes incluso de que Ash aceptara que quizá la terapia si podía ser de ayuda, y, durante el proceso de la misma, también.
"Por ti"
Sería la respuesta de Ash.
Eiji no pudo evitar sonreír.
—Por ti.
Aceptó.
Terminaron abandonando la tienda con cinco bolsas de ropa, entre camisetas, pantalones, chaquetas y ropa interior.
Eiji se había quejado de que era demasiado, mientras veía la cuenta subir al tiempo de que cada ítem era escaneado en la caja registradora.
—Error—Le había respondido Ash, con orgullo—Nada es suficiente para ti, Eiji.
Él solo había atinado a sonrojarse, mientras la cajera que les atendía, sonreía ampliamente.
Sing llegó a la mansión antes de que el reloj diera las ocho de la mañana. No había podido dormir bien en la noche, y había intentado cubrir su falta de sueño con una ducha helada en la mañana.
Y, por las expresiones que el personal de la mansión le dedicó cuando llegó, creyó que Yut Lung tampoco había tenido una muy buena noche.
Se removió con algo de nerviosismo en la puerta, cosas que nunca había hecho antes, mientras pedía autorización para subir al segundo piso.
—El amo Yut Lung aún está descansando, —le dijo uno de los mayordomos, intentando muy pobremente ocultar la preocupación se su mirada—Nos informó que no quería salir de su habitación.
Sing frunció los labios y asintió leventemente.
La noche anteriora había pasado en un constante frenesí de recuerdos del pasado, pensamientos desordenados, y un continuo ir y venir de un lado a otro de la cama. Ni siquiera había tenido ánimos para desayunar, optando por guardar un bollo se carne dentro de una bolsa en el bolsillo de su abrigo.
—Entendido.
Soltó, antes de comenzar su camino hacia la habitación de Yut Lung. Nadie lo detuvo, y Sing se tomó un momento para preguntarse si aquella era una buena señal o no. Pues podía ser que si presencia ya no fuera considerada no grata, o que el Omega le creyera con el suficiente tino como para no regresar después de su pelea de ayer.
Fuera como fuese, Sing se presentó frente a su puerta, deteniéndose solo a un par de milímetros de la madera perfectamente pulida.
Sus pasos resonando en lo vacío del corredor.
Espero unos segundos por alguna clase de señal, seguro de que su presencia ya se había hecho de notar, pues el único que caminaba sin hacer ruido en aquella casa era Yut Lung.
Ante la falta de respuesta, se limitó a tomar una bocanada de aire. Tomando fuerzas. Elevo la mano, listo para tocar, hasta que una voz lo detuvo.
—¿Sing? —la voz de Yut lung llegó desde el otro lado de la puerta, haciendo que el mentado soltará el aire que había guardado hacía unos segundos.
—Sí— afirmó, esperando por un momento alguna clase de represalia. O, al menos, algún grito—Soy yo.
Cualquier pequeña señal de que su presencia allí no era bienvenida. Empero, todo lo que le respondió fue el silencio.
—¿Puedo pasar? — cuestionó, y un par de segundos extras tuvieron que transcurrir, antes de que recibiera una respuesta afirmativa.
El cuarto de Yut Lung estaba desordenado. Restos de una lámpara se esparcían por el suelo, junto con una abandonada almohada. Desde la cama, Yut Lung lo observaba impasible. Tenía un par de bolsas bajo los ojos, ya su rostro parecía pálido.
Sing cerró la puerta detrás de sí, luchando contra el deseo de preguntarle si se encontraba bien, pues sería demasiado tonto. En cambio, optó por acercarse un poco, mientras afirmaba.
—No dormiste bien.
Yut Lung elevó una ceja, antes de dejar escapar una carcajada.
—Gran deducción, Sherlock.
Espetó, y Sing se llevó una mano detrás de la cabeza, inseguro sobre como proseguir.
—Lamento haberte molestado ayer—empezó. Y si bien él no era realmente conocedor de los omegas, pensaba que quizá había tenido algo que ver con traer un aroma extraño a su nido - pues, si al menos de algo estaba seguro Sing; era de que había una gran diferencia entre un omega que había crecido como lo hubiera hecho Eiji, y uno que lo hubiera hecho como Yut Lung.
El mentado le miró mientras funcia el ceño, su posición en la cama no había cambiado ni un poco.
Sing creía que, de poder, Yut Lung le estaría gruñendo.
—No—dijo entonces, con sarcasmo revistiendo su tono—Discúlpame a mí—se burló, haciendo movimientos exagerados con la mano, y tocando pecho—No quería interrumpir tus aventuras con un omega embarazado. Estoy seguro de que el lince adora que pases tanto tiempo con su pareja—bufó, mientras rodaba los ojos—maldito imbécil, ni siquiera sabe usar condón.
Sing suspiró, recordándose que bien podían ser las hormonas hablando.
—Solo lo ví de casualidad— explicó con lentitud.
Algo preocupado por la posible reacción del omega ante la noticia. Después de todo, la animosidad de Yut Lung contra su amigo era legendaria, el mismo había sido testigo de sus secuestros e intentos de asesinato.
Y, aún si con el tiempo, parecía que mucho de aquello finalmente se había desvanecido, Sing sabía que la mención de Eiji no hacia otra cosa más que -en los buenos días, hacer que el rostro de Yut Lung se curvara en un rictus de molestia, y; en los malos, se desatará una retahíla de insultos.
Sing había intentado entender que podía ser lo que despertara tales emociones, sin llegar nunca al fondo del asunto. Suponiendo que quizá, solo había personas que, por un motivo u otro, nunca encontrarían tu presencia agradable.
Incluso para alguien como Eiji.
—Lamento haber traído su aroma aquí, sé que eres sensible—le dijo, acercándose un poco más.
Yut Lung jadeo desde el fondo de su garganta, con un sonido de sorpresa.
—¡No lo soy!
Yut Lung se vendía al mundo como alguien sublime e intocable, pero con él; siempre había parecido más un mocoso cuando dejaba que la irá se apoderara de él.
Cuando se comportaba como de la edad que realmente tenía.
Suspiró, sentándose a su lado, y agradeciendo mentalmente que Yut Lung no lo apartará, únicamente doblando las rodillas más cerca de su pecho.
—Prometo no volver a hacerlo—dijo, mientras probaba su suerte y estiraba ligeramente su cuerpo hacia adelante.
—¿Ver a Eiji? —respondió Yut Lung, con un ligero brillo infantil en la mirada, que Sing estaba casi seguro no querría que notase.
—No—tuvo que aclarar, mientras negaba leventemente con la cabeza—él es mi amigo—puntuó, e intentó ignorar el punzón que se alojó en su estómago al notar la ligera decepción que se esparció por la mirada de Yut Lung—me refiero a traer su aroma aquí—Explicó—Mi prioridad es tu comodidad, así que no haré nada que te moleste.
Yut Lung se removió en su lugar, dejando que sus músculos se relajaran.
—... ¿En serio?
Sing asintió.
—En serio.
Yut Lung pareció relajarse finalmente, dejando que sus piernas se estiraran, mientras le observaba con curiosidad.
—Sing...
Empezó, y él se acercó un poco más mientras le sonreía con cariño.
—Dime.
—¿Qué traes en el bolsillo?
Preguntó, ganándose una sonora carcajada de su parte. Saco el pequeño bollo envuelto, para ofrecérselo.
—¿Lo quieres? —preguntó, y por la manera en la que los ojos del omega centellaron, Sing supo que la respuesta era sí.
A Max le gustaba invitarle a comer a veces. Parecía que se había vuelto una pequeña tradición entre ellos, de la misma manera que lo había hecho que su auto proclamado padre pidiera un plato fuerte, mientras él se contentara simplemente con un poco de café, y uno que otro aperitivo.
—En serio—Dijo Ash, mientras daba un largo trago a su taza, y observaba con algo de repelús la cantidad de carne que Max podía consumir de una sentada—Si sigues así, vas a subir otra talla este año; papá.
Max simplemente le dedicó una mirada fastidiada, mientras se llevaba otro trozo de carne a la boca.
—Déjame ser—pidió—No es mi culpa que tú sigas comiendo como un conejo.
Ash se elevó de hombros, restándole importancia. Aunque era cierta que, desde pequeño, siempre había sido algo retraído al momento de la comida. Griffin tenía que ser muy imaginativo para poder hacer que comiera un poco de la poca carne –que no fuera embutidos- que lograba conseguir, ya fuera cortándola en trozos muy pequeños y escondiéndola entre el arroz, o diciéndole que el conejo de la clase se pondría triste si Aslan no terminaba su ración.
Aunque suponía que no podía achacar sus problemas alimenticios a un poco de selectividad en la infancia, aún si eso lo hacía más sencillo de digerir.
Aun si ahora intentaba comer un poco más, cuando estaba solo; o fuera de casa, era más sencillo recaer en los viejos hábitos, esos que tenía más de la mitad de su vida practicando.
Recordaba vagamente cómo es que Eiji había hecho un gran escándalo, casi rozando en la celebración, el día que ambos hubieran notado que acababa de subir unos cuatro kilos. Casi rozando su peso ideal.
Ash había pensado que aquella sonrisa hacía que valiera la pena intentarlo.
Claro que, era mucho más sencillo si se trataba de comida hecha por Eiji, o comida que pudiera compartir con él.
—De cualquiera manera—Interrumpió Max, sacándolo de sus pensamientos—Mira esto.
Dijo, al tiempo que tomaba una carpeta de cuero que había llevado consigo, sacando una gran cantidad de documentos. Ash los recibió, mientras examinaba lo que decían.
Todos eran testimonios, de diferentes funcionarios públicos, y de patrocinadores de campañas políticas.
—Un par de mis contactos se comunicaron conmigo—Empezó a explicar, mientras Ash leía con más detenimiento. Max realmente era un hombre que parecía haber nacido para la acción, con su constante deseo de mantenerse en movimiento y de investigar. No debería ser una sorpresa para nadie que hubiera decidido escribir sobre la guerra, los políticos, y extrañas conspiraciones—Las elecciones serán en menos de dos años, y este candidato es muy popular—Puntuó. Pero eso Ash ya lo sabía, estaba casi seguro de que ganaría las elecciones primarias dentro de su partido, y con algo de suerte, quizá también las presidenciales—Pero si uno se pone a revisar su historia con detenimiento, puede ir notando comportamientos menos que impecables desde hace años. Y queremos sacar todo esto a la luz.
Ash suspiró, mientras pasaba las páginas.
—Dudo que haya alguien que llegue a uno de esos puestos sin una historia similar, Max.
Y aquello no era una exageración, pues, al menos todos los clientes de Dino entraban en ambas categorías. Los hombres poderosos tienden a codearse entre ellos. Y, la maldad parecía esparcirse tan rápido y tan fácilmente como cualquier clase de cáncer lo haría.
—Bueno—Asintió Max, dándole la razón, mientras Ash observaba su figura inamovible por encima de sus gafas. Tomando lo que quedaba de su café sin prisa—El motivo por el cual te mostraba esto, es porque quería saber si quisieras formar parte del equipo.
—¿Uh? —Preguntó, sintiendo como el líquido caliente bajaba por su garganta.
—Sé que esta clase de cosas te interesan—Dijo Max con un brillo extasiado en los ojos, y Ash se preguntó sólo un momento porqué es que le había enseñado sus viejos ensayos de política exterior, y no los había dejado en su vieja computadora, olvidados en alguna carpeta—Además, dentro de nuestro equipo, eres el que mejor control de la prosa tiene—aún si Max había tardado más de un año en aceptar que Ash parecía tener un mejor uso de las palabras que él, cosa que no había sido nada fácil, pues él mejor que nadie sabía lo protector que era el alfa sobre su trabajo.
Ash dejó su taza a un lado, colocando sus manos sobre la mesa, mientras miraba a su padre con una expresión complicada.
—Creo que no...
Dijo finalmente, con un tono más dubitativo de lo que le hubiera gustado en primer lugar.
Max le observó, patidifuso.
—¿Eh? ¿Y por qué no?
Ash frunció los labios, ya que ciertamente, todo lo que Max había dicho era verdad.
—Puedo ayudarte un poco, pero no creo poder ser parte formal del equipo.
Max elevó una ceja.
—Pero tú siempre dijiste que querías llegar a escribir sobre estas cosas.
Sí. Ash lo recordaba. Cuando apenas hubiera comenzado a pagarse él mismo un par de clases para poder tener el título de licenciado en periodismo, le había dicho a Max que, en un futuro, quizá, le gustaría poder escribir sobre política. Su padre, con esa capacidad tan suya de meter la nariz donde no le llamaban, le había convencido de enseñarle sus borradores de columnas, y tras un par de llamadas, un par de sus trabajos habían logrado hacerse campo en las publicaciones universitarias.
Además, de ganarle un par de becas que habían venido de mucha utilidad. Si bien no monetariamente, había hecho maravillas para su currículo.
Pero eso era antes. Cuando apenas era un don nadie más en las filas universitarias, siendo que la persona más importante que alguna vez leería sus trabajos, sería posiblemente un rector, o algún catedrático ilustrado.
—Porque esos temas llaman mucho la atención.
Y, cuando uno hace enojar a las personas equivocadas, la primera respuesta es buscar cualquier información relacionada a tu nombre.
Ash sabía perfectamente aquello, después de todo, él lo había hecho una infinidad de veces.
Sólo entonces Max pareció entender el camino de sus pensamientos, bajando la mirada levemente.
—Oh...
Musitó, con una expresión de tristeza plasmada en el rostro.
Ash no pudo evitar sonreír levemente, mientras jugueteaba con el salero de la mesa.
A veces, las personas a su alrededor, olvidaban que Ash no era como ellos. El disfraz de Christopher fungiendo como una segunda piel, y la ilusión de la cotidianidad tan grabada en sus párpados, que comenzaba a confundirse con su verdadera realidad. Era una ilusión presiona, pero peligrosamente engañosa.
Ash no los culpaba. Él también, a veces, se permitía olvidar que su seguridad de hecho, podía ser bastante frágil.
—No pongas esa cara, viejo—dijo entonces, sonriendo con sorna—Dije que les ayudaría de cualquier manera, ¿no? Sólo no quiero mi nombre en el papel.
Max frente a él se rascó la mejilla.
—Gracias. Es sólo qué...
Ash elevó una ceja.
—¿Sólo?
Max ahogó una risa.
—Vas a creer que es tonto.
Ash se cruzó de brazos.
—No más que la mitad de cosas que dices, seguramente—Chasqueó la lengua—Vamos papá, ya suéltalo—Instó, sonriendo con picardía, intentando apretar los botones correctos en Max que lo hacían estallar en episodios de vergüenza e ira mezcladas.
Max soltó una risotada ante su actitud, suspirando derrotado finalmente.
—Bah, bueno—espetó—Es que... creo que me hacía ilusión. Ver nuestros nombres juntos en un artículo.
Y sólo entonces fue que la sonrisa de Ash se borró de su rostro, aún si fue sólo por un segundo.
"No sería mi nombre" habría querido decir. Una respuesta estándar que daba más veces de las que quisiera admitir, sin embargo... Max se veía tan... ilusionado.
Que simplemente no se permitió hacerlo.
—...Podemos hacer algo más—Susurró, luego de unos minutos de silencio. Frente a él, Max le dedicó una mirada curiosa—Si de verdad quieres algo así... hay algo en lo que he estado trabajando.
Max no era el mejor escribiendo libros, y Ash no había tenido reparo alguno en decírselo, aún a las pocas horas de conocerse.
Sin embargo, creía que una visión más realista de alguien que sí había estado allí y vivido directamente una guerra, podría ser de ayuda.
La rutina había regresado a la normalidad, de tal manera que incluso Sing se había tomado la libertad de mover un poco más de su ropa a la habitación de invitados que Yut Lung tenía apartada para él. El mentado lo había visto el día que traía las maletas, y si bien le había dedicado una mirada curiosa, no se lo había prohibido.
Era un buen acuerdo, pues así Sing podía cuidar de él, y trabajar al mismo tiempo.
Ya que, aunque no se lo hubiera dicho, las noches que pasaba encerrado en su departamento terminaba con la mente viajando hacia el despacho de los Lee, preguntándose qué estaría haciendo Yut Lung.
Ese era el mejor lugar de la mansión para trabajar. Alejado del ruido, y con una iluminación óptima. Y, usualmente hacía el truco para que Sing pudiera pasar un buen par de horas sin despegar los ojos de las múltiples listas, contratos y demás papelería que cayera bajo su jurisdicción.
Usualmente, siendo la palabra clave.
Pues esa tarde en particular, su atención parecía perdida en algo más.
Frente a él, en el sofá, Yut Lung leía los últimos balances de cuenta de las principales empresas bajo su nombre. Desde hacía ya unas semanas que había dejado su usual escritorio en favor de un mueble mucho más amplio y cómodo, donde pudiera recostarse ligeramente.
La mirada de Sing paseó por su figura, delineando las nuevas formas que lo comprendían, deteniéndose en su vientre. Ya era imposible ocultar lo obvio.
Sus labios picaron, y antes de que su mente pudiera decirle que quizá no era la mejor idea preguntar, las palabras salieron de su boca.
—¿No te pesa?
El omega dejó lo que estaba haciendo, para girar levemente el rostro y observarle con duda reflejada en la mirada.
—¿Hm?
Sing no pudo evitar sentir cómo el calor invadía su rostro.
—Digo... tú... tu vientre.
Yut Lung pareció tardar un par de segundos en procesar la información, pero cuando lo hizo, su sonrisa se volvió ladina, al tiempo que una de sus manos acariciaba la curva de su estómago.
—Un poco—Dijo, como si explicara algo a un niño particularmente pequeño—Eso pasa cuando las cosas crecen, y estos pequeños, lo hacen rápidamente; Sing.
Sing bufó, sintiéndose ligeramente avergonzado. Yut Lung rio por lo bajo, antes de regresar su mirada a los documentos que hubiera estado revisando hacía unos segundos.
El alfa intentó regresar su atención a su propio trabajo, pero había una fuerza más grande que él mismo que le hacía girar la mirada, enfocándose nuevamente en su compañero. Sing era muy bueno escondiéndose, y aquello le había servido una multitudinaria cantidad de veces en sus años en las calles, tanto para obtener información como para protegerse.
Empero, parecía que ese día no estaba siendo especialmente sutil.
Pues Yut Lung volvió a bajar sus documentos, para mirarlo fijamente.
—¿Pasa algo? —Preguntó, y Sing apretó los labios, antes de proferir:
—¿Puedo tocar?
El rostro de Yut Lung se deformó, regalándole la expresión de sorpresa más pura que Sing alguna vez le hubiera visto poner. Sing sintió el calor atacar su rostro nuevamente, inseguro de la razón por la cual había preguntado eso en primer lugar.
—¿Perdona? —Cuestionó el omega, y Sing se apresuró a responder, mientras movía frenéticamente la mano libre que tenía.
—Es que bueno... se ve... curioso.
—¿Curioso? —Replicó Yut Lung, como preguntando si había escuchado bien.
Sing se permitió tomar una gran bocanada de aire, antes de explicarse.
—Es que... nunca he tocado a una embarazada.
Cuando Nadia estaba en espera, recordaba haberla visto unas cuatro o cinco veces – durante los meses en los cuales su vientre era lo suficientemente grande como para notar que había un pequeño ser humano allí adentro- y aún en esas oportunidades, nunca se había atrevido a preguntar si podía tocar su vientre, aún si había visto a algunas de sus amigas hacerlo.
Yut Lung fijó la mirada en él, como si intentara analizarlo.
—... ¿De verdad quieres hacerlo? —Preguntó finalmente, con un tono de voz tan parco que a Sing le era difícil encontrar manera de describirlo.
—¡Sí! —Se apresuró a contestar, al tiempo que el omega se acomodaba mejor en el sofá, observándolo aún.
Después de unos segundos, se dio el veredicto.
—Está bien.
Respondió con simpleza, y Sing tuvo que parpadear un par de veces antes de creer que había escuchado correctamente.
—¿De verdad? —Cuestionó, recibiendo un simple asentimiento por parte de Yut Lung.
Sing se puso de pie, avanzando con lentitud hacia el lugar de descanso del omega, quien con parsimonia le seguía con la mirada.
Cuando estuvo frente a él se agachó, estirando la mano, y notando que sus dedos temblaban ligeramente.
Yut Lung rio con gracia.
—No te voy a morder, Sing. No hay necesidad de estar nervioso.
El mentado bufó aturdido.
—¡No es eso! —Se quejó, haciendo que Yut Lung elevara una ceja categórciamente.
—¿Entonces?
Sing chasqueó la lengua.
—Nada, nada—Musitó, finalmente dejando que sus dos palmas descansaran sobre el abultado vientre del omega.
Era... extremadamente cálido. De una manera que Sing esperaba, al tratarse de un cuerpo humano, y de una zona que Yut Lung se había encargado de mantener cubierta la mayor parte del día. Empero, al mismo tiempo, parecía cargar con algo que Sing aún no sabía poner en palabras.
Había dos vidas allí dentro.
Desde su posición en el sofá, Yut Lung se cruzó de brazos, dedicándole una mirada contrariada.
—¿Qué? —Empezó, con un tono que Sing conocía mejor, ligeramente avergonzado—¿Acaso no es lo que- ¡oh!
Saltó de repente, asustando a Sing, quien ahogó un rito en el fondo de su garganta, apartando sus manos del vientre de Yut Lung.
—¡¿Qué pasó?! ¡¿Te lastimé?!
—No, no—Replicó el omega, con la mirada perdida, antes de tomar su mano y presionarla nuevamente contra su abdomen, haciendo un poco más de fuerza.
Sing sintió el calor viajar hasta sus orejas.
—Es que...se movió...
Ash revisó el tubo de crema que tenía en las manos, y luego de releer las instrucciones, aplicó una generosa cantidad en sus manos, calentándola. Después, comenzó a aplicarla con suavidad en el vientre de su esposo.
—¡Ah!
Se quejó Eiji, mientras se removía un poco.
Ash rio suavemente, con sus dedos dibujando patrones circulares sobre su piel.
—Tranquilo, no te muevas tanto.
Eiji ahogo una risita, mientras le miraba con las mejillas arreboladas.
—No puedo evitarlo, aún está un poco frio.
Ash asintió, mientras descendía a besarle la frente.
El ginecólogo les había recomendado varios cuidados extra durante su revisión de rutina, siendo uno de ellos, el cuidado de la piel. Las estrías eran algo que Eiji decía no le importaba mucho, pero el galeno se había encargado de decirle que haría mucho más sencillo todo el proceso, además, podría ayudarle con otras afecciones. Como la piel seca, o una dermatitis por contacto.
Ash simplemente se había limitado a asentir un par de veces, tomando nota mental de revisar una vez más los posibles cambios que un embarazo causarían en el cuerpo de Eiji, mucho más allá de los que eran obvios a la vista.
—Perdón, mi vida—Musitó, hundiendo su nariz un segundo entre los largos mechones de cabello de Eiji—La calentaré más la próxima vez.
Eiji estiró su rostro, robando un pequeño beso de los labios de Ash, antes de que regresara a su antigua posición.
—Está bien—Le dijo, mientras le miraba con dulzura. Ash prosiguió con su tarea—Pero sigue contándome, aun no me dices de qué tratará el libro.
—Hmm—Musitó Ash, mientras intentaba darles orden a sus ideas—Sobre la guerra— dijo, para empezar—De la vida de los veteranos, las cosas que tuvieron que hacer, y las cosas que tuvieron que ver, también.
Eiji le escuchó en silencio, mientras Ash seguía maquinando.
—Y la clase de vida que les espera una vez regresan a casa, también—la idea de aquello había surgido hacía mucho tiempo, cuando aún podía cuidar de Griffin. Los días donde su mutismo no era sepulcral, había pesadillas. Y si bien la mayoría de estas no hacían más que causarle gritos y gruñidos inconexos, a veces Ash podía sacar un par de palabras de todo aquello.
Fuego. Armas. Muerte.
Los había visto todos, en los documentales sobre Irack, en las fotografías que daban vueltas al mundo, y a veces, en lo poco de vida que se asomaba entre los ojos de su hermano.
Ash había intentado acudir a un hospital un par de veces, pidiendo información sobre tratamientos para veteranos, pero no había encontrado nada realmente útil. Nada que no hubieran tratado antes, y claramente, nada que no fuera a drenar las ya escasas fuentes de dinero que tenía en sus manos.
Griffin había arriesgado la vida por el país, o así al menos era como Ash veía que vendían a todos los soldados que de alguna manera habían logrado regresar a casa, pero al parecer, ese mismo país no era capaz de darle nada- aparte de un descuento en una silla de ruedas.
Vaya chiste.
—Y resaltando que, realmente, no se logró nada allí. Como en todas las últimas guerras que ha sorteado este país.
Ash conocía de la guerra, si bien nunca había estado en un campo de batalla, o sostenido un fusible en nombre de su país, bien podría decirse que todos sus años de juventud los había pasado ente un campo minado. Ash conocía la violencia, y cómo esta era capaz de marcarte en el alma. Aún si ya habías enfundado tu arma, y guardado tu uniforme. Aún si ya habías cambiado de nombre.
—Y, —Preguntó entonces Eiji—¿Qué fue lo que decidió Max?
Ash le sonrió con cariño.
—Lucía emocionado. Aunque algo nostálgico.
Eiji acarició sus manos.
—Eso no es raro.
—Claro que no.
Max había visto cosas que nunca le había dicho. Aún si era de los que preferían mantener su imagen de alfa bonachón, Ash había podido apreciar las partes más duras de su personalidad relucir a veces, y Así como la confesión de que Jessica no había sido su primer amor, Ash suponía que aún había mucho más de su padre que aún tenía que conocer.
Y quería hacerlo.
—Griff describía en sus cartas a alguien valeroso y gallardo, me atrevería a decir que casi caballeresco—Analizó, mientras terminaba de colocar la crema, y cubría el vientre de su marido—A Griff le gustaba contarme historias sobre El quijote, el Cid campeador, y uno que otro capítulo de los miserables. Creo que él realmente admiraba a esos hombres, y ahora me pregunto si es que en sus cartas no se le mezclaban esas ideas con su descripción de Max.
Comentó con una risa, antes de que Eiji le dedicara una mirada confundida.
—¿No son esos... textos un poco- no muy apropiados para los niños?
Cuestionó, mientras se acomodaba en la cama, sentándose frente a él.
Ash se limitó a elevarse de hombros.
—Griff los leía para sus clases de secundaria, y a mí me aburrieron rápidamente de los cuentos infantiles.
Eiji sonrió lánguidamente.
—¿Qué tienen de malo? Yo me divertía mucho leyéndolos.
—Déjame ver... — Ash fingió que lo analizaba a profundidad. — no lo sé, creo que un lobo atacando la casa de tres pequeños cerditos no estimula mucho la imaginación, hermano mayor. Aunque entiendo que a ti te gustaran, están al mismo nivel que un buen episodio de plaza sésamo.
El ceño de Eiji se frunció, y sus labios hicieron un puchero que no ayudó para nada a que Ash no quisiera seguir burlándose de él.
—Serás...—Empezó, antes de que una de sus manos viajara rápidamente a su vientre—Hump, pues parece a tu hijo sí le gustan.
—¿Eh?
Preguntó Ash, llevando su mano al lugar donde la de Eiji descansaba.
—¿Dónde?
Eiji cerró los ojos, mientras movía los dedos sobre la suave tela de su ropa.
—Aquí—Dijo, y sus manos cambiaron de lugar, Ash imitó sus movimientos, siguiendo el camino que los dedos de Eiji tomaron por los siguientes minutos—Aquí, y aquí también...
—... ¿Es que acaso está jugando?
Preguntó Ash, incrédulo.
Eiji simplemente se limitó a reír.
—Creo que le gusta el sonido de tu voz...
Ash no pudo evitar sonrojarse, antes de soltar un pequeño quejido derrotado.
—Aún no puedo sentirlo...
Eiji le robó un beso.
—Pronto podrás, mi amor.
Sentir que los bebés se movían era algo extraño. Eran como ligeros aleteos de mariposas, revoloteando en sus entrañas. Aunque Yut Lung estaba seguro de que el resto de madres y padres expectantes usarían una alegoría mucho más dulce para describir el momento, él prefería imaginarlo de esa manera. Extraño.
Es más, incluso saber que lo hacían también lo era. Pues, aunque no entendiera cómo, podía diferenciar cuando se trataba de un bebé o del otro. Uno de ellos; a quien llamaba bebé número uno- era muy animoso, y siempre le gustaba hacer alboroto cuando Sing hablaba. O, eso era lo que Sing creía.
Bebé número dos, en cambio, tenía movimientos mucho más delicados. Y sólo parecía reaccionar cuando algo de lo que Yut Lung gustaba, hacía acto de presencia en su radar. Últimamente, eso se traducía en el aroma de Sing.
Otra cosa que también podía calificar como extraña, era que Sing gustase de tocar su vientre.
No era malo- sólo... Aún se le hacía difícil pensar que el joven alfa quisiera hacer eso.
—Creo que cada día crece un poco más.
Dijo Sing con una amplia sonrisa, ajeno a las cavilaciones de Yut Lung.
Estaba recostado en el sofá, con un libro en las manos y un cúmulo de mantas cubriendo la parte inferior de su cuerpo. Sin, por su parte, acariciaba distraídamente su vientre, acomodado como pudiera en el suelo a su lado, mientras leía un libro de la facultad.
El omega frunció el ceño ligeramente.
—¿No deberías estudiar?
Preguntó, mientras giraba la página de su libro, aún si no había terminado la anterior. Era casi un año desde que Sing había decidido enrolarse en cursos extra en universidades fuera del estado, alegando que la educación a distancia hacía maravillas, pues así no había necesidad de que viajara para poder tomarlos. Estos, claro, ya no eran financiados por Ash.
—Eso hago—Respondió, aunque claramente su mente estaba en otro lugar.
Yut Lung se permitió rodar los ojos.
—¿Ah, ¿sí? —Puntuó—No parece.
Sing se soltó a reír.
—Claro que lo hago—Dijo, al tiempo que giraba el rostro para enfocar directamente su abdomen cubierto—Vendrán a verme el día de mi graduación, ¿verdad?
Preguntó, sin mirarlo a él. Yut Lung sintió el calor invadir su rostro.
—Aún faltan un par de años para eso.
Esta vez, el rostro de Sing si se enfocó en él. Su sonrisa amplia habría sido capaz de iluminar una habitación entera.
—Por eso. Para ese entonces, de seguro podrían hasta subir conmigo al estrado.
Yut Lung se limitó a bufar, escondiendo su rostro detrás del libro, mientras maldecía silenciosamente que ahora, ambos bebés se estuvieran moviendo.
El actual departamento que Ash había comprado tenía varias habitaciones. La primera, era el dormitorio que compartía con Eiji. A su lado un estudio, un cuarto negro, y una bodega. Además de la lavandería, la sala, la cocina y el comedor.
Y si bien el tamaño no podía equipararse al departamento de lujo que alguna vez hubieran ocupado, era más que suficiente para vivir cómodamente y tener algo de espacio extra.
Lo cual, los llevaba a lo siguiente.
El bebé necesitaba un cuarto.
Ash lo sabía y Eiji también. Aún si su esposo había dicho que durante los primeros meses dormiría junto a ellos, Ash sabía que ese era un arreglo que no podría durar lo suficiente. Los niños creían, y lo hacían rápido.
Si no preparaban un espacio ahora, cuando el pequeño o pequeña llegara, sería mucho más difícil.
De esa manera, se habían encontrado ordenando la vieja bodega un viernes por la tarde.
Dentro de esa habitación no había sino viejos papeles, cuadernos con anotaciones, y apuntes que Ash y Eiji hubieran escrito en sus años de universidad. Además de un montón de cosas que realmente nunca usaban.
—¿Estás seguro de que estás cómodo?
Preguntó Ash mientras movía una de las cajas más grandes. Su esposo, a su lado, se acomodaba en el suelo, mientras revisaba qué papeles podrían serviles aún, dentro de toda la maraña de documentos que habían logrado acumular en esos años juntos.
Hacía menos de quince minutos le había vuelto a aplicar una inyección de hormonas, era la sexta.
Eiji le dedicó una mirada dulce, mientras asentía.
—Sí, estoy bien.
Ash se acercó entonces, arrodillándose a su lado, tomando su mano y besando sus nudillos, haciendo que Eiji riera.
—Aunque si vamos a mover todo esto, quizá necesitamos un par de cubre bocas, ¿no te parece? —preguntó Ash, ganándose un puchero por parte de su esposo.
—Hay maneras más fáciles de decir que no quieres que te ayude, Ash—Le respondió con sorna, mientras él lo ignoraba, y frotaba su mejilla contra la mano de Eiji.
—Hm, no tengo idea de qué hablas—Mintió—pero la nariz de mi esposo es particularmente sensible, no quisiera que te diera alguna clase de alergia—Le dijo, para agregar finalmente, con un tono más infantil—Pero los chicos vendrán a ayudarnos en un rato, así que, si mi esposo quisiera, no sé, descansar en lugar de hacer trabajo manual, tampoco sería un problema.
Eiji rodó los ojos, pero terminó estirándose en su dirección, abrazándolo por el cuello.
—También quiero ayudar, es el cuarto de nuestro bebé, Ash.
El mentado le robó un beso casto.
—Lo sé—Musitó, dejando que sus narices se rozaran por un momento—Pero estás delicado—sopesó, Eiji siempre decía que él se ponía particularmente exagerado con sus cuidados después de aplicar sus dosis hormonales, pero Ash no quería correr ningún riesgo—Y ellos necesitan servir para algo más que no sea devorar tu comida cada que vienen a verte.
Eiji se apartó de él, con una expresión cómica mal escondida.
—Dices eso, pero también te gusta que nos vengan a visitar.
Ash se elevó de hombros.
—No quita que se coman tu comida.
Eiji le sacó la lengua, en un gesto más que infantil, que no tardó en ser respondido por uno idéntico de su parte. Ambos rieron con gusto por ello, y después de unos minutos, Eiji finalmente accedió a dejar la bodega, aún si sólo era para poder ir al baño.
Ah, otra maravilla del embarazo. El reducido espacio de la vejiga.
Ash se habría reído, de no ser porque la primera vez que lo hubiera hecho, Eiji le hubiera arrojado una almohada al rostro.
Movió otra de las cajas más grandes, y al abrirla, se encontró con algo que no revisitaba desde hacía muchos años.
Eran sus diarios. Los de la terapia.
Los tomó con cuidado, y aunque una parte suya le decía que quizá era mejor dejarlos allí, en el olvido, otra –mucho más silenciosa pero férrea, le pidió que los abriera.
Max le había ayudado a buscar terapeuta, después de unos largos meses de convencimiento orquestados por su padre y Eiji, habían logrado que Ash accediera. Y, aunque hubieran tenido muchos desaciertos en el camino, finalmente habían logrado dar con alguien que Ash enc0ntraba tolerable hablar. Su nombre era Paris Dahl, y aún si su especialidad eran los niños y adolescentes, parecía haberse interesado en su caso.
Él no lo presionaba, y no parecía frustrarse cuando su lento avance parecía encontrarse frente a alguna pared, o peor aún, sufrir de algún tipo de retroceso. Tampoco se tomaba a mal los comentarios de Ash que no hacían más que insinuar que quizá era hora de cambiar de terapeuta, después de todo, diría, que no todos los profesionales están adecuados para todos los tipos de pacientes.
Ash lo intentaba, de verdad lo hacía. Pero no siempre se podía.
Hablar de su pasado era duro. Y lo era más en un entorno donde no pudiera tirar las palabras como si fueran cosas sin importancias, usándolas para reírse de la situación, o para escupírselas en la cara a sus abusadores.
Y tampoco era como hablar con Eiji, quien lo escuchaba y le repetía mil veces que era alguien que merecía ser amado, que nada de lo que había pasado era su culpa, y que nada de lo que hubiera pasado o hubiera hecho cambiaria sus sentimientos por Ash. Quien, aunque él esperaba que le mirara con horror o asco, terminaría simplemente por besar sus ojos y limpiar sus mejillas con agua tibia,
Eiji siempre le dejaba llorar en su pecho hasta quedarse dormido.
—Te gusta escribir, ¿verdad?
Le había dicho el doctor, mientras sacaba un cuaderno en blanco de su escritorio. Suponía que Max le había hablado de él.
—No de mí.
Se apresuró a puntuar. Nunca de él. Ni escribir, ni hablar. Ash no era la clase de personas que gustaran de explayarse sobre sí mismas, habiéndolo hecho únicamente con Eiji, cuando de manera esporádica, algún recuerdo solitario pareciera llegar a su mente, pidiendo ser compartido.
Cuando se trataba del mundo común y silvestre, Ash prefería las preguntas, directas y certeras.
—¿Podrías intentar?
Le había preguntado. Ese terapeuta en particular parecía no querer afrontar su trauma de buenas a primeras, como otros hubieran intentado antes, probando suerte para burlar sus defensas con comentarios asertivos.
Ash había fruncido el ceño.
—¿Algo así como una entrevista? — Le habría preguntado, bufando—No creo que sea más fácil escribir mis problemas que hablar de ellos.
Pero Paris había negado.
—No, no quiero que me hables de tu pasado—Le había explicado—Quisiera saber de tu vida ahora.
Ash le había mirado con clara confusión pintada en el rostro.
—¿Mi vida ahora? —Inquirió, sintiéndose un poco más a la defensiva—¿Y eso para qué?
Empero, Paris se había limitado a asentir
—Quiero conocer un poco mejor a Christopher Winston—Le dijo, y Ash tuvo que recordarse que ciertamente, ese era su nombre ahora—Y lo que él esté dispuesto a compartir conmigo.
Ash no había estado del todo seguro en un inicio, sin embargo, aquella tarea parecía simple, y le había prometido a Eiji que intentaría.
Y vaya que lo había hecho.
Su pulcra caligrafía fue lo primero que lo saludó. Abrió una página al azar, sin mayor miramiento, había llevado muchos de esos durante los años de continua terapia, así que había mucho que pudiera encontrar.
09 de octubre.
"Eiji va a iniciar sus clases el día de hoy. Lucía muy nervioso, y estoy seguro de que tiene más que ver con dejarme sólo en casa que con tener clases en un país nuevo, con un lenguaje que aún no dominas. Creo que todo este tiempo juntos lo ha acostumbrado a estar perpetuamente en el departamento."
"Yo también, creo que estoy muy acostumbrado ya"
"No verlo en casa se siente extraño"
Pasó de página, saltándose un par de hojas a medio llenar.
10 de diciembre.
"A Eiji le va bien en la escuela. Me repite siempre que le gustan las clases, y verlo hablando de algo que lo apasiona siempre es una buena vista para ojos cansados."
"Dentro de poco yo también empezaré a tomar algunos cursos, nada extravagante, y el examen de admisión no es algo que me preocupe, pero hacer el papeleo para postular será un dolor de cabeza."
"Eiji habla mucho de sus compañeros, y suenan como buenas personas."
"Pero creo que no me agradan."
Rio, y sí, eran buenas personas. Y sí, Ash seguía manteniendo esa última frase. Ya que ser buena persona no parecía evitar que uno intentara ligarse a un omega que claramente estaba casado.
01 de marzo.
"Eiji me ha dicho que siempre preguntan por su anillo. Algunos diciendo que los omegas ya no se casan tan jóvenes, y que por eso es toda una sensación. De alguna manera, me gusta que sepan que está casado."
"Especialmente el idiota que intentó coquetear con él el mes pasado."
Vaya, Ash había compartido mucho de Eiji, pero muy pocas cosas de sí mismo.
Decidió avanzar más páginas, llegando a las últimas de ese grueso volumen.
13 de enero.
"Hoy tuve una pesadilla."
"Las tengo siempre. O, al menos, muy seguido"
"Pero esta era diferente, pues usualmente sueño con cosas que pasaron, pero esta vez... era yo lastimando a Eiji"
Frunció el ceño. Ash nunca describía exactamente lo que hacía, ni en esa, ni en ninguna otra entrada donde hubiera comenzado a contarle sobre sus ataques. No quería deleitar a su doctor con lo retorcido que podía ser su subconsciente.
Trató de hacer memoria.
Aquello había sido durante uno de esos periodos donde su testosterona estaba particularmente alta, durante el celo de Eiji. Justo antes de que decidiera que, antes y después de los celos de su esposo, visitaría el gimnasio al menos unas horas al día. Buscando una manera de quemar toda aquella energía acumulada, que claramente no le estaba haciendo ningún bien.
Continuó leyendo.
"Usualmente siempre lo busco después de las pesadillas. Así que entendía que quisiera acercarse a mí, pero esta vez lo alejé"
Ash también recordaba aquello, con aterrador detalle. Había sido un movimiento reflejo, algo hecho sin pensar.
Pero había aplicado demasiada fuerza.
Tanta como para que el cuerpo de Eiji se fuera para atrás, golpeando la mesa de noche, y rompiendo una lámpara en el proceso.
"Lo ayudé al instante, claro. Asegurándome que el golpe no hubiera sido fuerte, y rogándole que me perdonara."
"Sin embargo, él también se estaba disculpando conmigo."
"A veces no entiendo por qué se disculpa. No todo lo que ocurre en el mundo es culpa suya. Aunque luego de un rato de hablar, me aseguró que sólo era él asumiendo su parte de la culpa, aunque yo creyera que no tenía ninguna."
"Me sostuvo hasta que me calmara, y después, me preguntó si le dejaba abrazarme."
"Fue surreal."
"Como si tuviera que preguntármelo... pero que lo hiciera... fue agradable."
"Por favor, le dije. Me gusta usar esa palabra con él. Me gusta pedirle cariño... porque sé que querrá dármelo. Sin importar el momento que sea"
"Sin importar que tan malo pueda ser."
"A veces creo que, mientras tenga eso, realmente no necesitaré de nada más."
Ash cerró el diario.
Casi se había arrepentido de poner eso en papel y mostrárselo al galeno.
Su doctor siempre había tenido un acercamiento particular al tema de Eiji. Al tiempo que lo reconocía como su principal pilar de apoyo, también parecía mirar con ojos preocupados su relación.
"No quisiera que hagas del centro de tu vida a una persona. A menos que esa persona, seas tú"
Le diría. Y Ash entendía la preocupación claro.
Pero él creía que su doctor no terminaba de entender sus sentimientos por Eiji. O que Ash realmente no era tan entregado como él temiera. Que aún había cosas que no había podido darle, y que Eiji, nunca le había exigido hacerlo.
Eiji regresó en el momento exacto en el cual Ash volvía a colocar el diario en la caja, en sus manos, traía dos tazas de té con miel y leche.
—¿Uh? —preguntó Ash, elevando una ceja.
Eiji se sonrojó un poco, sentándose a su lado, y dándole su propia taza.
—Se me antojó... pero tiene que enfriar un poco.
Él se limitó a asentir, mientras dejaba la bebida caliente a un lado, y se recostaba en el regazo de su marido. Aún tenían tiempo antes de que sus amigos llegaran.
Eiji lo miró con sorpresa unos segundos, antes de dejar que sus dedos corrieran por las hebras doradas de Ash.
—¿Ash?
El mentado sólo hundió su rostro más en el regazo de su esposo.
—Mímame...
Susurró.
Sintió la mano de Eiji presionar contra su cuero cabelludo, masajeando con destreza.
—Lo que quiera mi amor.
Porque Ash había vivido mucho tiempo sin Eiji. Y, en su momento, había planeado hacerlo aun cuando lo enviara de regreso a Japón.
Pero ahora, Ash sabía que su vida nunca sería tan buena sin Eiji en ella.
Le habían dicho que estaba bien desear. Eso era lo que Paris le había enseñado.
Y, su mayor deseo, siempre había sido la perpetua compañía de Eiji.
El reloj ya pasaba de las diez de la noche, y Eiji aún se encontraba girando de un lado a otro de la cama.
Ash, a su lado, dejó de lado su libro nuevo por un momento, y con cuidado, se adentró entre las sábanas, tomando el cuerpo de su esposo entre sus brazos, enredándolo en un abrazo.
—¿Estás bien, Eiji?
Preguntó. Su esposo siempre había sido de los que podían conciliar el sueño con facilidad, sumado a su horario de sueño que parecía imitar más al de un escolar que al de un adulto, hacían que Ash comenzara a preocuparse.
Eiji se giró ligeramente, observándolo de refilón.
—El bebé está un poco inquieto—Confesó, acomodándose con cuidado en la cama, para quedar viendo directamente a los ojos de Ash.
Él parpadeó un momento, mientras acariciaba el rostro de Eiji.
—¿Sí? —preguntó, recibiendo un asentimiento leve como respuesta. En la última ecografía, el doctor había sido capaz de enseñarles las pequeñas manos y pies de su cachorro, completamente formadas. Era normal que se moviera, después de todo, a los niños les gustaba jugar.
Ash se acomodó, tomando una posición semisentada nuevamente, mientras acariciaba el vientre de su esposo.
—¿Qué pasa? —Preguntó, con el mismo tono dulce que hubiera usado para hablar con Michael hacía tantos años atrás—¿No quieres dejar dormir a papi?
El rostro de Eiji se coloreó.
—¿Hm?
—Es que...—Empezó—Se calmó...
Ash continuó con sus caricias, mientras Eiji parecía pensar en algo importante.
—Creo que... el bebé extrañaba el sonido de tu voz.
Esos últimos días habían sido un trabajo sin fin, moviendo cajas, barriendo, y haciendo múltiples viajes al basurero municipal y a la planta de reciclaje. Tareas en las cuales, claramente, Ash no había dejado participar a Eiji, especialmente no luego de haber visto cómo batallaba para agacharse y levantar una caja.
Ash tuvo el descaro de parecer ofendido.
—¿Me estás llamando hablador?
Eiji no pudo contener su carcajada.
—¡Claro que no!
Ash bufó, manteniendo su actuación dolida, hasta que sus ojos se posaron en el libro que hubiera dejado abandonado hacía un momento. Entonces, casi como si de un rayo se tratase, una idea llegó a su mente.
—Qué tal...—Musitó, mientras estiraba su brazo y tomaba el ejemplar—¿Una historia para dormir?
Ofreció. Imitando lo que hubiera hecho Griffin hacía tantos años atrás. Eiji le regaló una sonrisa, mientras asentía.
—Creo que le gustaría.
Ash tomó aire, mientras aferraba el libro a una de sus manos, y regresaba a la primera página. La otra, descansaba con cuidado sobre el vientre de su esposo.
<<Primero los colores.
Luego los humanos.
Así es como acostumbro a ver las cosas.
O, al menos, así intento verlas.>>
Recitó con parsimonia, mientras sus dedos acariciaban perezosamente el cuerpo de Eiji.
<<Sinceramente, me esfuerzo por tratar el tema con tranquilidad, pero a casi
todo el mundo le cuesta creerme, por más que yo proteste. Por favor, confía en
mí. De verdad, puedo ser alegre. Amable, agradable, afable...Y eso->>
Cortó su lectura.
Girándose de improviso para mirar a su esposo.
—Eiji...
Musitó, ganándose una mirada dubitativa por parte del omega.
—¿Ash?
Él se mantuvo en silencio, sólo unos segundos, esperando que aquello volviera a ocurrir.
De pronto, lo hizo.
—Lo sentí...—Murmuró, siento que el aire escapaba de sus pulmones—¡Lo sentí!
Casi gritó, soltando el libro, y dejándolo olvidado en el suelo de la habitación. Sus dos manos se apresuraron a tocar el pequeño espacio del cuerpo de Eiji donde, tan delicado como una brisa de primavera, una pequeña patadita había hecho eco.
Ash se sintió maravillado.
Con cuidado, dejó que su mejilla descansara contra el vientre de Eiji, acurrucándose despacio.
—Hola bebé...
Susurró, bajando su tono, al tiempo que sentía los dedos de Eiji juguetear con su cabello, como intentando relajarlo. Su voz temblaba.
¿Acaso eso era miedo? Quizá un poco. Su garganta se sentía seca, y podría jurar que se cerraría en cualquier momento.
El bebé, sin importarle aquello, volvió a patear.
Ash creía que podría llorar allí mismo.
—Hola bebé...—Repitió—Soy tu papá...
Después de un mes y medio de convivencia armoniosa, varias visitas al departamento de Nadia, y un montón de intentos fallidos para preguntar, Sing se encontró con una pesada bolsa de regalo, así como con una pregunta en los labios.
Yut Lung y él compartían la hora de la comida, así como la hora de la cena; así que- aprovechando la tranquilidad y privacidad que daba el comedor a esas horas, dijo:
—No harás una fiesta ni nada, ¿verdad?
A su lado, Yut Lung, quien acababa de llevarse un bocado a la boca, le miró con una ceja en alto, claramente confundido.
Sing se aclaró la garganta.
—Para los bebés.
La realización y el entendimiento llenaron las facciones del omega rápidamente, antes de que dejara la cuchara a un lado, y se secara los labios con delicadeza.
—Claro que no—dijo, como si fuera algo obvio—Sabes perfectamente que no.
Yut Lung ya no tenía familia de sangre de ningún tipo, ni allegado alguno. Había convertido su reinado en una fortaleza impenetrable, donde pocos tenían el lujo de poder ingresar. Sing lo sabía, y lo entendía en partes iguales, pero por algún motivo- no dejaba de hacérsele muy triste.
—Los bebés necesitaran regalos.
Dijo entonces, intentando dirigir la conversación. Yut Lung se cruzó de brazos, observándolo con duda.
—No necesitan nada—puntuó, cortante—Yo les voy a dar todo.
Ante la repentina agresividad, Sing elevó ambas manos en símbolo de paz, decidiendo que era entonces o nunca. Los cambios de humor de un omega en espera no eran algo con lo que Sing quisiera jugar, y últimamente, incluso un par de palabras eran capaces de cambiar la actitud completa del joven Lee.
—Es la intención, —Apresuró a explicar, mientras se levantaba de la mesa y buscaba la bolsa que hubiera traído con él. Su acompañante le dedicó una mirada afilada—Quería que tuvieran un regalo.
Sing regresó a su lugar, ofreciendo la gran bolsa con una sonrisa límpida. Yut Lung lo observó de pies a cabeza antes de tomarla, acomodándola en su regazo. Era pesada.
—¿Por qué?
Preguntó sin siquiera ver el contenido, Sing se llevó las manos a la cadera, mientras le dedicaba una expresión en ambas partes incrédula y divertida.
—¿Cómo que por qué? —preguntó, mientras las manos de Yut Lung abrían la bolsa y sacaban lo que había dentro. Era una manta hecha de cuadros— Significa que estamos ansiosos de verlos. Lo suficiente como para pensar en algo que les pueda gustar, aún si no están aquí.
Yut Lung le miró sin entender, y Sing tuvo que preguntarse un momento si es que el joven Lee había olvidado la cultura de su país, o quizá nunca había estado expuesto a algo así.
Se agachó, ayudando a sacar el resto de la manta de la bolsa, y colocándola sobre el regazo del omega.
—Es un Bai Jia Bei—Explicó entonces en un cantonés que sonaba un poco roto, de seguro, mientras pasaba los dedos por las diferentes costuras. Yut Lung aún se encontraba sin palabras—Sé que usualmente se necesita de más personas para esto.
Después de todo, la tradición dictaba que cada miembro de la familia, amigos, o cualquiera que pudiera considerarse como la futura manada del pequeño donara un trozo de ropa antigua. Ya que cada trozo, se creía, contenía la energía positiva de la persona que se los dio, para poder asegurar la felicidad del futuro bebé.
Empero, Sing sólo había podido acudir a Nadia. Ella le había mirado con duda al inicio, pero luego de notar la seriedad de sus palabras, no había tenido problema en ayudarle. Tanto como para ofrecer algunos trozos de tela de su propio guardarropa que considerara preciada, como para ayudarle a escoger los que él daría. También, le había ayudado al momento de bordarlo, pues Sing apenas y sabía insertar el hilo en una aguja.
Habían sido muchas horas de pincharse los dedos en su habitación en la mansión, mientras ahogaba quedas maldiciones, pero había valido la pena.
—Pero creo que entre dos podemos dar la misma suerte, si no es que más.
La mira de Yut Lung buscó la de Sing, y el alfa pudo notar cómo un leve brillo parecía comenzar a invadir sus cuencas. Sing estiró su mano, acariciando levemente la mejilla del contrario.
—Quisiera que lo supieran. Que son pequeños que ya tienen a varias personas aquí, esperándoles.
Yut Lung ahogó un suspiro, frunciendo los labios. Al tiempo que apretaba la tela contra su pecho, y Sing podía notar el pequeño temblor que parecía haber invadido sus hombros.
—... ¿Estás llorando? —Cuestionó, estirando los brazos y tomando sus hombros—No era mi intención-
—¡Cállate!
Le cortó el omega, mientras sus sollozos se rompían en quejidos mucho más altos. Sing no pudo hacer más que sonreír lánguidamente, antes de envolver al joven en su abrazo, acurrucando su cabeza en el espacio entre su cuello y su hombro, sintiendo cómo el cuerpo del menor de los Lee se fundía con el suyo, y deseando fugazmente, que no fuera capaz de percibir lo loco del latido de su corazón.
—¡Ah! —Exclamó Bones, mientras sus ojos brillaban con algarabía casi infantil—¡De verdad se mueve! ¡Kong, ven a sentirlo!
El mentado se apresuró a imitarle, colocando una expresión de júbilo.
—Es verdad, ¡Eiji, es increíble!
Ash, quien estaba sentado junto a su esposo en la sala, gruñó por lo bajo.
—Suficiente—Espetó, haciendo que los tres presentes se sobresaltaran, dando un paso hacia atrás.
Ha, nadie podía decir que Ash había perdido el toque al momento de controlar a su ex pandilla.
Bones hizo un puchero, mientras les miraba.
—El jefe sigue siendo un acaparador.
Ash se hizo el desentendido, elevándose de hombros y dejando que su brazo se enredara en los hombros de Eiji, pegándolo a su cuerpo.
—Es que Eiji ya está cansado, ¿verdad? —Cuestionó, buscando el apoyo de su esposo. Quien simplemente le dedicó una mirada divertida mientras revoleaba los ojos.
—No, de hecho—Dijo, el traidor—Me pasé la tarde viendo muestras de pintura, ya que cierta persona no me dejar hacer nada más.
Se quejó, y Ash fingió hacer una expresión ofendida.
—¿Cómo? Si tenías la labor más importante.
Ash había puesto a los chicos a mover el resto de cajas faltantes, mientras él se encargaba de vaciar los compartimentos de los pocos muebles empotrados que hubiera en la habitación. No eran muy grandes, pero servirían para guardar pañales, o mantas. Eiji había estado insistiendo en querer ayudar también, y Ash le había propuesto que pudiera revisar qué documentos eran lo suficientemente importantes como para quedárselos, y evitar el viaje a la planta recicladora.
Había parecido una buena idea en un inicio, pero Ash no había tomado en consideración un pequeño detalle.
Eiji parecía tener un apego nada normal por cada cosa que Ash hubiera escrito. Ya que después de unas horas, podía verlo inmerso en la lectura de sus más viejos borradores, con la pila de "conservar" repleta, y la de "desechar" completamente vacía.
—Sabes que tengo copias de esos en la computadora, ¿verdad?
Le habría preguntado, mientras le dedicaba una mirada llena de gracia. Eiji le habría respondido con un puchero, mientras pegaba las viejas hojas de papel a su pecho, como de un tesoro se tratase.
—No es lo mismo.
Se habría quejado, con una expresión tal que para Ash había sido simplemente imposible negarle el deseo de conservar todos aquellos viejos garabatos de pensamientos plasmados en el papel.
Aunque eso no había evitado que lo quitara del puesto, pues, si no, no terminarían tirando nada.
Eiji simplemente le había girado el rostro.
—Bueno, de cualquier manera, aún tengo energía—espetó con falso tono orgulloso—Y creo que al bebé le gusta la atención extra.
Dijo, ganándose silenciosos vítores. Incluso de Alex.
Traidor número dos.
Ash no tuvo mucha más opción que ceder, mientras observaba cómo los chicos se acercaban al vientre de Eiji, intentando hacer sonidos graciosos, o probando con diferentes ruidos para ver a cuál era que el bebé respondía más. Mientras Ash trataba de fingir que no se sentía un poco celoso de que su bebé le diera atención a personas que no eran él.
Eran las once de la noche y Yut Lung no podía dormir. Se giró hacia la derecha y después hacia la izquierda, pero ninguna dio resultado.
Los niños dentro de él parecían tener el ciclo circadiano bastante alterado, pues no entendían que él sí necesitaba las horas de la noche para poder dormir.
—¿Y ahora qué quieren?
Preguntó derrotado, observando la gran curvatura de su cuerpo cubierta por las cobijas de su cama.
Claramente, no hubo respuesta.
Yut Lung chasqueó la lengua, llevando sus manos al rostro e inhalando profundamente. Últimamente sólo había una cosa que hacía que los bebés le dejaran tranquilo. Sin embargo, esa cosa ahora mismo estaba preparándose para un examen importante, y había pasado toda la mañana encerrado en su habitación, mientras revisaba apuntes y revisitaba viejas clases.
"Te dije que tendrías que estudiar más"
Había sido toda la plática que hubieran compartido ese día, antes de que Sing le hubiera regalado una mirada aburrida, con ojos claramente ojerosos y un gran tarro de café negro recién hecho.
—Ustedes no son su responsabilidad, ¿saben eso, no?—Cuestionó, mientras sus manos recorrían su abultado abdomen—Espero que estemos en la misma página.
Una patada más fuerte le respondió. Demasiado cerca de su vejiga.
Un gruñido abandonó sus labios. Al demonio con la cortesía. Necesitaba al menos un par de horas de sueño, y después de acostumbrarlos a hablarles diariamente, esa repentina muestra de inquietud también era culpa de Sing.
Claro, era sólo eso, hacerle cumplir su responsabilidad, se dijo Yut Lung, mientras cubría su figura con una gruesa cobija, y llevaba sus pasos por el pasillo.
La habitación de Sing aún tenía la luz encendida, lo cual agradeció. Golpeó un par de veces, pero no recibió respuesta.
Frunció el ceño levemente, antes de intentar nuevamente.
—¿Sing?
Terminó preguntando, mientras empujaba levemente la puerta. No estaba cerrada.
En el escritorio del cuarto, la figura durmiente del alfa se encontraba desparramada, los brazos mal acomodados sobre varios libros abiertos, y junto a él una taza de café ya frío a medio tomar, parecía haber sido su única compañía, pues hasta la pantalla del computador portátil ya estaba en negro.
—Eso no es estudiar.
Dijo con gracia, mientras se acercaba lentamente.
Sing era un estudiante modelo, y él lo sabía, aun con sus constantes burlas, Yut Lung había visto exactamente cuánta dedicación le daba Sing a sus estudios.
Observó su rostro durmiente, y aguantó las ganas de reír. Tendría marcas en la mejilla en la mañana.
Estiró una de sus manos con cuidado, acariciando los cabellos del joven alfa, notando apenas que el escándalo de sus pequeños parecía ya haber llegado a un final.
Pequeños traidores.
Pensó, mientras se deshacía de la manta.
La temperatura ya no era tan baja como en meses anteriores, pero la noche no era particularmente amable si uno no tenía algo que lo cubriera.
Acomodó la manta sobre los hombros de Sing, quien se removió apenas por su toque, abrazándose a la tela.
—Descuidado...
Susurró, acercando su rostro levemente, intentando que la imagen de cada pequeña marca en el rostro de Sing se gravara en su mente. El par de pecas que habían salido en sus mejillas debido al sol, lo grueso de sus cejas y lo largo de sus pestañas.
No estaba seguro de cómo había pasado, o qué lo había impulsado a hacerlo, pero se encontró con que sus labios habían buscado los de Sing, aún si en el último segundo, habían terminado apuntando por su mejilla.
El leve sonido de un casto beso llenó la silenciosa habitación, y Yut Lung no pudo evitar hundir su rostro en el hombro de su amigo, mientras apretaba los labios.
En algún lugar de su mente, la voz de Shorter resonó, como un espejismo que rara vez le dejaba.
Él lo había llamado serpiente venenosa, justo después de compararlo con Eiji Okumura. Y él había creído que no había mejor manera de describirlo, en ese entonces, y también en la actualidad.
No era cuestión de preguntarse si había cambiado, sino quizá, de cuándo sería el momento en el que Sing finalmente llegara a la misma realización.
Ese había sido el día final de los trabajos de remodelación en el futuro cuarto del bebé.
Les había tomado casi una semana entera, dividida entre viernes, sábados e incluso domingos, e incluso habían terminado necesitando de la ayuda de Max para disponer de los pocos muebles que no habían podido recibir un nuevo uso, ya que, del resto, Alex iba a encargarse. Conocía un par de personas que necesitaban un poco de buena madera.
Incluso Michael se había ofrecido a venir a ayudar, y sólo no había podido hacerlo porque ya tenía un compromiso previo con su madre en la revista, que para ese momento ya estaba lista para iniciar operaciones en Nueva York. O al menos eso era lo que Max le había dicho, mientras se encargaba de colocar protección infantil en los tomacorrientes de la habitación.
—Haremos una fiesta en unos días, espero que puedan venir.
Ash no era particularmente afín a las reuniones, pero sabía que aquello era importante tanto para Jessica, como para Max.
Había terminado asintiendo, prometiendo que irían.
Su familia se había portado muy bien con él.
Max incluso se había molestado en traer una mesa de cambiado de pañales, que de acuerdo a lo que le había dicho, era la que Jessica había utilizado cuando Michael era un bebé, y de la cual no había podido deshacerse por los recuerdos que le traía. La única pieza de inmobiliaria de la cual se había negado a deshacerse, aún si la cuna ahora debía estar en alguna tienda de segunda mano en algún lugar de los ángeles.
—Pero entonces... ¿por qué nos la da?
Había cuestionado Ash. La madera era exquisita, e incluso se habían molestado en pulirla. Lucía como nueva. Se notaba el valor emocional que cargaba.
Max había reído con simpleza, antes de aclarar.
—Porque te quiere, grandísimo tonto. A los dos.
Ash había sentido sus mejillas arder, y había preferido ignorar la estridente risa de Max mientras acomodaba el nuevo mueble a un lado de la habitación, junto con los escasos juguetes que los chicos de la pandilla hubieran traído también.
Max finalmente se había despedido de ambos, recordándole a Eiji que se cuidara mucho, y a él que cuidara mucho de Eiji.
Ash había tenido que empujarlo fuera del departamento con las manos, suficiente humillación por un solo día.
Eiji se había burlado de él, pero Ash había hecho de menos sus alegaciones, mientras regresaba a la habitación, donde el resto de su pandilla se preparaba para partir también, mientras su esposo hacía su camino a la cocina, listo para revisar que el arroz ya estuviera listo.
Ash se cruzó de brazos, observando con lentitud el nuevo ambiente. Las paredes estaban limpias, pero necesitarían una nueva mano de pintura. El mueble en medio del lugar le daba un bonito aire de guardería, y los peluches también ayudaban con el toque.
Era gracioso pensar que Ash creía que, de hecho, el cuarto estaría vacío hasta al menos un mes antes de la llegada del bebé.
—¿No les parece un poco pronto para comprar estas cosas? Pronto el lugar estará lleno.
Había cuestionado, pero sus amigos le habían respondido con expresiones emocionadas, que nunca era demasiado pronto para comprar cosas para un bebé.
—¿Acaso no te pasa que a veces vez algo en la calle y sólo tienes la necesidad de comprarlo, pensando en lo lindo que se vería el bebé con eso en las manos?
Preguntó Bones, con las manos en el pequeño peluche de gato que había traído hacía unos días.
Ash sintió un poco de calor escalar por sus mejillas.
—... ¿No?
Aquello había sonado más como una pregunta que como una respuesta, empero, por la mirada que los tres presentes le hubieran dedicado, Ash había podido inferir que bien podría calificar como una respuesta incorrecta.
Alex se había apresurado a intentar decirle que de seguro encontraría algo que le causara esa clase de sensación pronto, y Ash había tenido renovados deseos de mandarlos a volar fuera de su casa, sin embargo, Eiji había insistido en que se quedaran a cenar.
Ahora, y después de toda la algarabía, Ash finalmente podía permitirse descansar, acostado sin mayor pretensión en el pecho de Eiji. Una Heineken a medio terminar en la mano, mientras Eiji jugueteaba desinteresadamente con sus cabellos, y revisaba artículos para bebé en el celular.
—¿Qué te parece esta?
Preguntó, antes de girar la pantalla y enseñarle una cuna.
Max había dicho que le gustaría hacer una junto a Ash, como una experiencia de aprendizaje padre e hijo, pero la idea había sido descartada tan pronto como Jessica hubiera dicho que Max había intentado lo mismo para Michael, y que había quedado fatal. Terminando como pila para fuego de la chimenea.
Ash había ofrecido en cambio que podrían pintar la habitación del pequeño juntos, porque no se sentía seguro dejando que Eiji estuviera tanto tiempo cerca de esa clase de olores penetrantes.
—Hmm—Analizó Ash, mientras su mano libre movía las fotos que la página web ofrecía del producto, analizando todas las partes y todos los ángulos—Me gusta... pero, ¿esa parte es móvil? —Preguntó, mientras señalaba una de las barandas.
Eiji regresó el teléfono a su rostro, mientras revisaba.
—Eso parece.
Ash frunció el ceño.
—Qué tal si se abre y el bebé se lastima.
Eiji le dedicó una mirada confusa.
—No creo que algo así pueda pasar, tiene seguros...
Ash no le dejó terminar.
—Cualquier cosa podría pasar, Eiji.
El mentado simplemente suspiró, mientras su movimiento en las hebras de Ash continuaba.
—Eres tan exagerado—masculló con gracia, al tiempo que cambiaba de producto con el pulgar—¿Y qué tal esta?
La nueva cuna tenía el mismo tamaño de la anterior, los barandales ahora estaban tallados, y Ash no veía ninguna clase de seguro peligroso y poco confiable a la vista, empero, tenía un gran tul que la cubría. Como para una princesa.
—¿Qué tal si el bebé se ahoga?
Eiji frunció el ceño, abriendo los labios. Sin embargo, luego de analizarlo un momento, optó por simplemente seguir avanzando en su lista de productos guardados.
—¡Oh! ¿y qué me dices de esta?
Preguntó, mostrándole una simple cuna de madera pulida. Los barandales la rodeaban por completo, y parecían lo suficientemente altos como para que aún de pie, un pequeño cachorro no tuviera mucho de su cuerpo fuera de la seguridad de la madera. El colchón no era muy alto, pero parecía ser lo suficientemente mullido como ser cómodo, y tenía un par de almohadas que servirían para fijar la posición del bebé. En la parte inferior tenía un par de cajones y lo que parecía espacio para una pañalera. En la cabecera, colgaba un adorno infantil repleto con animales de la selva.
—Me gusta.
Musitó Ash, Eiji soltó un pequeño murmullo de felicidad.
—¿Quieres que la ordene?
Y Ash asintió.
—Oh—un pequeño gemido de sorpresa abandonó los labios de Eiji, antes de que le mostrara un pequeño problema en la orden—Nos piden escoger el color.
Ash examinó la lista, no había realmente mucha variedad. Sólo rosa y azul.
Él hubiera preferido que fuera simplemente blanco.
—Hm...
Eiji suspiró.
—¿Eso quiere decir que tenemos que esperar? —Cuestionó, y Ash no pudo evitar notar la ligera decepción que escapó oculta en su tono. Rio un poco, mientras se giraba para dejar lo que restaba de su cerveza en la mesa de noche, y poder abrazar el cuerpo de su marido con mayor libertad.
—No creo que al bebé le importe mucho el color de sus cosas, cariño.
Eiji dejó el teléfono, girándose para acomodarse también en el abrazo.
—Lo sé... pero, aun así, creo que me gustaría esperar.
Ash asintió, mientras depositaba un beso suave en su mentón, acurrucándose en su pecho.
—Entonces hagamos eso—ofreció—¿La próxima cita con el doctor es en dos días, verdad? No falta mucho para saber, entonces.
Eiji lo presionó con un poco más de fuerza, y su pecho tembló gracias a su risa.
—No, claro que sí falta. ¿Acaso no recuerdas lo que dijo Max? La fiesta.
Ash se revolvió en el abrazo, hundiendo si es que era posible, aún más su rostro.
—¿Fiesta? Oh, sí, cierto—Comentó como quien no quería la cosa—él quería hacer algo así.
Escuchó que Eiji ahogaba un suspiro quedo, antes de besar sus cabellos con ternura.
—Uhum, esa fiesta—le recordó, con un tono que sonaba demasiado pagado de sí mismo—Por la que tú estabas tan emocionado.
Ash fingió demencia.
—¿Quién? ¿Yo? Nah.
Eiji ahogó una risa.
—Mentiroso—Musitó, apretándolo con más fuerza a su pecho, depositando una sarta de delicados besos en su cabello.
Ash se permitió relajarse ante la calidez, sintiendo los párpados algo pesados.
—...bueno, quizá lo estaba... sólo un poco...
Eiji continuó con su cadencioso cariño por unos largos minutos, antes de preguntar.
—¿Y, ya has pensado en algún nombre?
Ash sintió que el sueño abandonó su cuerpo, elevando un poco el rostro, para enfocar el de Eiji.
—¿Nombre?
—Para nuestro bebé—le aclaró.
Oh.
—No realmente...—exhaló, sintiéndose por un momento ligeramente consiente de sí mismo—Creo que no... no soy muy bueno con esas cosas.
Su madre le había puesto un nombre que Eiji adoraba, pues decía que tenía un gran significado detrás. Y, aunque él ya no lo usaba, pues de alguna manera hacía mucho que había dejado de sentirse Aslan Jade, Eiji siempre parecía recalcar la importancia detrás del pensamiento al momento de nombrar a una persona.
Siguiendo esa línea de pensamientos, él siempre preferiría simplemente Ash, después de todo, era el nombre con el cual había conocido a Eiji. Era el nombre que lo unía a él.
Eiji pareció sopesarlo.
—¿Ninguna idea? Aunque bueno, ni siquiera hemos pensado si será un niño o una niña.
Ash lo analizó un momento.
—No es como si tuviera preferencia por alguno...—Dijo, aún si una voz dentro de su mente le decía que aquello no era del todo cierto, y que un nombre había saltado a su mente tan pronto la pregunta de Eiji hubiera salido de sus labios, aún si no se sentía con el derecho de decirlo—Sólo quisiera que naciera sano...—masculló, para luego agregar—Qué tal... ¿algo en japonés?
Eiji parpadeó.
—¿Uhm?
Ash se acomodó en su pecho, observándole con una sonrisa que intentaba ser graciosa.
—Va a tener que vivir con este horrible apellido toda su vida—explicó—Creo que se merece... algo auténtico al menos...algo que lo conecte a sus raíces...
Algo que estuviera ligado a un pasado más feliz, a una vida sin ataduras.
Después de todo, aún si Ash no era capaz de darle su propio apellido a su hijo, no estaba seguro de que quisiera hacerlo en primer lugar.
Ser un Callenreese parecía ser una condena, después de todo.
Eiji se detuvo ante esas palabras, observándolo con algo que Ash no sabía si describir como incredulidad. Tomó su rostro con cuidado, y lo elevó un poco, lo suficiente como para dejar un largo beso sobre sus labios.
—Todo en su vida va a ser auténtico...
Le dijo, mientras dejaba que sus narices se rozaran la una con la otra, en un pequeño gesto de cariño. Ash se permitió perderse en la sensación, observando apenas entre sus parpados caídos los ojos de Eiji, cálidos y valerosos.
—Pero si me permites...—murmuró Eiji, ganándose un sonido apreciativo de sus labios—Yo si tengo un nombre que quisiera proponer...
🍃🍃🍃
Notas finales:
¡Feliz día del amor y la amistad! ;v;
Recuerdo que cuando hacía mi borrador, entre "padres e hijos" y el próximo capítulo, había un pequeño cuadrado que decía [Algunas cosas pasan aquí, creo] Nunca pensé que esas cosas fueran tan largas, diablos.
Nota importante, el retazo que Ash lee a su pequeño no nato, es la introducción de uno de mis libros favoritos: La ladrona de libros, de Markus Zusak. Quizá no lo mejor para leer a un bebé, pero hey, ¡al cachorrito le gustó!
La respuesta de Akimi sobre que Ash jamás podría ir a Japón por ser un criminal buscado se quedó dando vueltas por mi mente en estas semanas, supongo que se refiere a que tiene el cargo de asesino por la muerte de todos los hombres de Arthur –que, si mal no recuerdo, es el único crimen del que sí se le pudo inculpar- pero Ash es fatalista, y le gusta sacar las cosas de proporción. Sin contar que, para los últimos capítulos, de verdad se hizo un blanco con piernas, no sólo para policías, sino para fuerzas para militares. Que esas sí dan miedo.
Caín es lindo, lo quiero mucho, la manera tan directa y sin pelos en la lengua que tenía para hablar de la relación de Ash y Eiji siempre me gustó, y si tenía el valor para decirle que fuera a ver a su no-amorcito antes de que muriera en la cama de un hospital, claro que también la iba a tener para preguntar por qué no se iban a vivir su vida matrimonial lejos de américa. Cosas que pasan.
Blanca prometió que habría alguien que amara y escogiera a Yut Lung, y yo quiero creerlo haha, aún si me emperro con él por todo lo del arco de Lao y sus compinches :') Yasha no existe, son los papás, claramente.
Si llegaron hasta aquí, ¡Gracias por leer!
Próximo capítulo: The beautiful and damned.
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