Sueños de invierno.
Las noticias y las personas parecen llegar por montones. Y, claro, algunos son mejores sobrellevándolas que otros.
Max soltó un bostezo nada camuflado, al tiempo que un poco de ardor alcanzaba sus ojos y un par de lagrimillas rebeldes intentaban huir. Se quitó las gafas y masajeó el puente de su nariz. El trabajo de columnista independiente siempre había sido cansado para su vista, pero los años sólo hacían que cada vez fuera más difícil mantener el ritmo de las largas horas frente a un ordenador. Guardó los documentos en los cuales había estado trabajando y dejó su portátil en la mesa de noche junto a la cama, a su lado, Jessica dormía plácidamente. Max se permitió respirar profundo, dejando que el aroma de su esposa le llenara.
Ya eran más de cinco años viviendo juntos nuevamente, y aún no se dejaba de sorprender con la facilidad que esa simple acción podía ahuyentar todo el estrés de las horas de trabajo. El lugar principal de trabajo de Max seguía siendo Nueva York. Su línea de trabajo seguía siendo el cubrir temas polémicos, que muchos de sus colegas preferían tocar con pinzas, o simplemente fingir que no estaban allí.
Aunque, ahora que era un alfa casado nuevamente, había hecho un poco más de esfuerzo por alejarse de cualquier clase de tema que pudiera ponerlo en peligro exponencial muy seguido. Ademas en esos años habían estado trabajando para mudar las instalaciones de la revista de Jessica desde Los ángeles a la gran manzana, y ahora no faltaban más de un par de meses para terminar todo aquel trajín.
Ah, Max suspiró. Quizá se estaba haciendo viejo de verdad. En un primer momento creyó que su esposa se negaría a tan gran cambio en su vida, y no quería presionar ya que apenas iban enmendando la ruptura. Empero, Jessica solo le había dedicado una mirada mitad cansada, mitad acusadora.
"Es por Ash"
Eso no era una pregunta, claro que no.
Jessica podía ser todo lo acusadora con Max que quisiera, por la falta de responsabilidad parental que su trabajo en primera línea conllevaba, por haberla descuidado durante mucho tiempo, y por venir a estrellarse con su vida una y otra vez después del divorcio. Sin embargo, no podía llamarlo un mal padre. No en toda la extensión de la palabra.
Ella sabía que Max amaba a Michael y que, de la misma manera, había tomado un rol cuasi parental con el joven lince. La primera vez que hubieran estado en su casa, de hecho, parecían el clásico par de alfas que están listos para pelear por la dominancia dentro de una pequeña y nada funcional manada. Empero, con el tiempo, aquella dinámica había tomado una nueva forma. Una que Jessica no podía ignorar.
Además...
Aquel lugar estaba lleno de malas memorias... Incluso, habían cambiado de casa no mucho después de que ella y Max hubieran decidido intentarlo de nuevo.
Max estaba igual partes agradecido y constantemente maldiciéndose, el primero- porque su Jessica le hubiera permitido volver a ser parte de su vida, y acompañarla durante el proceso de sanar de aquella experiencia traumática. Y, lo segundo, por tan siquiera haberlo dejado pasar. Max era un alfa duro, de esos que habían sido moldeados por la propaganda pro bélica de la época de Irack, que había desarrollado un instinto aún más fuerte de proteger, no solo a su pareja sino a todos sus compañeros, algo que al parecer muchos de los alfa que eran enviados a campos de batalla tenían en común.
Un sentido de camaradería que iba tan profundo que bien podía ser confundido con instinto. Y, aun así, recordar que no había sido capaz de proteger al amor de su vida, aún le consumía por dentro más días de los que no.
Lanzó una risa ahogada.
Conociendo ese sentimiento, aún tenía cara para recalcarle Ash que preocuparse por un poco de nausea y cuerpo descompuesto era exagerado. Más le valía al mocoso no saber cómo se ponía el cuándo el celo de Jessica estaba cerca, o no lo dejaría vivir un día sin burlarse de él.
Listo para dejar sus pensamientos de lado y prepararse para una reparadora noche de sueño, se dispuso a enviar un último mensaje a Ash, recordándole que tenían que ir a revisar un par de papeles para su mudanza en un par de meses, cuando el celular se le adelantó.
Un mensaje.
Era Ash.
Leyó el mensaje. Una, dos veces. Incluso se restregó los ojos con el dorso de la mano por un momento para asegurarse que su vista y el astigmatismo no le estaban jugando malas pasadas.
—¡¿Pero qué?!
Su grito fue tan alto, que incluso llegó a despertar a Jessica.
—¡¿Qué demonios pasa, Max?!
Eso tenía que ser una broma. O no, no. Claro que no. Ash no era de los que bromeaban con esa clase de cosas. Marcó rápidamente, pero sin éxito alguno.
Jessica tardó un par de minutos en calmarle, recordándole que Michael estaba dormido y que su escándalo bien podría haber despertado a medio vecindario.
Su aroma era errático, como si le hubieran dicho una noticia terrible. Jessica incluso había temido que alguno de sus amigos hubiera fallecido. Sin embargo, cuando Max finalmente logró soltar lo que acababa de pasar, mostrándole el mensaje de Ash y las numerosas llamadas sin contestar que acababa de hacer.
Jessica pareció tardar un par de segundos en entender lo que acababa de pasar. Y, cuando finalmente lo hizo, tomó el celular de manos de su esposo, dejándolo a un lado junto a su computador portátil, y dedicándole una mirada que claramente decía.
"¿En serio, idiota?"
—Max, tranquilo.
La voz de Jessica era conciliadora, y sólo entonces Max pudo tomar un poco de aire, antes de estirar su brazo y volver a releer el mensaje de hacía unos minutos.
—Un bebé...
Dijo, con un sentimiento curioso que bien podría haber sido clasificado como preocupación naciendo en la base de su estómago.
Jessica se colocó detrás de él, masajeándole los hombros. Max no estaba del todo enterado de cómo era la relación de Ash y Eiji, aunque alguna vez –algunos dirían que, con valentía, y otros por estupidez- se había atrevido a preguntarle al joven alfa sobre la falta de marca de unión en su compañero. Ganándose una mirada que claramente le llevaba a no preguntar de más.
La relación de Ash y Max se había vuelto aún más cercana durante los años. Él había sido quien se había encargado de cuidar de él en el hospital después de su ridículo encuentro con Lao en las puertas de la biblioteca, regalándole miradas acusadoras cada que se descuidaba, recordándole que había alguien que quería y estaba esperando verle.
También, había sido quien había usado sus contactos en la ciudad para conseguirle su nuevo departamento, los papeles, e incluso- le había conseguido un terapeuta. Aunque aquello último no había sido nada fácil, Ash no era de abrirse con la gente, y para encontrar a alguien con quien Ash estuviera cómodo compartiendo cosas de su pasado que ni siquiera ellos habían escuchado... había tomado tiempo, muchísimo tiempo.
Y Max había estado allí en cada paso del camino, tomando un rol parental en todo menos en nombre.
Incluso lo había invitado el día de su segunda boda, haciéndolo uno de los padrinos.
Empero-
Aun había cosas que Ash no estaba dispuesto a compartir con él. La manera en la que su relación con Eiji funcionaba, más allá de que ambos parecían vivir el uno para el otro, era una de ellas.
Aquella ocasión sólo se había ganado una mirada retadora, y un: "no necesitamos de esas cosas"
Max se había evitado la charla sobre las aves y las abejas, o sobre las parejas enlazadas y el complejo sistema de respuesta hormonal de los omega. Ash era un joven listo, demasiado a veces. Así que estaba seguro de que había considerado la necesidad de una constante marca durante los cuidados del celo, y aunque Max estuviera más que dispuesto a darle "la charla" –por muy mortificante que aquello fuera- sabía que Ash no la necesitaba.
No estaba en lugar para meter sus narices, no donde Ash no le diera paso libre. Y, sabía que, por mucho cariño que le tuviera, Eiji era territorio prohibido.
—Creía que ellos no querían niños...
Confesó Jessica después de unos minutos, con su mirada fija en el mensaje de Ash por encima del hombro de Max. No parecía haber mucho en su tono de voz, más que un poco de duda.
Max se mordió los labios, al tiempo que buscaba el contacto de Ibe, listo para enviarle un mensaje. ¿Eiji le habría dicho algo? Considerando el cambio horario, probablemente su amigo estaría saliendo del trabajo en un par de horas, si Eiji le había dicho algo, o pedido hablar con él no sería hasta la mañana siguiente que se enteraría.
Demonios. El corazón de Max ya no estaba para esta clase de cosas.
Quizá sí se estaba haciendo viejo.
Dejó un último mensaje para Ash, pidiéndole que le llamara inmediatamente, y se llevó una mano al rostro, suspirando cansado.
Ese mocoso...
Jessica a su lado le sonrió con algo de complacencia, antes de dejar un beso en su cien.
—Quieres ir.
Nuevamente, no era una pregunta.
Max le dedicó una mirada que parecía pedirle perdón, pero su esposa se apresuró a negar. Después de todo, Nueva York sería su hogar permanente dentro de poco tiempo, y Michael ya no tenía clases. Dios bendiga las vacaciones de invierno.
Y, aunque el clima invernal de la gran manzana podía hacer la ciudad aún más desagradable de lo que ya era, tenían un buen motivo para ir.
—Michael se pondrá muy feliz de ver a Ash.
Aseguró la omega, y Max no pudo hacer más que envolverla en un gran abrazo, agradeciendo su comprensión.
Cuando el despertador de Ash sonó, tuvo que tomarse un par de minutos para recobrar la conciencia completamente. Su ritmo de sueño aún era un desastre, y por eso agradecía no tener que atenerse a las horas de oficina de manera continua. Estiró uno de sus brazos buscando el teléfono que había dejado abandonado la noche anterior, y como esperaba, había al menos una decena de llamadas perdidas, coronando con un mensaje.
Ash suspiró. Realmente, no se sentía con fuerzas para responder ni llamar. No en ese momento.
Se estiró para dejar que la modorra abandonara su cuerpo, y su nariz captó el aroma del desayuno. Eiji siempre se había levantado antes de él, siendo una costumbre que no había dejado desde aquellos años donde compartían una habitación destartalada en una de sus casas seguras en el centro de la ciudad. Aunque Ash no podía evitar estar de mal humor al despertar sin el calor y aroma propio de Eiji, que siempre lo esperaran con el desayuno hecho no estaba nada mal.
A excepción de....
Nato.
El olor característico de esa tortura refinada que los japoneses llamaban comida llenaba su departamento.
Ash hizo un gesto de asco, pero no duró mucho, pues otro sonido más allá del aceite friendo algo en la cocina llamó su atención. Eran arcadas y alguien vomitando.
"¡Eiji!"
Se puso en pie de golpe, corriendo hacia el baño y encontrando a su esposo doblado sobre sí mismo y con las manos aferradas a ambos lados de la taza.
Ash se puso detrás de él, tomándolo por los hombros con delicadeza y ayudándolo a sentarse. El color había abandonado su rostro, y una fina capa de sudor perlado cubría su frente.
—Eiji...
Susurró, con sus ojos ligeramente desorbitados, y claramente preocupado. Su esposo, tardó un momento más en recomponerse. Respirando profundamente, mientras Ash apartaba los cabellos que ahora se pegaban a su frente. El cabello de Eiji había crecido en esos años, a Ash le gustaba arreglárselo en una coleta baja y jugar con los mechones sueltos de vez en cuando, ahora mismo, eso lo ayudaba a calmar sus propios pensamientos.
Nauseas matutinas.
Sólo eran eso.
Después de unos segundos, Eiji pareció recuperar la compostura, dedicándole una sonrisa conciliadora.
Ash lo tomó en sus brazos unos segundos, antes de ayudarlo a ponerse de pie y limpiar los restos de vómito que ahora estaban secos en su mentón.
Cuando lograron volver a la cocina, el tofu que había estado preparando ahora parecía un triste pedazo de cartón, y todo el lugar tenía un desagradable aroma a quemado.
La expresión de desagrado de Ash no se hizo esperar, tomando lo que antes hubiera sido comida y lanzándola al tacho de basura. A su lado, Eiji cubrió su boca como si intentara alejar el aroma para espantar a las nauseas. La expresión de Ash volvió a teñirse de preocupación, al tiempo que habría las ventanas de su pequeña cocina y se disponía a deshacerse de los remanentes de aroma.
—Tranquilo, el olor se ira en un rato.
Se sentó junto a su esposo, tomando su mano con cariño. Eiji le dedicó una sonrisa cariñosa, pero tras su mirada parecía haber algo parecido a la pena. O quizá vergüenza.
—Ash, gracias... pero... no es eso.
Ash elevó una ceja.
—¿Hum?
Eiji pareció casi sufrir físicamente para sacar las siguientes palabras de su boca. Cuando finalmente lo hizo, esto fue acompañado de una mirada llena de traición hacia un recipiente muy conocido por el joven americano.
—Eso...
Oh.
El nato.
Ash no pudo evitar soltar una larga risa.
Eiji le dio un pequeño golpe en el hombro, pero no importaba.
Cuando se hubiera calmado, caminó con claro aire de victoria hacia el desagradable fermentado, llevándolo a la basura y dedicándole una mirada que claramente decía "te veré en el infierno" antes de lanzarlo sin miramientos dentro del tacho de basura.
Eiji en su lugar, solo pudo suspirar.
—Vamos, mira el lado amable—Se animó a bromear, como si de pronto todo hubiera regresado a la normalidad por unos momentos—Al parecer tus hormonas al fin te hacen tener buen gusto.
Ash agradecería a sus años de entrenamiento tener los reflejos necesarios para esquivar el trapo de cocina que voló directamente a su rostro.
Con el malestar de Eiji aun presente y optando por descansar un largo rato en el sofá de la sala, lejos de ese repelente aroma, Ash se decantó por encargarse él mismo del desayuno.
Durante todos sus años de vida, no es como si el joven alfa realmente hubiera tenido que poner verdadero empeño en ver sus alimentos. Era un gran catador y tenía el paladar excelente, pero eso no quería decir que fuera realmente exigente con lo que se llevaba a la boca. Antes un emparedado y una jarra de café era suficiente para sustentar su estómago. Claro, todo eso había cambiado desde que Eiji y él comenzaran a vivir juntos de manera permanente. A él nunca le había gustado alimentarlo con las mismas cosas que él comería.
Y, después de su boda, se había dado el trabajo de investigar un poco sobre comida japonesa, y para la actualidad podía decir que su sopa de miso era mejor que la del promedio.
Cuando llegó con un tazón caliente y algo de pan, se encontró con Eiji tecleando rápidamente en su celular, recibiendo una respuesta antes de que tan siquiera elaborara la pregunta.
—Le decía a mi jefe que llegaré un poco tarde hoy...
Ash observó el reloj de la pared. Uh, si, al menos por una hora.
—Además... estaba pidiendo una cita con recursos humanos.
Ash se acomodó a su lado, dejando que Eiji usara su pecho como soporte. Sí, el bebé.
Lo primero que un omega en espera debía hacer, era informarlo a sus superiores. No faltaba el casual caso llevado a noticias sobre discriminación de castas, donde alguien había sido despedido después de embarazarse. La agencia en la que Eiji trabajaba tenía buen nombre, y siempre habían sido muy cautelosos con su trato hacia los omegas que trabajaban allí, pero uno nunca podía estar muy seguro.
—¿Sabes que tienes que entregar?
Todo aquello le dejaba cierto sabor agridulce. Ash era ducho en muchos temas, incluso en las finezas de la burocracia del mal llamado país de la libertad. Sin embargo, realmente no sabía qué pasos eran necesarios para una situación así.
No es como si hubiera creído necesitarlos en algún momento.
Eiji le sonrió, dejando que su mejilla encontrara la de Ash, dando pequeñas caricias.
Ash le dio una cucharada de sopa en la boca.
—No estoy seguro, de momento, llevaré la prueba de embarazo. Y el cronograma que me dio el ginecólogo.
Eiji le explicaba un poco sobre las cosas que había hablado con su médico, como practicando sus palabras para la junta que le esperaba con recursos humanos. Ash le sonreía con paciencia, pero algo en la base de su estómago se retorcía ligeramente.
Recordó cuando Eiji tuvo que presentar los mismos papeles para los días libres por su celo, antes y después de que se hubieran casado. Él mismo había tenido que hacerlo, aún con un trabajo semi remoto. Durante esos días en el mes, no podían buscarlo ni en casa ni obligarle a estar presente en el trabajo, pues su única labor era velar por el bienestar de su omega.
Ash- no, Christopher, no había tenido ningún problema realmente, una revisión de visa, certificado de matrimonio, y después de una programación en el calendario estaba listo para irse.
Eiji, en cambio...
Ash repetia, que ciertamente el trabajo de Eiji parecía ser comprensivo con la situación de sus trabajadores omega, pero eso no quitaba que tuvieran ciertos prejuicios también. Especialmente si un omega que decía estar enlazado se presentaba ante ellos sin una marca de unión.
El mismo Christopher había tenido que presentarse en su trabajo y mostrar su propio papeleo para que el trámite de su marido pudiera avanzar de manera más eficiente.
Ridículo.
Bufando para intentar alejar la frustración de sí, dejó el tazón de sopa que ahora ya estaba tibio en manos de Eiji, quien había apartado la carpeta de papeles médicos. Y, con cuidado, lo tomó de la cintura, acurrucándolo a su lado e imbuyéndose en su aroma.
Deberían haber regresado ya al comedor, pero Ash encontraba que aquella posición era mucho mejor.
—¿Y tú no comerás nada?
Cuestionó Eiji, al notar que Ash parecía más preocupado por hundirse dentro de sus mechones de cabello.
Un beso se escapó hacia el cuello de Eiji.
—Sólo come, amor.
Y, como habían previsto. Eiji probablemente terminaría llegando una hora tarde al trabajo. Aun si sólo estaba a un viaje en metro de distancia, la hora pico en Nueva York no era muy distinta a la de Japón. Hum, quizá lo único bueno de ir tarde es que no tendría que intentar acomodarse en medio de un mar de gente.
Su boca aún se sentía algo ácida, y aún si había querido, no había podido tomar más de la mitad del tazón de sopa que Ash le hubiera preparado en la mañana.
Las puertas del metro se abrieron, y Eiji se apresuró a entrar. Como había previsto, no había asientos libres. La molestia no tardó en manifestarse en su rostro.
Empero, casi tan rápido como esta había aparecido, una joven ya se había puesto de pie.
—Disculpe.
Le había llamado. Era una señorita, beta, quien con una tímida sonrisa le ofrecía su lugar.
Eiji usualmente rechazaba el trato especial con una pequeña sonrisa, que solía terminar convirtiéndose en una conversación sin importancia hasta llegar a su parada. Sin embargo, el aroma desagradable del nato aún parecía un fantasma en su nariz, y el cúmulo de perfumes del tren, sólo hacía que el efecto fuera peor.
Agradeció y tomó el lugar sin rechistar, intentando ignorar la mirada preocupada que la muchacha le dedicaba. En lugar de eso, sacó su carpeta de papeles, dando una nueva revisada a la carpeta que había estado armando esa mañana. Los papeles de migración, el carnet de seguridad social, su inscripción al registro nacional de omegas, y su acta de matrimonio. Esos solían ser un combo que nunca se separaba, por consejo de Ibe-san y Max, quienes le habían advertido que iba a necesitarlos más de una vez.
Suspiró.
Extrañaba, a veces, un poco de lo sistematizado de Japón. Cuando acudía a la clínica a sus revisiones cuando aún se encontraba bajo un estricto régimen hormonal debido a su condición de atleta, casi todo era guiado por un pequeño asistente personal, y toda su información ya estaba en el sistema.
America era bastante anticuada.
Repasó también los informes médicos, el nombre de su ginecólogo de cabecera decoraba su certificado médico, así como su plan prenatal, o al menos lo poco que había recibido hasta ese punto.
Recordó la mirada del doctor White. Un tiró se presentó en su estómago.
Oh no, allí estaban de nuevo. Las náuseas.
La señorita que le había ayudado antes, así como un hombre trajeado junto a él se apresuraron a acercarse, ofreciéndole pañuelos y un poco de agua.
Eiij habría querido maldecir por ¿tercera? Vez aquella mañana, pero tragándose la acidez nuevamente, sólo pudo agradecer en silencio.
Intentó que su mente viajara a algo más tranquilo, sin embargo, su diatriba interna se vio interrumpida por el sonido de un mensaje nuevo en el celular. Era Ibe-san.
Cuando algo del escándalo que sus nauseas habían causado ya se había calmado, Eiji finalmente pudo leer el mensaje.
Hu.
Las noticias sí que volaban rápido.
Cuando el reloj de la computadora marcó el medio día, Ash se dio cuenta de que no podría avanzar mucho de su trabajo, los números y las palabras se mezclaban en su pantalla, y antes de insultar la poca capacidad de redacción de sus tesistas, prefería tomarse un momento para respirar.
Había demasiadas cosas en su cabeza.
Usualmente, Eiji ya dejaba el almuerzo preparado, pues cuando Ash estaba particularmente concentrado en algún escrito o una corrección, podía pasar horas sin moverse de su lugar, y para cuando su estómago le recordaba que ya era hora de llenarlo de algo más que café matutino, no tenía las energías para prepararse algo. Claro que no dejaba todo el trabajo a su compañero, durante las noches solían pasar un par de horas preparando los ingredientes juntos para que solo fuera necesario una rápida cocción en la mañana. Sin embargo, el día de ayer ambos habían caído profundamente dormidos luego de pasar un buen rato acurrucados en el sofá sin más que disfrutar de su compañía. Y, en la mañana, Eiji había estado demasiado enfermo como para pensar en preparar algo.
Ash realmente no era bueno con platillos elaborados, y no era como si creyera que el estómago de Eiji –o el suyo- fuera a aguantar comida rápida.
Ha, no era él quien estaba embarazado, pero también sentía algo de nauseas. Aunque por motivos completamente diferentes.
Se estiró en su lugar y decidió ir a la tienda, ensañada de camarones con guarnición, creía que era lo suficientemente suave como para que Eiji pudiera cenar. Además, el dar una vuelta y tomar un poco de aire le vendría bien. La mañana había amanecido gris, y hacía no mucho había comenzado a nevar. Ash se preguntó si Eiji guardaba alguna gabardina en el trabajo, e incluso sopesó la idea de pasar por allí y llevársela.
Cuando de pronto, su teléfono sonó.
Oh, cierto, había olvidado llamar a Max.
Con desgano fue a tomarlo de la mesa de noche donde aún cargaba, sin embargo, el número que le saludó era uno que no tenía registrado. Aquello no era extraño, diariamente le llegaba al menos un mensaje de algún estudiante que había recibido una recomendación y quería trabajar con él, Ash realmente no estaba de ánimos para aceptar más tesistas, al menos por unos meses. Pero-su tren de pensamientos se congeló tan pronto abrió el mensaje.
La persona que le había escrito-
Ash ya lo creía retirado.
Blanca siempre había sido una persona pragmática. Nunca decía más de lo que debía o era necesario.
"Central Park, 2:00 pm
Vine de vacaciones"
Ha.
Vaya broma.
La idea de Ash de vaciar su mente, realmente no implicaba sentarse sin hacer nada en un parque. Había llegado a la hora que Blanca le había indicado, pero el susodicho aún no se presentaba.
Ash bufó, su nariz estaba congelada. La nieve había caído con más fuerza, haciendo copiosos montículos en las avenidas y llenado los parques y veredas. Hacía demasiado frío.
"Al menos no hay mucha gente" pensó, intentando hallarle el lado bueno, eso significaba menos aromas.
La nieve comenzó a caer nuevamente, y un pequeño copo aterrizó en su nariz.
Lo apartó con cuidado, y en ese momento escuchó a un par de niños corriendo no muy lejos de allí. Sus padres, quienes de seguro los habían llevado al parque luego de mucha insistencia, parecían recordarles que ya debían regresar, aunque por el sonido de los berrinches del par de cachorros, parecía que no tenían mucha suerte.
Ash ahogó una sonrisa, recordando apenas uno de sus últimos inviernos en Cape Code, un año antes de que Griffin fuera enviado a la guerra. Griff siempre había sido hábil con las manos, y le gustaba construir y reparar cosas. Le había enseñado a Ash con mucha paciencia cómo construir un fuerte de nieve, y después, lo había retado a una batalla de bolas de nieve.
Cuando era más joven, el recuerdo de la sonrisa de su hermano al limpiarse los restos de nieve del rostro, y las gotas que caían por su cabello, era uno de los recuerdos más preciados que tenía. Uno que se había ido tiñendo de sepia mientras más tiempo pasase. Y, cuando él y Eiji se hubieran mudado a su nuevo hogar, su joven esposo también había querido disfrutar de la nieve, como lo hacía en su natal Japón.
Ash se había sentido contrariado, si bien sólo un momento. Pues, mientras parte de sus recuerdos parecían volverse arenilla en el fondo de su mente, nuevos pugnaban por tomar su lugar. Aquello no era justo, ¿verdad?
Dejar sin lugar a Griff.
¿Acaso no era algún tipo de traición?
Ash se había mantenido quieto pensando aquello, hasta que, con una sonrisa en el rostro, Eiji lo había recostado en la nieve, instándolo a que hicieran ángeles. Y- su sonrisa...
No era como la de Griffin, quien lucía como una figura capaz de todo, inamovible, infranqueablemente cálida. Eiji, en cambio, era dulce, como si un rayo de sol hubiera bajado del cielo a hacerse persona...
Calidez que Ash realmente había extrañado durante su tiempo lejos.
No... no era traición.
Su hermano, Griff, nunca lo vería así. ¿verdad?
Griffin querría que fuera feliz, aún si Ash realmente no se creía merecedor de esa felicidad la mayor parte del tiempo.
Al parecer los cachorros habían logrado convencer a sus padres de jugar un poco más, pues pronto el ambiente se llenó de ruido. Risas, proyectiles volando.
Y, cuando menos lo esperaba- Ash se giró, deteniendo la mano que estaba a punto de darle un pequeño golpe detrás de la cabeza.
Blanca, quien venía enfundado en un grueso abrigo invernal, no pudo evitar soltar un pequeño silbido de asombro.
—No has perdido el toque.
Bromeó.
—Pero sí es verdad que las garras del lince han perdido filo—Continuó, señalando su nariz como si esa fuera toda la explicación que necesitara dar.
El mensaje era obvio
"Ahora puedo olerte"
Ash le dedicó una mirada cansada, nada emocionado por ser parte de su teatro.
—¿Esa es tu manera de decir hola?
Se puso de pie, limpiando los rastros de nieve que había en sus hombros, tratando de recordar porqué se supone que había accedido a venir en primer lugar.
¿Tan desesperado estaba por salir del departamento? Lo dudaba, en otra oportunidad de seguro hubiera preferido pasar un par de largas horas en la biblioteca nacional, aún si Eiji le reprendía con la mirada cada vez que iba allí. Pero no podía evitarlo, era su segundo lugar favorito.
Quizá, era, que sólo quería restregarle a Blanca que, a pesar de sus constantes objeciones ante sus decisiones de vida, él y Eiji habían podido construir una relación y convivencia sana. Y que ahora era capaz de protegerlo, sin importa qué. La misma razón por la que había estado de acuerdo con invitarlo a su boda todos esos años atrás.
Aunque había sido una sorpresa que fuera. Lo que no había sido una sorpresa, fue que intentara soltar un par de comentarios coquetos para con su prometido, sólo para sacar una reacción de él.
Y vaya que lo había conseguido.
Pero- siendo muy franco, quizá no era el mejor momento para poder demostrarle algo.
Quizá, también, sólo era que el mismo Ash necesitaba recordarse a sí mismo que sí, estaban bien. Él y Eiji seguían estando bien.
—¿Esa es tu manera de saludar a tu viejo mentor? Creí que te había enseñado mejores modales.
Comentó Blanca, con ese tono cuasi pedante que Ash le conocía. El mentado sólo hizo un gesto de desgano y comenzó a caminar, Blanca le siguió, apreciando la capa de fantasía blanca que cubría el parque.
Después de unos metros caminando, Ash finalmente se animó a hablar.
—Y, ¿dónde te quedarás?
Blanca sacó un cigarrillo.
—En el hotel de siempre.
Hu, ese era propiedad de la familia Lee.
—Tú no conoces el significado de frugal, ¿verdad?
—Hum, nunca me falta trabajo, son lujos que puedo darme
Ash rodó los ojos, chasqueando la lengua, como si eso le importara.
—Lujos que el dueño puede darte.
Respondió tajantemente.
Blanca elevó una ceja, al tiempo que una pequeña sonrisa se formaba en sus labios.
—Estas mucho más cortante que de costumbre, ¿qué pasa? ¿problemas en el paraíso?
Ash tomó aire, intentando que su aroma no delatara nada de él.
—No es de tu incumbencia, ni siquiera sé por qué me llamaste.
—Y, aun así, viniste.
—Hmm.
Blanca rio, sabía la respuesta. Ash no aguantaba estar falto de información. Y, su presencia en la gran manzana, era del suficiente interés para el joven lince como para salir de su guarida.
Qué halagador.
—Quizá solo me sentía nostálgico—confesó.
Ash se detuvo un momento, girando ligeramente el rostro hacia él, pues ambos andaban a la par, incapaz de darle la espalda aún si había sido su maestro.
—¿Qué?
—Quería visitar a mi pasado.
O, más bien, alguien de su pasado. Pensó Ash.
Y no era muy difícil saber de quién se trataba. Blanca no era la clase de persona que hiciera lazos realmente importantes, no después de la muerte de su esposa. Lo más cercano a ello había sido esa relación de mentoría que ambos habían sobrellevado en sus años de adolescencia, cuando según Blanca, Ash aun cargaba con un poco de aroma a cachorro, aún si ya se había presentado como alfa hacía un año.
Así que, además de él, sólo quedaba alguien más.
Ash podía haberse alejado –en mayor medida- de todo aquel mundillo de las pandillas, pero aún frecuentaba a Sing, o incluso a Alex, Kong y Bones de vez en cuando. Así que los movimientos y acciones de Yut Lung no eran un misterio para él, especialmente no si Sing venía a quejarse de él mientras devoraba cualquier cosa que estuviera en el refrigerador mientras pedía más comida preparada por Eiji.
Mocoso molesto.
—Ah—rió—Veo que sigue necesitando niñera.
—No todos pueden tener la suerte de tener a alguien que los cuide todo el tiempo, Ash.
Bromeó.
Ha, suerte
Si. Definitivamente... era suerte.
El día que Eiji había tenido fue terrible. Por decir lo menos.
Primero, el mensaje de Ibe, que le pedía contactarse con él lo más pronto posible. Eiji había fruncido los labios, bastante seguro de que ya sabía de la noticia.
Max y Ash eran cercanos, después de todo. Y, Max realmente no era bueno para guardar secretos de sus amigos. No era que aquello le molestara, pues pensaba contárselos en unos días, sin embargo, al momento de bajar del tren y cuando ya estaba listo para llamarle, sintió una nueva ola de nauseas atacar su cuerpo, tan fuerte en esta ocasión que tuvo que correr hacia los baños públicos y apenas llegó al primer lava manos antes de vaciar lo poco que tenía en el estómago.
El escándalo había sido tal, que un par de betas que lo habían estado viendo aún en el tren se ofrecieron a acompañarle hasta su trabajo. Eiji entendía que eran amables, y de seguro si esto hubiera ocurrido hacia unos años no hubiera tenido problema alguno, pero los años en la pandilla de Ash le habían enseñado a ser más precavido que eso. Y, aun así, debido a la debilidad que le había dejado vomitar por no sabía qué número de vez en el día, realmente no había podido negarse.
Había sido especialmente bochornoso que uno de ellos se hubiera quedado un par de minutos más hablando con el guardia de seguridad, como pidiéndole que cuidara de él los extra cuatro metros que eran de la entrada al ascensor.
Así que, con ese antecedente, su reunión con recursos humanos tampoco había sido fácil.
No era así como quería presentarse. Si bien habían sido más que comprensivos con él, no había podido evitar notar las miradas ligeramente consternadas que le dedicaba el encargado. Era un beta de aproximadamente cuarenta años, y ya había tenido problemas con él cuando había presentado su primera documentación.
Y, si bien, quizá sus preocupaciones venían de un buen lugar en su corazón, Eiji aún no olvidaba que había puesto en tela de juicio su unión con Ash.
Finalmente, el hombre le había dicho que enviaría su documentación, y se encargarían de coordinar los permisos correspondientes, además de hacer un seguimiento estricto a sus visitas médicas.
Lo que quedó de día, fue una maraña de dolores de cabeza debido a que muchos de sus compañeros no dejaban de mirarlo y cuchichear. Eiji realmente no tenía interés en qué clase de cosas podrían estar suponiendo de su vida privada.
Sin contar que las numerosas escapadas al baño de la oficina, debieron alertar a los que no hubieran escuchado de su reunión con recursos humanos, de que algo no andaba bien con él. Y, aun si sonaba muy telenovelesco, omega y nauseas solía ser igual sólo a una cosa.
—Oh, estás embarazado—Había comentado uno de los miembros del equipo técnico mientras lo veía regresar de su cuarta visita al baño ese día. Era hora del almuerzo, y Eiji realmente no quería nada más que un poco de agua y galletas saladas—A mi novio le pasaba exactamente lo mismo los primeros meses.
Astor era su nombre, era parte de la división artística de la empresa, y si mal no recordaba se encargaba de darle mantenimiento a todos los equipos. Incluso, había acudido a ayudarlo con su cámara una que otra vez. Era un alfa que había llegado de otro continente, que, a pesar de ser su nivel alto, no es como si tuviera un aura particularmente imponente. En cambio, hablaba bastante. Diferencias culturales quizá.
Eiji agradecería su apertura al hablar del tema, pues prefería un poco su manera directa de tratarle a los murmullos que ya se le hacían irritantes. Terminó el almuerzo con media botella de agua vacía, un paquete de galletas terminado, y unas cuatro recetas caseras de medicina contra la náusea.
Para cuando la hora de salida llegó, Eiji realmente se sentía drenado. Las ganas de llamar a Ibe-san se habían esfumado, y mentalmente le ofreció una disculpa, tendría que esperar hasta después de la cena, ya que en ese momento sólo tenía ganas de llegar a casa y buscar los cálidos brazos de Ash para poder dormir.
La nieve había sido copiosa ese día, los caminos estaban repletos y Eiji comenzaba a ver difícil la posibilidad de conseguir un taxi. Aferró más a sí la gabardina que había tomado de su casillero, y comenzó a evaluar la posibilidad de utilizar la carta de omega embarazado y en estrés para conseguir un taxi, el sonido de una bocina llamó su atención.
Era una moto.
—¡Hey, Eiji!
Eiji podría reconocer esa motocicleta sin importar cuantos nuevos cambios su dueño le hiciera, así como podía diferenciar ese aroma aún en medio de una gran multitud, aun si el pequeño que había conocido hacía tantos años atrás, ahora era un hombre hecho y derecho. Era Sing.
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No es como si Sing hubiera estado pensando mucho cuando dirigió su motocicleta hacia el trabajo de Eiji. Ya lo había ido a buscar y recoger en un par de ocasiones antes. Y, esta vez, quería pedirle consejo.
Eiji era de los pocos que no se quejaban de lo rápido que iba, quizá porque confiaba mucho en el control que Sing tenía su moto, o al menos eso le gustaba pensar. Esperó con una sonrisa mientras la cantidad de nieve que se acumulaba en la carretera comenzaba a preocuparlo. Los camiones de la ciudad ya se habían encargado de darle tratamiento adecuado a las autopistas, y él tenía sus ruedas de nieve, pero si había algo que había aprendido a ser con los años, era un poco más precavido.
Cuando su reloj de pulsera dio las cinco, una gran sonrisa se expandió por su rostro. Ya era hora de salida. Sing no tenía real necesidad de esconder su emoción, aunque no faltaron unas cuantas miradas causiosas dirigidas a él por parte de personas que ya iban saliendo del trabajo. Sin embargo, cualquier atisbo de emoción decayó del rostro de Sing por un segundo.
Eiji lucía como una hoja de papel.
Se apresuró a auxiliarle, aun con las palabras de tranquilidad que le daba Eiji.
—No, en serio, estoy bien.
Le aseguró, Sing frunció el ceño, claramente no creyendo una sola palabra que le dijeran.
—En serio...—Continuó, el rostro de Eiji lucía ligeramente contrariado, como si estuviera intentando encontrar una manera de decirle algo.
—¿Eiji?
Cuestionó.
Un suspiro, seguido de una sonrisa.
—En serio, no es nada...Sólo estoy un poco...
—¿Un poco?
—...Embarazado.
...
Oh.
Sing había escuchado de esos momentos, donde la realidad parece detenerse y uno vive una experiencia extracorpórea. Le había pasado, una vez, cuando regresando del aeropuerto estaba dispuesto a darle a Ash Lynx un buen puñetazo en la cara y llevarlo a rastras a Japón el mismo, y en cambio se había encontrado con la escena de dos personas más que importantes para él sangrando en plena avenida.
—¿Sing?
Preguntó Eiji. Y solo eso tomó para que Sing negara rápidamente, regresando al presente.
—Bueno, entonces vamos.
Dijo, mientras le daba su propio casco a Eiji.
Viajar en moto, en plena nevada, de pronto no era lo más seguro a oídos del propio Sing, perono es como si tuviera otro medio de transporte igual de rápido a la mano. Las avenidas pronto estarían congestionadas, y el tren era muy lento para el lugar a donde quería ir.
Aun así, extremadamente consiente de sí mismo, Sing llevó a Eiji hasta el barrio chino, a una de las tiendas que Yut Lung había abierto en esos años.
Conseguir medicina en américa era un dolor en el trasero, y eso Sing lo sabía bien. Aún para los omegas, que eran una supuesta clase protegida, las larguísimas colas para poder conseguir una cita médica y una prescripción eran molestas. Eiji le había dicho que aún no tenía nada que mitigara las náuseas, así que, acudir a la herbolaria de los Lee era la siguiente mejor opción.
La muchacha que los atendió era una jovencita delicada, por su aroma parecía una omega de nivel bajo. Se llevó una mano a la boca, y tras darle una pequeña mirada a Eiji y después a Sing, pareció entender qué querían. Se retiró y regresó un par de minutos con una un sobre de infusiones.
—Para las náuseas matutinas.
Sing agradeció y pagó, Eiji le dijo que aquello no era necesario, pero Sing no lo escucho, instándolo en cambio a que regresaran, lo escoltaría hasta su casa.
Eiji volvió a fruncir el ceño, pero siguió al joven alfa, no sin antes despedirse de la dependienta que los miraba con una pequeña sonrisa.
Que no era necesario, volvió a repetirle, pero Sing era tozudo.
—A tu departamento, o a un médico. Tú escoges, Eiji.
Sing había lidiado con Eiji antes, debajo de toda la dulzura que parecía ser el omega, sabía que había terquedad en partes iguales. Y dos podían jugar el mismo juego.
Eiji suspiró, de seguro no deseando gastar tiempo en ir a visitar a su médico de cabecera sólo por un poco de malestar.
—A casa.
Terminó accediendo, Sing hizo un gesto de victoria al aire, ganándose una risa cómplice.
El camino era un poco más largo desde el barrio chino hasta el lugar donde Eiji vivía, para cuando llegaron ya casi eran las siete, y Eiji lucía completamente exhausto.
Sing lo acompañó hasta su habitación, ayudándolo con su abrigo y dejando sus botas fuera de la entrada.
Se apresuró a prepararle una infusión y después de asegurarle que la tomara, le dijo que haría algo para cenar. Eiji volvió a recordarle que realmente no era necesario, sin embargo, Sing estaba decidido.
Algo de arroz de seguro le vendría bien a su estómago.
Sin embargo, tan pronto hubo salido de la habitación, la puerta principal se abrió.
Ash acababa de llegar, con los brazos llenos de compras.
Ambas miradas se cruzaron, jade contra oscuridad.
Y, Sing casi pudo jurar que había escuchado un pequeño gruñido.
Ha, alguien debería recordarle que Ash, por muy amigo suyo que fuera, seguía siendo un alfa.
Notas finales:
¡Feliz año nuevo adelantado! Quería actualizar antes, pero estuve ocupada con algunos trámites para poder colegiarme al fin. Ya tengo parte del capítulo que sigue avanzado, y sé que dejé la historia abandonada por más de un año, pero, mientras haya al menos una persona leyendo ¡Seguiré actualizando!
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