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At your age

La edad y las experiencias de vida pueden cambiar como vemos las situaciones, mientras Ash intenta ver el mundo de los adultos con ojos que antes no podía, Yut-lung sabe que para él, aquellos que entran en esa categoría, realmente no tienen nada que ofrecerle.

Notas: El capítulo contiene algunas escenas subidas de tono.

Cuando Ash empezó a abrir los ojos, la habitación ya tenía algunos rayos de luz golpeándolos a través de las cortinas. Era fin de semana, día libre tanto para él como para Eiji. Ash bostezó, apartando una solitaria lágrima del rabillo de su ojo derecho, mientras intentaba enfocar el reloj digital de la mesa de noche.

Apenas eran las siete de la mañana.

Demasiado temprano como para pensar en despertarse y enfrentar el frío invernal de la ciudad. Dentro de las cobijas, el calor se mantenía perfectamente, y su cuerpo especialmente, parecía haber despertado particularmente caliente esa mañana.

Soltó un pequeño gruñido, girándose hacia Eiji y presionándose a él con cuidado.

—Eiji...

Susurró, recibiendo como respuesta quejidos amodorrados, ninguno de los dos era realmente fanático de las mañanas de invierno, especialmente las de los últimos años.

—Eiji...

Volvió a intentar, dejando esta vez un pequeño beso en la parte superior de la frente de su marido, logrando que su cabello rozara su nariz y sus mejillas.

Los pequeños quejidos se convirtieron en una suave risa entonces, y los ojos de Eiji lo saludaron, aún con el velo de la duermevela en ellos.

—¿Ash?

—Buenos días...

Lo besó de nueva cuenta, sobre los labios. Eiji le respondió con suavidad, imitando sus movimientos, suspirando apenas cuando notó lo que había estado molestando a Ash desde que abriera los ojos. Había algo en medio de sus pantalones.

Una sonrisa coqueta se dibujó en los labios de Eiji, y Ash tuvo ganas de hacer un puchero.

En cambio, enredó más sus brazos alrededor del cuero del omega, dejando que su peso entero descansara sobre el cuero de su esposo.

—¿Puedo...?

Preguntó, Eiji le respondió con una sonrisa, y tomando sus labios en un lánguido beso.

Ash había tardado bastante en poder tener la confianza suficiente como para admitir que quería tener sexo con Eiji. Aún después de casarse, sus encuentros íntimos parecían recaer únicamente en besos, y exploración con las manos por encima de la ropa. Ash se había aventurado alguna vez a intentar besar más allá de su camisa, pero además de admirar la muy fea cicatriz que el impacto de bala había dejado en el de otra manera impoluto torso de Eiji, Ash no había parecido animarse realmente a ir más allá.

Eiji nunca había sido exigente con él, y mucho menos lo había apresurado a hacer nada para lo que no se sintiera listo. Casi siempre dejaba que fuera él quien hiciera los avances y, tras varias sesiones con un terapeuta que Max le había recomendado –luego de múltiples fallos al momento de conectar con alguno- Ash ya podía ser un poco más abierto con sus quereres y deseos que se expresaran más allá de querer proteger a Eiji, o querer pasar toda la vida a su lado.

Desear no era malo.

Además, había algo simplemente fenomenal en recibir una afirmativa de Eiji.

—Claro que sí...

Le dijo, separando sus labios un poco. Ash suspiró, enterrando su cabeza en el espacio entre el cuello de Eiji, donde estaba su glándula omega. Aquel era su lugar favorito, donde el aroma de su esposo se concentraba. Enterró su nariz contra su piel, haciendo un sendo camino de besos desde la base de su oreja, pasando por su cuello y deteniéndose un poco más de lo necesario, para terminar sobre su clavícula.

Debajo de él, Eiji suspiró. Su cuero reaccionó al sonido, presionando su entrepierna con un poco más de fuerza. Estaba completamente erecto.

—¿Ash?

El mentado se levantó ligeramente entonces, utilizando uno de sus brazos de soporte y encontrándose con la visión sonrojada de Eiji, quien le miraba esta vez con los ojos ya empañados de deseo. Aun así, Ash preguntó.

—Shh—Acunó su rostro, acariciando su mejilla con delicadeza, mientras movía las caderas de manera bamboleante—¿Esto está bien?

Eiji asintió, mordiéndose los labios con suavidad.

La mano libre de Ash dejó la mejilla de Eiji, dejando que bajara a través de su pecho, deshaciéndose de los botones del pijama.

Se detuvo cuando pudo ver los pezones de Eiji, ligeramente más erectos. Sonrió con gracia, era adorable.

—Ash...—Le respondieron con un puchero, exigiendo su atención.

—Sí, sí— Susurró, abriéndose él mismo la camisa. Sabía que a Eiji le gustaba tener contacto piel con piel, hacía que su aroma se volviera mucho más dulce de lo que ya era. Una fragancia tan adictiva que Ash podría bien volverse adicto—Tranquilo, no comas ansias.

Su cuerpo volvió a cubrir por entero el de su esposo, los brazos de Eiji rodeándolo por completo, presionando sin dejar que se alejara. La boca de Ash buscó la contraria, atrapando sus labios en un beso apasionado. Podía sentir la lengua de Eiji reconocer la suya, y el propio cuerpo de su esposo responder ante sus caricias.

Sus manos viajaron hasta sus pantalones entonces, buscando el borde del elástico que los mantenía firmes a las caderas de Eiji. Los retiró sin mucho problema, ganando un jadeo de los labios del omega.

—¿No tenías que salir temprano hoy, amor?

Las manos de Ash continuaron su trabajo, apartando la molesta tela de la ropa interior también. Los muslos de Eiji siempre habían tenido buena forma, de seguro gracias a sus años practicando deporte. Y, aún si habían perdido algo de tono con los años, seguían siendo lo suficientemente carnosos como para que Ash quisiera presionarlos con fuerza.

—Hmm, qué flojera—Masculló, mientras imitaba sus acciones con su propia ropa. Los ojos de Eiji brillaron con anticipación, y eso bien pudo haber sacado una sonrisa de los labios de Ash.—No quiero salir.

Eiji infló sus mejillas, intentando sin mucho éxito imitar una expresión de reproche.

—¿No prometiste ayudar a Max?

Cuestionó, Ash solo rió un poco.

—Ehh, creo que él puede hacer las cosas solo.

Eiji parecía listo para querer replicar, pero Ash ya había terminado de retirar su ropa. Eiji entonces sí pareció quedarse sin palabras.

Los ojos de Eiji viajaron a su miembro, y Ash pudo sentirlo latir.

—¿Me permites?

Sus primeros intentos de penetración siempre habían sido algo torpes y vergonzosos en el pasado, Ash era demasiado consiente de sí mismo y su capacidad de lastimar a Eiji, además de su exigencia al momento de utilizar protección. Dos cosas que Ash había tenido que aprender a dejar atrás, el primero tras aceptar que de hecho no lastimaba a Eiji cuando intimaban, y lo segundo pues la carga hormonal que se hallaba en su semen servía para ayudar a Eiji terminar de calmar las propias olas de excitación que siempre golpeaban su cuerpo.

—Ven aquí...

Los brazos de Eiji lo esperaban, bien abiertos, y Ash se permitió disfrutar de la calidez que le brindaba. Inhalando y dejándose envolver por el aroma de Eiji, quien siempre olía como primavera, una mañana cálida y a su hogar.

—Acomódate para mí.

Eiji dejó que su cuerpo se hundiera en el colchón, abriendo las piernas sin vergüenza alguna, dejando que el cuerpo de Ash se acomodara entre ellas, de una manera tal que pareciera haber estado destinado a estar siempre allí. La mano de Ash tomó su miembro, buscando con cuidado la entrada de Eiji, que ya estaba completamente lubricada. Con delicadeza comenzó a deslizarse dentro, dejando que el calor y la humedad lo absorbieran.

Sintió el cuerpo de Eiji temblar ligeramente, al tiempo que sus brazos presionaban más contra su espalda, y un par de jadeos ahogados llenaban la habitación.

—Tranquilo...

Arrulló, dejando que sus labios esparcieran besos en cualquier trozo de piel que encontrara. Tardó unos segundos más en entrar por completo, incapaz de evitar que su propia voz escapara de sus labios como gruñidos quedos. Sus aromas chocaron, fundiéndose, y Ash se preguntó cómo es que no había notado que Eiji ya estaba esperando antes de que se lo dijera.

Estaba allí, ese pequeño cambio en su aroma. Tan ínfimo que sólo él podría notarlo.

—Te amo...

Jadeó, antes de comenzar con las estocadas, el cuerpo de Eiji se movía al ritmo, presionando con fuerza sus paredes haciendo que Ash quisiera empujar con más fuerza. Podía sentir el calor arremolinarse en su vientre, y viajar a todo su cuerpo, incrementados por los gemidos de Eiji. Su boca entonces, comenzó a sentirse amarga.

Podía sentirlo, la saliva acumulándose. Ash gruñó nuevamente, dejando que un par de perladas gotas cayeran por sus comisuras, intentando tragar el resto. Eiji, quien llamaba su nombre entre jadeos de placer, le mostraba el cuello.

Quería morderlo.

Había querido hacerlo desde la primera vez que se hubieran acostado.

Pero no podía hacerlo.

Tomó toda la fuerza y autocontrol que tenía, para solo presionar sus labios, dejando que su lengua recorriera la piel de Eiji. Intentando calmar el propio efecto que su esposo tenía sobre él.

No tardó mucho más en derramarse dentro de Eiji, sintiendo que el espacio entre sus vientres también se llenaba de líquido cálido, y cómo los músculos que hacía unos momentos hubieran rodeado su pene se relajaban.

Ash se dejó caer entonces, sin deseo alguno de abandonar el interior de su esposo.

Las manos de Eiji acariciaban su cabello con delicadeza, al tiempo que los pechos de ambos parecían querer encontrar un ritmo tranquilo de nuevo.

Ash había tenido sexo con incontables personas. Hombres, mujeres, alfa, beta, y creía que un par de omegas también. En sus años como mercancía de Dino, cualquiera que tuviera el dinero suficiente podía pedir lo que quisiera con él, después de todo.

Sin embargo, sólo con Eiji era capaz de entender algo que le habían querido explicar mucho en esas largas sesiones con el terapeuta, y que el mismo Max había intentado decirle de manera muy torpe y con un discurso que tenía demasiados cortes y tartamudeos, en un algo penoso intento de charla padre e hijo.

El sexo, se suponía, debía ser divertido.

—Dulce...

Susurró Ash, buscando los labios de Eiji.

Ahora con más razón no quería levantarse.

—Tú lo eres más—Contrapuso Eiji, usando sus pulgares para apartar los mechones de cabello que se habían pegado a la frente de Ash.— Pero...

Continuó, y Ash fue quien tuvo que hacer el puchero esta vez.

—No...

—Tienes que ir, fue Max quien te ayudó a encontrar trabajo, ¿no lo recuerdas?

Un nuevo gruñido abandonó la garganta de Ash, claro que este tenía un tono completamente diferente.

—Después...

Declaró, antes de volver a atacar la boca de su esposo, esperando por fin poder enviar las ideas de un día de trabajo no-pago muy al interior de la mente de Eiji, además- aún quería una segunda ronda.

Sing le había dicho que se quedaría esa noche para cuidarlo, pero terminó quedándose hasta el fin de semana. Yut Lung le había dicho bastantes veces que estaba bien solo, recordándole sus responsabilidades y que esa, de hecho, no era su casa. Sin embargo, Sin siempre tenía una respuesta lista para cualquiera de sus increpancias.

Desde decirle que él era un líder ahora, y podía delegar sus trabajos menores. Que de hecho no, sí necesitaba a alguien que cuidara de él y que, si de verdad quisiera correrlo, lo habría hecho hace tiempo.

Yut Lung por su parte, se había limitado a ignorar a regañadientes sus argumentos, pues todos eran válidos.

Al menos hasta esa mañana.

Durante los últimos meses se había estado analizando la posibilidad de abrir sucursales farmacéuticas en Boston, y si bien las negociaciones parecían ir viento en popa, habían surgido un par de contratiempos que requerían de la presencia imperiosa de Sing. Yut-Lung no había hablado directamente con ninguna de esas personas, pero si lo que le decía su mano derecha era verdad, eran realmente conflictivos.

De seguro se tendría que quedar allí al menos una semana.

Aquello no era realmente problema para el joven omega quien, aunque no quisiera admitirlo, quería un poco de tiempo lejos de Sing. Su constante presencia en casa no era algo a lo que quisiera acostumbrarse, después de todo.

Empero, Sing parecía completamente descontento, manteniendo una expresión compungida mientras terminaba de acomodarse el traje y la corbata.

—¿Estás seguro de que debo ir?

Cuestionó el joven alfa, mientras luchaba con el nudo de su cuello. Sing había crecido exponencialmente en esos años, tanto que Yut-Lung estaba seguro bien podría sacarle un par de centímetros a sus difuntos hermanos mayores. Sin embargo, parecía que en algunas ocasiones aún batallaba por estar por completo en control de sus propias extremidades.

Era como ver a un joven ciervo luchando por no enredarse con sus cuernos.

Chasqueó la lengua, retirando con cuidado la vía ya cerrada que aún se conectaba con el dorso de su mano, acercándose a Sing y arreglando su corbata.

—¡Eh!, espera, ¡te vas a lastimar!

Yut Lung podría haber rodado los ojos.

—Estoy bien—Replicó—Y obviamente debes de ir, es tu trabajo.

Sing dejó caer sus brazos, regalándole una expresión que bien podría haber sido de derrota.

Durante esos años, Sing le había pedido ocuparse más y más de los negocios de la familia Lee. Si bien en un pasado todos estos hubieran estado divididos entre las cabezas de sus hermanos, ahora que estaba sólo él realmente notaba que necesitaba algo de ayuda.

Y, no tenía mucha gente de confianza.

Sing sabía de la vida bajo las sombras de la ciudad, era un joven listo y de mente ágil, además de personalidad tenaz y mano dura. Bajo su mando, había logrado mantener a raya a muchos elementos que parecían querer aprovecharse de su poder para aterrorizar o extorsionar a los ciudadanos de a pie, o a grupos más pequeños dentro del barrio chino. Además, si había algo que Sing no soportaba, era a los traidores. Llevando siempre por delante ese sentido de pertenencia a su nacionalidad con el que Yut Lung nunca había podido empatizar del todo.

¿Tendría que ver con el lugar en el que nació?

Quizá.

Ese sentido de justicia y pertenencia aún dentro de su burbuja putrefacta teñida de sangre que tenía Sing, le recordaba un poco a Shorter Wong.

Si bien su tiempo con Shorter había sido corto, solía recordarlo en algunas ocasiones. Durante un tiempo, se preguntó si era algún tipo de culpabilidad muy arraigada por haber sido parte del plan que llevó al joven alfa a una muerte tan visceral y descarnada. Empero, no eran solo las imágenes de su cuerpo sin vida las que llegaban a la mente de Yut Lung.

De hecho, más veces que las que no, eran sus acciones durante el rapto de Eiji Okumura lo que más recordaba.

El temple que había intentado mantener, aun frente al peligro inminente. Una fidelidad que podría costarle la vida, en cualquiera de los bandos. Un semblante que últimamente veía cada vez que estaba con Sing.

Él se ofreció a ayudarlo, incluso antes de que Yut-Lung le confesara que ya había estado evaluando la posibilidad de cederle gran parte de su poder. Pero lo que había empezado como un par de trabajos, se había expandido a una red de negocios por diferentes partes del país.

Se mordió los labios.

—Lo digo en serio... no pasará nada.

Terminó su trabajo en el cuello del alfa, arreglando la corbata y dando un par de pasos hacia atrás.

La expresión de Sing era complicada, con las cejas fruncidas y la nariz ligeramente arrugada.

—¿Y si vuelves a enfermar?

Cuestionó.

Yut Lung solo rodó los ojos cómicamente, elevando su mano y señalando la vía. Si bien esos días habían sido una pesadilla, parecía que su cuerpo comenzaba a acostumbrarse a la medicación constante, y comenzaba a responder.

Sing se cruzó de brazos, elevando una ceja y apretando los labios.

El omega simplemente suspiró.

—...Te llamaré, lo prometo.

Algo pareció brillar en los ojos de Sing, y por un momento, Yut Lung creyó que tenía frente a él al niño de catorce que aún no podía verlo directo a los ojos, pues le faltaban varios centímetros.

—¿Lo dices en serio?

El mentado asintió.

Yut-Lung sabía perfectamente que Sing no podía volver mágicamente aún lo llamara, pero el alfa tenía esa necesidad de mantenerse informado de todo, así que suponía que, al menos eso lo mantendría callado por lo que durara el viaje.

—Sí, lo haré. Aunque no sé si sirva de mucho.

Sing volvió a fruncir el ceño.

—No tendría esta necesidad de preocuparme si me dejaras llamar a mis amigos y pedirles una mano.

Yut Lung tuvo que aguantar las ganas de reir.

—¿Qué? ¿Tus amigos? —Cuestionó, con los brazos cruzados sobre su pecho—¿Te refieres al gato retirado de Ash Lynx?

Pues por supuesto. Que después del incidente con Monsseiur Golzine, parecía que el vínculo entre Ash y Sing se había fortalecido. Por eso, y por lo que pasó después.

Cuando le llegaron noticias de que Ash había sido apuñalado por Lao al salir de la biblioteca, Yut Lung había sentido una extraña mezcla de emociones. Siendo la predominante, un montón de nada. Un montón de nada que parecía pelear a puño limpio con la incredulidad, mientras la vergüenza y la culpabilidad cuchicheaban y se reían de él al mismo tiempo.

Él no había esperado que eso pasara.

Aún tenía la mejilla adolorida por el golpe que Sing le había dado más temprano ese día, cuando se puso en contacto con la pandilla de payasos que siempre seguía al lince. No es que fueran a confiar en el de buenas a primeras, y no los culparía, después de las cosas que había hecho uno tendría que ser un deficiente mental para dejar la vida en las manos de uno de tus enemigos.

Un deficiente mental, o un niño con demasiada confianza.

Sing, entraba en el segundo grupo.

No sabía exactamente qué le había dicho a Lobo, pero habían terminado aceptando su ayuda para todo aquel circo de la muerte del Lince. Aunque Yut Lung luego aceptaría para sí mismo, que esas primeras horas en vilo sobre la vida o muerte de Ash, las había pasado con un agujero en el estómago.

Hasta el día de hoy no estaba del todo seguro porqué se había sentido así.

Quizá porque quería que fuera Ash quien lo matara.

Porque era Ash quien quería vivir, y Yut Lung quien desesperadamente ansiaba la muerte.

Encontrarse con que el destino se había reído de ellos en su cara, intercambiando sus deseos, parecía demasiado tragicómico. Incluso para él.

—¿Él vendría a ayudarme? Si, ¡ha! Claro.

Aun si había ayudado, y quizá el viejo lince le guardara alguna clase de gratitud, Ash Lynx no quería saber nada de su mundo, dudaba que hubiera algo que le hiciera acercarse a las inmediaciones de las propiedades de los Lee.

Durante esos años, Yut-Lung se había encargado de hacerle un continuo seguimiento, a través de Sing. El niño de verdad confiaba demasiado en él. Y, si bien durante un primer momento no había creído para nada esas patrañas de retirarse, pues creía que Ash era un animal demasiado acostumbrado a la vida callejera, el tiempo le había demostrado lo contrario.

Ya no parecían haber rastros de la hermosa bestia que alguna vez hubiera admirado. O de la mente criminal que en su momento hubiera considerado su enemigo. En cambio, parecía un tonto que se deja llevar por las emociones, y para remate con un pésimo gusto en hombres.

Sing pareció sopesarlo.

—Bueno, Eiji de seguro lo haría. Es el único otro omega que es cercano a mí.

Yut Lung pudo sentir su ceja dar un salto. La última vez que hubiera tenido una interacción mínimamente positiva con el omega japonés, había sido en la mansión de Golzine, cuando se había acercado a quitar las ataduras de sus muñecas después del intento fallido de trio que había propuesto el viejo de Dino.

Quizá la única vez que había llegado a sentir algo de empatía –o hasta compasión- por el tonto con quien compartía casta, quizá porque el miedo mezclado con asco que había visto en sus ojos cuando las manos de Dino recorrían su cuerpo y la manera en la que intentaba defender su cuello le habían recordado a él mismo de más pequeño.

Yut Lung no se había dado mayor tiempo a analizarlo, pues no era necesario.

Su relación posteriormente había sido enteramente antagónica, y si hubiera estado en su poder, Eiji Okumura estaría varios metros bajo la tierra.

Aún si Blanca le había metido en la cabeza que aquella era una mala idea.

—Ah, a él no lo quiero ver. Creo que sólo haría que quisiera vomitar aún más.

Primero muerto, antes de confiarle sus problemas.

Aún si conociendo a Eiji que, si parecía entrar en el primer grupo de personas que podría llegar a confiar nuevamente en Yut Lung, sabía que tendría para él alguna mirada suave y palabras de aliento, ¿era eso lo que llamaban solidaridad entre casta? Yut-Lung no quería averiguarlo.

Sí, sólo pensar en eso hacía que Yut Lung sintiera las náuseas regresar.

Sing apretó los labios, aún con una expresión de enojo.

—No seas desagradable—Le reprimió, tomando el maletín que había dejado cerca—Y recuerda llamarme.

Yut Lung lo despidió con un movimiento de mano, esperando que el sonido de sus pasos se perdiera, y el motor de un auto abandonando su propiedad le confirmara que Sing ya se encontraba de camino al aeropuerto.

Sólo entonces se atrevió a ver su teléfono.

Allí estaba un mensaje, hacía dos días que había llegado y hasta ahora no se había atrevido a responder.

"Llámame"

Blanca.

El timbre de la residencia Glenreed sonó cuando Max movía la caja más pesada de libros hacia su estudio.

Jessica le había dicho que muchos de ellos tendrían mejor uso en una biblioteca, o en un tacho de reciclaje, pero Max le tenía particular cariño a sus viejos y polvorientos ejemplares, llenos de subrayados y anotaciones. Si uno se ponía a seguirles la pista, incluso podría ver cómo es que su estilo de investigación había cambiado con los años.

Dejo su pesada carga un momento, y se estiró. Cuando llegó a abrir la puerta, una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.

—¿Ash?— preguntó—¡Creí que ya no ibas a venir!

El mentado sólo le dedicó una mirada de molestia, que le demostraba que realmente no tenía muchas ganas de estar allí. Max elevó una ceja contrariado, hasta que cierto aroma llegó a su nariz.

Entrecerró los ojos, dejando pasar al joven alfa mientras le dedicaba una mirada conocedora.

—Ahhh, así que era por eso que no llegabas.

Ash simplemente ignoró sus palabras, moviendo la mano de un lado a otro, pero Max era más que familiar con el aroma de un alfa que acababa de salir del lecho de su omega.

Estaba listo para seguir incordiando al joven, cuando del final del pasillo, se escuchó el sonido de pasos acercándose a toda velocidad.

—¡Ash!

Sólo entonces pareció que Ash recobró algo de energía. Estirando los brazos, listo para recibir a quien había venido a saludarle.

—¡Michael!

Max sólo pudo ver como su ahora hijo adolescente saltaba directamente a los brazos de Ash, riendo mientras lo abrazaba y le repetía cuánto lo había extrañado.

Max habría querido reprender un poco más a Ash, sólo para no perder el hábito. Pero, derrotado, se limitó a reír y cerrar la puerta, mientras Michael llevaba a Ash al interior de la vivienda y le explicaba todas las cosas que habían traído y las que faltaban por organizar.

Michael adoraba a Ash tanto como lo hacía el mismo Max, y él agradecía que Ash siempre hubiera tenido un trato particularmente dulce con su cachorro, desde que lo hubiera conocido. Sabía que Ash había sido el primero en intentar consolar a Michael después del ataque a Jessica hacía tantos años atrás, y después, se había preocupado por mantener una relación cercana con el pequeño. A veces, incluso, él y Eiji los visitaban en Los Ángeles sólo para que pudieran pasar unos días de las vacaciones de verano jugando baseball y nadando en la playa.

Incluso, una vez durante el primer año de secundaria de Michael, cuando su pequeño aún estaba acostumbrándose a los propios cambios de su cuerpo y su aroma ahora que se había presentado y era constantemente molestado por niños un poco más grandes que él en la escuela, Ash se había tomado la molestia de darles un pequeño susto, a los brabucones. Max había notado el cambio inmediatamente, pues Michael ya no regresaba particularmente callado a casa, ni se veía molesto cada vez que llegaba el autobús escolar. Jessica le había contado lo que había pasado, diciéndole que era un secreto entre hermanos.

Aunque Max luego la habría incordiado diciéndole que cómo es que ella se había enterado y cómo es que su pequeño no se los había dicho a ellos primero.

Jessica sólo se había limitado a hacerle de menos con un par de movimientos de cabeza, replicándole que ella también se preocupaba por Michael, pero no era algo en lo que pudieran meterse si él no quería decírselos.

"Pero..."

Se habría quejado.

"Amor..." Habría replicado ella, dándole una mirada conciliadora "Está en una edad difícil... agradezco que pueda hablar con alguien, especialmente alguien tan confiable como Ash"

Ante tal declaración Max sólo había podido reír, él mismo recordaba sus años de adolescencia, donde, aunque supiera que lo mejor era hablar con sus padres, no era como si se sintiera muy proactivo a ello.

Sí, Max también agradecía la presencia continua de Ash en sus vidas.

—¡Ahora podré estar más cerca de ti!

Canturreo Michael, despertando a Max de su pequeña ensoñación.

Ash, por su parte, le regaló una sonrisa al tiempo que tomaba la caja que había dejado Max antes.

—Eso es genial, Michael. Estoy ansioso por...

Su retahíla se detuvo, y Max elevó una ceja, antes de que Ash lanzara un grito.

—¡¿Ehh?! ¡¿Ustedes tenía eso?!

Oh. Cierto.

Poco después de que Eiji se instalara permanentemente en los estados unidos, junto a la ayuda de Shunichi, habían logrado abrir una pequeña exhibición. Todas las obras que allí se habían expuesto eran pinturas que Eiji había tomado durante el año de viaje a través del país con Ash, Max se había sorprendido al ver muchas de ellas. Especialmente porque la persona que le devolvía la mirada desde aquellas impresiones, parecía completamente distinta al duro y severo líder de pandilla que él conocía.

Todas tenían un aire doméstico, juvenil e inocente. Si Max hubiera sido un par de años más joven, de seguro habría querido llorar un poco.

Más aún cuando llegó a la pieza central.

Con un amanecer apenas rompiendo en el cielo newyorkino, y con un Ash que parecía tener una expresión que Max no sabría definir si como pacífica o llena de tristeza. Un estado tan vulnerable que, él estaba seguro, nadie nunca más podría capturar.

En la base de la misma, rezaba:

"Esta exhibición está dedicada a mi amigo A... quién se convirtió en mi amanecer"

Si Max no hubiera sabido para entonces que esos dos se amaban, aquello bien podía contar como una declaración.

Ninguna de las fotografías de Eiji en aquella ocasión había estado a la venta, aún si la calidad de su trabajo le había ayudado posteriormente a ser convocado por la revista donde trabajaba ahora. Claro, aquello no había detenido a Max de intentar conseguir esa foto a como diera lugar.

—¿Qué? —Se quejó él entonces, llevando sus manos a la cadera y regalándole una sonrisa pagada de sí misma a Ash—Creo que luce genial, ¿acaso un padre no puede tener la foto de su propio hijo en su casa?—Coronó, intentando sonar ofendido.

El color pareció abandonar el rostro de Ash por unos momentos, mientras le dedicaba una mirada de horror.

—Eh... Viejo lunático.

—¡Oye! ¡un poco de respeto!

Exigió, aunque su queja fue rápidamente acallada por las risas de Michael.

"¡Bah! Niños."

El resto de la mañana de trabajo transcurrió sin problema alguno, la gran pila de cajas que los hubiera saludado en la mañana como montaña infranqueable de trabajo ahora no era más que un par de cartones esperando por el camión de basura.

Max se permitió estirarse en la mesa del comedor, dándose un par de palmaditas en la espalda, siendo una buena recompensa por un trabajo bien hecho. Jessica, por su parte, llamaba a los más jóvenes a almorzar. Una gran cacerola y un pie de manzana, muy americano.

Max realmente había extrañado las comidas de su esposa, y desde el día que renovaron sus votos matrimoniales, dejando de lado su proceso de divorcio, se aseguraba de apreciar cada bocado que daba. Frente a él, Ash mantenía una charla elocuente que mantenía con Jessica y Michael, hablando de la revista y de las clases que le faltaban tomar al más joven de la familia.

No sin intentar robar un par de miradas continuas a su reloj de pulsera.

Max habría podido reír, a veces se preguntaba dónde había quedado el Ash que parecía casi un autómata.

—Ash—Comentó entonces, ganándose la atención del joven alfa—Sé que estas preocupado por Eiji, pero son solo unas horas fuera de casa, no le pasará nada.

El mentado frunció el ceño.

—¿Qué dices? Si no estoy preocupado

Esta vez, Max sí rio.

—Pero si se te nota en toda la cara—Dijo, señalándolo con su tenedor vacío. Las mejillas de Ash se tiñeron de un muy pálido escarlata—Ah, allí está de nuevo. Estás perdiendo práctica, lince.

—Max—Regañó Jessica—Deja de molestarlo.

Max bufó, pero su esposa no pareció querer seguirle el juego, en cambio, partió un pedazo extra te tarta.

—No le hagas caso, cariño. Y, guardemos esta parte, para Eiji.

Ash tendría que admitir que aquella tarde terminó siendo una experiencia agradable. El tiempo había pasado más rápido de lo que creía, después del incidente de la foto y preparar la comida que Jessica le había encargado para Eiji.

Se mantuvieron un par de minutos en la mesa, antes de que Michael le pidiera ayuda con un par de temas que había comenzado a ver en ese periodo en la escuela, y que vería el próximo año con los cuales estaba teniendo problemas. Ash había estado más que encantado en ayudarle, explicándole con paciencia las funciones y derivadas, notando apenas mientras le explicaba a su hermano cómo usar correctamente los logaritmos, la mirada acaramelada de Max puesta sobre ellos dos.

Ash habría podido reír, con un claro dejo de sorna en la voz. Sin embargo, no quería interrumpir la lección de Michael ahora que parecía por fin haberle cogido el hilo al cálculo diferencial. En cambio, dejó que sus pensamientos viajaran un momento.

¿Él ponía esa misma cara de tonto cuando miraba a alguien que quería? ¿A Eiji?

Frunció el ceño, desechando la idea inmediatamente.

No, definitivamente sería más como las miradas que Ash había notado Max le dedicaba a Jessica, sin el pequeño agregado de "amo a una mujer capaz de patearme el trasero" que siempre parecía estar presente en cualquier momento en los cuales sus autodenominados padres putativos interactuaran.

Pero, entonces...

Entonces, quizá, él tendría esa misma mirada, pero para el niño o niña que tendría con Eiji.

De pronto, Ash ya no tenía tantas ganas de reírse.

Porque había una pequeña voz en el fondo de su cabeza, muy parecida a la de su hermano mayor, que le decía que aquello le gustaría.

Frotó su nuca con algo de pesar, intentando alejar la idea de su mente, instando a Michael a pasar al siguiente tema.

Para cuando hubieran terminado la larga plancha de ejercicios, el reloj de la pared de la sala ya marcaba las cinco de la tarde.

Aquella era una buena hora para retirarse.

Sin embargo, parecía que Max tenía otros planes, pues antes de que comenzara con sus despedidas, lo llamó a su oficina.

El estudio de Max era bastante amplio, con una iluminación envidiable, y con sendos estantes llenos de libros. Las paredes estaban decoradas con diferentes galardones, algunos de la guerra, y otros de su trayectoria como cronista y columnista.

Max parecía buscar algo dentro de un pequeño mueble, y Ash tomó aquello como permiso para investigar un poco más en el mar de marcos que se sentaban en las paredes.

Ha. Bingo.

—La edad te ha vuelto suave, viejo.

Dijo, mientras tomaba el recorte de revista enmarcado.

Era el primer artículo oficialmente publicado de Ash. Dejó que sus ojos viajaran a través de las letras, y cuando llegó al final, como no. Lo único diferente al ejemplar que él mismo había guardado, quizá por razones igual de sentimentales. Su nombre.

Aslan Callenrese.

Escrito con una fuente que no era exactamente la correcta, y sobrepuesto al original Christopher Winston.

Max apareció detrás de él, riendo bonachonamente. En sus manos había un par de libros.

—Hey, quería tener algo que presumir de mi hijo mayor.

Ash rió, esta vez sin ninguna clase de tono de burla.

—Eres un cursi, idiota.

Max le dio un pequeño golpe en la pantorrilla. Antes de entregarles los dos ejemplares cuidadosamente envueltos en plástico trasparente. Eran dos títulos muy antiguos que Ash había estado buscando, y alguna vez se lo había mencionado a Max en alguna charla pasajera.

—¿Y esto?

—Ah, los encontré en una tienda de antigüedades cuando fui al sur del país, y como sabía que los estabas buscando...

Ash aún no creía que Max realmente recordara información como esa.

Sus labios picaron, como peleando con su autocontrol para no sonreir.

—...Gracias, viejo.

—Papá, mocoso, papá—Le dijo, antes de desordenarle el cabello con.—Pero ah, espera.

Regresó al mismo mueble de donde había tomado los libros en primer lugar, y tras buscar un poco más, regresó con una botella de Bourbon.

Ash sólo pudo arquear una ceja.

—¿Uh?

Max movió una mano, como invitándolo a sentarse a su lado. Los tonos rojizos del atardecer chocaban contra el líquido que servía en las copas que no había notado al entrar.

—Ven, comparte una copa con tu viejo. Brindemos por las buenas noticias.

El corazón de Ash se detuvo un momento, recordando vagamente la noche en prisión donde compartió por primera vez una copa con Max, después de la muerte de Griffin.

Aún si sabía que usualmente los brindis se reservaban para ocasiones especiales, nunca había visto uno que de verdad tuviera alguna clase de connotación positiva, más allá de la televisión. Así que realmente no podrían culparlo, por la expresión que de seguro tenía cuando tomó el vaso entre sus dedos.

A pesar de los años, el ambiente de familiaridad, y las muestras de cariño espontaneas de cualquiera que no fuera Eiji, aún podían causarle sorpresa.

—Vamos, Ash. Brindar por el nacimiento de un nieto es un trago que deben compartir padre e hijo.

Y, por un momento, escuchar a Max llamarse a sí mismo padre, se siente especialmente cálido.

—Está bien.

Los vasos chocaron, y Ash dejó que todo el líquido dulzón cayera por el interior de su garganta, dejando una sensación de quemazón en su camino.

Idéntico a la prisión.

Aún si esta vez no tenía ganas de pedir más para olvidar lo que acababa de escuhar

—Sigue sabiendo horrible, haha.

Max rió, ignorando su queja y envolviéndolo en un fuerte abrazo, palmeándole la espalda.

—Felicitaciones, hijo mío...

Las manos de Ash flaquearon, si bien tan sólo un segundo. Antes de devolver el gesto, un poco más suave. Sintiendo como una familiar calidez invadía su cuerpo.

—Gracias, papá...

Después de las despedidas, y cuando Ash estaba listo para emprender camino a casa, escuchó una voz que le llamaba. Al girarse, la figura de Jessica que le detenía en la puerta le pidió que le esperase.

Había bajado corriendo hasta el primer piso de la torre de departamentos. Extendiéndole una vieja libreta, mientras recuperaba la respiración.

—¿Y esto?

Preguntó, mirando el objeto con curiosidad.

—Para Eiji—Explicó con simpleza—Lamento que Max y su bocota haya hecho que nos enteráramos todos antes, pero aun así quería felicitarte, Ash. Es una gran noticia.

Jessica era una mujer fuerte, y bastante dura. Muy alejada del estereotipo omega que Ash había podido ver en la pandilla, e incluso distinta a Eiji, Quien había sido su primer referente de la singularidad de cada persona a pesar de su casta. Pero Ash creía, que ella mejor que nadie, entendía que algunas cosas a veces, son preferidas como secreto. Al menos un tiempo.

Ash le sonrió, y abrió la libreta, mientras la inspeccionaba.

—Cuando estaba embarazada de Michael, absolutamente todo me hacía sentir mal. Así que anoté algunos pequeños tips, por si alguna vez cometía la locura de querer volver a embarazarme. Quizá puedan servirte, a ti y a Eiji, o si no, pueden descubrir cosas nuevas que les ayuden, juntos.

Terminó, regalándole una mirada que Ash no recordaba haberle visto nunca. Era... extrañamente dulce.

El cuerpo de Ash se sintió cálido nuevamente.

—Gracias...

Susurró, antes de que el grito de Max proveniente de un par de pisos más arriba rompiera su pequeña burbuja.

—¡Oye, Ash! ¡En serio, piénsate lo de la fiesta de revelación de género!

Cuando Blanca llegó, ya se había hecho de noche. Yut Lung aún no sabía que había estado haciendo todo el tiempo que estuvo fuera del hotel, sus hombres no habían sido capaces de seguirle el paso, aunque aquello no era una sorpresa.

Esperó en silencio, mientras Blanca negaba educadamente el ofrecimiento de comida por parte de su personal. Yut Lung había tenido una mañana calmada, en lo que cabía, ya que sus visitas al baño se habían reducido a solo una justo antes de que le colocaran la dosis de la tarde. Sin embargo, ahora, podía sentir cómo su estómago se hacía nudos sobre sí mismo.

Sus dedos se movían parsimoniosamente sobre la mesa, en un fútil intento de distraerse de sus deseos de tomar el teléfono y llamar a Sing. Incapaz de escapar de lo incorrecto que se sentía tener a Blanca allí, sin que él lo supiera.

Aunque aún no podía entender por qué.

Esperó unos segundos, y cuando su personal se hubiera retirado, Blanca habló.

—He decidido alargar mi visita.

—¿Oh?

Yut Lung intentó que la sorpresa no se notara en su voz, aunque no había tenido mucho éxito.

—Al menos, por un par de meses.

Las manos del omega se detuvieron, entrelazándose una con la otra, como un intento de evitar que continuaran con sus movimientos nerviosos.

—¿Y eso? ¿acaso tienes trabajo?

Preguntó, elevando una ceja finamente. Esperando que lo algo demacrado de su rostro pudiera quedar bien oculto por el maquillaje.

Blanca, por su parte, solo le dedicó una mirada algo críptica, acompañada de la sonrisa que parecía tener para cualquier situación que fuera lo mínimamente complicada.

Sólo de boca para afuera.

—Algo así.

Yut Lung quiso chasquear la lengua.

—¿Y es a qué viene?

¿Acaso quería cuidarlo? Yut Lung lo dudaba, la idea de cuidado que Blanca tenía, distaba mucho de la versión ortodoxa del entendimiento de cualquiera.

Blanca solo suspiró, antes de acomodarse en su asiento y continuar como si nada.

—No puedo hablar sobre si de verdad quieres a ese niño o no, mi señor—Empezó, y vaya que tenía razón. Él no le debía explicaciones a nadie—Y no es mi decisión que lo tengas o no tampoco, pero-

—No voy a pedirte nada.

Se apresuró a cortar él. Sus ojos fijamente clavados en los del alfa que le miraba con ligera sorpresa, como si no se hubiera esperado el repentino arrebato.

Yut Lung continuó.

—No voy a pedirte nada—repitió, esta vez con un tono mucho más calmado y cadencioso, casi como un siseo—Tanto si fueras el padre, como si no.

La sonrisa que le dedicó Blanca en esta oportunidad, fue distinta a la anterior. No por ello mejor.

Esta parecía ser casi una de lástima.

Cuando Sergei aún vivía en Rusia, y apenas había sido enrolado en el servicio de fuerzas especiales, conoció a Natalia. Ella no era un agente especial como él, de hecho, sólo era una maestra de escuela. Tan común y silvestre como cualquier otra mujer alfa que hubiera llegado a la madre patria intentando encontrar un mejor modo de vida.

Sergei no estaba del todo seguro de cómo había pasado, el cambiar de un hombre incapaz de sentir, a uno completamente enamorado. Aún si las relaciones homosexuales estaban prohibidas por el mismo gobierno que lo había contratado, siendo penadas con castigos tales como la cárcel, terapia de conversión, o hasta la muerte, sus contratistas parecían intentar mantener todo el escándalo que la suya parecía levantar lo mejor que podían.

Quizá porque Sergei era quien era, y preferían tener a un desviado, como sabía que lo llamaban en sus filas, antes de que perder a su mejor francotirador.

Natalia, a diferencia del estereotipo de los alfas de europa oriental, era una mujer muy dulce. Prefería evitar el conflicto antes de golpear cabezas contra él, y sólo ponía mano dura cuando sentía que estaba siendo particularmente idiota. Ella siempre había preferido los espacios llenos de niños, aún si ellos no podían tener hijos propios, Natalia parecía admitir esa verdad gracia y tranquilidad.

Sergei, en cambio, era un hombre roto y forjado por la guerra, quien aún intentaba entender cómo es que su pecho podía sentirse tan lleno de vida sólo con una palabra o una mirada. Quien apenas estaba descubriendo el significado del cariño, y del amor. No es como si hubiera tenido en mente tener una familia, no antes ni después de su tiempo con Natalia, pero durante sus años juntos... habría mentido si no dijera que había sido un sueño profundamente enterrado en su corazón. La idea poder ver a su esposa sosteniendo a un pequeño, que no necesariamente tuviera que lucir como ellos.

Pero ya habían estado tentando mucho a la suerte, sin la necesidad de forzarlo queriendo adoptar.

Ellos no necesitaban ser como el resto de parejas, no realmente. Su pequeña familia de dos era perfecta, sin importar las quejas constantes de sus oficiales superiores, o de los cuchicheos mal disimulados de sus colegas.

Su pequeño paraíso escondido entre la nieve.

Hasta ese día.

Sergei aún recordaba la mañana que tuvo que partir a su última misión. El cielo había estado particularmente nublado, y la temperatura un par de grados más bajos de lo que a él le gustaba. Natalia, aun enredada en las frazadas, parecía pelear entre el deseo de despedirlo y la terrible idea de dejar el nido cálido que siempre jugaban a crear durante los inviernos.

Sergei habría reído.

—Al menos despídeme con un beso—pidió, mientras se acomodaba el abrigo. Natalia había sacado su rostro, apenas sonriendo a través de las frazadas.

—Ven y tómalo.

—Eres tan demandante...

Pero lo había hecho de cualquier manera, agachándose a pesar de su gran estatura, saboreando con cariño lo dulce de los labios de su esposa.

—Cariño...—Solo entonces, Natalia había intentado quitarse de encima el cúmulo de sabanas—Cuando regreses, podremos leer el nuevo libro que me regalaron.

Sergei elevó una ceja.

—¿Islas a la deriva?

—Es Hemingway—Explicó—Sé que te gusta.

—¿No te parece muy depresivo?

Ella sólo rio.

— Justo como tú.

Había dos imágenes que continuamente peleaban por ocupar el lugar principal en la mente de Sergei. Ambas tenían como protagonista a su esposa.

La primera, era la de su rostro sonriente, con el libro que habían prometido leer juntos, mientras la leve luz de la mañana delineaba su figura aún en la cama.

Y, la segunda, la de su rostro sin vida en medio de una fría cama de la morgue, sus labios partidos y la blanca sábana que cubría su cuerpo, dando la ilusión de que sólo estaba durmiendo.

Sólo durmiendo.

Aquel día Sergei Varishikov había muerto, y Blanca había nacido.

Blanca sabía perfectamente que nunca amaría a nadie como amó a Natalia. Que nunca podría tener nada duradero con nadie que no fuera ella. Que su recuerdo era sagrado, y que sus sueños eran sólo de ellos para compartir, o para velar.

"Tampoco es que pueda darte algo"

Era lo que había querido responderle a Yut Lung, dejando que las palabras danzaran en su lengua por un momento.

—Puedo apoyarte, si es lo que necesitas o quieres de mí—Dijo en cambio—Pero no puedo ser lo que buscas.

Sus palabras parecían molestar cada vez más al joven Lee quien, aunque no lo notara, se movía impaciente en su asiento, y el aroma tranquilo que hubiera estado rodeándolos hacía tan solo unos momentos, de pronto parecía haberse tornado hostil.

Blanca ya estaba familiarizado con esa reacción.

—Repito, ni siquiera sabemos si eres el padre.

Y aquello era verdad.

Sin embargo, era algo que para Blanca realmente no tenía importancia. Porque aún si lo fuera, lo que Yut Lung parecía buscar, era algo que Blanca no podía ni quería darle.

Se limitó a suspirar nuevamente, asintiendo, como si aceptara sus palabras.

Se disculpó de la mesa, tomando su abrigo del respaldo de la silla y haciendo s camino hacia la puerta con lo que de seguro parecía tortuosa lentitud.

Y, antes de cruzar el umbral, le dedicó una mirada a su antiguo empleador.

—Yo de verdad, aún creo que hay alguien allí para ti...

Yut Lung le miró, sus ojos ahora parecían dagas, pero Blanca no le temía a los objetos filosos.

—Alguien que se preocupará por ti.

"Como ese chico japonés lo hace por Ash"

Aunque aquella ultima parte quedó en su subconciente, Blanca recordaba cual había sido la reacción del amo Lee la primera vez que la había dicho, y ya había alterado lo suficiente su tranquilidad por un solo día.

Cuando Ash llegó a casa, encontró a Eiji en la sala, revisando las últimas fotografías que había tomado para su trabajo.

Un pequeño puchero formándose en sus labios, al tiempo que dejaba su abrigo en la entrada, no olvidaría que le había dado esa foto a Max.

—Eiji, ya llegué.

Saludó, el omega dejó lo que estaba haciendo, regalándole una sonrisa cálida.

—Bienvenido, Ash. ¿Cómo te fue?

El mentado se limitó a elevar los hombros y sonreír.

—No había tanto para mover, pero sabes que Max está viejo, su espalda no aguantaría un par de cajas.

Eiji le dio un pequeño golpe en el brazo, pero había reído con él.

—¡Ash!, no seas malo.

—¡Hey!— Se quejó—Si hasta fui tan amable de ir a ayudarlos. Y ah, mira lo que me dio Jessica. Para ti.

Elevó la pequeña bolsa que traía consigo, donde descansaba un pequeño contenedor de plástico.

—¡Postre!

Ash cubrió ligeramente sus labios, intentando que la risa no escapara. Esos últimos días habían llegado con un aparente cambio en la dieta de Eiji, quien con el dolor de su corazón había dejado de lado sus "nutritivos" alimentos japoneses en favor de dulces.

Los ojos de su esposo brillaron un momento, y Ash no pudo evitar sentirse particularmente orgulloso de que fuera justamente él quien le trajera algo que generara esa reacción.

—¿Cómo han estado las náuseas hoy?

Antes de que se fuera había logrado que Eiji le recibiera un par de cucharadas de sopa, y unas tantas de arroz, pero aquello no calificaba como un desayuno, ni siquiera para los estándares de Ash.

Eiji le dedicó una sonrisa queda.

—Mejor, aunque intento no comer mucho, pero... de verdad quiero esto...

Ash sonrió, con más tranquilidad. Se agachó un poco, dejando un beso sobre la frente de su esposo.

—Está bien, te prepararé algo para eso, ¿sí?

Empezó, antes de dirigirse hacia la cocina, donde aún tenía el regalo que les había dejado Sing. Cuando se dispuso a buscar la bolsa con hiervas en la alacena, el pequeño cuaderno que aún tenía en su persona, cayó al suelo.

Ash parpadeó, casi había olvidado eso...

Con cuidado tomó la libreta, y revisando las hojas, encontró algo que podría servir. Repasó mentalmente los ingredientes con los que a Eiji le gustaba llenar su alacena, y notó que los tenía todos.

Sus dedos picaron entonces, y cerró el gabinete donde guardaba el té –que más de una vez, y si no fuera porque le hacía bien a Eiji, habría querido tirar a la basura.

Cuando llegó a la sala junto a la receta de Jessica, Eiji pareció notar rápidamente que era algo distinto a lo que estaba acostumbrado a tomar.

—Pruébalo—Instó Ash, sentándose frente a él y dejando descansar su mentón sobre la palma de su mano—Es algo nuevo.

Eiji sólo le había sonreído, con los ojos llenos de confianza.

Con la mirada que siempre le dedicaba.

Durante esa noche, y la mañana siguiente, Eiji no tuvo la necesidad de vomitar ni una sola vez.

Notas finales: No mucho que decir por aquí, ¡nos vemos en el siguiente capítulo!

Capítulo siguiente: Al romper el alba

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