Capítulo 29
“La historia nunca dice adiós. Lo que dice siempre es un hasta luego.”
—Eduardo Galeano.
Cuando Ian deja de reírse como un estúpido, me dice:
—Aylin, ¿quiere hablarme de su familia?
¿Mi familia? No tengo por qué hablar de mi familia con un desconocido. Además, no quiero adentrarme en terreno pantanoso...
—Tengo una abuela.
«No le daré más detalles».
—Eso lo sé, y supongo que es una persona maravillosa, ¿o me equivoco?
Esbozo una sonrisa débil.
—No, no se equivoca.
—¿Y sus padres?
¿Mis padres?
Carraspeo y me remuevo en el sofá.
«Mis padres...».
Recuerdos indeseables se agolpan en mi cabeza.
Veo a mi abuela nerviosa, sin saber cómo darme la mala noticia.
Me veo llorando en mi habitación, aferrándome a la almohada como único consuelo.
Y veo una Navidad destruida.
—Prefiero no tocar el tema.
—De acuerdo. No se preocupe.
Agradezco la comprensión de Ian.
—¿Y su familia? —le pregunto. La curiosidad es más fuerte que yo.
Si no quiere contarme, lo entenderé. A fin de cuentas, yo no le di muchos detalles de la mía.
—Bueno, a mi hermanita Celeste ya la conoce. Nuestros padres... —Silencio— fallecieron en un accidente aéreo.
«No...».
—Digamos que, para mi hermana, más que un hermano, soy su segundo padre. Era muy pequeña cuando ellos murieron...
No sé qué decir.
Tal vez Ian me esté mintiendo, pero conecto muchísimo con la historia que me acaba de contar.
—Vaya, Ian... —comienzo a decir con voz entrecortada—. Eso es...
Y por mucho que lo intente, no puedo evitar rememorarlo todo...
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El blanco siempre me había parecido un color bonito. Se encontraba entre mis colores favoritos porque representaba la paz y la pureza; sin embargo, en este instante, desearía que las paredes del hospital estuviesen pintadas de otro color.
«¿No te gusta el verde, mi vida? Es el color de la esperanza».
Esperanza. Justo lo que necesito ahora...
Es increíble cómo la vida puede cambiarnos en un segundo.
Mis padres se dirigían a la tienda más cercana para completar las compras navideñas cuando su auto impactó contra un camión.
«Nunca olvides que te queremos, Aylin», me había dicho mi madre antes de partir.
Interpreté sus palabras como una despedida más, carente de importancia. No sabía lo que sucedería minutos después.
—¿Qué sucede, abuela? —le pregunté, levantándome de mi asiento de golpe.
—Tus padres, Aylin... —Me miró con detenimiento. Vi pánico en sus ojos claros—. Tuvieron un accidente.
En ese instante, colapsé; incluso mis pulmones parecían haber olvidado que tenían que desempeñar una función.
Todos nuestros planes se vinieron abajo en una fracción de segundo.
No lo quise creer; pero cuando vi el cuerpo inerte de mi padre, regresé a la cruda realidad.
Los médicos nos explicaron que había perdido mucha sangre durante su traslado al hospital. No había podido sobrevivir...
Mi padre estaba muerto.
Mi padre.
Ese hombre que, hace solo tres días, había afirmado que disfrutaría sin moderación del banquete navideño y que nos cantaría un popurrí a todo pulmón, a pesar de que el canto siempre se le había dado fatal.
Ese hombre que compartió conmigo miles de experiencias.
Ese hombre que me protegió en innumerables ocasiones, ganándose el apodo de «héroe».
Héroe.
Mi héroe no fue más fuerte que la muerte.
Keith Deyer no había podido sobrevivir; pero Anelisse Johnson, mi madre, sí.
Actualmente se encuentra inconsciente. Lleva tres días en ese estado. Sufrió una contusión cerebral y, al igual que mi padre, perdió mucha sangre. Los médicos pudieron hacerle una transfusión a tiempo y suministrarle el oxígeno necesario para impulsar su recuperación, pero aún no despierta.
No puedo dejar de mover la pierna mientras miro la pared.
Me duelen los ojos y se me dificulta respirar con normalidad.
Mi abuela sostiene mi mano para recordarme que permanece a mi lado. Ambas nos encontramos bajo la misma nube gris. Ella no dice nada, solo acompaña mi silencio. Aunque intente aparentar fortaleza y serenidad para transmitirme un poco de calma, sé que también está rota. Mi madre es su única hija y, ante sus ojos, ella sigue siendo esa chiquilla a la que ama con locura.
Un robot se pasea de un lado a otro, regalándonos palabras de ánimo; pero no puedo evitar que un sinfín de escenarios catastróficos circulen por mi mente.
«No quiero que suceda lo peor...».
Estoy tan sumida en mis pensamientos que ni siquiera me percato de que un doctor se está acercando a nosotras.
Mi abuela y yo nos levantamos de nuestros respectivos asientos, ansiosas.
—¿Familiares de la señora Anelisse Johnson?
—Sí —digo con rapidez.
«Que sean buenas noticias, por favor...».
—Anelisse despertó. —El alivio me invade, robándome un suspiro—. Y desea hablar con la señora Anastasia Green, su madre.
Miro a mi abuela. Ella asiente con la cabeza y me dice:
—Pasaré yo primero, ¿te parece?
No niego que estoy ansiosa por hablar con mi madre, pero no me molesta que mi abuela pase de primera. Debe de estar desesperada por ver a su hija.
—De acuerdo. Te espero.
Mi Abu me regala un corto abrazo y se deja guiar por el médico.
Tomo asiento y me llevo las manos a la cara.
«Mi madre despertó. Estará bien. Va a mejorar. Tiene que hacerlo...».
Luego de unos minutos, mi Abu regresa. Está seria y tiene los ojos enrojecidos. Comienzo a preocuparme y a pensar lo peor, pero me relajo cuando me dice que mi madre quiere verme.
Asiento con la cabeza.
—Fuerza. —Coloca una mano sobre mi hombro para transmitirme seguridad.
No sé si posea la fuerza necesaria para ver a mi madre en el estado en el que se encuentra sin derrumbarme, pero intentaré contenerme. Mamá no puede alterarse, y verme rota no le haría ningún bien. Mi abuela y yo tenemos que ser su calma, esa luz de esperanza que tanto necesita para creer que saldrá de esta.
Con pasos rápidos me dirijo a la habitación.
La puerta se encuentra entreabierta. Entro con cautela.
Se me encoge el pecho al ver a mi progenitora.
Parece estar sumida en un profundo sueño, pero cuando me acerco a ella, abre los ojos.
Tomo asiento en la cómoda silla que los médicos colocaron para las visitas.
Quiero verla feliz, como siempre ha sido.
Quiero verla cantando en la cocina de nuestra casa mientras prepara sus pasteles, no en una cama de hospital.
Me mira.
Quiero que sus ojos recuperen el brillo alegre que les caracteriza.
Quiero que la débil sonrisa que me dedica esté cargada de vitalidad, no de sufrimiento.
Quiero, quiero, quiero... Pero no puedo conseguir nada.
—Mamá... —le digo con voz rota.
Me escuecen los ojos.
No sé cuánto tiempo pueda soportar sin echarme a llorar como una niña pequeña.
—Mi niña... —dice mi madre en un débil susurro—. Mi Sueño.
Algo se quiebra en mi interior al escuchar ese nombre.
Niego con la cabeza.
—Ya no soy Sueño, mamá. No puedo hacer nada para cumplir... —me interrumpo para tragar saliva, después sigo hablando—: No puedo hacer nada para cumplir el sueño de verte bien, feliz y saludable... No puedo hacer nada para cumplir el sueño de...
«Traer a mi padre de vuelta», iba a decirle, pero recuerdo que no puedo. Mi madre no sabe que su esposo falleció. Los médicos consideraron que, por ahora, lo mejor era mantenerla en la ignorancia; su estado de salud es muy delicado y no puede sufrir alteraciones.
—Aylin, querida, cuida a tu abuela...
¿Cuidar a mi abuela?
«No, no. No puedo creer que mi madre...».
—¡Por supuesto! La cuidaremos juntas, como siempre hemos hecho —afirmo entre sollozos ahogados.
No puedo evitarlo. Aunque intente retenerlas, las lágrimas escapan de mis ojos.
Mi madre, llorando en silencio, niega con la cabeza.
Conozco el significado de ese gesto: ella no cree en la existencia de un plural.
Mamá se está despidiendo.
—Aylin, yo no... —Suspira. Mira a un punto fijo y luego clava sus ojos en los míos—. Nunca dejes de soñar, mi niña; aunque creas que tus sueños ya no tienen sentido...
Sus palabras se clavan como dagas en mi pecho, una tras otra...
—No lo haré, mamá; pero quiero que entiendas que estarás bien. Saldremos de esta, ya lo verás. Te lo prometo —le digo y asiento con la cabeza repetidas veces, tal vez para intentar convencerme a mí misma de que mi promesa puede cumplirse.
Mi madre me dedica una sonrisa cargada de afecto.
Abro la boca para decirle que la quiero más que a nada en el mundo, pero un pitido me interrumpe.
Me levanto de la silla, exaltada, para percatarme de que el sonido proviene del monitor cardíaco.
—¡¿Mamá?! —la llamo, aterrada, pero no responde. Tiene la mirada perdida.
Una oleada de pánico sacude mi cuerpo.
«No, por favor, no puede...».
—¡¿Mamá?! —grito—. ¡Mamá! ¡Mami! —Le doy ligeros toques en el brazo, pero al ver que no reacciona, corro hacia la puerta—. ¡Un médico, por favor!
Como respuesta a mi llamado de emergencia, varios doctores y enfermeras aparecen en el pasillo. Rápidamente se dirigen a mi encuentro e invaden la habitación.
—Ella... se puso mal... —le explico a uno de los médicos.
—Señorita, por favor, acompáñeme —me dice una enfermera, indicándome la salida.
—¡No! ¡No dejaré a mi madre! —le advierto.
—Señorita, lo siento, pero tenemos que trabajar...
Y casi a la fuerza, me obliga a abandonar la habitación para cerrar la puerta en mis narices, de tal modo que yo no pueda ver lo que sucede adentro.
Escucho las lejanas voces de los doctores, pero no logro entender nada.
En un intento de encontrar sosiego, me alejo de la puerta y comienzo a caminar por el pasillo mientras lágrimas de impotencia resbalan por mis mejillas.
Mi abuela se apresura a mi encuentro, alerta, y clava sus ojos preocupados en los míos.
—Se puso mal... —le informo.
La tristeza invade el rostro cansado de mi Abu, pero con serenidad fingida, me dice:
—Ven. Sentémonos para...
Una voz masculina nos interrumpe.
—¿Familiares de la señora Anelisse Johnson?
Nos volteamos para encontrarnos con el doctor Ryan. Él atendió a mi madre cuando llegamos al hospital.
—¿Qué sucede? —pregunta mi abuela. Aunque intente aparentar calma, su voz tiembla.
Los segundos de espera se hacen eternos hasta que, luego de un silencio tormentoso, él niega con la cabeza.
Y me parece increíble cómo un simple gesto puede decir tantas cosas...
Yo niego también, pero intentando convencerme a mí misma de que algo así no puede ser posible.
—Lo siento... —dice el doctor con aflicción.
Y entonces, lo entiendo.
Me llevo las manos temblorosas al rostro. Inhalo y exhalo para no perder el aire, pero fracaso.
Miro a mi abuela.
Ella no llora, pero sus ojos cristalizados gritan lo que prefiere callar.
La abrazo con fuerza y lloro. Lloro sin que me importe nada. Lloro por mi madre y también por mi padre, incluso por mi cachorro. Lloro por todo lo que perdí.
Mi abuela me acaricia la espalda. Saber que permanece a mi lado me reconforta.
«Ahora somos ella y yo contra el mundo...».
«Aunque no quieras decirme cuál es tu sueño, Aylin, ¡estoy segura de que lo cumplirás!».
Algo se retuerce en mi interior al recordar las palabras de mi madre.
Mi sueño...
«Nunca dejes de soñar, mi niña».
Lo siento, madre...
«Mi sueño acaba de morir contigo».
❛ ━━━━━━・❪⏱❫ ・━━━━━━ ❜
El dolor en el pecho y el sentimiento que acompaña a la pérdida me saludan como viejos amigos.
Se me corta la respiración.
—Aylin, ¿se encuentra bien? —me pregunta Ian. Parece preocupado.
«No», quisiera decirle... Pero decido quedarme en silencio.
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☕ N/A:
¡Hola! No tengo palabras para describir lo difícil que fue escribir este capítulo. Nuestra Aylin sufrió mucho :')
Ahora ya la conoces mejor. <\3
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Nos vemos en la próxima actualización. <3
Abrazos virtuales,
L. P. L. 🖤✨
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