Santuario
Los segundos pasaron, y el silencio se mantuvo en alto un momento.
Ash sintió sus manos vibrar ligeramente, con un tremor tan suave que dudaba que Eiji pudiera notarlo. Era algo a lo que casi le había perdido la costumbre, pues desde que hubiera renunciado a su vida en la calle, esos niveles de ansiedad extremos no se habían repetido.
El sonido de su esposo poniéndose de pie, y sentándose a su lado en sol sofá más grande de la sala logró que saliera de su pequeña ensoñación.
Ah. Sí.
Su aroma.
Otro golpe que había sufrido su figura, como el antiguo Ash Lynx, siendo delatado tan fácilmente por algo como la biología, y una nariz alborotada por las hormonas del embarazo. Aunque, vamos, eso último era sólo una excusa extra. Eiji siempre había sido particularmente bueno para captar hasta los más mínimos cambios en su aroma.
— Cariño...
La voz suave y delicada llenó el ambiente, Eiji no era todo suavidad como a muchos de la vieja pandilla les gustaba creer, es más, ellos no eran de usar motes cariñosos o buscar continuamente contacto. Sin embargo, si era verdad que Eiji parecía guardar esos despliegues de extrema calidez para momentos como esos. Cuando el mundo de Ash parecía querer venirse abajo, siempre habría una mano sosteniendo la propia.
Sus dedos rozaron los de Eiji, y su rostro no pudo evitar buscar el cobijo que era el espacio entre el hombro y la mandíbula de su esposo. Donde su aroma era particularmente concentrado, y el poniente aroma que tan gravado tenía se acentuaba, mezclado con un poco de algo nuevo que Ash tendría que aprender asimilar.
Ash inhaló lo más profundo que pudo, sus manos recorriendo el cuerpo de Eiji, atrayéndolo a si en un abrazo. El silencio se prolongó un poco más entonces, empero, ya no se sentía pesado.
Los dedos de Eiji recorriendo su cabello, y su familiar calidez lograron por un momento amainar las violentas aguas de la mente de Ash.
— Quiero tenerlo...
El murmullo llegó. Y, él, ya lo sabía. Algo dentro de si se lo había dicho desde el momento en el que Eiji le entregó aquel papel, que ahora estaba olvidado a un lado del sofá, como si hace unos minutos no hubiera sido el causante de poner su vida tal y cual la conocía de cabeza.
Un pequeño resoplido abandonó sus labios, tan suave que podría haber pasado bien por una risa.
— Lo sé.
Porque sí, lo sabía. En su mente, tan trastornada como era, esas dos ideas iban bien de la mano. Eiji y un bebé.
Le sintió removerse un poco, girando el rostro para encontrar su propia mirada. Ash se lo permitió, apoyando su mejilla en el brazo de su esposo. Sentía sus párpados algo caídos, y la fuerza que usualmente siempre le acompañaba era drenada por cada uno de sus poros como un reloj de arena.
— ¿Y tú?
Los ojos de Eiji se encontraron con los suyos, su mirada limpia y sin un atisbo de prejuicio lo hizo sentir, si era posible, aún más pequeño. Ash era un adulto letrado, lo había sido desde que ese fantasma de su pasado le hubiera dado acceso a libros, y era un hábito que se había ido construyendo a través de los años, coronándose con su actual carrera académica.
Empero, en ese momento, parecía que todas las palabras habían abandonado su mente, dejándolo en un desierto en el cual unir más de dos sílabas parecía una tarea particularmente titánica.
Cerró los ojos un momento, incapaz de sostener la mirada de su compañero, volviendo a ser por un momento ese cachorro apenas presentado solo en un callejón, rodeado de demasiadas miradas y luchando para centrarse en sólo una cosa.
Un respiro profundo.
Abrió los ojos.
Ya no era ese niño asustado.
Y ahora sólo había un par de ojos posados en él.
— Tengámoslo...
Fue un susurro, apenas audible. La sonrisa de Eiji se quedó estática, pero en cambio, sus labios acudieron prestos a su frente, dejando un cándido beso que a Ash le recordaban a las mañanas lluviosas antes de primavera.
Ninguno de ellos se movió lugar, no por al menos una hora más. Encontrando en el mutuo abrazo quizá un poco de la afirmación que no era necesario pedir en voz alta.
Sing cerró la ostentosa puerta de la residencia Lee con más cuidado que cuando apenas había llegado aquel día, ganándose unas cuantas miradas interesadas por parte del personal. Si bien ellos estaban acostumbrados a su presencia, y a sus casi inexistentes arranques, debía admitir que ese día se había excedido.
Rascó su cuello y dio un par de movimientos de cabeza a manera de disculpa, antes de abandonar la propiedad y subir a su motocicleta, dejando todo aquel lugar a lo lejos en cuestión de minutos.
Había batallado para lograr que Yut-Lung aceptara que debía descansar –y tirar por el inodoro cualquier posible rezago de alcohol que el omega tuviera escondido en su habitación- además de instruir una y otra vez al personal directo de no brindarle ninguna clase de bebida de ese tipo. Él conocía el carácter de Yut-Lung y lo fácil que podía ser intimidar a algunos miembros de su personal a ceder a sus demandas, aun cuando estas claramente eran dañinas para él. Pero había al menos dos miembros en su personal que, Sing creía, podían ponerse firmes incluso con alguien tan caprichoso como la actual cabeza de los Lee.
El rugido de su motor resonó por las calles transitadas de Nueva York, al tiempo que el cielo se oscurecía y las nubes de tormenta hacían acto de presencia. Aceleró un poco más, ya que ni se había molestado en llevar una chaqueta, y el camino desde la residencia Lee hacia su nuevo destino no era corto.
Nadia Wong, ahora Dickinson, era la prima de Sing. Sin embargo, había fungido más el rol de hermana mayor que llega a terrenos maternales durante toda su vida, junto a Shorter. Si bien antes vivía en el barrio chino, había optado por mudarse junto a su ahora marido a un lugar algo más alejado de todo el bullicio del centro de la ciudad.
Si bien no podían optar por una existencia más pacífica en los suburbios debido al trabajo de Charlie, Sing entendía que Nadia quería escapar un poco del cúmulo de recuerdos que le traía el restaurante y el barrio chino en general. Algo que, si bien Sing podía entender, al mismo tiempo le dejaba conflictuado.
El aun llevaba el recuerdo de sus camaradas caídos, sus hermanos. Había ocasiones en las cuales sentía que los revivía, al pasar por un callejón, al escuchar una voz, incluso cuando su nariz captaba algún aroma en particular. Si bien durante los primeros años de la muerte de Shorter, y la consecuente venta del Chang-Dai, Sing se había sentido ligeramente traicionado, ahora podía entender que no era que Nadia hubiera enterrado la memoria de su hermano, solo que cada uno llevaba el luto de manera diferente.
Cuando al fin pudo ver a lo lejos el gran edificio de apartamentos donde vivían, las primeras gotas de lluvia ya caían sobre él.
Para cuando estacionó y golpeó la puerta, bien parecería que acababa de ser golpeado por un tifón.
Nadia no tardó mucho en recibirle, cambiando su expresión de una sonrisa conciliadora por la de un ceño fruncido tan pronto lo vio chorreante y con una expresión apologética en el rostro.
— Sabes que me gusta recibirte, pero una llamada antes no estaría mal.
Le dijo, haciendo su camino al interior para buscar algo. Singo tomó eso como una silenciosa habitación e hizo su propio camino al interior de la vivienda. Deteniéndose solo un poco más de lo necesario antes de que Nadia volviera con una toalla y un par de zapatillas para el interior de la casa.
Hum, había algunas costumbres que no se podían olvidar, se saliera del barrio chino o no.
— Estas empapado, vas a enfermar.
El tono de Nadia era más que conocido para Sing, aunque con los años se había suavizado un poco, aún podía recordar la misma voz repitiéndole mil veces que dejara las calles y regresara a la escuela.
Como en los viejos tiempos.
— Lo lamento, necesitaba... pensar.
Nadia le puso la toalla en la cabeza, aun si ahora él era significativamente más alto, lista para desaparecer las gruesas gotas que ya caían por su rostro.
— ¿Pensar? — Repitió, una de sus cejas elegantemente levantadas — ¿Pasó algo?
Sing no era bueno escondiendo sus emociones frente a la familia, especialmente no frente a Nadia. Y, aún si abrir la boca, pudo notar el momento exacto en el cual los cables se unían. La situación de la mano con la claramente afectada esencia que Sing parecía emanar.
Nadia no era una omega. La única vez que Sing hubiera preguntado por su casta, Shorter le había dicho como quien no quiere la cosa que creía que era una beta de rango medio o algo así, siendo que el asunto había perdido importancia tan pronto supiera que no debía preocuparse por algún malnacido alfa intentando poner sus manos sobre su hermana. Empero, quizá era instinto desarrollado por tantos años cuidando de un par de niños –siendo una niña ella misma- que le permitía captar tan fácilmente los cambios en él.
— Más o menos...
Nadia suspiró, y tras quitarle la toalla y pedirle la chaqueta, le invitó a pasar.
Su sala era impecable, salvo por un par de juguetes tirados en el suelo. Ella y Charlie habían estado intentando por un bebé durante años, proceso que había terminado dando frutos hacía no más de dos años y medio.
Ambos se sentaron en medio de la cocina, y Nadia le ofreció un poco de té, asegurándole que su pequeño estaba dormido y no despertaría por al menos una o dos horas más. Estaba esperando a otra madre que había conocido en la guardería, y con quien tenía pensado iniciar un pequeño negocio ahora que había decidido regresar a trabajar. Hablaron un poco más de la vida, navegando muy discretamente los temas más delicados sobre la vida de Sing aún muy enrevesada en las redes de China Town. Que, si bien no era como la mafia que hubiera gobernado en su época de adolescencia, la sola mención podía hacer arder heridas que uno pensaba ya habían cicatrizado.
Llegando finalmente, al tema principal que les concernía.
— Yut-Lung está embarazado.
Soltó entonces, incapaz de poder alargar más la conversación o darle más vueltas de las que ya había hecho. Los ojos de Nadia se abrieron un poco más de lo normal por un segundo, al tiempo que la taza de té se detenía a centímetros de sus labios.
No le pidió que repitiera lo que acababa de decir. En cambio, se tomó un par de segundo para poder procesar bien qué era lo que estaba pasando.
— Oh...
Fue lo que abandonó su boca, logrando que, tras un par de segundos de silencio incómodo, Sing soltara una larga risa.
Nadia frunció el ceño, dejando su taza y soltando un par de bufidos cansados.
— Bueno, es que fue una sorpresa—admitió, al tiempo que la risa de Sing finalmente moría en sus labios—Felicitaciones, entonces. Si es que quieres al bebé, eso es.
¿Uh?
Ah.
No.
Sing tuvo que mover una de sus manos frente a ella, rápido y negar con la cabeza.
— No es mío—Se apresuró en aclarar, y ante la nueva expresión con la ceja más alzada que de costumbre, se apresuró a agregar—Nosotros no tenemos esa clase de relación.
La siguiente que decoró el rostro de Nadia fue sorpresa.
— ¿No?
Se apresuró a corroborar, haciendo que aquella expresión de duda se profundizara un poco más ante la renuente negativa de Sing, como si intentara encontrar algo en su rostro. ¿Qué era? Sing no lo sabía.
El rostro de Nadia cambió un par de veces más, pasando por un abanico de expresiones que Sing no podía terminar de comprender. Finalizando con un pequeño suspiro.
— Entonces... ¿Por qué luces... así?
¿Así?
Hum.
Enfadado, suponía. Afectado, como era el término que Nadia más solía utilizar cada vez que algo ocurría en la vida de Sing que no estuviera dentro de los planes habituales.
— ¿Cómo no estarlo?
Yut Lung no era realmente conocido por ser responsable, con su propia salud al menos. Si bien durante esos años y gracias a sus constante presencia y recordatorios había hecho grandes cambios en la familia Lee y como es que esta se desenvolvía en toda China-town, Sing no podía negar que había momentos en los que el omega parecía recaer en sus viejos hábitos otra vez. Esos meses por ejemplo, le había perdido la pista un buen tiempo, y lo siguiente que se entera es que no es que está enfermo, sino esperando un bebé.
Parecía una mala telenovela.
— Yut-Lung no es el mejor para cuidar de sí mismo.
Aquello no era mentira.
— Pero tú sí.
Puntuó Nadia. Y, aquello tampoco lo era.
Sing había tomado, sin querer del todo, ese papel en su vida.
Un suspiro dejó sus labios.
— Pero esto es terreno desconocido para mí. Quería consejos.
Lo más cerca que había estado a una embarazada y a un cachorro de verdad – y no a las novias sin nombre que a veces se paseaban por los cuarteles de su pandilla- era Nadia y su pequeño sobrino.
Nadia repiqueteó las uñas sobre la mesa.
— ¿Sabes si Yut-Lung va a conservarlo?
Nadia era directa, y Sing lo agradecía. Sin embargo, aquello le hizo hacer una expresión contrita.
— Eso creo—Admitió. Empero, la verdad es que no sabía la respuesta.
Nadia pareció adivinar lo que pasaba por su mente, pues solo se limitó a soltar un suspiro en nueva cuenta, y terminar lo poco que quedaba de su taza de té.
— ¿Es que no hablaste con él?
Sing se acomodó en la silla.
— Sí, pero no dijimos mucho. Lo dejé durmiendo.
Nadia debía estar más que entendida en el asunto de las náuseas matutinas. Un suspiro volvió a dejar los labios de la mujer.
Sing había escuchado, alguna vez, que cada que una persona suspira un poquito de vida se les escapa por los labios. Si aquello fuera verdad, de seguro él y Shorter le habían quitado una buena decena de años a la pobre Nadia.
— Entonces creo que es muy pronto para que pienses en estas cosas, si no sabes si querrá al bebé o no.
Por la expresión que puso, y la manera en la que sus dedos se movían, Sing imaginó que querría un cigarrillo. Era una manía que se había quitado hacia un par de años, al mismo tiempo que optaba por tratamientos de fertilidad naturales –que él mismo había llevado desde la herbolaria de los Lee- Y Sing no pudo evitar sentirse un poco culpable, lo suficientemente consiente de sí mismo y el estrés que le causaba.
Algo debió cambiar en su postura, o en su aroma, pues Nadia se apresuró a cambiar su actitud y soltar una pequeña risa ahogada en cambio.
— ¿Sabes? Cuando era más joven, creo que me imaginé teniendo una conversación muy parecida.
Fue el turno de Sing de elevar una ceja, confundido.
— Temía que un día se apareciera, con alguien de la mano y me dijera "hermana, vas a ser tía". Claro que eso es ser amable, Shorter no era tan delicado con las palabras cuando se ponía nervioso.
Oh...
Sing se quedó en silencio un momento, sin saber bien del todo qué decir.
— Tenía un discurso y todo, preparado para ese momento. Quizá dice mucho de la confianza que le tenía a mi hermano, pero Shorter siempre fue más de pensar con otras partes del cuerpo y no con la cabeza.
Lo hacía con el corazón.
Habría querido decir Sing, pero sabía que Nadia lo intuía.
— Ahora estoy un poco oxidada, son muchos años en los que no repaso ese monólogo, y sé que la situación no es la misma, pero... Sing...
La mirada de Nadia se quedó clavada en la suya, y por un segundo, Sing creyó de nuevo tener catorce años.
— Pase lo que pase, sabes que te apoyaré.
Sing no podía recordar del todo bien lo que siguió después. Sabía que habían charlado un poco, y Nadia le había abrazado con el cariño que solo una madre puede tener. Le había prestado una chaqueta seca con la promesa de traerla lavada la próxima vez que pasara por casa –junto con algún regalo para el pequeño sobrino- y lo había enviado a casa una vez la tormenta hubiera escarpado.
Con el casco puesto y a la velocidad que iba, parecía casi como si quisiera escapar de sus pensamientos, pues aun sentía en la base de su estómago que acababa de robarle a Shorter una conversación que no era para él, aún si él nunca podría tenerla con su hermana.
Mientras tanto, Nadia comenzaba a hacer la cena, repasando los acontecimientos del día. Con el peso de unas invisibles manos sobre sus hombros, que a veces se llamaban luto y otras tantas, nostalgia.
Pensando si Sing no era, además de una pequeña copia de Shorter desde pequeño en su actitud para con la vida, también con lo despistado.
El interior del hogar de Ash y Eiji era cálido, aún con los remanentes de lluvia aun cayendo por sus ventanas. Junto a él, Eiji dormía plácidamente, envuelto en un cúmulo de mantas y cubriendo la mitad del cuerpo de Ash con el suyo propio.
Los ojos de este habían estado fijos en la suave respiración de su esposo desde hacía un largo rato, tanto que ahora lo único que acompañaba su hacer era el errático sonido de gotas caer por la ventana.
Ash no era un hombre de vicios, nunca lo había sido. Quizá un ocasional cigarrillo o cerveza aquí y allá, pero en este momento, la imperiosa necesidad de fumar parecía atacar su sistema.
"No seas idiota"
Se reprochaba, y tenía razón. Especialmente en un momento así.
En cambio, estiró su brazo, intentando no despertar a Eiji, tomando su teléfono, olvidado hacía varias horas.
En la pantalla aún tenía la conversación con Max, de hacía unas horas.
El mundo parecía un lugar completamente distinto desde el último mensaje que hubiera enviado.
Quiso reír, pero no es como si tuviera fuerza para hacerlo. Sus dedos teclearon casi sin pensar. ¿Ese debía ser un momento emocionante, no? Sabía de personas que incluso organizaban una gran celebración para hacer anuncios como esos. Juntaban a toda la familia, y hacían una gran algarabía.
Bueno, la familia de Eiji estaba cruzando el océano. Y, Ash realmente no consideraba que tuviera una desde hacía mucho.
Bueno, nadie con quien compartiera sangre al menos.
Además, tampoco es que le gustaran las grandes celebraciones, aún si Eiji se empeñaba en hacer una que otra para su cumpleaños o alguna otra ocasión especial, con los chicos de la pandilla, Max e Ibe presentes.
Tomo aire.
Observó las letras en la pantalla. Aquello lo hacía sentirse más real.
Contó hasta tres y presionó enviar.
El sonido de las gotas de lluvia terminar de caer por la cornisa aún llenaban el ambiente, y cuando las dos pequeñas palomillas azules brillaron en el teléfono de Ash, supo que ya estaba hecho.
Dejó del teléfono a un lado, y volvió a enredarse en Eiji, como si así pudiera ponerle un pause al caudal de pensamientos que aún chocaban contra su mente.
El cuerpo de su esposo se removió en sueños, atrayéndolo más hacia sí.
En la mesa de noche su teléfono vibró. Una, dos, tres veces. Pero Ash no se molestó en contestar.
En el mensaje decía.
"Vamos a tener un bebé"
Notas finales: Ha pasado un montón de tiempo, lo sé. Pero estos últimos años han sido.., difíciles por decirlo de alguna manera, terminé la universidad, terminé el internado. Durante la pandemia hice algunos borradores pero ninguno terminaba de convencerme, y durante mi ultimo tramo de internado y cuando escribía la tesis creía tener ya una estructura para continuar la historia. Sin embargo, al leerla terminaba por no convencerme. Ahora mi país anda en una crisis –de nuevo, cough- y tratando de calmar la ansiedad de la falta de certeza política volví a mi viejo amor por Banana Fish, y mis deseos de terminar esta historia. El borrador de la trama está listo, así me obligo a mí misma a avanzar porque ya tengo un norte haha.
Si aún hay alguien leyendo esta historia, se los agradezco mucho :') <3 y, aprovechando para hacer descarada publicidad, también participo en un concurso de fanarts. Si pudieran entrar a votar por mí, se los agradecería muchísimo.
Votar por @brarroque (que espero esté disponible la opción en unas horas Uu) ¡Gracias por leer!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro