Marco el número y espero con impaciencia.

«Es imposible que me haya equivocado de nuevo».

Agito los pies mientras los timbrazos resuenan en mi cabeza.

«Tres... Cuatro... Cinco...».

¡Ahora!

—¡Feliz Navidad, abuelita! —repito. Parezco un disco rayado—. ¿Quién es la mejor abuela del mundo? ¡Exacto, eres tú!

Silencio.

Luego de unos segundos, la persona al otro lado de la línea carraspea.

—¡No puede ser! —exclama—. ¿Me está tomando el pelo? —Bufa—. ¿Otra vez usted, señorita?

¡¿Qué mierda?!

¡Es él! ¡Se trata del mismo sujeto que me contestó anteriormente! ¿La diferencia? En esta ocasión su enojo es palpable; sin embargo, no puedo juzgarle, quizá piensa que está siendo víctima de una broma telefónica.

—Y-Yo... —La confusión y los nervios adormecen mis cuerdas vocales—. L-Le pido disculpas, pensé que había marcado bien...

«Madre mía, ¿qué es esto?».

—Pues le recomiendo revisarse la vista, señorita, le está fallando. —Cuelga.

Frunzo el ceño y abro la boca, indignada.

¡Qué hombre tan irrespetuoso!

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