Cuando regreso a la sala, Celeste me mira asustada y con lágrimas en los ojos.

—Hermano, ¿qué está sucediendo? —me pregunta, ansiosa—. Dímelo, por favor...

Corre hacia mí para abrazarme.

—Ella se fue, ¿verdad? Como nuestros padres... —susurra contra mi pecho.

Nuestros padres.

Una oleada de dolor sacude mi cuerpo, pero intento recomponerme.

«No puedo flaquear ahora...».

—Celeste, mírame —le pido.

Ella rompe el abrazo y clava sus ojos cristalizados en los míos.

—Te llevaré a casa de Maryse, ¿vale? Te quedarás con ella hasta que yo regrese.

—¿Por qué? ¡Quiero ver a Aylin! ¡Me necesita! —me reprocha con voz rota.

Hace ademán de correr hacia las escaleras, pero la agarro por la cintura y la detengo.

Sé que quiere apoyar a Aylin, pero no puedo permitir que vea el cuerpo inmóvil de Anastasia.

No sé cómo pueda reaccionar.

—¡Suéltame! —se queja, dándome golpecitos en el pecho—. Quiero explicarle que... —se interrumpe para sollozar— su abuelita no...

Estoy soportando más dolor del que debería, pero necesito ser fuerte.

Por Anastasia.

Por mi hermana...

Y por Aylin.

—Escúchame, Celeste. Necesito que hagas lo que te ordeno, ¿de acuerdo? Yo ayudaré a Aylin, tranquila.

Niega con la cabeza.

—Pero hermano...

—¡Sin peros!

Resignada, mi hermana asiente con la cabeza.

—Está bien, pero dile que... —se interrumpe para tomar aire— su abuelita estará bien.

Sé a lo que se refiere.

—Se lo diré. Tú no te preocupes, ¿de acuerdo?

Suspira y asiente con la cabeza.

La tomo de la mano y la llevo con Maryse. Luego, más rápido que una flecha, regreso a mi antigua casa y llamo a una ambulancia.