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Capítulo 9

“Lo peor de conservar los recuerdos no es el dolor. Es la soledad del dolor. Los recuerdos deben compartirse.”

—Lois Lowry.

26 de diciembre...

Solo dormí tres horas porque la preocupación me impidió conciliar el sueño con normalidad.

Necesito un trabajo extra. No sé cómo, pero tendré que conseguirlo, o de lo contrario, me iré con arbolito y todo de patitas a la calle.

Mis ojos se posan en la fotografía enmarcada que decora mi mesita de noche.

«Os echo tanto de menos...».

Sonrío con melancolía, agarro el cuadro y me lo llevo al pecho mientras los recuerdos se agolpan en mi cabeza...

—¿Qué os parece si salimos a patinar? —propuse, juntando las manos con emoción—. ¡Está nevando!

¡Estupenda idea! —afirmó mi padre, igual de entusiasmado que yo—. ¿Nos acompañas, cariño? —le preguntó a mi madre.

De acuerdo.

Solo tardamos un par de minutos en llegar a la pista de hielo.

Bien, aquí estamos —dije, dando saltitos de alegría—. ¡A patinar!

Tiempo después, mis padres se encontraban en una encrucijada.

¡Keith, los cordones están mal atados! —exclamó mi madre con una mueca de disgusto—. ¡Presta atención a lo que haces, tontito!

¡Calma, Anelisse! —respondió mi padre, exaltado—. Mira, tú también los ataste mal. ¡Las personas pensarán que somos bobos!

Cuando me percaté de que ambos sonreían como dos niños pequeños, aproveché para apretar el botón de la vieja cámara fotográfica que siempre llevaba conmigo.

Listo —balbuceé, satisfecha.

Al regresar a casa lo primero que hice fue correr hacia mi Abu para mostrarle, orgullosa, lo que había conseguido: inmortalizar un nuevo recuerdo.

¡Bien hecho, Aylin! —Me alborotó el pelo—. Te felicito. Cada día fotografías mejor.

¡Sí! —exclamé, victoriosa—. Mamá y papá se aman, ¿verdad?

Mi abuela acarició con un dedo la pantalla de la cámara.

Se aman... —susurró— y esta foto lo comprueba.

Sonrío, ignorando las lágrimas que se deslizan por mis mejillas.

«¿Cuándo aprenderé a vivir sin vosotros?».

Devuelvo el cuadro a su sitio y reúno fuerzas para abandonar la cama.

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—Lo intentaré de nuevo... —digo en voz baja.

Marco el número.

«Abu, por favor, te necesito...».

Al primer timbrazo, descuelga.

¡Buenos días!

«Misión fallida».

Estoy preparado.

—¿Cómo?

Puede gritarme cuando quiera.

—¿Gritarle? ¿Por qué le gritaría?

«¡Feliz Navidad, abuelita! ¿Quién es la mejor abuela del mundo? ¡Exacto, eres tú!» —dice el hombre, intentando imitar mi voz—. ¿Lo recuerda?

Aprieto los labios para evitar sonreír.

«Ojalá pudiera olvidarlo».

—No lo repetiré —afirmo—. Despreocúpese.

Me alegra saberlo.

—Colgaré... —Aunque lo intente, no puedo ocultar la desilusión que me embarga.

¿Puedo saber por qué llamó?

—Tenía la esperanza de que... —me interrumpo.

«No compartiré mis sentimientos con un extraño».

¿De que su abuela contestara el teléfono?

Bingo.

—Ajá...

Debería analizar ese problema, señorita —me aconseja—. Aunque lo más probable es que las líneas se hayan cruzado.

«Ay, Abu, de haberlo sabido...».

Abuela, de verdad, creo que deberíamos reparar tu teléfono móvil —insistí antes de abandonar la ciudad.

No, Aylin. —Me arrebató el dispositivo y lo dejó caer en la mesa—. No permitiré que gastes dinero en algo tan insignificante.

No es insignificante, abuela. —Suspiré—. ¿Y si no podemos comunicarnos por el teléfono fijo? ¿Qué haremos?

Eso no sucederá.

«Pero sucedió».

—Tiene razón —le respondo al hombre, agobiada—. Pero si le soy sincera, tengo la cabeza en otra par...

«Aylin, ¡cállate de una vez!».

¿No tiene la cabeza pegada al cuello?

Estallo en carcajadas, no puedo evitarlo.

¿Se está burlando de mí?

—Sí.

Vaya...

—Usted también se burló de mí —le recuerdo—. No se haga el ofendido.

¿Cuándo?

—Ayer.

¿Yo?

—Sí, usted.

Yo no he sido.

—¿Quién fue?

Esa es la letra de una canción infantil —dice, vacilante—, ¿verdad?

—Se lo dejo de tarea. Au revoir. —Y cuelgo. ¹

¡Ojalá se entretenga con su tarea para que no llame de vuelta!

Además, si está aburrido, que marque el número 344. Le contestará Carl, un robot de lo más simpático que escucha tus problemas con suma atención.

Con la creación de Carl, muchos psicólogos perdieron su empleo. Los pobres, deben de estar desesperados. ¿Ser reemplazado por un robot? ¡Menuda humillación!

Y sí, en algunas ocasiones he charlado con él... Pero es de lo más normal, me atrevería a decir, teniendo en cuenta que vivo sola en este apartamento y de vez en cuando necesito apoyo emocional.

El robot, al igual que yo, es fanático del cine; incluso nos enfrascamos en un profundo debate sobre...

El timbre de la puerta interrumpe mis pensamientos.

«Al menos no es el del teléfono».

¿Quién será?

Nadie me visita. La mayoría de los apartamentos del edificio están ocupados por ricachones muy reservados.

Solo he tenido el placer de conocer a una señora muy amable llamada Hiroko. Es una mujer con ascendencia japonesa. De vez en cuando la visito, pues me invita a su apartamento para hacerle compañía. Acostumbra a brindarme alimentos típicos de su país mientras charlamos sobre su cultura. No mantenemos una estrecha relación de amistad, pero somos buenas compañeras de edificio.

Me dirijo hacia la puerta y presiono el botón blanco que se localiza en el extremo inferior derecho. Un holograma me permite visualizar varios números. Con cuidado para no equivocarme, introduzco mi contraseña conformada por cuatro dígitos.

No os diré cuál es.

Luego de unos segundos, la puerta se abre.

—Buenos días, señorita Aylin. ¿Me permite limpiar su apartamento?

Jovenna es una robot humanoide. Usa uniforme de trabajo y todo, el cual se caracteriza por ser de un bonito color azul cielo. Su cabello, plateado brillante, está recogido en un moño alto. Una radiante sonrisa decora su rostro, dejando al descubierto su blanca dentadura. ¡Es una lástima que sus brazos metálicos la delaten!

—No, Jovenna. Lo siento, pero tendré que prescindir de tus servicios...

La robot está programada para encargarse de la limpieza semanal de los apartamentos.

—De acuerdo. —Y con una sonrisa triste, se marcha.

«¡Pobrecita!».

A mi parecer, Jovenna debería casarse. ¡Necesita a alguien que le haga compañía!

«Carl sería una excelente opción».

Deseándole lo mejor a ambos robots, introduzco la contraseña para que la puerta se cierre y procedo a recoger una migaja de pan.

Sí, una migaja de pan. Recuerdo que la dejé caer sin querer en el suelo de la cocina.

Exacto, sin querer...

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📖 Vocabulario:

¹Au revoir: Adiós.

N/A:

¡Hola! ¿Qué te pareció este capítulo? Un poco más largo, ¿verdad?

📢 Preguntas:

1- ¿En tu país nieva? ¿Te gusta el patinaje sobre hielo?

2- ¿Cómo te sentirías si un robot te reemplazara en tu trabajo? ¿Qué harías?

📝 Consejo de Aylin: Tu teléfono móvil es muy importante. Intenta tenerlo a mano siempre. En caso de alguna emergencia, podría salvarte la vida.

🤖 ¡Vivan los shipps robóticos! xD

📃 Nota: No marques el número 344, tampoco existe, ja, ja.

¡Gracias por leer! No olvides votar y comentar si te gustó. Me ayudarías muchísimo.

Nos vemos en la próxima actualización. <3

Abrazos virtuales,

L. P. L. 🖤✨

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