All the sad young men
Ash observó la hoja delante de él. Con sus letras negras impresas pulcramente en una larga columna, y a su lado un montón de números que en otro momento habría podido entender sin mucho problema.
Los últimos treinta minutos se repetían en su mente como cinta de video, de esas viejas que uno debía detener, y regresar manualmente para poder apreciar de nuevo.
Todo se detenía. Rebobinaba, e iniciaba de nuevo.
—Ash...
La voz de Eiji, con el mismo tono que hubiera tenido antes, se dirigía a él. ¿Era una pregunta? O ¿sólo intentaba obtener su atención?
Enfocó su mirada, clavando los ojos en los de su marido. Sus cejas se fruncían ligeramente, como si esperara algo.
Ah. Sí.
Su respuesta.
Sólo obtuvo silencio.
—...Ash—Volvió a repetir, esta vez con una expresión más contrita. Pero en un tono más conciliador. Esta vez no parecía pedirle respuestas, ni instarle a dar una señal de vida o entendimiento, por mínima que fuera. Parecía, en cambio, un suave y cálido llamamiento a finalizar la conversación.
Eiji esperó unos segundos más, y ante su aún perenne silencio colocó una mano sobre la suya.
Estaba cálida. Mucho. Tanto tiempo escribiendo en la computadora había dejado los dedos de Ash completamente helados, y apenas lo notaba.
No dijo más, pero sus ojos parecían transmitir aquello que su boca no articulaba.
Una sonrisa, débil y algo corta apareció entonces, en el momento que Eiji escogía para ponerse de pie y finalmente terminar de acomodar toda la parafernalia que llevaba a sus controles.
Todo.
Excepto aquel malnacido papel.
Ash tragó en seco. La garganta le ardía.
Su mano derecha viajó, sin permiso alguno, directamente a su boca. Presionando la piel de sus mejillas con fuerza, frunciéndola como si aquello pudiera forzar a una inexistente oración a abandonar su boca.
Empero, no hubo resultado.
—Maldición...—No era la primera palabra que Ash hubiera querido decir después de tanto inútil e incómodo silencio. Sin embargo, la vida ya le había enseñado suficiente como para saber que las cosas nunca son como uno las quiere, aún si terminan siendo lo que uno vagamente desea—Maldita sea...
Su voz era una cacofonía de sonidos golpeteando contra sus oídos, y sus uñas cuchillas que parecían querer clavarse contra sus palmas a la vez que la tensión de sus manos parecía rogar por escapar por algún punto en lo largo de su piel.
Ordenar las cosas era terapéutico.
No recordaba dónde había escuchado eso, si en uno de los programas para amas de casa que su madre veía, donde mujeres y varones omegas y beta compartían sus rutinas hogareñas con una presentadora demasiado emocionada y cómo es que la manía por el orden y quitar la mugre hasta del resquicio más recóndito del hogar parecían mantener sus ansiedades a raya.
O, si sólo lo había escuchado decir a alguna persona sin rostro en la fila del supermercado.
Sin importar la fuente, Eiji terminó descubriendo que tenía cierto nivel de verdad.
Pues sus pensamientos parecían haber terminado de caer en su lugar mientras colgaba el abrigo que había utilizado en el lugar de siempre, a la vez que la neblina que lo había hecho perder el panorama de su presente terminaba de disiparse al guardar su tarjeta del seguro social y los diferentes documentos que lo acreditaban como un omega casado y nacionalizado estadounidense.
Algo para agradecer al cansino sistema burocrático del país.
Había mucho papeleo que organizar.
Dejó que su cuerpo cayera en el sofá más grande de la sala una vez hubiera terminado, el aire abandonó sus pulmones en forma de un largo y lánguido suspiro.
Pensó, por un momento, en ir a la farmacia y comprar una de esas pruebas caseras. Sólo para estar seguro.
Para tener una vara plástica a la cual dedicarle sus miradas contrariadas, ya que el papel ahora no se encontraba en su posesión.
Abandonó tan tonto plan más rápido que tarde. Era una tontería, y una pérdida de dinero.
Estaba bien. De alguna manera. Las cosas no habían salido como las esperaba. Para nada, pero ahora que se detenía a pensarlo, podía darle un sentido a lo ocurrido. No es como si Eiji hubiera esperado que Ash imitara a los alfas de los dorama que abundaban en su tierra natal, enfrentando la noticia con estoicismo, sorpresa, para luego pasar a una explosión de emoción que llevaba al mentado a tomar a su ahora expectante pareja en brazos y elevarles al aire, dando una vuelta y terminando con un sonoro beso seguido de los protocolares juramentos de ser el mejor esposo y padre del mundo.
No, claro que no.
Esa posibilidad ni siquiera había asomado por el florido abanico de posibles escenarios en la mente de Eiji.
Y, aún así... había esperado... algo. Lo que fuera.
Una mueca, una palabra. Enojo, sorpresa, felicidad. Lo que fuera.
Bueno. El silencio también era algo, ¿verdad?
Un gruñido bajo abandonó su garganta.
No. No podía estar comportándose de esa manera. La pequeña decepción que sentía no se podía ocultar, ciertamente. Pero tampoco podía actuar como si tuviera el derecho de reclamarle algo a Ash. No en esa situación.
Si Eiji debía ser totalmente franco. Había esperado gritos.
O ira, mejor dicho. Ira ejemplificada en cualquiera de sus presentaciones.
Ash y él habían desarrollado su propia dinámica de pareja. Él se había abierto con Eiji, desnudando su alma y contándole cosas que Eiji había jurado jamás abandonarían su boca, y que sin importar qué; no dejarían que cambiaría la imagen que él ya tenía de su marido. Eiji conocía, de alguna manera, todos los puntos débiles de Ash. Todas las cicatrices que habían dejado en él, y todas las heridas que aún hasta el día de hoy parecía aun intentar curar.
Eiji sabía de sus límites, de las cosas que quería, aquellas que repudiaba, y aquellas que le aterraban también.
Convertirse en padres, parecía encajar de manera poco ortodoxa entre las últimas dos categorías.
No por el hecho de traer una vida al mundo. No. No del todo.
Si no todo lo que aquello parecía implicar.
Todo lo que el mero proceso y la idea engranada en la mente de la sociedad de lo que conllevaba un embarazo omega parecía representar en la mente de Ash.
Y Eiji lo sabía. Aún si era solo de la manera más superficial posible, con capas apenas exploradas gracias a las confesiones de Ash, gracias a sus secretos susurrados como si de pecados a expiar se tratasen. Eiji lo sabía.
Lo sabía.
Porque Ash confiaba en él...
Y él- ¿había traicionado esa confianza?
No, dirían. Claro que no. Podía escuchar la voz de un hombre sin rostro, sonando extrañamente como su médico. El celo es un proceso natural. Esas cosas pasan a veces, en parejas casadas que comparten el lecho es, incluso; esperable.
Sí, dirían. ¡Por supuesto que sí! Y esta voz era más como la suya propia. Porque Ash no era el único partícipe de su relación. No era el único que debería ser cuidadoso. No era el único que debería velar por él mismo y por Eiji.
Lanzó sus manos al aire y las regresó con algo más de fuerza de la necesaria a su rostro.
El eco del golpe resonó en la sala.
Respiró un poco.
Necesitaba hablar con Ash.
— ¿No crees que ese niño está llorando mucho?
Ash había escuchado ese murmullo, que realmente no parecía tener la intensión de serlo, ser rumeado con clara molestia por uno de los miembros mayores de alguna de las tantas pandillas que estaban presentes aquel día
Era uno de los territorios sin "dueños" en la ciudad, uno que claramente parecía estar en constante disputa bajo una fachada de falsa amistad y complacencia. Pero de momento, el mejor para pasar el rato sin tener a algún matón listo para saltarte a la yugular.
Ash aún estaba haciéndose de un nombre en las calles, no habiendo salido del reformatorio hace mucho, intentando entenderse y tomar un lugar en el mundillo de las pandillas de la gran manzana. Los lugares como aquellos, donde gente de distintos grupos solía pulular usualmente estaban llenos de bullicio y aromas variopintos.
Él podía jactarse de haber reconocido casi un millar de distintos aromas, que iban desde omegas que parecían utilizar alguna clase de perfume que potenciara su esencia original, hasta alfas que –si le preguntaban- estaban intentando apestar callejones enteros con su aroma.
Empero, esta era la primera vez que a su nariz llegaba un aroma tan... tenue.
Y, claro, es que desde sus días más jóvenes no había podido olfatear nada así. No sin un desagradable agregado de hormonas sintéticas destinadas a divertir o gratificar a un montón de viejos decrépitos de por medio.
Era el aroma de un cachorro.
Y el ruido del que tanto se quejaba aquel alfa, diría Ash por su aroma, era el llanto del pequeño.
Los cachorros, especialmente tan pequeños como ese; que Ash podría describir mejor como un neonato- solían llorar por cualquier cosa: frío, hambre, sueño, porque simplemente se les cantaba de sus diminutos seres. Bueno, es la única manera en la que tenían para comunicarse.
Utilizando toda la poca fuerza que unos diminutos pulmones pudieran darles, esperando que alguien allí se diera el tiempo de escucharles e intentar entenderles.
Ah, sí; ese alguien usualmente debía ser quien los hubiera llevado en el vientre.
Ash no se consideraría como el epítome de la empatía, o tan siquiera del entendimiento, menos de un ser que ni siquiera es consciente de su propia existencia en el mundo. Sin embargo, entender el porqué de su llanto no era difícil. No cuando veía a ese omega, que no podría ser mucho mayor que él, tomando al bebé torpemente en brazos y no notando que lo movía con demasiada fuerza mientras-vehementemente parecía reclamarle algo a otro de los alfa que allí estaba.
Ash no recordaba su nombre, pero recordaba haberlo visto junto a Arthur al menos un par de veces.
El rostro del joven omega se veía demacrado, con las mejillas contritas y los pómulos demasiado salidos. Una piel pálida que mostraba más señales de enfermedad mientras más tiempo te quedaras mirando, además de grandes surcos de lágrimas ya secas encuadrando su expresión.
El llanto del cachorro se hacía más fuerte, lo que le impedía escuchar la conversación; aunque en contraparte hubiera hecho de la misma el centro de atención. El alfa increpado, en cambio, parecía enfadarse más mientras más segundos pasaran. El aroma que le rodeaba acentuándose de una manera que Ash sabía, era peligrosa.
Como la de un reo que está listo para empujarte contra una pared en el comedor porque cree que lo miraste "raro". O la de un policía que parece estar harto de tus impertinencias, aun si estas no suman más que sólo existir.
Sus recuerdos de lo siguiente, nunca parecían estar completamente claros. Ash nunca estuvo seguro de si se debía a que realmente no estaba prestando atención del todo, mucho más preocupado por posibles acciones hostiles hacía sí.
O si era porque la cantidad de personas era tal, que su atención automáticamente tendía a centrarse en las personas con complexiones más grandes y peligrosas, ya que el cambio en el aroma del primer alfa había hecho que otros parecieran alterarse también (con el número de gente que parecía estar al borde de un colapso por el abuso de sustancias, o por sus solas y horrendas personalidades; eso era más que esperable)
Quizá solo había sido que, realmente no quería prestarle atención al sonido constante del llanto de un cachorro, que además de asustado por tantos aromas extraños no paraba de ser zarandeado en los brazos de un omega que no podía ser más que un par de años mayor que él.
Lo único que su mente se encargó de grabar en su retina, fue el momento en el que un fuerte golpe se escuchó en el callejón. Ash conocía ese sonido. El de la carne golpeando algo como si se tratara de un ladrillo. Lo había escuchado en peleas todo el tiempo. Junto con las ondas de aromas violentos que parecían estar listos para noquear lo primero que se pasara frente a ellos.
Había estado en suficientes como para saber cómo sonaba y como olía una pelea.
Sólo que era la primera vez que después del primer golpe no se escuchara un gruñido que intentaba acertar dominancia, sino un grito agudo de dolor que- a falta de una mejor descripción; Ash siempre hubiera comparado con el de un disco rayado.
La clase de sonido que perfora tus tímpanos y manda un golpe directo a tus vísceras.
Ash descubrió en aquel momento, que prefería escuchar el sonido del llanto de un bebé al de su cuerpo ser estrellado al suelo junto con su padre.
Sus ojos se centraron entonces en la figura temblante del omega, que ahora en el suelo parecía aferrar el pequeño bulto de carne que hasta hace unos momentos era su bebé en brazos, como si la vida se le fuera en ello. Aún con la lejanía, Ash creía poder ver algo rojo rodando por su cara.
¿le había golpeado a él?
El silencio que siguió al golpe, fue aterrador.
Aunque Ash no sabría poner en palabras, exactamente porqué. Al menos no, hasta que un par de años hubieran pasado y la experiencia hubiera tenido tiempo para asentarse en su cabeza.
Ya que, lo que lo hacía aun peor en sus recuerdos, era que la siguiente voz que se hubiera alzado en el pesado silencio, hubiera sido la de otro alfa que reclamaba que si se iban a pelear lo hicieran lejos, a menos que quisieran atraer a la policía.
Y que, si seguían haciendo escándalo, ellos mismos los iban a hacer callar.
Aquel pequeño intercambio, pareció despertar al jovencito de su trance, fuera cual fuere. Ya que sin miramientos y sin volver a cruzar palabra con quien Ash solo suponía era el padre de su cachorro, salió de allí corriendo mientras aferraba el cúmulo de mantas a su pecho. El sonido de un llanto mucho más tenue y ahogado alejándose al tiempo que los pasos bajaban en volumen...
—Maldita perra.
Y un chasquido de lengua.
Ash no había abandonado su lugar durante toda la conmoción. Sus sentidos aún en sintonía por si el ambiente se ponía aún más pesado. Pero no lo había hecho.
La mayoría de alfas aún muy concentrados en sus asuntos o en el cigarrillo que no terminaban de fumar como para molestarse con rencillas de terceros, y las miradas de las personas que Ash había identificado como betas permaneciendo un par de minutos más de lo necesario en el camino dejado por ese muchacho aun después de que hubiera desaparecido en alguna de las calles aledañas.
Su instinto pateándolos internamente, probablemente. Insultando y maldiciéndoles por quedarse callados. Como una jodida voz interna que pareciera querer tomar control de ti para recordarte como se supone que uno se debía comportar.
Y, aunque Ash diría que uno no podía estar libre de la maldición genética que venía de la mano con ser un humano y tener que presentarse algún día; al menos fingiría estar agradecido por no tener que pelear con esa falsa moralidad y santurronería con la que los beta parecieran tener que batallar diariamente.
Sin embargo, aun su propia metafórica palmada en el hombro por cargar con su propia y retorcida carga ligada a su naturaleza con menos problemas que un beta de pandilla cualquiera; no pudo evitar retirarse del lugar con una sensación desagradable en el estómago. Que después intentaría atribuir a la falta de comida; ignorando la imagen del niño inmóvil en brazos de su padre y su propia figura allí. Inmovil e indiferente.
Imagen que se habría de repetir muchas veces durante su vida.
Como la primera vez Skipper llegó con la tonta idea de unirse a su pandilla, con ropa demasiado grande para su talla y con un extremadamente aroma de cachorro aún a cuestas.
O- como la última vez que había podido tenerlo entre sus brazos, mientras la vida se escapaba de sus ojos.
Cuando Eiji encontró a Ash, estaba en el mismo lugar donde lo había dejado.
No es que fuera una sorpresa, encontrarlo aun sentado y con la pequeña hoja de resultados de su médico. Aunque también sería mentir, si Eiji no dijera que esperaba quizá, al menos un cambio en su expresión.
Su rostro ya no estaba pálido, ciertamente, y su mirada aun escondida por los gruesos lentes que usaba para trabajar, parecía si enfocar el rostro de Eiji y no algún punto lejano donde nadie más pudiera poner la mirada.
Ash lo estaba viendo nuevamente.
—Bien—Sonrió, mientras se acomodaba frente a él en su habitación. Su voz era tranquila, pero no conciliadora. Cargaba la calma de alguien que ya ha tomado una decisión, y que de una manera u otra ha logrado ganar en su fuero interno. Un tono que Eiji realmente no se sentía capaz de tomar en ese momento, pero que ostentaba con gracia.
Ash, por su lado, parecía aún muy sumido en su mutis autoimpusto, pero miraba a su esposo con los ojos de alguien que tiene el mundo; y a la vez a la nada misma en su mente. Una batalla campal entre más de una fuerza titánica.
Era hora de decidir.
Notas: Mientras Eiji nunca vio las castas como algo más que una expresión de la biología humana, Ash parece entenderlas desde un punto completamente distinto; aun si no se ha dado cuenta de eso por completo.
:') no sé que decir. Más de un año tardé en poder avanzar esto, quisiera decir que tengo más excusa que solo "la universidad me ha matado" pero, es la única que tengo. Ha sido un tiempo realmente duro, pero en los bajones de la pandemia, regresé a ver esta serie una vez más, y mis deseos de terminar esta historia resucitaron como el fénix. Recuerdo muchos de los puntos que quería tocar, y quiero poder darles un desarrollo a todos ellos. Espero que aun haya alguien allí interesado en leer cómo va la historia. ¡muchas gracias por leer!
Nota extra: El insulto que usa ese alfa X es algo muy común, denigrar a los omegas llamándoles de esa manera sin importar si son hombres o mujeres.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro