Regreso a Babilonia
Aunque uno nade contra la corriente, parece que aún hay pequeños rezagos que nos hacenregresar a caminos conocidos. Dejar atrás viejas costumbres es más difícil delo que parece, especialmente si uno cree aún se aferra a lo que las creó enprimer lugar.
Sing recordaba, con bastante nitidez, sus primeros años en la pandilla. Había crecido viendo a su medio hermano y a su primo moverse entre las enrevesadas redes de la mafia de China Town y, desde que tenía uso de conciencia, ese había sido su sueño.
Ser como ellos.
Muchos cometían el error de subestimarle por su tamaño y complexión algo delgada. Shorter, incluso, solía prohibirle seguirlos cuando aún no se había presentado.
—Ah, ah, ah. Nada de cachorros.
Aquello solía frustrar a Sing de sobremanera, sólo porque estaba tardando un poco más en presentarse, lo trataban como si fuera un mocoso.
—Sing, tienes doce. Eres un mocoso.
Sería la respuesta de Shorter, seguida de una gruesa carcajada. Sing inflaría las mejillas, y eso sería suficiente para ganarse un coscorrón amigable en la cabeza. Aún si Shorter, y también Lao, siempre parecían querer mantenerlo lejos de su mundo, Shorter siempre regresaría para entrenar un poco con él cuando tuviera tiempo libre.
—¿No que era un mocoso?
Se quejaría él, aunque tan pronto lo viera regresar –ya entrada la noche- comenzaría a seguirle a uno de los callejones más recónditos de su avenida, donde ni sus padres ni prima pudieran echarles la bronca.
Shorter se elevaría de hombros, con una media sonrisa sardónica.
—No es como si fueras a ser uno para siempre, y cuando no lo seas, quiero que al menos seas capaz de defenderte, cachorrito.
Cuando Shorter utilizaba esa palabra, de alguna manera, no se sentía condescendiente. Sing realmente admiraba a su primo, lo había hecho desde que era un niño y lo viera liderando a los niños mayores de China Town. Shorter se había presentado tan sólo con once años, siendo un alfa, como no. No es como si en su familia les sobrara el dinero, así que no era común hacer test hormonales para ver el nivel de los niños tan pronto se presentaban. Sin embargo, un día como cualquier otro, unos hombres habían llegado al Chang Dai y, después de hablar con Nadia –quien había tomado un rol parental en casa, desde la muerte de los señores Wong- dejaron un sobre embalado en la mesa.
Sing no sabía que era aquello, y no lo sabría sino hasta una semana después, cuando su Shorter llegara para darle un fuerte apretón en el cuello con un brazo, riendo y agitando una hoja en sus manos.
Era un test hormonal.
No fue sorpresa para nadie que Shorter fuera un alfa de nivel alto, aún sin el papel que lo confirmara. Años después se enteraría que aquellos hombres eran peones directos de los Lee, y que proveían esa clase de servicios a algunas personas de interés particular.
Pero Sing, con la edad que tenía en ese entonces, era demasiado pequeño para entender lo complicado del propio mundo en el que vivía. Sin embargo, lo que sí se quedaría grabado en su memoria, sería la amplia sonrisa de Shorter al revelar su casta.
Y, cuando él mismo cumplió trece años, despertando con una agria sensación en la boca, al tiempo que un sinfín de saliva caía por las comisuras de sus labios haciéndolo toser sin parar, al primero a quien quiso ir a contarle la buena noticia fue a Shorter.
¡También era un alfa!
¡Al fin era uno como ellos!
La gente siempre habla del proceso de "presentación" como algo muy especial, en la cultura de Sing era visto como un rito de cambio, tomar lo que era uno y convertirlo en algo nuevo. Recordaba que su madre –alfa también- había incluso prendido un par de inciensos en el santuario familiar cuando Lao se hubiera presentado hacía unos cuatro años.
Para Sing, personalmente, se sentía como una iniciación. Una invitación formal y abierta para poder ser quien siempre había creído ser.
Y, se había adaptado bien, en lo que cabía.
Para cuando cumplió catorce años, y aún si no había crecido tanto como realmente querría, Sing había logrado hacerse de un nombre propio en las calles. Si no por su letalidad, por su tozudez. Hace caso y respetar a tus mayores era algo que parecía venir intrínsecamente engranado en la personalidad de la mayoría de miembros de la banda de Shorter. Diablos, el mismo jefe no dudaba en mostrar el cuello en señal de sumisión cuando un hombre de los Lee se aparecía esporádicamente por el lugar.
Sing, por otro lado, parecía haber nacido con un defecto de fábrica.
El respetaba a Shorter, y sería el único a quien le mostraría el cuello. ¿Al resto de vejestorios a quienes todos los demás rendían cuentas? Ja, buena suerte con eso.
Realmente...
Además de a Shorter, no había nadie a quien hubiera demostrado sumisión. Ni siquiera en un mundo salvaje y caótico como lo era el submundo de las pandillas. O al menos, hasta que ese hombre apareció.
El lince.
Ash.
Dejando de lado la ferocidad de su primer encuentro, y que Sing estaba listo para morir bajo sus manos mientras los últimos remanentes del aroma de Shorter se mezclaban con el olor del fuego, la gasolina y las cenizas. En cada uno de sus enfrentamientos había terminado mostrando su cuello.
Rindiéndose.
Ash siempre había logrado imponerse a él, no sólo con su fuerza física, sino también con sus palabras.
—¿Qué haces aquí?
La voz de Ash era dos décimos más profunda de lo normal y un tono más alto. No recordaba haberla escuchado así desde que era un niño.
Pensar que antes, era tan fácil someterlo con un simple gruñido. El Sing del pasado, ese que apenas era capaz de llenar los anchos suéteres que su hermano mayor le había dejado, probablemente ya estaría estirando el cuello, pidiendo una tregua silente ante tal demostración de ira.
Sin embargo, Sing ya no era ese niño. Creía, incluso, que en un año más, sería mucho más alto que Ash. Mucho más corpulento, también.
—¿Por qué pones esa cara?
Respondió, cruzándose de brazos y elevando una ceja de modo inquisitivo.
Ash le regaló una mirada afilada, y Sing bufó, sin tener paciencia para eso.
—Fui a ver a Eiji—dijo con simpleza.
La expresión de Ash sólo se hizo un poco más dura por un momento.
Y, francamente, aquello ya no era una sorpresa para Sing.
Cuando apenas estaba encontrado sus maneras alrededor de su nueva alianza con la pandilla de Ash, también conoció a Eiji.
Un omega.
Era el primer omega que conocía de primera mano.
Si bien sabía que en su árbol familia había uno que otro con esa dinámica, nunca les había puesto atención más allá de ser un tío o tía segunda lejanos.
Sing sabía de la importancia de los omegas, lo extraños que eran y que más de uno desearía tener uno para sí. Muchos jefes de pandillas fuera del barrio chino se pavoneaban cuando lograban acostarse o salir con alguno, exhibiéndolos aferrados de sus brazos y mostrando abiertamente las marcas que dejaban en su cuello. Muchos de ellos eran extremadamente preciosos, Sing podía decir eso al menos. Otros tanto, intentaban compensar algunas cosas con mucho maquillaje, o ropa provocativa.
De cualquier manera, al final del día, un omega era un omega, y sería codiciado aún si no era muy atractivo físicamente- o al menos, eso era lo que decía su hermano mayor, mientras afilaba su cuchillo en la cocina y hablaban sobre el nuevo juguete que traía el líder de una pandilla rival.
Sing admitiría, años más tarde, que pensó algo similar la primera vez que vio a Eiji. No es que hubiera algo particularmente especial en su rostro, además de un poco de carne extra que hacía sus mejillas lucir especialmente redondas.
Como las de un bebé.
Eiji era, a vivas luces, un omega cualquiera. Y, si se trataba de una pareja para el mítico Ash Lynx, estaba seguro de que podría optar por cualquier otra persona.... Sin embargo.
Sin embargo...
Poco le tomó entender que Ash realmente no tenía a Eiji a su lado para eso. Sing había escuchado, que, en algunas pandillas, incluso la manada entera compartía un omega, como modo de diversión. Si bien la mayoría de jefes no dejarían que alguien más tocara sus pertenencias, Eiji no parecía- realmente caer en ninguna de las categorías.
Empezando porque Ash nunca lo tocaba. O, al menos, eso le decía la falta de marcas en su cuerpo, y que sus aromas nunca se mezclaban mucho, no como Sing sabía lo hacían después del sexo.
Además, la pandilla de Ash lo adoraba, de una manera casi fraternal. Ver como una persona tan extraña a su mundo parecía encajar sin complicación alguna le parecía, de menos, curioso. Y si, podía ser que en un grupo de omegas Eiji realmente no levantara muchas miradas... empero... empero...
Estar a su lado era agradable.
Era la mejor manera en la que Sing podía describirlo.
Todo a su lado, era sorpresivamente fácil y agradable.
Eiji no se parecía a los otros omegas que había visto de lejos, distantes y orgullosos. Tampoco parecía esas masas temerosas que muchos traían de sus brazos.
¡bah! Si incluso lo había defendido de Ash en una oportunidad.
Cariño, reconocería Sing luego. Realmente se había encariñado con Eiji.
—¿A su trabajo? —Ash arqueó más la ceja, dejando los zapatos en la entrada y dando un par de pasos hacia adelante.
Sing llevó ambas manos a su cadera y suspiró. En su defensa, no era la primera vez que lo hacía. Le gustaba visitar a su amigo y saber qué ocurría en su vida.
Pero, en defensa de Ash, él ya se comportaba así incluso cuando se conocieron.
Y aunque en esos años parecía haberse hecho a la idea, bajando esas extrañas murallas de alerta que parecían elevarse cada que alguien mínimamente peligroso se acercaba a Eiji, esta vez había un factor diferente.
Antes Eiji no había estado esperando.
Sing suspiró, y vio la mente de Ash sumar una cosa y otra. Antes de que pudiera decir algo más, se le adelantó.
—Sí. No se sentía muy bien, así que le di un aventón.
Las expresiones en el rostro de Ash parecen un poema. Uno que cambia con rapidez. Sorpresa, preocupación, ira.
—¿Lo trajiste en tu motocicleta? ¡Las pistas están congeladas!
Y sí, dejen a Ash Lynx, famosamente conocido por no tener cuidado con su propia vida preocuparse por algo así.
—¡No podía solo dejarlo allí!
Además, él era muy cuidadoso cuando conducía.
—¿Ash, Sing?
La voz de Eiji los detuvo de su rencilla. Sing pudo ver el rostro de Ash cambiar en un momento, cualquier rastro de ira siendo abandonado.
—Eiji, ¿Estás bien?
Dejó las compras en el sofá, pasando por su lado como si no estuviera allí, y tomando a su marido en sus brazos. Sing habría querido burlarse, como si un simple paseo en moto pudiera hacerle daño.
Sing los observó, cruzado de brazos de nueva cuenta y con una expresión de ligera molestia. Eiji le sonríe a Ash, acariciando su rostro con ternura. Le susurra un par de cosas y luego le da a él una disculpa.
—Perdón Sing. Ash, de verdad estoy bien, Sing me ayudó y me compró algo para las náuseas.
Ash pareció sopesar lo ocurrido un momento, y Sing juraría haber visto el momento exacto en las que las prioridades del lince se ponían en orden. El rostro de Eiji había recuperado un poco del color habitual, pero aún podía ver algo de sudor perlado en su frente.
Oh si, cuidarlo era más importante que buscar pelea.
Ash a veces era muy sencillo de leer.
—Bueno—Confirió con una sonrisa, intentando dejar el mal trago atrás—Si me disculpan, prepararé algo.
Sing ya estaba familiarizado con el departamento de Ash y Eiji, así que no tuvo problemas en preparar un poco de sopa junto a algo de arroz. Sabía que Ash había traído vegetales frescos, pero para un estómago afectado no había algo mejor que platos asiáticos simples.
En el silencio de la noche pudo escuchar los murmuros conciliadores de Ash y tuvo ganas de reír. Parte de él quisiera enfadarse con Ash, o responderle con al menos un gruñido. Pero debía recordar que, aunque sean amigos, y que Sing sabía que confiaba lo suficiente en él para encargarle a Eiji. Cuando la situación es delicada... Ash siempre actuará un poco paranoico.
Rió suavemente.
Claro, tenía todo el sentido del mundo.
Sing sabía cómo actuaba un alfa cuando su pareja estaba en cinta.
Para cuando terminó, el único sonido que venía de la sala era el de las noticias. Casi las ocho de la noche, si lo que decía el presentador era correcto. Se acercó a la pareja con una pequeña bandeja en mano, el tazón de miso humeando y una gran porción de arroz.
Eiji le dedicó una mirada conciliadora.
—Sing... gracias, ¿te quedarás a cenar?
Sing elevó las manos, negando vehemente.
—Nah, no te preocupes. Aún tengo trabajo que hacer.
Sing aún podía sentir la mirada de Ash sobre él, el tinte amenazante con el que le hubiera recibido ya había desaparecido, pero sus ojos de halcón aún lo examinaban cuidadosamente.
—Pero la nieve...
Empezó Eiji, Ash colocó una mueca pagada de sí misma.
—Ah, ah. No te preocupes. Si es capaz de traerte hasta aquí en moto, es capaz de regresar.
Sing habría querido poner los ojos en blanco.
—¡Ash!
—¿Qué? — Preguntó, inocentemente.
Sing solo movió la mano en señal de despedida, prometiendo volver a verlos pronto.
La charla con Blanca había durado más de lo que Ash hubiera pensado. Blanco no solía ser un hombre que entretuviera a su compañía con conversaciones mundanas, sin embargo, parecía que ese día se encontraba particularmente dicharachero.
La atención en uno de los hoteles a nombre de los Lee había sido tan optima como uno esperaría, al parecer ya esperaban por Blanca pues ni se habían molestado en pedirle sus datos, en cambio le aseguraban que su pedido ya estaba listo en la habitación.
Ash le dedicó una mirada confundida, y en igual nivel cautelosa.
Blanca simplemente soltó una pequeña risita, como quien no quería la cosa.
Dentro de su Pent House ya le esperaba el servicio a la habitación, y aún si su antiguo maestro le ofreció compartir un poco de la carne que humeante les saludaba, Ash simplemente no tenía apetito.
En cambio, mientras Blanca se alistaba para comer, tomó una de las notas que el hotel daba de cortesía para hacer una escueta lista de compras. Podía ser que su nuevo departamento fuera mucho más frugal que el anterior, pero aún había un par de tiendas dentro del complejo.
Después de un momento en silencio, y tras un rápido repaso por los ítems de su lista, Ash finalmente se animó a hablar.
—Aun no me dices porqué viniste aquí.
Blanca se llevó un trozo de carne a la boca, y tras dar un trago a su copa de vino, continuó.
—¿Qué acaso no puedo querer ver cómo está mi alumno favorito?
Ash bufó, guardando la lista en el bolsillo de su gabardina, dedicándole una mirada incrédula.
Si Blanca quisiera saber de su vida, probablemente le hubiera avisado mucho después de hacer su propia investigación. Aún podía ver la maleta con ropa a medio colocar, no debía estar en la ciudad más de un día.
—Si no vas a decirme, está bien.
Ash tenía sus propias maneras de obtener información.
—Oh—Canturreó—De cualquiera manera, espero puedas recibirme en tu casa pronto.
Ash rió, como si le encontrara gracia al asunto.
—Y cuando lo hagas estaré listo para correrte.
Su velada terminó rápido después de ese comentario. Aún si sabía que lo que sea que Blanca hubiera ido a hacer en la ciudad tenía que ver con Yut Lung, no tenía los detalles específicos, y aquello lo molestaba un poco.
Aún si se suponía que había abandonado esa vida.
Quizá, realmente, uno podía salir de las calles, pero las calles nunca llegaban a abandonar a uno por completo.
No es que desconfiara de Blanca, ni mucho menos. Aún si tenía una espina de resentimiento enterrado en lo profundo de su pecho por todo lo que había pasado cuando se había enterado de la existencia de Eiji, él lo había ayudado.
Sin su apoyo- posiblemente estaría muerto.
Aun así, eso no quería decir que gustara de tenerlo en su casa. Mucho menos ahora.
Chasqueó la lengua.
Fuera del hotel la nieve aun caía, y cuando logró llegar a su departamento una fina capa de la misma le caía sobre los hombros. No tardó mucho en hacer las compras, tan solo un par de amas y amos de casa llenaban el lugar, y una que otra familia.
Era un vecindario tranquilo, era de esperarse.
Debía decir que su humor se había calmado bastante, hasta que llegó a la zona del estacionamiento.
Ash era muy perceptivo, y aún si solo fue por el rabillo del ojo, pudo captar algo.
Esa moto.
.
.
—Ash—La voz de Eiji lo despertó de sus tribulaciones, parpadeando un par de veces, enfocó la mirada en su esposo, ya que minutos antes se había quedado fija en la puerta por donde había salido Sing—Eso no fue educado.
El mentado sólo se limitó a suspirar un poco, acomodando mejor sus brazos alrededor del cuerpo de Eiji, sobre sus rodillas descansaba el plato de sopa caliente, y aunque Ash sabía que Eiji necesitaba comer, parecía mucho más dado a sólo pegarse a su pecho buscando calor.
"Tu aroma me calma" Le había dicho, cuando apenas se había apresurado a ayudarlo con su malestar.
Eso... Eso le había causado cierta calidez en el pecho.
No quería dejar esa posición sólo para darle algo que otro había preparado.
—Lo sé...—admitió, ligeramente derrotado.
Eiji, aun desde su posición, le dedicó una mirada larga, y Ash sólo acarició su mejilla, apartando uno de los mechones particularmente largos.
—¿Entonces?
Cuestionó.
Y, no, no es como si Ash odiara a Sing, un mucho menos. Quizá, al igual que con Blanca... sólo era una pequeña astilla que se había quedado allí, enterrada.
Aunque le doliera admitirlo, en esa ocasión, él tenía mucho de la culpa.
Aquel día, saliendo de la biblioteca, después de que el cuchillo de Lao hubiera impactado contra él, y su sangre hubiera comenzado a correr... aún si era vergonzoso admitirlo... durante un largo momento, Ash había considerado simplemente dejarse ir.
Su cuerpo y su espíritu estaban cansados. Aún si las palabras de Eiji, plasmadas en la carta, resonaban frescas en su mente. Una parte suya, le decía que estaba bien, todo estaba bien. No era necesario seguir esforzándose. Ya había terminado.
Ya podía descansar.
Eiji estaría bien, aun si él no estaba.
De hecho, estaría mejor si él no estaba.
Pero aún podía llevarse un pedazo suyo, ese que le había prometido.
Las lágrimas caían, cálidas y continuas, mojando sus mejillas.
"Mi alma estará siempre contigo"
¿Era insano, acaso? Pensar que incluso, en el vacío del más allá, un pedazo de Eiji siempre estaría con él. Habían sido largos días desde la última vez que Ash recordara sonreír, en esa época, pero no pudo evitar dibujar una expresión pacífica mientras sentía la vida abandonarle, recostado en medio de la avenida, con copiosos chorros de sangre saliendo de su abdomen.
Habría sido la despedida perfecta, de no ser por Sing.
El sonido de su voz, con un grito desesperado que perforó hasta lo más profundo de sus tímpanos aún estaba grabada en su memoria. De la misma manera que su rostro desfigurado por la pérdida de sangre lo estaba en su retina.
Era una expresión de completo horror.
Esa había sido la última imagen que Ash había visto, al menos hasta dos semanas después, cuando al fin despertó en una clínica, siendo saludado esta vez por la expresión de un Max que llevaba demasiados días sin rasurarse, y un Sing que definitivamente necesitaba muchas horas extras de sueño.
Egh, el aroma de dos alfas sudorosos no era lo primero que hubiera querido olfatear, tampoco. Aunque el constante flujo de oxigeno siendo bombeado a su cuerpo a través de la mascarilla, tampoco hacía la situación agradable.
Despertar después de tantos días era toda una experiencia, su cabeza parecía estar apenas ajustándose al mundo de los vivos, cuando había estado tan preparada para dejar ese plano hacía no tanto atrás. Las palabras de Sing y Max se habían vuelto un revoltijo, del cual sólo había podido entender "enfermera" y "Eiji"
La primera entrando un par de minutos después, y el segundo... el segundo...
Ash se permitió entonces volver a ceder ante el sueño, en un espacio donde no tuviera que pensar en el segundo.
La verdad era que, durante el tiempo de su recuperación, Ash no se había comunicado con Eiji. No realmente. Cuando tuvo la suficiente fuerza para mantenerse consiente, y quitar un poco del soporte vital que le ayudaba después de casi haber muerto de un shock hipovolémico, lo primero que había dicho era.
"No quiero verlo"
La mirada sorprendida de Max, y sus amigos de la pandilla habían sido suficientes para demostrarles que todos creían que cometía un error. Sin embargo, sin importar cuantos argumentos le lanzasen, Ash se mantenía firme.
Cuando alguien intentaba decirle algo sobre Eiji, él inmediatamente los silenciaba. Muchos ya se habían casi rendido a traer el tema a colación. Mucho, excepto Sing.
Sing, quien mantenía las conversaciones con Eiji a diario.
Sing, que había sido el primero en informarle tanto a Eiji como a Ibe que Ash había despertado, o que lo habían llevado al hospital después de ser apuñalado.
Ha, mocoso metiche y mequetrefe.
A diferencia de Alex, Kong o Bones, Sing parecía tener facilidad- y falta de vergüenza- para comunicare diariamente con Eiji. O, al menos eso parecía, pues no dejaba de recordarle, cada tarde visitándolo en la clínica y posteriormente en el departamento donde descansaba, que debía hablar con Eiji. E, incluso cuando no lo hacía, estaba allí. En sus miradas acusadoras. Ojos oscuros llenos de ira, y algo más, que Ash no parecía terminar de entender. O prefería ignorar.
Eiji era libre, al fin.
Libre de él, de los recuerdos desgarradores de la gran manzana, de la sangre y muerte.
No entendía por qué parecían querer regresarlo a aquello.
A una tierra que sólo había podido ofrecerle muerte y sangre.
Y, él, se suponía que también era libre. ¿verdad? Aún si no era de la manera en la que había planeado en un inicio. Sus captores muertos, todos sus torturadores, ardiendo en las llamas del infierno.
Entonces-
Entonces, ¿por qué?
¿Por qué aún se sentía- como si el peso del mundo lo jalara hacia abajo?
Le tomó sólo un mes más poder admitir que, la libertad sin Eiji, realmente no se sentía como tal.
Y, durante todo ese tiempo, quien actuó como soporte para la persona que amaba, fue Sing, y no él.
Podrían llamarlo una razón mezquina.
Pero a Ash no podría importarle menos.
Ah. Ash suspiró de nueva cuenta, hundiendo su rostro en el espacio entre el cuello y hombro de Eiji, allí donde su aroma era más poniente. Dulce pero suave, como las flores.
—Sólo estaba de mal humor.
Medio mintió, pero pareció suficiente para Eiji, quien se acomodó más en su abrazo, dejando más espacio para que la nariz de Ash estuviera en contacto directo con su piel.
Tomó un poco de la sopa con cuidad, y, cuando su cuerpo pareció aceptar la comida, se aventuró a terminar al menos la mitad del plato.
No era mucho, pero serviría de momento.
Pasaron lo que quedaba de la noche revisando los documentos que Eiji había traído del trabajo, acompañados únicamente por el noticiero de fondo. Una manía que Ash realmente nunca haía podido quitarse.
Repasó con cuidado la lista de medicinas de la prescripción que debían recoger la mañana siguiente, las recetas y el cronograma.
Eiji le había explicado que la primera cita solía ser más larga que la que él había tenido, sin embargo...
—¿Sin embargo?
Preguntó Ash, y pudo notar que una pequeña sombra nubló los ojos de Eiji por un momento, recordando algo.
—Creo que, lo descolocó un poco mi respuesta.
Terminó admitiendo. Ash asintió, presionando la hoja en sus manos con solo un poco más de fuerza de la necesaria.
"Tengo que hablar con mi esposo" Había sido lo que Eiji le había dicho a su médico.
Ash no sabía exactamente qué hacer con esa información. Si él estuviera en el lugar del galeno, lo primero que hubiera hecho habría sido decirle que aborte. Si necesitaba consultar una decisión así, lo más probable es que estuviera con un irresponsable. Era mejor ahorrarse la conversación, y de seguro un par de enfados.
Al parecer el doctor de Eiji sí creía que era una conversación que merecía la pena tenerse.
Ha.
Qué bueno que no había estudiado medicina, no sabía tratar con la gente.
—Entiendo
Dijo en cambio, enviando esa maraña de pensamientos a un lugar muy profundo dentro de su cabeza, dejando un beso en el lóbulo de la oreja de Eiji, haciéndolo reír en el proceso.
Sus ojos viajaron un momento por el papel, hasta que llegaron a una fecha encerrada en rojo.
Eso era en dos días.
—¿Ese es el día de tu próxima cita?
Eiji asintió.
Ash revisó los ítems que iban listados abajo, con unos bonitos dibujos que parecían hechos para el entendimiento casi infantil, de un par de omegas –femenino y masculino- sobando sus vientres mientras la caricatura de un doctor explicaba, desde qué se mana se podía ver el embrión a través de la ecografía.
El embrión...
El bebé...
—Pedí permiso en el trabajo, sólo saldré una hora más temprano. Creo que podría regresar a casa antes de-
Ash no le dejó terminar.
—Iré contigo.
Su afirmación pareció sorprender a Eiji, quien luego de parpadear un par de segundos le observó, casi como si hubiera dicho que el cielo era amarillo.
—¿Eh? ¿estás seguro?
Y, aunque la pregunta lastima un poco a Ash, no es como si realmente pudiera culpar a Eiji.
Incluso antes de su boda, él siempre parecía hacer cosas que lo alejasen de la órbita de Eiji, de muchos aspectos de su vida, queriendo o sin querer, al sentir que con su sola presencia podría contaminarlos –por eso es que, ni siquiera se había atrevido a conocer a la familia de su esposo aún- o, porque su modo de vida no se lo permitía, o creía que no se lo permitía- se recalcaría a si mismo, con ese par de meses que se mantuvo alejado de él mientras aún se recuperaba, pesándole en la espalda.
—Por supuesto.
Aseguró.
Ya no quería ser un ente ausente en algunos aspectos de la vida de Eiji. Ya lo había hecho suficiente. Como Ash, y como Christopher.
—Ash...
La sonrisa que Eiji le dedicó, podría haber derretido mil inviernos.
Yut Lung se llevó la cuchara a la boca, y tardó un par de segundos en tragar el amasijo de arroz que llegó a sus labios.
Nada elegante, sin lugar a duda.
Habían pasado dos días desde que su médico le hubiera dado la noticia, y sus cocineros se esforzaban por darle cosas que su cuerpo no identificara como basura, y que debían ser expulsadas de su sistema con severa urgencia.
Lo agradecía, realmente, vomitar sin haber pasado por el divertido proceso de embriagarse antes, no era nada agradable.
Su médico de cabecera le había dicho que tenía tres semanas de embarazo, sin embargo, después de hacer una revisión continua y detallada a sus ciclos –cosa que él realmente no hacía- había dicho que lo más probable es que fueran cuatro. Aun así, la presencia de nauseas tan violentas como las suyas lo preocupaba. Le había citado para una revisión esa mañana. Sin embargo, él le había pedido que se trasladara para la noche, y que llegara a la mansión poco antes de la hora de dormir de Yut lung, ya que deseaba que ese asunto perturbara lo menos posible sus actividades diarias.
Aquello había dejado un poco confundido al doctor, aún si había intentado ocultarlo.
Yut Lung podía enorgullecerse de tener una nariz particularmente perceptiva, dejando de lado su casta, que le daba ventaja por sobre el resto, se había entrenado en el arte de captar el mínimo cambio anímico en sus víctimas a través de los años. Y, un doctor beta cualquiera no iba a ser la excepción.
Su aroma, mirada y lenguaje corporal parecían preguntar lo mismo, en unísono.
"¿Vas a continuar con esto?"
Yut Lung no se había molestado en contestar una pregunta que no había sido hecha, despidiéndolo con un movimiento de mano, y continuando con su día.
De seguro, el galeno esperaba que le pidiera que le practicara un aborto, y mientras más pronto, mejor. O al menos, eso había entendido toda su vida.
Siendo tan pronto, quizá ni siquiera necesitara de un procedimiento. En su juventud había leído muchísimo de eso, aún podía hacerlo con pastillas.
Él lo sabía, así como sabía que también podía hacerlo mezclando ciertas plantas que crecían en su invernadero personal. Ni siquiera necesitaba de ese médico, no él. Aún si podía escuchar la voz de Sing recalcarle una y otra vez en su oído sobre la seguridad de hacer las cosas uno mismo, y de dejar que un profesional ayudara.
Se llevó otra cucharada a la boca, respirando profundamente y esperando la arcada.
No llegó.
Siendo franco... ¿no debería haberle dicho eso en ese mismo momento?
"Dame las pastillas y terminemos con esto"
Eso sería lo más sensato, y lo más normal. Se repetía. Eso sería lo que él haría.
Y aun así...
Aun así.
Una voz que se parecía mucho a la de Wang Lung aún resonaba en su cabeza...
"Lo mejor sería si ya no tuviese ese molesto útero dentro"
Una sensación de acidez subió por su garganta, asentándose en la base su boca un segundo más de lo que quisiera. Su mano izquierda viajó sin permiso al sur de su cuerpo, aferrándose a su vientre con fuerza.
Su vientre.
Donde estaba...
Ese molesto útero.
Una ligera risa burlona escapó de sus labios.
¿Qué pensarían sus hermanos, se preguntó? Wang Lung, que vería su primera preocupación hacerse realidad frente a sus ojos, reprochándose el escuchar a su estúpido hermano menor antes de tomar acción por su propia mano. Hua Lung, que estaba seguro desearía ser el padre de ese cúmulo de células anidando en lo profundo de su cuerpo, pues se lo había dicho entre jadeos las noches donde utilizaba drogas particularmente fuertes para hacer que el cuerpo de Yut Lung imitara los celos que ya no tenía naturalmente.
Ha.
Se sentía como "Jódete" final, dedicado a los dos cadáveres descomponiéndose muchos metros bajo tierra.
Esperaba que no muchos gusanos los comieran, o de seguro enfermarían.
Nada bueno podía salir de esa ponzoña hecha humano.
Se llevó de nueva cuenta otra cucharada del congee que le hubieran preparado, desdeñoso por lo blandengue del sabor.
Sin embargo, de nuevo, no hubo arcada.
Había que aferrarse a las pequeñas victorias.
—Mi señor Yut Lung—Su pequeña diatriba fue interrumpida por la voz de su guardaespaldas—Tiene un invitado.
"¿Hu? ¿Invitado?"
Eleva una ceja de manera elocuente, hay pocas personas –contadas con los dedos de una mano- permitidas en la mansión sin previo aviso. Yut Lung observó sus ropas, su traje desencajado y su cabello apenas ordenado después de su visita matutina y sin consentimiento al inodoro.
Bueno, si era alguien de ese selecto grupo, tendría que aguantar el no verle presentable. Además, a quién se le ocurre aparecer justo a la hora de la comida.
Qué poca educación.
—Mi señor Yut-Lung.
Una voz, demasiado familiar lo saluda. Y, él es incapaz de ocultar su sorpresa.
—Blanca...
Yut Lung realmente no sabía cuál de los dos tenía el rostro más desencajado, si él debido a su no tan reciente ronda de vómitos, o Blanca con la casi cómica expresión de sorpresa.
Ha, algo le decía, que definitivamente no era eso lo que esperaba encontrarse.
Blanca aún no le podía poner nombre exacto al motivo de su regreso. Claro, además del deseo de unas vacaciones.
Nostalgia, quizá. Nostalgia de ver a Ash, el alumno que había dejado hacía un tiempo y a quien juraba enviaba en un camino de muerte. Y, además, asegurarse de que Yut Lung estuviera bien, después de ese esporádico encuentro sin mayor explicación.
La vida de los dos jóvenes que en algún momento hubieran estado en su cuidado iban cambiando, y Blanca –quizá por la edad- parecía estar haciéndose más sentimental. Él adoraba a Ash, de la manera en la que un maestro adora a su mejor estudiante, imbuido en un poco de la propia disfuncionalidad que era el mismo Blanca. Por un largo tiempo pensó que no podría guardar ese nivel de cariño por ninguna otra persona, o al menos eso creyó hasta que conoció a Yut Lung. Un joven que, así como Ash, había sido modelado y criado bajo las frías y pesadas manos del crimen y la desgracia. Cuyo espíritu había intentado ser destruido una y otra vez, sin parar.
Ash había aprendido a alejar todo y a todos de él, convirtiéndose en una inexpugnable fortaleza de hielo, y de esa manera, sin dejar a nadie entrar, evitando que más personas pudieran lastimar lo poco intacto que tenía dentro. Yut Lung, en cambio, parecía hallar confort en lastimarse a sí mismo. No había nadie en el mundo que lo descuidara más que él mismo, y lo hacía porque sabía que su vida sólo era algo prestado, hasta que cumpliera sus objetivos. Eso lo hacía verse más como un agente de caos y venganza que como lo que era. Un niño herido.
Uno que necesita urgentemente una mano amiga.
Ash había conseguido a alguien. Una persona que sin miramiento alguno había hecho su camino hasta lo profundo de la fortaleza, y a pesar del frio, había construido una cómoda casa en el medio.
Pero- ¿y Yut Lung?
Era una interrogante que le perseguía constantemente, más de lo que quisiera. Más de lo que a una persona como él debería.
Por eso...
Por eso había regresado.
Sin embargo.
Había algo que la gente tenía que saber. Y, eso era que, Blanca tenía un extremadamente excepcional sentido del olfato. Uno que había sido desarrollado a través de años de estricto entrenamiento en el ejercito de su país natal, y años después, durante su propia práctica profesional. Podía decir, sin temor a equivocarse, que era mejor que el del omega promedio, aún si él mismo era un alfa.
Era algo que había intentado enseñarle a Ash, y había logrado hasta cierto nivel. Quien, a pesar de ser alguien que repudiaba todo lo relacionado a su propia casta, tenía que aprender a trabajar con lo que se le había otorgado.
El mundo a veces simplemente nos da un montón de características, las cuales nunca pedimos, pero es labor de cada uno el trabajar con ellas.
Así que no era raro que Blanca entendiera la situación incluso antes de que alguien se lo explicara.
Aun si no hubiera sido capaz de unir dos más dos, con lo pálido de la cara del omega frente a él, la clase de comida que estaba en su plato. Su aroma.
Su aroma lo delataba.
Olía a embarazo.
Era muy pronto aún, pues la nariz de Blanca era apenas capaz de captar los cambios en el ambiente.
Pero estaba allí.
Tan real como una bofetada en el rostro.
Blanca avanzó, sentándose a su lado en la mesa, sin apartar la mirada de su anfitrión. Si Yut Lung se había sorprendido por su presencia allí, no lo mostró por más de un segundo, optando en cambio por continuar con su cena, como si lo que tuviera en frente fuera un plato de los más finos cortes de carne, y no unas simples gachas con congee.
No había sirvientes cerca en ese momento, al menos no es las inmediaciones inmediatas. Y, Blanca no sabía si agradecer el gesto o cuestionarlo categóricamente. ¿Qué tal si él decidía hacerle daño? La seguridad privada había caído en cualidad desde que él se retiró.
Yut Lungo no se molestó en ofrecerla comida, pero no hubo problema, pues antes de que pudiera decir algo un mozo llegó con una copa de vino, retirándose tan pronto como había aparecido.
Blanca inhaló la bebida, reconociéndola inmediatamente. Era una buena cosecha.
—Es una lástima que no puedas beber esto.
Dijo, como quien no quiere la cosa.
Yut Lung rió.
—Vaya, así que tu nariz no es la de un anciano—Replicó.
Blanca fingió una expresión dolida.
—Me hieres, oh señor. Primero me despides, y luego me insultas.
Yut Lung lanzo un golpe a la mesa, la fachada de entereza completamente rota.
—¡Tú renunciaste, imbécil!
Se apresuró a puntuar, ganándose una risa sincera desde el fondo de la garganta.
—¿Vas a seguir reprochándome eso?
Yut lung bufó, y Blanca tomó un largo trago de su copa. Dulce.
El silencio, reconfortante, fue su único compañero durante unos segundos, hasta que el joven omega finalmente se animó a hablar.
—Parece que los miedos de mis hermanos se cumplieron...
La voz de Yut Lung era parsimoniosa, como si hablara de algo completamente mundano, y Blanda debería admitir que le traía una ligera sensación de tranquilidad. Que cuando hablaba de sus hermanos, el fuego siguiera allí, pero el auto desprecio pareciera haber disminuido.
—Espero que aún muertos, se estén retorciendo.
Dijo, terminando de coronar su afirmación
"Yo también lo espero"
Confesó Blanca, aún si había sido únicamente para su fuero más interno.
—Y...
Dijo en cambio, sin estar seguro de una manera más natural para continuar su conversación, que no fuera hacer una pregunta muy personal de manera directa.
—¿Cómo qué y?
El mayordomo había regresado, esta vez con un plato de gachas idéntico al que Yut Lung tenía frente a sí. Blanca intentó esconder su decepción – con poco éxito- pero entendía que, si el aroma de cualquier otra comida llegaba a Yut, probablemente se encontraría en una situación mucho más incómoda.
Aún más incómoda que intentar explicarle que, él había escuchado un par de conversaciones de sus hermanos, cuando aún estaban vivos. Sobre la clase de cosas que le hacían, a qué lo sometían, y qué esperaban de él. Que Blanca, en su tiempo trabajando para él, lo había cuidado de toda esa clase de avances.
Y, también, que sabía usualmente cuál era el protocolo en esos casos.
Yut Lung no era su primer cliente omega, que si acaso, sólo el más joven de una larga lista de nombres y rostros.
Además, él juraba que Yut Lung no quería tener hijos.
Su silencio, ligeramente prolongado, pareció finalmente hacer click en la mente de su anfitrión.
Yut Lung soltó una suave carcajada, dejando la ancha cuchara a un lado de su plato.
—Oh—sus labios formaron un perfecto círculo, aún si estaban algo resecos— Lo voy a conservar.
.
...
"¿Qué?"
La sorpresa debió haber sido muy notoria en su rostro, pues la respuesta inmediata que recibió fue otra risa de parte de su acompañante, sólo que más fuerte, y más larga.
—Oh, esa sí es una expresión.
Ibe dio un par de movimientos con el pie, mientras esperaba que la banda móvil del aeropuerto le entregara su equipaje. Cuando finalmente consiguió sus bolsas, comenzó a andar, ignorando el cúmulo de personas que iban y venían, o el sonido de los demás aviones tomando vuelo.
Esa semana había sido estresante, por decir lo menos.
Necesitaba un poco de paz.
—¡Hey, Shunichi!
Se detuvo en seco, girando el rostro tan pronto hubiera puesto un pie en la puerta de salidas. Allí, Max enfundado en un grueso abierto de invierno lo esperaba. A su lado, Jessica y Michael también lo saludaban.
—¡Max!
Gritó.
Sabía que las horas de aterrizaje de sus vuelos habían terminado muy cerca la una de la otra, pero no esperaba que realmente se encontraran allí.
—Nos retrasamos un poco por la tormenta, pero qué mejo.
—¡Tío Shunichi!
Michael se abalanzó a sus brazos, apretándolo en un fuerte abrazo. Ya no era el pequeño que hubiera visto en Los Angeles hacía tanto tiempo atrás, Michael ya casi tenía 17 años, un par de años más en la escuela y Max tendría que estar preocupándose por pagar las millonarias deudas educativas de las universidades de Norte américa.
—¡Michael!
Respondió con igual algarabía. Durante esos años, Ibe había hecho casi una costumbre el viajar esporádicamente allí. No sólo para ver a Eiji, sino también para trabajar apoyando a la revista de Jessica y con los reportajes de Max. Era tanto su ir y venir que Max más de una vez le había dicho que simplemente debería mudarse permanentemente allí, y que de seguro a su señora no le importaría.
Ibe lo callaría diciendo que no sabía de lo que hablaba, aún si su relación con Eiko-san no era lo más tradicional que uno esperaría en Japón, disfrutaba de su compañía demasiado como para sólo dejarla así.
Le dio un abrazo a Jessica también, antes de que Max continuara con su interrogatorio.
—¿Lograste comunicarte con alguno de ellos?
Ibe frunció los labios, negando.
—No realmente.
Eiji no había contestado ninguna de sus llamadas, y tampoco le había devuelto el mensaje. Revisó una vez hubiera bajado de avión, pero tampoco había habido suerte. Eiji le había dicho que lo llamaría después, aunque era a imaginación de ellos cuándo sería ese "después"
—Ah... qué problema—Se quejó Max, una de sus manos frotando su nuca con algo de fuerza excesiva.
—Supongo que realmente tienen mucho en la cabeza...
Eiji, recordaba Ibe, era la clase de personas que a veces llegaba a cerrarse demasiado cuando algo lo agobiaba, como en sus años de secundaria. Y qué decir de Ash.
—Bueno, nada que hacer por ahora.
Dijo Max en tono derrotado, y Jessica se apresuró a invitarlo a pasar la noche con ellos. No se estaban quedando en un hotel, sino en el departamento que habían comprado.
Max le dijo que aún estaba lleno de las cajas que habían llevado la última vez que habían visitado el lugar, pero eso solo lo haría más divertido. Podrían fingir que era una acampada.
Jessica rodó los ojos ante el infantilismo de su marido, y Michael lanzó un jubiloso puño al aire, animado por el falso campamento.
Mientras hacían su camino hacia el taxi, Max le comentaba lo que había escuchado de sus amigos en Nueva York. Charlie, Nadia, su hijo.
Hijo...
—¿Sabes cómo lo tomaron los padres de Eiji?
Ibe sabía que Max no era un experto en sensibilidades de manadas japonesas, más acostumbrado a los grandes gestos de las manadas americanas cuando se trataba de embarazos, así que entendía su duda.
Sin embargo...
—Es... difícil.
Las familias más tradicionales solían tener una visión en extremo protectora de sus hijos omega. E, Ibe recordaba aún lo poco que había visto de la dinámica familiar de los Okumura cuando hubiera visitado Izumo todos esos años atrás. Con la enfermedad del patriarca, parecía que muchos de los roles se habían desdibujado. Y, tras la tempestuosa llegada y partida de Eiji, Sunichi a veces tenía miedo de preguntar cómo estaban las cosas.
Aún si se comunicaba con la señora Okumura un par de veces al año.
Max frunció los labios.
—No les dijiste...?
Ibe negó.
—Creo que es algo que el mismo Eiji debe decirles.
Max rio un poco.
—Ah, creo que tienes razón—Baciló—Es más, creo que tampoco se suponía que te lo dijera a ti.
Y una risa nerviosa, que él igualó con una propia.
Bueno, quizá no. Pero Max nunca había sido conocido por guardar un secreto, o sopesar que clase de información no podía liberar con sus amigos.
Es decir, hablaban del mismo hombre que le confesó a Ash que Golzine y sus hombres habían asesinado a su hermano. Ni una pizca de ingenio.
—Oh... Ei-chan—Se lamentó, cuando sus ojos se enfocaron en el cielo de Nueva york, tan cargado que no se podía ver ninguna estrella—¿En qué estarás pensando?
La cama era mucho más grande que la última que recordaba. Al igual que las sábanas, y los detalles de dragones habían desaparecido.
—Sabes que no tienes que hacer esto.
La expresión de Yut Lung era cansina, pero Blanca no le prestó atención alguna.
—Lo sé—Respondió simplemente.
Después de su accidentada charla en el comedor, Yut Lung había decidido emprender camino a su habitación, dispuesto a esperar al médico allí. Pero Blanca se había auto invitado, alegando que siempre era bueno tener a alguien cuando se hacían esa clase de revisiones.
—Eres insufrible.
Se hubiera quejado Yut Lung, pero, Blanca era capaz de ver más allá de sus palabras.
Sus ojos lucían mucho más calmos que durante la cena.
Sonrío.
—Mi señor Yut-lung.
Llegó la voz de uno de los sirvientes desde la puerta
—El médico está aquí.
Notas finales: Actualización de cuasi-año nuevo. Como me dio gripe, quise avanzar un poco más la historia. Recuerdo qué había inspirado todo esto, un sueño muy random que tuve hace años, donde Ash terminaba dejando en cinta a Eiji y desaparecía. Si, ni en mis sueños estos dos podían tener un final feliz, ¡pero hey! Para eso sirven los fanfic.
Regreso a babilonia nos habla de que, aun luchando para encaminar nuestras vidas, podemos regresar a viejos patrones de comportamiento.
Por cierto, el mismo año que empecé a escribir este fic, de hecho, hice un par de ilustraciones de los niños. Aunque eso sería bastante Spoiler para luego, si alguien quiere verlos, puedo dejar el link por aquí.
¡Gracias por leer!
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