As I lay diying
"¿Cuál es el sentido de la existencia? He peleado tanto para ser libre, ¿Por qué?"– preguntas que dan vueltan en la mente de Ash y Yut Lung- "Si esta vida es mía, ¿qué se supone que debo hacer con ella?"
Las pesadillas siempre habían sido una constante en la vida de Ash.
Las había tenido de pequeño, cuando la luz se apagaba y no había manera de iluminar el pasillo que conectaba su habitación con el resto de la casa, aún si Griffin se había esforzado por ahorrar para comprar una lámpara de noche. También, cuando la noche de brujas se acercara, y ya pudiera comenzar a ver calabazas decorar los caminos y los porches de las casas.
Lo habían sido, también; cuando ya fuera un adolescente. Claro que, en esas oportunidades, los protagonistas solían ser los hombres que lo mantenían cautivo. Sus rostros deformados, uniéndose uno con otro, y el coro de sus voces sonando sobre su oído.
Estas tampoco se habían detenido ahora que era un adulto.
La suma de años y experiencias sólo parecían fungir como un motor para esa clase de sueños. Aumentándo su número, sus temas, sus protagonistas. Aún ahora, cuando Ash vivía –la que el creía- sería la versión más tranquila de su vida, no podía escapar de ellas.
Todo lo contrario.
Se habían incrementado.
¿Cuándo es que habían comenzado a ser tan recurrentes?
Ash ya no estaba seguro. Quizá había empezado con la muerte de Shorter. Cuando sus fantasmas habían regresado, coléricos, fúricos, todos usando la piel de su amigo, reclamándole, mientras de su pecho caía una cascada de sangre, y las manos de Ash se teñían de rojo.
O, quizá, había sido tras el regresdo de Eiji.
Eiji, quien convaleciente aún necesitaba de un par de muletas para caminar, y cuya presencia sólo hacía que Ash quisiera huir. Huir, y nunca mirar atrás.
Eiji, quien en sus sueños le susurraba palabras de cariño, que se terminaban convirtiendo en suplicas con tonos de horror, mientras su cuerpo intentaba escapar de debajo del de Ash. O en otros, donde los ojos sin vida de Eiji le miraban fijamente, mientras Ash podía sentir cómo es que el calor abandonaba su cuerpo. Cómo es que su corazón dejaba de latir, y el último aliento del omega, sólo resonaba con un nombre. El suyo.
Ash recordaba haber hablado de eso con la terapeuta, en una de las multiples oportunidades, donde se permitiera ser un poco más abierto, sobre un tema que no fuera Eiji
—Eso no es malo—Recordaba que le había dicho Paris, su psicólogo, mientras anotaba un par de cosas en la libreta que siempre tenía encima—Que tu cuerpo se permita tenerlas, es el primer paso. Estas aceptando que estas herido, profundamente.
Ash recordaba haber bufado.
—¿Y eso de qué me sirve? —le había dicho, mientras se recostaba en el incómodo diván, e intentaba centrar su atención en cualquier cosa que no fuera el rostro del doctor—No necesito de un estúpido sueño para saber que estoy enfermo.
Ni roto.
Ni podrido.
—Se supone que ese es el motivo por el cual estoy sentado aquí ahora, ¿no?
Eso no hacía ninguna clase de sentido para él.
Sin embargo, el galeno simplemente se había quedado observándole, con algo que Ash no había sabido reconocer, antes de intentarle explicar.
—¿Sabes por qué el periodo más vulnerable para un paciente con depresión es justo después de que comienza a tomar la medicación?
Ash recordaba haber elevado una ceja.
—No tengo idea—Había respondido honestamente—De saber que este iba a ser un examen, habría estudiado. Pero supongo que usted me lo va a decir.
Paris simplemente le había sonreído.
—Porque deja ese estado de perpetuo desasociego, Chris—Había dicho, y Ash no podría cansarse de notar lo incorrecto que sonaba ese nombre pronunciado por los labios de los extraños, aún si con los años ya había aprendido a reaccionar a él, más por reflejo que por otra cosa—comienza a tener más control sobre sí mismo. Y, entonces, puede entender un poco mejor qué es lo que de verdad le aqueja—Había dicho—Y en algunas ocasiones, es ese desinterés por ellos mismos lo que los prevenía de lastimarse en primer lugar.
Y le había dedicado una mirada, que parecía cargar más significado de lo que a él le gustaría.
—Me alegra que tuvieras a alguien a tu lado, a quien poder aferrarte.
.
Ash chasqueó la lengua, mientras observaba nuevamente el incesante repiqueteo de la pluma de su psicólogo sobre el papel. No había estado prestando mucha más atención después de aquello, dejando que el otro hombre repitiera términos que probablemente luego se dedicaría a revisar y estudiar.
Preguntó por las pastillas que le había dejado el psiquiatra, y Ash se vio obligado a intentar fingir emoción cuando le dijera que, oficialmente, ya le habían retirado todas.
Lo siguiente habían sido un par más de consejos extra, que probablemente terminarían guardados en el mismo cajón que los ejercicios de respiración que le habían enseñado para controlar sus ataques de pánico, o la de la autoexposición, que lo había tenido escribiendo sus sueños en papel, hasta que Ash simplemente había decidido que no podía seguir con eso.
Finalmente, el apretón de manos protocolar.
Una despedida escueta, y Ash era finalmente libre.
Del otro lado del pasillo, como siempre, Eiji le esperaba. Parado junto a una de las sillas, mientras le daba la espalda, envuelto en un abrigo que era un par de tallas más grande, mientras su largo cabello peleaba por salir o meterse del borde de su bufanda.
Era encantador.
Ash sintió una pequeña sonrisa formarse en su rostro, mientras aceleraba el paso, y estiraba la mano para tocar los dedos de su esposo.
—Eiji...
Llamó, sin embargo; toda la respuesta que recibió fue una mirada que pasó de la indiferencia al rechazo, en menos de un segundo.
La mano de Eiji se apartó, y Ash sintió sus dedos temblar, ante la violenta respuesta.
—¿Eiji...?
Preguntó, mientras daba un paso hacia adelante.
Eiji sólo se alejó más, mientras sus brazos se aferraban a su figura.
—No me toques.
Espetó, mientras le observaba con el ceño fruncido, y comenzaba a avanzar, sin mirarle atrás.
Ash sintió como el calor dejaba su cuerpo, mientras dos cosas apenas se registraban en su cerebro.
La primera, era la manera en la que Eiji le miraba. Esa no sólo era una mirada de rechazo. Eran los ojos del miedo.
La segunda, era la figura de Eiji.
Su vientre había desaparecido.
—¡Espera! ¡Eiji!—llamó, mientras intentaba alcanzarle, colocando una mano sobre su hombro—¡¿Qué ocurre?! ¡¿Dónde está Griffin?!
Eiji lo apartó de un movimiento violento. El eco del golpe resonó en los oídos de Ash, haciendo que se detuviera.
—Y todavía lo preguntas...—Masculló, con un tono de frustración que Ash no le había conocido antes—...Como si fuera a dejar que te acercaras así a él—su nariz se frunció, en un rictus que Ash conocía demasiado bien: Era asco.
—Qué...
Eiji se apartó mas, elevando una de sus manos con cuidado, y cubriendo parte de su rostro con ella.
—¿Te has visto, Ash?—preguntó, mientras daba un paso hacia atrás—¿Acaso te has olido?...No, simplemente no, Ash.
—Yo no...
Pero Eiji no le dejó terminar.
—No quiero estar con alguien como tú.
Espetó, al tiempo que se terminaba de girar, y una nueva mano; mucho más grande, descansaba sobre su hombro, haciéndole a su pecho.
Al pecho de Sing.
Ash sintió que su corazón se detenía.
—Ya lo escuchaste, Ash—dijo el otro alfa, con simpleza, mientras se colocaba como un muro infranqueable entre él y su marido—No le hagas repetirlo de nuevo. Vete.
Las piernas de Ash temblaron.
—Ei... Eiji, espera, ¡Espera!
.
Ash abrió los ojos, al mismo tiempo que un grito escapaba de su garganta, mientras su mano se alzaba frente a él, como si intentara atrapar algo invisible que se alzaba frente a él.
Su respiración agitada y el latido de su corazón, que se podía sentir casí hasta sus oídos, le hicieron tardar más en poder asirse a la realidad.
Dejó que sus manos temblorosas se pegaran a su rostro, mientras contaba internamente en revesar, volviendo a recostarse.
Del diez hacia atrás, como le habían enseñado.
—¿Esto también es una buena señal, doctor?
Preguntó.
Sin embargo, no obtuvo ninguna clase de respuesta
Yut Lung se acomodó como pudo sobre el sofá de su oficina, tras la ardua tarea de mover la gran pila de papeles que descansaba en su escritorio hacia el suelo. Claro, no sin antes asegurarse de tener la puerta cerrada. Pues, desde que Sing hubiera estado oficialmente fuera de sus filas, sus hombres no paraban de dedicarles miradas que Yut Lung no sabía si describir como preocupación, consternación, o lástima.
Yut Lung odiaba las tres. Especialmente la última. Sin embargo, no podía permitirse a sí mismo quedarse sin personal. No tenía la energía mental ni física para volver a pasar por un proceso de contrata, al menos; no de momento.
Había otros más atrevidos, incluso, que se detenían un momento para dedicarle unas miradas más largas, como si quisieran preguntarle algo. Yut Lung, para esta clase de especímenes, también tenía una respuesta: Sonrisas. Amplias y cálidas, como salidas de un comercial. Falsas y fabricadas, mientras les preguntaba si querían algo.
Eso era suficiente como para hacer que cualquiera de ellos se sintiera incómodo, y tras una disculpa murmurada a medias, desaparecieran de su vista.
¿Cómo iba la frase? ¿Mátalos con dulzura?
Yut Lung podía aprender a hacerlo.
Después de todo, Yut Lung creía que cualquiera que lo conociera lo suficiente, ya debía estar curtido ante sus repentido brotes de cólera, como para encontrarlos extraños. Quizá, sólo quizá, era momento de intentar lo segundo.
Tomó una gran pila de documentos, mientras los revisaba sin cuidado.
—Miren toda esta basura...
Murmuró para sus bebés, mientras con su mano libre acariciaba con cuidado su gigantesco vientre. Los pequeños, quienes en ese último tiempo habían comenzado a moverse de manera menos estrepitosa, parecieron dar un pequeño golpe a donde su mano descansaba.
Yut Lung sonrió, al sentirse reconocido.
Sus pequeños habían sufrido un cambio considerable, pasando de hacerse notar con movimientos violentos que no parecían tener ton ni son, como si el vientre de su madre de pronto les quedara pequeño, a sólo presentarse con uno o dos golpes al día, dejando que el resto del tiempo lo único que acompañara a Yut Lung fuera el temblor más suave, que en su momento podría haber comparado al alaeteo de mariposas. El cambio había sido tan abrupto que Yut Lung no había tardado en contactar con su médico privado. Quien, tras muchos exámenes, le había asegurado que todo estaba bien con los pequeños. Él sólo había podido agradecer en ese momento, mientras intentaba ignorar la voz del fondo de su cabeza, que con sorna parecía decirle, que para él nunca se moverían igual que como lo hacían para Sing.
—Contratos, Rutas de comercio, listas de mercancía—Ennumero, mientras pasaba los folios con rapidez, y fruncía el ceño al notar las interminables listas. Los interminables nombres—Ustedes son muy pequeños para saberlo aún—siguió, mientras su mano continuaba con el movimiento curvilíneo sobre su figura—pero supongo que todo esto será de ustedes un día...
Musitó, mientras le dedicaba una mirada llena de ira a los multiples folio que descansaban sobre sus dedos, antes de lanzarlos al suelo, dejando que se desparramaran sin cuidado.
—Qué herencia de mierda, ¿no?
Se jactó, con gracia, dejando que su espalda se recostara contra el sofá, intentando aliviar un poco el dolor que cargar con dos seres vivos le causaba en el ciático.
—Y aunque no lo crean, antes era peor, mucho peor...—rememoró, al tiempo que el rostro de sus hermanos llegaba a su mente, con forma de fantasmas en blanco y negro. Sus voces. Sus manos. Sus ojos—Tendré que confiar en que ustedes no se atormenten el un al otro... ¿Qué se quieran? ¿Es eso posible...?
Preguntó, a nadie en específico, mientras se volvía a acomodar y observaba el sin fin de papeles, colocados uno sobre otro, y desplomados en el suelo.
—Cuando se vive entre estas cosas....
Sus manos viajaron a su cabello, peinándolo, como solía hacer cuando se sentía nervioso.
—Este lugar solía estar lleno, ¿saben? Personas yendo y viniendo—rememoró—Sus tíos, para ser más exactos. Y sus primos, a veces, también.
Una risa ahogada escapó de sus labios.
—Agradezcamos que ustedes no existían cuando eso pasaba... digamos que era más, una especie de guerra familiar...—donde era Yut Lung versus sus hermanos. Yut Lung, versus el mundo—Aunque... quizá habría sido más exacto decir que fue una mantanza, antes que una guerra.
Se apresuró a asegurar, mientras recordaba los multiples titulares que habían asaltado las primeras páginas de los periódicos, los reportajes en los noticieros. Haciendo tanto ruido, que incluso la prensa internacional había querido tener una probada de la primicia.
El clan Lee estaba siendo eliminado.
Y nadie sabía quién lo estaba haciendo.
—Aunque no hay nada que temer, su madre salió victorioso, después de todo—les relató, con un tono un poco más dulce, mientras intentaba ignorar el desastre de su oficina, y colocaba ambas manos sobre su vientre—Después de tantas adversidades y suplicios. Aún con todas las humillaciones... su madre ganó.
Musitó, siendo invadido por la imagen del rostro de su propia madre, quien tras abrazarlo con fuerza; como si algo o alguien pudiera apartarlos, le prometía que siempre estaría a su lado, sin importar qué.
Yut Lung recordaba que en ese momento, no había podido entender porqué le decía aquello.
—¿Por qué no te quedarías conmigo?
Preguntaría él, con el rostro fruncido por la frustración característica de su edad. La misma que le producía que no le explicaran porqué el cielo era azul, o porqué las plantas eran verdes.
Su madre sólo negaría suavemente, haciendo de menos su cuestionamiento, mientras besaba su frente.
—Sabes cariño, algún día me gustaría llevarte al pueblo donde nací.
Y, ante una nueva pieza de información, Yut Lung pronto olvidaría su enfado inicial, concentrado en cambio en una nueva duda naciente en su pequeña cabeza de cachorro.
—¿No naciste aquí?
Preguntó, mientras sus manos tomaban las de su madre, quien sólo podría reir, mientras negaba lentamente.
—Claro que no—Recordaba que le había dicho, mientras acariciaba su cabello—Yo nací en el campo.
Yut Lung había parpadeado.
—¿El campo?
—Uhum. Donde todo era verde, y había muchos animales—Le habría asegurado, tocando su nariz con cariño—Era muy bonito, aún puedo recordar un poco... si cierro los ojos.
Le habría confesado, mientras pegaba sus frentes en un gesto de cariño, haciéndole reir.
—El canto de las aves y el olor de la lluvia sobre la tierra.
Yut Lung casi había podido imaginarlo. Aún si las únicas aves que escuchaba eran los pequeños canarios que el hombre que a veces venía a jugar con él le había regalado para su cumpleaños. Y, si la única tierra húmeda que podía oler, era la del jardín después de la lluvia.
—¿Y por qué vinieron aquí?
Había preguntado, con la curiosidad que siempre le había caracterizado.
El semblante de su madre había cambiado entonces, tiñéndose de algoque Yut Lung solo aprendería a reconocer años después: tristeza.
—Porque mis padres buscaban cosas mejores...
—¿Mejores?
Su madre pareció forzar una sonrisa.
—Para mamá...
Yut Lung no pudo evitar imitar su sonrisa.
—¡Para mamá!
Su madre tardó un poco en responder.
—Sí... para mí...
Yut Lung no lo habría notado sino hasta años después- intentando revivir las pocas memorias que aún tenía de su infancia, pero en ese momento, probablemente el brillo en la mirada de su madre, fuera más por las lágrimas, y no por el bello recuerdo de una vida lejos de las amplias paredes de la mansión en la cual residían.
—Oye mamá—Recordaba haber dicho él, más movido por la segunda opción—Quiero conocer donde naciste. ¿Podemos ir?
Esa simple pregunta parecía haber sido suficiente para taer de regreso a su madre al presente.
—Oh, cariño...—Le dijo, mientras sus manos tomaban su pequeño rostro—No creo que podamos salir de aquí por el momento.
Y allí estaba de nuevo.
El ceño fruncido de un infante.
—¿Por qué?
Preguntó, mientras inflaba los mofletes.
Su madre pareció dudar un momento.
—Bueno...—murmuró—aún estás muy pequeño...—Yut Lung recordaba haber lanzado un gemido de queja, mientras su madre sonreía, y lo tomaba en brazos, haciendo que él se acurrucara bajo el lugar donde tenía su glándula de aroma, en busca de consuelo, haciendo sin querer- demasiado notorio el problema de su edad. Era, después de todo, demasiado pequeño de verdad—Pero cuando crezcas... cuando crezcas, quizá podamos ir—Recordaba que le había dicho—Quizá... puedas llevar a mamá de regreso, para ver su vieja casa, una vez más...
Yut Lung no estaba seguro si era la neblina del tiempo. Del entendimiendo. De hacerse adulto.
Pero ahora, podía jurar, que aquello había sido una súplica.
—¡Promesa!
Sin embargo, y siendo sólo un cachorro, eso era lo único que había podido responder.
.
—Su madre es libre...—volvió a repetir Yut Lung, como si de un mantra se tratara. Uno que le ayudara a asirse a su realidad. A su presente. A su ahora.
Era libre...
Del control de sus hermanos.
De su apellido.
¿De su destino?
—Y este es mi premio...
Musitó para el mismo, mientras la multitudinaria cantidad de hojas parecía devolverle la mirada, burlona.
—Premio de mierda.
Gruñó, enviándolas lejos, de una patada.
Ash se dobló sobre sí mismo, mientras dejaba que sus codos chocaran contra la barra del club. La música, que Ash ya no conocía –cosa de jóvenes, se dijo- sonaba con fuerza contra sus oídos, en una mezcla de letras que Ash no se molestaría en aprender, ni analizar.
Los aromas, también, se arremolinaban a su alrededor, mezclando el almizcle y los aromas dulzones de todos los presentes, con el del licor barato y el humo del cigarrillo.
Era vomitivo. Pero Ash ya estaba acostumbrado a eso.
Tomó el vaso de wiskey que descaba frente a él, y sin miramiento alguno, ahogó lo poco que quedaba de un solo trago.
Tan pronto el cristal volvió a golpear a la mesa, una voz le llamó desde un lado, al tiempo que el sonido de otra butaca siendo arrastrada se dejó escuchar.
—Hola, guapo—le dijeron, con un tono que intentaba sonar coquetamente pegajoso—¿Vienes aquí a menudo?
Ash tuvo que ahogar una risa sardónica, mientras se giraba lentamente, elevando una ceja.
—Creo que vengo con la misma frecuencia que tú, Shorter.
El mentado sonrió, con una expresión pagada de si misma, mientras se elevaba ligeramente de hombros.
—Bueno, licor barato y un buen entretenimiento visual si uno tiene suerte—Explicó, mientras giraba el rostro para observar a las personas en la improvisada pista de bailar—¿Qué más puedo pedir?
Ash se elevó de hombros, sin tener una respuesta real para esa clase de cuestionamiento. En cambio, y al no tener más licor en su propio vaso, se quedó observando el cabello de su amigo, que pronto ya llegaría hasta sus hombros. Un estilo que, aunque creía que la misma Nadia ya le había dicho no le quedaba bien, él seguía manteniendo.
Ash no tenía problema alguno con ello, sólo por un pequeño detalle.
—¿Cuánto tiempo más seguirás tiñéndolo?
Preguntó. Shorter tardó un par de segundos en entender a qué se referia, y cuando lo hizo, sólo pudo sonreír.
—Todo el tiempo que este colo me siga sentando bien—explicó—así que tienes tinte morado para rato, amigo.
Ash no pudo evitar bufar.
—Acéptalo ya, Shorter. Estás viejo.
El otro alfa le rodó los ojos.
—La edad es lo que sientes por dentro, Ash—dijo, mientras se señalaba entero—Y lo que proyectas por fuera—puntuó, mientras le fruncía el ceño—Por otro lado, amigo, tú sí luces acabado. El divorcio te ha sentado terrible.
Ash hizo una mueca de gracia maltrecha.
—¿A quién no?
Shorter no tardó en responder.
—A Eiji.
Auch. Pensó Ash. Golpe bajo.
—Sí—dijo, mientras suspiraba—Cierto. A Eiji.
Completó, mientras un nuevo temblor invadió sus manos. Extrañó nuevamente el sabor de licor barato en sus labios.
—...¿Cómo está Griff?
Terminó preguntando, después de unos segundos en silencio. Por la risa ahogada de Shorter, Ash supo que estaba esperando algo así.
—Grande.
Respondió.
—¿Grande?
Repitió Ash, con una expresión de fastidio.
Shorter bufó.
—¿Qué demonios quieres que te diga, Ash?—espetó, mientras le dedicaba una mirada llena de dureza—¿No deberías ser ti mismo quien vaya a ver a tu propio hijo? Para que sepas cómo demonios está.
Ash sintió la ira residir en su estómago, y su amigo, al notarlo, también suavizó su expresión.
—No puedo ir allí, Shorter...no puedo, es lo mejor.
El mentado le dedicó una larga mirada.
—¿Mejor para quién?
Ash se llevó una mano a la frente.
—¿Para mí? ¿Para él? Para ellos... para todos...
Dijo, mientras ahogaba su tono.
Shorter no dijo más por un rato, sólo observando su rostro, y Ash no pudo evitar sentirse juzgado, como cada vez que tocaban el tema de Griffin. Como cada vez que Shorter regresaba de la casa de Eiji.
—Sing le estaba enseñando a andar en bicicleta la última vez que los vi—Terminó diciendo entonces, como quien no quería la cosa—Tiene una nueva. Es de color rojo. Creo que se la compró Max.
Ash rió sin ganas.
—No es como si yo pudiera enseñarle eso.
Shorter negó la cabeza, en un gesto de incredulidad.
—Supongo que tampoco puedes enseñrle qué significa quedarte.
Quedarse...
"Un acto de confianza y amor, a menudo descifrado por los niños"
Como se lo había leído a Griffin, alguna vez.
.
Cuando Ash abrió los ojos, lo único que puedo hacer, fue reír. Aún si no había nadie allí para escucharle.
Max sacó el cigarrillo que había tenido oculto en su chaqueta, y con un encendedor que había recidibo en el último puesto de descanso lo prendió con premura, mientras su mano protegía la débil llama de las corrientes. Un poco de arena entró a sus ojos, pero para ese momento, ya no lo encontraba tan molesto como durante sus primeros meses de estancia en Irack, cuando sus tropas apenas se estaban asentando.
El frío de la noche aún era un dolor de cabeza, pero el pequeño puesto entre las barracas que él y su escuadrón habían logrado levantar, hacía el trabajo perfecto manteniendo el calor.
Tomó una calada larga a su cigarrillo, mientras cerraba los ojos e imaginaba una ducha caliente y una buena comida en su pequeño y maltrecho departamento de soltero, cuando el sonido de pasos en su espalda lo hizo elevar una ceja, al tiempo que dejaba que el humo escapara entre sus labios.
—Griff.
Llamó, mientras se giraba levemente.
El beta le regaló una sonrisa, mientras se sentaba a su lado.
—¿De verdad escogiste los cigarrillos? Eso es malo para tu salud.
Max rió con gracia.
—Tenía un encendedor. Si podía escoger algo del botín que se nos ofrece, ¿por qué no los cigarrillos? —preguntó—¿Qué escogiste tú?
Griffin rebuscó entre los bolsillos de su uniforme, antes de mostrarle una barra de color plateado, sin marca.
—Barra de chocolate—explicó con simpleza, antes de partirla a la mitad, y ofrecerle la mitad—Ten. Para el frío.
Max sonrió con cariño, mientras recibía el dulce.
—¿No puedes dormir, Griff?
Preguntó entonces, ganándose un pequeño movimiento de hombros como respuesta.
—Quién podría... en medio de todo esto.
Max sintió su expresión suavizarse, mientras se estiraba, y le dejaba un beso en el hombro.
—Estamos en zona segura, Griff—pidió, mientras tomaba su mano y besaba sus nudillos—Y es mi turno de guardia. Deberías aprovechar y cerrar un poco los ojos, mañana probablemente no tengamos la misma suerte...
Griffin le dedicó una sonrisa cándida, mientras negaba levemente. Aún si esto no trajo ninguna clase de tranquilidad al fuero interno de Max.
La guerra era dura. Para todos.
Pero Max sabía que el cansancio que reflejaba el rostro de Griffin, en profundas ojeras, en lo demacrado de su rostro, y en la falta de brillo de su mirada, se debía a más cosas que sólo a la falta de sueño.
—Creo que no podría concilia el sueño, así que decidí acompañarte.
Max apretó los labios.
—¿Por qué?
Preguntó, aún si se sabía al menos una media docena de motivos.
Griffin se acomodó mejor contra su hombro, mientras mordía un pedazo del chocolate que acababa de partir.
—Pensaba—explicó con simpleza—en muchas cosas.
Max sonrió, mientras acomodaba su brazo alrededor del cuerpo de Griffin.
—¿Te importaría elaborar?
El mentado rio.
—En nosotros, por ejemplo.
Max sintió parte de su rostro arder.
—Oh, Griff—masculló, mientras con su mano libre rascaba la parte trasera de su nuca—No creo que esta sea la mejor charla para un momento así-
El rostro de su novio se tiñó de escarlata.
—¡No esa clase de cosas!
Max estalló en carcajadas, y aunque Griffin se quejó de su falta de tino para decir las cosas, no evitó que sus labios se unieran cuando se acercó para besarle.
—¿Entonces?
Intentó de nueva cuenta.
Los ojos de Griffin se enarcaron, y su boca pareció fruncirse, antes de hablar.
—Max...—murmuró—¿Algún día querrás un omega?
Max sólo pudo quedarse en silencio. Mientras las palabras de Griffin terminaban de registrarse en su mente.
—¿Qué? —repitió luego de un rato, completamente patidifuso—¿Por qué la pregunta tan repentina?
Griffin se elevó de hombros.
—¿No escuchaste lo que dijo Jhonson hoy en la guardia matutina?
Max no pudo evitar golpearse en la frente. Jhonson era un compañero de pelotón, un alfa de nivel medio que había nacido en Missisipi. Y, que si le preguntaban a Max, tenía más boca que cerebro. Hablando sin parar de todos los omegas que tendría a sus pies una vez regresaran a casa, porque las "perras" se mojaban al ver medallas y condecoraciones.
"Amigo, ¿Qué acaso no tienes una novia beta esperándote? Hace unos meses no parabas de presumir por eso"
Recordaba que le había dicho, más porque ya estaba arto de su voz que por preocupación.
"Pasado, pasado" Había asegurado él "No puedes ponerlos en la misma categoría, Max. Hay cosas que ella no podría darme"
—Griff, no me digas que en serio me consideras de la misma calaña que ese idiota—se quejó Max, mientras se señalaba—¡Soy yo!
Griffin rio.
—No lo digo por eso...
—¿Entonces?
Griffin lanzó un suspiro, mientras se acomodaba mejor al hombro de Mx.
—...Es verdad que habrá cosas que yo no podré darte.
Razonó con tranquilidad, como si hablara de sus poemas. O como si hablara de las praderas de su hogar.
Max sintió algo en su pecho contraerse.
—Oh, Griff...—musitó, mientras dejaba que su agarre en el otro hombre se hiciera más fuerte. Dejando que su aroma se impreganara en su nariz, y que el calor de su cuerpo se uniera al suyo—No necesito nada, solo que seas tú...
Aseguró, pero Griffin no parecía convencido.
—Eso dices ahora... pero llegaran los años, Max—aseguró, mientras sus ojos parecían perderse en la pequeña fogata que acababan de levantar—Las ganas de tener una familia.
Max no dejó que terminara, callándole con un beso.
—Y me pondré viejo, gordo, y con canas, de seguro. Es más, si tengo la suerte de heredar la genética de mi padre, quizá hasta llegue a ser algo calvo—aseguró, mientras dejaba que sus ojos se perdieran en los de Griffin—Y cuando lleguen las ganas de tener una familia, la tendré—dijo, sonriendo—Seremos tú, yo y Aslan.
—Aslan...
El rostro de Griffin pareció iluminarse ante la mención de su hermano.
Max sonrió de nuva cuenta.
—¡Claro!, nuestro Aslan.
Griffin dejó que sus frentes se unieran, y Max pudo jurar que sintió las tan llamadas mariposas en el estómago, de las cuales se había burlado al ser un adolescente, cuando escuchara esa frase siendo soltada en alguna conversación casual.
—¿Me lo prometes?
Le susurró, casi como si de un secreto se tratarse.
—¿Qué cosa?
—Que cuidaras de él...
Max sonrió.
—Claro que sí.
Griffin dejó un último beso, esta vez, en su frente.
—Gracias, Max...Max, Max, ¡Max!
.
.
La voz de Griffin se perdió en en el mar de sus recuerdos, siendo remplazada por la de su jefe, quien con semblante preocupado le miraba desde arriba.
Se había quedado dormido.
Maldita sea.
—Max, dios mio...—bufó el hombre, mientras se masajeaba el puente de la nariz—¿Qué pasa? Es la segunda vez que te duermes en la semana, ¿Tienes problemas en casa, acaso?
Preguntó, mientras bajaba la voz, para evitar llamar la atención de las personas que pudieran pasar cerca de su cubículo.
Max tuvo que pelear con el bostezo que pugnaba por escapar de sus labios, y con el ardor de sus ojos, que se traduciría en un lagrimeo.
—Algo así...—confesó, apenado, mientras hundía su rostro entre sus manos.
El otro hombre soltó un suspiro.
—Mira, Max—dijo, con el tono paternalista que solía utilizar cada vez que hablaban de algo que no tuviera que ver con el trabajo—Si necesitas tiempo para arreglar tus asuntos, lo entenderé. Prefiero eso a que descuides tu salud y tu trabajo. ¿Está bien?
Max sintió algo parecido a la vergüenza teñir sus facciones, mientras asentía lentamente.
—Gracias—Musitó—Lo lamento.
El mentado le dio un par de palmadas en los hombros.
—Tranquilo, hombre. Todos tenemos cosas que hacer—le aseguró—asegúrate de no dejar cosas pendientes. Esos fantasmas no nos abandonan fácilmente.
Aseguró, antes de irse, mientras Max –aún con el rostro hundido en sus manos- le observaba avanzar a través del pasillo, perdiéndose entre las oficinas que eran adyacentes a la suya.
Fantasmas, eh...
—No la mejor manera de darme recordatorios, Griffin.
Ash observó la espalda de Sing alejarse. Con un caminar que demostraba claramente su enfado, si es que el grito anterior que le había dedicado no había hecho ya con claridad.
Sin embargo, y aunque algo en su interior le instara a mantenerse callado, su lengua pareció actuar mucho más rápido que su cerebro.
—¿Por qué te importa tanto?
Preguntó, mientras sus dedos se aferraban con más fuerza a la carta que le acababa de entregar.
La carta de Eiji.
Sing detuvo su andar, al tiempo que se giraba y le dedicaba una mirada confundida. Parpadeó un par de veces y Ash fue capaz de notar el leve sonrojo que se formó en sus mejillas.
"oh"
Pensó.
"Debí verlo venir"
—Porqué no habría de importarme—espetó Sing, a la defensiva—Eiji es mi amigo, y no entiendo qué ve en alguien tan idiota como tú.
Exclamó, como quien dice una verdad universal, girándose nuevamente. Regalándole la visión de su espalda.
Ash creía que ya la había visto antes.
¿Lo había hecho?
Claro que lo había hecho.
—No te merecesa que a alguien le importes tanto. No cuando te comportas así.
Aseguró, antes de hecharse a correr.
Ash nisiqueira tuvo tiempo de abrir la carta, antes de que el cuchillo atravesara su abdomen esta vez.
La imagen de Lao, oculta en medio de una capucha negra, se perdió en su mirar. Sus facciones desapareciendo entre las sombras causadas por la tela.
Estaba seguro de que le dijo algo. Podía escucharlo. Las palabras rebotando contra sus oídos, pero ningún mensaje llegó a registrar realmente.
Ash dio un par de pasos hacia atrás, mientras intentaba recuperar el equilibrio. La figura de Lao ya había desaparecido del camino, y todo lo que le saludaba, era la vía pública completamente vacía.
Sing no estaba allí.
Y no tenía planes de regresar.
No tardó mucho en entender eso.
Observó sus manos entonces, cubiertas de rojo escarlata, sus dedos aún presionando el papel con fuerza.
Las últimas palabras de Eiji para él.
Su último regalo.
Su tesoro.
Sus pies parecieron decidir por él antes de que la idea se simentara por completo en el fuero interno de Ash. Lo llevaban de regreso a la biblioteca. Al lugar que tan bien conocía, donde pasaba sus horas de paz, el lugar que rara vez quería abandonar.
Abrió la misiva con cuidado, y repasó la tinta que el puño de Eiji le había escrito.
Una sonrisa se dibujó en sus labios ante las promesas.
Ante el cariño libre de intercambios. Ante lo incondicional.
Los ojos le pesaron y dejó que su rostro descansase sobre la madera, mientras sus ojos se cerraban.
Mientras él se dejaba ir.
.
Abrió los ojos lentamente. El sudor de su frente y su respiración agitada le dijeron que aún tenía fiebre.
—Otra vez...
Masculló con debilidad, mientras se giraba perezosamente hacia la derecha, incapaz de dedicarle más fuerza a cualquier actividad que no fuera respirar.
Se mantuvo quieto un momento, mientras intentaba que su vista se acostumbrara a la oscuridad del cuarto. Ni siqueira se había molestado en abrir las cortinas.
Cuando finalmente lo logró, la silueta de su celular le saludó; abandonado como estaba, en la mesa de noche. Estiró los dedos, quitándolo del cargador, donde no recordaba haberlo conectado.
El doctor.
Pensó entonces, sin darle mucha importancia.
No tenía señal, el modo avión activado desde que hubiera puesto un pie allí, suponía.
Entrecerró los ojos levemente, mientras su retina se acostumbraba al brillo de los números blancos en el fondo de pantalla. Y, cuando la fecha registró en su cerebro, sintió que algo le golpeaba con fuerza en el estómago.
La culpa.
Una de las últimas citas de Eiji sería en dos días.
Eso quería decir que ya había pasado más de una semana lejos de casa. Y, que Eiji ya casí cumpliría los ocho meses.
Su estómago se tensó, mientras un sudor frío recorría su nuca.
No tuvo mucho tiempo para intentar entender la nueva pesadilla que le había azotado, cuando la puerta de su habitación de abrió. Ash giró el rostro con rapidez, pero la imagen que le saludó fue la del doctor Meredith, quien con una sonrisa que no alacanzaba sus ojos, revisaba un papel.
Sus ojos se cruzaron, y la preocupación que manchaba su semblante se hizo más notoria.
—Estos me dicen que estás mejor—Dijo, acercandandose con lentitud. Sus exámenes hormonales, suponía, aún si ya había perdido la cuenta de cuantas veces lo habían inyectado, y cuántas muestras de sangre habían tomado de su brazo—Pero tu cara me cuenta otra historia... ¿Qué pasa, Ash?
Ash sólo pudo sonreir, mientras negaba lentamente.
Era verdad. Cada vez se sentía más dueño de su cuerpo, pero no tanto así de su mente.
—No lo sé—confesó, con una risa ahogada—El confinamiento se hace más difícil con los años, quizá...
No recordaba haberlo llevado tan mal en la prisión, al menos.
El galeno le dedicó una mirada seria, mientras dejaba que su mano buscara en el bolsillo de su gabardina. Tomó un blíster de pastillas y se lo lanzó.
Ash atrapó el paquete por acto reflejo, mientras le dedicaba una mirada confundida.
—Es para el dolor de cabeza—Explicó—Por las ojeras que tienes, dudo que estes durmiendo bien.
Ash asintió, dejándose caer nuevamente contra la almohada.
—No estás muy lejos de la verdad.
Ash pudo sentir la mirada del beta examinándolo, pero no se movió. Esperó a que se fuera, como siempre hacía. Sin embargo, esta vez, no fue el sonido de la puerta al cerrarse lo que el alertó.
Fue el de una pregunta.
—Ash, ¿Ya vas a regresar?
—¿Uhm?
Preguntó él, sin moverse de su lugar. El galeno suspiró.
—Con tu omega, quiero decir—se explicó—Con tu esposo o esosa.
Ash sintió una nueva risa nacer desde el fondo de su garganta.
—Debería, ¿no es así?
El otro hombre chasqueó la lengua, fastidiado.
—Esa no es una respuesta.
Espetó, con algo que Ash sabía era ira. Aún si nunca la había experimentado directamente del doctor dirigida hacia él.
—Es lo mejor que vas a conseguir de mí.
Aseguró, sin amilanarse.
Esperó que su interlocutor dijera algo, lo que fuera.
Sin embargo, sólo obtuvo silencio.
—Enviaré algo para comer—Dijo finalmente el doctor, mientras sus pasos le decían a Ash que ya se acercaba a la puerta nuevamente—Y esto también va a ir a tu cuenta.
Él sólo pudo agitar la mano.
—Claro...
Blanca se acomodó en el asiento de su auto, esperando.
Cuando finalmente vio al objeto de su búsqueda salir del lugar, sonrió para sí mismo. La visita médica ya había parecido haber terminado. Se camufló entre la gente que iba y venía, gangandose un par de miradas –ya fuera por su altura, o por el aura que emanaba- pero aquello no lo detuvo. En cambio, sólo continuó caminando, hasta que llegó al edificio donde sabía que Ash estaba.
La habilidad de su nariz hizo acto de presencia entonces, siguiendo el aroma que sabía tenía el galeno que al parecer estaba ayudando a Ash. Encontrar el cuarto al final del pasillo no fue difícil. Un departamento de dos por dos, con una puerta que parecía fácil de romper con un par de patadas. O, con un poco de maña al momento de jugar con la cerradura.
Blanca no quería hacer un escándalo, así que escogió la segunda opción.
La puerta no tardó en ceder, abriéndose con un sonoro rechinido, y dejando que un nuevo aroma le recibiera.
Oh.
Pensó.
Esto era nuevo.
No recordaba haberse chocado con el aroma de Ash, desde que le hubiera enseñado cómo controlarlo.
Sonrió, aún si no se sentía realmente feliz. Caminó con calma por el pasillo que sabía lo conduciría a una habitación. Y, cuando la figura de un hombre recostado en la cama le saludó, sabía que había dado en el blanco.
No como si lo hubiera dudado en primer lugar.
—¿Regresaste tan pronto?
Le preguntó él, y Blanca no pudo evitar ahogar una pequeña carcajada.
—No creí que me estuvieras esperando, querido.
Saludó. Y, sólo tras decir la primera palabra, el temple entero de Ash pareció cambiar. Sentándose de golpe en la cama, con el cuerpo en posición defensiva, y los ojos desencajados.
Oh.
Allí estaba de nuevo.
Miedo.
—Si no pudiste reconocerme por mi manera tan particular de caminar—Dijo, mientras continuaba avanzando, rodeando los escasos muebles que estaban repartidos por el cuarto—Creo que esto de verdad debe estar afectándote.
Propuso, mientras se sentaba en el borde de la cama, y notaba cómo los ojos de Ash le seguían en completo silencio, estudiando cada uno de sus movimientos.
Esperando que cometira el más mínimo de los errores.
—Así que—pidió—Háblame, Ash. ¿Qué está pasando contigo?
Yut Lung sólo notó que tenía público, cuando una voz; en mismas cantidades nerviosa y angustiada, le preguntó casi en un grito.
—¡Mi señor! ¡¿Qué está haciendo?!
Sin embargo, y aún con el sonido de más pasos acercándose a prisa a través del pasillo, no se detuvo.
Sus manos siguieron tomando todas las carpetas que tenía almacenadas en sus anaqueles, revisándolas de manera sentenciosa, antes de lanzarlas hacia un lado con expresión asqueada.
—Buscaba algo.
Respondió con simpleza, mientras continuaba con su tarea.
La persona detrás de él pareció trastabillar con las palabras.
—Pero- ¿Qué busca?—Cuestionó, mientras avanzaba un poco—Si necesita nuestra ayuda podemos-
Yut Lung no le dejó terminar.
—No—espetó con dureza, mientras una nueva carpeta salía despedida de sus manos, estampando con el suelo y quedando abierta por entero, los folios que en su momento hubieran estado perfectamente ordenados ahora desparramados por el suelo—Quiero hacer esto solo.
Sentenció, casi como si gruñera, al tiempo que giraba el rostro y dedicaba una mirada aguda a su nuevo adquirido público.
Sendas expresiones de sorpresa le saludaron, tantas qué, Yut Lung no pudo evitar pensar si alguno de los allí presentes sería capaz de plantársele y reclarmarle. Como Sing lo haría, completó su mente, aún sin su permiso.
Sin embargo, y más acorde al conocimiento que tenía de su personal, nadie se movió. En cambio, algunos apartaron la mirada, mientras otros sólo hacían una pequeña reverencia de entendimiento, antes de dejar la habitación, cerrando la puerta detrás de ellos.
Yut Lung rió, completamente divertido.
—Pusilánimes, ¿eh? —preguntó, mientras su mirada se quedaba en la puerta, aún con la esperanza de que alguien se atreviera a cruzar el umbral. Sin embargo, no pasó—Ridículo—Musitó—Un omega embarazado no debería dar tanto miedo.
Espetó, mientras examinaba con cuidado la nueva carpeta que había terminado en sus manos.
Donde llevaba las cuentas del movimiento de mercancía que había comenzado a realizar a través del país.
—Estar aquí sí...
—¿Estás seguro de que está bien que salgas?
Preguntó Blanca, mientras comenzaba su andar. Podía notar un par de miradas puestas sobre ellos, justo como cuando hubiera llegado. Pero, e igual que en ese momento, nadie se acercó a detenerles.
Aunque, para ser justos, dudaba que alguien tuviera tan poco tino como para intentar interactuar con un par de alfas con la apariencia que tenían ellos.
Especialmente la de Ash.
—No pensaba quedarme allí contigo.
Espetó con hastío Ash, mientras le dedicaba una mirada cansada, y escondía las manos en los bolsillos de su gabardina.
Estaba sucia.
Blanca intentó hacer números mentalmente.
Definitivamente. Al menos una semana de uso.
—¿No tienes una bonita casa a la cual regresar?—preguntó él, ignorando por completo la mala actitud de su ex alumno—Una donde podrías conseguir ropa limpia.
Ash chasqueó la lengua como respuesta.
—¿Y tú no tienes mejores cosas que hacer? —Masculló, caminando sin ton ni son hacia un callejón, al cual Blanca lo siguió sin rechistar—Necesitaba aire fresco.
—¿Para pensar? —ofreció Blanca, con una sonrisa que intentaba ser conciliadora.
Ash le miró con ojos enmarcados por ojeras.
—Para dejar de pensar.
Le aseguró.
Blanca enarcó una ceja.
—¿En qué?
Preguntó, mientras intentaba analizar algo más en la figura de Ash.
De pies a cabeza. Era un desastre.
—No lo sé...—repuso el mentado—En todo, quizá...
Blanca probó su suerte.
—¿En Eiji y el bebé?
Ash suspiró, mientras dejaba que su cabeza colgara. Blanca sintió una pequeña espina de interés golpeatear contra la base de su nuca.
—Vaya... no me dijiste que no me metiera en tu vida—masculló, recordando la infinidad de veces en las que Ash le hubiera espetado, haciendo gala de su mejor lado protector, que mantuviera el nombre de su marido lejos de su boca—Eso no se ve bien.
Ash rió con sorna.
—Como si alguna vez hubieras hecho caso a algo que yo te dijera...—Masculló, claramente cansado—Como si te importara lo que digo...
Blanca apretó los labios.
—Claro que me importa, Ash.
Aseguró él, ganándose como única respuesta la mirada incrédula de Ash, que le regalaba una vista en primera fila de los vasos dilatados en sus ojos, que Blanca no sabría si atribuir a la falta de sueño, al llanto; o a una mezcla enfermiza de ambos.
—Lo digo en serio...
Intentó de nueva cuenta ante el silencio que siguió a su declaración, pero Ash simplemente negó con vehemencia, mientras apartaba su mirada de él, y la perdía en algún lugar del callejón.
—Creo que... comienzso a pensar que tienes razón.
Dijo entonces, haciendo que la expresión de Blanca se suavizara.
—Eso sería nuevo...—aseguró, mientras intentaba volver a encontrar los ojos de Ash, quien aún lucía esquivo—¿Sobre qué?
—Sobre lo que me dijiste...—murmuró, antes de aclarar—Sobre mí...—Espetó, mientras sus manos parecían hacerse puños—Sobre la clase de vida que puedo vivir, sobre las cosas que puedo hacer...
Blanca no le dejó terminar.
—Te he visto hacer muchísimas cosas, Ash.
El mentado rio, con diversión.
—Bueno—remarcó entonces—Las cosas que puedo hacer, y para las que soy bueno.
Blanca afirmó su expresión.
—Esas suelen superponerse.
Ash entonces volvió a observarle, con una expresión demasiado pagada de sí misma.
—¿Cómo contigo?
Preguntó, haciendo que Blanca parpadeara.
—¿Perdona?
Ash se apresuró a aclarar.
—Siempre dijiste que era muy bueno para todo. Casi un genio, ¿recuerdas? —preguntó, mientras dejaba su lugar contra una pared, y se acercaba un par de pasos en su dirección—¿No es lo mismo contigo?
Cuestionó.
Blanca se llevó una mano al pecho.
—Me halagas—aseguró—Aunque no creo que ese sea el fin de tus palabras.
Ash le dio la razón, negando con la cabeza.
—Creo que somos más parecidos de lo que imaginaba...
—¿Uhm?
—Tú no tienes una vida normal—Dijo, a modo de explicación—y, ¿sabes? Siempre me pregunté porqué. Dices que eres libre, pero tu libertad...—las manos de Ash se movieron en círculos, casi como si las palabras parecieran rehuirle—siempre me pareció escapista. Eso es. Siempre me parecía que huías. Pero nunca entendía de quién, o de qué.
Le confesó, mientras sus ojos, tan fríos como el jade, se clavaban en su figura. Buscando, inquiriendo.
—Me preguntaba qué era capaz de mantenerte siempre tan a la defensiva, incluso cuando lucías tan infranqueable...—musitó, casi como si se hubiera encontrado con una epifanía—Resulta que eso de lo que huías eras... tú mismo, ¿verdad?
Finalizó, con una sonrisa que Blanca sólo le había visto una vez. Durante sus días cautivo en la mansión Golzine, cuando la anorexia hubiera hecho su camino hasta sus huesos, alejándolo de la vida poco a poco, y donde la única muestra de vida que Ash tuviera para él o para el monseur fuera las aterradoras sonrisas que a veces soltaba después de alguna particularmente acalorada discusión.
—No puedo escapar de mí mismo, Blanca...—Continuó entonces Ash, completamente ajeno a la preocupación que ahora se pintaba en su rostro, mientras miraba sus manos, como si algo las cubriera—De lo que soy... aún si intento fingirlo. Aún si intento ser alguien más...—Su voz pareció quebrarse—al final del día, sigo siendo yo...
Blanca tragó en seco, mientras daba un paso hacia adelante.
—¿Y eso qué sería, Ash?
Se atrevió a cuestionar.
Ash simplemente estiró sus brazos, mientras hacía un gesto que lo señalaba entero.
—No lo sé...—confesó, con un tono que Blanca sólo relacionaba con el llanto—Un asesino, un delincuente de mal vivir, un hombre idiota que ahora no sabe con qué cara enfrentar a su esposo...—jadeó, al tiempo que sus labios se torcían en un rictus de horror—Parecía una buena idea en su momento...no quería que Eiji me viera así... no él—Masculló, casi como un ruego—¿Pero eso es realmente justo?
Blanca volvió a intervenir.
—¿Justo? —preguntó—¿El qué?
Ash se dejó caer al suelo.
Su espalda rodando con lentitud, hasta que su cadera golpeara el suelo.
Blanca buscó sus ojos, y los encontró vacios.
—Hacerle vivir con una bomba de tiempo...—explicó, casi con un hilo de voz—Con un hombre que es ncapaz de hacer cosas que otros pueden, incapaz de darle cosas que otros sí...
Blanca apretó los labios, antes de asentir y acomodarse a su lado, sentado como podía, en medio de un destartalado callejón.
—¿No crees que es cosa de él decidir eso?
Preguntó, pero sólo obtuvo silencio.
Blanca negó categóricamente.
—A veces puedes ser muy denso, Ash...
El mentado ahogó un bufido.
—Ah, ¿sí?
Preguntó con sorna.
—Siento que no puedes ver todo lo que los demás sí-
—¿Cómo qué?—preguntó entonces él, cortando su frase a la mitad—Fuiste tú quien hizo esto, ¿no?—preguntó entonces, poniéndose de pie de repente, mientras se señalaba. —Tu Magnus Opus. Tu copia perfecta.
Blanca tardó un segundo en imitarle, abandonando su lugar en el suelo.
Negó con suavidad, antes de asegurar:
—No, Ash. Tú no eres como yo...—Dijo, con lentitud—Tú de hecho eres una buena persona—aseguró— Eres fuerte, eres un buen esposo, y realmente creo que podrías ser un gran padre...—confesó—aún si la vida nos ha tratado de manera similar, tú nunca has dejado de pelear. No has dejado de mostranos que nos equivocamos contigo, una y otra vez.
Espetó, mientras la mirada de Ash se posaba sobre él. Cuestionante.
—¿Qué te dice que no sólo te estas equivocando conmigo una vez más?
Blanca sonrió.
—Has logrado hacer una familia, mantenerla, protegerla... aún ahora...
Ash se elevó de hombros.
—Sí, bueno—masculló, como si no importara—Quizá esta es la única manera que tengo de protegerlos de verdad...alejándome. Alejándolos de todo en lo que me han convertido.
Sentenció, mientras se daba la vuelta, y emprendía lo que Blanca suponía era su camino de regreso.
—Después de todo, ¿qué de bueno podría venir de alguien como yo?
Blanca apretó la mandíbula.
—No somos lo que el mundo nos hace, Ash—dijo, mientras intentaba seguirlo—Somos lo que hacemos con lo que hicieron con nosotros.
El paso de Ash se detuvo, sólo un segundo. Para después girar el rostro, con una sonrisa que sólo podía evocar nostalgia en Blanca.
Era muy parecida a la que siempre tenía cuando le preguntaba por algún libro que de verdad le hubiera gustado.
—¿Sartré?
Preguntó.
Blanca asintió con suavidad.
—Sí.
Ash pareció analizarlo un momento, mientras la sonrisa se convertía en una de amargura.
—Bueno—razonó—Tampoco creo que haya hecho un buen trabajo moldeando lo que dejaron de mí.
Cuando Sing despertó, el reloj ya casi marcaba las diez de la mañana y su cuello gritaba por la mala posición a la cual había expuesto a sus músculos. Se estiró como pudo, y dejó que su mirada analizara su situación.
Había terminado durmiendo con la mitad del cuerpo en el suelo, mientras su espalda se doblaba sobre los cojines del sofá.
No recordaba cómo había logrado llegar allí, después de acompañar y dejar a Eiji en su propia cama, mientras le aseguraba que debía aprovechar las pocas horas de sueño que le quedaran, especialmente luego de haber llorado.
Llevó sus pies hasta la habitación del omega, y tras un silencio prolongado tras tocar la puerta, decidió que podría dar una pequeña mirada dentro.
Eiji aún descansaba, su respiración acompasada haciendo subir y bajar su cuerpo con lentitud.
Sing lo sopesó un momento, decidiendo que sería mejor no despertarle.
En cambio, se encaminó a la cocina, donde con toda la paciencia del mundo, preparó un desayuno, que tenía planeado llevarle a la cama. Mientras esperaba que el agua llegara a punto de ebullición, tomó su celular, olvidado tristemente en algún lugar de la sala. Viendo que aún tenía algo de batería, le escribió rápidamente a Max, preguntando si tenía alguna noticia de Ash.
No hubo respuesta.
Sing no se sorprendió, después de todo, era horario laboral.
Una vez pudo servir el té, con el agua caliente, llevó la bandeja hasta el cuarto de Eiji. El omega ya estaba despierto, sentado en la cama y con la mirada fija en un punto en específico.
Su vientre.
Sing no pudo evitar dibujar una mueca de preocupación.
—Eiji, ¿pasa algo?
Dijo a modo de saludo. El mentado levantó la mirada apenas, mientras sus manos presionaban su figura.
Sus ojos parecían perdidos en la bastedad del infinito, como si algo no dejara de atormentar su mente.
—Sólo...—Musitó, antes de negar levemente con la cabeza—Creo que estoy preocupado.
Sing le sonrió, comprensivamente.
—Es normal—le aseguró, mientras dejaba la fuente de comida frente a él, y Eiji le agradecía en susurros—Ven, come un poco. ¿Sí?
Y Eiji lo hizo, aún si incluso la velocidad con la que comía no era a la que Sing estaba acostumbrado.
Algo parecía estar permanentemente presente en la mente de Eiji, como un fantasma que iba y venía. Sing se encargó de las tareas domésticas, e intentó no sentir la sombra de la preocupación cernirse sobre él al notar que Eiji ya no parecía pelear con él por intentar hacerlas en su lugar. En cambio, se mantuvo sentado en el sofá de la sala, completamente quieto, mientras se hundía en sus propios pensamientos.
Tampoco le dedicó miradas de frustración cuando anunció que saldría en su ronda diaria de búsqueda, lamentando que por su estado no pudiera subir a una motocicleta.
Sing intentó atribuir el repentino cambio de actitud a la charla que habían tenido en la noche. Demasiadas verdades siendo esparcidas de golpe. Demasiadas heridas siendo abiertas, y, quizá, apenas notando que tenían un par que siempre habían estado allí.
Sin embargo, y cuando después de lo que se sintió como una enternidad, pero definitivamente no podía ser más de un par de horas dando vueltas por las calles del centro, Sing regresó a casa- la expresión de Eiji no había cambiado.
De hecho, sólo se había profundizado.
Sing ya no podía quedarse en silencio.
—Eiji...—llamó, mientras dejaba su chaqueta en el perchero de la sala—¿Qué ocurre?
Preguntó, deteniéndose frente a él.
Eiji, desde su posición, tardó un segundo en responderle. Y, cuando lo hizo, Sing pudo notar el ligero temblor que invadió sus labios.
—Es Griffin...—Explicó, en voz baja—Hoy ha estado... particularmente quieto.
Sing parpadeó.
—¿Qué quieres decir?
Eiji apretó los labios, como si sopesara el decir lo que rondaba su mente o no.
—Usualmente es muy activo en las magrugadas, y casi no me deja descansar—Replicó, como si recitara un mantra—Y si bien estos días... no ha tenido tantos motivos para responder, siempre he podido sentirlo sin problema... Pero hoy... hoy está... extraño.
Masculló.
Sing sintió una punzada de preocupación golpearle el pecho.
—Oh...—Musitó, sin saber excatamente qué decir—¿Quieres que regresemos al médico?
Eiji pareció sopesar la idea un momento. Para luego negar con debilidad.
—Está bien—aseguró—Sólo...creo que de verdad necesito descansar.
Aseguró, mientras acariciaba su vientre con vehemencia, presionándolo contra sí mismo.
Sing sintió su corazón apretarse.
—Está bien—le aseguró, regalándole una sonrisa que intentaba ser reconfortante—Pero si algo más pasa, o te sientes tan siquiera un poco mal, tienes que decírmelo, ¿Está bien? —inquirió—Te llevaré en un taxi o algo. Puedes confiar en mí.
Aquello pareció traer un poco de calma a Eiji, pues la sonrisa que le dedicó; se sintió sincera a ojos de Sing.
—Gracias...
Le susurró, y Sing sintió sus comisuras estirarse con fuerza y facilidad.
—Para lo que necesites, Eiji.
Prometió. Y era sincero.
Le invitó en cambio a regresar a su habitación, donde seguramente estaría más cómodo. Y, tras unos minutos de discusión, en los que Sing pudo respirar con más tranquilidad, pues la terquedad y tozudez que siempre habían caracterizado al omega parecían haber hecho acto de aparición nuevamente, logró convencerle de que no había nada de qué preocuparse por la mañana, y que él se encargaría de las labores domésticas, así como del almuerzo.
Puede que Shorter hubiera sido un desastre en la cocina, pero Sing al menos sabía hacer un simple arroz frito que no provocara arcadas por la falta de sazón, o que amenazara con captar la atención de todos los detectores de humo de la casa.
Sin embargo, y cuando apenas se hubiera estado preparando para prender el fuego, el sonido del timbre de la casa se dejó escuchar.
Sing parpadeó, mientras abandonaba la cocina y enfocaba su mirada en la puerta. Eiji le había dicho que sus vecinos, a veces, pasaban para dejar alguna cosa; demasiado interesados –al parecer- en el sentido de comunidad que se formaba entre personas que compartían un edificio –o, por amor al cotilleo, como realmente creía que eran las cosas Sing. Sopesó la idea de informarle a Eiji, pero desechó la idea tan pronto llegó a su cabeza.
Él no estaba para hacer cosas como abrir la puerta.
Elevandose de hombros, y pensando en una escueta escusa por la indisposición del dueño de casa, intentó ponerse en el papel del primo de Eiji, mientras repasaba mentalmente la historia que Max le había armado, por si la persona al otro lado se ponía particularmente curiosa. Sing no quería dar una mala impresión, y mucho menos motivos para las habladurías en el centro de la chachara de amas de casas aburridas de un barrio de clase media alta. Bien sabía que ya había hecho suficiente de eso en su propio hogar.
Sin embargo, y en contra de cualquier posible predicción suya, la figura que le saludó del otro lado de la puerta no fue ninguna ama de casa ya entrada en sus cuarenta.
No, era otra persona.
Alguien que había sido protagonista de muchos de sus desvelos. Entrando y saliendo de su mente como si de una sombra se tratase.
Era el hombre a quien Sing había querido partirle la cara hacía no más de unos días atrás.
—Hola, Sing—La voz de Blanca llegó hasta sus oídos, clara y límpida, como si no tuviera preocupación alguna en ste mundo—Lamento tener que venir así. Pero hay un favor que quiero pedirte.
Eiji tenía problemas entendiendo qué se suponía que acababa de acontencer en el espacio de esos últimos minutos. Incapaz de conectar el haberse por fin podido acomodarse a descansar, intentando enviar al fondo de su mente los multiples cuestionamientos que parecían atacarle con cada golpe más suave del habitual que su bebé diera, con la entrada intempestuosa de dos personas a su habitación. Ya fuera la retahíla que Sing había comenzado a soltar, o la mirada de Blanca, que por algún motivo había aparecido en su casa.
Logrando, después de unos largos minutos en silencio, captar sólo un par de palabras.
Ash.
Ash y encontrando.
—Ash...—murmuró, cuando sus palabras volvieron a ser suyas, mientras miraba de un hombre al otro sin parar—¿Encontraron a Ash? ¿Cómo está? ¿Dónde?
Sing pareció dubitativo. Quedándose en silencio por primera vez, desde que hubiera entrado a su cuarto.
En su lugar, Blanca tomó la palabra, mientras daba un paso hacia adelante y le regalaba una sonrisa que parecía bañada en entendimiento.
—Bueno...—Sopesó, mientras hacía una pequeña señal con la cabeza—Está entero, si es a lo que te refieres.
Eiji sintió que un gran peso se desvanecía de sus hombros, al tiempo que sus manos viajaban a su pecho, envuelta una en la otra imitando la posición que utilizaba para rezar, mientras agradecía a los miles de dioses que conocía por la noticia. A todos aquellos a los que les había pedido a diario por Ash, por que lo mantuvieran a salvo estuvira donde estuviera.
—Llévame con él, por favor.
Pidió, antes de que su cerebro pudiera registrar lo imposible de esas palabras.
Sing fue mucho más rápido en notarlo.
—Eiji, no—Se apresuró a espetar, tomando nuevo la batuta de la conversación—Necesitas descansar—espetó, mientras fruncía el ceño—Ya le envié un mensaje a Max para que venga aquí tan pronto termine su turno.
Eiji apretó los labios, sintiendo la frustración arremolinarse en la base de su estómago.
—Pero-
Sing fue tajante.
—Sin peros, Eiji.
El mentado sólo pudo presionar sus puños sobre sus muslos, mientras sentía cómo sus uñas se clavaban en sus palmas.
Sing, frent a él, ahogó un suspiro de frustración. Eiji no podría culparlo. Él quería hacer lo mismo, pero eso sería darse por vencido. Y, aún ahora, había una fuerza más grande que él que parecía pedirle, rogarle, que buscara a Ash. Que le demostrara que él nunca se rendiría con él. Aún si incluso una voz, muy pequeña, y con un tono aterradoramente parecido al suyo propio, le decía que debería hacerlo. Que sería lo más correcto. Que quizá estaba aguantando demasiado.
—Hey...—pidió entonces Sing, con un tono que intentaba ser mucho más dulce—Escúchame—la mano de Sing descansó en su mentón, elevándolo levemente, para que sus ojos se encontraran—Todo estará bien. Lo prometo.
Eiji quiso replicar, pero sus palabras fueron cortadas por una nueva intervención.
La de Blanca.
—Eiji—le llamó, con el mismo tono que hubiera usado la primera vez que lo hubiera visto, esa noche en el museo—Escúchame—Le pidió, mientras sonreía—Sé que estás preocupado por Ash. Y créeme que él también está preocupado por ti—Le aseguró, como si dijera una verdad universal—Estoy seguro de que no le sentaría nada bien saber que estás corriendo detrás de su estúpudo trasero pudiendo lastimar al bebé.
Eiji se sintió encoger en su lugar. Las palabras arrancadas de sus labios de pronto.
Blanca continuó, con el mismo tono conciliador que siempre parecía gustar de usar.
—No le demos más razones por las cuales deba sentirse culpable, ¿está bien?
Pidió, y Eiji tuvo que tomarse un par de segundos para concentrar el aire en sus pulmones, mientras cerraba los ojos.
Soltó un suspiro quedo, y ya más calmado, preguntó solemnemente.
—¿Por qué estás haciendo esto?
Blanca parpadeó, en aparnete confusión.
—¿Uhm?
Eiji continuó.
—Ash me dijo que ustedes habían hablado antes... mucho antes...—Confesó, mientras sus manos rodeaban su vientre, en un gesto protector—No lucía nada feliz al decirlo. Entonces... ¿por qué estás ayudando a hora?
Blanca pareció entender, pues su sonrisa no tardó en regresar.
—Porque pensé que ya era momento de... de verdad hacer algo.
Confesó.
Y, por algún motivo, Eiji solo pudo asentir en silencio. Sing le dedicó una última mirada, llena de significado, antes de despedirse y emprender camino junto con el otro alfa.
Eiji se levantó como pudo, mientras se acercaba a la ventana del departamento. Pudo verlos cuando subieron al auto de Blanca, que esperaba por ambos estacionado una avenida más allá, como dos pequeños puntos que se perdían en medio de la espesura de la ciudad, alejándose por un camino que Eiji no sabía a dónde llevaba.
Sintió un nudo formársele en el estómago.
De nuevo había pasado. Estaba en la misma situación que hace años.
Un mero espectador, que no podía moverse de su lugar, mientras el resto decidía cómo podía actuar.
—Creía que ya estaba acostumbrado a esto...
Mumuró, para sí mismo, mientras intentaba alejar los sentimientos negativos que le invadían sin permiso. Regresó a la cama, recostándose con cuidado, dejando que sus dedos buscaran su abandonado teléfono. Y, como otros tantos días, buscó los mensajes que tenía con Ash.
Para este punto era ya casi una tradición.
Habría muchas preguntas.
Se veía el continuo historial de llamadas.
Y, finalmente, cuando Eiji hubiera entendido que las dos primeras opciones eran inútiles, sus palabras se habían convertido en un pequeño diario.
Como una continua crónica, cuyo inicio rezaba:
Hola, Ash.
Griffin está actuando extraño de nuevo. Creo que te extraña, porque ya no escucha tu voz, y sabe que no estás aquí.
No sé cómo explicarle que quizá no te veamos en un tiempo, es muy pequeño, y ni siquiera entiende que existe; probablemente.
Eiji no pudo evitar fruncir los labios. Había estado muy molesto al momento de escribir eso, pero sus palabras no parecían reflejarlo.
Los siguientes mensajes, cargaban la misma cadencia.
Me recuerda un poco a ti.
Cuando estás triste, sólo te cierras al mundo. No reaccionas a nada, ni siqueira a mis palabras a veces. No puedo creer que aún ni naza y ya esté tomando tus actitudes, haha. No sé si debería sentirme feliz, porque me cause ilusión ver un poco de ti en nuestro hijo. Irritado, porque soy yo quien tiene que lidiar con sus pataletas, o preocupado... porque me recuerda a lo que pienso cuando tú haces lo mismo.
Porque a veces temo que cuando te alejas, no sólo te vayas más allá de mi alcance. Si no que a veces, realmente creo, que también te alejas de ti mismo.
Que poco a poco crees más en las ideas que tienes en tu cabeza sobre ti, que en el verdadero tú que yo conocozco.
Y no sé cómo podemos lidiar con eso, si no me permites estar a tu lado.
...Quisiera poder tenerte aquí.
Para poder recordarte quién eres en realidad.
El Ash que siempre me has mostrado.
Los ojos de Eiji se detuvieron un momento en el último mensaje, y sus dedos tamborilearon en el borde del celular.
Hola Ash.
Volvió a escribir.
Sin embargo, sus dedos se detuvieron. Las ideas que se estuvieran gestando en su mente de pronto interrumpidas por una sensación extraña, que empezaba en la base de su estómago, y se expandía por todo su cuerpo.
—Qué...
Murmuró, mientras dejaba el celular a un lado y se ponía de pie con lentitud.
La misma sensación fantasma, constamente asechándole por el hombro, que le había estado incordiando toda la mañana pareció asentuarse entonces, haciendo que sus manos temblaran.
Eiji tragó en seco, mientras avanzaba al baño.
Con cuidado se encerró en el cuarto, sintiendo las gotas de sudor frío bajar por su nuca.
Respiró pausadamente. Una, dos veces.
Se acercó hacia el inodoro, y con el mayor cuidado del mundo, se deshizo de la parte inferior de su ropa.
Las palabras del doctor llegaron a su mente como un huracán. Unas que en su momento había hecho de menos, porque las conocía por medio de la televisión, y las amigas de su madre en Izumo.
A Eiji siempre le había parecido que el tal descrito instinto materno, era algo que no terminaba de comprender. Ya que su madre solía usarlo mucho cuando le prohibía acercarse mucho a algún niño del vecindario, aseverando que podría ser peligroso para Eiji. Pero, al mismo tiempo, parecía completamente ausente cuando algo realmente peligroso le pasase.
Después de todo, su madre no le había dicho nada el día de su lesión. Tampoco había llamado frenéticamente cuando su visa hubiera expirado, probablemente muy confiada de la capacidad de Ibe-san de manejar las cosas en un país extranjero. Y, mucho menos, había parecido entender la incapacidad de poner en palabras la necesidad que Eiji tenía de regresar a Estados Unidos. De buscar a Ash.
Sin embargo, algo en él había estado repiqueteando toda la mañana.
Algo que le aseguraba que nada estaba bien, aún si Eiji no podía evitar pensar que, en la situación en la que estaba, era claro que iba a sentir eso.
No.
Era algo más.
Porque lo que sus ojos le devolvieron, cuando se fijaron en su ropa interior, fue algo que Eiji definitivamente no estaba dispuesto a enfrentar.
—Eh....
Eran unas copiosas manchas de sangre.
—¿Es aquí?
Preguntó Sing una vez el auto de Blanca se hubiera detenido.
El edificio que les saludaba era enorme, pero por la calidad de su fachada, así como la de sus alrededores, Sing podía tranquilamente suponer que era más una propiedad en vías de abandono que algo más. Se parecía, muchísimo, a la clase de lugar donde él hubiera vivido en su infancia.
Blanca sintió.
—¿Qué diablos está haciendo aquí?
Preguntó entonces, mientras le dedicaba una mirada incrédula. Blanca, dentro del secretismo que siempre le había caracterizado, estiró los labios en una mueca que parecía querer imitar la de una sonrisa.
—Creo que es algo que tú vas a tener que descubrir.
Sing sintió la espina de la ira que se había sentado en su estómago desde que lo hubiera visto dar un salto, ardiendo entre sus entrañas.
Una risa repleta de amargura abandonó sus labios.
Blanca le dedicó una expresión de confusión, y Sing sólo pudo fulminarlo con la mirada.
—Creo que hay muchas cosas que he tenido que descubrir de esa manera, eh.
Masculló, mientras abría la puerta del copiloto y se ponía de pie fuera del vehículo. El vientro frío de la tarde golpeó sus mejillas, y su rictus se hizo mucho más duro.
Giró un poco entonces, mientras le señalaba con el índice, al tiempo que sus cejas se fruncían.
—Tengo un par de cosas que hablar contigo—sentenció, dejando que la cólera que había comenzado a acumular durante todos esos días se mezclara con la tristeza que había estado intentando retener—Mis puños tienen el nombre de ambos en ellos. El tuyo, y el de Ash. Pero dadas las circunstancias... Creo que será Ash quien se lleve la primera porción.
Blanca le respondió con un rostro de falso miedo, mientras sus hombros fingían temblar.
—Qué miedo.
Sing chasqueó la lengua, mientras le daba la espalda a Blanca y comenzaba su camino hacia el edificio.
Justo como le dijo, la puerta principal estaba abierta. El pasilo estaba lleno de aromas desagradables, mucho más que los que recoradara hubieran llenado alguno de los agujeros que hubiera usado de escondite en sus días de adolescencia. Buscó los números de habitación que decoraban los dinteles de las puertas, hasta que finalmente llegó al que Blanca le había indicado.
Ten cuidado.
Le había dicho.
Sing se permitió revolear los ojos.
Como si tuviera que decírselo.
Golpeó la madera con sus nudillos un par de veces y, casi como si de una película de terror se tratase, esta no tardó en ceder. La puerta se abrí con teatral lentitud, mientras un profuso chirrido hacía econ en los oídos de Sing.
En el marco de la puerta, con una expresión que pecaba de estar pagada de sí misma, Ash le observaba, sin pena alguna.
Tenía el cabello desordenado, atrás había quedado el brillo lustroso que usualmente ostentara. Y, sus ojos, se veían enmarcados por profusas ojeras, mientras que la expresión en general de su cuerpo sólo podía dar a entender un mensaje.
No te quiero aquí.
—Wow—Dijo Ash a modo de saludo—Veo que el viejo no puede mantener la boca cerrada. Qué novedad.
Sing rio como respuesta.
—¿En serio eso es todo lo que tienes para decir?
Cuestionó, mientras se cruzaba de brazos.
Ash le devolvió la risa, mientras dejaba que su peso se apoyara contra el marco de la puerta.
—No—Aseguró, desafiante—Tengo una mejor. Largo de mi vista. Ahora.
Sing sintió un gruñido nacer desde el fondo de su garganta.
—Eres increíble—jadeó, mientras sus manos ya se hacían puños.—¡¿Qué mierda significa todo esto?!
Ash endureció su expresión. El rictus de su boca abandonando la falsa sonrisa que hubiera estado portando hasta entonces.
—Significa mantente en tus malditos asuntos, Sing.
Sing sintió como algo se rompía dentro de su cabeza.
Como si el metafórico hilo que hubiera estado manteniéndolo todo en su lugar finalmente hubiera cedido ante la presión de todo lo que había estado pasando últimamente.
—Oh no—bramó entonces, al tiempo que sus manos se aferraban a los lados de la camiseta de Ash, sujetándolo con fuerza, y sus ojos le miraban profundamente. Como el de un cazador a su presa—Me vas a escuchar.
Espetó, antes de empujarlo a dentro de la habitación, haciendo uso de la fuerza física que había estado construyendo durante esos últimos años.
Ash no se resistió. Su mirada sombría aún fijamente clavada en los ojos de Sing, con su imperturbable y calma expresión aun decorando sus facciones. Como si le dijera que cualquier cosa que él hiciera no tenía efecto en él.
—No tengo nada que hablar contigo.
Sentenció, usando el tono más seco que alguna vez le hubiera conocido.
Sing sintió las comisuras de sus labios elevarse, como cuando intentaba mostrar sus colmillos.
—¿Ah, sí?—preguntó, presonando con más fuerza la tela entre sus dedos, al tiempo que su respiración parecía acelerarse. El calor que hubiera estado construyéndose en su vientre subiendo repentinamente a su cabeza—Porque yo sí tengo mucho que hablar contigo.
Las palabras ni siqueira había terminado de salir de su boca, cuando su cuerpo ya había reaccionado. Soltando uno de los lados que mantenía el agarre de Ash, sólo para que su puño golpeara directamente contra la mejilla derecha de Ash.
Y quizá un Sing mucho más calmo y sensato se diría a sí mismo que la violencia no es la solución más efectiva a un problema que requiere de dos personas conversando.
Pero él está seguro que este metafórico Sing no ha tenido que cargar con el peso de lágrimas y pesar que no sólo son suyos, sino que también de un gran amigo suyo.
Uno que, a sus ojos, no tiene ya porqué seguir llorando por alguien que parece no valorar su presencia.
—Esa es por ser un idiota.
Espetó. Aún si no tuvo tiempo para disfrutar de lo bien que eso se había sentido, pues el puño de Ash fue más rápido en devolverle el golpe.
Pero Sing no se amilanó.
Se recompuso todo lo rápido que pudiera, para lograr que un segundo puñetazo conectara con la piel de Ash.
—Y esta por hacer llorar a Eiji.
Eso pareció encender algo en Ash, pues el golpe que le siguió a su declaración fue suficiente como para hacer que su mirar se tornara borroso, aún si fue sólo por unos segundos.
—No te atreves a mencionar el nombre de mi esposo—Gruñó Ash, con un tono grave y los labios elevados, mientras le enseñaba los colmillos a Sing sin nunca clase de miramiento—Maldito desgraciado—Le cuasi escupió—¡Deja de intentar meterte en mi matrimonio!
Bramó, antes de lanzarse sobre él.
Sing recibió el golpe, mientras peleaba por intentar asertar más él mismo.
—¡Toma la maldita responsabilidad entonces!—gruñó, al tiempo que sus cuerpos chocaban, moviéndose por el pasillo, adentrándose en la habitación. Sing creyó haber escuchado un grito a lo lejos, pero en ese momento, no podría importarle menos—¡Actua como debería actuar alguien en tu posición!
Espetó finalmente, logrando que el rostro de Ash se girara con un nuevo puñetazo.
Su interlocutor se detuvo entonces, mientras Sing intentaba recobrar su ritmo normal de respiración.
Ash le dedicó una mirada divertida, con su rostro decorado ahora de tenues manchas moradas.
—Ah... es fácil para ti decirlo—Le espetó entonces, con su tono agraviado lejos—Siempre jugando a ser el niño bueno. Siempre oculto detrás de alguien—se burló, mientras daba un paro hacia atrás, guardando su distancia—¿Primero Shorter? ¿Luego la serpiente de los Lee? ¿Y ahora Eiji? ¿Crees que no lo veo? ¿En tu mirada llena de prejuicio?
Sing sintió su rostro deformarse en una mueca de confusión.
—¿Qué mierda?
Ash comenzó a reir, de una manera en la que Sing jamás le había escuchado antes. En una manera tal que, de no ser por la adrenalina que recorría sus venas, como si de rápidos se tratase, probablemente le daría pavor.
—Tú tampoco crees que sea suficiente, lo sé—aseguró, mientras una de sus manos apartaba los desordenados mechones de su rostro—"Alguien en mi posición" dices, Alguien en mi posición... ¡¿Qué mierda sabes tú de mi posición?!—le gruñó, de manera tal que Sing tuvo que controlarse para no dar un paso hacia atrás, usando una voz tan alta que él estaba casi seguro de que se estaba destrozando la garganta—¡¿Cómo demonios debería actuar?! ¿Cómo alguien como tú, acaso?
Ash se volvió a abalanzar sobre él, haciendo que Sing intentara usar sus brazos como escudo.
Un nuevo grito se escuchó en el piso de arriba, esta vez con más claridad.
Pero fue rápidamente acallado por el bramido de Ash, que fue acompañado por un golpe contra su mandíbula.
—¡¿Qué demonios sabrás tú de mi?!
Sing no tardó en responder, con la misma intensidad.
—¡Sé la misma mierda que sabes tú de mi! —le gritó, minetras lo empujaba con fuerza contra uno de los muebles de la habitación, haciendo que las cosas cayeran a su alrededor, al tiempo que la expresión de Ash se contraía por el dolor—¡¿Te molestan un par de malas miradas?! ¡¿Qué te diga las mierdas que no aguanto de tu personalidad?! ¡¿Entiendes siqueira las cosas que tú me has hecho pasar?!
Soltó en carrerilla, incapaz de detener su verborrea.
Sus manos temblaron nuevamente, aferradas con fuerza contra el cuello de la camiseta de Ash.
Los ojos del otro alfa le miraban amenazantes, y Sing sentía su propia respiración luchar con el latido de su corazón.
Sin embargo, esta vez su voz salió más contrita, como si peleara por no romperse.
—¿Por qué demonios haces estas cosas? —preguntó, intentando en vano que sus dedos no temblaran. Aún si no sabía si lo hacían por la frustración o la cólera—¿Por qué eres masoquista? ¿Sabes de las pesadillas que tengo...? Donde llego sólo un poco tarde, y ya estas muerto... por mi culpa—Soltó en carrerilla, con el cansancio destilando por cada uno de sus poros. Lejos quedara la culpabilidad que hubiera usado la noche anterior para confesarle lo mismo a Eiji, llenándose en cambio de ira. Ira que sin saber, había estado acumulando desde hacía muchos años—¿Sabes lo que tuve que vivir a diario temiendo que murieras? —Preguntó, aún si estaba casi seguro de que la respuesta sería un "por qué eso debería de importarme"—¿Entiendes lo que causarías con tu muerte?
Y, sólo entonces, Ash se animó a hablar.
La mirada larga y casi vacía que le hubiera estado dedicando hasta ese momento tornándose en una agria.
—¿Por qué todos hacen de mi vida el asunto de otros? —le preguntó, cortante y consiso. Lo hinchado que comenzaba a lucir su rostro apenas quitando la atención de sus palabras—Qué le pasaría al resto si yo hago o dejo de hacer...—Masculló, más para sí mismo—¿Qué acaso por una vez no puedo hacer algo porque yo quiera hacer? —espetó con agrura—Esto arto de vivir sólo porque otros necesitan que lo haga.
El agrarre de Sing se detuvo entonces, con sus manos separándose lentamente del agarre que hubiera tenido sobre la tela, con ambos brazos cayendo todo lo pesados que eran a ambos lados de su cuerpo.
El repentino vacio que la declaración de Ash le hubiera dejado en la base del estomago siendo demasiado similar al que hubiera sentido una vez le hubieran hecho saber que era una persona no grata en la mansión y vida de Yut Lung.
—No sabía que sintieras eso...
Fue todo lo que pudo responder, con un tono de voz demasiado quedo y contrito para su propio gusto.
Ash le miró con sorna, mientras sonreía desdeñoso.
—Si, bien—Jadeó, mientras dejaba que su cabeza cayera hacia atrás, chocando con el mueble, y su cuerpo descendía hacia el suelo, presa de la gravedad—No es como si alguien se detuviera a preguntarme qué quiero—dijo entre dientes, para luego de un par de segundos en silencio, corregirse—Bueno, no...Eiji lo hace...
Sing sintió la vergüenza llenar su faz, aún si no estaba seguro de porqué.
Suspiró con cansancio, mientras él mismo se dejaba vencer por el cansancio que todo ese jaleo le había traido, agradeciendo que el suelo estuviera allí para sostenerlo.
—¿De verdad sientes eso que dijiste? —preguntó después de un rato, mientras le obaservaba con precaución desde su lugar—Que preferirías estar muerto...
Una sonrisa cansada se dibujó en los labios de Ash.
—A veces—confesó, con una facilidad que a Sing le pareció aterradora—Lo sentía antes, todo el tiempo. Ahora... ahora... realmente no. O eso creo...
Sing sintió un nudo asentarse en la base de su garganta.
—Crees...—repitió para sí mismo—¿Por qué?
Preguntó, realmente afectado.
Ash pareció notarlo, pues sólo suspiró, mientras negaba suavemente con la cabeza.
—Lo creo porque... ahora si sé qué se siente ser feliz...—confesó—feliz como las personas que diariamente van por la calle. Feliz con una casa, con una persona, con un trabajo...—ennumeró, haciendo que Sing sólo sintiera la confusión crecer en él—Pero... ser feliz a diario es jodidamente difícil...—confesó, mientras dejaba que su cabeza cayera por su propio peso, escondiendo sus ojos—El pasado puede ser una pesada cadena, Sing... una que a veces me pregunto si vale la pena cargar. Si vale la pena creer que puedo seguir adelante, fingiendo que el peso no aparecerá en cualquier momento, listo para hundirme con él...
Sing sintió su garganta cerrarse, mientras una de sus manos se acercaba a Ash de manera dubitativa.
—Ash...
Pero el mentado no le dejó terminar.
—Aún así lo lamento—dijo, y por el tono que usaba, Sing sabía que no estaba mintiendo—haberte puesto en esa situación. No era tu deber ayudarme.
Sing apretó los labios, mientras negaba, intentando mirar a cualquier dirección, menos hacia Ash.
—No... no sabía que estuvieras pasando por todo eso...
Murmuró, cualquier clase de elocuencia perdida entre el campo de confusión y vergüenza. Sing sabía que la vida de Ash había sido difícil, mitad por los rumores, y mitad porque sabía de primera mano que nadie que estuviera envuelto en la clase de vida que ellos llevaban en la adolescencia había nacido en una buena cuna.
Sin embargo, verlo a él, a Ash, sin el temple retador que siempre tenía para regalarle –y con el cual Sing ya había aprendido a lidiar- era... duro.
Le hacía verlo en una luz que él no sabía si estaba listo para afrontar.
—Cuando te veo en tu casa siempre luces... muy en paz.
Ash ahogó una pequeña risa.
—Es porque estoy en paz.
Aseguró, dejando que su voz de suavizara.
Sing tenía más que pruebas fehacientes de eso. Entonces... entonces...
—Entonces... ¿por qué?
Se aventuró a preguntar.
Ash tardó un momento en contestar.
—Por que no quiero ser yo quien destruya eso...—masculló—Pero siento que lo haré. Tarde o temprano...Esto que escondo... esto que soy, saldrá inevitablemente. Frente a Eiji. Frente a Griffin...
Sing sintió su pecho encogerse.
—Tienes miedo...
Ash no respondió.
—Tienes miedo—volvió a asegurar Sing—Y quieres renunciar, antes de que alguien más decida que no vales la pena...
Ash rió.
Y, sorpresivamente, Sing le imitó.
—Qué curioso...—comentó, al tiempo que, a lo lejos, el sonido de las sirenas de una patrulla se dejaba escuchar—Creo que... puedo entenderte un poco mejor.
Max vio el mensaje que le había llegado de Sing. Decoraba la parte superior de su celular, así como también lo hacía el centenar de correo entrante que llegaba de sus grupos de trabajo, y el del correo institucional que siempre olvidaba revisar.
No pudo abrirlo en un primer momento, demasiado atareado con la cantidad de trabajo monumental que se le había acumulado, y que había estado posponiendo gracias a sus rondas en solitario buscando a Ash por caminos que antes nunca hubiera recorrido, mientras observaba por la ventana del auto y hacía un exhaustivo interrogatorio en bares, hospitales, comisarías y -dios lo librara- incluso en la morgue. Sólo en esa última semana había recibido más miradas consternadas y charlas no solicitadas sobre la paternidad que en todos los años que hubiera estado en ese planeta.
Cuando finalmente se libró de los pendientes que ya colgaban como metafórica espada de Damocles sobre su cabeza, se dio con la sorpresa de que ahora su teléfono estaba muerto.
Ahogó una maldición, mientras tomaba el primer tren que lo llevaría hacia el hogar de Eiji, mientras se disculpaba mentalmente con Sing por ignorarlo todo el día.
Cuando llegó, la vista que le recibió fue la de los amables vecinos del condominio, que en el asensor, no dudaron en preguntarle por su nuero embarazado, y por su hijo; a quien no veían ya hacía bastante tiempo. Max, haciendo gala de sus dotes con la oratoria, no tuvo problemas al momento de disuadir sus preocupaciones. Asegurándoles que todo estaba bien, y que él, como buen padre, se estaba encargando del cuidado del esposo de su retoño, ahora que se encontraba lejos.
La charla banal continuó hasta que el ascensor se detuvo en el piso donde vivían Ash y Eiji.
Max agradeció a cualquier deidad que estuviera en el cielo por finalmente haberse librado de la conversación. Suspiró con cansancio, mientras acomodaba su maletín a un lado de su cuerpo, y tocaba el timbre.
Sin embargo, nadie acudió.
Max elevó una ceja e imitó su accionar, recibiendo la misma clase de respuesta.
No pudo evitar elevar una ceja con duda.
¿Eiji estaría descansando? ¿Sing habría salido?
Quizá eso tenía que ver con el mensaje.
Se elevó de hombros, mientras buscaba la pequeña copia de la llave que se había hecho en el maletín. Cuando lo encontró, abrió la puerta, notando la falta de zapatos en esta.
—¿Eiji?
Llamó entonces, mientras se adentraba en el condominio.
Nuevamente, nadie respondió.
Había algo que Max había escuchado alguna vez. El nombre que algunas personas le daban a esa sensación de fatalismo inminente que a veces podía invadirnos.
Sexto sentido, lo llamaban, dándole tintes esotéricos.
Pero Max no creía en ninguna de esas cosas.
Sin embargo, en lo que sí creía, era en la intuición.
En la capacidad de notar pequeños detalles en algun lugar o situación, capaces de develar la verdadera naturaleza de las cosas. Como un campo de batalla demasiado callado. Como un montículo de forraje que parece mal posicionado. Como una niña acercándose sin aparente miedo, con un peluche en las manos, y la mirada perdida.
Señales claras de que algo malo estaba a punto de pasar.
Justo como ahora.
—¡Eiji!—volvió a llamar, elevando la voz y acelerando su paso a través de la casa, hacia la habitación—¡Eiji!
Bramó, al tiempo que abría la puerta de par en par.
La imagen que le saludó llegó a helarle la sangre.
Eiji, en el suelo, temblaba por completo. Sus manos, igualmente temblorosas, se aferraban al teléfono celular.
En el suelo, debajo de él, una gran mancha roja parecía devolverle la mirada a Max. Burlona.
—Max...
Masculló él. Y Max podría jurar que nunca había escuchado la voz de Eiji sonar así de temerosa. Así de rota.
—Max, ayúdame, por favor...
Notas finales: No pude evitar meter una pequeña referencia al mismo libro que Ash le leía a Griffin durante la secuencia de los sueños. Es de mis favoritas. Alguna vez me gustaría escribir algo de la vida de Max en el ejército, especialmente después de ver "Band of brothers" con mi michi.
La trama nuevamente nos está alcanzando. Cuando hice los primeros borradores de estos capítulos, de verdad resultaron mucho más cortos que los demás en los que trabajaba.
Todo seguirá un ritmo así de ahora en más (esperemos) Adoro las explosiones destructivas de Yut Lung, porque en el canon sentía que sólo cuando se permitía dejar su fachada de control total siempre, era cuando de verdad nos permitía ver qué clase de persona era. Qué cosas quería. Qué era lo que le molestaba.
Y porque me niego a dejar que uno de mis bebés continue en un camino que tarde o temprano lo va a llevar a morir. Akimi, nunca te perdonaré que lo mataras tan descaradamente y fuera de cámara en Yasha –sobs.
De cualquier manera, si llegaron hasta aquí, ¡gracias por leer!
Siguiénte capítulo: De la muerte a la mañana
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