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Capítulo 84

Al regresar a casa, Ian insiste en quedarse conmigo, pero rechazo su oferta.

Necesito un tiempo a solas para procesar los últimos acontecimientos y descansar como es debido.

—Aylin...

—¿Sí? —Luego de abrir la puerta, me volteo para verle.

—Sabes que puedes llamarme cuando lo necesites, ¿verdad?

Le dedico una sonrisa enternecedora.

Ian ha sido un gran apoyo para mí...

—Lo sé. Gracias.

Y sin esperarlo, él se acerca y me envuelve en un abrazo protector.

Mi cuerpo se tensa ante el inesperado gesto, pero luego de un rato, mis músculos se relajan.

«Soy inofensivo».

El silencio nos envuelve mientras escondo el rostro en su cuello e inspiro su olor a vainilla.

Él me aprieta contra su pecho y los latidos acelerados de mi corazón se sincronizan con los del suyo.

Permanezco escondida entre sus brazos durante unos segundos, luego nos separamos y nuestras miradas se encuentran.

Carraspeo y rompo el contacto visual, con las mejillas ardiéndome.

—Yo... voy a entrar —le aviso.

—Y yo... me retiro.

Ian esboza una sonrisa tonta y se despide con la mano.

Le devuelvo el gesto, sin ignorar que estoy sonriendo como una estúpida, y cuando lo veo marcharse, entro a la sala.

Me invade la nostalgia.

Recuerdo cuando Ian me trajo aquí por primera vez, la enorme ilusión que sentí cuando me reencontré con mi abuela, la inmensa felicidad que me abrumó al escuchar su voz...

«Ahora la casa está vacía».

Mi abuela se fue, y en esta ocasión no importa a dónde viaje porque no la encontraré en ninguna parte.

Desanimada, cierro la puerta y me dirijo a la cocina. Necesito tomar agua.

Cuando abro el frigorífico, lo primero que veo es el pastel que nos regaló Ian.

Sonrío con amargura cuando recuerdo que mi abuela jamás podrá probarlo... Y yo tampoco. Sería incapaz de hacerlo. Con cada mordida, un recuerdo doloroso regresaría a mi mente para intentar torturarme.

Bah, ya se se me quitó hasta la sed.

Cierro la puerta del electrodoméstico y subo las escaleras para encerrarme en mi habitación.

Decido darme una ducha fría.

Me desvisto y le permito al agua relajar mis músculos. Tiemblo un poco, pero no me importa.

Los recuerdos invaden mi mente poco a poco. ¡No se rinden!

«Por favor, solo pido un minuto de paz...».

Veo el rostro sonriente de mi abuela e incluso puedo escuchar su risa como si estuviera aquí, a mi lado.

Recuerdo todos los momentos que pasamos juntas.

Cuando me enseñó a bordar...

—Este es el punto de tallo, se hace en un único movimiento... —me explicó, muy concentrada en lo que estaba haciendo.

—¿Cuál es el punto de mosca? —le pregunté, curiosa.

—¡El que te entra en la boca si la dejas mucho tiempo abierta! —respondió, burlona.

—¡Abuela!

Cuando me cantaba por las noches para que pudiera conciliar el sueño...

—Hadita de la noche, ilumíname con tu luz, y permíteme en mis sueños ser feliz como tú...

Su voz melodiosa me ayudó a relajarme.

—Me gusta esa canción, abuela, ¿cómo se llama? —susurré, con los ojos cerrados.

—No lo sé, querida, ¡me la acabo de inventar!

Cuando me animaba cada vez que me sentía triste...

—Abuela, ¡es la quinta vez que me dicen que soy un hada de mentira! ¡Ya no sé qué más hacer! —le conté, frustrada—. Sé que tienen razón, pero si ellos no creen en mi magia, no podré ayudarles a cumplir sus sueños...

—¿Por qué no te creen?

—Porque no me han visto volar.

—Ah, ¿quieren verte volar? Pues no te preocupes, querida, solucionaremos ese problema —me aseguró mi abuela.

—¿Cómo? ¿Qué tienes en mente?

—¡Ya lo verás! ¡Esos niños se convencerán de eres un hada de verdad!

Mi abuela era el pilar de nuestra familia. Ella brillaba con luz propia.

«Te amo, Aylin».

No puedo evitar llorar.

Me llevo ambas manos a la cara, frustrada, y grito con todas mis fuerzas.

De todas formas, nadie podrá escucharme.

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Cuando termino de ducharme, me siento incluso más cansada que antes. A lo mejor me estoy equivocando y lo que siento no es cansancio físico, sino emocional.

Me visto con ropa de tela gruesa para entrar en calor y reviso mi teléfono móvil.

Cinco llamadas perdidas de Thomas.

Creo que lo mejor es no marcarle. Aún estamos en días festivos y no quiero amargarle la existencia con malas noticias. Prefiero esperar, pues sé que Thomas sería capaz de viajar hasta aquí solo para apoyarme.

«Creo que Jayden tiene razón, Aylin. Tu sueño aún puede cumplirse».

Suspiro, rendida.

«Mi sueño está completamente roto».

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Atravieso el solitario pasillo para bajar al comedor; no obstante, me detengo frente a la habitación de mi abuela.

Acusadme de masoquista, pero luego de un rato mirando hacia el interior, decido entrar.

«Y pensar que mi abuela estuvo aquí. Respirando...».

Resoplo.

La culpa me ataca con sus feroces garras al recordar todo el tiempo que perdimos. De haber sido más valiente...

Ahogo un sollozo.

También recuerdo a mis padres. Tan entusiastas y soñadores...

Creo que todos deberíamos tener derecho a despedirnos de nuestros seres queridos. Es lamentable descubrir que el tiempo no nos espera, ni aunque se lo supliquemos de rodillas. Cada segundo cuenta.

Mi mayor error fue posponer el presente por vivir encerrada en un pasado que ya ni siquiera existía.

Me encamino hacia el armario y comienzo a hurgar en él, buscando alguna ropa para donar.

Un dulce aroma a colonia inunda mis fosas nasales. Lo reconozco. Era el olor característico de mi Abu.

—Abuela, ¡me encanta tu colonia!

—¿Sí, mi cielo? ¿A qué huele?

Sonreí.

—¡A hogar!

Con el rostro empapado de lágrimas, analizo un suéter de lana amarillo.

Es entonces cuando recuerdo algo.

«El sobre».

El sobre que mi abuela me dijo que era importante.

«Dios, ese sobre...».

«¿Acaso ella sabía que iba a morir...?».

Sacudo la cabeza, intentando apartar esa idea de mi mente.

Mi abuela no me ocultaría algo así.

Devuelvo el suéter a su sitio, cierro el armario y busco el sobre en el mismo lugar donde lo guardó.

¡Bingo!

Estoy ansiosa y tengo un mal presentimiento, como si estuviera a punto de descubrir algo desagradable...

Agarro el sobre y lo acaricio con los dedos.

Mis manos tiemblan y la preocupación me impide respirar con normalidad.

«Abuela, por favor, que no sea lo que estoy pensando...».

Lo abro.

Descubro varios papeles doblados. Saco el primero y lo desdoblo.

Reconozco la letra. Es de mi abuela.

Con un nudo en la garganta, comienzo a leer en voz baja...

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