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Capítulo 87

“Cuanto más oscura es la noche, más brillantes son las estrellas.”

—Fiódor Dostoyevski.

Luego de un par de horas, recuerdo que el papelito de Celeste sigue en la mesa, a la espera de ser leído.

«Lo había olvidado...».

Me levanto de la cama y bajo las escaleras, impulsada por la curiosidad.

Me duele la cabeza y tengo los ojos hinchados como consecuencia del llanto.

Me tomé una aspirina para aliviar el dolor, pero aún no ha hecho efecto. Estoy un poco somnolienta. Creo que el medicamento intenta combatir con mi estado de ánimo, pero es una batalla muy difícil de ganar...

Agarro el papelito y, con las manos temblorosas, lo desdoblo para leerlo en voz alta:

Cuando mis papás murieron, Ian me dijo que se habían convertido en estrellas. Mira al cielo, estoy segura de que tu abuelita es la estrella que más brilla. <3

«Oh, Celeste...».

Sonrío con tristeza.

Los niños de hoy en día saben tantas cosas que dejan pronto de creer en las hadas.

Dejo el papelito en la mesa y miro hacia la puerta, indecisa.

«¿Debería intentarlo...?».

He perdido toda la esperanza que conservaba, pero las palabras de Celeste, de alguna forma, lograron disminuir un poco mi pesar.

Mi abuela tenía razón.

Se parece mucho a mí cuando era niña. Es soñadora e intenta, a toda costa, ayudar a los demás.

«¿Debería...?».

Lo haré. El aire fresco me hará mucho bien.

Cierro la cremallera de mi abrigo, me pongo el gorro y salgo al exterior de la casa.

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Un silencio abrumador me recibe.


«Vaya soledad...».

Lo único que escucho es el sonido de las hojas al ser azotadas por la brisa, además del canto de los grillos.

Debo admitir que hace frío, pero no tanto como en años anteriores. De igual forma, ya estoy acostumbrada...

Las luces de las casas están apagadas, a excepción de tres o cuatro.

Lasañas. Ni siquiera son las nueve de la noche y ya todos los vecinos se fueron a dormir. Tampoco veo a nadie merodeando por la calle. Este barrio es demasiado tranquilo por las noches y, de cierta forma, eso es bueno porque no hay corrupción y no corres ningún tipo de peligro. En Big Land las calles eran sumamente peligrosas...

Suspiro, aliviada.

«Nadie notará mi presencia».

Tomo asiento en el suelo, frente a la puerta, y me recuesto a ella.

Desde este punto, si elevo un poco la cabeza, puedo ver el cielo perfectamente.

Recuerdo las palabras de Celeste y lo hago, tal vez para intentar encontrar un poco de paz.

El cielo parece un agujero negro, una bóveda oscura...

«Temo ser absorbida por esa oscuridad infinita».

Me estremezco cuando un escalofrío recorre mi columna vertebral.

«Estoy segura de que tu abuelita es la estrella que más brilla».

A simple vista no parece haber ni siquiera una pequeña estrella.

Resoplo, un poco avergonzada de mí misma.

«Era obvio que esto no funcionaría».

¿Será culpa del clima o de mi incapacidad para encontrar, al menos, un destello de luz entre tanta oscuridad?

A lo mejor no puedo ver lo mismo que Celeste porque ya no creo en la magia.

«Ya no existe nada que alumbre mi vida».

Niego con la cabeza. No tiene sentido intentarlo...

«No mires, observa», me aconseja una vocecita en mi interior.

Y, a pesar de estar completamente segura de mi fracaso, lo intento de nuevo.

Me concentro en la oscuridad y en cómo parece abarcarlo todo.

«Tal vez algo hermoso se intenta esconder ahí...».

A pesar de que la falta de iluminación me provoca ansiedad, sigo observando con detenimiento.

Al comienzo, no veo nada, pero después un brillo muy tenue logra captar mi atención.

Y la veo.

Es una estrella muy pequeñita.

¡Lasañas!

Analizo la estrella: a pesar de ser pequeña, su hermosura resalta. Es como si intentara combatir la oscuridad... Pero se necesitan varios combatientes para conformar un ejército.

Cuando menos lo espero, diviso otra estrella. Después otra. Y otra...

Poco a poco, ellas aparecen.

Y el cielo se convierte en una hermosa obra de arte.

Mi vista se pasea de un lado a otro, ilusionada, hasta posarse en una estrella en específico. Brilla con más intensidad que las demás, sin embargo, parece tan inalcanzable...

El rostro sonriente de mi abuela ilumina mi mente.

«¿Dónde estás, abuelita? ¿Cómo puedo llegar a ti?».

«Recuerda que vivimos en tu corazón».

Sé que el amor que siento por mi familia es inagotable, pero no es suficiente para llenar el vacío interno que me dejó su pérdida.

Porque es muy difícil aprender a vivir sin las personas que amas. Es muy difícil acostumbrarte a ya no verles, a no tenerles cerca. Es muy difícil aprender a caminar por tu propia cuenta... Pero es aún más difícil aceptar que no te pertenecen, que son como las estrellas porque, en algunas ocasiones, solo podemos admirar su brillo de lejos. Sabemos que morirán algún día, desaparecerán y dejaremos de verlas; no obstante, por mucho que lo deseemos, jamás podremos construir una escalera para subir al cielo, agarrarlas y guardarlas en un baúl para protegerlas. Es imposible.

Mis ojos se llenan de lágrimas. Los cierro y suspiro.

Luego de unos segundos, comienzo a cabecear.

Estoy exhausta...

Recuesto la cabeza en la puerta.

«Podría quedarme dormida aquí mismo...».

Y bajo un manto de estrellas, la veo.

Veo a esa niña que creía conocer a la perfección.

Está hecha un ovillo frente a mí.

Me mira y noto una inmensa tristeza en sus ojos.

«Parecen un océano que ha perdido a todos los peces que le daban vida».

Tiene el cabello despeinado y ya no sonríe. Está seria y descuidada. Cualquier rastro de alegría abandonó su semblante.

El vestido verde que lleva puesto está manchado de tierra, como si al intentar volar, hubiese terminado cayéndose al suelo.

Sus alas moribundas ya no emiten luz porque perdieron la fuerza.

La niña ya no sueña.

Los sueños ya no viven.

"En el mismo momento en que dudes de que eres capaz de volar, ya no podrás hacerlo nunca más."

Me sostiene la mirada como si intentara decirme algo.

Me sostiene la mirada como si me conociera, pero no estuviera contenta con lo que ve y, con una súplica en los ojos, susurra:

Ayúdame.

«No sé cómo ayudarte».

Abro los ojos de golpe y vuelvo a la realidad tras sacudir la cabeza.

No veo a la niña.

¡Estaba soñando!

Un poco desorientada, recuerdo la imagen del hada. Era Sueño. Ella quería mi ayuda. Estaba muriendo y me pedía ayuda.

Me siento tan impotente...

Con los ojos cristalizados, miro al cielo de nuevo.

En esta ocasión, descubro algo fuera de lo común.

Una lucecita brillante se está moviendo.

«¡Es una estrella fugaz!».

Abro los ojos de par en par.

¡Hace mucho tiempo no veía una!

«¿Pido un deseo?».

No, sería muy infantil.

¿Qué es eso, abuela? ¡Se está moviendo! —le pregunté, emocionada.

Es una estrella fugaz, mi cielo. ¡Pide un deseo! ¡Rápido!

¿Por qué? ¡¿Cumple deseos?!

A veces sí, a veces no. ¡Solo pídelo!

¡Está bien!

Sonrío con nostalgia e impulsada por ese recuerdo, pienso:

«Deseo recuperar la esperanza».

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